José Luis
Gómez-Martínez
Teoría del ensayo
The essais are like an infinity of objects, some
picked up in the street and others borrowed from
the showcases of a classical museum, all looked at
in the same light and from the same angle,
and none of them fully examined from all sides.
H. V. Routh
6. EL ENSAYO NO PRETENDE SER EXHAUSTIVO
El doble
significado de "prueba" o "intento" implícito en el término ensayo y
el hecho de que no se pretenda agotar el tema tratado, ha motivado que esta
característica, tan única del género ensayístico, dé pie para considerarlo,
despectivamente, como fragmento o comienzo inexperto y vacilante. Cuando Ortega y Gasset
en su ensayo "De Madrid a Asturias o los dos paisajes" nos dice: "El tema
es, creo yo, inagotable" (Notas, 46), se refiere, sin duda, por proyección,
al necesario carácter fragmentario de sus reflexiones. Pero, contra la opinión común,
lo "fragmentario" no está en lo tratado en su valor intrínseco, sino en su
conexión íntima con el autor. Las veinte páginas que Ortega nos entrega, son en verdad
meditaciones en voz alta, cazadas al vuelo y legadas a la posterioridad. Son
"fragmentos" vitales de un alma exquisita que reacciona ante el paisaje. José
Carlos Mariátegui muestra con precisión esta característica cuando señala:
"Ninguno de estos ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense y
tenga algo que añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado" (12).
Si fragmento es lo inacabado, lo que no puede ser plenamente comprendido sin una
continuación, el ensayo cae decididamente fuera del ámbito semántico de la palabra. El
que Unamuno termine su ensayo "Soledad" de un modo aparentemente brusco, "y
como el tema es inagotable, conviene cortarlo" (Soledad, 50), no significa que
éste sea un fragmento, a pesar de que bajo tan ambicioso título apenas escriba
diecinueve páginas y éstas finalicen con la palabra "cortarlo". No es la
extensión característica del fragmento. La intensidad que Unamuno consigue en tan
limitado número de páginas, ya sea por su carácter confesional, ya sea por llegar
profundo al alma del lector, ocasiona que la palabra "cortarlo" simbolice,
paradójicamente, una separación, por proyección inconsciente, de las reflexiones
unamunianas para interiorizarnos en nuestras propias meditaciones.
La brevedad del ensayo y el no pretender decir todo sobre el tema tratado no significan,
por tanto, que el ensayista distancie lo considerado para poder así abarcarlo en una
visión generalizadora. Todo lo contrario. La totalidad no importa. Se intenta únicamente
dar un corte, uno sólo, lo más profundo posible, y absorber con intensidad la savia que
nos proporcione. Por ello nos recuerda Ortega y Gasset: "En el índice de
pensamientos que es este ensayo, yo me proponía tan sólo subrayar uno de los defectos
más graves y permanentes de nuestra raza" (España, 143). Consideración que
él cree necesaria recalcar con frecuencia: "Al terminar este ensayo me importa
recordar que he intentado en él exclusivamente describir un solo estadio del gran proceso
amoroso" (Estudios, 133). Julio Torri, en Ensayos y poemas, ejemplifica
esta característica a la que alude explícitamente Ortega y Gasset. Algunos de sus
ensayos, por ejemplo "Del epígrafe" o "De funerales", son sutiles
meditaciones que apenas ocupan media página.
El propósito del ensayista al internarse en la aventura de escribir un ensayo no es el
de confeccionar un tratado, ni el de entregarnos una obra de referencia útil por su
carácter exhaustivo. Esa es la labor del investigador. El ensayista reacciona ante el
discurso axiológico del estar que le impone la sociedad para insinuarnos una
interpretación novedosa o proponernos una revaluación de las ya en boga. Pero una vez
abierta la brecha y tendido el puente del nuevo entendimiento, el ensayista, como creador
al fin y al cabo, deja al especialista el establecer la legitimidad de lo propuesto, sin
desistir él mismo a continuarlo en alguna otra ocasión. Así debemos interpretar a
Rafael Altamira cuando nos dice: "Pero estas consideraciones se van prolongando
desmesuradamente. Hago punto aquí, creyendo que lo dicho basta para dar la medida de todo
lo que pudiera decirse sobre la materia" (199). O cuando Unamuno, más conciso,
señala: "Más de esto otra vez" (El porvenir, 133). En realidad, todo
ensayo lleva implícito un tema a desarrollar de ahí el carácter dialógico del
que hablaremos después; se trata de una semilla que pregona su potencialidad en el
lector, y en el ensayista como lector de su propio pensamiento; por ello señala
Mariátegui al recoger varios de sus ensayos en forma de libro: "Tal vez hay en cada
uno de estos ensayos el esquema, la intención de un libro autónomo" (12).
Como el ensayo posee en sí unidad, el ensayista, aun en los casos en que
explícitamente indica su deseo de continuar con el tema tratado, no se siente obligado a
ello. Es más, raramente lo hace. Y en los casos en que las circunstancias le incitan a
proseguir en torno al mismo asunto, los sucesivos "capítulos" son en realidad
nuevos ensayos que representan otras tantas calas independientes sin conexión alguna
entre sí, a no ser, en ocasiones, por la unidad superior del tema tratado. Angel Ganivet
ejemplariza dicho aspecto en los doce "capítulos" que completan su obra Granada
la bella. Los propósitos expuesto en la introducción lejos de ser resultado de un
proceso de meditación y síntesis, son pensamientos apriorísticos en voz alta, de un
escritor que se siente reaccionar ante una situación, pero que desconoce los caminos por
los cuales sus reflexiones le han de llevar: "Voy a pasar revista a las encontradas
aspiraciones que luchan en el grave problema de la transformación de las ciudades,
refieriéndome en particular a Granada. El problema es heroico, y como no soy un héroe,
claro está que no prometo dar la solución. Me limitaré, si se me permite la llaneza del
concepto, a pasarle la mano por encima" (I: 67). El resultado, como era de esperar,
es muy otro. Lo único común en los ensayos que forman los capítulos del libro es el
estar dirigidos a un público especial: los granadinos. Lo demás, incluso la ciudad de
Granada, parece ser accidental.
En realidad, el elaborar una idea y llevarla a sus últimas consecuencias requiere un
proceso de sistematización que raramente está dispuesto a seguir el ensayista. Su
espíritu es demasiado libre. Escribe según piensa, y su produción la considera tan
unida a su mismo ser, que no cree necesario, o quizás posible, el volver la vista atrás
para modificar, adaptar o reorganizar lo ya escrito. Unamuno ejemplariza este aspecto con
palabras que bien podrían aplicarse a la totalidad de su propia vida: "Mi deseo era
desarrollar todo eso, y me encuentro al fin de la jornada con una serie de notas sueltas,
especie de sarta sin cuerda, en que se apuntan muchas cosas y casi ninguna se acaba"
(En torno, 145). Esta peculiaridad del ensayo, lejos de ser un defecto, constituye
uno de los rasgos más distintivos. El ensayista considera que su función es sólo la de
abrir nuevos caminos e incitar a su continuación. Ya en los comienzos del ensayismo
español Antonio de Guevara escribía: "Otras muchas cosas pudiera, señor, deciros
en esta materia, las cuales deja de escribir mi pluma por remitirlas a vuestra
prudencia" (Epístolas, I: 198-199). Y la tradición ha sido continuada hasta
nuestros días. Francisco Giner de los Ríos anota: "No pretendemos, en verdad,
suplir aquí esta deficiencia, y sí sólo exponer algunas indicaciones sumarísimas para
llamar hacia tan interesante problema la atención de pensadores más competentes" (Estudios,
38). O con más precisión nos dice Ortega y Gasset: "Vaya esta breve nota sobre el
'amor cortés' como indicación de lo que podía ser una fenomenología de las especies
eróticas" (Estudios, 193).
De lo ya anotado se deduce que el ensayista en el proceso de su creación no trata a
priori de limitarse a un aspecto concreto, sino que ello es el resultado final de sus
reflexiones. Si tratara de "limitarse", esto significaría que de algún modo
tomaría en consideración el "todo", y que el resultado final sólo sería una
"parte", más o menos completa en su particularidad. En efecto, cuando el
ensayista aplica la lupa de su ingenio a un tema, únicamente se preocupa en transmitirnos
lo que a través de ella ve y siente, con el inevitable aumento, y por qué no, falta de
conexión que ello lleva consigo. Este proceso no es inconsciente, ni tampoco se oculta.
Es, en definitiva, lo que hace más personal y sincero al ensayo, pues supone un momento
de la experiencia vital del ensayista. Mariátegui es preciso en este sentido: "Otra
vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis
ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones" (12). Esta es también la causa por la
que al final de los ensayos el escritor como lo hace Ortega y Gasset en la cita que
sigue señala frecuentemente que lo terminado para el ensayista supone sólo el
punto de partida para el lector: "El tema es inagotable. Yo lo he tomado aquí
unilateralmente, por una sola de sus aristas, exagerándolo" (Tríptico, 165).
©
José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayo. Segunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión
digital sigue, con modificaciones menores, el
texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).
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