Teoría, Crítica e Historia

El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina

 

"La condición humana en Alejandro Korn"

Francisco Leocata

 

Alejandro Korn como pensador argentino

Todo auténtico filósofo se interroga sobre el problema de la condición humana. La pregunta, que el filósofo debe llevar a cierto nivel de universalidad, no elimina, sin embargo, la perspectiva en la cual está ubicado su pensamiento. El que plantea la pregunta por el hombre en general, no puede dejar de tener la mirada puesta en su situación, en el mundo cultural y natural que lo rodea. Es, por lo tanto, asumiendo su entorno, como puede acceder a la meditación por el hombre en cuanto tal.

Es por muchos motivos que un número considerable de intérpretes consideran actualmente a Alejandro Korn (1860-1936) como uno de los pensadores más típicos de Iberoamérica, y como una suerte de modelo de pensador argentino. Para comprender mejor su visión del hombre, debemos tener presente el clima cultural que se vivía en la Argentina en los años en que ejerció su magisterio. Proveniente de la psiquiatría, mostró una vocación filosófica muy clara e inició su enseñanza de la filosofía en 1906: primero fue profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de La Plata, luego enseñó Gnoseología y Metafísica en la Universidad Buenos Aires, para retornar a su magisterio en La Plata[1]. Sus primeras armas en el campo filosófico se dieron, por lo tanto, en las cercanías del Centenario. El movimiento hegemónico en ese momento, tanto en Buenos Aires como en La Plata -cuya Universidad había sido fundada en las postrimerías del siglo XIX y tuvo entre sus propulsores a Joaquín V. González (Biagini: 2001)- era el positivismo. Un positivismo con rasgos muy propios, como lo ha mostrado, entre otros, el clásico estudio de Ricaurte Soler (1979), marcado por una particular acentuación de lo biológico, incluyendo el tema de la evolución, con derivaciones a la psicología y a la sociología. Son de esa época los primeros trabajos importantes de José Ingenieros, cuya Revista de Filosofía se fundaría más tarde, en 1915.

Pero Korn, cuyo conocimiento de la historia de la filosofía moderna sobrepasaba el nivel que por entonces era habitual entre nosotros (Leocata: 1993), no se sentía cómodo dentro de esos límites, y su acceso a las fuentes alemanas del pensamiento filosófico, especialmente a la escuela neokantiana, lo llevaron a plantear de un modo nuevo el enfoque de la filosofía y, en particular, la pregunta por el hombre.

Datan de 1912 los primeros apuntes de lo que más tarde publicó con el título de Influencias filosóficas en la evolución nacional[2]. Ya por entonces, en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires había signos de inquietudes nuevas por un pensamiento alternativo al positivismo. Las nuevas generaciones se interesaron por Kant y por el neoidealismo, y se hacía presente la influencia de Bergson. Pero erraríamos si no tuviéramos en cuenta que estos factores fueron sólo la ocasión de una exigencia renovadora que nacía desde dentro de nuestra cultura y que estaba presente ya en nuestros mejores pensadores. Alejandro Korn es tal vez el ejemplo más típico, además de ser el maestro más respetado de su generación, de un argentino que da un salto cualitativo en el nivel de pensamiento, y por lo tanto de la cultura en general. Cuando Ortega y Gasset dio su Curso sobre Kant en su visita de 1916 (Asenjo y Garbarain: 2000), ya Korn estaba encaminado hacia un nuevo giro de pensamiento, y en 1918, el año de la famosa Reforma Universitaria, al asumir el cargo de decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, afirmó del positivismo académico anterior:

“Con su trabazón lógica, casi escolástica, ha poco aún se imponía aquel sistema que apoyado en las ciencias naturales, hacía del hombre una entidad pasiva, modelado por fuerzas ajenas a su albedrío, irresponsable de sus propios actos... Y he aquí que vuelven ahora a postularse ideales, queremos ser dueños de nuestros destinos, superar el determinismo mecánico de las leyes físicas, el automatismo inconsciente de los instintos, conquistar nuestra libertad moral y encaminar el gran proceso de ascensión creciente hacia los eternos arquetipos” (Obras Completas: 655).

Estos arquetipos, desde luego, no eran propiamente las ideas platónicas, sino los valores concebidos como metas proyectivas de la libertad humana desarrollada en el tiempo. Este rasgo, de recuperar la conciencia de la libertad superando las barreras del determinismo, es lo que hace de Korn un pensador emblemático de la Argentina, pues ese tema puede considerarse sin duda como uno de los hilos conductores de nuestra historia filosófica.

Superando la interpretación determinista de cierto positivismo de corte spenceriano, Korn quería recuperar el impulso inspirador de la generación del ‘37, especialmente de Alberdi, llevándolo a un nivel de conciencia filosófica más elaborado y reflexivo, más rico desde el punto de vista teorético (O.C.: 266). Pero no se trataba tan sólo de una tesis filosófica aislada y meramente contemplativa, sino de una nueva ubicación en un punto desde el cual pudiera, aprovechando la herencia del positivismo, tal como él lo interpretaba, ayudar a orientar y elevar la cultura argentina en todas sus áreas, incluyendo sus aspectos sociales. Korn comprendió que la misión de la filosofía era inyectar nueva vida a la cultura y a través de ella a la vida institucional. Hay, por lo tanto, un nexo profundo entre su concepción de la libertad y su proyecto cultural representado por la Nuevas Bases (O.C.: 513). Es preciso adentrarse en la interpretación de una de sus obras centrales, que gira justamente en torno al tema de la condición humana: La libertad creadora.

La condición humana en La libertad creadora

Este ensayo filosófico fue publicado en 1922 y, aunque en sus primeras páginas parece presentarse un problema puramente teórico –que expresa un vuelco hacia el idealismo–, su finalidad es dar lugar a un protagonismo mayor de la libertad, una libertad situada en un mundo donde hay antinomias y contradicciones. La tesis de que todo es inmanente a la conciencia tiene como objetivo remover lo que Korn denomina “realismo ingenuo” y, al asumir el apriorismo del espacio y del tiempo, su blanco directo parece ser la doctrina de Spencer en Los primeros principios:

No basta emanciparse de realismo ingenuo hasta el punto de comprender el conjunto de las cosas como un fenómeno mental. Esta es la parte más burda de la iniciación. Al realismo ingenuo, es menester perseguirlo en todas sus guaridas, sobre todo allí donde se oculta en formas larvadas. También el espacio y el tiempo, las dos magnitudes en que se encuentra el proceso cósmico, sólo se conocen como elementos de la conciencia, y su existencia real fuera de ella no es un hecho comprobado (O.C.: 214).

Su crítica se extiende también al realismo de tipo escolástico, que por entonces empezaba también a remontar en el panorama argentino.

Sin embargo, la conciencia según Korn no es una quietud plenamente armónica: todo lo contrario. Está ubicada en medio de la tensión entre sujeto y objeto. Hay por lo tanto una no-identidad entre el yo y la conciencia, que es más abarcadora que el yo, por lo que su idealismo evita la absolutización del Yo tal como se da en Fichte.

“El yo es la unidad persistente y estable que postulamos ya la cual referimos los momentos sucesivos del cambiante proceso psíquico. Fuera de toda duda, no existe sino en la conciencia. Y junto con el yo, una serie de hechos que le atribuimos: los estados afectivos, las voliciones y los juicios. Pero en manera alguna le atribuimos todo el contenido de la conciencia, pues ella comprende también la representación de un mundo que el yo conceptúa extraño y separa como lo externo de lo interno. Sin embargo, si este mundo está fuera del yo, no está fuera de la conciencia. Las sensaciones, que son sus momentos constitutivos, son hechos psíquicos y otra noticia no tenemos de su existencia”. (O.C.: 216)

Hay, por lo tanto, una inmanencia del yo y del mundo externo en la conciencia, que es al mismo tiempo –añadiríamos sin traicionar el sentido profundo del pensamiento de Korn– vida. Sin embargo, el hombre, situado en el yo, no es dueño del amplio horizonte de la conciencia, por lo que su existencia no llega a una síntesis total con el mundo externo, tesis que excluye también un idealismo según el modelo de Hegel. Pues la condición humana no es eso. Su destino es ampliar las posibilidades de la libertad superando paulatinamente las barreras del determinismo físico, pero también del determinismo que el hombre, en cuanto ser social, a través de las instituciones y a través de una deficiente organización de las mismas, se pone a sí mismo.

En la antropología de Korn hay también la asimilación de ciertos temas provenientes de Bergson (el adjetivo “creadora” en cierto modo lo da a entender)[3], aunque no menciona a este autor con tanta insistencia, como lo hace Alberini. En el fondo, lo que Korn llama conciencia es también vida, que para desarrollarse se desdobla polarmente dando lugar a un dinamismo constante. La “esencia” del hombre, su meollo más profundo es su libertad, pero ésta no puede darse sin una constante superación de lo contrario, que es, vista en perspectiva bergsoniana, vida petrificada, anquilosada.

Aclaremos este punto, sin el cual no puede entenderse la entera visión de nuestro autor. El mundo externo se presenta al yo como regido por leyes que escapan a la libertad, y que son en cierto modo su presupuesto. Pero tales leyes, con el determinismo que las acompaña, son modos con que la vida consciente ve el polo opuesto del yo. El realismo ingenuo -denominación que había sido utilizada en sentido positivo por Juan B. Justo como fondo de su filosofía social- las ve como “cosas”, pero en el fondo son fragmentaciones y sistematizaciones del flujo vital. Es por eso que la intuición precede, según Korn, a los conceptos: la intuición nos da un contacto más directo con la vida consciente, mientras que los conceptos son esquemas con los que el yo va estructurando el polo del mundo:

Punto de partida del conocer es el intuir. Entiendo en todo caso por intuición, el hecho evidente, el conocimiento espontáneo e inmediato constituido en unidad por la apercepción sintética. No agrego: sin elementos discursivos, pues esta condición ideal jamás se realiza; la intuición pura no existe. El análisis siempre descubre su complejidad, pero no puede llevarse la crítica al extremo de negar la base intuitiva del conocimiento, sin caer en el nihilismo y suicidarse por el absurdo (O.C.: 219).

No pudiendo darse esta intuición pura -a la que apuntaban por motivos diferentes autores como Bergson, Simmel y Keyserling-, el yo debe abrirse paso en el mundo esquematizando, estableciendo leyes, configurando sus partes para facilitar luego su acción instrumental sobre él. Nace allí el concepto, que para Korn implica cierta simbolización (O.C.: 327), resumen parcial de una experiencia, cuya meta es sistematizar el mundo exterior; sistematización, desde luego, nunca estable, destinada a ulteriores correcciones y adaptaciones. El yo, partiendo de una inicial intuición de su vida y de su libertad en acción, conceptualiza, es decir, abstrae y reduce a esquema el mundo externo para darle un cierto orden que muestre un camino para la libertad que habrá de dominar técnica y moralmente esas fuerzas. La condición humana, si pudiéramos expresarlo en la terminología de Hanna Arendt, autora del libro que lleva ese título, no encuentra su realización en la vita contemplativa, sino en la obra práctica, transformante de la libertad, en la vita activa. El conocimiento es un paso para que ésta cree algo nuevo en sí misma y en el mundo. Es por eso que Korn debilita el sentido de los universales, e incluso de una verdad “en sí” independiente de la valoración y de la acción humana.

Basta, por otra parte, una breve reflexión, para convencerse de que todo concepto universal hipostasiado resulta en sí mismo contradictorio y absurdo, v.gr.: el tiempo, el espacio, la causa primera, etcétera. Los conceptos, como las palabras, son símbolos. La acción que soportamos o ejercemos, esa ya no es un símbolo, es un hecho. El logos, el principio inmanente, ha tiempo dejó de ser palabra: no persista en considerarlo concepto racional, porque en realidad es razón eficiente, voluntad y energía. (O.C.: 220)

Las antinomias, heredadas del kantismo, no son para Korn un motivo de escepticismo. La libertad las necesita, vive de ellas; ellas son condiciones para su realización. En sus estudios sobre Kant, por lo demás, había subrayado nuestro autor la importancia de la tercera antinomia de la crítica de la razón pura (la que gira en torno a la libertad y el determinismo), y había visto en ella una reafirmación de las condiciones para que se dé el dinamismo de la voluntad:

En el espíritu de Kant, el determinismo, regido por el principio de causalidad, no suprime la existencia de la finalidad. El concepto del mecanismo universal no excluye la acción de la voluntad autónoma. Por el contrario, nadie afirma sus fueros con más energía. ¿Hemos de desconocer acaso el testimonio irrecusable de la conciencia? ¿No nos sentimos responsables de nuestros actos? ¿Podemos ser responsables sin ser libres? (O.C.: 391)

La interpretación de Korn es adecuada al espíritu kantiano, pero supone el paso por la lectura sobre todo de los neokantianos de Baden, como Windelband y Rickert[4]. Es a partir de esta lectura, como la naturaleza con sus determinismos pueden verse como un paso previo, una estructuración de la conciencia en vista de la acción. La marca original de Korn subraya además el carácter creador y vital de la libertad.

El abrirse paso de esta libertad, que es individual y comunitaria al mismo tiempo, es un proceso potencialmente infinito, está arraigado en la temporalidad y no alcanza nunca un estado de total plenitud. Pero la vida humana es precisamente eso: una búsqueda constante de liberación que en sí misma es creadora, es decir, productora de un novum, en el estado de cosas mundano y social. Para ello necesita superar límites (los límites de lo natural y de lo social que se han ido asentando en la historia, es decir de la historia no in fieri, sino en cuanto ya hecha), y avanzar hacia una mayor autonomía del hombre.

La acción tiene niveles diferentes. La libertad desempeña primero un papel que podría llamarse de elaboración utilitaria, lo que corresponde a la idea del homo faber, supera estrecheces y carencias materiales para expandir sus medios de subsistencia y satisfacer sus necesidades de salud, de trabajo. Más allá de este nivel está la libertad en cuanto ejerce la vida moral, nivel en el que el hombre no sólo crea instrumentos de explotación de los recursos naturales, sino que además abre el espacio a un ámbito de relaciones sociales, comunitarias, con sus respectivas objetivaciones institucionales: sale del yo individual para obrar con y para los demás. Pero adviértase que en este nivel también habrá de luchar contra determinismos que provienen de la dominación de un grupo social sobre otro, o de la estructuración de las instituciones jurídicas o laborales.

La profunda asimilación de la mens kantiana impide a Korn apelar a todo intento de unificación total reconciliadora, incluyendo la dialéctica idealista de Hegel y de los neohegelianos de su tiempo[5].

No existe ninguna unidad comprobada. La hemos buscado, la hemos afirmado; pero de hecho nunca la hemos encontrado. La unidad física, el átomo, está descalificada a pesar de no haber sido nunca un hecho empírico sino una hipótesis. Pero ni a ese título puede nunca subsistir. La unidad orgánica, la célula, ha resultado ser un organismo de complejidad infinita. La unidad psíquica, la sensación, nunca es simple, menos aún lo son los estados de ánimo. Ni en el dominio de lo objetivo, ni en el de lo subjetivo podemos fijar una unidad. Tampoco es el yo ni lo es el objeto intuido. (O.C.: 234)

Estas afirmaciones indican claramente que la filosofía de Korn no repara suficientemente en las unidades noemáticas (en el sentido fenomenológico de este término) de los contenidos de conciencia, que cubren diversos planos, pero muestran que según su modo de pensar, la razón teorética, por sí misma tiende a desmenuzar unidades en elementos más simples. Sólo se alcanza síntesis (relativas) cuando la libertad se predispone a la acción. Llegados a este punto, Korn corre el peligro de derivar hacia un predominio unilateral de lo analítico por lo que se refiere al conocimiento, disolviendo continuamente el todo en las partes. Pero su explicación tiende, por contraste, a poner de relieve la unidad de la acción, que es un continuo emerger de la libertad creadora. Es ella la que da unidad a los diversos contenidos, al hombre en cuanto sujeto individual, y a la condición humana en cuanto tal.

La acción consciente es el alfa y la omega, el principio y el fin, la energía creadora de lo existente. Ella desarrolla el panorama cósmico en la infinita variedad de sus cuadros y ella le opone la gama infinita de las emociones íntimas. (O.C.: 239)

Y añade enseguida algo sorpresivamente “No se concibe un más allá. Es, desde luego, lo absoluto, lo eterno” (O.C.: 239).

Esta filosofía es el reverso de lo que había querido indicar Maurice Blondel con su famosa tesis acerca de L’Action (1893), que abría la lógica de la acción, superadora de los determinismos, hacia la trascendencia, línea de pensamiento a la que habría de ser más sensible Angel Vasallo (Vasallo: 1938: 82-85). En Korn, por el contrario, la acción y la libertad no constituyen ninguna trascendencia, pero dan unidad -esa unidad que es tan precaria en el conocimiento científico y teorético- a los objetos y al cosmos. Sin embargo, puesto que la filosofía de Korn tiene latente el sentido de la radical temporalidad de la condición humana (aún antes de la aparición de Ser y Tiempo, en 1927), esa creación de la libertad siempre se halla frente a nuevo límite, a un nuevo desafío, a un nuevo problema para superar. De manera que la absolutez o la eternidad de la acción libre han de interpretarse como un constante devenir sin término, que es autónomo respecto a cualquier instancia superior. Korn, sin embargo, reconoce el aparecer en el horizonte de esta libertad, de un anhelo de unidad armónica, una coincidentia oppositorum, para emplear la expresión de Nicolás de Cusa, como una meta inalcanzable que orienta de algún modo el finalismo de la acción, a la que parece tender el devenir de la libertad. Pero se trata de un anhelo que queda en un estado potencial, es el horizonte infinitamente ampliable de la libertad[6]. Korn une este tema con un tema de herencia hegeliana, las tres formas superiores de la vida espiritual (el arte, la religión, la filosofía), que parecerían tender de distinta manera a esta meta:

De tres modos dispone el hombre para contestar a la interrogación más vehemente de su espíritu: la metafísica, el arte, la religión. Ninguno de estos medios excluye los otros; por el contrario, se apoyan mutuamente y así responden a un mismo propósito. (O.C.: 243)

Por eso esta filosofía, no obstante su inmanentismo, a semejanza de la de Fichte -sobre todo a la última etapa de Fichte- no cierra totalmente la puerta a una esperanza trascendente, de la que no se puede tener una certeza cognoscitiva total. Tanto el arte como la metafísica y la religión parecen señalar, en medio de la lucha redentora, una “certeza de la redención final”[7].

En estas expresiones creemos ver, más que un acuerdo con las formas de idealismo entonces en auge en Europa -todas ellas rigurosamente inmanentes-, ecos de la tradición krausista que en la Argentina de 1880 a 1920 tuvo en algunos pensadores tanta influencia. Era esa corriente, en efecto, la que apelaba a una “armonía” y a una redención finales[8]. A pesar de ello, el pensamiento de Korn ha de ser interpretado como una invitación a pensar seriamente los problemas temporales del hombre, las realizaciones de la libertad, tanto en lo individual como en lo colectivo.

Este es, pues, “el puesto del hombre en el cosmos”; nada dispensa al hombre de un dolor necesario para generar formas más libres de vida. Pero es preciso que su acción creadora, su libertad, se abra desde lo privado a lo comunitario y público. Nos parece interpretar correctamente el pensamiento de Korn, si consideramos como mediadora de este paso la mediación de los valores.

La condición humana en la Axiología

Hacia 1930 Korn escribió un ensayo sobre Axiología, redactado casi a manera de apuntes, que luego hubiera debido revisar y dar una redacción definitiva. El tema estaba por entonces en pleno auge, tanto en Europa como en nuestro medio, y se lo solía unir, como es debido, con el tema de la cultura. Es de 1919 la Axiogenia de Coriolano Alberini; Alberto Rougès se había ocupado del tema tempranamente y, en 1937 L. J. Guerrero daría un curso sobre los valores en perspectiva fenomenológica. El tema de los valores ocupará a casi todos los autores argentinos durante el siglo XX. Mientras tanto, se iban conociendo los planteos de Max Scheler, aunque la versión española de su Formalismo en la ética es más tardía[9]. El enfoque que da al tema Alejandro Korn continúa la línea de desarrollo propuesta en La libertad creadora. Esta proyecta la acción humana no sólo estructurando el mundo circundante mediante conceptos, axiomas y leyes, sino haciendo valoraciones. No hay en el vocabulario de Korn una descripción de distintos actos valorativos (preferencia, juicio de valor, encarnación del valor, etc.), ni tampoco una clara diferenciación entre el acto valorativo y el valor en cuanto tal. Y esa no diferencia no es casual, puesto que el valor para Korn es inseparable de la valoración del sujeto humano, el valor es el proyecto que la acción consciente lanza hacia adelante para transformar el mundo circundante. El valor es, en cierto modo, inherente al acto valorativo: las cosas valen en cuanto la libertad las inviste de una dignidad, de un aprecio, de una estima que es capaz de mover o mejor dicho, de preparar la acción más próximamente: "Llamaremos valoración a la reacción de la voluntad humana ante un hecho. Lo quiero o no lo quiero, dice. Llamaremos valor al objeto de una valoración afirmativa" (O.C.: 269).

En la dinámica de la libertad, el querer es inseparable de la acción concreta y cobra sentido en vista de ella.

La vida, para expandirse, proyecta sobre los objetos aspectos deseables, y mediante esa valoración cambia aspectos del mundo circundante, y amplía al mismo tiempo el espacio de la libertad. El cuadro de los valores que Korn presenta se inspira en parte en la lectura de los neokantianos, particularmente de Rickert. Critica repetidamente la concepción de Max Scheler por considerarla demasiado platónica, y por lo que él ve de implícita subordinación a la teología[10]. El valor no se da en un mundo ideal, sino que en cierto modo es una creación de la libertad. Es por eso que en la mentalidad de Korn hay una cierta tendencia a la subjetivación de los valores, tendencia que se ha trasladado ampliamente al medio cultural argentino, sin excluir el ámbito de la educación.

Es por eso mismo que no considera importante o indispensable trazar una jerarquía de valores, como había hecho Scheler en su obra de 1913. Los enumera, por así decirlo, horizontalmente, teniendo presente que el desarrollo de cada uno de ellos pertenece a un área de la cultura. El cuadro que propone Korn, presenta los siguientes tipos de valores: económicos, eróticos, vitales, sociales, religiosos, lógicos, estéticos (O. C.: 271). A pesar de lo que hemos dicho anteriormente, la misma enumeración sugiere un orden ascendente desde niveles más inmediatos a otros más altos, pero el hecho de no presentar una rigurosa jerarquía significa que debe haber entre ellos un lazo unitivo, que todos ellos colaboran para el desarrollo de la vida de la libertad en el tiempo. Repárese que por “valores lógicos” ha de entenderse todo el ámbito que pertenece al saber y a las ciencias, visto desde su apreciabilidad por parte de la libertad, a los fines de la acción.

Lo interesante (creemos que Korn fue probablemente el único en enfocar el tema de esta manera) es que Korn presenta el análisis de los diversos tipos de valores siguiendo un método que podría llamarse “antinómico”. En coherencia con cuanto había afirmado sobre el carácter de lucha y de drama que presentaba la libertad en la temporalidad humana, Korn coloca frente a frente los aspectos positivos y los negativos -es decir, los límites- de cada uno de ellos (O. C.: 273-279). El objetivo que persigue es poner de manifiesto que es preciso realizarlos para lograr una vida humana digna, pero que no puede absolutizarse ninguno de ellos en particular, pues ello implicaría nuevas formas de dependencia para la libertad, bloqueos para su expansión progresiva.

Las condiciones materiales de la existencia son condiciones previas de su desarrollo ulterior, base de toda superestructura social, jurídica, especulativa o religiosa. Todas las valoraciones, como quiera que se disfracen, son la expresión de tres necesidades biológicas: la conservación propia, la conservación de la especie y la convivencia social (O. C.: 273).

Pero añade inmediatamente algo que limita los alcances del llamado materialismo histórico dialéctico, que había sido revalorizado por el pensador italiano Antonio Labriola[11], y que representaba en el medio argentino, con una acentuación biologicista, Juan B. Justo:

No de pan tan solo vive el hombre. Del punto de vista genético, el materialismo histórico puede tener razón, pero hoy sus mismos secuaces hablan de dignidad humana, de creaciones autónomas sujetas a su propia valoración (O. C.: 273).

La reflexión de Korn muestra su preocupación por enlazar las valoraciones puestas al servicio del individuo con su apertura social, como si la vida misma se encargara de esa ampliación que da lugar a la cultura. El estilo algo esquemático de estos apuntes, abrevia tal vez demasiado los pasos de lo uno a lo otro, pero el enlace establecido resulta claro:

En la creación de la cultura más ha intervenido el egoísmo que el amor. El amor es ciego; también suele ser inestable. El rapto emotivo ni discierne ni perdura; necesita del control de la razón y de la voluntad. La pasión y el apasionamiento son malos consejeros. El nexo mismo de la familia se ampara en normas jurídicas y sociales (O. C.:275).

También en el nivel ético se da la oposición entre el bien y el mal, que según Korn es un dualismo antropocéntrico, “producto de nuestra apreciación humana” (O. C.: 282).

Aunque no hay en los escritos de Korn una teoría de la intersubjetividad (la importancia de los escritos inéditos de Husserl sobre este tema fue puesta de relieve sólo en la década de 1970) o una explicación de fundamentación nueva de la sociología, tal como fue presentada más tarde por Ortega y Gasset en su libro póstumo El hombre y la gente, es evidente la intención de Korn de abrir su concepción antropológica a los campos de la sociedad, la cultura y la política de una manera diferente a la presentada hasta entonces por los positivistas argentinos, incluyendo la Sociología argentina de José Ingenieros[12].

Los valores son para Korn vías de apertura desde lo individual a lo social, y aunque ninguno de ellos puede presentarse como absoluto, y todos están sometidos a ciertas antinomias inevitables, estas son vistas como aliciente que posibilita el proceso de liberación a que tiende la condición humana, son modos de superación de los diferentes determinismos.

En la época de Scheler y de Klages se había planteado el problema de la lucha entre la vitalidad y los valores superiores (éticos, religiosos, filosóficos, estéticos). Korn toma partido decididamente por la vigencia de los valores superiores que son, al fin y al cabo, los que dan lugar al mundo espiritual de la cultura. Un detalle curioso es que nuestro autor tome la expresión de origen nietzscheano “transmutación de los valores” en un sentido diverso, completamente desligado de la imagen del superhombre: por el contrario, es bastante clara la tendencia democrática -y podría decirse, igualitaria- de Korn, por lo que la transmutación de los valores indica en él el cambio que de una época histórica a otra se realiza por una configuración diferente de valoraciones y preferencias. Hay textos en los que parece privilegiar, en el orden de la cultura, los valores estéticos, pero dándoles siempre un sentido social.

La dimensión sociopolítica.

Y llegamos a otro de los méritos de Korn: el haber unido el interés filosófico con el compromiso social, aunque el lector pueda tener apreciaciones diferentes en cuanto a la vía política elegida por Korn. Sus escritos sobre Juan B. Justo y Jean Jaurès (quien estuvo en Buenos Aires en 1932), manifiestan su intención de ubicarse en la línea que, a su entender, prolonga y desarrolla el proyecto de la generación del ‘37, especialmente la obra de Juan B. Alberdi. De allí su adhesión al proyecto de las Nuevas Bases (O. C. 514).

El haberse interesado por los problemas sociales, económicos y políticos es un signo de la autenticidad de su vocación filosófica, pues no pensó la filosofía sólo como una contemplación de la vida interior sino como un modo de responder a los desafíos de la circunstancia y de trasladar a la generación futura el patrimonio de la búsqueda concreta de un país más libre. Esto es tanto más meritorio -prescindiendo, repito, de la orientación política concreta por la que optó- si tenemos presente el contexto que entonces le rodeaba: por un lado, el auge de las vertientes nacionalistas, el golpe de estado de 1930, con la conflictiva década que le siguió; por otro lado, la adhesión, más o menos fervorosa, de otros grupos (entre ellos el que representaban Ingenieros y Ponce) a la revolución rusa.

Puesto que se trataba de un hombre eminentemente filosófico y no de un político, Korn buscaba aprovechar la acentuación de la praxis, del sentido operativo, casi pragmático que atribuía al anterior positivismo (en el cual englobaba también a Alberdi, debido al significado demasiado amplio que Korn dio al término “positivismo”) y corregir de ese modo el defecto del individualismo liberal con su escasa sensibilidad por lo social. Por ese motivo, además de los motivos filosófico-teoréticos que hemos visto, Korn se aleja de las propuestas spencerianas, con la carga del evolucionismo darwiniano que suponían, y propone una asimilación de algunas ideas de Marx reinterpretado -siguiendo los estudios de Bernstein y de Labriola, a los que después de la muerte de Korn se añadirían los de Mondolfo- a la luz del pensamiento de Hegel. Por ese entonces, en nuestro medio no estaban dadas todavía las condiciones para un conocimiento más profundo del autor de La ideología alemana, y del papel mediador realizado por la obra de Feuerbach[13]. No hay duda que la filosofía de Korn no puede llamarse materialista, por lo que hemos apuntado al presentar su teoría de los valores. Fue el desarrollo de esta teoría lo que facilitó el enlace de la antropología de Korn con los temas culturales y sociales a nivel filosófico.

La filosofía de Korn está lejos de adherir al materialismo y al marxismo, en el sentido dogmático que adquirió con la pretendida “ortodoxia” del sistema político inspirado en él. El pensador argentino une su concepción de la libertad creadora que, por definición, es rebelde a todo dogmatismo, y que es en realidad un proceso continuo de liberación, a una dimensión socioeconómica, cultural y política coherente con su filosofía de los valores. Para encarar mejor este servicio y esta propuesta a la reforma de las instituciones sociopolíticas argentinas, se preocupó por estudiar las fuentes de las ideas filosóficas en la historia cultural argentina, con un enfoque que difiere mucho tanto del de Ingenieros en su Evolución de las ideas argentinas, como del de Alberini.

Francisco Romero, que fue en un tiempo su alumno, y que en cierto modo lo consideró como un modelo, como pensador probo y profundo, recuerda que en sus clases y cursos o conversaciones, Korn manifestaba y transmitía mucho más de lo que puede verse a la luz de sus escritos, que representan sólo un aspecto limitado de su obra. Quien tenga la mínima experiencia de las dificultades que encuentra quien quiera escribir de temas filosóficos en profundidad en la Argentina, comprenderá fácilmente esta advertencia. Pero aun así, los documentos que conservamos de la obra escrita de Alejandro Korn lo muestran como filósofo auténtico, lo cual no es poco decir para nuestro tiempo, en el que tanto se echan de menos figuras de este perfil. Entendió la filosofía como un modo de acceder a la vida humana con un mayor nivel de profundidad, y también -sobre todo- como un servicio para la elevación de la condición humana en la tierra y en la circunstancia histórica que le tocó vivir. Nos animaríamos a afirmar que pocos han alcanzado a mostrar, como él, en el orden filosófico, un perfil tan netamente argentino, especialmente por su focalización del tema de la libertad. No es casual que entre sus antiguos discípulos hayan surgido figuras tan relevantes como las de Romero, Sánchez Reulet, Pucciarelli y Fatone[14]. Tampoco hay que olvidar el trasfondo místico que estaba presente en su vida, y que él deslindaba cuidadosamente de la filosofía como labor crítica racional.

 

Bibliografía de obras citadas

  • Arendt, Ana. La condición humana. Barcelona: Paidós, 1993.

  • Asenjo, Carmen y Garbarain, Iñaki. "Viaje a la Argentina, 1916", en Revista de Estudios Orteguianos, 1, 2000.

  • Biagini Hugo (comp.). La Universidad de La Plata y el movimiento estudiantil desde sus orígenes hasta 1930. Universidad Nacional de la Plata, 2001.

  • Biagini, Hugo. La reforma universitaria. Antecedentes y Cosecuentes. Buenos Aires: Leviatan, 2000.

  • Galasso, G. Croce e lo spirito del suo tempo. Bari: Laterza, 2002.

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  • Korn, Alejandro, “Influencias filosóficas en la evolución nacional”, en Obras Completas. Buenos Aires: Claridad, 1949.

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  • ______. "Del mundo de las ideas", en Obras Completas. Buenos Aires: Claridad, 1949.

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  • Labriola, A. Saggi sul materialismo storico. Editori Riuniti, 1965.

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  • Romero, Francisco. “Prólogo” a Alejandro Korn, Obras completas. Buenos Aires: Claridad, 1949.

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Bibliografía del autor

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Bibliografía sobre el autor

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Notas

[1] Romero, F., Prólogo a A. Korn, Obras completas. Buenos Aires: Claridad, 1949, p.9.

[2] El libro fue publicado en 1936 y es reproducido en Obras Completas. Buenos Aires: Claridad, 1949, con un apéndice sobre Estrada y Bilbao.

[3] Prueba de esta influencia bergsoniana es la primacía de la intuición sobre el concepto defendida por Korn, como se verá. Sin embargo Korn da a esta tesis un sentido distinto que el de Bergson.

[4] También se compatibiliza con este modo de ver el neokantismo de Marburgo, cuya figura más importante por entonces era Hermann Cohen, que había sido uno de los maestros de Ortega y Gasset.

[5] Cfr. Galasso, G., Croce e lo spirito del suo tempo, Bari , Laterza, 2002. En comparación con gentile, Croce sin embargo es más respetuoso del pluralismo de las formas del espíritu. Hay muchos textos , por otra parte, que documentan que Korn leía los ensayos de Croce, aunque sus fuentes más importantes están en Alemania, y por supuesto, en la tradición argentina anterior.

[6] He aquí un texto significativo de Apuntes filosóficos: “Hay que insistir: el carácter problemático de la realidad tempo-espacial reclama su complemento. Quien quiera unificar en una cosmovisión amplia las contingencias de la vida y del mundo, por fuerza ha de remitirse a un principio absoluto, ha de construir el mito adecuado. Hará metafísica aunque lo niegue, aunque no quiera, a menudo sin darse cuenta”( en O. C., p. 323)

[7] O.C., p.243. Pueden verse los textos- no incluidos en la edición de las Obras completas – en los que Korn expresa una suerte de testimonio religioso no dogmático en Rocca, C. J., Alejandro Korn y su entorno, La Plata, 2001,pp.19-21. Lo mismo puede decirse de algunos de sus poemas.

[8] Véanse los textos de Joaquín V. González que cito en mi libro Las Ideas filosóficas en Argentina, I, ed. cit., pp. 428-430.

[9] La edición española del Formalismus in der Ethik (obra en la que Scheler expone orgánicamente su pensamiento sobre los valores,) apareció en Madrid, Revista de Occidente, 1941-3.

[10] “Elegimos entre muchos a Rickert, si de menos vuelo , mucho más coherente que Max Scheler, cuya filosofía es al fin una ancilla theologiae. De mayor vuelo es Husserl; prescindimos de las Investigaciones lógicas porque dan la teoría de un método y no la aplicación de él”( O. C.: 290). Es de notar que Korn, junto con Rougès y Alberini, pertenecen a una generación que no ha integrado todavía la influencia de la fenomenología y no ha llegado a apreciar su novedad.

[11] Cfr. Labriola, A., Saggi sul materialismo storico, Editori Riuniti, 1965. La obra, muy comentada al inicio del siglo XX, estimuló los estudios de Croce sobre el marxismo.

[12] Aun después de la muerte de Korn, siguió publicándose en La Plata la revista Valoraciones, inspirada en el pensamiento del maestro.

[13] Todos estos aspectos serían complementados por la obra de Mondolfo. Comparativamente hablando, sin embargo, la postura de Korn se ubica más en el socialismo democrático y no tanto en el neomarxismo propiamente dicho, aun del que rechazaba el leninismo dogmático, como es el caso de Mondolfo.

[14] Víctor Massuh ha puesto de relieve, también la presencia de una dimensión mística en Korn, que se muestra en sus poemas, cfr. Massuh, V., Nuestra América. Persistencia de una utopía, , Córdoba, Editorial Alejandro Korn, 2002. Para apreciar el conjunto de personalidades filosóficas argentinas relacionadas con la influencia de Korn, cfr. Rocca, C. J., op. cit.

Francisco Leocata
Julio de 2004

 

© 2003 Coordinador General Pablo Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

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