El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"El humanismo en los
ensayos de Aníbal Ponce:
alcances y limitaciones"
Adriana Arpini
Aníbal Norberto Ponce (Buenos
Aires, 1898 – México, 1938) transitó la etapa de formación en un
ambiente intelectual en que predominaban las ideas del positivismo y el
liberalismo. Fue médico de profesión, especializado en psicología. En
1918 conoció a José Ingenieros, fue su colaborador en la Revista de
Filosofía
y lo sucedió en la dirección de la misma después de su muerte.
Desarrolló una intensa actividad intelectual, testimoniando fuerte
compromiso ideológico-político. Ocupó la cátedra de psicología en el
Instituto Nacional del Profesorado. En 1923 entró en Renovación y
produjo el “Boletín mensual de ideas, libros y revistas de América
Latina”, cuya declaración inicial –firmada por Gabriel Moreau, Julio
Barreda Lynch (José Ingenieros) y Luís Campos Aguirre (el propio Aníbal
Ponce)– expresaba el propósito de vincular las generaciones nuevas del
continente a fin de alcanzar progresivamente ideales de unión,
solidaridad y federación continental. Estuvo junto a Ingenieros, Alfredo
Palacios y Manuel Ugarte en la fundación de la Unión Latino Americana
(1925). Intervino, también, en la fundación del Colegio Libre de
Estudios Superiores (1930), en cuya publicación, Cursos y
conferencias, se divulgaron varios de sus trabajos. Se interesó en
el estudio de los textos de Marx y Engels, en particular el
Manifiesto Comunista. Tras su visita la Unión Soviética
(1935), adhirió a los principios del materialismo histórico como
herramientas interpretativas de los procesos sociales. Fundó la
Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE)
que editó el mensuario Unidad. Estas actividades le valieron la
exoneración de sus cargos en 1936. Se auto-exilió en México, donde dictó
cursos de psicología, ética, sociología y dialéctica en distintas
universidades, al mismo tiempo que participó de la vida política de ese
país. Allí murió a causa de un accidente automovilístico.
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*
Es posible diferenciar dos
momentos en la producción de Aníbal Ponce, sin que ello signifique un
corte tajante entre ambos. Por una parte, los escritos producidos hasta
1932, en los cuales adhiere a los principios liberales de la generación
del 80, aunque se advierte una progresiva incorporación de motivos
socialistas, manteniendo la perspectiva positivista como filtro de sus
interpretaciones y valoraciones –vg. José Ingenieros. Su vida y su
obra (1926), La vejez de Sarmiento. Amadeo Jacques, Nicolás
Avellaneda, Lucio V. Mansilla, Eduardo Wilde, Lucio V. López, Miguel
Cané (1927)–. Cierto solapamiento entre posiciones ideológicas
disímiles –liberalismo y socialismo– se advierte en discursos
pronunciados a partir de 1928 –vg. “Examen de conciencia” (1928), “Los
deberes de la inteligencia” (1930)– y el texto de 1932 Sarmiento
constructor de la nueva Argentina. Ello revela la existencia de una
matriz positivista común, que se mantiene en aquellos discursos en los
que se hace evidente la adopción del materialismo dialéctico como
herramienta de análisis histórico. En efecto, discursos pronunciados en
ese mismo año: “Conciencia de clase”, “De Franklin, burgués de ayer a
Kreuger, burgués de hoy”, incluso el “Elogio del Manifiesto Comunista”,
pronunciado en enero de 1933, ponen de manifiesto la plena incorporación
del materialismo histórico. Los textos producidos por nuestro autor con
posterioridad a 1932, en particular Humanismo burgués y humanismo
proletario (ciclo de conferencias pronunciadas en el Colegio Libre
de Estudios Superiores en 1935) y Educación y lucha de clases
(1937), pueden caracterizarse por instrumentar esa perspectiva de
análisis. Una lectura detenida de algunos de estos textos nos permitirá
apreciar la comprensión ponceana del humanismo, sus alcances y
limitaciones.
“Examen de conciencia”
es una conferencia pronunciada en la Universidad de La Plata el 19 de
mayo de 1928, por invitación de la Federación Universitaria, con motivo
del aniversario de la fecha patria. En ella Ponce propone llevar
adelante una meditación acerca de “los problemas de la nacionalidad en
cuanto son solidarios con los destinos de la familia humana”. En
apretada síntesis repasa desde la historia precolombina hasta la
generación de la Reforma Universitaria de 1918. A lo largo del discurso
se consideran distintos momentos de la historia nacional, estableciendo
relaciones dicotómicas que replican a la instaurada por Sarmiento entre
“barbarie” y “civilización”. Así, de un lado aparece la figura del indio
que, con sus costumbres salvajes no representa más que “el pasado
precolombino, nebuloso y remoto”, completamente extraño a la
nacionalidad en formación. Menciona también a España, “la más atrasada
de las naciones de Europa”, con ella “los vicios del mundo feudal
atravesaron el mar sin las virtudes que en su hora lo justificaron”. En
contraposición, Ponce afirma que la Revolución fue impulsada en América
por “exiguas minorías directoras”, cuyo espíritu “reflejó límpidamente
el pensamiento de la nueva era”; las ideas civilizadas llegaron de la
mano del extranjero, en particular desde Francia “madre fecunda de
humanidades”. Según Ponce:
No se trataba, pues,
de una guerra civil con aspiraciones al separatismo; era la
posición clara y terminante de dos culturas, de dos
mentalidades, de sos filosofías. No era un triunfo militar sobre
España lo que la revolución perseguía, y después que los
ejércitos fueron vencidos, aún se continuaba luchando contra sus
ideas, contra sus instituciones, contra sus costumbres. Cada
derrota de la revolución siguió siendo así una victoria de
España, y el más doloroso de los fracasos argentinos –la tiranía
de Rosas–, fue un triunfo tan ruidoso del feudalismo español que
aparecieron en el Río de la Plata, con el poder absoluto y la
Compañía de Jesús, las corridas de toros y los autos de fe (Obras,
364).
Otra divergencia está
representada por las figuras del gaucho y el inmigrante. El primero,
“mestizo de india y español –es decir doblemente mestizo en razón de la
impurezas africanas de la sangre paterna”, representa la servidumbre
feudal y la prolongación de los hábitos de la colonia; “frente a la
sociedad «civil» por la cual se venía luchando desde Vértiz a Rivadavia,
la barbarie gaucha echó las bases de una sociedad «militar»: el caudillo
y la tiranía” (Obras, 365). La ola inmigratoria posterior a la
caída de Rosas y a la constitución nacional, representaron un renacer de
la Revolución. Mientras el gaucho representaba la “patria vieja”, el
extranjero nos daba el ferrocarril, el telégrafo, el alumbrado, el
libro, la máquina, la higiene.
También el idioma es motivo de
disconformidad. Ponce entiende que la lengua heredada de España es, por
la rigidez de su forma, un obstáculo grave para afianzar nuestra
personalidad, “por razones históricas poderosas –dice–, los argentinos
estamos obligados ... a expresar nuestro nivel y nuestra hora con las
formas envejecidas de un idioma en retardo”, pese a ello y en sentido
opuesto afirma que “nuestra originalidad reside en la elección de las
palabras, en la agilidad de los giros, en lo nervioso de la sintaxis, en
la riqueza de nuestras expresiones” (Obras, 369).
En síntesis, frente a la
sociedad feudal, que por distintos medios se ha prolongado, es necesario
retomar y concretar el itinerario de la Revolución de Mayo, que Ponce
inscribe en la línea sucesoria del renacimiento, de la Revolución
Francesa y de la revolución socialista del 48. También la Revolución
Rusa es colocada en esta línea, enfrentada “al horror de la Guerra
europea y el desquicio moral de la humanidad civilizada”. “Los ideales
de la Revolución Rusa son, de esta manera los mismos ideales de la
Revolución de Mayo en su sentido integral”, es decir, en el mismo
sentido en que Marx afirmaba que el comunismo deriva de la Enciclopedia.
Asimismo, la Reforma universitaria iniciada en el 18, una vez que supere
sus vaguedades y ocupe “un puesto de combate en las izquierdas de la
política mundial”, será un corolario de la herencia revolucionaria y una
decisión esperanzada en el Mañana (Obras, 373-375).
Se puede corroborar que en
este discurso ponceano se organiza sobre una dicotomía categorial y
axiológica según la cual quedan agrupados por el lado de la “barbarie”,
con signo valorativo negativo, los siguientes ítems: el indio, la
sociedad feudal colonial, el gaucho, el período de la historia nacional
dominado por la figura de Juan Manuel de Rosas, el formalismo del idioma
español. Por el lado de la “civilización” y con valoración positiva
pueden señalarse: los ideales puestos en marcha por la Revolución de
Mayo, la constitución nacional y la organización del país bajo
parámetros modernizadores liberales, la inmigración, ciertos giros,
expresiones y formas sintácticas que dinamizan el uso de la lengua
española. Además, la relación entre uno y otro polo conceptual
valorativo se articula en una secuencia temporal. Mientras que todo lo
referente a la “barbarie” pertenece al pasado, el presente, si bien
manifiesta signos de superación de la barbarie, no es más que un
tránsito hacia un mañana en que la realización plena de la civilización
coincidirá con el triunfo del proletariado. Tal triunfo es anunciado
como un corolario del desarrollo de la civilización, pero sin que medie
un cuestionamiento de la dicotomía de base entre “barbarie” y
“civilización”.
El análisis acerca de la
decadencia de la burguesía es abordado en el texto “De Franklin, burgués
de ayer, a Kreuger, burgués de hoy”.
El suicidio de este último constituye, según Ponce, un testimonio de la
derrota de la burguesía y es motivo para reflexionar acerca del proceso
que trastocó las virtudes del yanqui en las infamias del sueco. Ello
implica reconocer la plurivocidad de la categoría “burgués”. En efecto,
entre las características del “burgués de ayer” se encuentran su afición
al cálculo, pero también la frugalidad, la honestidad, el ahorro y una
concepción de la felicidad como sabio empleo de la riqueza, compatible
con el cultivo de la amistad, el patriotismo y los sentimientos
humanitarios, incluido el amor. Todas estas propiedades han desaparecido
en el “burgués de hoy”, junto con la tabla de valores que las
respaldaban. La razón de esta desolación se encuentra en que la
Revolución Industrial del siglo XVIII trajo, junto con el desarrollo
gigantesco de las fuerzas productivas, un afán ilimitado de competencia
y una alteración en la manera de lograr el triunfo. Éste empezó a ser
entendido sólo en su aspecto negativo como necesidad de sobrepasar, de
aplastar a alguien. Todo ello anticipa el derrumbe sin grandeza de una
clase que en la perspectiva ponceana, ha sobrevivido a su misión
histórica.
Cuando la máquina
–dice Ponce– empezó a lanzar por hora la misma cantidad de
mercancías que en otros tiempos exigía la labor de un año, las
ideas, los sentimientos y el carácter debieron cambiar al mismo
tiempo ... Al término de una vida siempre en acecho,
sacrificando todo al interés de los números, he ahí lo que el
gran empresario encuentra cada vez que vuelve los ojos hacia
adentro: el desierto resquemante de la soledad ... Toda
aspiración a la ganancia por moderada que sea, toda apropiación
indebida del fruto del trabajo ajeno, lleva implícita los
gérmenes que el capitalismo de hoy ha elevado a un desarrollo
monstruoso ... Mientras la apropiación capitalista se mantenga,
la anarquía y la guerra no encontrarán jamás remedio ... Después
de haber contemplado la desaparición del hombre antiguo y del
hombre feudal, el burgués de hoy no se resigna a reconocer que
él es también, a su manera, una etapa transitoria (Obras,
411-419).
Si bien Ponce reconoce las
contradicciones que se presentan en el decurso histórico, por ejemplo
cuando señala que la máquina puede tanto estar al servicio de la
liberación del hombre como facilitar una mayor sumisión, de acuerdo con
el modo de organización social de la producción; sin embargo queda preso
de un prejuicio, que consiste en identificar racionalidad y progreso,
sin diferenciar suficientemente entre formas de racionalidad,
instrumental y práctica, que pueden resultar contradictorias entre sí.
Así, su mirada es la de quien se coloca en el punto de llegada de una
historia cuyas etapas se suceden lógicamente, de modo que es posible
prever el momento siguiente. Las situaciones que contradicen la
secuencia lógica no son pensadas como marcas de especificidad y/o
diversidad en el decurso histórico, sino como momento que se ha
prolongado más allá de lo que corresponde a su función histórica y que
está destinado a desaparecer, dado el único sentido posible de la
historia.
Humanismo Burgués y
humanismo proletario. De Erasmo a
Romain Rolland fue publicado por primera vez en México en 1938,
sus páginas corresponden al curso dictado por Ponce en el Colegio Libre
de Estudios Superiores en 1935, ante la proximidad del cuarto centenario
de la muerte de Erasmo. Se trata de una reflexión sobre los problemas
que planteó el humanismo burgués y que ha retomado y resuelto el
humanismo proletario. La figura de Erasmo sintetiza los rasgos del
humanista del renacimiento, que están a la base del humanismo burgués.
Ellos son el culto a los libros, el odio a la guerra como el peor de los
crímenes, una forma satírica de referirse a la Iglesia, la defensa del
ideal de fraternización de los grandes espíritus. Puede apreciarse un
lúcido análisis del significado del humanismo, que pone de manifiesto
las condiciones sociales en que se produce ese movimiento filosófico. En
este sentido el texto puede ser leído como un intento de caracterización
de la función social del intelectual. Ponce no acepta la versión
corriente de que el Humanismo constituye un corriente de pensamiento
caracterizado por un retorno al estudio de los textos antiguos,
ignorados durante la Edad Media. Señala que tal afirmación es por lo
menos superficial, por cuanto desconoce que en esa época muchos de los
textos griegos y latinos se conocían y eran motivo de cuidadosos
estudios; pero sobre todo ella elude la consideración de un conflicto
más profundo, relacionado con el modo en que cada uno –medievales y
humanistas– se acercaron a esos textos en función de intereses y
aspiraciones diferentes, a los que subyace un desplazamiento en el
equilibrio de las clases dentro de la sociedad. Dice Ponce:
El interés por lo
inmediato y terrenal ha substituido a la fe en la inmortalidad
del individuo, y el consuelo de un Paraíso para después de la
muerte empalidece frente a la confianza en el progreso
indefinido y en el concepto humano de la gloria. ... Y si Colón
y Copérnico avanzan como dos gigantes en el umbral de la “época
de los descubrimientos”, otro descendiente de tejedores, Jacobo
Fugger, va a demostrar lo que vale en manos de la burguesía ese
torrente de oro que Colón ha volcado en Europa (Ponce,
Humanismo, 42).
Racionalistas en su
concepción del mundo, indiferentes frente a las diversas
religiones, pacifistas porque así lo exigía el interés de sus
caravanas y de sus navíos, los banqueros del siglo XV y XVI
crearon la atmósfera en que el humanismo nació y lo apoyaron
después con sus fortunas y sus honores. Porque, subrayémoslo una
vez más: sobre el plano de la cultura, el humanismo fue una
derrota del feudalismo católico frente a la burguesía
comerciante. Entre los mercaderes nació el culto a la Antigüedad,
y ellos, los mercaderes, fueron quiénes lo impusieron a los
prelados y los príncipes... (Ponce, Humanismo, 45)
El humanismo es considerado
por Ponce como una forma de racionalidad que acompaña y justifica el
despliegue de la burguesía en su etapa de emergencia histórica y, en
este sentido, contribuye a la derrota del feudalismo. Sin embargo, su
influencia social tiene un límite, no puede avanzar más allá de lo que
la burguesía puede permitir. En efecto, para crecer la burguesía
necesita ejércitos de obreros libres dispuestos a vender su fuerza de
trabajo y convertirse en trabajadores asalariados. Los humanistas, en
cuanto ideólogos de la burguesía y “pedagogos de los hijos de
banqueros”, no sólo no se interesan por los trabajadores, sino que
“aconsejan para el pueblo la enseñanza de las supersticiones”,
contribuyendo a mantener su ignorancia y prolongar su mansedumbre. El
Humanismo, que en un principio fue instrumento de lucha contra los
privilegios del orden feudal y de la Iglesia, se convirtió en un
instrumento para estabilizar los privilegios de la burguesía “... y por
eso (porque enseñó como nadie a desinteresarse de la acción y a aceptar
el orden constituido) el humanismo, transformado en «humanidades» pasó a
ser desde entonces hasta hoy, el ideal educativo de las clases
gobernantes” (Ponce, Humanismo, 78). “Cuando a la cultura se la
disfruta como a un privilegio –concluye Ponce–, la cultura envilece
tanto como el oro” (Ponce, Humanismo, 72).
Ahora bien, junto a la
máquina, que tritura al obrero, surgieron también las primeras
condiciones objetivas del humanismo proletario. El desenlace de esta
contradicción da lugar a las premisas básicas del nuevo humanismo. De
manera semejante a lo planteado en la conferencia sobre Franklin y
Kreuger, este texto establece un contraste entre el humanismo burgués de
ayer y la las posiciones adoptadas por la burguesía en el siglo XX. En
sus manos –sostiene Ponce– el humanismo está en trance de morir. Sólo el
proletariado, capaz de echar por tierra la explotación burguesa, podría
construir “sobre la base de una nueva economía, las premisas necesarias
que asegurasen a las grandes masas el acceso a una vida embellecida por
la dignidad y la cultura” (Ponce, Humanismo, 38). Nuevas marcas
semánticas aparecen en el planteo dicotómico de Ponce: la burguesía en
decadencia por el lado de la “barbarie” de ayer y la emergencia del
proletariado por el lado de la “civilización” de mañana. Como ya quedó
señalado Ponce concibe el progreso histórico sobre un único eje
temporal, de modo que su análisis pierde de vista la especificidad y
diversidad de los procesos socio-históricos como los acaecidos en
América Latina, cuya complejidad se pone a foco si se considera que la
implantación del modo de producción capitalista en esta parte del mundo
estuvo y está atravesada por las problemáticas del subdesarrollo
económico, la dependencia política y la dominación cultural.
A propósito de la descripción
de las actividades que los hombres y mujeres de la “Rusia Nueva”
desarrollan en las fábricas, las granjas, los laboratorios y las
escuelas, Ponce resalta el verbo “construir” (Ponce, Humanismo,
132 y ss.). La misma idea está presente en el texto de 1932 Sarmiento
constructor de la nueva Argentina. En ese texto el concepto de
construcción funciona como articulación entre momentos históricos
diferentes. Alude por una parte al fin de una época –la colonia– y
enfatiza, por otra parte, el comienzo de una nueva etapa –la república–,
que se anuncia como posible en la voluntad transformadora de los
sujetos, representados en este caso por Sarmiento. Es decir que el
proceso constructivo muestra dos caras, por un lado, se critican los
elementos del pasado que obstaculizan la tarea de levantar un nuevo
edificio; por otro lado, se señalan los factores que contribuyen a la
edificación. Cabe señalar que la noción de “construcción” es congruente
con la idea ilustrada de progreso y con el concepto de evolución por
etapas presente en el positivismo. De la misma manera se aplica, ahora,
la idea de construcción a las transformaciones en la técnica, la
industria, la cultura y a la misma vida de los hombres, que –según
Ponce– han dejado de ser esclavos para transformarse en dueños completos
de sus propias fuerzas y factores conscientes de la evolución. También
en este caso hay un pasado caracterizado por el modo capitalista de
producción que debe ser removido para dar paso a la nueva sociedad. “Al
socializar... los instrumentos de producción... el proletariado por vez
primera en el mundo comienza a trazar la historia del hombre con plena
conciencia de lo que quiere y lo que hace... y por vez primera, también,
adquieren validez universal los grandes valores que hasta entonces sólo
enmascaraban los intereses de las clases dominantes” (Ponce,
Humanismo, 139). El proletariado es, por tanto, el sujeto social que
abre el camino al “humanismo pleno”.
¿Cómo no vamos a poder
nosotros [contemporáneos del Renacimiento verdadero] –se
pregunta Ponce–, ante el espectáculo prodigioso de millones de
seres liberados, y de otros millones resueltos ya a liberarse,
salir al encuentro de la Historia para decir tan alto como la
voz lo permita que estamos viviendo con lucidez absoluta este
momento, el más dramático de la vida del hombre, y que tan
seguros nos sentimos del porvenir inevitable –cualquiera sea la
suerte personal que el destino nos reserve– que ya podemos
desatar al viento la infinita alegría de vivir ahora? (Ponce,
Humanismo, 142)
La implementación del
materialismo histórico como criterio de análisis no estuvo acompañada en
el caso de Ponce por un replanteo de la oposición teórica y axiológica
entre las categorías de “barbarie” y “civilización” con las que encara
la interpretación de la sociedad y la cultura en sus primeros escritos.
La oposición entre “humanismo burgués” y “humanismo proletario” puede
ser considerada como una resemantización de aquella dicotomía mediante
la incorporación de la terminología marxista. Esta acumulación de marcas
semánticas sin proceder a un cuestionamiento de la dicotomía desde la
perspectiva superadora, puede verse como una limitación en la concepción
ponceana del humanismo. Asimismo, la implementación del materialismo
dialéctico en la interpretación de los procesos histórico-culturales es
congruente con las ideas de evolución y progreso que forman parte de la
cosmovisión positivista. Ello favorece una visión de la historia como
proceso evolutivo racionalmente ordenado, donde incluso los conflictos
del presente tienen sentido en función de su futura eliminación dentro
de un desarrollo progresivo predecible.
Por otra parte, cabe destacar
una problemática recurrente y promisoria en la producción ponceana: la
reflexión acerca de la figura del intelectual y de su función en la
sociedad. Tanto en el texto sobre el humanismo como en la biografía de
José Ingenieros
y especialmente en la conferencia sobre “Los deberes de la inteligencia”
dibuja la imagen del intelectual que, inmerso en las contradicciones de
su propia época, es capaz de conjugar disciplina, laboriosidad,
esfuerzo en la conquista de su propia personalidad interior,
a través del amor y la valentía en la tarea de servir a
la verdad. Se trata de ese trabajo cotidiano y siempre renovado de
problematizar lo dado, lo sabido, lo aceptado como forma de poder, lo
tenido por verdadero. Trabajo del pensamiento al cuidado amoroso de la
verdad, que conmueve –transgrede– las propias seguridades y es, por
ello, conquista de sí, de la propia autonomía, y al mismo tiempo es
compromiso con los demás. El drama es que la inteligencia resulta
siempre un arma de dos filos, pues aun cuando se acerca sinceramente a
la verdad, se recela de las consecuencias sociales de su pensamiento.
Por eso la batalla por la autonomía es “una guerra de todos los días, de
todas las horas”. Se trata de una autonomía que no es sinónimo de
aislamiento o indiferencia, sino condición de posibilidad del compromiso
con los hombres concretos, búsqueda de una sabiduría práctica que
permita aliviar los sufrimientos y corregir las injusticias. Trabajo del
pensamiento que pone en juego no sólo conocimientos, sino también
valoraciones, y que es experimentado como una transformación interior
liberadora de antiguas servidumbres.
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Argentina en el espejo. Sujeto, nación y existencia
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“Humanismo y cultura. El pensamiento marxista de Aníbal Ponce y
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Pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX. Tomo II:
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Yunque, Álvaro, (1958), Aníbal Ponce o Los
deberes de la inteligencia, Buenos Aires, Futuro.
Adriana Arpini
Actualizado, Marzo 2008
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier
reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso
correspondan.
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