El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"LA CONDICIÓN HUMANA EN LA OBRA DE RICARDO ROJAS"
María Rosa Lojo
Datos biográficos
Nace en Tucumán, en el Noroeste
argentino, en 1882, y se educa en la vecina provincia de Santiago del
Estero (de donde procedían su padre y abuelos paternos), desde 1884 a
1898. Se traslada luego (1889) a Buenos Aires, donde inicia estudios de
Derecho que quedan truncos: su vasta formación humanística será una obra
de autodidacta. Trabaja en el periodismo, ingresa en la docencia
secundaria y luego en la universitaria (Universidad de La Plata, 1908).
En 1903 publica un primer libro de poesía: La victoria del hombre,
y se integra al grupo de la revista Ideas, fundada en 1903 por
Manuel Gálvez y J. Olivera, donde se vincula con jóvenes intelectuales
que comparten su búsqueda reinvindicatoria de una tradición nacional. Su
viaje a Europa, en 1907, le aporta los elementos para escribir La
restauración nacionalista (1909), libro que despertará polémicas. A
partir de aquí, desarrolla una obra ingente en la investigación, el
pensamiento y la creación literaria. Reconocido en todo el ámbito de
habla hispana, obtiene, dentro de su país, las más altas distinciones
(Gran Premio Nacional de Letras, 1923) y posiciones académicas: miembro
de las Academias de Letras y de Historia, rector de la Universidad de
Buenos Aires, donde inauguró la Cátedra y el Instituto de Literatura
Argentina. Su casa –cifra de su estética eurindiana– es hoy, por su
donación, uno de los museos de la ciudad capital.
En 1930, Rojas, que no había tenido
actuación política partidaria, se suma a la Unión Cívica Radical,
después de haber sido destituido el presidente constitucional Hipólito
Yrigoyen, líder del radicalismo, por un golpe de Estado.
Sufre la persecución del régimen militar y es encarcelado en Ushuaia,
donde continúa escribiendo. Una vez liberado vuelve a la enseñanza
universitaria, pero renuncia a sus cátedras y a la dirección del
Instituto de Literatura Argentina en 1946, durante el primer gobierno de
Juan Domingo Perón, del que es opositor. Muere en Buenos Aires el 19 de
julio de 1957.
Concepciones sobre la condición
humana
Para Rojas la condición humana es,
ante todo, una condición situada. Sin negar invariantes
universales, el ser humano –sostiene— no existe en abstracto: pertenece
siempre a una tierra, a una “raza” (en un sentido espiritual, no
biológico),
a una comunidad vinculada por una memoria, una tradición, una cultura.
El reconocimiento de esta pertenencia es imprescindible para que los
individuos y los pueblos accedan plenamente a la dimensión humana,
entendida como dimensión espiritual; la pertenencia no inhibe la
libertad, pero hay que contar con ella para ejercerla: “...no adquirir
la conciencia de la nacionalidad, es permanecer en los planos de la
simple vida zoológica; [...] adquirirla es progresar hacia la más alta
espiritualidad de la especie; [...] y el modo de formar y defender en la
paz del ideal humanitario esa conciencia del ‘yo colectivo’ es adquirir
una cabal representación ‘mental’ del suelo y de la población nacionales
(cenestesia social) y del idioma y los destinos nacionales (memoria
social)” (1924:93). Esta concepción se expone y desarrolla, en relación
concreta y particular con la Argentina, en sus dos primeros libros de
ensayo: La restauración nacionalista (1909), que exhorta a
superar la mentalidad utilitaria de la “factoría” cosmopolita para
rescatar los fines espirituales de la “nación” y Blasón de plata
(1910), que apela al poder “numénico configurante” (genius loci)
(Arias Saravia: 2000:413) de una matriz telúrica e indiana. Ambas obras
se inscriben en los fuegos cruzados entre “nacionalistas” y
“cosmopolitas” que en realidad continúan, en la década del Centenario de
la Revolución de Mayo, una polémica de ya larga data en la sociedad
(Bertoni: 2002). Estos libros constituyen una respuesta al sentimiento
de disgregación social y pérdida de especifidad cultural (y hasta de
soberanía nacional) que experimentaba buena parte de la opinión pública
argentina, no solamente algunos grupos minoritarios de la élite, ante
las ingentes oleadas inmigratorias provenientes de todos los puntos del
planeta: la pluralidad étnica, lingüística y cultural parecía
difícilmente controlable y asimilable por un país nuevo y aún no
firmemente consolidado. Rojas sintetiza y representa esa tendencia,
desde un pensamiento idealista vinculado con el romanticismo alemán
(Fichte, y sus Discursos a la nación alemana), con la generación
del ’98 española, con el krausismo, con el “arielismo” de Rodó, sin
desdeñar las influencias teosóficas, necesarias para comprender la
construcción simbólica de su obra, además de los autores franceses que
manejó habitualmente su generación (Fustel de Coulanges, Taine, Renan).
No obstante, Rojas mantuvo total conciencia de las inevitables
diferencias entre Europa y Latinoamérica en cuanto a la formación de
las nacionalidades (1924: 96) y el contenido de los nacionalismos. Cuidó
muy bien de distinguir su concepción nacionalista y el nacionalismo
argentino, de “sus homónimos de las otras naciones”.
¿Supuso la concepción nacionalista
de Rojas una idea cerrada y excluyente de la tradición argentina? No
pueden negarse el fuerte acento defensivo y las alarmadas hipérboles de
sus dos libros iniciales. Tampoco su esencialismo metafísico, su
voluntad de legitimar lo nacional desde un origen que determinaría ab
initio los rasgos de la “argentinidad” entendida como una identidad
pre-constituida in nuce, que se va desenvolviendo en “avatares”,
como los llama Rojas, a lo largo de una Historia traspasada por fines
que trascienden a los individuos. Pero al menos, ese origen ya es
doble: es “Eurindia”. El elemento nativo precolombino no está
muerto, no es un fósil arrumbado en los sótanos de la memoria, sino un
sustrato vivo, que ha fascinado y trastocado al conquistador, que ha
actuado en una historia común, y que sigue operando en la sociedad
argentina. La vieja dicotomía “civilización/barbarie” es reemplazada por
otra: “exotismo/indianismo” (donde lo antes llamado “bárbaro” es lo
legítimamente autóctono y propio), pero no se busca descartar uno de sus
términos sino comprender a ambos como corrientes constitutivas de una
nueva configuración espiritual sintética. La mirada se vuelve hacia las
provincias, para revalorar su papel en la independencia y en la
gestación de la nación-estado y de la nacionalidad (en tanto
comunidad axiológica y cultural), ensanchando y corrigiendo,
provocativamente, la interpretación historiográfica proveniente del
liberalismo rioplatense. Incluso su retorno a la tradición española es
–en el contexto de época– un gesto renovador. Supone aceptar otra raíz
profunda que, junto con la raíz aborigen, las élites argentinas habían
negado. Amigo personal de Ramiro de Maeztu, corresponsal asiduo de
Unamuno, lector entusiasta de Ganivet (de cuyo “espíritu territorial”
sin duda es deudor) Rojas cree, con ellos, en la importancia de
recuperar para el presente un legado hispánico aún vivo.
Su gran obra de estética,
Eurindia (1924), se propone describir la constitución y la evolución
de una cultura desde lo que para Rojas es su fruto más representativo y
eminente: el arte. No se trata ya sólo de la Argentina, sino de toda
América (aun la anglosajona), considerada como una pan-nación nacida del
mestizaje cultural. De todas maneras, estima que la América Hispana
puede superar en cuanto a “genialidad creativa” a la América del Norte.
Si Rojas está siempre dispuesto a admitir y a admirar los aportes de los
Estados Unidos en materia de instituciones democráticas (1924: 278) e
incluso educativas, previene contra la hipertrofia tecnológica y
economicista que podría atrofiar la vida espiritual de esta nación
(1960: 40), a la que en algún momento llama “hermano mayor”. Encuentra,
para todas las artes americanas, cuatro etapas generales, cuatro
expresiones: indígena o primitiva, colonial o española, cosmopolita o
europea, patricia o nacionalista, parangonables a las que ha hallado en
la historia de la literatura argentina (Rojas: 1917, 1918, 1920, 1922),
y que subsistirían en la sincronía “aisladas o refundidas”, “armónicas o
antagónicas” (1924: 72). La estética expuesta no es prescriptiva, “no
propone leyes claustrales para el arte ni para la patria. La patria
queda abierta a las influencias exteriores, como antes lo estaba, pero
se abre también la patria a la contemplación estética
de sus hijos”. Sí es, en cambio, prospectiva: “se emancipa también el
arte con la esperanza de nueva belleza”: la que América puede agregar a
lo que Europa le ha enseñado (1980: 78).
El ideal nacionalista de Rojas es
democrático, republicano y laico; rechaza, dentro de la nación, toda
defensa de privilegios e intereses sectoriales.
Supone y desea, por otra parte, la concordia y la solidaridad entre
naciones. En algún momento Rojas se opuso a la neutralidad asumida por
el gobierno de Hipólito Yrigoyen en la Primera Guerra Mundial: no
consideraba decoroso mantener esa postura, dado que Alemania había
hundido buques de bandera argentina. Pero sobre todo, juzgaba a Alemania
y sus aliados como miembros de un bloque con pretensiones imperialistas,
y de una tradición política y cultural ajena y aun hostil a la tradición
y a los intereses de la Argentina como parte de América, y del Occidente
latino. La ruptura de la neutralidad es para él, en este contexto, una
actitud defensiva de lo propio, y de ninguna manera, una ofensiva para
conquistar lo ajeno. En 1931 Rojas se une a las filas del radicalismo y
elabora, en convergencia con este partido, una posición política
doctrinaria (muy influida por cierto, en su concepción general, por los
ideales del krausismo),
claramente democrática, igualitaria y pacifista, no sólo hacia fuera
sino hacia adentro de la nación. Desde sus remotos orígenes coloniales,
la “violencia fratricida” ha signado a la nación argentina –sostiene-;
el viejo espíritu inquisidor de “persecución al hereje” dio “su forma
mental a los pueblos sudamericanos” (Rojas: 1932: 293) e impidió la
convivencia tolerante y la conformación de consensos. Hay en la vida
nacional una evidente “incapacidad de razonamiento para superar los
contrarios”, que ha motivado recurrentemente la división de la sociedad
en bandos irreconciliables. El reciente golpe de Estado no ha hecho sino
restaurar “aquellas cosas atávicas de la vieja tragedia argentina. El
motín militar, la dictadura cruel, la coacción electoral, son otra vez
cosas actuales en nuestro país” –deplora--. ¿Es posible modificar esta
tendencia regresiva? El Rojas de 1930, cree todavía en el espíritu
libertario de la Revolución de Mayo y en la posibilidad correctora de
la educación. Su posición militante partidaria prolonga en tal
sentido la posición militante (aún apartidaria), expresada tempranamente
en La restauración nacionalista, que depositaba las mayores
esperanzas en la formación inicial y escolar de los futuros ciudadanos,
sobre todo, a través de la enseñanza de la Historia argentina, y del
abordaje, desde el aula, de los problemas nacionales. Cabe
señalar que Rojas, por lo demás, se propuso realizar, en el ámbito
universitario, una profunda democratización y renovación de la vida
académica. Se muestra admirador de la tradición oxoniense, a pesar de su
anticuado protocolo exterior, por su respeto de la individualidad del
alumno, su libertad creativa, su acento en la educación del carácter y
la confraternidad sencilla entre profesores y discípulos (1908:
165-166). Fue un decidido defensor del espíritu de la Reforma
Universitaria de 1918; apoyó la asistencia libre, la docencia libre y la
representación estudiantil, la gratuidad de la enseñanza, el régimen de
concursos y el ingreso irrestricto; tanto en la teoría como en su
gestión como rector, salvaguardó la autonomía de la Universidad,
institución a la que juzgaba clave para lograr la emancipación nacional
política y económica.
En cuanto a la relación con las
otras naciones, Rojas exhorta a tomar conciencia de la imposibilidad de
aislarse en un mundo “donde la civilización se ha hecho planetaria, en
la unidad del globo y del hombre que lo habita” (1932: 296). Pero dentro
de esa “sociedad internacional”, la Argentina debe salir de un estado de
“pupilaje” —dependencia de ideas, máquinas, capitales, costumbres— que
prolonga su antigua situación colonial. Debe tomar distancia de los
poderosos Estados Unidos del Norte, pero no defendiéndose con meros
discursos antiimperialistas, “sino por la disciplina cívica, financiera
e intelectual, en que los americanos son un ejemplo digno de ser
imitado”. Siguen vigentes los vínculos con Europa “maestra de Occidente”
a pesar de Spengler, y en particular con España, por su condición de
fundadora (de las primeras ciudades latinoamericanas y de la lengua) y
por los ideales democráticos (los de la reciente República) que la han
remozado. Enfatiza, sobre todo, la necesidad de una integración con
Latinoamérica, especialmente los países limítrofes, que refuerce y
traslade a otros planos la solidaridad ya dada por la geografía y por la
historia. Sus palabras de 1932 se adelantan asombrosamente a la idea
fundacional de un Mercosur que aún hoy (2003) no termina de ponerse a
funcionar como sería deseable: “debiéramos celebrar convenios de
colaboración cultural, de reciprocidad aduanera, de equivalencia
monetaria, de equilibrio militar y de cooperación naval para defensa de
nuestras costas en caso de una agresión marítima” (1932: 295).
Por otra parte, deben
considerarse los países milenarios de Asia y Oriente, que mantienen sus
filosofías y religiones, y los novísimos como Australia y Canadá, aún
sin un perfil nacional y cultural definido, más allá de sus progresos
técnicos. Frente a Rusia, Rojas se maneja con notoria amplitud de
criterio: “hoy realiza el más grande experimento económico de la
historia, cuyos resultados necesitamos conocer para aceptarlos o
rechazarlos”.
No deja por ello de mantener sus reparos hacia “la tiranía del estado
soviético”, que sacrifica la libertad del hombre, “cosa contraria al
ideal argentino” (1932: 296).
“Libertad”. “Igualdad”,
“Fraternidad”, en armoniosa concurrencia, conforman su ideal social, que
se confunde con el de la Revolución de Mayo y con el origen mismo de la
nación. La organización democrática fue, para Rojas, el fruto genuino de
lo que llama “la argentinidad”, a cuya gesta histórica dedica un libro,
La argentinidad.
Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la
emancipación: 1810-1816. Hacia el final
del período 1900-1930 la democracia (que acababa de ser suspendida de
hecho) era gravemente cuestionada como sistema político. Contra ese
cuestionamiento se alza la voz de Rojas para explicar cada uno de los
términos del lema revolucionario francés. Libertad –afirma-- no implica
anarquía de las voluntades individuales, sino regulación de ellas bajo
la disciplina democrática, “para salvaguardar los fueros
de cada individuo y contenerlo donde empieza el fuero de los demás”. Esa
misma disciplina es la que impide las desigualdades creadas por los
hombres: “la esclavitud económica [...], la servidumbre feudal y toda
otra forma de alienación que no se funde en causas naturales”. Coarta
los privilegios fundados “en cualesquiera forma de fuerza económica,
religiosa, militar, política o simplemente, física” (1932: 281).
Garantiza la “igualdad de oportunidades y fines”, más allá de las
diferencias de aptitudes impuestas por la “selección natural” -una de
las formas de esta “diferencia” son los héroes y genios,
categorías que el romanticismo de Rojas sostiene desde sus primeros
poemas, y que mantiene en su labor historiográfica;
desde luego estos invididuos excepcionales lo son en tanto emergentes y
representantes egregios de un pueblo, de un “alma nacional” que con
ellos se identifica-. Solicita la paridad de derechos políticos para las
mujeres
(aunque no es, desde luego, un feminista, ni tampoco, en su ensayística,
considera la obra de creación femenina en el mismo nivel que la
masculina).
La idea de igualdad se aplica particularmente a la igualdad de las
razas; no existen para él, como lo proclamaba el positivismo, razas
inferiores o superiores; a lo sumo “naciones retardadas” en su
desarrollo histórico.
En cuanto a la fraternidad, tiene su forma política en la solidaridad
social: “La cooperación que acumula riquezas y cultura por
solidaridad de todos, debe regir también para la distribución de los
bienes sociales. Desde Cristo hasta Comte, la religión y la moral vienen
predicando esa misma fraternidad” (1932: 283).
El nacionalismo espiritualista de Rojas (que Masotta reduce a mera
ideología) no le vedaba, en este sentido, hacerse cargo de “las
relaciones reales entre los hombres en la sociedad existente” (Massotta:
1982: 149) ni implica el posicionamiento del autor del lado de la
oligarquía.
La actitud de Rojas ante la
religión amerita consideración especial. Si bien cree, desde luego, que
la religión forma parte del legado cultural de las naciones, su
nacionalismo, sobre todo en los aspectos netamente políticos, es
laico. Sostiene, incluso, que la elaboración de un pragmatismo
laico es la “primera expresión de lo que pudiera llamarse una
filosofía de la argentinidad” (1916: 3), cuando el pueblo decide imponer
la acción democrática directa, no sólo a la oligarquía colonial, sino al
mismo patriciado revolucionario, sustituido por los caudillos que
defienden las autonomías locales, sin resignar el ideal de la nación.
Esto no quita que, entre los promotores de la Independencia reivindique
a grandes figuras eclesiásticas, como el canónigo Gorriti (1916: 87-88).
Al contrario que en Europa, señala Rojas, “La Iglesia argentina ha
nacido juntamente con la nación, y lejos de hostilizar a la democracia,
la ha servido. Mientras el Papa bendecía los ejércitos españoles, los
frailes americanos bendecían las banderas de la independencia. Un fraile
salvó en el Congreso de Tucumán la idea de la libertad republicana y
otro fraile salvó, en el Congreso Constituyente, la idea de la libertad
religiosa” (Guerras de religión). Sin embargo, ese gran aporte
inicial de la Iglesia a la constitución de la vida republicana y
democrática —dice Rojas—,
se ha debilitado y envilecido con el tiempo. En sus dos libros de
doctrina político-social: La guerra de las naciones (1924) y
El radicalismo de mañana (1932) se manifiesta por ello decididamente
a favor de la separación de la Iglesia y el Estado distinguiendo con
claridad entre el libre sentimiento religioso y el dogma institucional,
entre la espiritualidad individual y las instituciones eclesiásticas:
“El sentimiento religioso es innato al hombre, e independiente de las
iglesias que lo dogmatizan en su catequesis. Las iglesias son
instituciones políticas, formaciones históricas en continuo devenir. Por
eso afirmamos la libertad de cultos, y a la vez la libertad de examen de
los cultos. Pedimos la separación de las Iglesias y del Estado...”
(1924: 288). En El radicalismo...., además, defiende al Patronato
Nacional como órgano de contralor de la autoridad civil en el gobierno
eclesiástico, para evitar ingerencias de la Santa Sede en las
prerrogativas soberanas del Estado Nacional (1932: 266-267). Si bien el
Patronato supone también obligaciones del Estado, como el sostenimiento
del culto católico, se trata —afirma Rojas— de un presupuesto módico,
justificado por el hecho de que el Patronato forma parte de la tradición
histórica y el ideal nacionalista (1932: 268), así como la religión
forma parte de la tradición cultural. Por lo demás, se pronuncia
absolutamente contra la intervención de la Iglesia en la vida privada de
los no católicos. Es uno de los defensores del divorcio civil (que se
implementó sólo muy tardíamente en la Argentina, después de su fugaz
vigencia durante el peronismo),
así como de la enseñanza mixta y laica en las escuelas normales.
Cabe preguntarse cuál era su
postura filosófica personal ante la religiosidad y las religiones.
Podría caracterizarse a Rojas, en principio, como un católico por
tradición, y un cristiano por íntimo convencimiento. Se advierten, ya en
sus escritos tempranos, un marcado desacuerdo con respecto a la
intolerancia dogmática,
y un desencanto con respecto al ritual mecanizado o contaminado de
utilitarismo, de tal modo que sólo se avizora un espacio apto para la
genuina experiencia religiosa en la interioridad y en el dominio de la
belleza: “el alma atormentada y errante de los hombres se encaminará
hacia el individualismo religioso, donde algunos espíritus han
encontrado ya una metafísica en el Panteísmo, una moral en el Evangelio,
y un culto imperecedero en las liturgias del Arte” (1908: 243).
La figura de Cristo tiene en su
obra una particular gravitación, desde los primeros poemas de La
victoria del hombre (1903) donde aparece como “apóstol del amor y la
esperanza”, imagen, como Prometeo, del sacrificio divino en aras de la
Humanidad. La fascinación llega al punto de inspirarle un libro entero:
El Cristo invisible, cuya postura independiente no conformó ni a
los católicos ortodoxos,
ni a los librepensadores ateos o anticlericales. En esta obra difícil de
clasificar se presentan una serie de conversaciones mantenidas por el
“Huésped” (Rojas) con un “Monseñor” (un obispo católico) en la antigua
casa solariega de la provincia donde éste pasa el verano. Mientras
“Monseñor” se apega a la letra del dogma, sin querer desviarse de la
segura doctrina, el “Huésped” arriesga una personal hermenéutica de la
iconología cristiana y de las Escrituras. Nos muestra un Cristo que se
halla reflejado en las imágenes más diversas, y en testimonios escritos
que difieren entre sí (porque ven distintas perspectivas de una
Personalidad inabarcable). Cada raza, cada siglo, cada cultura, tiene su
Cristo; si Él ha creado al cristianismo, el cristianismo también ha
creado a Cristo, “o lo está creando, en un continuo devenir” (Rojas:
1928: 102). Desde el Espíritu de Cristo, incluso, es posible la
conciliación universal de todas las religiones en un núcleo íntimo y
sagrado de Verdad. El cuerpo de cada ser humano puede y debe ser la
morada del Cristo Invisible, más allá de los ritos, más allá de la
institución eclesiástica. Si Él se ha hecho hombre, el hombre también se
hace Dios en Él por obra del amor. El Reino de Dios, en suma, está
dentro de nosotros.
Este libro poco estudiado
como parte integral de la obra de Rojas guarda con el conjunto de ella,
cada vez más abierta hacia las grandes síntesis, una perfecta
coherencia. La tríada “Justicia, Trabajo, Amor” que conforma la nueva
conciencia cristiana, completa, sin contradicción, la tríada “Libertad,
Igualdad, Fraternidad”, de la Revolución Francesa. Ha llegado para la
Iglesia Católica –sostiene Rojas (mucho antes del Concilio Ecuménico
Vaticano II)— la era de la tolerancia. La religión no es rígida,
inmutable: “es una potencia espiritual, autónoma y creadora, que ayuda
al hombre en su evolución, adecuándose a las necesidades humanas de cada
período de la historia” (1928: 292), y el presente período –cree Rojas—
requiere “un poco más de tolerancia filosófica y de adecuación a las
necesidades concretas de la vida” (1928: 259). Lo importante es que el
ser humano reconquiste la propia conciencia espiritual, “superando el
racionalismo, la mecánica y las sensualidades de nuestro tiempo” (1928:
292). En ese sentido, la Argentina, sociedad plural, multiétnica y
multi-religiosa, puede ofrecer al mundo, modélicamente, una “patria de
la fraternidad humana”, enriquecida por las diversas maneras de
veneración dirigidas al mismo Sujeto: “Acaso estamos destinados a crear
una nueva unidad religiosa por superación de los cultos forasteros. Yo
he frecuentado en Buenos Aires la catedral católica, el templo
protestante, la iglesia ortodoxa, la sinagoga hebrea, la logia budista,
y creedme que esto da a Buenos Aires una grandeza. Yo estimo esa
variedad litúrgica como un privilegio, pues en ella descubro la Unidad
Divina” (1928: 268-269).
El Cristo invisible
es audaz en su nivelación de las religiones (incluyendo las
precolombinas, así como incluye, al lado de las máximas obras de
Occidente, el arte de influencia aborigen). Lo es también en su
concepción de un Cristo con rasgos masculinos y femeninos, que
trasciende las fronteras de las edades y los sexos, o en su convicción
de que Jesús, aunque no lo hubiese consumado, debió de conocer también
el amor humano para vivir integralmente el misterio de la criatura y su
dimensión integral de humanidad. Su Cristo es poeta y por eso habla con
parábolas, así como todo artista verdadero “es un verdadero creyente”
–sostiene, fiel a su idea del sentido religioso del arte y del arte como
“religión de la belleza”–. Es un hombre cabal, o más bien, el “verdadero
superhombre” que no aconseja la miseria del cuerpo ni la del alma: “El
no hizo de la miseria, humillación del cuerpo, miseria del alma, ni de
la humillación, miseria del alma, el ideal de la vida” (1928: 213).
Rojas, aunque niega ser teósofo, acusa sin duda el influjo de las
doctrinas de Blavatsky y de Schuré (que no halla contradictorias con el
Evangelio). Pero, salvaguardando su “libertad filosófica”, se reivindica
en esta obra plena de sugestiones como “profundamente cristiano, en el
más lato sentido de esta palabra”.
Rojas se autodefinió, asimismo,
como humanista, considerando al ser humano como el centro en
diálogo permanente con dos dimensiones: la Naturaleza y Dios, que
convergen dentro de sí mismo: “ni el ‘mono darwiniano’, ni el
superhombre ‘nietzscheano’”, el hombre es “compendio abreviado de
fuerzas misteriosas muy sutiles [...] reúne en sí mismo la doble
naturaleza que es, por un lado, instinto, por otro, inspiración y
ensueño; [...] es el Elohim de las escrituras religiosas y el dios Pan
de la mitología griega; piernas de chivo, raíces de vida en la tierra y
cabeza humana bañada con la luz de los cielos”. Ser finito, pero que
sospecha y concibe el infinito y la eternidad, no debe renunciar por
ello al “dominio de la Naturaleza ni al manejo de la vida. Que estimule
las ciencias, los descubrimientos, que use de las máquinas, pero que no
se convierta en su esclavo” (1960: 40-41).
Sujeto activo de conocimiento, el
ser humano debe evitar todo dogmatismo institucional, tanto el religioso
como el científico. Dentro de la cultura, el arte, que es parte de ella,
resulta la forma que mejor define su orientación y finalidad general:
“cuáles son las relaciones que ella establece con las causas primeras,
con el fenómeno cosmogónico, con la conciencia humana y con el ser
social. La obra de belleza resume todo eso, reflejándolo en los
prototipos del arte que es la más perdurable creación histórica de cada
pueblo” (1932:263). Forma suprema de la autoconciencia, individual y
nacional, en el arte también debe buscarse la marca más característica
del pensamiento de Rojas. Como señala Horacio Castillo, fue ante todo,
un creador de símbolos y mitos con los que intentaba –siguiendo, desde
luego con ello, una larga tradición filosófica– dar cuenta de lo real en
sus sentidos más profundos.
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decoración americana, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1930.
-
______.
Valoración social de las humanidades,
Buenos Aires, Biblioteca del Colegio de Graduados de la Facultad de
Filosofía y Letras, 1960.
-
______.
Eurindia. Ensayo de
estética fundado en la experiencia histórica de las culturas americanas,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924. Edición utilizada: Buenos
Aires, Capítulo: Biblioteca Argentina Fundamental, CEAL, 1980.
-
______.
La guerra de las
naciones, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924.
-
______.
Las provincias,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1927.
-
______.
Los arquetipos,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1922.
-
______.
El alma española, Valencia,
Sempere, 1907.
-
VV.AA.
La obra de Rojas. XXV
años de labor literaria. Buenos Aires, 1903-1928, Buenos Aires,
Comisión Nacional de Homenaje a Ricardo Rojas, Imprenta López, 1928.
Obras de Ricardo Rojas
(1900-1932)
-
Poesías,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1923. Contiene: La victoria del
hombre, El ocio lírico, Los lises del blasón, La
sangre del sol, La respuesta de Loxias, Cantos de
Perséfona, Oda a las banderas.
-
El país de la selva, París,
Garnier, 1907. Edición utilizada: última reedición con Prólogo de
Graciela Montaldo en la colección Nueva Dimensión Argentina, dirigida
por Gregorio Weinberg, Buenos Aires, Taurus, 2001.
-
El alma española. Ensayo sobre
la moderna literatura castellana, Valencia,
Sempere, 1907 (fecha del prólogo).
-
Cosmópolis,
París, Garnier, 1908 (fecha del prólogo).
-
Cartas de Europa,
Buenos Aires, M. Rodríguez Giles Editor, 1908 (2ª edición).
-
La restauración nacionalista,
Buenos Aires, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Talleres
Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1909. Edición utilizada: Buenos
Aires, A. Peña Lillo Editor, 1971. Con prólogo de Fermín Chávez.
-
Blasón de Plata,
La Nación, Número especial por el Centenario de la Revolución de
Mayo, 1910. Reeditado por primera vez en formato libro por Martín
García, Buenos Aires, 1912. Edición utilizada: Buenos Aires, Losada,
1954.
-
La argentinidad.
Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la
emancipación: 1810-1816, Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1916.
-
La literatura argentina.
Historia de la literatura argentina,
Buenos Aires, Imprenta Coni: Los gauchescos (1917), Los
coloniales (1918), Los proscriptos (1920), Los modernos
(1922).
-
Los arquetipos,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1922.
-
Eurindia. Ensayo de estética
fundado en la experiencia histórica de las culturas americanas,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924. Edición utilizada: Buenos
Aires, Capítulo: Biblioteca Argentina Fundamental, Centro Editor de
América Latina, 1980. Prólogo de Graciela Perosio. Notas de Graciela
Perosio y Nannina Rivarola.
-
La guerra de las naciones,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1924.
-
Las provincias,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1927.
-
El Cristo invisible,
Buenos Aires, Librería “La Facultad”, 1927. Edición utilizada: Buenos
Aires, “La Facultad”, 1928 (2ª ed).
-
Silabario de la decoración
americana, Buenos Aires, Librería “La
Facultad”, 1930.
Obras sobre Ricardo Rojas y
su tiempo
-
Arias Saravia, Leonor, “Los mitos
étnico-geográficos: el mito indiano, el mito criollo, el mito hispano”,
“La heráldica rioplatense (Blasón de plata)”, y “La Isis
indiana: la mitificación esotérica (Eurindia), en La Argentina
en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo, Buenos
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Barbero, María Inés, y Devoto,
Fernando, Los nacionalistas, Buenos Aires, Centro Editor de
América Latina, 1983.
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Bertoni, Lilia Ana,
Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la
nacionalidad argentina a fines del siglo XIX, México, F.C.E.. 2002.
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Biagini, Hugo E. (comp.)
Orígenes de la democracia argentina. El trasfondo krausista. Buenos
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Cárdenas, Eduardo, y Payá,
Carlos, El primer nacionalismo argentino en Manuel Gálvez y Ricardo
Rojas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1978. (ILAR 47-6-84)
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Ricardo
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Ricardo Rojas, Buenos Aires, Schapire, 1967.
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Ricardo Rojas,
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Rojas”, en Boletín de la Academia Argentina de Letras,
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______. “Ricardo Rojas:
literatura y espíritu nacional”, Boletín de la Academia Argentina de
Letras, XVLII, 185-186, julio-diciembre.
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Viñas, David, “Rojas, rebeldía y
respetabilidad”, y “Oligarquía y nacionalismo”, en Apogeo de la
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VV.AA,
La obra de Rojas. XXV
años de labor literaria. Buenos Aires, 1903-1928, Buenos Aires,
Comisión Nacional de Homenaje a Ricardo Rojas, Imprenta López, 1928.
Notas
La visión de Rojas sobre
la mujer, aunque se le reconozcan derechos, no deja de ser
tradicional: es el ángel del hogar (“A ellas tan solo les
pedimos que sean, dentro de sus hogares, estímulo de amor para
las almas viriles que en esta empresa nos acompaña.”, La
guerra de las naciones: 298); es la Musa inspiradora, antes
que el sujeto creador. Así, en Eurindia, no hay mención
de una sola artista latinoamericana, fuera de la danzarina
Kantuta. Y en su Historia de la literatura argentina, si
bien las mujeres son incluidas, lo son prácticamente en calidad
de “anomalía”, de grupo genérico, en un capítulo aparte, fuera
de la corriente central de la literatura escrita por varones.
Ver Frederick, Bonnie. “Ricardo Rojas and the Creation of
the Literary Canon”, Wily Modesty. Argentine Women
Writers, 1860-1910, Arizona State University, ASU: Center
for Latin American Studies Press, 1998: 142-145.
Sí mereció estudios y
comentarios desde el punto de vista estrictamente religioso.
Varios se recogen en VV.AA. La obra
de Rojas. XXV años de labor literaria. Buenos Aires, 1903-1928,
Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenaje a Ricardo Rojas,
Imprenta López, 1928: 337-372. Destaca la reseña de Rafael
Cansinos-Assens.
María Rosa Lojo
Julio de 2004
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier
reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso
correspondan.
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