Teoría, Crítica e Historia

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La abolición de la esclavitud
y el mundo hispano


Reflexiones sobre el ensayo de Castelar
"La abolición de la esclavitud":
dimensión polifacética de un texto

José Luis Gómez-Martínez

La superación de la rigidez que nos imponía el discurso de la modernidad al ejercicio académico de comentario de textos, no implica que éste se convierta ahora en un saco sin fondo donde toda interpretación se auto-justifique en nombre de la libertad y se fundamente únicamente en el principio posmoderno de que toda interpretación es legítima. Desde una perspectiva íntima del “lector”, es posible que toda interpretación sea válida, mas entonces se corre el peligro de que sea válida únicamente para dicho lector. Pero cuando un comentario de texto se articula para el consumo de otros lectores, desde los presupuestos de un discurso antrópico, la labor no es tanto la de comunicar una opinión, como la de exteriorizar los diferentes niveles de codificación mediante los cuales se puede ir objetivando la lectura del texto en cuestión. El propósito de este estudio es, precisamente, iniciar dicha aproximación a la lectura del ensayo de Emilio Castelar sobre la abolición de la esclavitud a través de sus múltiples facetas interdisciplinarias: como discurso, como literatura, como documento político, como posición ideológica, como testimonio de una época, como confrontación entre principios éticos y económicos, como símbolo de los intereses de partido y, sí, también como expresión del forcejeo de un hombre con sus circunstancias, con sus principios, con su imagen pública.

1. Un discurso parlamentario

La primera consideración que se impone ante el texto de Castelar es el de su origen. Se trata de un discurso pronunciado en Madrid en el Salón de Sesiones del Congreso de Diputados. Es decir, el texto que hoy leemos corresponde a un discurso hablado y, en el caso concreto de Castelar, a un discurso preparado y presentado consciente de los principios formales de la oratoria. José Antonio Hernández Guerrero, en su estudio “Emilio Castelar, orador”, señala las siguientes claves interpretativas como fundamentales para la elaboración de un juicio crítico sobre la oratoria de Castelar:

  • “Primero: la oratoria es el arte de la palabra articulada y, por lo tanto, exige el dominio de los diferentes procedimientos lingüísticos -los fónicos, los gramaticales y los léxicos- y, sobre todo, destreza para emplear los recursos literarios. [...]
  • “Segundo: la oratoria no es sólo el empleo de la palabra, sino la utilización del lenguaje del cuerpo entero. Los significantes, los portadores de significados son, además de los sonidos articulados, la figura corporal, la imagen física del orador, las expresiones de su rostro, los gestos de sus brazos y de sus manos, y los movimientos del cuerpo entero. [...]
  • “En Tercer lugar: la oratoria participa del arte musical. [...] Se debería estudiar la amplitud –soberbia- de la prosa de Castelar, su flexibilidad, su movimiento y, sobre todo, el ritmo musical. [...]
  • “En cuarto lugar, hemos de aceptar que la oratoria no está constituida sólo por un discurso correcto y bello, sino, sobre todo, por un mensaje eficaz: la oratoria es el arte del lenguaje persuasivo, el que hace cambiar de pensamiento, de actitudes o de conductas. [...]
  • “Y en quinto lugar, hemos de reconocer que la oratoria no sólo transmite ideas, sino que, además, estimula sensaciones, promueve sentimientos y alienta emociones.”

Se trata también de un discurso largo que en forma impresa se ha difundido preferentemente en una versión breve de apenas dos páginas, cuando la versión completa contaba con más de veinte páginas. Hoy, por supuesto, sólo poseemos la versión escrita y numerosas acotaciones que marcan cuando el discurso fue interrumpido con aplausos. Poseemos también el testimonio de sus contemporáneos que recuerdan, como Pedro Antonio de Alarcón, el impacto de su oratoria. Las palabras de Alarcón son especialmente significativas, pues partiendo de una posición ideológica encontrada, se reconoce impotente ante la fuerza de una oratoria mediante la cual –dice dirigiéndose a Castelar— “suspendes el ánimo del auditorio, te apoderas de su razón y de sus sentidos, mago, magnetizador o poeta iluminado, y les obligas a pensar, a sentir, a desear lo que tú piensas, lo que tú sientes, lo que tú deseas [... ante Castelar orador, yo] aplaudiría y lloraría como todo el mundo y le daría la razón, aunque negase la luz del día” (Llorca 32). De aquí el éxito de sus discursos y su impacto como modelador de la opinión pública, pero también el hecho de que en el momento de votar prevalecieran los intereses políticos. Así sucedió con este discurso, “La abolición de la esclavitud”, que fue un éxito como discurso y que sirvió para modelar la opinión pública y que eventualmente triunfaran los partidarios de la abolición; pero en el caso concreto de la enmienda que defendía, ésta fue derrotada: un discurso magistral que fracasa en la decisión política del voto.

Como discurso, se trata, pues, de un texto oral que se propone persuadir. Antonio de Gracia Mainé ha estudiado detenidamente en “La persuasión en el discurso de Emilio Castelar”, los recursos oratorios y su disposición en el texto para conseguir el efecto persuasivo deseado. Pero la misma exteriorización de la persuasión es marcadamente diferente en un medio hablado que en un texto escrito. En el escrito falta la armonía de la palabra pronunciada por el orador, faltan sus gestos, sus pausas, los silencios, las reacciones del auditorio en aprobación o desaprobación. También el periodo de tensión es diferente. Un buen orador, como según los testimonios lo era Castelar, puede mantener al auditorio (recordemos también que nos referimos al siglo XIX), en ese estado de tensión, de comunión emocional, por las casi dos horas que duraría su discurso. Insistimos que no se trata sólo del contenido, la presencia del orador, su voz, el auditorio, el lugar físico en que tiene lugar, las expectativas generadas por el contexto socio-político, son todos elementos esenciales del discurso declamado. En el texto escrito sólo contamos con la codificación de un contenido a través de una serie de significantes (la palabra escrita) despojados de multitud de significados (por ejemplo, la carga emocional con que la pronuncia el orador, o la pausa que la sigue o precede). La lectura se efectúa también en el seno de contextos individuales. Por ello mismo, llevar el texto declamado al medio escrito, implica ya un intento de traducción: la versión breve del ensayo busca aproximarse a la recreación del efecto emotivo del discurso; la versión completa da preferencia al contenido, se dirige al intelecto.

2. Un texto literario

No vamos a entrar aquí en los debates posmodernos de las décadas de los años ochenta y noventa, que justamente desmitificaron el contexto elitista que asignaba la categoría de literarios a unos textos a la vez que se la negaba a otros. Potencialmente todo texto puede ser “literario” desde la perspectiva del lector. Sin embargo, no todo texto fue concebido con unos objetivos “literarios”. Pero este término de “literario” ha ido perdiendo en los últimos tiempos su valor denotativo, por lo que necesitamos reformularlo. De modo sucinto, decimos que un texto es literario cuando posee voluntad de estilo. Es decir, cuando uno de los objetivos del autor fue producir una obra artística. Y con el concepto de “artístico” hacemos referencia a que las palabras se seleccionaron teniendo en cuenta, entre otros aspectos, su valor rítmico, su sonoridad, su departir del significado literal (o sea, del sentido ya lexicalizado de las palabras).

Una vez establecido lo precedente, y antes de considerar el ensayo de Castelar, conviene regresar al concepto dinámico de “obra de arte”. Aun cuando se asocia con el siglo XVIII los intentos de fijar con precisión qué era y no era artístico, en realidad cada época ha establecido y se ha gobernado según ciertos principios que conferían a la producción humana la categoría de obra artística. El último tercio del siglo XIX no es excepción. Castelar sigue en su producción escrita la estética krausista, influida ya en la década de los años setenta por las corrientes positivistas. Este ensayo, “la abolición de la esclavitud”, tiene como contexto literario el debate entre los que defienden “un arte comprometido” y los que respaldan el “arte por el arte”. Castelar opta por la fórmula de los krausistas españoles, para quienes el valor artístico de una obra es tanto más elevado cuanto con más precisión se consigue la armonía entre la verdad y la belleza. Pero regresemos de nuevo al texto.

Guiado en parte por el tema a tratar, pero también por el uso de un formato connatural en él, Castelar ajusta su texto a las estructuras precisas de uno de los géneros literarios. Sigue la perceptiva de lo que la retórica tradicional clasifica de género reflexivo y lo que en su desarrollo histórico denominamos ensayo. El texto de Castelar transciende, en efecto, los objetivos limitados que podía tener en cuanto defensa de una enmienda concreta, durante una sesión de la Cámara de Diputados. En la versión impresa en el periódico el 20 de junio de 1870 (la versión breve que ahora consideramos), Castelar recurre a la retórica del ensayo para reflexionar sobre un tema cadente en su época y proyectarlo en sentido universal como tema de trascendencia humana. Por ello su ensayo sigue siendo actual, por ello sus reflexiones son fácilmente trasladadas por el lector a nuevos campos y nuevas dimensiones en las cuales persiste la esclavitud.

El texto de este ensayo de Castelar era en su época, ante todo, un tema actual. Pero lo anecdótico se encuentra en función de lo reflexivo. Son pocas las referencias limitadas al contexto de su época, aunque para sus lectores coetáneos, como señalaremos al tratar el contenido, fueran lo suficientemente explícitas. Consideremos por un momento el título del ensayo: “La abolición de la esclavitud”. Se trata de un título en el que palpita una preocupación divisiva en la España de 1870. La abolición de la esclavitud se discutía en los periódicos y en la plaza pública con la misma intensidad con que se debatía en la Cámara de Diputados y con que la comunidad internacional exigía que España optara por la abolición. Pero al mismo tiempo es un título que transciende cualquier época y espacio. Es un título que en última instancia refiere a la condición humana y a su constante lucha en pro de los derechos humanos. Se trata, pues, de un título explícito para su momento y a la vez con un valor perenne que lo transciende.

Central a su condición de ensayo es el modo de tratar el tema de la esclavitud: no pretende ser exhaustivo, injerta el yo subjetivo del autor, busca que sus palabras inciten a una reflexión que a su vez establezca un puente de diálogo. Castelar, en efecto, no apoya la enmienda con datos estadísticos, ni ordena sus reflexiones a través de categorías que parcelen la institución de la esclavitud, ni busca establecer un marco íntegro del problema. Sabía que la institución de la esclavitud se relacionaba directamente con la percepción de un beneficio económico y que se mantenía principalmente por presiones también económicas. Por ello recurre a fuerzas superiores: a la conciencia humana. El objetivo de su ensayo es apelar por igual al intelecto (mediante la defensa de la dignidad humana), a la fuerza política de la Iglesia en la España de su tiempo (recordando la obligación cristiana de los sacerdotes-diputados), y a la sensibilidad humana (mencionando ejemplos brutales que reclaman la compasión de los presentes). Busca el diálogo y para conseguirlo nada mejor que injertar su yo personal como intelectual que busca instigar (“Yo no disputaré si el cristianismo abolió o no la esclavitud”). Pero Castelar persigue, además, el compromiso personal de los diputados y para conseguirlo incluye la confesión íntima de sus ideas, para forzar así también que los presentes lo interioricen: “yo no participo de toda la fe, de todas las creencias, de todas las ideas que tienen los sacerdotes de esta Cámara. Sin embargo, si yo fuera sacerdote…” En este sentido también su provocadora afirmación de que el cristianismo “es la religión del esclavo”.

Mas el valor literario del texto no proviene, aunque ése sea el primer paso, del uso experto de la perceptiva del ensayo. Emana del artificio de las palabras y de la estructura artística del texto. Castelar hace uso constante de un lenguaje metafórico. En algunos casos a través de metáforas ya semilexicalizadas (“corazones de piedra”, “muerde las carnes”…), en otros con metáforas que poseen todavía la frescura de la novedad (“ataúd flotante”, “fuente cenagosa”…). Entre las numerosas funciones de la metáfora, parece apropiado destacar tres centrales en el contexto de este ensayo de Castelar: a) su papel artístico; b) el vigorizar su significado, cuando a través de diversos niveles de contextualización se llega a una acepción “literal” del término metafórico; c) la ambigüedad que la metáfora otorga al significante al permitir que éste transcienda el espacio y el tiempo y acceda a nuevos niveles de contextualización que admiten reubicar el valor metafórico en temas actuales para el lector.

Regresemos a las metáforas antes mencionadas. Castelar precisa el sustantivo “la trata” usando dos términos contradictorios según su acepción literal (o sea, lexicalizada): “fuente” y “cenagosa”. El primer término, el sustantivo, denota origen, fluidez, movimiento, todos ellos conceptos positivos en el contexto de nuestra cultura. El segundo término, el adjetivo, entraña los significados negativos de pútrido, turbio, estancado. A la riqueza de significados que da lugar la oposición de ambos términos en el nivel conceptual lexicalizado, se le añade el sentido controvertido que concede a la frase que lo contiene: la trata da lugar a la esclavitud. En realidad, tanto la problemática que se discutía como el origen, eran de orden ideológico y político. Castelar traslada el debate, mediante el uso de esta metáfora, al campo menos personal, más distante, del “negrero” y de la institución de la “trata”. El argumento ideológico-político queda así contaminado. Lo que permanece es la metáfora “fuente cenagosa”. El hecho de que fuera erróneamente atribuída al “negrero”, afectaba de forma más contundente a los motivos no mencionados, pero que realmente impedían la abolición de la esclavitud: los económicos.

Igualmente, la fuerza de la metáfora “fuente cenagosa” independiza los distintos sintagmas de la frase. Yo, como lector del siglo XXI y a más de cien años de la “abolición” de la esclavitud, encuentro que el valor metafórico se puede aplicar también al último sintagma de la frase: “la trata”. O sea, “la trata” como acción de tratar, acción de mercado, como la institución de la “deuda externa” de los países subdesarrollados; y en base a esta metáfora hacer una nueva lectura, pertinente a mi contexto, del ensayo de Castelar.

Entre las funciones de la metáfora, como mencionamos anteriormente, destaca el intento de vigorizar el significado; se busca huir de la frase hecha que se repite como plegaria memorizada, pero que está vacía de sentido. Tal es el valor, por ejemplo, de la metáfora “ataúd flotante” con que se reitera el significado literal de “horroroso barco”. La misma yuxtaposición de ambos términos, “horroso barco, ataúd flotante de gentes vivas”, resalta lo que aquí pretendemos destacar. “Horroroso barco”, como frase hecha, carece de fuerza. Se refiere tanto a los horrores de la esclavitud, como a una posible disposición estrafalaria del barco o incluso a un color que repele. “Ataúd flotante” posee la fuerza de lo nuevo, la insólita asociación –ataúd que flota–. Además, lleva también consigo un nuevo nivel de significación literal que nos regresa a los barcos negreros, es decir, un barco de horror. He aquí una de las dimensiones del valor artístico de un texto: su polifonía.

3. El discurso como posición política

 El discurso que Emilio Castelar pronunció ante la Cámara de Diputados, e incluso la versión breve que se difundió en el periódico, es, ante todo, un texto político, que a través del tema de la esclavitud, muestra las fuerzas que controlaban el gobierno en la España de mediados del siglo XIX. En realidad, la persistencia de la esclavitud en los dominios españoles era un síntoma más de las causas de su atraso.

Más allá de las consideraciones humanitarias, no es casual que fuera Inglaterra la primera nación europea en abolir la esclavitud. Pues la esclavitud, según se practicaba a finales del siglo XVIII, era una institución que representaba los valores y necesidades de una sociedad agrícola que se extinguía, y que por lo mismo constituía un freno para el desarrollo industrial. La explosión industrial que se estaba gestando en Inglaterra, requería ahora de trabajadores libres, cada vez más preparados para el trabajo en las factorías (de ahí el inicio de la educación pública), y con bienes propios para ser también consumidores de dichos productos industriales. Tanto en España como en la América latina, predominaba un concepto medieval de producción agrícola. Castelar es preciso en este aspecto, que destaca con datos en la versión completa de su discurso: “Además ha demostrado la estadística que a medida que ha desaparecido la esclavitud en Puerto Rico ha aumentado la riqueza. ¿Cuánto era el comercio de la isla de Puerto Rico en 1834? Era de siete millones de pesos fuertes. ¿Y cuánto era el comercio de Puerto Rico en 1860? Era de trece millones de pesos fuertes. La esclavitud había disminuido, la riqueza se había aumentado; luego la riqueza va en proporción inversa de la esclavitud.” Más adelante regresaremos sobre el debate económico.

En el frente diplomático, el siglo XIX europeo se inicia con una fuerte campaña que busca la abolición de la trata primero y luego de la esclavitud misma. En 1815, apenas terminado el conflicto napoleónico, las potencias europeas firman una declaración mediante la cual buscan la abolición de la trata de negros. España es presionada para incluirse entre los países firmantes (Austria, España, Francia, Gran Bretaña, Noruega, Portugal, Prusia y Suecia). Pero este primer documento tenía una provisión que en la práctica no comprometía a nadie, pues añadía que esta “Declaración no debe influir en el término que cada Potencia participante juzgue conveniente fijar para la extinción definitiva del comercio de negros” (Mesa 135). Inglaterra sigue presionando a España. De nuevo en 1817, España firma un tratado internacional por el cual se comprometía a suprimir la trata en un plazo de tres años (la Real Orden del 19 de diciembre de 1817 prohíbe a los españoles “ir a comprar negros a la costa de África” (Mesa 139). De nuevo el 28 de junio de 1835 se firma en Madrid un tratado con Gran Bretaña para la abolición de la trata de negros. Pero no se imponen penas para los infractores hasta la ley del 2 de mayo de 1845, aunque luego no se apliquen. Sólo en 1867, a través de la ley del 17 de mayo, “se establecen [y se aplican con rigor] normas para la represión y castigo del tráfico de negros” (Mesa 141).

La presión inicial de Inglaterra adquiere pronto una adicional motivación política que se prolonga hasta la guerra civil en Estados Unidos en la década de los años sesenta. En efecto, los debates políticos sobre la abolición de la trata se ven en Cuba como una amenaza a los privilegios de una minoría colonialista. Por ello surge, sobre todo a partir de la década de los años cuarenta, un movimiento entre la oligarquía esclavista cubana, que proponía la anexión con Estados Unidos. Inglaterra, que temía perder su predominio en el Caribe, se opone a la anexión. Se establece así una difícil situación diplomática que de algún modo prolonga también el proceso de liberación. Moreno parcela la evolución político-diplomática en seis fases:

  1. Hasta 1815 se realiza un primer planteamiento [así podríamos interpretar las Cortes de Cádiz]

  2. La esclavitud y la coyuntura internacional: 1815-1835.

  3. La presión de la oligarquía esclavista cubana impide la aplicación de los tratados abolicionistas: 1835-1862.

  4. El abolicionismo español: disminución de la trata en Cuba y abolición en Puerto Rico: 1862-1873.

  5. Extinción de la trata y de la esclavitud: 1873-1886.

  6. Hacia una revisión de los tratados internacionales: Berlín (1885) y Bruselas (1890).

En nuestro contexto del discurso de Castelar, y de acuerdo con Martínez Carreras, podemos resumir dichas etapas en tres: una fase diplomática (1811-1860); el despliegue de la acción abolicionista (1860-1870); y el proceso legislativo hasta la abolición (1870-1886). En realidad, en la década de los años sesenta convergen los sucesos externos con la situación española y la problemática de la esclavitud adquiere, por vez primera, un matiz español, ajeno ahora a presiones o intereses foráneos. Entre los sucesos externos que marcan el inicio de una nueva época destaca la guerra civil en Estados Unidos (1861-1865). Aunque ante todo era un conflicto entre dos formas de interpretar el futuro, en la percepción pública se manifiesta como una lucha contra la esclavitud, que en 1862 produce el decreto de Lincoln sobre la emancipación y en 1865 la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Más próximo a España se encuentra la actividad pro abolicionista del puertorriqueño Julio Vizcarrondo, una nueva actitud en Puerto Rico a favor de la abolición y una represión más sostenida y rígida contra la trata en Cuba. En España los aires abolicionistas iban adquiriendo más fuerza. En 1863 se debate públicamente la abolición en la Sociedad Libre de Economía Política y en la Academia de Jurisprudencia y Legislación. En 1865 se aprueba la creación de la Sociedad Abolicionista Española. El primer efecto legislativo de esta presión pública es la ley de Represión y Castigo del tráfico negrero de 1867, y la reunión, en 1866, en Madrid de la Junta Informativa de Ultramar, cuyo fin era consultar a las colonias sobre la posibilidad de abolir la esclavitud. La oligarquía esclavista cubana se opuso a cualquier medida e inició la organización de juntas anti-abolicionistas en España; la puertorriqueña se mostró favorable a la abolición gradual y con indemnización.

En 1868 triunfa en España una revolución liberal que termina con el reinado de Isabel II. La Gloriosa, así se conoció la revolución, inspirada por fuerzas democráticas y una minoría cada vez más numerosa de republicanos, se declara abolicionista. Este mismo año de 1868, la Junta Superior Revolucionaria propone al Gobierno Provisional que “declare libres a todos los nacidos de madre esclava a partir del 17 de septiembre de 1868” (fecha del triunfo de la revolución). En Cuba, la indecisión del gobierno español sobre su futuro había llegado a un grado máximo de polarización; y a finales de 1868 estalla una rebelión independentista que da lugar a la denominada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Carlos Manuel Céspedes, encargado del gobierno provisional revolucionario cubano, proclama el 27 de diciembre de 1868 un Decreto sobre la esclavitud, que luego se reafirma a través del Decreto de extinción de la esclavitud y en la Constitución de Guáimaro.

En España, el reinado de Isabel II fue un constante forcejeo entre conservadores y liberales. Si en 1857 los liberales consiguen promulgar la Ley de Educación General (Ley Moyano), en 1866 la reacción conservadora busca anular las reformas expulsando a profesores de la universidad (San del Río, Salmerón, Giner, entre otros) y suprimiendo los Colegios de Magisterio. La crisis se agudiza en 1867 cuando Emilio Castelar y Nicolás Salmerón fueron expulsados de sus cátedras (Salmerón fue llevado a la cárcel). Ante esta situación tensa, los partidos Progresista y Demócrata se reúnen y llegan a un acuerdo en oposición al gobierno y a la Reina Isabel II. El 30 de julio se firma en Bruselas un acuerdo entre progresistas y demócratas (y podemos decir que también con los socialistas de Pi y Margall). En este estado de tensión muere el 5 de noviembre de 1867 O’Donnell y el 23 de de abril de 1868 Narváez, y con ellos el sostén político-militar de Isabel II.

Los sucesivos gobiernos de O’Donnell-Narváez-O’Donnell, habían ido enajenando a los diversos grupos políticos, unidos ahora en su oposición a Isabel II. La Revolución de 1868 presenta, nos dice Muñón de Lara, grandes contradicciones que establecen “una línea divisoria entre los de ‘aquí no ha pasado nada’ [el nuevo gobierno que emerge de la Revolución], que pretendía limitar la revolución a un cambio de gobierno, y los extensos sectores de las clases media, burguesía nacional, trabajadores de las ciudades y del campo, empeñados en librar batalla por la efectiva democratización del país” (269). Las elecciones de 1869 para Cortes Constitucionales muestran esta polarización. Aunque la mayoría sigue siendo todavía monárquica, en las ciudades triunfaron los republicanos. El nuevo rey, Amadeo de Saboya (1871-1873), aun cuando se mostró dispuesto a gobernar dentro del espíritu de la Revolución, no fue acogido por el pueblo y, tras la muerte del General Prim (asesinado en diciembre de 1870), tampoco contó con respaldo político, por lo que abdicó, dando lugar a la proclamación de la primera república española (1873-1874).

El discurso de Castelar responde a este contexto político. En 1870 tenía conciencia clara de las grandes diferencias que separaban a los participantes en la Revolución del 68:

El partido conservador quería la renovación de la Monarquía; el partido radical, la salud del pueblo; el partido conservador, la educación progresiva de las democracias; el partido radical, el advenimiento súbito de las democracias; el partido conservador, el derecho escrito; el partido radical, el derecho eterno; el partido conservador, la libertad, pero poniéndole ciertas limitaciones legales; el partido radical, la libertad, pero extendiéndola hasta los mismos límites a donde se extiende la naturaleza humana; el partido conservador, las reformas graduales; el partido radical, las reformas instantáneas. Fuerzas opuestas, enemigas, que creyeron haber firmado en la Constitución de 1869 un pacto, cuando sólo habían firmado una tregua, y que creyeron haber encontrado en la Revolución de 1868 un cauce donde mezclar sus corrientes, cuando sólo habían encontrado un nuevo campo de batalla donde medir sus fuerzas.”

En su discurso sobre la abolición, Castelar menciona las razones económicas, que para aquellas fechas claramente mostraban que la esclavitud de los negros era un freno para el progreso económico; se apoya también en la petición de los delegados puertorriqueños que solicitaban la abolición; pero ante todo su discurso se dirigía a los diversos partidos políticos buscando hacerlos co-participantes de su enmienda. Recordemos, sin embargo, que en el momento de votar, su enmienda no fue aceptada:

  • “Y si desciendo a cada grupo en particular, ¿qué quiere decir partido conservador? Quiere decir partido de estabilidad. ¿Y qué quiere decir estabilidad? Que no se funden las instituciones sobre arena, sino sobre sólidos cimientos, para que no las conmuevan ni el huracán, ni el terremoto. ¿Y cómo fundaréis vuestras instituciones en sólidos cimientos si admitís la abolición gradual? Al admitir ese principio, admitís la guerra servil. Partido conservador, en nombre del orden, en nombre de la estabilidad social, vota la abolición inmediata.

  • En cuanto al partido progresista, yo no puedo creer, no le hago la ofensa de creer que deje de votar mi enmienda. Es el partido que se ha dado a sí mismo el nombre del progreso indefinido; y ¿podréis marchar hacia adelante mientras tengáis al negro esclavo en vuestras colonias? Con esa carga sólo se va al retroceso y a la muerte.

  • ¿Y qué diré del partido democrático? Dudar un momento sería ofenderle. El señor Ministro de la Gobernación, que durante tanto tiempo ha sido su jefe, dedicó su primer discurso aquí a una cuestión política; lo dedicó a la emancipación de las Antillas. No me dirá que no, porque ya sabe que conozco y que he seguido toda su historia. Pues qué, ¿puede haber en las Antillas libertad, legalidad, justicia, derechos y emancipación para los blancos mientras existe la esclavitud de los negros? No; la palabra no puede resonar allí donde se oye la cadena: el pensamiento humano no puede vivir allí donde la libertad no existe.

  • De los republicanos no hablemos. Nosotros tenemos la honra de unir la gran causa de la emancipación de los negros a la nobilísima causa de la República.

 

4. Los hombres del 68: una posición ideológica

5. Ética y percepción económica en confrontación

6. El discurso como documento de una época

7. Castelar y su discurso

 [enlaces a la estatua.htm y honor.htm ( también al monumento)]

 

Bibliografía citada

  • Llorca, Carmen. Emilio Castelar, Discursos parlamentarios. Madrid: Marcea de Ediciones, 1973.

  • Martínez Carreras, José U. “España y la abolición de la esclavitud durante el siglo XIX”. Francisco Solano, coordinador. Estudios sobre la abolición de la esclavitud. Madrid: CSIC, 1986. pp. 167-179.

  • Mesa, Roberto. El colonialismo en la crisis del XIX español. Esclavitud y trabajo libre en Cuba. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1990.

  • Moreno García, Julia. “El abolicionismo en la política internacional del siglo XIX: la actitud de España.” Francisco Solano, coordinador. Estudios sobre la abolición de la esclavitud. Madrid: CSIC, 1986. pp. 147-165.

  • Muñón de Lara, Manuel. La España del siglo XIX. Vol. 1. Barcelona: Laia, 1981.

 

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

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