El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"Arturo Jauretche ante la condición humana"
Marta Matsushita
Arturo Jauretche nació el 13
de noviembre de 1901 en Lincoln, un pueblo de la provincia de Buenos
Aires, pequeña comunidad rural en la que criollos e inmigrantes
convivían sin problemas. Hijo de vasco francés y madre española de
origen vasco, creció en una familia de clase media y en un ambiente
políticamente conservador, marcado por la militancia de su padre en el
Partido Conservador. En él Jauretche hizo sus primeras armas, pero su
participación en el movimiento estudiantil lo puso en contacto con
Irigoyen en una reunión con los estudiantes reformistas. Ese encuentro,
un 12 de septiembre de 1919, lo marcó definitivamente en sus actitudes
políticas. En 1920 se trasladó a Buenos Aires y continuó sus estudios,
en medio de la pobreza y el cambio de posiciones ideológicas, hasta
conseguir el título de abogado. En la década del ‘30 se define su
activismo político, participando en luchas y conspiraciones a favor del
radicalismo, como en Paso de los Libres (1933). Aspirando a ser una
revolución extendida a todo el país, con compromiso de civiles y
militares y bajo el lema “por la soberanía popular que es la libertad de
la patria”, la patriada terminó en un fracaso, que llevó a Jauretche a
la prisión y le inspiró un poema que narra la experiencia revolucionaria.
Esa militancia cobró forma y fuerza por su participación en FORJA -Fuerza
Orientación Radical de la Joven Argentina- (19 de junio de 1935),
surgida como una fuerza política de sustitución ante la evidencia de que
el radicalismo había dejado de ser una fuerza de cambio nacional a la
muerte de Irigoyen.
Con el advenimiento del
peronismo, FORJA fue disuelta el 24 de febrero de 1946, por considerar
que Perón había inaugurado una política nacional y de recuperación de la
soberanía contra el capitalismo extranjero, que eran las banderas de la
organización. Jauretche valoró la experiencia peronista positivamente, a
pesar de ciertas disidencias con Perón. Durante el gobierno peronista
fue Director del Banco de la Provincia de Buenos Aires (1946-1950),
desde donde promovió una política de apoyo a la empresa nacional.
Renunció en 1950 por disidencias con el nuevo equipo económico de Perón
y se retiró a la vida privada.
Tuvo intensa participación en
la lucha de la resistencia peronista después del golpe militar que
derrocó a Perón en 1955, con el propósito de que la derrota política de
las masas no se convirtiera en una derrota ideológica. Fue en esa etapa
que aparecieron sus libros, como expresión más acabada de un pensamiento
que se había perfilado en la década del ‘30 en artículos aparecidos en
revistas, semanarios y periódicos, la mayoría de escasa tirada y corta
vida. Fueron 12 obras que se sucedieron desde 1955, año en que apareció
El Plan Prebisch. Retorno al coloniaje, hasta 1972, cuando
publicó De memoria. Pantalones cortos. Los profetas del
odio (1957), Ejército y Política. La patria grande y la
patria chica (1958), Política Nacional y revisionismo histórico
(1959), Prosas de hacha y tiza (1960), FORJA y la Década
Infame (1962), Filo, contrafilo y punta (1964), El
medio pelo de la sociedad argentina (1966), Los profetas del odio
y la yapa (1967) y su Manual de zonceras argentinas
(1972), pueden ser considerados como un único libro, pues el mensaje se
repitió en ellos en forma reiterada.
En 1961 se presentó como
candidato, pero Perón le negó su apoyo desde el exilio y el resultado
fue una abrumadora derrota electoral. Continuó su lucha con la pluma y
manteniendo su fe en que las bases del país estaban intactas, pese a los
vaivenes políticos que se sucedieron. Jauretche se vio en la necesidad
de reubicar su lucha en nuevas realidades, en particular la
radicalización política de los 70 y la violencia que dominaba al país.
Saludó el regreso de Perón en 1972 viéndolo como el retorno no de un
hombre sino de una continuidad histórica interrumpida, no sin sentirse
intranquilo por la tendencia de Perón y su entorno de no tener cuenta a
los intelectuales, especialmente a los viejos luchadores como él. Pese a
su permanente confianza en el papel de la juventud, sus últimos años
fueron de disidencias con los sectores juveniles del peronismo, que
habían adoptado la lucha armada.
Desanimado por el giro a la
derecha del peronismo, dio sus últimas charlas en la Universidad del
Sur, intentando aferrarse a una esperanza que él sabía que iba
diluyéndose en la realidad, y como cabía a un gran luchador por la
cuestión nacional, murió en el día de la Patria, un 25 de mayo de 1974.
Coordenadas conceptuales
Jauretche es un pensador cuyas
ideas se siguen discutiendo, cuyos libros se siguen leyendo y, en tal
sentido, es un hombre que tiene un mensaje para la Argentina de hoy y
que sigue poniendo en alerta acerca de los peligros de que se adormezca
el pensamiento nacional. Su aproximación a los problemas está signada
por un pragmatismo marcado pues, como siempre señalaba, lo que buscaba
era “mejorar la suerte de mis paisanos”, como afectuosamente llamaba a
los que se ganaban el sustento con el duro trabajo físico. Desde que su
posición ideológica fue definiéndose con el alejamiento del
conservadorismo y el ingreso al radicalismo, identificó a la política
nacional como aquélla que buscaba el bien del país, que no era otro que
el bien de la mayoría, de los sectores populares. Cuando realizaba su
propuesta de utilizar debidamente el intelecto, se refería a no quedarse
en un puro filosofar, sino en hacer la actividad intelectual para
encontrar soluciones a los problemas nacionales. No fue un filósofo en
el sentido del hombre que busca la verdad por sí misma, pues siempre la
vio como un instrumento para lograr la grandeza del país y la felicidad
del pueblo.
La cosmovisión de Jauretche
sobresale por su vitalismo esencial, entendido como la convicción
inconmovible de que el pueblo tiene un impulso innato que lo conduce a
buscar la justicia y la libertad. Decía que “la nación es una vida, es
decir, una continuidad” (Jauretche: 1959: 9), y sus miembros saben
cuáles son las soluciones que llevan a esa continuidad histórica que es
la nación a sobrevivir y desarrollarse. Carlos Córica ha dicho que
“olfateaba la verdad”, que usaba, más que la razón, la intuición,
valiéndose de una sabiduría que resultaba de experiencias de su infancia
(Córica:1979: 399). De niño escuchaba los relatos en los fogones y
aprendió a valorar la sabiduría popular, la capacidad de la gente
sencilla de saber dónde se encuentra su bien y la del intelectual que
encuentra esa verdad a través de un compromiso militante con la causa
del pueblo. Jauretche quedó por siempre aprehendido por el encanto de la
tertulia, en su papel de hombre que escucha, interpreta y polemiza
teniendo en sus manos las armas del conocimiento histórico y el
realismo, y nunca abandonó su convicción de que el proceso del
conocimiento pasaba por experimentar, añadir la intuición y finalmente
conceptualizar.
No menos relevante es su
realismo, su apego sin claudicaciones a la realidad y su voluntario
distanciamiento de las especulaciones puramente teóricas. Nunca negó el
carácter universal del pensamiento, sino que señaló que “lo nacional es
lo universal visto por nosotros”, con la debida conciencia de que no hay
nada universal que no haya nacido de una reflexión inspirada en lo
particular. Su casi obsesiva preocupación por no alejarse de la realidad
le dictó juicios severos sobre la ciencia divorciada del aquí y del
ahora. Su posición crítica respecto de la “intelligentzia” argentina le
valió no sólo la exclusión de los medios académicos sino el haber sido
considerado como antiintelectual, y también que su obra haya sido
juzgada como carente de rigor académico. No faltan estudios que acentúan
los rasgos antiintelectuales de Juaretche, como los de Silvia Sigal, que
lo denomina “nacionalista antiiluminista” (Sigal: 1991: 13), cuando él
nunca minimizó la importancia de las ideas, sino que les exigía una
adecuación a la realidad del país.
Lo que Jauretche fustigó sin
descanso fue el carácter abstracto de las ideologías y, en tal sentido,
su crítica se dirigió por igual a la izquierda que a la derecha, pues
“se era liberal, se era marxista o se era nacionalista partiendo del
supuesto que el país debía adoptar el liberalismo, el socialismo o el
nacionalismo y adaptarse a él” (Jauretche: 1962: 65). Por ello se
negaba a ser definido como un intelectual, exigiendo de sus pares
argentinos una actitud creativa que les llevara a encontrar
formulaciones ideológicas capaces de dar respuesta a los problemas
nacionales o, como le gustaba decir, “desde el país y para el país”.
Estaba convencido de que, para llegar a esa actitud, el intelectual
debía estar animado de un sentimiento de amor a lo propio y de
solidaridad con los elementos populares (Parcero: 1989: 65).
Córica ha afirmado que es
oportuno considerarlo no sólo un realista, sino un realista integral
(Córica: 1979: 400), pues mostró una voluntad de conocer el pasado como
realmente había sido, dejando de lado interpretaciones que ocultaban los
hechos tal como se habían dado. Su realismo también se ponía en marcha a
la hora de pensar el futuro, como un punto de partida que estaba a salvo
de todo pesimismo pues, según nuestro pensador, “el realismo consiste en
la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo
que se compone de ideales y de cosas prácticas”(Jauretche: 1962: 15),
con lo cual dejaba bien en claro que era en función de esos ideales que
se diseñaba un curso de acción.
Desde una perspectiva
metodológica y epistemológica, Jauretche dirigió sus dardos críticos a
lo que denominó “la nueva escolástica de los antiescolásticos”
(Jauretche: 1957: 44), que en lugar de ver primero el hecho, conforme a
un método inductivo que le parecía el auténticamente científico, parte
de la ley y va de ella al hecho, ley que está formulada en otros
contexto y otras épocas. De allí la importancia atribuida al comprobar
con sus propios ojos los hechos y al rectificar los datos científicos
valiéndose de la experiencia, lo cual exige haberse “graduado de la
universidad de la vida”.
El método inductivo y su
empirismo filosófico se ven completados por una dosis de relativismo,
expresado en su tenaz voluntad de distinguir entre la realidad propia y
la ajena. Esa particular posición ha generado, en algunos casos, un
subestimar el rigor metodológico de su obra y ha llevado, en otros, a
sobreestimarla, adjudicándole una originalidad que el propio Jauretche
no pretendía tener (Cangiano: 2001: 52). Exhibe una postura de
equilibrio en cuanto a las relaciones del método inductivo y el
deductivo, pues si bien advierte que “el único camino que tenemos para
construir algún día lo que todavía es el germen de la doctrina nacional,
es entender los casos particulares, generalizarlos y llegar a determinar
las leyes que los rigen” (Jauretche: 1972: 29),está también prevenido
contra la “falacia del dato” y la manipulación de datos correctos. Con
lo que sin duda está en contra es el apriorismo deductivista, al que le
atribuía un contenido antinacional.
Nada más lejos de esta
metodología que un empirismo simplista, basado sólo en el sentido común.
Galasso ha ponderado el aporte de Jauretche en el plano metodológico
calificándolo de una “revolución copernicana”, pues introdujo un nuevo
enfoque que “logró colocar el sol de nuestra realidad en medio del
espacio celeste de las ideologías” lo cual sería un planteo
revolucionario en el orden de las ideas (Galasso: 1985: 147). Merece
destacarse en la teoría del conocimiento de Jauretche que la realidad,
que está en la base del sistema conceptual, no se limita al hecho
aislado del dato, en un sentido positivista, sino que es algo dinámico y
complejo, hecho del ayer y proyectado hacia el devenir futuro y que,
para ser aprehendida, exige condiciones objetivas que no son otras que
el protagonismo del pueblo (Jauretche: 1959: 52).
Otro rasgo que informa su
pensamiento es una concepción organicista, entendiendo por tal su
concepción de que los componentes culturales, sociales, económicos y
políticos forman una red intrincada en la cual se alimentan y apoyan
mutuamente. Aunque Jauretche no teorizó acerca de la existencia de un
cuerpo social, la concepción organicista aflora en afirmaciones tales
como la articulación entre el hombre y su lugar de pertenencia, y
también en su idea de la unión de fuerzas nacionales para mantener la
vida misma del país. Esa idea de pertenencia se expresaba con energía en
su convencimiento de que, para pensar correctamente, hay que tener un
sentido de pertenencia al lugar y al país, en un claro desmentido de la
pretendida objetividad del intelectual. Es el sentirse hombre de una
patria lo que permite ver y comprender aspectos que están vedados a los
de afuera, ya se trate de un extranjerismo real o mental, como el que
Jauretche atribuía a las élites intelectuales argentinas.
La visión organista se
completa con una percepción estructuralista, que lo lleva a entender a
la sociedad como un conjunto de estructuras, dominadas por una
superestructura cultural, en forma de valores reconocidos y
transmitidos, que se articulan merced a unos subsistemas que ejecutan y
trasmiten esos valores. De la importancia que atribuía a esa
subjetividad es prueba su afirmación de que “no existen chances de
instalar un proyecto político si no se crea, simultáneamente, un estado
de opinión” (Jauretche: 1962: 64). De esta concepción nace una idea
central que bien puede considerarse también una de las grandes
enseñanzas que dejó el pensador: el impacto que tienen los valores
dominantes para determinar el destino del país, ya sea apoyando su
desarrollo o frustrándolo, como en el caso argentino.
Hacia una definición ideológica
Una de las tareas más arduas,
respecto de Jauretche, es ubicarlo en una disciplina determinada y
buscar un embanderamiento político que le sea aplicable. El mismo
confesó que no era un político en el sentido aceptado del término y que
había “utilizado la política como trampolín para esa empresa”, la de
crear un estado de conciencia entre los argentinos (Galasso: 2000: 275),
lo cual autoriza a considerar su labor como metapolítica. Galasso ha
concretado bien ese aspecto al afirmar que nuestro pensador es “una
figura nacional que está por sobre los partidos y que, por lo menos en
los que respecta a mi generación, nos enseñó a pensar” (Galasso: 2001:
3).
Entre las críticas preferidas
de los enemigos de Jauretche está la supuesta inestabilidad de sus
adhesiones políticas, que fueron desde el conservadorismo, pasando por
el irigoyenismo, hasta el peronismo. Lo cierto es que no se ató a
ninguna ortodoxia y estuvo siempre dispuesto a aceptar que lo nacional
es un proceso popular que encuentra diversos canales de expresión según
el momento histórico. En el devenir histórico argentino, bajo Irigoyen
el radicalismo fue un movimiento de expresión de las mayorías y sus
intereses, pero dejó de serlo a la muerte del dirigente y el peronismo
recogió sus banderas. Las interpretaciones relativas a la definición
ideológica de Jauretche configuran un amplio abanico que va desde
considerarlo un marxista visceral hasta verlo como un nacionalista
reaccionario. En la elaboración de las distintas etiquetas ideológicas
que se le adjudicaron tuvieron su participación algunos intelectuales
atacados por la vigorosa pluma de Jauretche, quienes procuraron
ridiculizarlo declarándolo figura prominente del nacionalismo burgués.
Identificar ideológicamente al pensador impone referirse a sus
vinculaciones tanto con la izquierda como con la derecha nacionalista.
No pocas veces ha sido visto
como un nacionalista, y en esa línea está la interpretación de David
Rock, habida cuenta de que para él el nacionalismo conlleva una nota
autoritaria, fundamentalista y antidemocrática (Rock: 1993: 139). Otros
autores, menos dados a imponer calificativos al nacionalismo, como
Marisa Navarro Gerassi, lo ven como embanderado en un nacionalismo de
izquierda, mientras autores del campo nacionalista prefieren excluirlo
de sus filas y ubicarlo en el campo peronista o aún el marxista y, en
todo caso, le atribuyen errores y falta de comprensión cabal del
nacionalismo (Zuleta Alvarez: 1975: 657). Jauretche reconoció su deuda
hacia el nacionalismo de derecha en cuanto al revisionismo histórico y
las denuncias al imperialismo inglés, así como por haberle enseñado que
en Argentina hubo un “ocultamiento sistemático de la verdad” (Jauretche:
1962: 35), y también la exaltación de lo propio. Fue crítico, sin
embargo, de las tendencias aristocratizantes de la derecha y su
enamoramiento del pasado, así como de su postura liberal en lo
económico.
Toda referencia a Jauretche
implica ubicarlo en la corriente del nacionalismo popular o
revolucionario, nacido contra las corrientes liberales y conllevando una
reinterpretación de la historia. Particularmente significativo en
Argentina, incluyó un rechazo de las ideas extranjeras y los
intelectuales de pretendida orientación universalista, criticando por
igual a los postulados liberales, la oligarquía , el socialismo y el
comunismo, basándose en el hecho de que ninguno de ellos había
comprendido al país. Ese nacionalismo popular que se encarnó en FORJA y
al que Jauretche se mantuvo fiel, proclamaba una posición nacional y
popular que pretendía reinstalar al pueblo como el centro del acontecer
político, y se empeñaba en entender la historia como el desarrollo de
una antítesis pueblo-oligarquía, y a esta última como instrumento del
imperialismo inglés. El sistema era considerado como una
seudodemocracia, en la cual el estado era formalmente soberano, pero en
realidad no lo era por su dependencia económica de los centros del poder
mundial. Había creado una estructura jurídica e institucional al
servicio de los intereses imperialistas, la cual fue denominada por
Jauretche y el grupo de FORJA como “estatuto legal del coloniaje”. Esto
ubicaba al país en una categoría semicolonial, que debía ser superada
para cumplir el sueño de todo nacionalista, el de una Argentina libre
(Buchrucker:1987, 263).
Más complejo es el tema de sus
relaciones con la izquierda, a la que Jauretche definió como una
corriente ideológica que está contra el imperialismo y busca la
soberanía y la justicia social. Reconoció la deuda intelectual de FORJA
hacia la izquierda por haberle aportado el sentido de traer lo económico
y lo social a la política, pero criticó a la izquierda tradicional con
más dureza que a la derecha, pues debiendo ser aliada natural de los
movimientos populares, como se desprendía de sus postulados ideológicos,
en realidad le había hecho el juego a la oligarquía, siempre esclava de
su europeísmo. Sus críticas al socialismo le llevaban a considerarlo “un
producto del carácter extranjero del proletariado urbano en la época de
su formación” (Jauretche: 1962: 63) y, en tal sentido, deudor de la
oligarquía que había importando hombres e ideas de Europa. La izquierda
socialista y comunista siempre había manejado una ideología hecha a la
medida de la realidad europea, y de allí su incapacidad de comprender el
pasado y el presente argentinos.
Jauretche nunca negó que el
marxismo le había suministrado herramientas válidas, como el
antiimperialismo, y no cabe duda que sus ideas sobre la importancia de
los intereses económicos en la determinación de la superestructura
cultural y política es de raigambre marxista. Estaba distanciado, sin
embargo, del marxismo por su rechazo de la lucha de clases como
concepción táctica, aunque no le negaba existencia como categoría
sociológica y herramienta de análisis histórico. Embanderado en la
tradición irigoyenista y peronista, siempre estuvo por una conciliación
de las clases en el proceso de desarrollo de un capitalismo
independiente. Sin negar la existencia de conflictos interclase y la
necesidad de resolverlos, priorizaba el proceso de liberación nacional,
para el cual era indispensable una unión de todas las clases y fuerzas
sociales por sobre la resolución de los conflictos internos, vista como
una tarea pendiente hasta que se concretara la liberación nacional.
Un juicio más favorable le
merecía la llamada “izquierda nacional”, por considerarla una variante
del pensamiento nacionalista y no de la izquierda tradicional o, como
decía, “fruto de la madurez nacional que lleva a todo lo popular, a todo
lo argentino, en coincidir en las líneas fundamentales”, y con optimismo
veía a esa corriente ideológica como un “salto histórico de los
argentinos para adquirir divergencias propias y abandonar las
divergencias prestadas de Europa (Jauretche: 1959: 80). Sin embargo,
quedaban en pie las diferencias en cuanto a la exigencia de la izquierda
de que el frente único estuviera encabezado por el proletariado;
Jauretche creía que la hegemonía obrera podía ser peligrosa para la
unidad nacional. Repudiando los condicionamientos de clase, afirmaba que
lo único importante es que el líder del frente fuera elegido por las
masas y pudiera conducirlas a la liberación nacional. Su prédica por una
“unidad vertical” de las fuerzas nacional-populares le valió ser
criticado como un “político burgués enmascarado”, que desde su
marginación hacía un llamado a su clase para que asumiera su rol
histórico (Díaz: 2001: 88).
Hay aquí dos niveles de
pensamiento: uno, metapolítico, donde se constituye la identidad
nacional popular y otro, político, en el que pueden darse diversas
opciones. El propio Galasso, a quien nadie puede reprocharle falta de
simpatía por Jauretche, admite que el planteo de concretar primero la
liberación nacional y dejar para después la lucha de clases a nivel
nacional es una tácita adhesión a la tesis de la revolución por etapas,
y la consiguiente creencia de que en un país semidependiente, como era
Argentina, se podía repetir el esquema clásico del marxismo de las
etapas del desarrollo. Tal planteo resultaría extraño porque la tesis de
un desarrollo capitalista nacional incluye la confianza en la burguesía
nativa, cuando Jauretche era quien más desconfiaba de la burguesía
argentina (Galasso: 2000: 145).
Nuestro pensador afirmaba que
nadie podía anticipar qué clase social conduciría el proceso de
emancipación nacional, refutando la lectura hecha por la izquierda
nacional y convencido de que la lucha de clases era un pretexto
ideológico de la “intelligentzia” de izquierda para no coincidir con los
movimientos populares. La izquierda le respondía con poca simpatía o
ignorándolo como referencia porque “escribía en otra clave” (Terán:
1991: 45). No pocos desencuentros resultaban del convencimiento de la
izquierda nacional de que algunos representantes del campo
nacional-popular, como Jauretche, juzgaban demasiado benignamente el
fenómeno peronista (Sigal: 1991: 21). Poco antes de morir, el autor
señaló el peligro de ciertas actitudes de la izquierda nacional,
advirtiendo que si la vieja izquierda “se fugó a Europa, la nueva se
puede fugar a China o a Cuba” (cit. por Galasso: 2003: 262).
La formulación de un pensamiento
nacional
Jauretche siempre prefirió no
ser calificado de nacionalista, sino de hombre que poseía un
“pensamiento nacional”. Para definirlo barrió con las barreras
ideológicas, poniendo lo nacional como centro del análisis y teniendo
como coordenadas fundamentales la adecuación a la realidad e
identificación con los intereses populares. El pensamiento nacional es
aquél en el que se da una decisión intelectual de no perder nunca de
vista la realidad en la que se está inmerso, desmitificando la cultura y
la sociedad como requisito para entenderlas y mejorarlas. El primer paso
era desaprender, desprenderse de deformaciones mentales impuestas por
una superestructura cultural que respondía a los intereses del
imperialismo internacional, celosamente guardada por los intelectuales a
su servicio, a los que denominó “cipayos”.
La formulación del pensamiento
nacional se expresa en un proyecto político y en uno pedagógico, y tuvo
la forma de un largo diálogo de medio siglo para enseñar a los
argentinos a pensar su país desde una perspectiva propia. Fue un
pensamiento convocante, pues Jauretche, desde su primera línea escrita
hasta la última, proporciona argumentos y razones que den sentido y
sirvan a la lucha concebida como colectiva y libertadora, y también para
conseguir nuevos adherentes a esa lucha. La brújula del pensamiento
nacional es la liberación de los países dependientes para mejorar la
suerte del pueblo, librándolos del “techo” impuesto por el imperialismo,
que canalizaba las riquezas argentinas hacia los grandes centros. No se
trataba de formular una doctrina institucional, social o económica
determinada, sino de proponer una “línea política que obliga a pensar y
dirigir el destino del país en vinculación directa con los intereses de
las masas populares, y una afirmación de la soberanía política en la
búsqueda de un desarrollo económico no dependiente”(Jauretche: 1959:
22).
La formulación del pensamiento
nacional es una variable condicionada, pues sólo es posible cuando los
sectores populares tienen participación real en el proceso político,
como ocurrió con el irigoyenismo y el peronismo. Ese pensamiento no se
identifica, por consiguiente, con un movimiento político en particular,
y puede ser expresado por diversos movimientos, pues vive buscando un
auténtico contacto con el pueblo. Para esclarecer esa dinámica entre
pensamiento nacional y movimiento político de masas señalaba que no
identificaba lo nacional con el peronismo sino al contrario, con lo cual
quería enfatizar que lo nacional es más amplio. En tal sentido debe
entenderse su afirmación de que hay peronistas que no saben ser
nacionales porque anteponen lo partidario, como hay nacionales que no
saben serlo por su antiperonismo. Lo que, en definitiva, caracteriza al
pensamiento nacional, es el reconocimiento de que la cuestión principal
es la nacional, entendida como un conflicto de intereses entre un país
semicolonial que quiere dejar de serlo, y los intereses imperialistas
que no están dispuestos a permitirlo. La propuesta táctica es la de un
Frente Nacional, como respuesta político organizativa de un país que
intenta batallar contra los intereses imperialistas de adentro y de
afuera. La nueva izquierda entendió esa propuesta como expresión de la
burguesía antifascista y lo combatió en nombre de la independencia
obrera, lo que motivó intensas polémicas con Jauretche.
Los lineamientos fundamentales
de la postura nacional y antiimperialista de Jauretche fueron formulados
en la década del 30 y en el marco de FORJA. Su antiimperialismo venía de
sus contactos con la Unión Latinoamericano o el APRA, pero se sentía
insatisfecho con las protestas por un antiimperialismo abstracto, que
repudiaba las actitudes norteamericanas en el mundo sin referencias al
caso particular argentino. Comprendió que esa actitud era en realidad un
instrumento al servicio del imperialismo, pues desviaba la atención del
problema nacional argentino, que era la presencia del imperialismo
inglés. Fue su encuentro con Scalabrini Ortiz el que lo ubicó en un
antiimperialismo concreto, que denunciaba el dominio británico en
sectores claves y le dio la visión de Argentina como una nación
sometida.
La denuncia del coloniaje
económico, apoyado en el cultural, se hizo desde la plataforma brindada
por FORJA, con la que Jauretche tuvo un compromiso vital, pues vio en
esa organización un mecanismo para incorporar a los hábitos del hombre
argentino “la capacidad de ver el mundo desde nosotros, por nosotros y
para nosotros (cit. por Scenna: 1983: 68). El coloniaje era visto como
protagonizado por una “intelligentzia” que “lleva en su entraña la
traición al país”( Jauretche: 1964: 111). Frente a esos colonialismos
que se apoyaban mutuamente, se buscaba unificar lo que nacionalistas y
marxistas buscaban separadamente: Patria y Justicia. Esa era la misión
de FORJA, movilizar ideas y convertirse en una fuerza conductora para
realizarlas, en la confianza de que existía una “Argentina subterránea”
dispuesta a luchar contra las falsas orientaciones ideológicas ofrecidas
por la izquierda y la derecha. Desde una perspectiva crítica, la
izquierda nacional ha señalado que FORJA confiaba más en la clase media
universitaria que en los obreros, y que en la prédica forjista estaba
diluido el concepto de pueblo, lo que sería una coartada ideológica para
“eludir, por un temor pequeño burgués, la existencia de clases sociales
y su lucha”(Hernández Arregui: 1973: 401).
FORJA fue, como lo ha señalado
Galasso, más un ateneo ideológico que una corriente política (Galasso:
2003: 32) y desde ella y con ella Jauretche reaccionó contra el
imperialismo, no al estilo abstracto de la izquierda, sino a manera de
un programa concreto de los sectores populares. Desde esa plataforma
ideológica denunció la falsificación histórica y dibujó el proceso
histórico argentino y latinoamericano como una lucha permanente del
pueblo en busca de la soberanía popular, contra oligarquías que operaban
como agentes de penetración de los intereses imperialistas.
El legado de la historia. Destruir
para construir
La finalidad última de sus
escritos fue crear una visión real del país, infundiendo la idea de una
íntima relación entre historia y política y advirtiendo que la
dependencia subjetiva es la antesala de la dependencia objetiva. Animado
por ese espíritu opuso a la “pedagogía colonialista”, que definía el
problema nacional como una lucha entre civilización y barbarie, una
“pedagogía nacional”, que lo redefinía en términos de una oposición
entre las minorías extranjerizantes y opresoras y las mayorías populares
y nacionales. Aunque no parece haber conocido a Thomas Kuhn y su
afirmación de que toda actividad científica se desenvuelve con la guía
de un paradigma, pero como si lo hubiera hecho, se dedicó a identificar
ese paradigma en las ciencias sociales y la educación argentinas, y lo
tituló “pensamiento colonial”. Denunció la incomprensión de la cultura
nacional, lo que llevó a entender la civilización como una
desnacionalización, en una suerte de mesianismo al revés. Ese mesianismo
impuso colonizar y la ideología vino a señalar el cómo, en un esfuerzo
consciente de las élites de “excluir toda solución surgida de la
naturaleza de las cosas”( Jauretche: 1972: 25).
La tarea fundamental era,
desde el punto de vista pedagógico, cultural y científico, promover un
modo nacional de ver las cosas, paso previo a la formulación de una
doctrina nacional conforme a la cual se siga una política nacional. En
tal sentido, su objetivo no fue formular una ideología en sentido
estricto, sino contribuir a formular un pensamiento propio. Lo que
impedía ese modo nacional de ver las cosas era un conjunto de principios
introducidos en la formación intelectual de los argentinos desde la
niñez, y que obligan a dejar de lado el sentido común y el amor por lo
propio. Jauretche los identificó como “zonceras”, que funcionan como
verdaderos axiomas en forma articulada hasta resolverse en lo que llamó
“colonización pedagógica”, poniendo anteojeras al momento de analizar la
realidad. Ella está presente en todos los aparatos ideológicos que la
sociedad posee para reproducir valores, como la escuela, la cátedra, la
prensa, los círculos intelectuales y académicos a los que Jauretche y
sus compañeros de ideas no tuvieron acceso. En tal sentido, el problema
no es la ineficacia de la educación, como a veces se pretende, sino una
educación altamente efectiva para difundir, deliberadamente, esas
zonceras que impiden un pensar nacional.
Al análisis de esas “zonceras”
dedicó muchas de sus más encendidas páginas y alegatos. Las veía como
una pluralidad nacida de una “zoncera madre”, que no era otra que la
dicotomía sarmientina de civilización o barbarie, identificando la
primera con lo europeo y la segunda con lo propio americano. Sarmiento
legó a los argentinos esa fatal dicotomía que condicionó intensa y
prolongadamente la vida y el pensamiento del país, enseñando a denigrar
lo propio. De ella surgieron otras, como aquella que reza que la
extensión territorial es un mal, que alimentó el plan de la Patria Chica
que relegó el interior y no le importó perderlo, pues de lo que se
trataba era de formular una política para Buenos Aires y sus
alrededores, que ofrecían las condiciones necesarias para la nueva
Europa con la que soñaban los liberales. La libre navegación de los
ríos, la idea de que la victoria no da derechos o la afirmación de la
superioridad del inmigrante sobre el nativo, eran otras “zonceras”
derivadas y dirigidas a destruir el sueño de una Argentina soberana y
próspera, confiada en sus posibilidades y su destino.
La imposición de esa
estructura mental es vista como dictada por los intereses del
imperialismo británico, al que conviene un país debilitado y sin fe en
su destino. La lectura remite necesariamente a la historia, pues ésta ha
sido tergiversada para que “los argentinos no posean la técnica y la
aptitud para concebir y realizar la política nacional”(Jauretche: 1959:
23). El análisis histórico revela un plan consciente de mantener al país
en dependencia del pasado, conservando el carácter agrícola-ganadero e
impidiendo el ascenso social y político de las masas. El revisionismo
esclarecía el papel decisivo de Inglaterra, que había hecho de Argentina
una pieza necesaria de su economía industrial y su expansión comercial,
y la complicidad de las élites en el establecimiento de un ordenamiento
jurídico-institucional destinado a facilitar la penetración inglesa.
La experiencia de Rosas en el
siglo XIX y la de Irigoyen en el XX son vistas como dos intentos
frustrados de salvar la Patria Grande, promoviendo una política de
sentido nacional en lo económico y en las relaciones exteriores. Lo que
se impuso finalmente fue la Patria Chica del liberalismo con sus sueños
de progreso y un ejército a su servicio, el que apuntaló una situación
ahistórica en un país de ficción en el cual los grupos marginados apelan
a la violencia, sólo para convertirse en objeto de la represión militar
(Jauretche: 1958: 3). Jauretche veía la necesidad de reestructurar las
Fuerzas Armadas, advirtiendo que sin política nacional no hay ejército
nacional, y entendiendo a esa política nacional como opuesta a la
política ideológica, que fue sacrificando el territorio nacional en aras
de preocupaciones de tono ideológico. Le preocupaba el concepto de
espacio nacional, que consideraba abandonado al momento del nacimiento
de la Argentina moderna y la sanción de la Constitución de 1853, y
dentro de su preocupación se erigía en forma central la Patagonia, que
hablaba de los peligros de un espacio vacío. La conclusión es que la
comprensión entre pueblo y ejército es decisiva para formular una
política nacional cuyo sentido último sea hacer una política para el
pueblo.
El repudio de los falsos
axiomas es también el de quienes sirven al sistema y de los aparatos
legitimadores de la colonización mental y cultural. La crítica va contra
lo que Althusser llamó aparatos ideológicos del estado, los que elaboran
el discurso legitimatorio que repiten los intelectuales carentes de
autenticidad, la “intelligentzia”, o “cipayos”. Esa estructura acaba con
todo lo nacional y popular por considerarlo bárbaro, pero tienen cabida
en ella los productos intelectuales de la izquierda, porque al igual que
la derecha, respeta las premisas del dogma civilizatorio. La crítica de
Jauretche va demoliendo mitos, como el de la universidad, vista como una
fábrica de expertos frustrada por la falsa identificación entre
civilización europea y cultura, y también el de la prensa, presentada
como carente de independencia por estar presa de los intereses
económicos. Interesa destacar que cuando en 1970 Althusser publicó en
París su obra Ideología y aparatos ideológicos del estado,
negando toda pretendida neutralidad política en el campo cultural,
consiguió la entusiasta adhesión de la nueva izquierda argentina, que lo
proclamó uno de sus modelos. Jauretche había hecho la misma denuncia
mucho antes, en 1957, pero la nueva izquierda prefirió ignorarlo, en
parte porque “tardó en digerir la obra de Arturo Jauretche” (Cangiano:
2001: 28).
La tercera faceta del mal
denunciado son los intelectuales que sirven al sistema. En su
Profetas del odio se encuentra un despiadado juicio sobre grandes
figuras intelectuales alejadas de una perspectiva nacional y popular,
que era la que definía para Jauretche la verdadera estatura de un
intelectual. Nombres como los de Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo o
Julio Irazusta, entre otros, aparecen como representativos de una
intelectualidad que no está al servicio del país, y la revista Sur
de Victoria Ocampo, orgullo de la vida intelectual argentina, es
señalada como uno de los más notorios mecanismos de fuga de sus
responsabilidades protagonizados por la intelectualidad argentina. En
cambio, los intelectuales auténticos son excluidos sistemáticamente de
esos aparatos pese a que constituyen la verdadera inteligencia nacional.
Estas críticas cobran sentido en el marco de la denuncia hecha por
Jauretche de la subvaloración de la identidad nacional, la negación de
las posibilidad de creatividad propia y el desarraigo de los
intelectuales, siempre dispuestos a sentir fidelidad hacia Europa y no
hacia la tierra que los vio nacer.
El optimismo de Jauretche
aflora al momento de creer en las posibilidades de sacudirse de esa
estructura, apelando al “buen sentido popular”, único capaz de remediar
la desconexión con la realidad y haciéndolo comprender el significado
último de esa pedagogía colonialista al revelar no sólo su contenido
sino también cómo y para beneficio de quiénes funciona. Esa posibilidad,
sin embargo, sólo puede aparecer cuando las condiciones materiales de
base lo permiten, y el pensador creía que el momento histórico había
llegado, por las experiencias del irigoyenismo y el peronismo que habían
puesto a las masas como protagonistas del quehacer político (Jauretche:
1957: 277).
Todo intento de escapar al
condicionamiento del pensamiento implica formular un paradigma
alternativo a la pedagogía colonialista. En este contexto pierde sentido
cualquier disputa ideológica, puesto que tanto la intelligentzia
democrática como la marxista son consideradas como incapaces de obrar
fuera de la ideología y, lo que es peor, coinciden en el mismo
mesianismo civilizatorio, aunque quieren realizarlo por distintos
medios. La nueva pedagogía propuesta por Jaureche quiere superar el
viejo enfrentamiento formulado por Sarmiento y reemplazarlo por un
esquema conceptual en el cual los elementos enfrentados son las minorías
extranjerizantes que oprimen al país y las mayorías nacionales.. La
nueva pedagogía se propone reformular el viejo enfrentamiento a fin de
que sirva de instrumento a la emancipación de las masas y a la
independencia nacional.
Sus propuestas. El dilema
entre socialismo y capitalismo.
Una coordenada fundamental del
pensamiento de Jauretche fue su énfasis en la unidad nacional de las
diversas clases sociales y su rechazo del clasismo, posición axiomática
que rechazaba en nombre de su nacionalismo. Lo que veía no era el
enfrentamiento de clases que la izquierda proclamaba como central, sino
el conflicto entre la minoría oligárquica y antinacional y los sectores
populares, que rechazaban la dependencia económica y cultural del país.
De allí su insistencia en que “todos los sectores sociales deben estar
unidos verticalmente por el destino común de la Nación” (Jauretche:
1962: 65) y su voluntad de no acentuar las oposiciones internas que
afectaban al objetivo central, la liberación nacional, ya que esas
divisiones juegan a favor de la oligarquía nacional y sus patrones
extranjeros. Las consignas clasistas de la izquierda le parecían
incompatibles con la lucha seria por el destino nacional, no sólo porque
llevaban al sacrificio en forma exclusiva a los obreros, sino porque
retardaban la toma de conciencia de otras clases que también debían
participar en el proceso de liberación nacional. Fue absolutamente
coherente en cuando a que la emancipación y la justicia social no serían
resultas por la lucha de clases y en ver a esos enfrentamientos como un
técnica usada por el imperialismo en otros contextos, como China o la
India. En países semicoloniales, como Argentina, lo necesario era una
alianza de la clase media y baja, pues “ni el proletariado, ni la clase
media, ni la burguesía por sí solos pueden cumplir los objetivos de la
liberación nacional”( Jauretche: 1957: 316).
El medio pelo de la
sociedad argentina es una expresión clara de su preocupación por las
divisiones dogmáticas de clase, que generaron el enfrentamiento entre
“dos Argentinas”, ya que la revolución del 55 debe ser entendida como la
imposición del criterio de una clase social a las demás, según
Jauretche. El error de dar a la clase media por enfrentada con la obrera
habría sido advertido por el proletariado bajo el peronismo,
comprendiendo que su ascenso es simultáneo al de la clase media y
dudando de los enunciados clasistas del socialismo y el comunismo
(Jauretche: 1966: 223).
La que asume un papel decisivo
es la clase media, llamada por Jauretche a veces “burguesía nacional”.
Aún Galasso, admirador del pensador, advierte la contradicción en la que
éste se debate, pues supone que la etapa del capitalismo nacional la
realiza la burguesía nacional, pero nadie como él había denunciado su
defección en el caso argentino. Una posible explicación puede hallarse
en que la posición de Jauretche se nutría de las experiencias
irigoyenista y peronista, en las cuales los trabajadores aceptaron la
conducción de la clase media y el ejército. El problema es la carencia
de una conciencia de clase y falta de una ideología definida en la clase
media, en lo que llamaba la “tilinguería” de esa clase y a lo que
atribuía que el proyecto nacional históricamente no hubiera podido
cuajar en Argentina. Ese vacío explica que la burguesía haya
desnaturalizado su función histórica y no haya asumido su rol histórico
modernizador y haya, en cambio, adoptado las pautas ideológicas y
culturales de la clase social que se opone a su desarrollo, la
oligarquía. La burguesía tuvo tres grandes fracasos, a la caída de
Rosas, en el 52, en el 80 y entre el 45 y el 55, cuando frustró el
proyecto de capitalismo nacional que impulsaba el peronismo. Lo irónico
es que la clase media fue la primera que tuvo conciencia de los
problemas nacionales, pero no de su deber histórico, aunque Jauretche no
deja de atribuir su parte de culpa al peronismo en los resultados.
Algunas medidas que tomó y que afectaron los valores estéticos y éticos
de la burguesía, así como su individualismo, le impidieron a esa clase
visualizar su rol nacional bajo el peronismo.
Así, a partir del uso de las
categorías de grupo de pertenencia y de referencia, Jauretche hace una
interpretación del fracaso de la burguesía argentina, grupo
psicológicamente disociado que instrumenta una imagen denigratoria del
país. Falta una élite rectora, y de allí surge la misión autoatribuida
de convocar y en su caso liderar un movimiento político-ideológico capaz
de cubrir el vacío y de construir un consenso nacional que permitiera
formular una política nacional. Esta no debía ser obra de un gobierno,
sino resultado de un estado de opinión o “voluntad nacional”, entendida
como algo distinto de una mera suma de voluntades tal como se expresa en
las opciones electorales bajo el nombre de mayoría.
Jauretche consideraba
absolutamente prioritaria la liberación nacional, para lo cual era
indispensable lo que llamaba “unidad vertical” de todas las clases
sociales, entendiendo que la discusión de si el proceso económico se
encaminaría por la vida capitalista o no, vendría después. La idea de
nuestro pensador de que el sistema económico es vital pues a sus
intereses se ajustan la superestructura cultural, política e
institucional, es sin duda de raigambre marxista y, por tanto, induce a
suponer una simpatía hacia esa corriente y hacia el socialismo. Lo
alejaba de ellos, como se lo ha señalado ya, su rechazo de la lucha de
clases, y descartaba para Argentina la posibilidad de una revolución
socialista, por no tener un pueblo levantado en armas, lo cual le
parecía requisito indispensable.
Un desarrollo normal de las
premisas de su pensamiento podría haberlo llevado a pensar en soluciones
fuera de la órbita del capitalismo, pero se debatió en fuertes tensiones
ideológicas, con declaraciones de rasgos socialistas coexistiendo con
afirmaciones de que el desarrollo nacional autónomo sólo podría darse
dentro del capitalismo nacional. Lo que parecía fuera de toda discusión
era que la burguesía nacional pudiera protagonizar el proceso de
acumulación de capital, y ni siquiera actuar como colaboradora, por lo
cual el estado debía convertirse en empresario para el desarrollo de
todas las actividades económicas de base. Su prédica en favor del
capitalismo nacional resulta sin duda de su observación del desarrollo
de esa fórmula en la experiencia peronista, y en tal sentido puede
interpretarse su afirmación de que “aún siendo marxistas, tenemos que
admitir que debemos cumplir la etapa de las realizaciones nacionales”
(cit. por Galasso: 2003: 99). Puede pensarse que su realismo le sugería
que en ese país y en ese momento no había otra alternativa que el
capitalismo, aunque es plausible también la interpretación más crítica
de que las actitudes populares y antiimperialistas de Jauretche son de
raigambre irigoyenista , que es tanto como afirmar las raíces de clase
media y la renuncia a los planteos clasistas propios del socialismo.
En su actividad intelectual y
su militancia durante el exilio de Perón se relevó con mayor claridad la
tensión entre sus simpatías socialistas y las propuestas de un
capitalismo nacional. El complicado juego político que el viejo líder
seguía desde su exilio madrileño convencieron a Jauretche de que falta
una estrategia efectiva para recuperar el poder, y ese convencimiento lo
fue acercando más a la izquierda nacional. No debe olvidarse que desde
la caída de Perón su movimiento había sido penetrado por corrientes
socialistas y marxistas para las cuales la Cuba socialista era una
referencia política concreta, y Jauretche no podía estar fuera de la
corriente de los tiempos. Al momento del regreso de Perón la izquierda
no dudaba de que “la patria socialista está a la vuelta de la esquina”
(Schvarzman: 2001: 507), y que Perón era un auténtico líder socialista.
En parte, Jauretche habló de un socialismo nacional llevado por su
confianza en el papel de la juventud, que se pronunciaba
mayoritariamente por una salida socialista inspirada en el ejemplo
cubano. Datan de esa época sus expresiones de solidaridad con la
revolución cubana y aunque no apoyaba la dependencia respecto de la
URSS, creía necesario estar con Cuba. Incidieron poderosamente en su
propuesta de un “socialismo nacional”, contradictoria con su defensa de
un “capitalismo nacional”, tanto su desilusión con la estrategia de
Perón como su convencimiento de que la nueva izquierda se había ubicado
correctamente hacia una posición nacional. Le parecía posible luchar por
ese socialismo nacional sin abandonar la idea de formar un frente
nacional antiimperialista, y esperaba en esto lograr el apoyo de los
peronistas más combativos, cosa que no ocurrió.
También puede pensarse que esa
propuesta del socialismo nacional venía de la conciencia de que su época
ya había pasado y que los agentes sociales del cambio, la juventud y los
obreros, habían hecho su opción por una “patria socialista”. Le
entusiasmaba el aporte juvenil a la renovación del peronismo, pero
desconfiaba de la actitud de los grupos guerrilleros, como Montoneros,
que priorizaban la acción directa por sobre la actividad política. A
esos grupos les advertía sobre el peligro de un alejamiento de la
realidad nacional, pues los veía más interesados en los problemas de la
Cuba revolucionaria que en los del propio país y por tanto, proclives a
repetir los viejos errores de la izquierda. Le preocupaba también su
soberbia y esquematismo ideológico, que provocarían un alejamiento de
las masas, pues “hay que partir de la base que el pensamiento debe ser
compartido por la multitud, porque de lo contrario significa soberbia”
(cit. por Galasso: 2003: 263).
El pensador en perspectiva
La de Jauretche fue una larga
batalla ideológica y política para dar por tierra con los mitos
negativos que habían impedido un desarrollo nacional autónomo, batalla
librada desde la marginalidad y con un espíritu de renuncia que le
permitió aceptar posiciones secundarias sacrificando su ambición
personal, sin otro norte que ser fiel a sus ideas y poner por encima de
todo el interés del país. No hubo en su vida y su labor una sola
contradicción a la hora de identificar el interés nacional con el
popular, o de afirmar su fe en la capacidad de las masas de saber dónde
está su bien.
En su vida intelectual y su
accionar político fue fiel al diagnóstico que hizo del problema nacional
en términos de la existencia de un doble sistema, político y cultural,
que estaba contra el país y le impedía realizar su destino. La deducción
obligada era que el intelectual “nacional”, como gustaba considerarse,
no sólo debe pronunciarse contra ellos sino actuar, ubicándose en la
tradición de la izquierda latinoamericana del intelectual militante. Su
obra fue exitosa en la formación de un pensamiento compacto, para cuya
expresión acuñó vocablos que se instalaron en la terminología política,
como “cipayo” o “vendepatria”.
Entendió como su misión esencial no
la de formular una ideología, sino crear un estado de conciencia que
preparara el acuerdo de los argentinos, más allá de las banderas
políticas, en la voluntad de crear un país real y una política que le
diera respuesta. La formación de un estado de conciencia tiene un
carácter antiideológico en el sentido que propone conectar las ideas a
la realidad, al servicio de lo que Jauretche confesó ser el objetivo de
su vida: modernizar las estructuras económicas y sociales de Argentina.
Se ha señalado como una de sus carencias que no haya en su pensamiento
propuestas institucionales concretas, pero no es de extrañarse que no
las haya , puesto que siempre pensó que el pensamiento nacional y la
política nacional en él fundada eran susceptibles de ser expresadas por
diversas formas políticas e institucionales.
Más allá de las limitaciones, su
prédica mantiene vigencia en cuanto a la centralidad del interés
nacional y la identificación del mismo con los intereses de la mayoría,
y lo mismo puede decirse de su llamado a tomar conciencia de que las
estructuras mentales y culturales pueden afectar negativamente y aún
frustrar el destino de un país. Su reflexión fundamental acerca de que
la grandeza de un país está vinculada a la capacidad de enfocar los
problemas desde el mirador de esa centralidad parece una afirmación
obvia, pero sigue siendo un problema a encarar y resolver en la
Argentina de hoy. Después de la muerte de Jauretche el país vivió
situaciones que marcaron definitivamente la vida de los ciudadanos, su
mentalidad y las relaciones entre la sociedad y el estado. Las etapas
políticas que se sucedieron y la opción por el neoliberalismo han creado
una problemática social, política y cultural que sugiere la necesidad de
releer a Jauretche.
La Argentina de hoy, de vuelta
de la ilusión menemista de haber entrado al “Primer Mundo”, se debate en
la dura realidad de la polarización social que hace de la democracia
apenas una estructura formal. Parece escucharse la voz de Jauretche
advirtiendo que la democracia verdadera debe ser real, en el sentido de
participación de las masas en el bienestar material y la toma de
decisiones relativas al destino del país. Parte del mensaje ha perdido
actualidad, como las denuncias del imperialismo inglés, pero continúa
vigente en sus líneas generales para un país que busca todavía el camino
hacia un desarrollo no dependiente y una fórmula que posibilite el
crecimiento con justicia social.
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Revisión técnica: Adrián Celentano
Actualizado, febrero 2005
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
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