La abolición
de la esclavitud
y el mundo hispano
Reflexiones sobre el ensayo de Castelar
"La
abolición de la esclavitud":
dimensión polifacética de un texto
José Luis
Gómez-Martínez
La superación de la rigidez que nos imponía el discurso de la modernidad al
ejercicio académico de comentario de textos, no implica que éste se
convierta ahora en un saco sin fondo donde toda interpretación se
auto-justifique en nombre de la libertad y se fundamente únicamente en el
principio posmoderno de que toda interpretación es legítima. Desde una
perspectiva íntima del
“lector”,
es posible que toda interpretación sea válida, mas entonces se corre el
peligro de que sea válida únicamente para dicho lector. Pero cuando un
comentario de texto se articula para el consumo de otros lectores, desde
los presupuestos de un
discurso
antrópico, la labor no es tanto la de comunicar una opinión,
como la de exteriorizar los diferentes niveles de codificación mediante
los cuales se puede ir objetivando la lectura del texto en cuestión. El
propósito de este estudio es, precisamente, iniciar dicha aproximación a
la lectura del ensayo de
Emilio Castelar sobre la abolición de la esclavitud a
través de sus múltiples facetas interdisciplinarias: como discurso, como
literatura, como documento político, como posición ideológica, como
testimonio de una época, como confrontación entre principios éticos y
económicos, como símbolo de los intereses de partido y, sí, también
como expresión del forcejeo de un hombre con sus circunstancias, con sus
principios, con su imagen pública.
1.
Un discurso parlamentario
La
primera consideración que se impone ante el texto de Castelar es el de su
origen. Se trata de un discurso pronunciado en Madrid en el
Salón
de Sesiones del
Congreso de
Diputados. Es decir, el texto que hoy leemos corresponde a un
discurso hablado y, en el caso concreto de Castelar, a un discurso
preparado y presentado consciente de los principios formales de la
oratoria. José Antonio Hernández Guerrero, en su estudio
“Emilio
Castelar, orador”, señala las siguientes claves interpretativas
como fundamentales para la elaboración de un juicio crítico sobre la
oratoria de Castelar:
- “Primero:
la
oratoria es el arte de la palabra articulada y, por lo tanto, exige el
dominio de los diferentes procedimientos lingüísticos -los fónicos,
los gramaticales y los léxicos- y, sobre todo, destreza para emplear
los recursos literarios. [...]
- “Segundo:
la oratoria no es sólo el empleo de la palabra, sino la utilización
del lenguaje del cuerpo entero. Los significantes, los portadores de
significados son, además de los sonidos articulados, la figura
corporal, la imagen física del orador, las expresiones de su rostro,
los gestos de sus brazos y de sus manos, y los movimientos del cuerpo
entero. [...]
- “En
Tercer lugar: la oratoria participa del arte musical. [...] Se debería
estudiar la amplitud –soberbia- de la prosa de Castelar, su
flexibilidad, su movimiento y, sobre todo, el ritmo musical. [...]
- “En
cuarto lugar, hemos de aceptar que la oratoria no está constituida sólo
por un discurso correcto y bello, sino, sobre todo, por un mensaje
eficaz: la oratoria es el arte del lenguaje persuasivo, el que hace
cambiar de pensamiento, de actitudes o de conductas. [...]
- “Y
en quinto lugar, hemos de reconocer que la oratoria no sólo transmite
ideas, sino que, además, estimula sensaciones, promueve sentimientos
y alienta emociones.”
Se
trata también de un discurso largo que en forma impresa se ha difundido
preferentemente en una
versión
breve de apenas dos páginas, cuando la
versión
completa contaba con más de veinte páginas. Hoy, por supuesto, sólo
poseemos la versión escrita y numerosas acotaciones que marcan cuando el
discurso fue interrumpido con aplausos. Poseemos también el testimonio de
sus contemporáneos que recuerdan, como Pedro Antonio de Alarcón, el
impacto de su oratoria. Las palabras de Alarcón son especialmente
significativas, pues partiendo de una posición ideológica encontrada, se
reconoce impotente ante la fuerza de una oratoria mediante la cual –dice
dirigiéndose a Castelar— “suspendes el ánimo del auditorio, te
apoderas de su razón y de sus sentidos, mago, magnetizador o poeta iluminado,
y les obligas a pensar, a sentir, a desear lo que tú piensas, lo que tú
sientes, lo que tú deseas [... ante Castelar orador, yo] aplaudiría y
lloraría como todo el mundo y le daría la razón, aunque negase la luz
del día” (Llorca 32). De aquí el éxito de sus discursos y su impacto
como modelador de la opinión pública, pero también el hecho de que en
el momento de votar prevalecieran los intereses políticos. Así sucedió
con este discurso, “La abolición de la esclavitud”, que fue un éxito
como discurso y que sirvió para modelar la opinión pública y que
eventualmente triunfaran los partidarios de la abolición; pero en el caso
concreto de
la enmienda que defendía,
ésta fue derrotada: un discurso magistral que fracasa en la decisión política
del voto.
Como
discurso, se trata, pues, de un texto oral que se propone persuadir.
Antonio de Gracia Mainé ha estudiado detenidamente en
“La
persuasión en el discurso de Emilio Castelar”, los recursos
oratorios y su disposición en el texto para conseguir el efecto
persuasivo deseado. Pero la misma exteriorización de la persuasión es
marcadamente diferente en un medio hablado que en un texto escrito. En el
escrito falta la armonía de la palabra pronunciada por el orador, faltan
sus gestos, sus pausas, los silencios, las reacciones del auditorio en
aprobación o desaprobación. También el periodo de tensión es
diferente. Un buen orador, como según los testimonios lo era Castelar,
puede mantener al auditorio (recordemos también que nos referimos al
siglo XIX), en ese estado de tensión, de comunión emocional, por las
casi dos horas que duraría su discurso. Insistimos que no se trata sólo
del contenido, la presencia del orador, su voz, el auditorio, el lugar físico
en que tiene lugar, las expectativas generadas por el contexto socio-político,
son todos elementos esenciales del discurso declamado. En el texto escrito
sólo contamos con la codificación de un contenido a través de una serie
de significantes (la palabra escrita) despojados de multitud de
significados (por ejemplo, la carga emocional con que la pronuncia el
orador, o la pausa que la sigue o precede). La lectura se efectúa también
en el seno de contextos individuales. Por ello mismo, llevar el texto
declamado al medio escrito, implica ya un intento de traducción:
la
versión breve del ensayo busca aproximarse a la recreación del
efecto emotivo del discurso;
la
versión completa da preferencia al contenido, se dirige al
intelecto.
2. Un texto literario
No vamos a entrar aquí en los
debates posmodernos de las décadas de los años ochenta y noventa, que
justamente desmitificaron el contexto elitista que asignaba la categoría
de literarios a unos textos a la vez que se la negaba a otros.
Potencialmente todo texto puede ser “literario” desde la perspectiva del
lector. Sin embargo, no todo texto fue concebido con unos objetivos “literarios”.
Pero este término de “literario” ha ido perdiendo en los últimos tiempos
su valor denotativo, por lo que necesitamos reformularlo. De modo
sucinto, decimos que un texto es literario cuando posee
voluntad de estilo.
Es decir, cuando uno de los objetivos del autor fue producir una obra
artística. Y con el concepto de “artístico” hacemos referencia a que las
palabras se seleccionaron teniendo en cuenta, entre otros aspectos, su
valor rítmico, su sonoridad, su departir del significado literal (o sea,
del sentido ya lexicalizado de las palabras).
Una vez establecido lo
precedente, y antes de considerar el ensayo de Castelar, conviene
regresar al concepto dinámico de “obra de arte”. Aun cuando se asocia
con el siglo XVIII los intentos de fijar con precisión qué era y no era
artístico, en realidad cada época ha establecido y se ha gobernado según
ciertos principios que conferían a la producción humana la categoría de
obra artística. El último tercio del siglo XIX no es excepción. Castelar
sigue en su producción escrita la estética krausista, influida ya en la
década de los años setenta por las corrientes positivistas. Este ensayo,
“la abolición de la esclavitud”, tiene como contexto literario el debate
entre los que defienden “un arte comprometido” y los que respaldan el
“arte por el arte”. Castelar opta por
la
fórmula de los krausistas españoles, para quienes el valor
artístico de una obra es tanto más elevado cuanto con más precisión se
consigue la armonía entre la verdad y la belleza. Pero regresemos de
nuevo al texto.
Guiado en parte por el tema a
tratar, pero también por el uso de un formato connatural en él, Castelar
ajusta su texto a las estructuras precisas de uno de los géneros
literarios. Sigue la perceptiva de lo que la retórica tradicional
clasifica de género reflexivo y lo que en su desarrollo histórico
denominamos
ensayo.
El texto de Castelar transciende, en efecto, los objetivos limitados que
podía tener en cuanto defensa de una enmienda concreta, durante una
sesión de la Cámara de Diputados. En la versión impresa en el periódico
el 20 de junio de 1870 (la
versión breve
que ahora consideramos), Castelar recurre a la retórica del ensayo para
reflexionar sobre un tema cadente en su época y proyectarlo en sentido
universal como tema de trascendencia humana. Por ello su ensayo sigue
siendo actual, por ello sus reflexiones son fácilmente trasladadas por
el lector a nuevos campos y nuevas dimensiones en las cuales persiste la
esclavitud.
El texto de este ensayo de
Castelar era en su época, ante todo, un tema actual. Pero lo anecdótico
se encuentra en función de lo reflexivo. Son pocas las referencias
limitadas al contexto de su época, aunque para sus lectores coetáneos,
como señalaremos al tratar el contenido, fueran lo suficientemente
explícitas. Consideremos por un momento el título del ensayo: “La
abolición de la esclavitud”. Se trata de un título en el que palpita una
preocupación divisiva en la España de 1870. La abolición de la
esclavitud se discutía en los periódicos y en la plaza pública con la
misma intensidad con que se debatía en la Cámara de Diputados y con que
la comunidad internacional exigía que España optara por la abolición.
Pero al mismo tiempo es un título que transciende cualquier época y
espacio. Es un título que en última instancia refiere a la condición
humana y a su constante lucha en pro de los derechos humanos. Se trata,
pues, de un título explícito para su momento y a la vez con un valor
perenne que lo transciende.
Central a su condición de
ensayo es el modo de tratar el tema de la esclavitud: no pretende ser
exhaustivo, injerta el yo subjetivo del autor, busca que sus palabras
inciten a una reflexión que a su vez establezca un puente de diálogo.
Castelar, en efecto, no apoya la enmienda con datos estadísticos, ni
ordena sus reflexiones a través de categorías que parcelen la
institución de la esclavitud, ni busca establecer un marco íntegro del
problema. Sabía que la institución de la esclavitud se relacionaba
directamente con la percepción de un beneficio económico y que se
mantenía principalmente por presiones también económicas. Por ello
recurre a fuerzas superiores: a la conciencia humana. El objetivo de su
ensayo es apelar por igual al intelecto (mediante la defensa de la
dignidad humana), a la fuerza política de la Iglesia en la España de su
tiempo (recordando la obligación cristiana de los sacerdotes-diputados),
y a la sensibilidad humana (mencionando ejemplos brutales que reclaman
la compasión de los presentes). Busca el diálogo y para conseguirlo nada
mejor que injertar su yo personal como intelectual que busca instigar (“Yo
no disputaré si el cristianismo abolió o no la esclavitud”). Pero
Castelar persigue, además, el compromiso personal de los diputados y
para conseguirlo incluye la confesión íntima de sus ideas, para forzar
así también que los presentes lo interioricen: “yo no participo de toda
la fe, de todas las creencias, de todas las ideas que tienen los
sacerdotes de esta Cámara. Sin embargo, si yo fuera sacerdote…” En este
sentido también su provocadora afirmación de que el cristianismo “es la
religión del esclavo”.
Mas el valor literario del
texto no proviene, aunque ése sea el primer paso, del uso experto de la
perceptiva del ensayo. Emana del artificio de las palabras y de la
estructura artística del texto. Castelar hace uso constante de un
lenguaje metafórico. En algunos casos a
través de metáforas ya semilexicalizadas (“corazones de piedra”, “muerde
las carnes”…), en otros con metáforas que poseen todavía la frescura de
la novedad (“ataúd flotante”, “fuente cenagosa”…). Entre las numerosas
funciones de la metáfora, parece apropiado destacar tres centrales en el
contexto de este ensayo de Castelar: a) su papel artístico; b) el
vigorizar su significado, cuando a través de diversos niveles de
contextualización se llega a una acepción “literal” del término
metafórico; c) la ambigüedad que la metáfora otorga al significante al
permitir que éste transcienda el espacio y el tiempo y acceda a nuevos
niveles de contextualización que admiten reubicar el valor metafórico en
temas actuales para el lector.
Regresemos a las metáforas
antes mencionadas. Castelar precisa el sustantivo “la trata” usando dos
términos contradictorios según su acepción literal (o sea, lexicalizada):
“fuente” y “cenagosa”. El primer término, el sustantivo, denota origen,
fluidez, movimiento, todos ellos conceptos positivos en el contexto de
nuestra cultura. El segundo término, el adjetivo, entraña los
significados negativos de pútrido, turbio, estancado. A la riqueza de
significados que da lugar la oposición de ambos términos en el nivel
conceptual lexicalizado, se le añade el sentido controvertido que
concede a la frase que lo contiene: la trata da lugar a la esclavitud.
En realidad, tanto la problemática que se discutía como el origen, eran
de orden ideológico y político. Castelar traslada el debate, mediante el
uso de esta metáfora, al campo menos personal, más distante, del “negrero”
y de la institución de la “trata”. El
argumento ideológico-político queda así contaminado. Lo que permanece es
la metáfora “fuente cenagosa”. El hecho de que fuera erróneamente
atribuída al “negrero”, afectaba de forma más contundente a los motivos
no mencionados, pero que realmente impedían la abolición de la
esclavitud: los económicos.
Igualmente, la fuerza de la
metáfora “fuente cenagosa” independiza los distintos sintagmas de la
frase. Yo, como lector del siglo XXI y a más de cien años de la
“abolición” de la esclavitud, encuentro que el valor metafórico se puede
aplicar también al último sintagma de la frase: “la trata”. O sea, “la
trata” como acción de tratar, acción de mercado, como la institución de
la “deuda externa” de los países subdesarrollados; y en base a esta
metáfora hacer una nueva lectura, pertinente a mi contexto, del ensayo
de Castelar.
Entre las funciones de la
metáfora, como mencionamos anteriormente, destaca el intento de
vigorizar el significado; se busca huir de la frase hecha que se repite
como plegaria memorizada, pero que está vacía de sentido. Tal es el
valor, por ejemplo, de la metáfora “ataúd flotante” con que se reitera
el significado literal de “horroroso barco”. La misma yuxtaposición de
ambos términos, “horroso barco, ataúd flotante de gentes vivas”, resalta
lo que aquí pretendemos destacar. “Horroroso barco”, como frase hecha,
carece de fuerza. Se refiere tanto a los horrores de la esclavitud, como
a una posible disposición estrafalaria del barco o incluso a un color
que repele. “Ataúd flotante” posee la fuerza de lo nuevo, la insólita
asociación –ataúd que flota–. Además, lleva también consigo un nuevo
nivel de significación literal que nos regresa a los barcos negreros, es
decir, un
barco de horror. He aquí una de
las dimensiones del valor artístico de un texto: su polifonía.
3.
El discurso como posición política
El discurso que Emilio
Castelar pronunció ante la Cámara de Diputados, e incluso la versión
breve que se difundió en el periódico, es, ante todo, un texto político,
que a través del tema de la esclavitud, muestra las fuerzas que
controlaban el gobierno en la España de mediados del siglo XIX. En
realidad, la persistencia de la esclavitud en los dominios españoles era
un síntoma más de las causas de su atraso.
Más allá de las
consideraciones humanitarias, no es casual que fuera Inglaterra la
primera nación europea en abolir la esclavitud. Pues la esclavitud,
según se practicaba a finales del siglo XVIII, era una institución que
representaba los valores y necesidades de una sociedad agrícola que se
extinguía, y que por lo mismo constituía un freno para el desarrollo
industrial. La explosión industrial que se estaba gestando en Inglaterra,
requería ahora de trabajadores libres, cada vez más preparados para el
trabajo en las factorías (de ahí el inicio de la educación pública), y
con bienes propios para ser también consumidores de dichos productos
industriales. Tanto en España como en la América latina, predominaba un
concepto medieval de producción agrícola. Castelar es preciso en este
aspecto, que destaca con datos en la versión completa de su discurso:
“Además ha demostrado la estadística que a medida
que ha desaparecido la esclavitud en Puerto Rico ha aumentado la
riqueza. ¿Cuánto era el comercio de la isla de Puerto Rico en 1834? Era
de siete millones de pesos fuertes. ¿Y cuánto era el comercio de Puerto
Rico en 1860? Era de trece millones de pesos fuertes. La esclavitud
había disminuido, la riqueza se había aumentado; luego la riqueza va en
proporción inversa de la esclavitud.” Más adelante regresaremos sobre el
debate económico.
En el frente diplomático, el siglo
XIX europeo se inicia con una fuerte campaña que busca la abolición de
la trata primero y luego de la esclavitud misma. En 1815, apenas
terminado el conflicto napoleónico, las potencias europeas firman una
declaración mediante la cual buscan la abolición de la trata de negros.
España es presionada para incluirse entre los países firmantes (Austria,
España, Francia, Gran Bretaña, Noruega, Portugal, Prusia y Suecia). Pero
este primer documento tenía una provisión que en la práctica no
comprometía a nadie, pues añadía que esta “Declaración no debe influir
en el término que cada Potencia participante juzgue conveniente fijar
para la extinción definitiva del comercio de negros” (Mesa 135).
Inglaterra sigue presionando a España. De nuevo en 1817, España firma un
tratado internacional por el cual se comprometía a suprimir la trata en
un plazo de tres años (la Real Orden del 19 de diciembre de 1817 prohíbe
a los españoles “ir a comprar negros a la costa de África” (Mesa 139).
De nuevo el 28 de junio de 1835 se firma en Madrid un tratado con Gran
Bretaña para la abolición de la trata de negros. Pero no se imponen
penas para los infractores hasta la ley del 2 de mayo de 1845, aunque
luego no se apliquen. Sólo en 1867, a través de la ley del 17 de mayo,
“se establecen [y se aplican con rigor] normas para la represión y
castigo del tráfico de negros” (Mesa 141).
La presión inicial de Inglaterra
adquiere pronto una adicional motivación política que se prolonga hasta
la guerra civil en Estados Unidos en la década de los años sesenta. En
efecto, los debates políticos sobre la abolición de la trata se ven en
Cuba como una amenaza a los privilegios de una minoría colonialista. Por
ello surge, sobre todo a partir de la década de los años cuarenta, un
movimiento entre la oligarquía esclavista cubana, que proponía la
anexión con Estados Unidos. Inglaterra, que temía perder su predominio
en el Caribe, se opone a la anexión. Se establece así una difícil
situación diplomática que de algún modo prolonga también el proceso de
liberación. Moreno parcela la evolución político-diplomática en seis
fases:
-
Hasta
1815 se realiza un primer planteamiento [así podríamos
interpretar las Cortes de Cádiz]
-
La
esclavitud y la coyuntura internacional: 1815-1835.
-
La
presión de la oligarquía esclavista cubana impide la aplicación
de los tratados abolicionistas: 1835-1862.
-
El
abolicionismo español: disminución de la trata en Cuba y
abolición en Puerto Rico: 1862-1873.
-
Extinción de la trata y de la esclavitud: 1873-1886.
-
Hacia
una revisión de los tratados internacionales: Berlín (1885) y
Bruselas (1890).
En nuestro contexto del discurso de
Castelar, y de acuerdo con Martínez Carreras, podemos resumir dichas
etapas en tres: una fase diplomática (1811-1860); el despliegue de la
acción abolicionista (1860-1870); y el proceso legislativo hasta la
abolición (1870-1886). En realidad, en la década de los años sesenta
convergen los sucesos externos con la situación española y la
problemática de la esclavitud adquiere, por vez primera, un matiz
español, ajeno ahora a presiones o intereses foráneos. Entre los sucesos
externos que marcan el inicio de una nueva época destaca la guerra civil
en Estados Unidos (1861-1865). Aunque ante todo era un conflicto entre
dos formas de interpretar el futuro, en la percepción pública se
manifiesta como una lucha contra la esclavitud, que en 1862 produce el
decreto de Lincoln sobre la emancipación
y en 1865 la
abolición de la esclavitud en Estados
Unidos. Más próximo a España se encuentra la actividad pro
abolicionista del puertorriqueño Julio Vizcarrondo, una nueva actitud en
Puerto Rico a favor de la abolición y una represión más sostenida y
rígida contra la trata en Cuba. En España los aires abolicionistas iban
adquiriendo más fuerza. En 1863 se debate públicamente la abolición en
la Sociedad Libre de Economía Política y en la Academia de
Jurisprudencia y Legislación. En 1865 se aprueba la creación de la
Sociedad Abolicionista Española. El
primer efecto legislativo de esta presión pública es la ley de Represión
y Castigo del tráfico negrero de 1867, y la reunión, en 1866, en Madrid
de la Junta Informativa de Ultramar, cuyo fin era consultar a las
colonias sobre la posibilidad de abolir la esclavitud. La oligarquía
esclavista cubana se opuso a cualquier medida e inició la organización
de juntas anti-abolicionistas en España; la puertorriqueña se mostró
favorable a la abolición gradual y con indemnización.
En 1868 triunfa en España una
revolución liberal que termina con el reinado de Isabel II. La Gloriosa,
así se conoció la revolución, inspirada por fuerzas democráticas y una
minoría cada vez más numerosa de republicanos, se declara abolicionista.
Este mismo año de 1868, la Junta Superior Revolucionaria propone al
Gobierno Provisional que “declare libres a todos los nacidos de madre
esclava a partir del 17 de septiembre de 1868” (fecha del triunfo de la
revolución). En Cuba, la indecisión del gobierno español sobre su futuro
había llegado a un grado máximo de polarización; y a finales de 1868
estalla una rebelión independentista que da lugar a la denominada Guerra
de los Diez Años (1868-1878). Carlos Manuel Céspedes, encargado del
gobierno provisional revolucionario cubano, proclama el 27 de diciembre
de 1868 un
Decreto sobre la esclavitud,
que luego se reafirma a través del
Decreto de
extinción de la esclavitud y en la
Constitución de Guáimaro.
En España, el reinado de Isabel II
fue un constante forcejeo entre conservadores y liberales. Si en 1857
los liberales consiguen promulgar la Ley de Educación General (Ley
Moyano), en 1866 la reacción conservadora busca anular las reformas
expulsando a profesores de la universidad (San del Río, Salmerón, Giner,
entre otros) y suprimiendo los Colegios de Magisterio. La crisis se
agudiza en 1867 cuando Emilio Castelar y Nicolás Salmerón fueron
expulsados de sus cátedras (Salmerón fue llevado a la cárcel). Ante esta
situación tensa, los partidos Progresista y Demócrata se reúnen y llegan
a un acuerdo en oposición al gobierno y a la Reina Isabel II. El 30 de
julio se firma en Bruselas un acuerdo entre progresistas y demócratas (y
podemos decir que también con los socialistas de Pi y Margall). En este
estado de tensión muere el 5 de noviembre de 1867 O’Donnell y el 23 de
de abril de 1868 Narváez, y con ellos el sostén político-militar de
Isabel II.
Los sucesivos gobiernos de
O’Donnell-Narváez-O’Donnell, habían ido enajenando a los diversos grupos
políticos, unidos ahora en su oposición a Isabel II. La Revolución de
1868 presenta, nos dice Muñón de Lara, grandes contradicciones que
establecen “una línea divisoria entre los de ‘aquí no ha pasado nada’
[el nuevo gobierno que emerge de la Revolución], que pretendía limitar
la revolución a un cambio de gobierno, y los extensos sectores de las
clases media, burguesía nacional, trabajadores de las ciudades y del
campo, empeñados en librar batalla por la efectiva democratización del
país” (269). Las elecciones de 1869 para Cortes Constitucionales
muestran esta polarización. Aunque la mayoría sigue siendo todavía
monárquica, en las ciudades triunfaron los republicanos. El nuevo rey,
Amadeo de Saboya (1871-1873), aun cuando se mostró dispuesto a gobernar
dentro del espíritu de la Revolución, no fue acogido por el pueblo y,
tras la muerte del General Prim (asesinado en diciembre de 1870),
tampoco contó con respaldo político, por lo que abdicó, dando lugar a la
proclamación de la primera república española (1873-1874).
El discurso de Castelar responde a
este contexto político. En 1870 tenía conciencia clara de las grandes
diferencias que separaban a los participantes en la Revolución del 68:
“El
partido conservador quería la renovación de la Monarquía; el
partido radical, la salud del pueblo; el partido conservador, la
educación progresiva de las democracias; el partido radical, el
advenimiento súbito de las democracias; el partido conservador,
el derecho escrito; el partido radical, el derecho eterno; el
partido conservador, la libertad, pero poniéndole ciertas
limitaciones legales; el partido radical, la libertad, pero
extendiéndola hasta los mismos límites a donde se extiende la
naturaleza humana; el partido conservador, las reformas
graduales; el partido radical, las reformas instantáneas.
Fuerzas opuestas, enemigas, que creyeron haber firmado en la
Constitución de 1869 un pacto, cuando sólo habían firmado una
tregua, y que creyeron haber encontrado en la Revolución de 1868
un cauce donde mezclar sus corrientes, cuando sólo habían
encontrado un nuevo campo de batalla donde medir sus fuerzas.”
En su discurso sobre la abolición,
Castelar menciona las razones económicas, que para aquellas fechas
claramente mostraban que la esclavitud de los negros era un freno para
el progreso económico; se apoya también en la petición de los delegados
puertorriqueños que solicitaban la abolición; pero ante todo su discurso
se dirigía a los diversos partidos políticos buscando hacerlos co-participantes
de su
enmienda. Recordemos, sin
embargo, que en el momento de votar, su enmienda no fue aceptada:
-
“Y si desciendo a cada
grupo en particular, ¿qué quiere decir partido conservador?
Quiere decir partido de estabilidad. ¿Y qué quiere decir
estabilidad? Que no se funden las instituciones sobre arena,
sino sobre sólidos cimientos, para que no las conmuevan ni el
huracán, ni el terremoto. ¿Y cómo fundaréis vuestras
instituciones en sólidos cimientos si admitís la abolición
gradual? Al admitir ese principio, admitís la guerra servil.
Partido conservador, en nombre del orden, en nombre de la
estabilidad social, vota la abolición inmediata.
-
En cuanto al partido
progresista, yo no puedo creer, no le hago la ofensa de creer
que deje de votar mi enmienda. Es el partido que se ha dado a sí
mismo el nombre del progreso indefinido; y ¿podréis marchar
hacia adelante mientras tengáis al negro esclavo en vuestras
colonias? Con esa carga sólo se va al retroceso y a la muerte.
-
¿Y qué diré del partido
democrático? Dudar un momento sería ofenderle. El señor Ministro
de la Gobernación, que durante tanto tiempo ha sido su jefe,
dedicó su primer discurso aquí a una cuestión política; lo
dedicó a la emancipación de las Antillas. No me dirá que no,
porque ya sabe que conozco y que he seguido toda su historia.
Pues qué, ¿puede haber en las Antillas libertad, legalidad,
justicia, derechos y emancipación para los blancos mientras
existe la esclavitud de los negros? No; la palabra no puede
resonar allí donde se oye la cadena: el pensamiento humano no
puede vivir allí donde la libertad no existe.
-
De los republicanos no
hablemos. Nosotros tenemos la honra de unir la gran causa de la
emancipación de los negros a la nobilísima causa de la
República.
4.
Los hombres del 68: una posición ideológica
5.
Ética y percepción económica en confrontación
6.
El discurso como documento de una época
7. Castelar
y su discurso
[enlaces a la estatua.htm y honor.htm ( también al monumento)]
Bibliografía citada
-
Llorca,
Carmen. Emilio Castelar, Discursos parlamentarios. Madrid: Marcea
de Ediciones, 1973.
-
Martínez Carreras, José U. “España y la abolición de la esclavitud
durante el siglo XIX”. Francisco Solano,
coordinador. Estudios sobre la abolición de la esclavitud.
Madrid: CSIC, 1986. pp. 167-179.
-
Mesa, Roberto. El colonialismo en la crisis del XIX español.
Esclavitud y trabajo libre en Cuba. Madrid: Ediciones de
Cultura Hispánica, 1990.
-
Moreno García, Julia. “El abolicionismo en la política internacional
del siglo XIX: la actitud de España.” Francisco Solano, coordinador.
Estudios sobre la abolición de la esclavitud. Madrid: CSIC,
1986. pp. 147-165.
-
Muñón de Lara, Manuel. La España del siglo XIX. Vol. 1.
Barcelona: Laia, 1981.
© José Luis Gómez-Martínez
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