El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"Rodolfo
José
Puiggrós ante la condición humana"
Omar Acha
Rodolfo José Puiggrós nació en
1906, en la ciudad de Buenos Aires. Falleció en 1980 en La Habana, Cuba.
Periodista e historiador, fue un intelectual politizado que recorrió
diversas estaciones ideológicas durante el siglo XX argentino. Educado
en el catolicismo, escritor inconformista con vetas anarquistas y
decadentistas en los años veinte, en la década de 1930 milita en el
comunismo local, hasta 1946, año en que es expulsado del Partido
Comunista acusado de traicionar al marxismo por el naciente peronismo.
Durante los años de compromiso comunista, Puiggrós había consolidado su
producción historiográfica, instituyendo una de las obras historiadoras
más sólidas desde José Ingenieros. Durante los dos gobiernos peronistas
(1946-1955) Puiggrós y el grupo de militantes expulsados del PC junto a
él mantuvieron una independencia organizativa, con la esperanza de
desplazar a la dirección partidaria. El golpe de Estado de 1955 terminó
con la disidencia comunista encabezada por Puiggrós, quien a pesar de
algunos intentos de reorganización, se resignó gradual y lentamente a
ser un intelectual adscripto al amplio campo del movimiento peronista.
En 1961 se trasladó a México donde trabajó como periodista y profesor en
la UNAM. En 1966, retornado a la Argentina, se integró al sector de
publicistas de la izquierda nacional y en 1973, con el regreso del
peronismo al poder, fue nombrado rector-interventor de la Universidad de
Buenos Aires. Entretanto había publicado, revisado y extendido su obra
principal del período poscomunista: la Historia crítica de los
partidos políticos argentinos (1956). En el contexto del
enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronistas, Puiggrós optó
por apoyar a la izquierda armada. En 1974 debió exiliarse en México,
donde fue nuevamente periodista y profesor, pero continuó actuando
políticamente, ahora adscripto a la organización Montoneros, donde
militó los últimos años de su vida. Puiggrós se había convertido en una
referencia intelectual entre la izquierda argentina, y era reconocido
también por los sectores revolucionarios en toda América Latina. El gran
tema de su vida fue cómo articular la voluntad nacional y popular con la
revolución social.
Puiggrós y el comunismo
Hijo de un inmigrante catalán
que había logrado una próspera posición social, entre 1925 y 1926
Puiggrós realizó una estadía en Inglaterra y Francia. En 1926 retornó a
la Argentina, dispuesto a ser un escritor de izquierdas. Por entonces,
el gobierno nacional estaba en manos del radicalismo, y en 1928 Hipólito
Yrigoyen iniciaría su segundo mandato revalidado por una amplia victoria
electoral.
Puiggrós comenzó a publicar
sus artículos primeros en la revista socialista Claridad. ¿Cuáles
eran las primeras convicciones que forjaron su voluntad de revolución?
Un primer rasgo ideológico que aparecía era un entusiasmo por la idea
romántica de “grande hombre”, que un Puiggrós apuntalado en Carlyle
contraponía a un K. Marx, a quien sin embargo no atacaba (R. Del Plata
-seudónimo-: 1927 [1]). Dos años más tarde enunciaba su admiración por
los líderes de multitudes como principio histórico que estaba destinado
a contradecir al marxismo, para el cual los individuos eran reducibles a
fuerzas más fundamentales: “El comienzo y la terminación de los grandes
ciclos históricos”, aseguraba, “son marcados por el nacimiento de esos
hombres singulares y por la confianza ilimitada que las masas depositan
en ello.” (R. del Plata -seudónimo-: 1929).
Precisamente en esos años se
preguntaba si habría que creer en un hombre que promete el desarrollo
económico o el que atrae con “la fuerza irresistible del temperamento”.
Desde temprano la espera del caudillo atravesó su deseo de cambio
social.
El denuesto del clericalismo
aparecía en referencia a la campaña contrarrevolucionaria del
catolicismo mexicano en los años ’20. Llamaba a éste un “rebaño negro,
con ese celo que acostumbra poner al servicio de causas bajas” (R. Del
Plata -seudónimo-: 1927 [2]). La denuncia del militarismo de Leopoldo
Lugones, a su vez, contrariaba el conservatismo paterno que iba a
recibir con alivio el golpe de Estado de J. F. Uriburu. Puiggrós no
reprochaba a Lugones las loas al heroísmo, pues la figura del héroe de
Carlyle era una inclinación muy suya. El error de Lugones era el de
confundir al héroe dirigente de multitudes con el militar, que
constituía su antítesis.
Puiggrós no fue indiferente al
conflicto generacional que sus inclinaciones suscitaban en el núcleo
familiar. Incluso la faena de la escritura en la que hacía sus primeras
armas estaba condicionaba por el peso de la primogenitura burguesa. En
las últimas semanas de su estadía en París, desde mayo de 1926 hasta
diciembre del mismo año, ya en la ciudad de Buenos Aires, completó el
primer libro que se publicó con el seudónimo de Rodolfo del Plata: La
locura de Nirvo. Esa novela condensaba dos tendencias. La más
patente era la rebelión antiburguesa, acuñada en un cóctel ideológico
donde terciaban un vago nietzcheanismo, cierto bolchevismo y un
anarquismo genérico como el que describía Salvadora Medina Onrubia en
sus relatos contemporáneos. La otra veta del libro la componía la culpa
de Nirvo por malograr las expectativas maternas y paternas (que no eran
exactamente las mismas). Ambos aspectos revelaban las tensiones
generacionales que acosaban al joven autor. El libro no fue bien
recibido por la crítica. José Bianco publicó en Nosotros una
reseña devastadora. Puiggrós no insistió con la actividad literaria.
En 1928 se afilió al Partido
Comunista, pero no se ajustó a las exigencias de un partido leninista
hasta 1931, cuando retornó a Buenos Aires tras unos años en la ciudad de
Rosario, donde trabajó como periodista y militó por la Federación
Agraria Argentina. En esos años fortaleció sus ideas antiimperialistas,
en artículos enviados a la revista Nosotros, pero sobre todo en
su publicación Brújula (1930-1931), donde los chacareros
aparecían como la base social de una resistencia a los imperialismos que
reposaba en un Estado fuerte.
En septiembre de 1930 el
gobierno radical fue derribado por los militares. La Federación Agraria
se congratuló por el hecho. Aunque Puiggrós no apoyaba al radicalismo,
entendió que el golpe de Estado estaba conducido por elementos
reaccionarios. Cuando la Federación Agraria se sumó a las simpatías por
la fórmula de Agustín P. Justo para las elecciones presidenciales de
1931, Puiggrós se desengañó definitivamente de la radicalidad del
movimiento chacarero. Entonces volvió a Buenos Aires y se zambulló en
las actividades partidarias comunistas.
Fue secretario de la
Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE)
que se fundó en 1935, y que tuvo importancia en el antifascismo local.
En 1938 acometió su primera empresa historiográfica en el seno del PC:
la revista Argumentos.
Argumentos
surgió como una publicación de investigación y discusión política
destinada a ofrecer los resultados más elevados en el conocimiento de la
sociedad desde una perspectiva comunista. Su subtítulo era “revista
mensual de estudios sociales”. El número uno fue publicado en noviembre
de 1938 y el último aparecido, el décimo, en septiembre de 1939. La
publicación intentó sostener un costo bajo (cinco pesos la suscripción
anual y cincuenta centavos cada ejemplar) y llegó a distribuirse en
Uruguay.
En “Nuestros propósitos”, la
declaración programática aparecida en primer número, se señalaban los
puntos de partida del proyecto. El primero, que urdía una trama con
ciertos próceres de la historia nacional, calibraba la búsqueda
identitaria: “Qué somos y adonde vamos se ha preguntado y, puestos los
ojos en las entrañas sociales de la realidad nacional, ha procurado, al
escrutarla, descubrir los secretos que yacen en ella. Moreno y
Rivadavia, Alberdi y Sarmiento, Irigoyen y Juan B. Justo, han tratado,
en los momentos cruciales de nuestra historia, de hallar los derroteros
por dónde guiar a las muchedumbres hacia destinos propios”. El proyecto
se reconocía entonces en una historiografía inspirada en la dirección de
las multitudes gracias a la iluminación de las élites. Sin embargo la
imaginación elitista de lo político pretendía resolver los “problemas
básicos y esenciales” que definían el desierto y el latifundio. El
desarrollo industrial debía emancipar al país de la ganadería y el
monocultivo. De otro modo, temía Argumentos, el argentino estaría
condenado a ser un pueblo débil disputado por las fuerzas imperialistas.
Para ello proponía el abordaje con pertrecho marxista de la realidad
nacional en los tres campos que más tarde serían apropiados por una
retórica anticomunista: “ARGUMENTOS se da como programa el estudio de
los problemas argentinos, teniendo como norte la libertad económica de
la República y en consecuencia su total independencia política y un
mayor progreso social”.
En resumen, se trataba de enfrentar
a las taras feudales que aquejaban al país, a los imperialismos que lo
sojuzgaban, partiendo de las enseñanzas de la tradición liberal
enriquecida con un frente teórico que incluía a H. Yrigoyen y a J. B.
Justo. Se suponía el rango de país semicolonial y se aspiraba a que una
burguesía industrial progresista permitiera superar el tipo de
estructura social imperante, con un capitalismo que desarrollara las
fuerzas productivas y destruyera los rastros retardatarios en lo
cultural y lo social. El razonamiento era manifiestamente economicista:
la libertad económica tendría como "consecuencia" la independencia
política y el progreso social. El marco nacional aparecía como evidente
y naturalizado.
El antiimperialismo se apoyaba
en un argumento historicista por el cual todo acontecimiento debía su
esencia al tiempo y lugar concretos de su aparición, y no a una
regularidad válida para toda condición y contexto. El interlocutor de
estas posiciones era el revisionismo rosista, cuya crítica se realiza
por lo menos en dos oportunidades (números 1 y 4), pero que sostiene el
conjunto del discurso de Argumentos.
La revista cesó en 1939, en
parte por dificultades económicas, en parte por la desconfianza de la
cúpula del PC ante la relevancia que parecía adquirir Puiggrós. Aunque
éste era miembro del Comité Central, nunca logró acceder al Comité
Ejecutivo. Sin embargo, 1940 fue un año clave en su trayectoria
intelectual porque publicó sus primeros libros historiográficos. Sobre
todo apareció De la colonia a la revolución, el estudio que
organizaría buena parte de la agenda historiadora de las izquierdas en
la Argentina del resto del siglo.
Su tesis central decía que el
capital comercial que emprendió la navegación en busca del camino a las
Indias Orientales tendió el puente por el cual el feudalismo español se
transplantó a América (Puiggrós: 1949). La naciente burguesía española
había sido sometida en el campo de batalla, y a partir de entonces el
poder real contuvo todo cambio progresivo (la valoración de la historia
de España en nuestro autor se basaba en la recuperación de sus momentos
progresistas, y no de una tradición homogénea distinguible). Los
conquistadores españoles trasladaron sus deseos de señorío y de
imposición de servidumbre. Los ingleses del Mayflower, en cambio,
habrían portado los “gérmenes” del desarrollo capitalista (Puiggrós:
1949: 22).
Así las cosas, las
consecuencias políticas del juicio histórico eran harto evidentes cuando
agregaba que el estado de situación era básicamente el mismo de la
actualidad. “La unidad social que se conoce con el nombre de República
Argentina muestra aun hoy en su estructura los rasgos
inconfundiblemente feudales que le imprimieron, hace cerca de
cuatrocientos años, los conquistadores españoles” (Puiggrós: 1949: 23)
-el subrayado es mío-. El feudalismo se habría trastocado en la
combinación de latifundio y monopolio extranjero, los verdaderos
enemigos de la nación. Ambos males, aclaraba, “representan, en las
condiciones actuales, los obstáculos que los revolucionarios de 1810
debieron vencer para independizar la Nación y colocarla en el camino de
su progreso” (Puiggrós: 1940: 41-42).
El programa de mayo fracasó
porque no había una clase social que pudiera llevar adelante la
revolución democrática esbozada por Moreno. Apelando al concepto acuñado
por Stalin, se podría decir que con las relaciones sociales feudales no
estaban dadas las condiciones para el nacimiento de una nación
(Puiggrós: 1949: 213). Si la lucha durante las invasiones inglesas había
consolidado las energías criollas y solidificado el sentimiento de la
nacionalidad, sería idealista creer que entonces estaba constituida la
nación. Las élites no pueden realizar el cambio histórico sin el apoyo
de una clase revolucionaria, una transformación que los caudillos,
ligados aun al pasado retrógrado, no querían ni podían lograr. Pero esto
es incoherente con el leninismo, para el que una férrea organización de
cuadros teóricamente firmes y disciplinados puede realizar una
revolución siempre que sea necesaria. La vacilación de Puiggrós entre
las élites ilustradas, los caudillos y las masas era incompatible con la
imaginación organizativa del PC.
El concepto central que se
articula con el de nación es el de progreso. En efecto, la consolidación
de la nación equivale al desarrollo progresivo de su economía, con el
surgimiento de clases igualmente pertenecientes a estadios históricos
superiores. La destrucción de las economías regionales no se realizó por
la implantación de un capitalismo moderno, que a Puiggrós le parecía
beneficiosa a largo plazo, sino a través de la introducción de
mercaderías extranjeras que no fomentaban nuevas y superiores relaciones
sociales, ni aumentaban la productividad. La defensa del modo de vida
anterior se convirtió en una bandera de lucha y resistencia, pero no
alcanzaba a ofrecer una salida progresiva.
La comprensión del vínculo
entre nación y progreso era también mejor establecida a través de la
apelación a una elaboración staliniana. En efecto, Stalin había
codificado en 1938, en su artículo “Sobre el materialismo histórico y el
materialismo dialéctico”, una teoría de la historia que organizaba las
sociedades en una secuencia predeterminada de modos de producción. Las
ambivalencias del “modo de producción” en la obra de Marx eran ordenadas
con un vigoroso determinismo económico que hacía del mismo el núcleo de
toda la vida social. Con el agregado de la serie de los cinco modos, la
teoría de la sociedad se trocaba en explicación del sentido de la
historia. En conclusión, Stalin proveyó no solamente un concepto de
nación que articulaba la “liberación nacional” con una aspiración al
desarrollo de las fuerzas productivas, sino también de una visión
unitaria de la realidad.
Puiggrós sostenía, bajo esta
herencia, una filosofía de la historia detrás del esquema marxista de la
sucesión de los modos de producción. Según aquella, el desarrollo del
capitalismo se realizaba mundialmente, pero de una manera desigual. Las
naciones eran los marcos en los cuales se declinaban las peripecias del
desarrollo económico, implicando relaciones desiguales entre países más
y menos capitalistas. Esta división del mundo se correspondía con el
nivel de consolidación del estado nacional. Siguiendo la definición de
Stalin, la formación de una nación no tenía su basamento en el lenguaje
o las tradiciones, según era corriente en el romanticismo decimonónico
que había impulsado el nacionalismo luego de la Revolución Francesa.
La condición para la formación
de una nación implicaba al mismo tiempo su independencia de todo lazo
colonial o imperialista. Las fronteras nacionales que definían cada
Estado-nación eran consideradas -sin crítica alguna- como el espacio
obvio del desarrollo de las relaciones sociales. La noción de
imperialismo no enunciaba un sistema mundial gobernado por la búsqueda
de beneficios económicos, sino una competencia por la dominación entre
naciones desigualmente desarrolladas. A partir de entonces, el
deslizamiento de la “liberación nacional” a la “contradicción principal”
con el imperialismo, y de allí al nacionalismo, se realizaba como una
consecuencia implacable.
La situación de colonia o
semicolonia suponía una limitación para la nación, pues si ésta se
definía por la posesión de un mercado nacional complejo y una potencia
productiva que asegurara la autonomía relativa en el concierto de las
naciones, la dependencia política o económica lesionaba a la nación en
sí. La reivindicación nacionalista era abierta en el PC, no se
consideraba necesariamente incompatible con el internacionalismo y el
periódico Orientación afirmaba: "He ahí en qué sentido nosotros
somos nacionalistas [...] Un nacionalismo que recoge lo más
profundamente particular de nuestro pasado y que conviviendo
fraternalmente con todos los otros pueblos en un mundo que es cada vez
más internacional y único, aspira en primer lugar a la grandeza, a la
prosperidad y a la felicidad del pueblo argentino y de esta manera, a
contribuir a la paz y al progreso incesante de toda la humanidad [...]
Lo nacional y lo internacional en la evolución histórica argentina" (Orientación,
24-5-39).
Frente a las representaciones
de la formación de la nación argentina (la defendida de Mitre y la
sostenida por la escuela constitucionalista, es decir, aquella de la
preexistencia de la nación a 1853 y aquella contractualista), la
perspectiva comunista que defendía Puiggrós se destacaba por proponer
una versión muy distinta: la nacionalidad asoma su faz a través de un
cierto grado de transformación económica. No habría nación antes de la
consumación de la revolución democrático-burguesa.
En ese mismo año, 1940,
aparecieron dos libritos: A 130 años de la revolución de Mayo
y La herencia que Rosas dejó al país (desarrollado tres años más
tarde y publicado como Rosas, el pequeño). En ellos se elaboraba
la reivindicación jacobina de mayo de 1810 en el sentido
“democrático-burgués” indicado y, en el segundo, se combatía al rosismo
al subrayar su carácter reaccionario y feudal.
Pero la articulación entre el
nacionalismo antiimperialista y las erráticas directivas del PC alineado
con Moscú acosaba cada vez más agudamente a Puiggrós. Quizás cuando más
dramáticamente se observen las torsiones del historiador en crisis sea
entre 1941 y 1942, ese año que dista entre la publicación de Mariano
Moreno y la revolución democrática argentina y su versión ampliada,
Los caudillos de la revolución de mayo. En la primera obra, una
comprensión elitista era la única alternativa a la inexistencia de una
clase revolucionaria que realizara las “tareas” de la revolución
democrática. Los caudillos, al enfrentarse ciegamente contra los
intentos emancipatorios de Moreno y la juventud jacobina e ilustrada,
llevaron la revolución a un punto muerto. Entonces, la disputa y la
asociación entre la burguesía comercial y la clase terrateniente
definirían los términos del fracaso de los proyectos de mayo de 1810. No
existía un espacio para repensar la irrupción de las montoneras y de los
caudillos.
Con el título de Los
caudillos de la revolución de mayo, Puiggrós reformuló el juicio
sobre las montoneras. La alteración del nombre del volumen es por demás
significativa, tanto como para encerrar el sentido del cambio que estaba
en ciernes. Si bien en el prólogo se reiteraban los basamentos previos,
es decir, que la revolución democrático burguesa no puede completarse
sin la participación activa y dirigente de la clase obrera y que la
derrota de Rosas acompañada por la Constitución de 1853 reabría el cauce
esbozado en 1810, la reivindicación de Artigas que el libro no ocultaba,
cruzaba como un chicoteo la cadencia conocida del horizonte
liberal-ilustrado de la versión de 1941.
El giro no fue total. El papel
central de Moreno no fue eliminado, pero la urgencia de explicar la
capacidad de movilización de Artigas debía conmover, en el nivel
narrativo pero también explicativo, el ordenamiento del argumento. No
había, subrayemos, una predilección desembozada por los caudillos, pues
persistía la imposibilidad de construir un orden progresivo alternativo
(el gran relato del progreso nunca moriría en Puiggrós).
Fundamentalmente, la atención a las montoneras distanciaba la
recuperación de los caudillos que podía verse en los trabajos de Emilio
Ravignani, Diego Luis Molinari, José María Rosa y en general en el
rosismo. Este reparo no evitó la hostilidad que el dirigente más
influyente del PC, V. Codovilla, mostró hacia Los caudillos de la
revolución de mayo.
La “revolución nacional”
La militancia sindical y
barrial comunista mantenía una presencia importante en ciertos gremios y
en algunas localidades, pero no lograra consolidar una inserción del
Partido entre las masas. En 1943 las huestes comunistas habían sido
fieramente perseguidas por el nuevo gobierno militar. Pero pronto se
destacó en el gobierno castrense un coronel que proponía una alianza del
movimiento obrero no comunista ni socialista y el Estado. El PC,
entendiendo que se trataba de un ensayo de fascismo local, combatió al
naciente poder del coronel Juan D. Perón como si se tratara de un
episodio de la contienda mundial entre “democracia” y “fascismo”.
Un grupo de ferroviarios del
barrio porteño de Constitución ofreció lucha en el seno del PC para
modificar la política hacia Perón, pero no fueron escuchados. Luego de
la victoria electoral de Perón en 1946, las contradicciones internas al
PC se agudizaron y en el XI Congreso ocurrido en agosto de ese año, la
expulsión de los ferroviarios estaba decidida. Puiggrós también fue
exonerado, pues compartía las posiciones disidentes.
Entre 1947 y 1949 este sector
de comunistas intentó forzar la realización de un Congreso
Extraordinario para discutir la línea política de la cúpula del Partido.
Al mismo tiempo, a través de su periódico Clase Obrera,
comenzaron a desarrollar sus posiciones respecto a la “revolución
nacional” peronista. Pero fracasaron en desplazar a la dirección del PC
y nunca fueron realmente aceptados como izquierdistas críticos pero no
hostiles al gobierno “popular”.
Una de las experiencias más
significativas de la década peronista para Puiggrós fue la participación
en el Instituto de Estudios Económicos y Sociales que dirigía el
socialista simpatizante del peronismo Juan Unamuno. El IEES fue el
antecedente del Partido Socialista de la Revolución Nacional, en el que
el Movimiento Obrero Comunista (nombre que adoptó el grupo de comunistas
ligados a Puiggrós en 1950) no creyó oportuno participar. La ideología
del MOC, hasta su desgranamiento en 1955, fue el marxismo-leninismo-stalinismo.
La obra que condensó las
reflexiones de Puiggrós en estos años fue publicada luego del
derrocamiento de Perón por un golpe militar en 1955. La Historia
crítica de los partidos políticos argentinos apareció en 1956. Con
ella Puiggrós ingresaba en pleno en el horizonte bibliográfico de lo que
se conoció contemporáneamente como la “izquierda nacional”. Fue una
prolongada respuesta a su ruptura con el PC y al mismo tiempo una
genealogía de las alternativas de la política contemporánea. Más que lo
concretamente indicado en su título, se trata de un ajuste de cuentas
con la historia de las izquierdas en la Argentina. Se inscribía así en
un clima de época de autocrítica de una izquierda que tramitaba la
expansión del nacionalpopulismo. Fue la narración de una profecía que
contribuía a realizar: el peronismo era el vector ineludible de la
revolución posible.
Numerosos de los rasgos de su
concepción histórica previa persisten en la Historia crítica.
Otros, en cambio, fueron abandonados. Por fin, nuevas modulaciones se
perciben en la medida en que la causalidad histórica vigente en De la
colonia a la revolución cedió paso a la lucha ideológica entre
proyectos nacionales y proyectos cosmopolitas. La historia económica y
social intentada en la etapa de militancia en el PC viró hacia una
historia de las ideologías. Si antes la realidad histórica reconocía en
la economía una base, en lo político una primera superestructura, y en
el resto del sistema ideológico una segunda napa, mucho más mediada
respecto al núcleo duro del tándem entre relaciones de producción y
nación, ahora la necesidad de desarrollar las potencialidades nacionales
reconocía la eficacia de lo político-ideológico en primer término. En
este sentido, se trataba de una narración que yuxtaponía lo económico,
lo social y lo ideológico, sin investigar sus conexiones raigales y las
dinámicas de sus autonomías; no era, estrictamente, un libro marxista
sino por sus declaraciones teóricas más generales. En buena medida esa
nervadura teórica que lo distinguía de De la colonia a la revolución
lo hizo, para sorpresa del propio Puiggrós, perfectamente legible para
los sectores nacionalistas y peronistas.
Con la Historia crítica,
Puiggrós se plegaba a la gran narrativa enunciada por el revisionismo
histórico de los años 30: nación e imperialismo. La dicotomía entre dos
líneas históricas ya estaba presente en el radicalismo. Su vertiente
yrigoyenista era la más proclive a construir un relato de oposiciones
nacional-populares vs. antinacionales-imperialistas. Dicha organización
del campo ideológico rodeó la conformación de FORJA, aunque no prosperó
como grand récit hasta la apropiación por parte del revisionismo
durante la última fase de la primera década peronista. Las
contribuciones historiográficas de Emilio Ravignani estaban demasiado
ligadas a un liberalismo imaginario para cobijar un revisionismo
coherente que sus preocupaciones archivísticas hacían posible. Incluso
Ravignani estaba mejor pertrechado que sus adversarios derechistas
(Vicente Sierra o Julio Irazusta) para acometer la tarea. Una
contribución suya a la contrahistoria revisionista no solamente estaba
prohibida por sus simpatías "alvearistas" para las que el rosismo era
una calamidad. También su condición eminente entre las filas de la Nueva
Escuela Histórica lo prevenía de acopiar una munición tan pesada en el
arsenal revisionista que impugnaba el proyecto historiográfico con el
que estaba identificado.
Ernesto Palacio en su
Historia argentina de 1954 intentó articular narrativamente una
transacción entre el pasado dividido y el devenir global de la historia
nacional. Su fracaso era evidente en la medida en que no lograba
inscribir al peronismo en la estructura temporal que ordenaba la
totalidad histórica. Aunque en sus primeras versiones, los textos
fundamentales de Puiggrós y de su competidor del trotskismo
nacionalista, Jorge A. Ramos, no alcanzaran a interesar completamente al
peronismo en el relato, no hacía falta más que compartir el lenguaje de
la época para comprender que era el antagonismo destilado por dicho
movimiento el que mordía la fibra más íntima de la historia.
La Historia crítica
selló una ruptura con ciertas fuentes de autoridad anteriores. Ya no se
citaba como reservorio de interpretaciones o datos a V. F. López, B.
Mitre o su traductor de izquierda: J. Ingenieros. “No es posible ser, a
la vez discípulo de Ingenieros y de Marx”, aseguraba Puiggrós (1986:
I-20). Consumaba de tal manera el juicio sobre la narrativa ingenieriana
de la que debía dar cuenta toda historiografía de izquierda hasta 1955.
Lo más original del
herramental teórico residía en la consolidación de la distinción entre
causas externas y causas internas (en De la colonia a la revolución,
1940, el distingo operaba con menos énfasis que en 1956, cuando se hizo
testimonio de la nacionalización de su grilla historiográfica). Con tal
elaboración Puiggrós instituía su lugar específico respecto al
revisionismo de izquierdas, y marcaba diferencias sustanciales con los
herederos radicalizados de los hermanos Irazusta. Para ellos los
acontecimientos de la nación argentina o latinoamericana estarían
básicamente determinados por las políticas exteriores.
Para Puiggrós la conquista
española y el ingreso del capitalismo eran procesos decisivos, pero muy
pronto el drama nacional adquirió una dialéctica donde lo fundamental se
resolvía en el interior del espacio americano y luego argentino. En
discrepancia con Ernesto Palacio, para quien la historia argentina no se
distinguía de la española, oponía una autonomía de causas y del poder
peninsular. Aun luego de 1880, es decir, inaugurada la época
imperialista según la periodización sugerida por Lenin en 1915, las
causas internas no dejaron de ser las críticas (Puiggrós: 1956: 74).
La diferenciación entre tipos
de causas –creía- posibilitaba evadir al fatalismo revolucionario de la
ultraizquierda y el conservatismo de la derecha. El “infantilismo
izquierdista” y los rosistas erraban en su caracterización de la
Argentina como una mera colonia británica, como si la penetración
capitalista hubiera operado sin resistencias. Este planteo “mecánico”
disolvería la contradicción permanente que existió entre la “causa
interna” del desarrollo nacional y la “causa externa” de la intervención
imperialista. Puiggrós sostenía que si las causas externas de la era del
imperialismo obtenían su eficacia a través de las internas, con ello
también se presentaban tendencias interiores que propendían al
“autodesarrollo” y, por ende, a la liberación nacional (Puiggrós: 1956:
75).
El privilegio otorgado a las
causas internas, la enseñanza mayor que extraía de la historia de las
izquierdas en la Argentina, formaba parte del sentido común de los
sectores políticos nacionalistas y peronistas. Sería después retomada
como un instrumento de crítica entre los sectores de la izquierda
juvenil peronista y la guerrilla trotskista.
La “base material” de toda la
explicación, la definición que seguía actuando desde años atrás, era la
condición de “semicolonia” que caracterizaba a la formación
económico-social argentina. Esa situación condicionaba el tipo de
desarrollo deseable y los programas políticos adecuados para neutralizar
el estancamiento de las fuerzas productivas, típicas de la “deformación”
o “pseudo-industrialización” impuesta por el imperialismo y sostenida
(como causa interna) por las oligarquías y los sectores llamados
antinacionales. Estas fuerzas frenarían lo que en el objetivismo del
proceso histórico mencionado sería una “tendencia natural al desarrollo
de la estructura socioeconómica” (Puiggrós: 1956: 42). Más aun, en
oposición a la concepción marxiana de que las crisis son el estado
“normal” del capitalismo, en Puiggrós la política económica promovida
por los sectores ganaderos e importadores prefiere dilapidar los
ingresos o depositarlos en bancos extranjeros “antes de tolerar un
armónico e integral autodesarrollo económico que destruya
privilegios derivados del atraso y de la dependencia del país” (Puiggrós:
1956: 19 -el subrayado es mío-).
La Historia crítica no
se inscribe en el revisionismo rosista cuyos representantes, salvo
excepciones, hacia 1955 se habían distanciado del gobierno peronista en
su enfrentamiento con la iglesia católica (Palacio, Gálvez) o lo habían
desdeñado desde el principio (J. Irazusta). Por el contrario, proponía
construir, al mismo tiempo que lo hacían otros autores, una
contrahistoria que se hiciera fuente de enseñanzas del movimiento
popular prohibido. La demarcación más neta con el revisionismo
conservador consistía en que para Puiggrós la figura de Rosas seguía
siendo negativa, y no lo consagraba como un antecedente de Perón.
En la construcción de una
línea nacional y popular siempre incomprendida por los partidos
marxistas, Puiggrós acentuaba los rasgos progresivos de los gobiernos
del líder radical, sin discutir el significado de medidas antiobreras
draconianas como las adoptadas en la Semana Trágica y en los eventos de
la Patagonia de comienzos de los años 20.
Saltando diestramente sobre la
etapa que media entre la caída de Rosas y la crisis del roquismo,
Puiggrós se abocaba muy pronto a relatar los acontecimientos de la
"revolución del 90". Esto se debe a que la definición de semicolonia
presentaba un ordenamiento de la economía y la política que hacía
prescindible y aun superflua una investigación de la introducción
profunda de las relaciones de producción capitalistas luego de 1853. La
deformación que correspondía a la "colonización capitalista" eliminaba
el análisis de las transformaciones tecnológicas, el desarrollo agrario,
en fin, eliminaba la pertinencia de una historia económica rigurosa.
Sin embargo, la evolución
económica de ese período no investigado modificaba las representaciones
imperantes antes de 1945. Luego de la caída de Rosas se verificó un tipo
de desarrollo capitalista que doblegó el carácter feudal de la
economía. No se podía ya limitar el relato a encontrar las élites
lúcidas y jacobinas (como en mayo de 1810), o bien historicistas y
progresistas (como en 1837), sino que se imponía destacar agentes del
cambio en caudillos populares, clases sociales modernas, y presiones
imperialistas.
La historia de la Historia
crítica se nacionalizaba al flexionar las causas externas a través
de la internas. En esa deriva entre unas y otras la eficacia del mercado
capitalista mundial se resolvía como “imperialismo”. Las alternativas de
la narración se desentendían de una inserción en los condicionamientos
mundiales, explicando los acontecimientos por la consecuencia o
vacilación de las burguesías, pequeñas-buguesías u organizaciones
políticas interiores a las fronteras. Así las cosas, las ondas de
industrialización se entendían como proyectos concientes de la burguesía
antes que como la articulación entre procesos mundiales y estrategias de
obtención de beneficios locales.
El grueso de la obra era una
extensa presentación de los “errores” y “traiciones” del Partido
Socialista y del Partido Comunista, los cuales no comprendieron las
tareas revolucionarias en un país semi-colonial pues estaban
aprisionados por las causas externas: el PS por su admiración liberal de
las naciones capitalistas avanzadas que servían como modelos de progreso
(como el librecambismo que no practicaban), y el PC por adoptar los
dictados de la Unión Soviética como la verdad absoluta y la base de una
política carente de base real. Producto de una ruptura aun no
completamente simbolizada, la figura de V. Codovilla resumía los males
comunistas, y aun sirve como causa interna que permitía sostener una
admiración por la URSS que Puiggrós nunca abandonaría.
La explicación externa de los
desatinos de la izquierda, sin embargo, se resolvía a través del
expediente de una más honda causa interna: su composición
pequeño-burguesa. Derivada de la inmigración de los años bisagra entre
los siglos XIX y XX, las formaciones organizadas de las izquierdas
hallaban en su pertenencia social a un sector extraño a las tradiciones
nacionales el origen de su incurable simulación ideológica.
La primera edición de la
Historia crítica extendía el relato hasta el desencadenamiento de la
Segunda Guerra Mundial. Se comprende: estaba legalmente prohibido
mencionar al “tirano prófugo”. Una década más tarde Puiggrós amplió la
narración; en El peronismo, sus causas (1969), agregó una
discusión sobre el movimiento liderado por Perón. También allí eran los
errores de Codovilla y R. Ghioldi los que sostenían el relato, donde el
peronismo era recortado de las incomprensiones y traiciones del
comunismo oficial, antes que adoptado como un tema de investigación.
En 1958, instalado el gobierno
de Arturo Frondizi, se modificaron las condiciones políticas y apareció
El proletariado en la revolución nacional. El volumen es
importante en la biografía de Puiggrós porque señaló la consolidación de
una representación del peronismo pero, más importante aun, proveyó una
imagen de su líder, que persistiría con la fuerza de la convicción.
“Ningún gobernante argentino- aseguraba- experimentó tan profundamente
la influencia de las masas, Perón fue el instrumento de las masas
trabajadoras para realizar objetivos propios en una sociedad con su
estructura arcaica estancada” (Puiggrós: 1958: 86 -el subrayado es
mío-). Al contrario de los relatos del 17 de octubre difundidos por el
gobierno peronista en su momento, Puiggrós, como otros autores
nacionalistas-marxistas, invertían el sentido de la narración y
acentuaban la actuación espontánea de las masas obreras.
La clave de la lectura residía en
la afirmación de que Perón hace lo que el pueblo quiere,
repitiendo un dicho difundido por el gobierno luego de que el envío de
tropas a Corea fuera rechazado en una manifestación pública. Más aun:
“Perón es, en realidad, una parte del proceso o, mejor dicho, un
producto del proceso, un instrumento del proceso” (Puiggrós: 1958: 168).
Nuestro autor criticaba la noción de bonapartismo, a la que califica de
"dudosa exactitud histórica", y cita aprobatoriamente al propio líder
cuando dijo que “es el movimiento obrero el que nos maneja a nosotros”
(1958: 104).
El objetivismo de cierto marxismo
funcionaba aquí como explicación de un proceso infalible de desarrollo
de las fuerzas productivas y aumento de la conciencia de las masas que
llevaría a un fin necesario del capitalismo. Puiggrós no cejó de repetir
que el capitalismo estaba en su etapa final, que su agonía estaba
próxima a finalizar.
La industrialización en los países
periféricos no podría hacerse, sostenía, sin implicar la socialización
de las empresas. Por ejemplo, era imprescindible el desarrollo de la
industria pesada y la explotación de minerales a través del Estado.
Compartía en este criterio una no siempre dicha convicción de las
izquierdas según la cual estatización se aproximaba a la socialización.
Este crecimiento sería parte del proceso de liberación y las fuerzas
armadas, defensoras de los intereses nacionales, incubarían en su seno
tendencias proteccionistas y revolucionarias, abandonando sus orígenes
liberales para abrazar el nacionalismo popular.
La enseñanza más importante
que la Historia crítica de la década del 60 debía demostrar era
doble. En primer lugar, que la militancia revolucionaria no se podía
hacer desde una exterioridad radical del movimiento peronista pensado
como un frente de fuerzas nacionales. En segundo lugar, que la
identificación absoluta con el movimiento y su líder poseía límites
infranqueables sin una alteración de los rasgos ideológicos burgueses o
burocratizantes. El fracaso del régimen en perpetuarse en el poder se
debió a las deficiencias de su programa político, es decir, a la falta
de una teoría revolucionaria como guía de la voluntad de transformación.
Era imprescindible un teórico marxista, o una élite diestra en el
conocimiento de la realidad y en su comprensión teóricamente
fundamentada, para que el líder -cuya supremacía no se cuestionaba-
realizara las tareas que las masas exigían. Esta era exactamente la
misma conclusión a la que arribaba Jorge Abelardo Ramos en Revolución
y contrarrevolución en la Argentina. En ambos casos, desde luego,
los autores aparecían como los portadores de la claridad política que
faltaba al líder carismático y que la clase obrera por sí misma no podía
desplegar.
Por motivos económicos,
Puiggrós vivió en México entre 1961 y 1965. A principios de 1966 no le
fue renovada la visa y tuvo que permanecer en la Argentina. Intentó por
esos años estructurar un grupo ideológico y militante con el nombre de
Club “Argentina 66” que promovió el “Nacionalismo Popular
Revolucionario”, que sería la doctrina que necesitaba el peronismo que
se mantenía entre el exilio del líder y el amor de las masas
proletarias. Sin embargo, el proyecto fracasó pues el conductor
tenía sus ideas propias, y la conflictividad social argentina se
resolvía más allá de las querellas ideológicas de grupos independientes.
En esos años Puiggrós reescribió y publicó por separado las partes que
compusieron la Historia crítica (confrontar la bibliografía
infra). Sus puntos de vista fundamentales no sufrieron alteraciones
graves.
En 1973 el peronismo volvió al
poder con la presidencia de Héctor J. Cámpora. Entonces Puiggrós, con el
apoyo de la izquierda peronista y el movimiento estudiantil, fue
nombrado rector interventor de la Universidad de Buenos Aires. Su
gestión se extendió entre el 29 de mayo y el 2 de octubre de 1973.
Puiggrós impulsó un conjunto muy extenso de medidas destinadas a incluir
a la universidad en el proceso de “liberación nacional” reiniciado luego
de 18 años de proscripción del peronismo.
El regreso de Perón al poder,
cuatro meses después de la asunción de Cámpora, canceló su participación
en las instituciones, pues ello implicaba el desplazamiento de toda la
izquierda peronista a favor de los sectores verticalistas del
movimiento. El clima era de extrema tensión, y luego de la muerte de
Perón en julio de 1974 los grupos parapoliciales de la derecha peronista
y las organizaciones armadas de la izquierda peronista y no peronista se
enfrentaron abiertamente. A fines de septiembre de ese año Puiggrós tuvo
que exiliarse en México.
Allí se integró a los sectores
exiliados, encuadrándose en Montoneros, la organización armada en la que
combatía su hijo Sergio, que sería asesinado por las Fuerzas Armadas en
1976. Puiggrós volvió a trabajar como periodista en El Día y como
profesor en la UNAM, como en los años 60. Su tarea fundamental era, sin
embargo, la que desempeñaba en el Comité de Solidaridad con el Pueblo
Argentino (COSPA) que estuvo pronto identificado con la guerrilla
peronista montonera. Con la afluencia de nuevos grupos de exiliados una
vez ocurrido el golpe militar de 1976, surgieron diferencias entre las
distintas vertientes políticas, e incluso en el seno de los sectores
peronistas. La preocupación principal del último Puiggrós fue la
denuncia de las atrocidades de la dictadura argentina y el apoyo a las
luchas populares que se producían en América Latina, y especialmente en
Centroamérica.
Puiggrós falleció en Cuba, en
noviembre de 1980. Su salud estaba resentida por la diabetes y el dolor
producido por la muerte prematura de su hijo. Se le tributaron numerosos
homenajes en el exterior. Sus cenizas serían trasladadas a la Argentina
en 1987.
Coda
El gran tema de toda la obra y
actuación de Puiggrós fue la forja de un entronque entre la voluntad
nacional-popular que cohesionara lo social y la revolución que
instituyera un nuevo mundo. En el período comunista, el nacionalismo no
estuvo ausente entre sus herramientas discursivas, pero estaba sitiado
por la sujeción del Partido a las políticas más generales de la
Comintern. Por otra parte, la debilidad de los partidos marxistas para
construir hegemonía y realizar una “reforma moral” de la sociedad civil
obstaculizaban la masificación del movimiento revolucionario. Frente a
esa impotencia, se situó la imposibilidad de transformar una ideología
nacional y popular como el peronismo en la antesala del socialismo.
Puiggrós supo en 1945 que la
peronización de la clase obrera era el punto de partida de toda política
revolucionaria. La comprensión historiográfica también debía recuperar
los movimientos de masa que habían enfrentado al imperialismo, incluso
si sus banderas no eran socialistas. Puiggrós comprendió en 1955 que
fuera del movimiento peronista no era posible actuar eficazmente. No se
adscribió totalmente al peronismo sino hasta 1972 en que decidió
afiliarse. Nunca abandonó su marxismo, si bien cuando fue funcionario
universitario tuvo que eludir una clasificación que lo debilitaba frente
a las fuerzas derechistas hostiles. Tampoco fue un peronista tout
court: más bien prefería llamarse un peronólogo.
Como historiador forjó algunas
narraciones sumamente eficaces en los debates culturales y políticos
entre 1940 y 1980. Con De la colonia a la revolución organizó el
problema de la nación y el mercado, que vertebró las discusiones
posteriores de la historiografía de izquierda; con la Historia
crítica de los partidos políticos, estableció un relato de los
fracasos de la izquierda “antinacional”. Gran polemista y revolucionario
inclaudicable, se encontró varado entre la impotencia y la imposibilidad
referidas. Pero eso no impidió que participara activamente en las luchas
del conflictivo siglo XX argentino que le tocó vivir. Hacia el final de
su vida proyectaba escribir un último libro, autobiográfico, que se
titularía El hijo del inmigrante. En esa narración de la que
quedaron sólo algunas pocas notas, recorrería décadas apasionadas,
trágicas, e inolvidables.
Bibliografía de obras citadas
-
Abelardo Ramos, Jorge. Revolución y
contrarrevolución en la Argentina.
Buenos Aires: Amerindia, 1957.
-
Palacio, E. Historia de la Argentina. Buenos Aires: Peña
Lillo, 1975 [1ª. ed. 1954).
-
Puiggrós Rodolfo (seudónimo: R. del Plata). "Constantin Derchawin".
Claridad 136 (1927).
-
______. "Keyserling en idea y en persona". Nosotros
241(1929).
-
______. "México y los curas". Claridad 147 (1927).
-
Puiggrós Rodolfo. Argumentos 1 (1938).
-
______. De la colonia a la revolución. Buenos Aires:
Partenón, 1949.
-
______. A ciento treinta años de la revolución de Mayo.
Buenos Aires: A.I.A.P.E, 1940.
-
______. "Para Alberdi, el caudillismo era instrumento
indispensable". Diario Crítica (25-8-41).
-
______. Historia crítica de los partidos políticos argentinos.
Buenos Aires: Hyspamérica, 1986.
-
______. El peronismo: sus causas. Buenos Aires: Jorge
Álvarez, 1969.
-
______. El proletariado en la revolución nacional. Buenos
Aires: Sudestada, 1968.
-
Sin firma. "Lo nacional y lo internacional en la evolución histórica
argentina". Orientación (24-5-39).
Bibliografía del autor
(Sólo se indica la primera edición)
-
Puiggrós, Rodolfo. La locura de Nirvo. Buenos Aires: M.
Gleizer, 1928
-
______. A 130 años de la revolución de Mayo. Buenos
Aires: A.I.A.P.E, 1940.
-
______. De la colonia a la revolución. Buenos Aires:
A.I.A.P.E, 1940.
-
______. La herencia que Rosas dejó al país. Buenos Aires:
Problemas, 1940.
-
______. Mariano Moreno y la revolución democrática argentina.
Buenos Aires: Problemas, 1941.
-
______. El pensamiento de Mariano Moreno. Selección y
prólogo. Buenos Aires: Lautaro, 1942.
-
______. Los caudillos de la revolución de mayo. Buenos Aires:
Problemas, 1942.
-
______. Rosas el pequeño. Montevideo, Pueblos Unidos, 1943.
-
______. Los utopistas. Selección e introducción. Buenos
Aires: Futuro, 1945.
-
______. Los enciclopedistas. Selección e introducción. Buenos
Aires: Futuro, 1945.
-
______. Historia económica del Río de la Plata. Buenos Aires:
Futuro, 1945.
-
______. La época de Mariano Moreno.
Buenos Aires: Partenón, 1949.
-
______. Historia crítica de los partidos políticos argentinos.
Buenos Aires: Argumentos, 1956.
-
______. Libre empresa o nacionalización de la industria de la
carne. Buenos Aires: Argumentos, 1957, 2ª ed., 1973.
-
______. El proletariado en la revolución nacional. Buenos
Aires: Trafac, 1958.
-
______. La España que conquistó al Nuevo Mundo. México, B.
Costa-Amic, 1961.
-
______. Los orígenes de la filosofía. México, B. Costa-Amic,
1962.
-
______. Génesis y desarrollo del feudalismo. México, Trillas,
1965.
-
______. Pueblo y oligarquía. Buenos Aires: Jorge Álvarez,
1965.
-
______. El yrigoyenismo. Buenos Aires: Jorge Álvarez, 1965.
-
______. Integración de América Latina. Factores ideológicos y
políticos. Buenos Aires: Jorge Álvarez, 1965.
-
______. Juan XXIII y la tradición de la Iglesia. Buenos
Aires: Jorge Álvarez, 1966.
-
______. Las izquierdas y el problema nacional. Buenos Aires:
Jorge Álvarez, 1967.
-
______. Las corrientes filosóficas y el pensamiento político
argentino. Buenos Aires: IPEAL, 1968.
-
______. La democracia fraudulenta. Buenos Aires: Jorge
Álvarez, 1968.
-
______. El peronismo: sus causas. Buenos Aires: Jorge
Álvarez, 1969.
-
______. Argentina entre golpes. Buenos Aires: Carlos Pérez,
1969.
-
______. América Latina en transición. Buenos Aires: Juárez
Editor. 2 vols, 1969.
-
______. A dónde vamos, argentinos. Buenos Aires: Corregidor,
1972.
-
______. La Universidad del Pueblo. Buenos Aires: Ediciones de
Crisis, 1974.
Bibliografía sobre el autor
-
Amaral, Samuel. “Peronismo y marxismo en los años fríos. Rodolfo
Puiggrós y el Movimiento Obrero Comunista, 1947-1955”.
Investigaciones y Ensayos. Buenos Aires: Academia Nacional de la
Historia, 2000.
-
Kohan, Néstor. De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el
marxismo argentino y latinoamericano. Buenos Aires:
Biblos, 2000.
-
Plá, Alberto J. Ideología y método en la historiografía.
Buenos Aires: Nueva Visión, 1972.
Omar Acha
Revisión Técnica: Adrián Celentano
Actualizado, julio 2005
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier
reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso
correspondan.