Francisco Cascales |
Epístola Primera (Libro III) A
Doña Antonia Valero de Eslava Mándame v. m., señora doña Antonia, como tan deseosa de sacar su hija espejo de mujeres, en quien se vean las partes y costumbres cuales se requieren en la doncella que ha de ser casada, que tome a mi cargo esta empresa. Muchas causas tengo de rehusarla: la primera, ser mi señora doña Antonia Caxa de Miota hija de v. m. y del señor licenciado Antonio de Miota, que con esto es fuerza presuman su bondad y virtud los que no la conocen, y la prediquen y alaben los que tienen noticia de sus costumbres. La segunda, que cuando hubiera necesidad de documentos, el señor licenciado, como padre y como tan docto, debiera hacer esto, y lo hiciera por excelencia. Las demás causas dejo, porque al fin he de obedecer mandándomelo v. m., y porque quedaré yo muy glorioso de haber hecho este servicio al señor licenciado, con quien yo me honro tanto. Pero será esto, no poniendo los ojos en mi señora doña Antonia Caxa, que su merced es ejemplo de doncellas, sino tomando este asunto en general, y enseñando a la doncella que ha de ser casada cómo se ha de prevenir para este estado y gobernar en él. El primero y más principal documento es que sea buena cristiana; y ésta es la basa fundamental, así de éste como de todos los demás estados. Si la doncella es más hermosa que el sol, y trae en dote el Potosí, y si es más dulce y agradable que las sirenas, no lleva nada si no lleva buen alma. Ejercítese en actos de caridad, sea muy devota, sea muy aficionada a los pobres; que tiene Dios en ellos puestos los ojos, y recibe a su cuenta lo que a ellos se les da; hágase a los ayunos que manda la Iglesia; ame las práticas y sermones y aprovéchese de ellos; tenga sus horas diputadas para rezar, y no sea escrupulosa ni libre, que el medio en muchas cosas es aprobado; frecuente la confesión, frecuente las devociones, y todo esto bajo la obediencia de sus padres; que a pesar de ellos, la doncella, aun a cosas de virtud, no ha de salir de los lumbrales de su casa, ni pasarle por el pensamiento. De esta manera concupiscet rex decorem ejus; de esta manera cobrará opinión su virtud. Y aunque dijo el satírico: Probitas laudatur et alget, lo cierto es que Dios nunca falta a los suyos, y que los pone en las alas de la fama, para que todos tengan noticia de las virtuosas y santas doncellas, y de todos sean, como margaritas preciosas, apetecidas y buscadas. Con elegancia lo dijo el insigne poeta Pontano en aquellos versos del Pégaso:
Esté, demás de esto. bien ocupada la doncella. ¡Oh qué buen documento! Mientras está ocupada la mujer, doncella o casada, no se acuerda de los gustos y deleites humanos; que éstos llevan los pensamientos tras sí y las anegan en las turbias aguas de la torpeza. ¡Qué bien decía Architas Tarentino que en el reino del deleite no podía estar ni vivir la virtud! Antes, si la doncella se divierte a pretensiones de casada, el ejercicio corporal que lleva entre manos la hace olvidar y la enajena de aquella imaginación, que si bien no es torpe, pues va dirigida al matrimonio, ese cuidado no ha de ser suyo, sino de sus padres. y principalmente de Dios, cui omnia vivunt. La aguja y la rueca son las armas de la mujer, y tan fuertes, que armada con ellas resistirá al enemigo más orgulloso de quien fuere tentada. La labor, la ocupación apaga los ardores de la concupiscencia. Bien lo advierte Terencio en el Andria:
"Al principio esta mujer vivía una vida templada y con clausura, sustentándose de la lana y de la tela, de hilar y tejer; mas así como abrió la puerta a mancebos enamorados, que le prometían y daban (como, en efecto, el engenio humano se deja llevar fácilmente del trabajo al ocio y deleite), rindióse al vicio." La doncella honesta siga y espere la voluntad del padre; que cuando no llegue a ser casada, más perfecto es el estado de la virgen; y si lo fuere, dé primero a entender que sale de casa de sus padres violentada. Y acuérdese del uso de los Romanos en el matrimonio, que cuando llegaba la desposada a casa del marido, rehusaba el salir hasta que la arrebataban, y por fuerza la entraban en el coche sin tocar sus pies en los umbrales. Y de este uso da Plutarco dos causas: la una, porque van de mala gana donde han de perder la flor virginal; la otra, porque dan a entender que no hubieran salido de sus casas, ni dejado a sus padres si no fueran forzadas. An eo invitae ingredi videri volunt, ubi pudicitiam sunt amissurae? an quod potius signum est, ipsam non sua sponte domum exituram, nec suos relicturam fuisse, nisi cogeretur, quemadmodum vi coacta ingressa esset? El mismo Plutarco dice que en Beocia llevan a la desposada en un coche, y que en llegando a la casa del marido, queman el eje, significando que ha de quedar allí sin esperanza de volver: Tamquam eo sublato, quod eam asportaturum fuerat. Faltando el coche en que había de volver. Notable es también lo que dice San Isidoro, en sus Etimologias, declarando la de uxor, que quiere decir "casada": Uxores vocatae quasi unxiores. Moris enim erat antiquitus, ut nubentes puellae simul venirent ad limen mariti, et postes, antequam ingrederentur, ornarentur laneis vittis, et oleo ungerentur: "Era, dice, costumbre antigua que las desposadas viniesen con sus maridos a su casa, y que encima de la puerta se colgasen unas vendas de lana untadas con aceite," y por aquella unción se decían uxores. Pero la significación de aquellos vellones de lana era, que de allí adelante su ocupación había de ser el lanificio, de que tanto se preció Aragne, y tanto Minerva, y no menos deben preciarse todas las buenas casadas. Dame la mujer ociosa, te la daré perdida. El áncora firme y segura de la castidad es la ocupación; ésta divierte los malos pensamientos, ésta es una puerta cerrada a todos los vicios. El amor, poderoso dueño de las almas (como se ve y prueba con ejemplos de no pocos santos, cuanto más de gente viciosa), no tiene fuerza contra los ocupados. Otia si tollas, periere Cupidinis arcus. Como dice Luciano, en el diálogo de Venus y Cupido: Amor numquam aditum ad Minervam, aut Musas habere potat, quia hae semper occupatae, illa gravi fronte animoque in expugnabili est: "EI amor, dice, no tiene entrada, ni a Minerva, ni a las Musas, porque éstas están siempre ocupadas, y aquélla tiene rostro grave y zahareño y inexpugnable." Y esta ocupación no sólo ha de ser de la aguja empleada en la costura de camisas, en la vainilla, deshilados, cortados, labores, plumajes, bordados, redes, tocas, garbines y otros aderezos; pero también en algunos géneros de guisados, así ordinarios como extraordinarios, para el día (que se ofrecen algunas ocasiones de éstas) de fiesta, de convite, de enfermedades, en que son servidos los enfermos con varios sainetes y regalos; en fin, cosas pertenecientes a la obligación de casados. Que no es razón vaya la doncella a poder de su marido, ignorante y bozal en las cosas de su familia. Ya imagino casada a mi señora doña Antonia Caxa, y con estas partes que hemos dicho y otras superiores. Agora el amor debido a su esposo la haga una misma cosa con él: estímele, ámele, agrádele. Si tuviere algunas imperfecciones, súplaselas con su discreción; si fuere iracundo, si algo duro, si algo intratable, lleve con paciencia aquel rigor, guste de su humor, parézcale bien aquella extrañeza, y verá en qué pocos días le vence, le trae a la mano, y hace dél cuanto quiera. "No hay cosa tan dura que con el tiempo no se ablande": Nil adeo durum est, quod non mitescere possit. En fin, con estos medios vendrá a unirse con él, de manera que no se halle el uno sin el otro, y que estén contentos en casa, fuera de ella, en la ciudad, en la granja, en España, en la India y en el postrero rincón del mundo. Eso mismo, por otro lenguaje, dijo Marcial a su amigo Manio, lib. X, epigrama XX:
El casamiento es, o cielo o infierno. Si el marido y la mujer se conforman, es cielo; y si viven discordes, infierno. Manden a la memoria los casados estas décimas, que hizo un buen marido a su mujer, contentos en el estado:
Y si, como dije primero, hallare la nueva esposa en su marido algunos resabios de la vida soltera, acuérdese de lo que dice Séneca el trágico de su Hércules furioso en persona de Juno:
Si le diere algunas ocasiones de celos, no se dé por entendida la honesta casada, ni dé lugar que presuma su marido que tal sabe; y si a los ojos de ella se ofreciere el testimonio de su mala andanza, represéntele la ofensa que hace a Dios con la grave torpeza, y a la gente con el mal ejemplo; y con honestas y piadosas razones le procure apartar, sin voces y alborotos, sino en secreto y a solas. Y cuando de esta manera no pueda reducirle, encomiéndele a Dios, rezando y pidiendo a Dios con lágrimas le traiga a su servicio, y verá de esta manera una gran mudanza y reformación de costumbres; que Dios en un momento obra tan fuertemente en un alma, que de pedernal y bronce la vuelve derretida cera. Y le verá tan trocado, que no sepa cómo regalar a su esposa, cómo contentarla, cómo unirse con ella sin miedo de enajenarse para siempre de ella, ni recelarse de ella, todo ocupado en amarla y corresponderla. Y se entristecerá de verla triste, de oírle sus suspiros, y confiará en ella presente y ausente; en la guerra estará sin ella, y estará como con ella seguro. ¡Qué bien pintó este pensamiento Stacio Papinio, en el libro III de las Silvas, hablando con Claudia, su mujer!
Léase toda la carta; que toda es un retrato de perfectos casados. ¡Oh, dirá alguno que en este tiempo tan disoluto pone grima tratar de casamiento la mujer, cuando los hombres viven tan desenfrenadamente! Por esa misma causa conviene dar estado a la mujer, y quitarla de las ocasiones, no sólo de vecinos conocidos, pero [de] la comunicación de parientes; pues, como dice Ovidio: Non hospes ab hospite tutus. La mujer con el abrigo del marido, el marido con la paz y conformidad de la mujer, no tienen que buscar pan de trastrigo; pueden vivir sosegados y contentos, como los del tiempo de Saturno, cuando los hombres habitaban en las frías espeluncas, y ésas eran sus casas, y su fuego y chimenea; y cuando el ganado y sus dueños se recostaban a una misma sombra; y cuando la montañesa casada le hacia a su marido el lecho de ramos de árboles, de rastrojo y heno, de pieles de fieras. Diferente era ésta que Cintia y la que tan agramente lloró la muerte de su dulce gorrioncillo; y bien diferente, pues sólo se ocupaba en dar a sus hijuelos los pechos rebosando leche, y muchas veces más horrible que su propio marido regoldando bellota. Léase la VI sátira de Juvenal:
Habiendo visto mi señora doña Antonia en este papel su propria imagen, si no bosquejada tan al vivo como su merced es, a lo menos con todo aquel primor que el pincel de mi deseo pudo. Será ya tiempo que tome estado, pues la anima a ello el casto amor que Papinio introduce en el epitalamio de Stela y Violantila:
Cásese, en fin, mi señora doña Antonia; que yo aseguro que cuando después de largos años la llame Dios a su gloria, le venga muy al justo el epitafio que hizo Sidonio Apolinar a una gran matrona. "¡Oh esplendor del linaje, honra del marido, prudente, casta, honesta, severa, dulce, digna de ser imitada de las ancianas! Tú juntaste con la afabilidad de tus costumbres lo entre sí contrario y discorde, por haber tenido por compañeras de tu vida libertad grave y honestidad graciosa":
Con esto ceso, y a v. m. suplico perdone mis faltas, que confieso humilde y dé mis besamanos al señor licenciado Antonio Martínez de Miota, y al señor Pedro Valero, a quien soy por extremo afecto. Nuestro Señor a v. m. guarde mil años. Cartas filológicas, 1634 |