Teoría, Crítica e Historia

El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina

 

"LA CONDICIÓN HUMANA EN LA OBRA DE RICARDO ROJAS"

María Rosa Lojo

Datos biográficos

Nace en Tucumán, en el Noroeste argentino, en 1882, y se educa en la vecina provincia de Santiago del Estero (de donde procedían su padre y abuelos paternos), desde 1884 a 1898. Se traslada luego (1889) a Buenos Aires, donde inicia estudios de Derecho que quedan truncos: su vasta formación humanística será una obra de autodidacta. Trabaja en el periodismo, ingresa en la docencia secundaria y luego en la universitaria (Universidad de La Plata, 1908). En 1903 publica un primer libro de poesía: La victoria del hombre, y se integra al grupo de la revista Ideas, fundada en 1903 por Manuel Gálvez y J. Olivera, donde se vincula con jóvenes intelectuales que comparten su búsqueda reinvindicatoria de una tradición nacional. Su viaje a Europa, en 1907, le aporta los elementos para escribir La restauración nacionalista (1909), libro que despertará polémicas. A partir de aquí, desarrolla una obra ingente en la investigación, el pensamiento y la creación literaria. Reconocido en todo el ámbito de habla hispana, obtiene, dentro de su país, las más altas distinciones (Gran Premio Nacional de Letras, 1923) y posiciones académicas: miembro de las Academias de Letras y de Historia, rector de la Universidad de Buenos Aires, donde inauguró la Cátedra y el Instituto de Literatura Argentina. Su casa –cifra de su estética eurindiana– es hoy, por su donación, uno de los museos de la ciudad capital.

En 1930, Rojas, que no había tenido actuación política partidaria, se suma a la Unión Cívica Radical, después de haber sido destituido el presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, líder del radicalismo, por un golpe de Estado[1]. Sufre la persecución del régimen militar y es encarcelado en Ushuaia, donde continúa escribiendo. Una vez liberado vuelve a la enseñanza universitaria, pero renuncia a sus cátedras y a la dirección del Instituto de Literatura Argentina en 1946, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, del que es opositor. Muere en Buenos Aires el 19 de julio de 1957.

Concepciones sobre la condición humana

Para Rojas la condición humana es, ante todo, una condición situada. Sin negar invariantes universales, el ser humano –sostiene— no existe en abstracto: pertenece siempre a una tierra, a una “raza” (en un sentido espiritual, no biológico[2]), a una comunidad vinculada por una memoria, una tradición, una cultura. El reconocimiento de esta pertenencia es imprescindible para que los individuos y los pueblos accedan plenamente a la dimensión humana, entendida como dimensión espiritual; la pertenencia no inhibe la libertad, pero hay que contar con ella para ejercerla: “...no adquirir la conciencia de la nacionalidad, es permanecer en los planos de la simple vida zoológica; [...] adquirirla es progresar hacia la más alta espiritualidad de la especie; [...] y el modo de formar y defender en la paz del ideal humanitario esa conciencia del ‘yo colectivo’ es adquirir una cabal representación ‘mental’ del suelo y de la población nacionales (cenestesia social) y del idioma y los destinos nacionales (memoria social)” (1924:93). Esta concepción se expone y desarrolla, en relación concreta y particular con la Argentina, en sus dos primeros libros de ensayo: La restauración nacionalista (1909), que exhorta a superar la mentalidad utilitaria de la “factoría” cosmopolita para rescatar los fines espirituales de la “nación” y Blasón de plata (1910), que apela al poder “numénico configurante” (genius loci) (Arias Saravia: 2000:413) de una matriz telúrica e indiana. Ambas obras se inscriben en los fuegos cruzados entre “nacionalistas” y “cosmopolitas” que en realidad continúan, en la década del Centenario de la Revolución de Mayo, una polémica de ya larga data en la sociedad (Bertoni: 2002). Estos libros constituyen una respuesta al sentimiento de disgregación social y pérdida de especifidad cultural (y hasta de soberanía nacional) que experimentaba buena parte de la opinión pública argentina, no solamente algunos grupos minoritarios de la élite, ante las ingentes oleadas inmigratorias provenientes de todos los puntos del planeta: la pluralidad étnica, lingüística y cultural parecía difícilmente controlable y asimilable por un país nuevo y aún no firmemente consolidado. Rojas sintetiza y representa esa tendencia, desde un pensamiento idealista vinculado con el romanticismo alemán (Fichte, y sus Discursos a la nación alemana), con la generación del ’98 española, con el krausismo, con el “arielismo” de Rodó, sin desdeñar las influencias teosóficas, necesarias para comprender la construcción simbólica de su obra, además de los autores franceses que manejó habitualmente su generación (Fustel de Coulanges, Taine, Renan). No obstante, Rojas mantuvo total conciencia de las inevitables diferencias entre Europa y Latinoamérica en cuanto a la formación de las nacionalidades (1924: 96) y el contenido de los nacionalismos. Cuidó muy bien de distinguir su concepción nacionalista y el nacionalismo argentino, de “sus homónimos de las otras naciones”[3].

¿Supuso la concepción nacionalista de Rojas una idea cerrada y excluyente de la tradición argentina? No pueden negarse el fuerte acento defensivo y las alarmadas hipérboles de sus dos libros iniciales. Tampoco su esencialismo metafísico, su voluntad de legitimar lo nacional desde un origen que determinaría ab initio los rasgos de la “argentinidad” entendida como una identidad pre-constituida in nuce, que se va desenvolviendo en “avatares”, como los llama Rojas, a lo largo de una Historia traspasada por fines que trascienden a los individuos. Pero al menos, ese origen ya es doble: es “Eurindia”. El elemento nativo precolombino no está muerto, no es un fósil arrumbado en los sótanos de la memoria, sino un sustrato vivo, que ha fascinado y trastocado al conquistador, que ha actuado en una historia común, y que sigue operando en la sociedad argentina. La vieja dicotomía “civilización/barbarie” es reemplazada por otra: “exotismo/indianismo” (donde lo antes llamado “bárbaro” es lo legítimamente autóctono y propio), pero no se busca descartar uno de sus términos sino comprender a ambos como corrientes constitutivas de una nueva configuración espiritual sintética. La mirada se vuelve hacia las provincias, para revalorar su papel en la independencia y en la gestación de la nación-estado y de la nacionalidad (en tanto comunidad axiológica y cultural), ensanchando y corrigiendo, provocativamente, la interpretación historiográfica proveniente del liberalismo rioplatense. Incluso su retorno a la tradición española es –en el contexto de época– un gesto renovador. Supone aceptar otra raíz profunda que, junto con la raíz aborigen, las élites argentinas habían negado. Amigo personal de Ramiro de Maeztu, corresponsal asiduo de Unamuno, lector entusiasta de Ganivet (de cuyo “espíritu territorial” sin duda es deudor) Rojas cree, con ellos, en la importancia de recuperar para el presente un legado hispánico aún vivo.

Su gran obra de estética, Eurindia (1924), se propone describir la constitución y la evolución de una cultura desde lo que para Rojas es su fruto más representativo y eminente: el arte. No se trata ya sólo de la Argentina, sino de toda América (aun la anglosajona), considerada como una pan-nación nacida del mestizaje cultural. De todas maneras, estima que la América Hispana puede superar en cuanto a “genialidad creativa” a la América del Norte. Si Rojas está siempre dispuesto a admitir y a admirar los aportes de los Estados Unidos en materia de instituciones democráticas (1924: 278) e incluso educativas, previene contra la hipertrofia tecnológica y economicista que podría atrofiar la vida espiritual de esta nación (1960: 40), a la que en algún momento llama “hermano mayor”. Encuentra, para todas las artes americanas, cuatro etapas generales, cuatro expresiones: indígena o primitiva, colonial o española, cosmopolita o europea, patricia o nacionalista, parangonables a las que ha hallado en la historia de la literatura argentina (Rojas: 1917, 1918, 1920, 1922), y que subsistirían en la sincronía “aisladas o refundidas”, “armónicas o antagónicas” (1924: 72). La estética expuesta no es prescriptiva, “no propone leyes claustrales para el arte ni para la patria. La patria queda abierta a las influencias exteriores, como antes lo estaba, pero se abre también la patria a la contemplación estética[4] de sus hijos”. Sí es, en cambio, prospectiva: “se emancipa también el arte con la esperanza de nueva belleza”: la que América puede agregar a lo que Europa le ha enseñado (1980: 78).

El ideal nacionalista de Rojas es democrático, republicano y laico; rechaza, dentro de la nación, toda defensa de privilegios e intereses sectoriales[5]. Supone y desea, por otra parte, la concordia y la solidaridad entre naciones. En algún momento Rojas se opuso a la neutralidad asumida por el gobierno de Hipólito Yrigoyen en la Primera Guerra Mundial: no consideraba decoroso mantener esa postura, dado que Alemania había hundido buques de bandera argentina. Pero sobre todo, juzgaba a Alemania y sus aliados como miembros de un bloque con pretensiones imperialistas, y de una tradición política y cultural ajena y aun hostil a la tradición y a los intereses de la Argentina como parte de América, y del Occidente latino. La ruptura de la neutralidad es para él, en este contexto, una actitud defensiva de lo propio, y de ninguna manera, una ofensiva para conquistar lo ajeno. En 1931 Rojas se une a las filas del radicalismo y elabora, en convergencia con este partido, una posición política doctrinaria (muy influida por cierto, en su concepción general, por los ideales del krausismo)[6], claramente democrática, igualitaria y pacifista, no sólo hacia fuera sino hacia adentro de la nación. Desde sus remotos orígenes coloniales, la “violencia fratricida” ha signado a la nación argentina –sostiene-; el viejo espíritu inquisidor de “persecución al hereje” dio “su forma mental a los pueblos sudamericanos” (Rojas: 1932: 293) e impidió la convivencia tolerante y la conformación de consensos. Hay en la vida nacional una evidente “incapacidad de razonamiento para superar los contrarios”, que ha motivado recurrentemente la división de la sociedad en bandos irreconciliables. El reciente golpe de Estado no ha hecho sino restaurar “aquellas cosas atávicas de la vieja tragedia argentina. El motín militar, la dictadura cruel, la coacción electoral, son otra vez cosas actuales en nuestro país” –deplora--. ¿Es posible modificar esta tendencia regresiva? El Rojas de 1930, cree todavía en el espíritu libertario de la Revolución de Mayo y en la posibilidad correctora de la educación. Su posición militante partidaria prolonga en tal sentido la posición militante (aún apartidaria), expresada tempranamente en La restauración nacionalista, que depositaba las mayores esperanzas en la formación inicial y escolar de los futuros ciudadanos, sobre todo, a través de la enseñanza de la Historia argentina, y del abordaje, desde el aula, de los problemas nacionales. Cabe señalar que Rojas, por lo demás, se propuso realizar, en el ámbito universitario, una profunda democratización y renovación de la vida académica. Se muestra admirador de la tradición oxoniense, a pesar de su anticuado protocolo exterior, por su respeto de la individualidad del alumno, su libertad creativa, su acento en la educación del carácter y la confraternidad sencilla entre profesores y discípulos (1908: 165-166). Fue un decidido defensor del espíritu de la Reforma Universitaria de 1918; apoyó la asistencia libre, la docencia libre y la representación estudiantil, la gratuidad de la enseñanza, el régimen de concursos y el ingreso irrestricto; tanto en la teoría como en su gestión como rector, salvaguardó la autonomía de la Universidad, institución a la que juzgaba clave para lograr la emancipación nacional política y económica.[7]

En cuanto a la relación con las otras naciones, Rojas exhorta a tomar conciencia de la imposibilidad de aislarse en un mundo “donde la civilización se ha hecho planetaria, en la unidad del globo y del hombre que lo habita” (1932: 296). Pero dentro de esa “sociedad internacional”, la Argentina debe salir de un estado de “pupilaje” —dependencia de ideas, máquinas, capitales, costumbres— que prolonga su antigua situación colonial. Debe tomar distancia de los poderosos Estados Unidos del Norte, pero no defendiéndose con meros discursos antiimperialistas, “sino por la disciplina cívica, financiera e intelectual, en que los americanos son un ejemplo digno de ser imitado”. Siguen vigentes los vínculos con Europa “maestra de Occidente” a pesar de Spengler, y en particular con España, por su condición de fundadora (de las primeras ciudades latinoamericanas y de la lengua) y por los ideales democráticos (los de la reciente República) que la han remozado. Enfatiza, sobre todo, la necesidad de una integración con Latinoamérica, especialmente los países limítrofes, que refuerce y traslade a otros planos la solidaridad ya dada por la geografía y por la historia. Sus palabras de 1932 se adelantan asombrosamente a la idea fundacional de un Mercosur que aún hoy (2003) no termina de ponerse a funcionar como sería deseable: “debiéramos celebrar convenios de colaboración cultural, de reciprocidad aduanera, de equivalencia monetaria, de equilibrio militar y de cooperación naval para defensa de nuestras costas en caso de una agresión marítima” (1932: 295).

Por otra parte, deben considerarse los países milenarios de Asia y Oriente, que mantienen sus filosofías y religiones, y los novísimos como Australia y Canadá, aún sin un perfil nacional y cultural definido, más allá de sus progresos técnicos. Frente a Rusia, Rojas se maneja con notoria amplitud de criterio: “hoy realiza el más grande experimento económico de la historia, cuyos resultados necesitamos conocer para aceptarlos o rechazarlos”[8]. No deja por ello de mantener sus reparos hacia “la tiranía del estado soviético”, que sacrifica la libertad del hombre, “cosa contraria al ideal argentino” (1932: 296).

“Libertad”. “Igualdad”, “Fraternidad”, en armoniosa concurrencia, conforman su ideal social, que se confunde con el de la Revolución de Mayo y con el origen mismo de la nación. La organización democrática fue, para Rojas, el fruto genuino de lo que llama “la argentinidad”, a cuya gesta histórica dedica un libro, La argentinidad. Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la emancipación: 1810-1816. Hacia el final del período 1900-1930 la democracia (que acababa de ser suspendida de hecho) era gravemente cuestionada como sistema político. Contra ese cuestionamiento se alza la voz de Rojas para explicar cada uno de los términos del lema revolucionario francés. Libertad –afirma-- no implica anarquía de las voluntades individuales, sino regulación de ellas bajo la disciplina democrática, “para salvaguardar los fueros de cada individuo y contenerlo donde empieza el fuero de los demás”. Esa misma disciplina es la que impide las desigualdades creadas por los hombres: “la esclavitud económica [...], la servidumbre feudal y toda otra forma de alienación que no se funde en causas naturales”. Coarta los privilegios fundados “en cualesquiera forma de fuerza económica, religiosa, militar, política o simplemente, física” (1932: 281). Garantiza la “igualdad de oportunidades y fines”, más allá de las diferencias de aptitudes impuestas por la “selección natural” -una de las formas de esta “diferencia” son los héroes y genios, categorías que el romanticismo de Rojas sostiene desde sus primeros poemas, y que mantiene en su labor historiográfica[9]; desde luego estos invididuos excepcionales lo son en tanto emergentes y representantes egregios de un pueblo, de un “alma nacional” que con ellos se identifica-. Solicita la paridad de derechos políticos para las mujeres[10] (aunque no es, desde luego, un feminista, ni tampoco, en su ensayística, considera la obra de creación femenina en el mismo nivel que la masculina)[11]. La idea de igualdad se aplica particularmente a la igualdad de las razas; no existen para él, como lo proclamaba el positivismo, razas inferiores o superiores; a lo sumo “naciones retardadas” en su desarrollo histórico[12]. En cuanto a la fraternidad, tiene su forma política en la solidaridad social: “La cooperación que acumula riquezas y cultura por solidaridad de todos, debe regir también para la distribución de los bienes sociales. Desde Cristo hasta Comte, la religión y la moral vienen predicando esa misma fraternidad” (1932: 283)[13]. El nacionalismo espiritualista de Rojas (que Masotta reduce a mera ideología) no le vedaba, en este sentido, hacerse cargo de “las relaciones reales entre los hombres en la sociedad existente” (Massotta: 1982: 149) ni implica el posicionamiento del autor del lado de la oligarquía.

La actitud de Rojas ante la religión amerita consideración especial. Si bien cree, desde luego, que la religión forma parte del legado cultural de las naciones, su nacionalismo, sobre todo en los aspectos netamente políticos, es laico. Sostiene, incluso, que la elaboración de un pragmatismo laico es la “primera expresión de lo que pudiera llamarse una filosofía de la argentinidad” (1916: 3), cuando el pueblo decide imponer la acción democrática directa, no sólo a la oligarquía colonial, sino al mismo patriciado revolucionario, sustituido por los caudillos que defienden las autonomías locales, sin resignar el ideal de la nación[14]. Esto no quita que, entre los promotores de la Independencia reivindique a grandes figuras eclesiásticas, como el canónigo Gorriti (1916: 87-88). Al contrario que en Europa, señala Rojas, “La Iglesia argentina ha nacido juntamente con la nación, y lejos de hostilizar a la democracia, la ha servido. Mientras el Papa bendecía los ejércitos españoles, los frailes americanos bendecían las banderas de la independencia. Un fraile salvó en el Congreso de Tucumán la idea de la libertad republicana y otro fraile salvó, en el Congreso Constituyente, la idea de la libertad religiosa” (Guerras de religión). Sin embargo, ese gran aporte inicial de la Iglesia a la constitución de la vida republicana y democrática dice Rojas, se ha debilitado y envilecido con el tiempo. En sus dos libros de doctrina político-social: La guerra de las naciones (1924) y El radicalismo de mañana (1932) se manifiesta por ello decididamente a favor de la separación de la Iglesia y el Estado distinguiendo con claridad entre el libre sentimiento religioso y el dogma institucional, entre la espiritualidad individual y las instituciones eclesiásticas: “El sentimiento religioso es innato al hombre, e independiente de las iglesias que lo dogmatizan en su catequesis. Las iglesias son instituciones políticas, formaciones históricas en continuo devenir. Por eso afirmamos la libertad de cultos, y a la vez la libertad de examen de los cultos. Pedimos la separación de las Iglesias y del Estado...” (1924: 288). En El radicalismo...., además, defiende al Patronato Nacional como órgano de contralor de la autoridad civil en el gobierno eclesiástico, para evitar ingerencias de la Santa Sede en las prerrogativas soberanas del Estado Nacional (1932: 266-267). Si bien el Patronato supone también obligaciones del Estado, como el sostenimiento del culto católico, se trata —afirma Rojas— de un presupuesto módico, justificado por el hecho de que el Patronato forma parte de la tradición histórica y el ideal nacionalista (1932: 268), así como la religión forma parte de la tradición cultural. Por lo demás, se pronuncia absolutamente contra la intervención de la Iglesia en la vida privada de los no católicos. Es uno de los defensores del divorcio civil (que se implementó sólo muy tardíamente en la Argentina, después de su fugaz vigencia durante el peronismo)[15], así como de la enseñanza mixta y laica en las escuelas normales.

Cabe preguntarse cuál era su postura filosófica personal ante la religiosidad y las religiones. Podría caracterizarse a Rojas, en principio, como un católico por tradición, y un cristiano por íntimo convencimiento. Se advierten, ya en sus escritos tempranos, un marcado desacuerdo con respecto a la intolerancia dogmática[16], y un desencanto con respecto al ritual mecanizado o contaminado de utilitarismo, de tal modo que sólo se avizora un espacio apto para la genuina experiencia religiosa en la interioridad y en el dominio de la belleza: “el alma atormentada y errante de los hombres se encaminará hacia el individualismo religioso, donde algunos espíritus han encontrado ya una metafísica en el Panteísmo, una moral en el Evangelio, y un culto imperecedero en las liturgias del Arte” (1908: 243).

La figura de Cristo tiene en su obra una particular gravitación, desde los primeros poemas de La victoria del hombre (1903) donde aparece como “apóstol del amor y la esperanza”, imagen, como Prometeo, del sacrificio divino en aras de la Humanidad. La fascinación llega al punto de inspirarle un libro entero: El Cristo invisible, cuya postura independiente no conformó ni a los católicos ortodoxos[17], ni a los librepensadores ateos o anticlericales. En esta obra difícil de clasificar se presentan una serie de conversaciones mantenidas por el “Huésped” (Rojas) con un “Monseñor” (un obispo católico) en la antigua casa solariega de la provincia donde éste pasa el verano. Mientras “Monseñor” se apega a la letra del dogma, sin querer desviarse de la segura doctrina, el “Huésped” arriesga una personal hermenéutica de la iconología cristiana y de las Escrituras. Nos muestra un Cristo que se halla reflejado en las imágenes más diversas, y en testimonios escritos que difieren entre sí (porque ven distintas perspectivas de una Personalidad inabarcable). Cada raza, cada siglo, cada cultura, tiene su Cristo; si Él ha creado al cristianismo, el cristianismo también ha creado a Cristo, “o lo está creando, en un continuo devenir” (Rojas: 1928: 102). Desde el Espíritu de Cristo, incluso, es posible la conciliación universal de todas las religiones en un núcleo íntimo y sagrado de Verdad. El cuerpo de cada ser humano puede y debe ser la morada del Cristo Invisible, más allá de los ritos, más allá de la institución eclesiástica. Si Él se ha hecho hombre, el hombre también se hace Dios en Él por obra del amor. El Reino de Dios, en suma, está dentro de nosotros.

Este libro poco estudiado[18] como parte integral de la obra de Rojas guarda con el conjunto de ella, cada vez más abierta hacia las grandes síntesis, una perfecta coherencia. La tríada “Justicia, Trabajo, Amor” que conforma la nueva conciencia cristiana, completa, sin contradicción, la tríada “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, de la Revolución Francesa. Ha llegado para la Iglesia Católica –sostiene Rojas (mucho antes del Concilio Ecuménico Vaticano II)— la era de la tolerancia. La religión no es rígida, inmutable: “es una potencia espiritual, autónoma y creadora, que ayuda al hombre en su evolución, adecuándose a las necesidades humanas de cada período de la historia” (1928: 292), y el presente período –cree Rojas— requiere “un poco más de tolerancia filosófica y de adecuación a las necesidades concretas de la vida” (1928: 259). Lo importante es que el ser humano reconquiste la propia conciencia espiritual, “superando el racionalismo, la mecánica y las sensualidades de nuestro tiempo” (1928: 292). En ese sentido, la Argentina, sociedad plural, multiétnica y multi-religiosa, puede ofrecer al mundo, modélicamente, una “patria de la fraternidad humana”, enriquecida por las diversas maneras de veneración dirigidas al mismo Sujeto: “Acaso estamos destinados a crear una nueva unidad religiosa por superación de los cultos forasteros. Yo he frecuentado en Buenos Aires la catedral católica, el templo protestante, la iglesia ortodoxa, la sinagoga hebrea, la logia budista, y creedme que esto da a Buenos Aires una grandeza. Yo estimo esa variedad litúrgica como un privilegio, pues en ella descubro la Unidad Divina” (1928: 268-269).

El Cristo invisible es audaz en su nivelación de las religiones (incluyendo las precolombinas, así como incluye, al lado de las máximas obras de Occidente, el arte de influencia aborigen). Lo es también en su concepción de un Cristo con rasgos masculinos y femeninos, que trasciende las fronteras de las edades y los sexos, o en su convicción de que Jesús, aunque no lo hubiese consumado, debió de conocer también el amor humano para vivir integralmente el misterio de la criatura y su dimensión integral de humanidad. Su Cristo es poeta y por eso habla con parábolas, así como todo artista verdadero “es un verdadero creyente” –sostiene, fiel a su idea del sentido religioso del arte y del arte como “religión de la belleza”–. Es un hombre cabal, o más bien, el “verdadero superhombre” que no aconseja la miseria del cuerpo ni la del alma: “El no hizo de la miseria, humillación del cuerpo, miseria del alma, ni de la humillación, miseria del alma, el ideal de la vida” (1928: 213). Rojas, aunque niega ser teósofo, acusa sin duda el influjo de las doctrinas de Blavatsky y de Schuré (que no halla contradictorias con el Evangelio). Pero, salvaguardando su “libertad filosófica”, se reivindica en esta obra plena de sugestiones como “profundamente cristiano, en el más lato sentido de esta palabra”.

Rojas se autodefinió, asimismo, como humanista, considerando al ser humano como el centro en diálogo permanente con dos dimensiones: la Naturaleza y Dios, que convergen dentro de sí mismo: “ni el ‘mono darwiniano’, ni el superhombre ‘nietzscheano’”, el hombre es “compendio abreviado de fuerzas misteriosas muy sutiles [...] reúne en sí mismo la doble naturaleza que es, por un lado, instinto, por otro, inspiración y ensueño; [...] es el Elohim de las escrituras religiosas y el dios Pan de la mitología griega; piernas de chivo, raíces de vida en la tierra y cabeza humana bañada con la luz de los cielos”. Ser finito, pero que sospecha y concibe el infinito y la eternidad, no debe renunciar por ello al “dominio de la Naturaleza ni al manejo de la vida. Que estimule las ciencias, los descubrimientos, que use de las máquinas, pero que no se convierta en su esclavo” (1960: 40-41).

Sujeto activo de conocimiento, el ser humano debe evitar todo dogmatismo institucional, tanto el religioso como el científico. Dentro de la cultura, el arte, que es parte de ella, resulta la forma que mejor define su orientación y finalidad general: “cuáles son las relaciones que ella establece con las causas primeras, con el fenómeno cosmogónico, con la conciencia humana y con el ser social. La obra de belleza resume todo eso, reflejándolo en los prototipos del arte que es la más perdurable creación histórica de cada pueblo” (1932:263). Forma suprema de la autoconciencia, individual y nacional, en el arte también debe buscarse la marca más característica del pensamiento de Rojas. Como señala Horacio Castillo, fue ante todo, un creador de símbolos y mitos con los que intentaba –siguiendo, desde luego con ello, una larga tradición filosófica– dar cuenta de lo real en sus sentidos más profundos.

 

Bibliografía de Obras Citadas

  • Arias Saravia, Leonor, “Los mitos étnico-geográficos: el mito indiano, el mito criollo, el mito hispano”, “La heráldica rioplatense (Blasón de plata)”, y “La Isis indiana: la mitificación esotérica (Eurindia), en La Argentina en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo, Buenos Aires, 2000.

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Obras de Ricardo Rojas (1900-1932)

  • Poesías, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1923. Contiene: La victoria del hombre, El ocio lírico, Los lises del blasón, La sangre del sol, La respuesta de Loxias,  Cantos de Perséfona, Oda a las banderas.

  • El país de la selva, París, Garnier, 1907. Edición utilizada: última reedición con Prólogo de Graciela Montaldo en la colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida por Gregorio Weinberg, Buenos Aires, Taurus, 2001.

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  • Los arquetipos, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1922.

  • Eurindia. Ensayo de estética fundado en la experiencia histórica de las culturas americanas, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924. Edición utilizada: Buenos Aires, Capítulo: Biblioteca Argentina Fundamental, Centro Editor de América Latina, 1980. Prólogo de Graciela Perosio. Notas de Graciela Perosio y Nannina Rivarola.

  • La guerra de las naciones, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924.

  • Las provincias, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1927.

  • El Cristo invisible, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1927. Edición utilizada: Buenos Aires, “La Facultad”, 1928 (2ª ed).

  • Silabario de la decoración americana, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1930.

 

 Obras sobre Ricardo Rojas y su tiempo

  • Arias Saravia, Leonor, “Los mitos étnico-geográficos: el mito indiano, el mito criollo, el mito hispano”, “La heráldica rioplatense (Blasón de plata)”, y “La Isis indiana: la mitificación esotérica (Eurindia), en La Argentina en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo, Buenos Aires, 2000.

  • Barbero, María Inés, y Devoto, Fernando, Los nacionalistas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983.

  • Bertoni, Lilia Ana, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, México, F.C.E.. 2002.

  • Biagini, Hugo E. (comp.) Orígenes de la democracia argentina. El trasfondo krausista. Buenos Aires, Legasa, 1989.

  • Cárdenas, Eduardo, y Payá, Carlos, El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1978. (ILAR 47-6-84)

  • Castillo, Horacio, Ricardo Rojas, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1999.

  • De la Guardia, Alfredo, Ricardo Rojas, Buenos Aires, Schapire, 1967.

  • Frederick, Bonnie, “Ricardo Rojas and the Creation of the Literary Canon”, Wily Modesty. Argentine Women Writers, 1860-1910, Arizona State University, ASU: Center for Latin American Studies Press, 1998, pp. 142-145.

  • Giusti, Ricardo, “La restauración nacionalista”, Nosotros, IV, T. I, 26.

  • Masotta, Oscar, “Ricardo Rojas y el espíritu puro”, en Conciencia y estructura, Buenos Aires, Corregidor, 1982.

  • Moya, Ismael, Ricardo Rojas, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961.

  • Pagés Larraya, Antonio. Perduración romántica en las letras argentinas, México, UNAM, 1963.

  • ______. “Homenaje a Don Ricardo Rojas”, en Boletín de la Academia Argentina de Letras, XLVII, 185-186, julio-diciembre.

  • ______. “Ricardo Rojas: literatura y espíritu nacional”, Boletín de la Academia Argentina de Letras, XVLII, 185-186, julio-diciembre.

  • ______. Iniciación de la crítica argentina, J. M. Gutiérrez y R. Rojas, Instituto de Literatura Argentina, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1983.

  • Pickenhayn, Jorge Oscar, La obra literaria de Ricardo Rojas, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1982.

  • Rock, David, “Antecedentes de la derecha argentina”, en VV.AA., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001, pp. 23-70.

  • Terán, Oscar, “Acerca de la idea nacional”, La Argentina en el siglo XX, Buenos Aires, Ariel, 1999, pp. 279-287.

  • Terán, Oscar, Vida intelectual en el Buenos Aires fin de siglo (1880-1910), Buenos Aires, F.C.E., 2000.

  • Viñas, David, “Rojas, rebeldía y respetabilidad”, y “Oligarquía y nacionalismo”, en Apogeo de la oligarquía, Buenos Aires, Siglo XXI.

  • VV.AA, La obra de Rojas. XXV años de labor literaria. Buenos Aires, 1903-1928, Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenaje a Ricardo Rojas, Imprenta López, 1928.

 

Notas

[1] El 6 de setiembre de 1930, durante la segunda presidencia constitucional de Hipólito Yrigoyen (que había asumido en octubre de 1928), se produce un golpe de Estado militar, liderado por el general José Félix Uriburu, que asume como presidente provisional, condena la política, persigue y reprime a los opositores y descarta la democracia representativa, a la que pretende reemplazar por un sistema de representación corporativo. Cabe señalar que Uriburu pronto desilusiona a algunos sectores nacionalistas antiliberales que lo habían apoyado, y restaura el antiguo régimen conservador del llamado “liberalismo oligárquico”.

[2] “En un sentido histórico, es un fenómeno espiritual, de significación colectiva, determinado por un territorio y un idioma, o sea por un ideal. Según esto, los individuos, cualesquiera sea su procedencia, obran en función de un grupo histórico, ya sea éste el de origen u otro de adopción” (Rojas, R., Eurindia, Tomo I, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1980. P.100).

[3] Desde el inicio, Rojas se defiende de la asimilación de sus propias ideas a las de pensadores franceses, como Maurice Barrés, de quien se hizo derivar su obra (La restauración nacionalista. Buenos Aires, Peña Lillo, 1971, p. 47). A pesar de las fundamentadas denegaciones de Rojas, se lo siguió considerando un epígono de Barrés, como puede verse en el artículo de Oscar Massota, “Ricardo Rojas y el espíritu puro”, Conciencia y estructura, Buenos Aires, Corregidor, 1982, pp. 146-147. Cabe señalar, además, que el Rojas de 1930 considera el golpe militar y la Dictadura de Uriburu como lamentables resultados de un superficial espíritu de imitación de las ideas fascistas entonces en boga en Europa, sin atender ni a la tradición ni a la coyuntura histórica argentina.

[4] Rojas imagina esta contemplación bajo la forma de un “Templo” “fábrica espiritual de la patria” donde se ofician sus ritos, y donde se inicia a los neófitos en el conocimiento de sus misterios, hasta que se le manifiesta la “deidad antes no vista”, la Coyllur indiana (Rojas:1980: 79).

[5] Es, en este sentido, una injusticia, colocar a Rojas entre los “antecedentes de la derecha argentina”, como se ha hecho recientemente (véase: Rock, D. “Antecedentes de la derecha argentina”, en VV.AA., La derecha argentina. Nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2001, pp. 23-70.) Mucho más atinado es el clásico libro de Barbero. M. I, y Devoto, F. Los nacionalistas (1910-1930), Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983, donde se sitúa a Rojas dentro de un “nacionalismo popular” de matriz laico-democrática (10-11, y 18-21). Dice en La guerra de las naciones que el nacionalismo argentino es “pacifista, fraterno, democrático, laico, porque así lo plasman nuestras necesidades y nuestra historia” (102).

[6] Véase: Clementi, H. “Positivismo y krausismo”, en Clementi, H. (comp.) Inmigración española en la Argentina (Seminario 1990), Buenos Aires, 1991, pp. 175-200. La afinidad con la doctrina krausista es perceptible en Rojas desde mucho antes. Pero la compartió con el pensamiento del radicalismo, cuyo líder, Hipólito Yrigoyen, tenía El Ideal de la Humanidad para la vida como libro de cabecera.

[7] Horacio Castillo ha despejado en su excelente biografía ciertos equívocos en torno a la presunta oposición de Rojas a la Reforma Universitaria. En 1919 y 1920 Rojas tuvo enfrentamientos personales con alumnos de la Universidad de La Plata (a la que finalmente renunció) y fue acusado por ellos de antireformista. Pero en 1918 había sido invitado a hablar en la proclamación de la Reforma por la Universidad Nacional de Córdoba; en 1922 los reformistas lo llevan al Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego al Rectorado de la misma. Se lo consideraba una garantía para el triunfo definitivo de la Reforma. Cabe señalar que en 1928 la Federación Universitaria de La Plata le hizo un desagravio. (Castillo, Horacio, Ricardo Rojas, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1999: 187-201).

[8] Afirma su biógrafo, Horacio Castillo: “...sin esfuerzo teórico, por la simple vía de su nacionalismo, derivaba en fórmulas antiimperialistas y estatizantes de los medios de producción. Iba más lejos: conjeturaba la posibilidad de que el régimen económico surgido en Rusia se estableciera en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos” (Castillo: 1999: 247).

[9] Así lo prueban títulos como Los arquetipos (1922) –que consta de estudios sobre Belgrano, Güemes, Sarmiento, Pellegrini, Ameghino, y Guido y Spano– y, más tarde, los libros dedicados a Sarmiento: El Profeta de la Pampa (1945) y a San Martín: El santo de la espada (1933).

[10] Tanto en La guerra de las naciones como en El radicalismo de mañana.

[11] La visión de Rojas sobre la mujer, aunque se le reconozcan derechos, no deja de ser tradicional: es el ángel del hogar (“A ellas tan solo les pedimos que sean, dentro de sus hogares, estímulo de amor para las almas viriles que en esta empresa nos acompaña.”, La guerra de las naciones: 298); es la Musa inspiradora, antes que el sujeto creador. Así, en Eurindia, no hay mención de una sola artista latinoamericana, fuera de la danzarina Kantuta. Y en su Historia de la literatura argentina, si bien las mujeres son incluidas, lo son prácticamente en calidad de “anomalía”, de grupo genérico, en un capítulo aparte, fuera de la corriente central de la literatura escrita por varones. Ver Frederick, Bonnie. “Ricardo Rojas and the Creation of the Literary Canon”, Wily Modesty. Argentine Women Writers, 1860-1910, Arizona State University, ASU: Center for Latin American Studies Press, 1998: 142-145.

[12] De ahí también su esperanza de que América pueda, llegado el momento, superar a Europa misma (Cartas de Europa: 50).

[13] Horacio Castillo en Ricardo Rojas:: “su notable intuición le hacía comprender la preeminencia de la estructura económica y, sin suscribir la lucha de clases, percibir el clamor en un ‘proletariado’ que, a su juicio, era ‘carne del radicalismo y raíz de la nación’”( 247).

[14] Su visión es, en este aspecto novedosa, y coincide con la del revisionismo histórico temprano, al reivindicar el papel de los caudillos federales (que la historiografía liberal solía dibujar como tiranos bárbaros) en la formación democrática de la Argentina.

[15] Incluso, en uno de los artículos de Cosmópolis (“Del amor, del destino y la muerte”) trae a colación el caso trágico del suicidio de un docente y poeta, Carlos Romagosa, junto a su amante y colega (“la noble mujer que le amaba”, p. 63). Dado que Romagosa era ya casado, el amor de la pareja no tenía un futuro social digno, y por ello ambos tomaron la decisión de suicidarse juntos. Lejos de unirse a las críticas de los que atacaban los personales docentes mixtos y la coeducación de los sexos, como fuente de todo tipo de “relaciones peligrosas” y de inmoralidades, Rojas sostiene que el error está en la “inhumana rigidez” del vínculo matrimonial, que no permite iniciar una nueva vida en condiciones legítimas. Ver Cosmópolis, París, Garnier, 1908.

[16] El Rojas que reivindica la raíz cultural hispánica, e incluso a la España “mística y guerrera” de la Conquista, no está dispuesto a convalidar la pervivencia de esa “vieja Iglesia” en el mundo contemporáneo, donde las condiciones de vida son muy otras. Cree que la tradición española debe renovarse, y que ya están trabajando para ello algunos escritores. Piensa que “la preponderancia de un dogma excluyente y hostil mató en aquel pueblo la espontaneidad del pensamiento. El catolicismo la alejó de la Naturaleza y de la vida” (El alma española, Valencia, Sempere, 1907: 82).

[17] Esta obra no fue ciertamente del agrado de los teólogos profesionales. Señala Horacio Castillo (1999: 289) que el sacerdote Alberto Moles Terán dedicó un libro entero a refutar los errores que halló en El Cristo Invisible (Paralogismos de Ricardo Rojas, 1928). Por otro lado, tampoco le faltaron críticas del otro lado, como la que aparece en la página bibliográfica de la revista Mundo Argentino (nº 887, 18 de enero de 1928), firmada por Carlos Pirán, quien lo encuentra sospechosamente próximo a la Iglesia. De algún modo, Rojas ya había anticipado esas reacciones en su “Profesión de fe de la nueva generación”: “...al confesarnos anticlericales, nos tratarán de ateos los católicos, y al confesarnos espiritualistas, nos tacharán de supersticiosos los ateos”, “Los sectarios anquilosados en su dogma, encontrarán monstruosa nuestra ondulante libertad” (La guerra de las naciones: 307-308).

[18] Sí mereció estudios y comentarios desde el punto de vista estrictamente religioso. Varios se recogen en VV.AA. La obra de Rojas. XXV años de labor literaria. Buenos Aires, 1903-1928, Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenaje a Ricardo Rojas, Imprenta López, 1928: 337-372. Destaca la reseña de Rafael Cansinos-Assens.

María Rosa Lojo
Julio de 2004

 

© 2003 Coordinador General Pablo Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

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