Teoría, Crítica e Historia

El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina

 

"Herminia Brumana ante la condición humana"
 

Herminia Solari

Herminia Brumana nació en Pigüé en 1897. Descendiente de italianos, en un gesto aparentemente poco común para la época, pudo ir a estudiar el magisterio en la escuela Normal de Olavarría. Ni bien se graduó volvió a Pigüé a ejercer el cargo de maestra primaria. Allí, en 1917 comenzó a sacar una revista que llevaba el nombre del pueblo y en 1918 publicó un libro de lecturas para sus alumnos, Palabritas. Continuó su actividad en la zona sur del Gran Buenos Aires y más tarde en Capital Federal. Publicó luego ocho trabajos de relatos y ensayo (Cabezas de mujeres, 1923; Mosaico, 1929; La grúa, 1931; Tizas de colores, 1932; Cartas a las mujeres argentinas, 1936; Nuestro Hombre, 1939; Me llamo niebla, 1946; A Buenos Aires le falta una calle, 1953) y escribió once obras teatrales de las cuales tres se estrenaron. Colaboró con diversas revistas, tanto de divulgación masiva como de distintos grupos de izquierda y literarias. Participó en programas radiales. Hay obra suya no publicada. En 1943, invitada a dar una conferencia por la New School for Social Research, recorrió los Estados Unidos y México dando charlas sobre la actividad literaria argentina. Había viajado anteriormente dos veces a Europa. El 9 de enero de 1954 murió, enferma de cáncer. Se organizó entonces la sociedad Amigos de Herminia Brumana que editó sus Obras completas en 1958, organizó concursos sobre la vida y obra de la escritora y, al cumplirse los diez años de su fallecimiento, publicó Ideario y presencia de Herminia Brumana, una selección de sus pensamientos y de trabajos sobre la autora de compatriotas y latinoamericanos.

Si bien formalmente se identifica a Herminia Brumana como “maestra y escritora”, no son los valores estético-literarios los que la destacan, sino el contenido de su obra destinado fundamentalmente a denunciar las injusticias sociales en general y de la institución escolar en particular y, sobre todo, la cuestión de la mujer. De formación anarco-socialista, sin embargo no tuvo una militancia que la ligara directamente a ningún grupo en particular, del mismo modo que, si bien estaba ideológicamente cercana a los sectores literarios de Boedo, no perteneció a ningún círculo. Su voz se dirigió especialmente a los sectores medios argentinos, y en ellos a las mujeres, con el objeto de que ellas se hicieran dueñas de sí mismas y a la vez se convirtieran en palancas de transformación social. Sobre este aspecto versará el siguiente trabajo.

La escritura

De Palabritas en adelante, tanto en lo ensayístico como en lo literario, no hay una sola producción de Herminia Brumana que no tenga una reflexión o una finalidad moral. Es que, para ella, la escritura tiene una misión que cumplir, “hacer que el hombre llegue al ideal, al bien” (1918:31)[1]; debe ser “pregonera de verdad, alivio de sufrimientos e impulsora de justicia” (1918:31); debe acercarse al dolor y mostrar su contraste para establecer comparaciones y permitir la toma de conciencia y el cambio. Es más, en la comedia en un acto “La protagonista olvidada” (El Hogar, 17/2/33) ubica claramente a su personaje principal en la defensa del teatro de ideas frente a la renovación formal, haciéndole decir “Una obra es buena o mala por su contenido”.

Extremando esta línea, en Nuestro Hombre (estudio cargado de subjetividad sobre Martín Fierro que se destaca por ser la primera producción orgánica hecha por una mujer) señala que el gaucho “Habla, y es para luchar. Cantar, quiere decir en su caso, luchar” (1939: 404): con él se identifica explícitamente (cfr. 1939: 404). Y no sólo en este aspecto, también en lo que Martín Fierro representa: desde su perspectiva esta obra lleva “el título de libro del pueblo” (1939: 392) en tanto alienta un ideal que da categoría a un pueblo:

Ese ideal quiere derechos para todos los hombres de mi tierra. [...] su grito revolucionario que clama por justicia, ha de ser el lazo que nos una y nos fortalezca. Si las mujeres queremos considerarnos de este pueblo, hemos de alentar el mismo deseo y trabajar para alcanzarlo (1939: 392).

¿Por qué las mujeres? No sólo porque Nuestro Hombre esté formalmente destinado a que las argentinas conozcan la obra de Hernández, sino porque ellas son quienes deben realizar el mandato de libertad y justicia propio del gaucho y que expresa Martín Fierro.

La autorrealización de la mujer

Ya a partir de Cabezas de mujeres Herminia Brumana había logrado integrar una temática y focalizar su destinataria predilecta: Cabezas... es un libro sobre la mujer dirigido a las mujeres.

En él, con breves pinceladas, comienza presentando distintos tipos de mujeres de su pueblo. Construye diversos estereotipos (la maestra, la mancillada, la trabajadora, la socialista, etc.) para cuestionar lo que en ellas ve de inautenticidad, de formulismo social, de insatisfacción. Es precisamente este aspecto el que da paso al desarrollo de tres historias un poco más extensas bajo el título de “Las cobardes”. Estas son las mujeres que se resignan a vivir una vida que no es la que soñaron, y por resignación enfermiza, terminan trasladando sus frustraciones a los hijos que, igualmente, luego son cobardes y resignados. Estas historias le permiten centrarse en la inutilidad del dolor y el sacrificio y en la necesidad de autoafirmación de la mujer. Aquella que no lleva la vida que desea debe alzar su voz de protesta, no a los otros (los gobiernos, los hombres, los padres) sino a sí misma para ser justa, es decir, obrar de acuerdo con la propia conciencia, sin mirar atrás y pasando hasta por sobre los que caigan en el camino pues “justa contigo misma -le dice a la lectora- lo serás con los otros” (1923: 46). De la misma manera que es condenada la mujer mezquina que vive para la apariencia social pueblerina o para su sola frivolidad y comodidad (cfr. 1923: 59 y ss.), lo es aquélla que en el supuesto sacrificio no hace otra cosa que encubrir su debilidad e incapacidad para luchar por su felicidad (cfr. 1923: 48).

El más terrible de los sacrilegios es condenarse por miedo a vivir sin amor, casarse violentando la propia conciencia: “culpa es todo aquello que se hace en contra de la conciencia y la voluntad de uno” (1923: 57). Es por ello que son dignas de reconocimiento aquellas mujeres que logran vencer, separándose del marido, la mayor de las inmoralidades: una vida a base de ficción, en la que se soporta y se hace soportar a los hijos a un hombre que por sus actos y sus maneras de ser, sólo puede inspirar rechazo; ellas logran vencer “con audacia serena, con la audacia serena de los felices” (1923: 56). Esta felicidad se logra, entonces, no por las imposiciones sociales, sino en el amor, y su exaltación, aún cuando entienda al amor como entrega, no implica sacrificio. El resguardo de la propia identidad es una condición que queda registrada en “Nadie la quiso bien” (1931: 134-138) donde relata la historia de una mujer que, marcada como “amorosa” desde su nacimiento, destinada a amar, termina prostituyéndose y luego suicidándose, precisamente por no preservarse como ser humano.

En este camino de autorrealización la mujer debe conquistar y dignificar su lugar, con lo que a la vez sirve a la sociedad. La mujeres, por ser mujeres, no son mejores, sino que si no realizan altos ideales, si se dejan llevar por la superficialidad y los instintos, son poca cosa (cfr. 1931: 140-147). Es por esto que, en Cartas a las mujeres argentinas, bajo la forma epistolar (recurso por medio del que parece buscar un acercamiento fraternal entre la escritora y supuestas lectoras que la consultan sobre variados temas) Herminia Brumana en ningún momento cae en complicidades o condescendencias sino, más bien, desde la posición de mujer esclarecida, no escatima críticas ni desenmascaramientos de modo de arrimar ideas para la superación de sus hermanas de género (y tal vez para marcar un lugar propio de avanzada). Estas Cartas..., algunas de las cuales adquieren el tono del consultorio sentimental, no obstante, están destinadas a hacer de las mujeres argentinas motor de transformación social.

Las mujeres, “si realmente tienen interés de ser, [...] necesitarán cierto esfuerzo para lograrlo” (1936: 269), deben formarse moralmente superando la frivolidad de su época, por ejemplo, a través de la lectura, “no para matar la hora sino para fecundarla” (1936: 269). La mujer no es un adorno, tiene una misión que cumplir; triunfar en la vida no es lograr éxitos sociales sino ser útil prodigándose (cfr. 1936: 279-282). En este camino de mejoramiento le indicaba a la mujer educarse pero no restringiéndose a lo que la convención establecía: limitándose al mal piano y a las labores, la niña de mediana posición “olvidaba aquella otra labor: el cerebro femenino” (1936: 64).

Esta formación de la mujer no puede ser menor teniendo en cuenta la tarea que ella debe realizar. La mujer tiene que conquistar su libertad: no es el varón ni el Estado los que deben otorgársela sino que la logra a través de su trabajo y la solidaridad entre congéneres. Si la mujer no se da su lugar, es despreciada por el hombre; ella debe “elevarse, agrandarse, darse el verdadero lugar y obligar al hombre que se eleve y se agrande a la vez” (1946: 576). Dice: “Las mujeres de mi época, tan maltratadas, estamos conquistando la libertad. Gracias a que gano mi pan, tengo derecho a salir a la calle, y se me deja opinar en mi casa alguna vez” (1946:585). El trabajo de la mujer se justifica en función del logro de su libertad espiritual: “Si el trabajo da a la mujer libertad, bien haya cualquier trabajo por rudo que sea. La libertad sigue siendo la primera conquista humana, y todo sacrificio por obtenerla es pequeño” (1936: 376). “Lo grave no es trabajar, sino ser esclavas” (1936: 357).

La mujer que trabaja es mejor que la ociosa y la ñañosa que en su infructuosidad y egoísmo sólo se oye demasiado a sí misma (cfr.1931:181 y 1936: 271-273). Pero el trabajo no sólo la valoriza sino que, como se dijo, da derechos iguales a las mujeres que a los hombres. En “Esclava en el día de la libertad” (1931: 147-150) Herminia Brumana no se enfrenta ni culpa al varón por la discriminación que sufren las mujeres, sino que rechaza el que éstas no tengan las mismas libertades cuando hacen lo mismo que aquéllos para gozarlas. Este relato pone blanco contra negro la paradoja social que consiste en que en el día en que se conmemora la Revolución Francesa, las mujeres están mal vistas si van solas por la calle.

Pero, si bien la mujer que trabaja para conquistar su libertad espiritual es la más digna de respeto (1936: 376), la sociedad ideal es aquella en que la mujer no trabaje para ganarse el sustento. Ante la urgencia de las necesidades la mujer tendría que haber ayudado “a los hombres en las conquistas de sus derechos a ganar lo suficiente para vivir con holgura” (1936: 375). Es la injusticia de la sociedad lo que llevó al trabajo de mujeres y niños, es a ella a la que hay que cambiar.

Sentimiento y razón

La definición personal la debe orientar el corazón, ni el cerebro, ni los otros (cfr. 1927: 97). Pero en Herminia Brumana, el llamado constante al sentimiento va acompañado del rechazo a los sentimentalismos huecos y frágiles. Es sobre todo cuando llama a la mujer a tomar partido en cuestiones sociales, que las incita a formarse para oponer razones a los argumentos contrarios a los propios intereses. Por ejemplo, en clara oposición a toda guerra, porque “toda guerra es injusta, nociva e innecesaria” (1936: 324 y 327), escribe: “Yo quiero que mis mujeres argentinas dejen de ser sensibleras, que razonen y busquen las causas antes de llorar los efectos” (1936: 328).

No obstante, la necesidad de que la razón no se disocie del sentimiento, incluso hasta la primacía de éste, está presente a lo largo de su producción. Así, a una mujer empeñada en no atender a su apariencia física sino a sus ideas y procederes, le dice: “si ha mutilado usted por propia decisión nada menos que su corazón, ¿cómo sabrá usted comprender a los otros? ¿Razonando? Nunca. En el comprender, como en el querer o el odiar, entra por mucho el sentir” (1936: 362).

De allí, de Palabritas en adelante, insiste en cuestionar los sentimientos y actitudes mezquinos, y en fomentar la solidaridad y entrega: Brumana quiere “enseñar a [sus] alumnos a mirar la vida de pie y a prodigarse, a prodigarse, ¡qué es la única manera de no agotarse jamás!” (1929: 110).

Esta capacidad de entrega hace a la feminidad mucho más que el vestir bien, cuidar el detalle y leer ciertos autores; juzgar en sentido opuesto es dejarse llevar por las apariencias. Es que para Herminia Brumana la felicidad se conquista siendo bueno (cfr.1928: 32).

En suma, la mujer tiene un fin social que cumplir y para ello debe buscar su autoafirmación evitando el sufrimiento, tanto el propio como el ajeno, ya que en un punto se identifican: matar al hombre que nos quiere “equivale a suicidarnos” (1931: 164); no hacerlo sufrir no es sacrificio sino cariño. Esta búsqueda debe seguirse aún cuando lleve a enfrentar las presiones sociales, entre ellas la del casamiento.

Matrimonio, amor libre y prejuicios

La legitimación de la pareja no está en el casamiento, al que considera una fórmula (1923:69), sino en el amor que hace de la mujer una compañera con quien es posible encontrarse “una tarde cualquiera, bien abiertos los ojos, como deben amarse los humanos, que son Dios en el momento de amar” (1923: 70). En este sentido es ejemplificador el relato “Agonía” (1931: 194-199), historia de una mujer que va tomando conciencia del alejamiento mutuo entre su marido y ella y que, consecuentemente, va acercándose a su separación ya que sólo se es feliz en el amor.

El casamiento no sólo no es el medio de legitimación de la pareja sino que no es un destino obligado de la mujer, por más que la sociedad se empeñe en reforzar ese prejuicio. “Casa de pensión” (1931: 154-159) cuenta la historia de una mujer que, siendo libre en su concepción de las relaciones humanas, deja a su novio a pocos días del casamiento, porque éste le oculta su relación con otra mujer. En esas circunstancias, decide ir a vivir sola a una casa de pensión, porque “la única cosa digna de conquistarse: [es] la liberación” (1931: 159).

El matrimonio, por ser una institución creada por los seres humanos, está sujeto al cambio y llegará un día en que dicho contrato no se usará. Es que el acto del matrimonio no agrega ni quita nada a la felicidad de las parejas: también es un prejuicio creer que el matrimonio mata al amor (cfr. 1936: 331-334). El amor de las parejas es instinto más amistad, y si la vida en común disminuye la atracción física, “deberá reforzarse la pasión con la amistad”; o bien, “otro recurso antes que resignarse a odiarse o soportarse mientras los años traen la quietud de la sangre [...] sería la vida de los esposos separadamente” (1936: 332). Y si el amor no se sostiene, no le parece mal el divorcio o la simple separación (cfr. 1936: 350). Es cuestión de desdeñar el qué dirán cuando lo que está en juego es la felicidad personal.

Es el sostenimiento de la esperanza lo que permite enfrentar al “prejuicio que nos aparta de los mejores sentimientos” (1929: 99). Por sobre los prejuicios está la vida y someterse a ellos trunca la posibilidad de la felicidad que da el verdadero amor libre (“Greta, la chilena”; 1931:183-187).

Este amor no es ni la ilusión del primer amor ni el amor imposible con los que se confunden las desorientadas (cfr. 1936: 82/94). Es que, como la felicidad, el amor es una conquista voluntaria, es una construcción cotidiana:

Toda nuestra vida puede ser amor, amor nuevo día a día. Amor que se hace limpiando el corazón de rencores y amarguras todas las mañanas al nacer el sol. Y no hacer así, no amar todos los días, un algo presente, palpable a nuestros sentidos, es como cegar los ojos para siempre, después de haber admirado un espléndido paisaje. Es sencillamente un crimen (1923: 94).

Por el contrario, los casamientos novelescos se convierten, al poco tiempo, en uniones insoportables, sobre todo para la mujer (cfr. 1936: 350).

Tampoco el verdadero amor libre es la fácil liberalidad. A diferencia de “la libertina [que] obedece a sus instintos [...], atenta sólo a satisfacerlos ampliamente” (1929: 101), la mujer libre los encauza positivamente. Herminia Brumana se opone tanto a la debilidad rápida ante “la tentación de la carne” (1931: 194) como a la ficción de la rutina. Sí apoya abiertamente la entrega por amor, que en muchos relatos se revela en la cautivación inmediata, pero que debe plenificarse y, por lo tanto, debe poder demorarse: “El que ama, espera” (1931: 202). Del mismo modo, el “modernismo” en las costumbres no vale en sí, sino en función del mejoramiento espiritual (cfr. 1936: 356-359). En todo momento, lo que está presente es la defensa de las conductas íntegras, más allá de los impactos superficiales:

quienes piensan que, suprimiendo lo superfluo frívolo, avanzan en sus ideales de emancipación, no están en lo cierto, sino que, en realidad, reemplazan un prejuicio por otro prejuicio y se hacen esclavas de las modalidades cuyo sostenimiento es más difícil que las costumbres anteriormente establecidas. Hay una emancipación que interesa, y es sentirse personal sin intentar emular o reemplazar al hombre, y eso no se consigue ni con traje azul marino, camisa y corbata, ni zapatos bajos, ni cara lavada, ni labios pálidos y firmes (1936: 362).

La libertad

La oposición a los prejuicios se enmarca directamente en la defensa de la libertad que Herminia Brumana enarbola como conquista prioritaria, no sólo de las mujeres sino de los seres humanos en general. Es por ello que admira la obra de José Hernández, ya que en Martín Fierro, a quien llama elogiosamente “el anarquista” (contra los que con ello pretenden descalificarlo) ve al “hombre capaz de desempeñarse en la vida a sola orientación de su conciencia” (1939: 457-459). Es en su estudio sobre este poema gauchesco, Nuestro Hombre, donde más despliega, sin mayores ahondamientos, sus ideas acerca de la libertad en tanto que es el amor hacia ella lo que encuentra como definitorio del carácter del gaucho. “La libertad -dice- es una facultad natural del hombre que consiste en obrar de acuerdo con su voluntad haciéndose responsable de sus actos” (1939: 446). Es propia de seres superiores que por su condición racional “enfocan sus deseos hacia alta finalidad” (1939: 446), tienen la convicción de su propio valer, y actúan de acuerdo al deber; el que se resigna a la condición de esclavo, es porque se siente inferior. Sin embargo, considera que en la pampa no hubo asidero para esta especie humana por el paisaje y por la herencia india e hidalga. De allí que el gaucho se organizara socialmente en la práctica de trabajos peligrosos y bravíos pero nunca serviles (cfr. 1939: 446). No es entonces, como se pretendió, “vago y malentretenido” sino simplemente es alguien que desconoce la autoridad porque rechaza las injusticias e imposiciones arbitrarias. El gaucho “sabe que su individualismo -que defiende con tanto ardor- sólo vale en la medida que sirve las causas justas, y presiente que aunarse a los otros ha de fortalecerlo” (1939: 458). Su rechazo a la autoridad se fundamenta en la previa exclusión y persecución, el “intuía que la disciplina es la armonía con que los astros rigen el universo” (1939: 459).

El clamor por la libertad y la justicia que expresa Marín Fierro hay que realizarlo y, como se dijo, esta realización tiene como protagonistas centrales a las mujeres; a ellas les dice: “te confío, muchacha, el mandato del héroe, y sé que has de oírme” (1939: 466). La mujer entra en el panorama del mundo como elemento nuevo, “con sentido más humano que el que tuvieron hasta ahora los hombres, ocupados en hacer el cauce sin preocuparse por la calidad que habría de colmarlo” (1939: 464). Esta afirmación, de ningún modo hay que pensarla, en la perspectiva de la escritora, en términos de un enfrentamiento entre los géneros sino en el de la necesidad de reconocimiento del papel de la mujer.

Maternidad y cambio social

Una de las vías principales para la realización del mandato gauchesco, si bien no la exclusiva ni la obligada, está en la crianza del hijo. Las mujeres argentinas deben ser “de una elegancia espiritual tan refinada, tan pura, que la simple idea de cometer una injusticia las horrorice, o que contemplar siquiera una injusticia sin reaccionar les fuera imposible” (1936: 281). De este modo, teniendo presente la convicción de servir a un ideal de perfeccionamiento de los hombres y con “el amor de madre que no es el instinto de la hembra que quiere solamente al suyo porque lo dio su carne, sino el sentimiento sublimizado de la mujer capaz de amar también al hijo ajeno, se puede realizar todo lo grande que pueda concebirse” (1939: 466). La mujer como madre es el “fuego que calienta desde abajo” (1939: 464) para hacer del hijo un hombre educándolo “en la idea de resolver el problema del porvenir del país” (1936: 261), pensando que no es suyo sino que le pertenece a los otros, “al mundo del cual es nada más que una partícula y al cual debe servir” (1936: 263).

Paradójicamente, el hombre que subestima a la mujer, deja en las manos de ella la educación del niño, que no es sino formar la humanidad (cfr. 1936: 286). La mujer, como madre, si llegara a serlo adecuadamente, evitaría las injusticias en el mundo, y, por lo tanto, no tendría razón de ser la caridad (cfr. 1923: 50). Herminia Brumana no duda en afirmar que para que se realice su ideal

habría que cambiar la sociedad desde sus raíces, ya que ella está erróneamente constituida. [...] Para lograr equilibrar con razones y con justicia lo que la incomprensión de los hombres ha hecho mal a través de los tiempos, se requiere formar a la mujer con un criterio propio. [Capacitada, lograría] así perfilar en sus hijos lo que ahora resultan utopías (1936: 375).

En este juego de trasvasamientos (lo propio / lo ajeno, lo particular / lo universal, lo individual / lo colectivo, lo interior / lo exterior) los más íntimos sentimientos subjetivos se despliegan en la transformación concreta de la realidad. Con esto, “el imperio de los sentimientos” que Beatriz Sarlo (Sarlo:1985) analiza en las narraciones de circulación periódica argentinas del período 1917/27, cambiaría de signo ideológico. Muchas de las ficciones literarias de la bibliografía brumaniana compartirían con esa narrativa algunos aspectos de los que Sarlo marca para caracterizarla: la exaltación del lugar de la mujer, la brevedad de las ficciones, el gusto por la peripecia sentimental, el cultivo del sentimiento, la muerte como desenlace narrativo, la rutina como problema, el pedagogismo de las narraciones, la simplificación de los personajes, etc. No obstante, mientras la narrativa semanal ofrecería textos de felicidad con un fuerte tono conformista reforzador del orden social establecido, como venimos señalando, la producción de Herminia Brumana, con recursos similares, se pone al servicio de la crítica de dicho orden y la construcción de otro más justo, más libre, más igualitario.

La mujer-madre, atravesada por una visión progresista, se convierte en la obra de esta autora en redentora de la humanidad. En distintos pasajes la autora va señalando la capacidad central de la mujer en afectar el mundo en distintas escalas, como el alcance que le otorga a la acción de la mujer como medio a través del cual acercarse a la utopía. En “Da valor” dice: “Las cosas tienen el valor que las mujeres le dan. [...] En tu mano, mujercita, está que cese en los hombres esa fiebre del metal. [...] Cambia el valor de las cosas. [...] Verás cómo cambia la moral del mundo” (1929: 120). Y, en relación con lo que veníamos señalando acerca de la formación del hijo, exhorta a las mujeres: “Piensa, madrecita: tu hijo será lo que quieras [...] Tú puedes más que la sociedad entera sobre tu hijo” (1929: 117). Herminia Brumana alcanza a ver el poder, incluso manipulador, que la mujer tiene pero, presa de un voluntarismo extremo, no logra reconocer los factores sociales y psicológicos que pueden actuar impidiendo, ocultando, frenando, desviando, en suma, limitando la fuerza transfiguradora que le atribuye.

Las colaboraciones en publicaciones periódicas

En el último relato de Me llamo Niebla explica el motivo que la llevó a ponerle ese nombre a la obra siendo que no contiene ningún cuento que así se titule. Comenta que ese era el nombre de un relato publicado no recuerda en qué revista ni en qué fecha, cuya protagonista, Niebla, es su más querido personaje. Reconstruye la historia en la que esta mujer hastiada de una reunión en su casa sale a caminar, y ante la insinuación aguda de un hombre Niebla sube a su auto. Brumana no se perdona haber obligado a Niebla “a regresar a su encierro, a torturar su pensamiento, a formar, con palabras manchadas, la mentida frase de una injustificable justificación” (1946: 608). La explicación que da de su elección es la siguiente:

Mi cuento debía ser apto para todos los medios sociales y no podía desentonar, si pretendía su publicación en la revista familiar que pagaba religiosamente la colaboración. Ya bastante me enrostraban y echaban en cara, cuando alguna muchacha que se decía mi lectora, quería manejarse en un plano de relativa independencia, diciéndome que eso era el fruto de mi siembra de ideas avanzadas [...], que les llenaba la cabeza de cosas raras [...] (1946: 607).

Entre su correspondencia se encuentra una carta con membrete de El Hogar. Revista semanal argentina, fechada en noviembre de 1928, en la que se señala que por indicación del director se le devuelve un artículo y donde se lee textualmente “que, por cierto saborcillo, puede resultar inconveniente para las páginas de esta revista, circunstancia que sabrá disculpar su inteligencia ya suficientemente prevenida para estas contingencias”. También en una carta de marzo de 1934, firmada por Manuel Peña Rodríguez, de La Nación, se lee: “Le devuelvo, aunque lamentándolo por más de un motivo que usted se imaginará sin esfuerzo, los originales que tan gentilmente envió...”.

Estos datos podrían hacer suponer que los artículos referidos a la autonomía de la mujer y a la crítica de las costumbres sociales aparecidos en las publicaciones de amplia circulación fueran de un tono menor a lo encontrado en los libros (algunos de los cuales fueron ediciones personales). Sin embargo, las ideas sobre la mujer aparecidas en estos no van más allá de lo que se lee en las revistas (probablemente la mayor censura en ellas haya sido sobre la crítica al orden socioeconómico). No son pocos los cuentos recopilados en sus libros que a la vez aparecieron en las publicaciones periódicas, y Cartas a las mujeres argentinas (1936) es una selección de las aparecidas en La novela semanal entre 1934 y 1936 aproximadamente.

Desde un pedagogismo humanitarista y moralizante, Herminia Brumana está decidida a propagar sus ideas acerca de la mujer, su autorrealización y valor social. Es así como desde fines de la década del veinte publicó con relativa asiduidad y simultaneidad en las “revistas ilustradas de vasta difusión callejera” (1927:504). Aquellas en las que con más regularidad aparecieron notas suyas fueron Mundo argentino, El Hogar y La novela semanal. Entre las revistas consideradas femeninas, Estampa es en la que colabora Brumana. Si bien estas son las que cuentan con el mayor número de notas de la autora, por lo que se ha conservado en su archivo y por lo que surge de la correspondencia que se ha guardado, podría decirse que desparramó publicaciones en diarios y revistas ampliamente: el suplemento cultural de La Nación de Buenos Aires, El Trabajo de Mar del Plata, La Nueva Provincia de Bahía Blanca, El suplemento, publicaciones locales, etc. contaron con su firma. En la década del treinta se concentran aquellas notas en que su preocupación principal es la mujer y su mundo.

Algunas consideraciones finales

Herminia Brumana ha tenido un relativo reconocimiento y trascendencia. En distintos lugares de la Argentina hay calles, escuelas, bibliotecas que llevan su nombre. Numerosos artículos y varios libros fueron escritos sobre ella y su obra. Es rescatada por las feministas. Sin embargo, mucho de lo que dijo en su momento ya había sido planteado.

En cuestiones vinculadas a la mujer, la defensa del amor libre, la crítica al matrimonio inexorable y rutinario, la reivindicación de la maternidad (no como destino obligado sino por su trascendencia espiritual y como potencial de transformación social), la defensa a ultranza de la paz y la oposición a las diferencias e injusticias sociales como responsabilidades públicas y privadas de la mujer, la defensa de la libertad como máxima regla que debe regir a los seres humanos (la mujer incluida), y en relación con esto, la valoración del trabajo femenino, ya habían sido planteadas -entre otras- por las anarquistas. Es a esta posición a la que se acercan parcialmente sus escritos, pero lo característico en ella es que la sostiene en un momento de retirada de las luchas ácratas y la traslada de sector social: ella ha sido una niña de pueblo de clase media y es a esas mujeres de pueblo y de barrio atadas a los convencionalismos (que ella hubiera sido si no tomaba distancia para ver la sociedad con una mirada crítica), a quienes se dirige para que se conviertan en dueñas de sus propias vidas y no queden atadas a los mandatos sociales. Tal vez por esta adhesión, en algún escrito (no en todos) no se reconoce feminista ni se suma a la lucha por el voto femenino, tan presente en la década del veinte en los grupos reivindicatorios de los derechos de la mujer: como se dijo, ésta no debe esperar que el estado, el marido o el patrón le de su lugar, ella debe conquistarlo. Su marcada autonomía la alejó de la militancia más rígida y le permitió participar más libremente en distintas empresas.

Asimismo, sus matices y su lucha que, siendo firme no es agresiva, la acercarían a quienes se alejaban de posturas de mayor confrontación. A esto se sumaría la reivindicación del goce y una mirada más piadosa que no concuerda con una militancia más rígida, como las de los grupos anarquistas más radicalizados. Más allá de asumir una ubicación precisa que ahuyenta vacilaciones y promueve el compromiso, en la inserción vital de los distintos fenómenos que considera, reconoce las contradicciones y claroscuros. Esto se nota especialmente en los escritos dedicados a los niños o que tratan sobre ellos y sus experiencias escolares (1929 y 1936). Los principios, como por ejemplo decir la verdad a los niños, ceden ante la debilidad de los pequeños que reclama la mentira piadosa.

Si su reconocimiento no puede venir de la calidad literaria de su obra, ni de la originalidad de sus ideas o de la militancia en grupos definidos (ya sea de las izquierdas como de mujeres o feministas), habría que pensar en el papel que cumplió su activa participación en las revistas de amplia difusión callejera, la cual no se limitó a sus colaboraciones sino que también consistió en comentarios de sus obras y su inclusión en notas personales o colectivas: se la menciona entre “distinguidas artistas argentinas” (La novela semanal, 16/IX/1929) incluyéndosela en notas sobre “el mundo femenino de las letras” (El Hogar, 30/XI/1923); se la consulta en encuestas o se le hacen notas personales en las que opina sobre diversas cuestiones en las que toma posiciones siempre avanzadas. Para una encuesta de El Hogar (“¿Qué haría usted si fuera hombre?”), luego de decir que no envidia la condición de varón, contesta: “sería un gran revolucionario, un orientador de los humildes y un peligro para los obcecados egoístas. No dejaría títere con cabeza hasta asistir a la revolución social con el sueño hasta que me fusilaran...”. En otra nota defiende los movimientos femeninos por la paz y en otra titulada “¿Cómo será la mujer del porvenir? Igualdad pide Herminia Brumana” dice: “Yo no creo [...] que la inteligencia tenga sexos. El hombre tendrá ahora más aptitud por la práctica, pero ya llegará la mujer a igualarlo en todo sentido. Por eso tampoco creo que pueda existir en el futuro una división sexual del trabajo. En cualquier rama, desde la fábrica a la Universidad, la mujer llegará a tener la misma eficiencia del hombre”.

En suma, creo que sus ideas, al abrirse a la difusión general, contribuyeron a las transformaciones en las concepciones acerca del amor, la vida familiar, y la moral sexual que a partir de los años veinte se produjeron en la sociedad argentina (Barrancos: 1999; Vezzeti:1999). Paralelamente a la imagen binaria de la mujer que ofrece el tango en los años treinta -la “milonguita” y la “santa madre” (Campodónico y Gil Lozano: 2000) de fuerte impronta machista, convivieron en el seno de la sociedad argentina expresiones de alcance popular que ayudaron al cuestionamiento del patriarcado y a la emergencia de la mujer. La conferencia radiofónica “La mujer y su expresión” (1935) de Victoria Ocampo, la difusión a través del cine de costumbres extranjeras menos atadas a la tradición y la aparición de alguna película nacional, como La vuelta al nido (1938) de Leopoldo Torres Ríos en que la mujer retratada en el seno familiar se aleja del modelo de la “santa madre”[2], la popularización del psicoanálisis en el modo de consultorios epistolares en diarios y revistas, con todas sus ambigüedades, son ejemplos reconocidos que dan cuenta de la aparición de un nuevo tipo de feminidad. A ellos puede sumarse el pedagogismo libertario dirigido a los sectores medios de Herminia Brumana. Si la sociedad mostraba algún permiso para oír discursos que se salieran de lo establecido por la costumbre, si las ideas de Brumana no eran originales, si sus valores literarios no son destacables, hay que pensar que uno de los factores que intervino no sólo en su autorrealización, sino también en su reconocimiento fueron sus colaboraciones en las revistas que le permitieron llegar a los hogares para -como dice en una carta a Miguel de Unamuno en 1923- “enseñar a las mujeres a ser más buenas, optimistas y más felices”.

 

Bibliografía de obras citadas

  • Barrancos, Dora. “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras en el período de entreguerras”. Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina entre multitudes y soledades. De los años treinta a la actualidad. Buenos Aires: Taurus, 1999.

  • Brumana, Herminia. Obras completas (compilación y prólogo de José Rodríguez Tarditi). Buenos Aires: Edición Amigos de Herminia Brumana, 1958.

  • Campodónico, R.H. y Gil Lozano, F. “Milonguitas en-cintas. La mujer, el tango y el cine”. Historias de las mujeres en la Argentina, tomo II. Buenos Aires: Taurus, 2000.

  • Sarlo, Beatriz. El imperio de los sentimientos. Buenos Aires: Catálogos, 1985.

  • Vezzetti, Hugo. “Las promesas del psicoanálisis en la cultura de masas”. Historia de la vida privada en la Argentina. La Argentina entre multitudes y soledades. De los años treinta a la actualidad. Buenos Aires: Taurus, 1999.

 

Bibliografía de la autora

  • Palabritas. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1918.

  • Cabezas de mujeres. Buenos Aires: M. Gleizer Editor, 1923.

  • Mosaico. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1929.

  • La grúa. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1931.

  • Tizas de colores. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1932.

  • Cartas a las mujeres argentinas. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1936.

  • Nuestro hombre. Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1939.

  • Me llamo Niebla. Buenos Aires: impreso en los Talleres Gráficos Américalee,1946.

  • A Buenos Aires le falta una calle. Buenos Aires: Losada, 1953.

  • Obras completas (compilación y prólogo de José Rodríguez Tarditi).Buenos Aires: Edición Amigos de Herminia Brumana, 1958.

  • Artículos en diarios y revistas, de los que figuran los datos, en los que publicó al menos cuatro colaboraciones:
    Caras y Caretas, s/f
    El Hogar, 1923/1949
    El Suplemento
    , 1938
    Estampa, 1943/1947
    La Nación, 1933-1953
    La Novela Semanal, 1929/1936
    Mundo Argentino, 1934

 

Bibliografía sobre la autora

  • AAVV. Ideario y presencia de Herminia Brumana. Buenos Aires: Edición Amigos de Herminia Brumana, 1964.

  • Fletcher, Lea. Una mujer llamada Herminia. Buenos Aires: Catálogos Editora, 1987.

  • Mazur, Norma. “América en clave de mujer. Herminia Brumana (Memorias de una maestra olvidada)”. Símbolo. Revista de Cultura y opinión No 65 (1998).

  • Paniza, Delio. Semblanza de Herminia Brumana. Buenos Aires: Montiel, 1954.

  • Rodríguez Tarditi, José. “Herminia Brumana, escritora y maestra”. Buenos Aires: 1956.

  • Sámatan, Marta Elena. Herminia Brumana, la rebelde. Buenos Aires: Plus Ultra, 1974.

  • Szlaska de Dujovich, Raquel. Herminia C. Brumana en su proyección docente e intelectual. Buenos Aires: Edición de la autora, 1987.

  • Wapnir, Salomón. Perfil y obra de Herminia Brumana. Buenos Aires: Editorial Perlado, 1964.

 

Notas

[1] La paginación de las citas corresponde a la edición de: Brumana, Herminia: Obras completas, compilación y prólogo de José Rodríguez Tarditi, Buenos Aires, Edición Amigos de Herminia Brumana, 1958.

[2] En esta película se retrata la situación de un matrimonio de clase media agobiado por la rutina, en el que el hombre aparece cumpliendo ampliamente con sus deberes paternales pero se mantiene alejado de su mujer, lo que la lleva a esta a tomar la iniciativa y reclamar, lejos de la imagen de resignación y sometimiento convencional. (Agradezco este y otros datos sobre el cine nacional al querido y respetado Ricardo García Oliveri, y la facilitación de la película y otros materiales a la generosa Graciela Torre Nilsson).

 

Herminia Solari
Revisión Técnica: Adrián Celentano
Actualizado, julio 2005

 

© 2003 Coordinador General Pablo Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

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