El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"Raúl Scalabrini Ortiz ante la condición
humana"
Graciela S. Hayes
Raúl Scalabrini Ortiz fue a la vez
intelectual y militante, en la búsqueda de una identidad individual y
colectiva, que se va a ir forjando junto a la necesidad de desenmascarar
la realidad histórica, política y económica del país. Nace en Paraná,
Corrientes, el 14 de febrero de 1898 y muere en Buenos Aires, el 30 de
mayo de 1959.
Hijo de Pedro Scalabrini, un
acendrado positivista convencido de la importancia fundamental de la
ciencia para comprender el universo, amigo de Florentino Ameghino, y de
Ernestina Ortiz, de abolengo patricio, y profunda fe católica, raigambre
que hace que la formación en el ambiente familiar tenga características
muy particulares. Amante de las letras, va a elegir sin embargo la
carrera de agrimensura en su ingreso a la facultad, donde la atracción
por las ideas de izquierda las plasma en su acercamiento al marxismo a
partir del impacto que le produce la Revolución Rusa; lee así a Marx,
Engels y Lenin, y a través de estas lecturas se acerca a la comprensión
de la importancia de los factores económicos en el desarrollo de un
país, principio que ya no abandonará nunca. Su trabajo como agrimensor
no le impide ejercer su vocación literaria: en 1923 publica un libro de
cuentos: La Manga y al año siguiente se vincula a la revista
Martín Fierro. La publicación que se caracteriza por artículos
polémicos y un ingenioso humor nuclea a figuras como Macedonio
Fernández, Conrado Nalé Roxlo, Raúl y Enrique González Tuñón, Luis Cané,
Norah Lange, Leopoldo Marechal, Ricardo Guiraldes y el propio Scalabrini
Ortiz.
El viaje realizado a París, típico
ejemplo de “iniciación” para los escritores argentinos, lo relaciona con
figuras como Borges, Mallea, Gainza Paz, y le permite el ingreso al
grupo Florida, pero el mismo se le muestra, paradójicamente, como la
inesperada comprensión de que los latinoamericanos éramos un pueblo más
fértil, porque estábamos más en contacto con la realidad Al mismo
tiempo, la relación que inicia con Macedonio Fernández hacia 1930, va a
significar por un lado, el cierre de su etapa de “intelectual clásico” y
por otro, bajo la dirección de quien considera su maestro en el plano
filosófico y afectivo, va realizar el despliegue de todos sus
interrogantes sobre el hombre argentino en la producción de El hombre
que está solo y espera, con el que gana el Segundo Premio Municipal
en 1931, el texto literario y sociológico más importante en la obra de
Scalabrini Ortiz.
Pese a haber apoyado el golpe
contra Irigoyen, retracta su error, denunciando el gobierno de la
Concordancia, y el fraude patriótico. Procura aún más remediar su
equivocación y participa en el levantamiento cívico-militar, del 28 de
diciembre de 1933, de corte yrigoyenista, de Paso de los Libres, lo que
le va a significar reclusión en la isla Martín García y luego su exilio
en Europa. Desde Alemania, en 1934, escribe sus primeros artículos en
los que aborda en profundidad el problema clave de todo país
semicolonial: la cuestión nacional.
En junio de 1935, políticamente
maduro, se incorpora a F.O.RJ.A (Fuerza de Orientación Radical de la
Joven Argentina), aunque no de modo formal por negarse a la afiliación
al radicalismo. Este nuevo espacio político contaba con antiguos
militantes del radicalismo como Luis Dellepiane y Juan Fleitas, y por un
grupo que se alinea tras el proyecto de recuperación de la conciencia
nacional, dentro del cual destacan Arturo Jauretche- su amigo de toda la
vida-, y Homero Manzi. Scalabrini Ortiz pasa a ser el principal teórico
y los resultados de sus investigaciones son editados bajo el nombre y
forma de los Cuadernos de Forja. Continuando con su línea de
trabajo publica Política Británica en el Río de la
Plata (1936), e Historia de los Ferrocarriles Argentinos
(1940). A través de conferencias, el periódico Señales y los ya
mencionados Cuadernos continúa su tarea de denuncia
del dominio financiero de Inglaterra y sus cómplices locales, asimismo
ya en1939, FORJA, movilizada por Scalabrini manifiesta la necesidad de
la neutralidad, tema central del diario Reconquista sostenido
únicamente por Scalabrini y que dura sólo, 41 días.
Recién en junio de 1944 se va a
acercar al movimiento liderado por Perón, pero conservando siempre su
actitud crítica e independiente. La nacionalización de los
ferrocarriles, en febrero de 1947, lo hace más permeable al nuevo
escenario político, pero el gobierno de Perón no encontró nunca el lugar
adecuado para un pensador como Scalabrini. Producido el golpe de1955
vuelve a denunciar los nuevos sometimientos desde la revista Qué
desde donde critica a la Revolución Libertadora. El triunfo de Frondizi
no va a significar un gran cambio: al conocerse las cláusulas de los
contratos petroleros firmados por éste con participación del capital
extranjero, Scalabrini se recluye, enfermo, y si ninguna tribuna donde
exponer sus ideas. Pocos meses después fallece.
El
ser humano ideal
En la página previa al prólogo de
su obra: El hombre que está solo y espera, su autor escribe un
epígrafe que constituye toda una definición de su pensamiento:
¡CREER!
He allí
toda la magia
de la
vida
Atreverse a erigir
en creencia los sentimientos arraigados
en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias
extintas, he allí todo el arte de la vida (Scalabrini Ortiz, 2002: 19)
En un texto fundante sobre la
concepción del hombre perteneciente a Scalabrini Ortiz encontramos la
noción de un ser sumado al conjunto, a un espíritu colectivo y
subyacente, el espíritu de la tierra, que va más allá de una
categoría temporal, y recorre todo el texto. Este espíritu de
la tierra es una especie de hombre arquetípico al que el autor
ubicará en el hombre de Corrientes y Esmeralda, el hombre de las
muchedumbres, el eje en el que Buenos Aires gira, pero también en el que
se encuentra la extensión inconmensurable de la llanura pampeana. Es el
hombre por antonomasia, cuya tolerancia se funda en su progenie
cosmopolita y al cual nada humano le es chocante, porque desdeña los
prejuicios localistas, y es indulgente sin caer en el eclecticismo, al
que considera debilidad; pero tampoco su indulgencia es signo de
compasión, en realidad sólo es sinónimo de una vacilación que lo hace
moverse entre las cosas que no le atañen, porque lo que realmente le
importa es el espíritu de la tierra y su propia existencia, temas en los
que centra en su pasión y ante los cuales se muestra intransigente.
La condición humana es analizada en
esta obra en una triple dimensión: 1. enunciar lo que piensa Scalabrini
Ortiz; 2. describir al Hombre de Corrientes y Esmeralda en sus
sentimientos, 3. exponer lo que el Hombre, separado del autor, le enseña
al mismo para guiarlo en su relación con el “espíritu de la tierra”. Acá
encontramos el carácter epistemológico del ensayo, donde la descripción
de lo concreto, lo cotidiano, de la tierra y del hombre y la relación
entre ambos constituyen la línea central del trabajo, en el cual es
prácticamente imposible separar estos ítems enunciados, ya que su autor,
protagonista de los tres, se refiere a ellos en forma continua y con
fuertes conexiones entre sí.
Alejado de los temas europeos
sostiene el autor que: “El hombre porteño es en sí mismo una regulación
completa, oclusa, impermeable… El hombre europeo es siempre un segmento
de una pluralidad, algo que unitariamente aparece mutilado, incompleto.
El porteño es el tipo de una sociedad individualista, formada por
individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la raza
que están formando” (Scalabrini Ortiz, 2002: 38). En este destino
fundacional, el hijo del inmigrante, sólo desciende de él en cuanto a su
filiación, en lo demás, es hijo de la tierra. Por eso el porteño es
indeductible, y no se deja contagiar por lo ajeno, su contrario es el
europeo, totalmente conjeturable, porque siempre actúa con una rutina
que lo hace obrar de modo semejante a los demás, abrumado por la
supervivencia en la lucha con la naturaleza de su tierra, que no le da
tiempo para pensar, y no puede, ni le interesa, reflexionar sobre la
brevedad de su existencia: trabaja como si fuera inmortal.
Pero aquí nuestro hombre no debe
luchar contra la naturaleza física, sino con la espiritual, porque la
tierra, pródiga en bienes materiales, le amilana los sentidos y las
emociones. La inmensidad casi inhumana de la pampa le hace tomar
conciencia de su finitud, aceptando “de que la voluntad está sometida a
potencias inexorables y todopoderosas” (Scalabrini Ortiz, 2002:91), y
así asume su contingencia como posibilidad de su condición humana, en lo
que constituye, de por sí, una definición antropológica.
Scalabrini Ortiz reconoce como
propia la creación del hombre de Corrientes y Esmeralda y lo usará en la
búsqueda del espíritu de la tierra, como luz, como guía que le
permitirá encontrar el hombre en quien ese espíritu se pueda encarnar,
tomar una existencia propia, sin descuidar los sucesos del presente, con
una actitud de alerta y ansiedad en esta búsqueda definitoria.
Este hombre, a su vez, no figura en
ninguna parte, “…ni en los padrones electorales, ni en las cuentas
corrientes de los bancos, ni en las nóminas de comerciantes o
profesionales. No es un obrero, ni un empleado anónimo” (Scalabrini
Ortiz, 2002: 34), porque para Scalabrini es el sujeto en el cual la
argentinidad se muestra en todo su ímpetu espiritual. Vive en todos y
cada uno de los hombres, pese a lo cual era un desconocido porque los
que lo podían haber nombrado: “se irritaban la garganta amaestrando
oraciones extranjeras” (Scalabrini Ortiz, 2002:35). Este hombre es el
hombre por excelencia, y su nacimiento estuvo signado por el fútbol, el
tango y el cabaret, pero se sostiene en el diálogo entre amigos, donde
su soledad se endulza, porque está dentro de las raíces globales del
espíritu de la tierra, el cual, así considerado, es la base una
identidad nacional fuertemente sentida, porque el hombre argentino
“palpita”, es decir, intuye, que lo valioso de una nación radica en la
tierra y en aquel que se “apega a ella” (Scalabrini Ortiz, 2002:87).
El porteño de las multitudes asume
esta tarea identitaria y como arquetipo humano se caracteriza por el
sentimiento y la capacidad de enfrentar la fatalidad a partir de sus
propios recursos. El que queda fuera de este hombre por antonomasia es
el intelectual, el buscador de prestigio, aquél que al asumir posturas
ajenas, ya “no escolta al espíritu de la tierra, no lo ayuda a fijar su
propia visión del mundo” (Scalabrini Ortiz, 2002: 82). El hombre del
pueblo, en cambio, si bien a veces adopta posturas europeas, lo hace por
conveniencia, pero sus sentimientos se muestran en sus opiniones y en
sus gestos, que vibran en sintonía con el espíritu de la tierra.
Pero este espíritu ha sido agredido
en su conformación, ya que la espiritualidad de la pampa, en tanta
llanura, aparece surcada por innúmeros ferrocarriles que gestarán
pueblos que sólo refuerzan el dominio de la capital sobre el interior.
Esta agresión tiene un correlato
concreto que la apuntala: la red de Ferrocarriles que está bajo control
de Gran Bretaña, como también lo están los puertos y los frigoríficos,
los bancos y las grandes empresas. El estudio de estos mecanismos de
apropiación, que lo habían movilizado en la crisis del jueves negro de
1929, lo van a conducir a una comprensión de la economía como un “método
de auscultación de los pueblos” (Scalabrini Ortiz 2001:5). Pero si bien
aquélla se refiere exclusivamente alas cosas materiales de la vida, una
comprensión real de la misma nos demuestra que es mucho más: en ellas se
hace presente desde los caracteres psicológicos hasta los cambios
climáticos, la influencia de las regiones geográficas y las diferentes
posturas étnicas. Porque “no hay posibilidad de un espíritu humano
incorpóreo” (Scalabrini Ortiz, 2001: 5), como tampoco es posible pensar
un espíritu nacional en una colectividad humana si la misma no tiene
unidas sus cuestiones económicas por un destino común. Considerada de
este modo, la economía es una sola con la realidad misma, y nuestro
valor en tanto seres humanos está dado por cuánto vale la realidad que
nos circunda.
Realidad que, enfatiza, se expresa
tanto en nuestros actos como en nuestros pensamientos, pero que la
inteligencia americana no se ha preocupado en consignar, con lo cual,
considera Scalabrini, ha cometido una de las grandes traiciones
perpetuada en y sobre América.
La exterminación de las razas
aborígenes, la explotación salvaje e indiscriminada de las selvas
vírgenes, la llamada civilización ingresada a sangre y fuego, la
sustitución del indio por el inmigrante, nada de eso fue visto ni
registrado por esa “inteligencia” vernácula, que prefería tratar de
componer odas en idiomas ajenos o discutir sobre los problemas teóricos
europeos. La energía que nos habría podido asegurar un cuerpo ideológico
propio y fuerte, fue desperdiciada en absurdos antagonismos
doctrinarios, que poco y nada tenían que ver con la realidad del país.
De esta manera, el imperialismo
económico encontró aquí campo propicio para extenderse rápidamente, y es
bajo su influencia paralizante que considera Scalabrini que estamos
sumergidos en una inmovilidad que puede ser fatal. Por eso, “volver a la
realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una
virginidad mental (el énfasis es nuestro) a toda costa y una
resolución inquebrantable de querer saber exactamente como somos” (Scalabrini
Ortiz, 2001: 7). De este modo, plantea lo que él considera un imperativo
político, no moral, para la recuperación de la conciencia nacional.
Esta concepción de la economía como
arma esencial para defender los intereses autóctonos, vuelve a
mostrarnos a aquél Scalabrini que en su juventud universitaria, leyendo
a Marx y a Lenin, comprendió la importancia del conocimiento del factor
económico para poder visualizar un proyecto de país, y a su vez, al
plantear que es Gran Bretaña la que maneja los resortes de la economía
nacional, esencialmente a través de las redes ferroviarias, retoma su
idea de que el espíritu de la tierra, en tanto llanura, soporta la
vejación de verse surcada por esas telarañas de acero que sujetan el
interior a la capital y el entero país a los intereses ingleses. Avanza
aún más en su análisis y muestra como los ferrocarriles, en unión con
los frigoríficos realizan una operación cuyas consecuencias se verán
todavía en el largo plazo: se refiere a la destrucción de los mercados
locales de hacienda, en suma, la posesión del dominio absoluto del
consumo interno de toda la República. Pero el Hombre de Corrientes y
Esmeralda, el hombre argentino no es ajeno a este conflicto:
Dos fuerzas convergentes en
su espíritu de aplicación, pero divergentes en la dirección de
sus proyectos, apuntalan la prosperidad del país. Una es la
tierra y lo que a ella está anexado y es su índice; otra, el
capital extranjero que la subordina y explota […]. Pero tierra y
capital siguen plantados frente a frente. EL capital es poder de
alevosías que no debe descuidarse. El sentimiento del hombre
porteño no desmaya en su ladino avistamiento; con su “pálpitos”,
rastrea incansablemente sus manejos. El Hombre de Corrientes y
Esmeralda, aunque ignorante de finanzas,”palpita” que el capital
es energía internacional, que no se connaturaliza nunca. Palpita
que si en el aprovechamiento del capital estuviera el sacrificio
del país, sacrificaría al país sin escrúpulos. El hombre porteño
procuró impedir que el capital extranjero se ingiriera en el
manejo de la función pública, y ha desconceptuado siempre a los
hombres que tutelaron su infiltración en el gobierno. (Scalabrini
Ortiz 2002:86)
En cuanto a lo aquí expresado,
Scalabrini muestra la reprobación del Hombre a la infidelidad de los que
lo representaban, los que debían defender sus intereses y lo traicionan,
el los llama “acomodados”, porque le quitan las riendas del gobierno y
hunden al pueblo en una miseria que lleva a la extinción del espíritu.
Él, que tolera las influencias de todos, es implacable para juzgar la
traición política. No tolera el orgullo desmedido porque elimina la idea
de responsabilidad en el hombre de gobierno, as, también, considera a la
soberbia como inescrupulosa, porque cuando el que detenta el poder cae
en ella, termina por creer que todo se lo debe a sí mismo.
Por eso considera que los hombres
exclusivamente inteligentes no son aptos para la función pública. El
Hombre de Corrientes y Esmeralda exige que los hombres públicos, mas que
conocimientos librescos, tengan instintos fuertes, es decir, que sean
“hombres de pálpito”. “El ‘pálpito’ es el único piloto fehaciente en el
caos de la vida porteña y la única virtud cuya posesión premia el hombre
porteño” […] El porteño no piensa, siente. Siento, luego existo, es un
aforismo mas apropiado que el cartesiano (Scalabrini Ortiz, 2002:
75-76). Su concepción sobre la adquisición del conocimiento aparece
explicitada en el mismo sentido:
Por otra parte, la
educación, la de suavidades más imperiosas, la que alecciona en
el hogar y en el tejemaneje de camaradas, estimuló
incansablemente esa propensión. Acertó con la única fuente de
conocimientos que el hombre puede llamar indudablemente suyos:
la intuición: Los únicos que andan con el hombre de un lado a
otro. Enriqueció sus instintos, aguzó su sensibilidad. Fomentó
la memoria de sus emociones y no la de los conceptos. (Scalabrini
Ortiz 2002:76)
Esta primacía de lo emocional
frente a lo conceptual nos muestra a un hombre que posee un tipo de
inteligencia diferente al generalmente valorado, porque para él la
inteligencia significa ser capaz de reaccionar ante un hecho inesperado,
la que se mueve bien con las sutilezas, la sagacidad, la astucia. La
inteligencia que vale, la que realmente importa, es la que se aboca a la
resolución de los problemas comunes, la que prioriza la cotidianeidad,
antes que la que se nutre de teorías y no de sensaciones. Esto se debe,
en gran parte, a la concepción de país que tiene Scalabrini Ortiz; para
el todo aquí es nuevo, todas las experiencias son personales, las
improvisaciones son necesarias porque la misma naturaleza física se lo
pide. Está todo por hacer. Y no es necesario, considera, tanta teoría,
cuando el americano, instintivamente, sabe encontrar recursos en sí
mismo para resolver todo problema, incluso en la pampa inmensurable, y
aún en circunstancias difíciles, con lo cual sorprende siempre al
europeo, receloso de todo aquello que no sea planificación y método. No
se desdeña a ninguna de las instituciones europeas, lo que sucede es que
ninguna responde a la intrincadas sinuosidades de la idiosincrasia
porteña. Un ejemplo claro se da en la concepción de la amistad que, para
Scalabrini, refleja también una de las numerosas oposiciones entre lo
europeo y lo argentino:
En la amistad europea hay
un pacto tácito de colaboración, un complot de conveniencias sin
escapatorias ni empalmes sentimentales. En la amistad porteña
hay un desprendimiento afectivo tan compacto que es casi
amoroso. La amistad europea es un intercambio. La amistad
porteña es un don: el único de esta tierra. Una vez entablada la
amistad es ajuste sagrado. Ni los vaivenes de la fortuna, ni los
tropiezos de las empresas, ni los malogros de las intenciones
pueden destruirla (Scalabrini Ortiz, 2002: 29-31)
Este marcar diferencias entre lo
europeo y lo argentino es una constante en el pensamiento de Scalabrini
que intenta demostrar que por más que se admire, se imite, se soporte
,la influencia extranjera en nuestro país, no es lo que guía al
espíritu de la tierra, encarnado en el Hombre, en la búsqueda
afanosa por encontrarse a sí mismo. El intelectual y el militante se
mezclan en las páginas de este texto, las consecuencias de la caída de
Wall Street están más firmes que nunca, y por ello Scalabrini no deja de
mostrar las contradicciones que envuelven a este Hombre, aparentemente
pasivo, misántropo, hasta hosco por momentos, porque sufre las
consecuencias del sistema capitalista que lo envuelve y ante el cual
sólo puede- por el momento-, oponer la resistencia del que se apega a la
tierra como sostén en un mundo convulsionado y se repliega a fabricar
sueños. Todavía es lo suficientemente joven para hacerlo. “Evalúo la
edad del Hombre de Corrientes y Esmeralda en más de veinticinco y en
menos de cincuenta” (Scalabrini Ortiz, 2002:53), dice el autor que
muestra la relación entre la edad y las etapas de crecimiento de la
ciudad, volviendo también a su entrecruzamiento político, a lo que hace
el centro de la cuestión identitaria: el peligro de que la juventud
corre de “norteamericanizarse” y que haría el espíritu de la tierra
para que ello no sucediera, para poder salvarse si, nuevamente,
modalidades extrañas intentaran contaminarlo.
Y los mayores de cincuenta años,
tampoco pueden estar implicados en el Hombre de Corrientes y Esmeralda,
porque en sus años jóvenes se dio la consumación del siglo pasado y hay
un enfrentamiento de proyectos que los hace inadmisibles para el Hombre.
En directa alusión a la Generación de 1880, Scalabrini sentencia:
Creyeron en la ciencia, a
pie juntillas. Los biólogos, los fisiólogos, los químicos, los
astrónomos y los mecánicos fueron los sacerdotes laicos de su
religión […] Se aliaron al capital extranjero y juntos fundaron
pueblos, tendieron ferrocarriles, construyeron puertos, dragaron
canales y diques, importaron máquinas, repartieron la tierra y
la colonizaron. En esas procuraciones se atarearon, y
desatendieron el espíritu del país. […] En su obstinación
mecánica y geométrica se olvidaron del hombre. Fueron los
más europeos de los criollos. (Scalabrini Ortiz, 2002: 55.
El énfasis es nuestro)
Girando nuevamente sobre la
Generación de 1880, Scalabrini encara el tema del inmigrante, al que el
Hombre consideró en un primer momento como un factor contaminante para
la ciudad y para el campo, porque esa “avalancha”, tal como la denomina,
hizo peligrar la relación entre ambas: la pampa nutría la ciudad y la
ciudad era su símbolo y resumen. La ciudad acosada por grupos crecientes
de extranjeros, los rehúye y se refugia en sí misma y enmudece. Pero no
pudo impedir la mixtura de sangres “…y tampoco el hijo del europeo
urbano es hijo de su progenitor, es hijo de la ciudad. Hay otro abismo
entre los dos. Las penurias de la tragedia sexual ensamblaron en uno
solo los espíritus del porteño de larga estirpe y del hijo del recién
venido” (Scalabrini Ortiz, 2002: 49).
Lentamente el hombre se fue
acomodando a esta nueva forma de vivir, pero se abroqueló aún más en su
soledad y su silencio. Le costaba aceptar esta irrupción furiosa en su
vida metódica y tranquila, pero a la vez, en un nuevo aprendizaje,
comienza a “sentir”, a “palpitar” que en cada dirección de la vida, hay
un antecedente que le instruye en una benigna coparticipación de
sentimientos. Se nutrió de españoles, italianos, franceses, sin dejar de
ser nunca idéntico a sí mismo Como ya se dijo, nada de lo humano le es
ajeno, y en los hijos de los recién llegados verá surgir nuevamente,
aunque distinta, la relación entre la ciudad y el campo, el vórtice
donde la argentinidad se vuelca entera.
Esta vindicación del componente
plural de nuestra raza no es una enunciación original de Scalabrini. En
la obra del escritor mexicano José Vasconcelos, La Raza Cósmica,
formulaba su teoría sobre la multigenidad, pero la importancia del
pensamiento de nuestro autor debe medirse en relación a que formula su
pensamiento en base a las potencias de un emergente plural específico,
el argentino. Esto no implica la ausencia de su concepción de lo
americano como categoría esencial. Para Scalabrini lo americano es lo
constantemente presente, no lo que ya no existe. Es lo que está por
venir, no sólo lo que pasó. Es lo que haremos y lo que hicimos. Nuestro
valor radica no en lo que ya se cerró, en los relatos y experiencias de
despojos y sucesivos hundimientos, sino que valemos por lo que vamos
abriendo y anunciando .Para lograr esto se necesita unir, tarea
fundamental y de legítima reivindicación, y para unir es preciso
comprender, y para comprender, hay que conocer. Así evitaremos el avance
del interés europeo y de sus cómplices, sobre todo los locales, que
utilizan para desunir doctrinas ajenas a la conveniencia americana. De
este modo, el mandato va a consistir en enseñar la comunidad de los
intereses, practicando el sentimiento fundamental de América, que es la
inmensa fraternidad sin hermanos.
Scalabrini escribe en el texto que
el Hombre de Corrientes y Esmeralda “[…] es además el protagonista de
una novela planeada por mí, que ojalá alguna vez alcance el mérito de no
haber sido publicada “(Scalabrini Ortiz, 2002: 34). Fue efectivamente
así, no escribió una novela, pero si un ensayo que describe, como pocos,
los recónditos vericuetos del espíritu argentino en una encarnación
histórica y vital.
Bibliografía del autor
[Nota: Para el análisis del
texto El hombre que está solo y espera, se utilizó la última
edición, nº 16 publicada por Plus Ultra, Buenos Aires, 2002.
En la bibliografía del autor, no se encontró pie de imprenta en sus
folletos y artículos varios. La publicación de sus obras completas es
una de las reivindicaciones que harían justicia a este intelectual y
militante argentino]
-
La Manga, Buenos Aires,
1923. Reeditado Librería Histórica, Buenos Aires, 2003.
-
El Hombre que está solo y espera,
Buenos Aires, Gleizer, 1931. Reeditado Plus Ultra, 16º edición,
2002.
-
Política Británica en el Río de la Plata,
Buenos Aires, 1936. Reeditado Barcelona, Plus Ultra, 2001.
-
Los ferrocarriles, factor primordial de la
independencia nacional, (folleto), Buenos
Aires, 1937.
-
El petróleo argentino,
Cuaderno de FORJA, Buenos Aires, 1938.
-
Historia del ferrocarril Central Córdoba,
Cuaderno de FORJA, Buenos Aires, 1938.
-
Historia del primer empréstito,
Cuaderno de FORJA, Bs. As., 1939.
-
Reconquista, (artículo
periodístico), Bs. As., 1939.
-
Historia de los ferrocarriles argentinos,
Buenos Aires, 1940. Reeditado Lancelot, Bs. As., 2006.
-
La gota de agua,
(folleto), Buenos Aires, 1942.
-
Los Ferrocarriles deben ser del pueblo argentino,
(folleto), Bs. As. , 1946.
-
Defendamos los ferrocarriles del estado,
(folleto), Bs. As., 1946.
-
Tierra sin nada, tierra de profetas,
(poesías y ensayos), Bs. As., 1946.
-
Irigoyen y Perón, identidad de una línea histórica,
(folleto), Bs. As., 1948.
-
El capital, el hombre y la propiedad en la vieja y
la nueva Constitución Argentina,
(folleto), Bs. As., 1948.
-
Perspectiva para una esperanza argentina,
(folleto), Bs. As., 1950.
-
Aquí se aprende a defender a la Patria,
(folleto), Bs. As., 1957.
-
Revista “Qué”, (artículos periodísticos), Bs.
As., 1957/58.
Bibliografía sobre el autor
-
Biagini, Hugo. Filosofía americana e identidad.
Buenos Aires, Eudeba, 1989, passim.
-
Galasso, Norberto. Vida de Scalabrini Ortiz.
Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1970.
-
Galasso, Norberto. Raúl Scalabrini Ortiz y la
penetración inglesa. Bs. As., C.E.A.L., 1984.
Graciela S. Hayes
Actualizado, marzo 2008
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
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reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso
correspondan.