El
pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana: Argentina
"Hipólito Yrigoyen ante la condición humana"
Osvaldo
Álvarez Guerrero
I
Hipólito Yrigoyen, bautizado
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen, nació en Buenos
Aires el 13 de julio de 1852. Era hijo de Martín Yrigoyen, un vasco
francés carrero y cuidador de caballos, y de doña Marcelina Alem,
hermana de Leandro Alem, el fundador de la Unión Cívica Radical y
revolucionario caudillo federal y popular.
Criado en un hogar sencillo,
tuvo una cuidada educación en colegios de clérigos franceses y españoles.
Era el mayor de los cinco hijos del matrimonio Yrigoyen-Alem, con dos
hermanos -Roque y Martín-, y dos hermanas -Amalia y Marcelina-. Ayudaba
a su padre en sus trabajos de cuarteador y carrero, en los suburbios
porteños, y allí se conformó un carácter voluntarioso y disciplinado.
Adolescente, trabajó como empleado en un comercio de tenderos, como
conductor de tranvías y ya estudiando derecho, en un estudio jurídico.
Siguiendo a su tío Leandro, actuó políticamente en el autonomismo
populista de Adolfo Alsina, que sería Vicepresidente de Domingo Faustino
Sarmiento. Fue durante la Administración de éste último, que Yrigoyen
fue designado comisario en la Parroquia de Balvanera, a los 20 años.
Finalizó sus estudios de
abogado a los 25 años, asumió como diputado en la Legislatura de la
Provincia de Buenos Aires en 1877. En 1880, fue administrador General de
Patentes y Sellos de la Nación por pocos meses, y luego será elegido
diputado Nacional, por el partido del General Julio A Roca. Al finalizar
su mandato, decepcionado por la política pequeña de intrigas y acuerdos
de conveniencia que vivió en la Legislatura, no volvió a ocupar cargos
públicos. En esa década de 1880 a 1890, Yrigoyen realiza su etapa de
recogimiento, retirándose de la vida pública, mientras ejerce la
docencia en la Escuela Normal de Señoritas, y se dedica al estudio, la
reflexión y las ocupaciones de campo.
Su reaparición es explosiva,
porque participa como uno de los protagonistas en la Revolución de 1890.
Y poco después, junto con Leandro Alem, funda la Unión Cívica Radical,
el 2 de julio de 1891.
A la muerte de Alem, asume la
conducción de su partido. Es intransigente con el régimen de gobierno,
al que juzga oligárquico, corrupto y fraudulento. Esa intransigencia lo
conduce a la abstención electoral y al levantamiento armado de carácter
revolucionario. Es en particular importante la Revolución de 1905,
cuando Yrigoyen define el sentido y orientación de la “reparación
fundamental” de la Nación, según sus propios términos; en esa
oportunidad organiza un partido aguerrido y fuertemente conexionado en
la abstención electoral y la resistencia armada.
Su empeño y coherencia, su
honradez e inteligencia, lo convierten en un gran caudillo popular de la
democracia. Gran organizador, incansable militante, misterioso
conspirador, su figura va adquiriendo en las masas populares caracteres
míticos: de palabra parca pero convincente, siempre referida a muy altos
ideales, generoso y desprendido en el trato personal. Sus
correligionarios lo admiran; los correligionarios lo idolatran; los
enemigos lo respetan y lo temen por su intransigencia insobornable.
Finalmente, como jefe de la oposición, la presión revolucionaria, la
obstinada abstención de la intransigencia obtiene del Presidente Roque
Sáenz Peña en 1910 la sanción de la ley de sufragio universal y secreto,
que lo llevaría a la Presidencia en 1916.
Luego del periodo
constitucional del también radical Marcelo de Alvear, es nuevamente
electo Presidente con amplísimo apoyo popular en 1928. El 6 de setiembre
de 1930 es derrocado por un golpe militar, de tendencia fascista. Preso
en la Isla de Martín García por disposición de la Dictadura, es absuelto
y regresa a Buenos Aires, ya muy enfermo.
Muere el 3 de julio de 1933,
en medio de la congoja popular. Una multitud lo despide.
II
Desde el punto de vista de la
historia de las ideas políticas y de la filosofía social en
Latinoamérica, Yrigoyen es el político krausista por excelencia y el
ejemplo más característico de esa corriente reformista y democrática. Su
pensamiento y los modos de su conducta pública y privada, su
personalidad y, en fin, su estilo humano, tienen los rasgos, en forma y
sustancia, del krausismo como filosofía ética y modalidad de vida, tal
cual se desenvolvió en la España del Siglo XIX. “Los krausistas vestían
sobriamente, por lo común de negro, y componían el semblante, pareciendo
impasible y severo; caminando con aire ensimismado, cultivaban la
taciturnidad; y cuando hablaban, lo hacían con voz queda y pausada,
sazonando sus frases con expresiones sentenciosas, a menudo obscuras;
rehuían las diversiones frívolas y frecuentaban poco los cafés y los
teatros” escribe José López Morillas (El krausismo español, pág.
54-55). Pero más allá de estos rasgos exteriores, que parecen pintar la
figura del “Peludo”, como lo llamaban a Yrigoyen sus contemporáneos, el
krausismo fue sobre todo, dice el mismo López Morillas en el libro
citado, un “estilo de vida, una cierta manera de preocuparse por la vida
y ocuparse de ella, de pensarla y de vivirla” (pág. 208).
Pero la gran vocación de
Yrigoyen no es la contemplación filosófica, la escritura de tratados o
ensayos, ni la ensoñación teórica alejada de la vida real. Es la
política, como pensamiento conducente, y sobre todo la política como
práctica. Ese proyecto político, que lo absorbe durante toda su
trayectoria vital, no se limita ni se guía para adquirir, acrecentar o
permanecer en el “poder” - palabra excluida del lenguaje yrigoyeneano-.
Se funda, en todo caso, en una suerte de panteísmo democrático
participativo, en la que el pueblo, conjugación armoniosa de
individuos-ciudadanos libres, se gobierna a sí mismo completando su
plena soberanía.
La dedicación política
yrigoyeneana se asimila al apostolado, concebido como civismo de
pedagogía social. Cuando sale de su recogimiento, en el período de
peculiar monasticismo laico de los años ochenta, Yrigoyen define esa
actitud: “Hace veinte años, salí de mi recogimiento a la convocatoria de
la opinión pública nacional, y desde entonces, no me ha dado volver
todavía a la normalidad y a la regularidad de mi vida” (segunda Carta
a Pedro C. Molina, DHY, pág.89, en noviembre de 1909). De hecho, su
existencia prosigue estrictamente en los hechos con una consistencia
infrecuente ese camino de “sacrificio”, en el que “se confunde su
autonomía con la de los demás, asumiendo y aceptando juicios y
responsabilidades comunes” según el mismo lo confiesa en el mismo
documento (pág.89).
Esa consagración a una “causa”
emancipadora, de trascendencia ética, es conscientemente un camino a la
autorrealización de su personalidad, a través de un intenso
cuestionamiento interno, de reflexión racional y maduración conceptual.
En los recogimientos “acentuados se forma el justo y levantado criterio,
libre de todo perjuicio, y se acumulan las fuerzas morales y reales, que
venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar transiciones
superiores.” escribe Yrigoyen en la Primera Carta a Pedro C. Molina
(DHY, pág. 81). Así se va conformando naturalmente en los ejercicios de
autodisciplina, una vocación política misional, o mejor, utilizando
palabras de Yrigoyen, de “superior iluminación apostolar” (DHY pág. 79).
III
La circulación de la
convocatoria yrigoyeneana, en los momentos de mayor expansión persuasiva,
apenas cuenta con textos escritos, y casi sin apariciones públicas del
jefe radical. Su difusión, en los tiempos de la lucha desde el llano, no
se producía sino muy parcialmente, por los canales propios de la época:
diarios, periódicos, producción teatral o los libros. Tampoco por los
actos de la tribuna, la arenga y la actuación parlamentaria. Todos esos
instrumentos los tuvo cuando la UCR accede al gobierno, aunque Yrigoyen
persistió en su conducta silenciosa, casi sin apariciones publicas. La
circulación social de la “política” de Yrigoyen se realizaba más como
efecto de las prácticas políticas que de una fundamentación escrita de
carácter teórico. Se expresaba, entonces, a través de los “documentos”
de la Unión Cívica Radical, emitidos luego de las reuniones de sus
órganos estatutarios, que estaban apenas difundidos por los medios de la
época. Yrigoyen condenó severamente esa prensa venal y sometida a los
poderes de turno. Ese carácter documental que registra y sostiene la
escritura de Yrigoyen, en términos de pronunciamientos solemnes, van
fijando posición doctrinaria y testimonian “los oprobios del Régimen”
para el presente y para el futuro.
El “documento” de Yrigoyen
sería así un género de fuerte incidencia retórica, de tono declarativo y
prescriptivo, grave y severo, que describe, y sobre todo interpreta, las
realidades sociales, económicas o políticas desde una mirada con
fundamentos éticos. Difunde, pues, ya por los medios de prensa
partidarios, ya por el folleto o el volante, los textos con que se
expresa institucionalmente su pensamiento político. Esos textos son de
escritura densa. Es un discurso racional con enunciados apodícticos,
generalmente largos y con derivados sucesivos. A veces, son de compleja
comprensión, sobre todo si no se penetra en la lógica de sus estructuras
filosóficas, las que, como queda dicho, provienen del idealismo
romántico alemán a través de sus epígonos españoles. Es a esos textos y
a los mensajes presidenciales oficiales -que denotan el particular
estilo de la expresión lingüística de Yrigoyen- a los que debemos
recurrir, pues, para el estudio y la interpretación del pensamiento
político de Hipólito Yrigoyen. Deberemos utilizar, igualmente, el léxico
y el estilo de composición del propio Yrigoyen para definir ese ideario,
porque es irremplazable.
Una parte importante, la más
sustantiva del pensamiento yrigoyeneano, ha sido incorporada a las ideas
políticas argentinas, y por lo tanto está vigente y aceptada, y cuentan
con lo que podríamos denominar un consenso implícito de la teoría
democrática. Lo que en su tiempo era innovador y revolucionario, hoy no
tiene obviamente el mismo eco trasgresor y alternativo. Aun cuando deba
ser considerada y valorada en el contexto de la historia de las ideas y,
en ese marco, su ubicación en tiempo y lugar, encontrando influencias,
cruces ideológicos, y eventualmente quiebres y continuidades, el mensaje
de Yrigoyen ostenta el carácter de lo clásico, y por lo mismo, resulta
imprescindible.
Sin embargo, una lectura
crítica más profunda y más cuidadosa, encuentra rasgos originales, que
adquieren hoy renovado interés y actualidad, a la luz de las
transformaciones que los procesos de globalización, la crisis del estado
nación y las nuevas problemáticas en torno a las así llamadas
identidades nacionales.
IV
Para Yrigoyen la Política es
Etica, y la Etica es Política: la simbiosis es absoluta, y por lo tanto
no se plantea la contradicción teoría-praxis, o, en términos de Max
Weber; una ética de las ideas en contraposición a una ética de las
responsabilidades. La ética yrigoyeneana, por otra parte, es de índole
social, emanada naturalmente de una moralidad individual, a la que
trasciende. Por eso Yrigoyen, al anunciar la pérdida de su propia
autonomía, la sublima en función de una liberación colectiva. Pero no se
trata de exigir a todos esa renuncia: la idea de semejante sacrificio es
un deber del dirigente, que asume esa obligación apostolar y de quienes
lo acompañan en la Unión Cívica Radical. En periodos revolucionarios, la
intransigencia es una disciplina severa, que obliga a quienes participan
y se comprometen con la acción revolucionaria de la “Causa” contra el “Régimen”.
Es muy difícil ser radical, advierte Yrigoyen a sus correligionarios.
La Causa y el Régimen: he ahí
una dualidad conceptual que es central en la política yrigoyeneana.
Proviene de la visión romántica que atraviesa desde las luchas
independentistas, todo el siglo XIX en la política argentina. Revolución
o quedantismo, independencia o colonia, unidad centralista y federalismo
descentralizador, institucionalidad democrática o autoritarismo
oligárquico, son los términos de las tensiones entre las dos argentinas,
una dicotomía de exclusiones y enfrentamientos.
Yrigoyen opta, en esa
interpretación de nuestra historia a fines del siglo XIX por la idea de
la revolución democrática de las instituciones propias del Estado de
Derecho; por el igualitarismo contra el privilegio, por la personería de
la Nación frente a la dependencia internacional. La reparación de una
Argentina verdadera, degradada circunstancialmente en sus concepciones
morales y en su deformación institucional, conlleva el reemplazo del
Régimen, “falaz y descreído, por un orden de cosas enteramente nuevo”.
Será el logro de la Nación soberana en lo interior y en lo exterior. Los
componentes del régimen -“una descomposición de mercaderes donde nada se
agita por ideal alguno de propósito saludable sino por móviles siempre
menguados” (Carta al Dr. Pedro C. Molina -preliminares de la polémica-
DHY, pág. 67)- podrán retardar su caída, “imponiendo cada vez más
sacrificios, pero al fin se precipitaran obedeciendo a una lógica de la
historia ineludible” (Primera Carta... DHY pág. 82.). Porque sus
bases son absolutamente falsas y atentatorias, así fatalmente caerá. Por
eso, la Causa tiene una razón y un destino revolucionario: “Ningún
esfuerzo bien dirigido y encaminado, ha dejado de ser fructífero, y
siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí
mismos” (DHY, pág. 83).
Hay en esta hermenéutica de la
realidad argentina un cierto optimismo panteísta, un regeneracionismo
histórico que la conduce y alimenta. Partiendo de las fuentes raigales,
en búsqueda de lo profundo, de lo inmutable, el retorno de las fuerzas
populares y nacionales a las luchas políticas implica mucho más que la
restauración constitucional, cuyo formalismo decía el régimen
oligárquico cumplimentar. La que se incorpora a la lucha política en la
reivindicación radical, es, en cambio, una renovación ética fundamental,
un espíritu nuevo, una nueva vida, que va más allá del restablecimiento
de las ideas primordiales de 1810: es la realización plena de la
personalidad argentina a través de un movimiento colectivo de liberación.
La Unión Cívica Radical era el
partido que representaba ese movimiento. Dice Yrigoyen, que es “numen y
fuente originaria, surgida para cumplir sacrosantos deberes, y asumió
todas las pruebas, como la entidad simbólica que fijó su ruta marcando
modalidades antagónicas irreductibles entre épocas y tendencias”(
Memorial a la Corte Suprema de Justicia, escrita desde la Isla Martín
García, donde estaba preso, en agosto de 1931, DHY, pág. 470-471). Por
eso, afirma en el mismo escrito, la Unión Cívica Radical así por sus
majestuosas enseñanzas, la religión cívica de la Nación adonde las
generaciones sucesivas puedan acudir en busca de nobles inspiraciones” (DHY.Pág.
474) y su causa es la de la Nación misma, y su representación la del
Poder Público que sólo lo es cuando está encuadrado en el Estado de
Derecho, el de la Constitución y la ley.
V
Las Ideas de Nación, de Patria
y de Pueblo, palabras y conceptos que invoca reiteradamente en sus
escritos, tienen particulares connotaciones en el pensamiento y en la
acción política de Yrigoyen. Su léxico ha sido motivo de apreciaciones
generalmente peyorativas, vinculadas a su construcción muchas veces
basada en neologismos, a un presunto significado oscuro. Todavía no ha
sido trabajado un estudio más penetrante, objetivo y abarcador, siendo,
como lo es el lenguaje irigoyeneano, de ricas y creativas posibilidades
interpretativas.
Yrigoyen era un hombre
político, no un académico de la filosofía, aunque había ejercido la
cátedra en el Colegio Normal de Buenos Aires por casi diez años. Sin
embargo, pocas veces en la historia se encuentra una conjugación tan
trascendente y armoniosa entre teoría política, conducta ética
existencial, y praxis en la vida pública.
Por lo cual, los textos
yrigoyeneanos deben ser interpretados no sólo en sí mismos, sino en su
activa concreción política, en la práctica de jefe revolucionario,
fundador y conductor de un partido político y de un movimiento popular,
y como ejecutor de una profunda transformación democrática y
modernizadora en la vida Argentina desde la Presidencia de la República.
El pensamiento de Irigoyen
tiene una primera raíz axial en las concepciones emancipadoras de Mayo,
y por lo tanto, en las concepciones de liberalismo racionalista y
emancipador de la Revolución Francesa y, secundariamente, en las ideas
de la Soberanía popular de la Escolástica Española de Francisco Suárez,
del Siglo XVI, que formó parte de la argumentación de los patriotas
independentistas en los debates originales del 22 de mayo de 1810. Tengo
para mí, que aquella recurrencia a la tradición escolástica tenía
carácter retórico circunstancial, porque respondía a una eficiencia
argumentadora y a una táctica: la de usar elementos ideológicos en una
discusión que el adversario no puede sino admitir, porque los comparte.
En ese mismo orden, son notables las influencias en los textos
yrigoyeneanos, de Esteban Echeverría y por su medio, del nacionalismo
romántico de Giácomo Manzini.
El segundo eje notable en el
pensamiento de Yrigoyen está conformado por el racionalismo armónico del
Krausismo y sus epígonos de socialismo liberal de España y Bélgica, al
que ya hicimos referencia. El Krausismo es en sí mismo una suerte de
sincretismo ecléctico, con algunas connotaciones muy originales:
encontramos allí fuentes kantianas y rasgos del espiritualismo de la
Naturaleza de Schelling.
Y un tercer eje, lateral y
parcialmente incidente, está referido al solidarismo social y otras
corrientes radicales y social demócratas de la llamada “edad de oro” de
la III República Francesa. Estas influencias en el pensamiento de
Yrigoyen, especialmente notables en el Derecho del Trabajo y en la
política educativa, a través de figuras como L. Bourgeois, Philippe
Berthelot y Charles Guide, han sido aun poco estudiadas, pero en su
momento fueron reconocidas por los legisladores radicales en 1922 y en
1928. Cabe agregar, finalmente, que en los tres ejes señalados, está
presente la Francmasonería, a la que Yrigoyen perteneció.
En el marco de las
concepciones filosóficas, el término compuesto “identidad nacional” no
es utilizado por Yrigoyen. Alguna vez usó la expresión “nativa
solidaridad nacional”, al referirse al movimiento que implicaba la Unión
Cívica Radical, “una solemne y vasta connotación rimada por definiciones
siempre armónicas, comprendida por el sentimiento argentino como el más
impositivo mandato patriótico de su nativa solidaridad nacional” como
afirma en el Mensaje de Apertura del Congreso Nacional, el 16 de mayo de
1919 (DHY, Pág.185). Esa caracterización ontológica del espíritu
nacional está en el trasfondo de su concepto de Nación, de Patria y de
Pueblo, a los que recurre sin mayores distinciones.
Es cierto que las tres
palabras conforman la trilogía conceptual básica del pensamiento
político, puntos centrales en torno a los que gira la evolución y
transformación de la ciencia política; pero Yrigoyen les da
connotaciones imprevistas, una sinceridad y grandeza que hasta entonces
no habían sido expresadas por el positivismo imperante en las clases
dirigentes del Régimen.
VI
Pero conjuntamente con ese
espiritualismo, el nacionalismo de Yrigoyen tiene estructura
contractualista. Esto es, la Nación Argentina se asienta en una
Asociación, que emana de una conciencia colectiva en torno a los valores
que expresa la Constitución Nacional, estructura jurídica que instituye
el Estado Nación republicano, democrático y federal, y que tienen sus
fuentes en las ideas de Libertad, Igualdad y Solidaridad. La Idea de
Nación es dinámica, un proyecto en continuo movimiento, una realización
cívica de origen popular, emancipadora y soberana, reparadora y al
propio tiempo revolucionaria. De ahí la importancia del sufragismo, de
la voluntad general expresada a través del comicio limpio de carácter
universal. La Nación es entones construcción y manifestación popular, y
una vez que el pueblo se pronuncia, “la Nación ha dejado de ser
gobernada, para gobernarse a si misma” (Mensaje de Apertura del Congreso
de la Nación, del 16 de mayo de 1919; DHY, pag185).
Así ocurre que la Nación, para
ser tal, debe responder a esos principios fundantes. Pero, alega
Yrigoyen, habían sido olvidados y degradados por muchos años por los
Gobiernos del Régimen (una suerte de oligarquía patrimonialista, una
plutocracia) a los que atribuía los mayores males de una Nación que
había que reparar en sus propios fundamentos. Las que constituyen la
nacionalidad son, pues aquellas tradiciones, concebidas no como unas
esencias permanentes, sino como un puente flexible que nos une con el
pasado, pero que por sobre él, nos vincula con un proyecto de futuro, en
función de un destino universal. Así lo que nos hace argentinos, es
nuestra participación directa en la conformación y la confirmación de la
soberanía política, nuestra calidad de ciudadanos y nuestra conciencia
cívica. No sería tanto la lengua común, ni la religión, ni la etnia lo
que fundamenta la nacionalidad, ni aun el mismo territorio en que
habitamos. Todos esos elementos conforman algo así como un humus, una
savia impulsora, importante pero no excluyente, desde donde surgen los
valores éticos y sociales de una conciencia colectiva: confluyen, en
suma, en la democracia, igualitaria y vital, auténtica y veraz, y su
movilización dinámica tras objetivos justicieros.
De tal modo que la soberanía
interna sacraliza a los individuos en su ciudadanía. Sin ella, no se
explica la soberanía externa. Y es precisamente en ese plano, donde se
percibe con mayor claridad el sentido de lo nacional que registra
Yrigoyen.
VII
Este nacionalismo no es hostil
ni aislacionista. Yrigoyen no es un nacionalista en el sentido de las
corrientes que se tipificaron en el nacional catolicismo reaccionario.
No hay en el nacionalismo yrigoyeneano una sola expresión de xenofobia,
de discriminación racial o de aislamiento agresivo. La Nación no puede
ser excluyente y enemiga de las otras Naciones. Su personería y su
calidad nacen del individuo ciudadano, y desde ese lugar se extiende
fraternamente a todos los otros pueblos: “tales son los anhelos de los
pueblos sudamericanos [...] realizándose como entidades regidas por
normas éticas tan elevadas, que su poderío no pueda ser un riesgo para
la Justicia, ni siquiera una sombra proyectada sobre la soberanía de los
demás Estados” (Discurso de Yrigoyen en el Banquete Oficial ofrecido al
Presidente electo de los Estados Unidos, Mr. Herbert Hoover, diciembre
de 1928; DHY, pág. 203).
De ahí también se desprende su
idea de una confederación Universal de Libres Soberanías, armoniosas en
su humanismo y en el logro de los valores que fundamentan la soberanía
interna, expandidos en el respeto y la solidaridad con todos los hombres
sagrados del mundo, y por lo tanto en todos los pueblos sagrados del
mundo. De ella nacen los principios de autodeterminación de los pueblos
y de no-intervención de los países dominantes en los asuntos internos de
cada pueblo. Los principios del nacionalismo de Yrigoyen no se originan
ni en etnias, ni en clases, ni se deducen de religiones, sino del
presupuesto básico de la sacralización de los pueblos. Es su
consecuencia lógica y coherente de una mirada supremamente humanista, de
una religión cívica, que religa y reúne a todos los hombres y a todos
los pueblos del mundo.
En este proceso de
integración, la primera etapa es la Nación, la Segunda es Latinoamérica,
(aunque Yrigoyen no usa esos términos, sino Sud América, o simplemente
la América) y la tercera es el mundo. Pero esta es una escalada que,
desde luego lo sabe bien Yrigoyen, registra conflictos, luchas y
contradicciones. La igualdad entre las Naciones es un fin último, aunque
no demasiado lejano, pues hay que eliminar para ello las ideas
imperiales, las hegemonías de los países poderosos y dominantes.
La entidad sustantiva es pues
la Nación, en torno a la cual se desenvuelve toda la política. Es la
culminación, el punto máximo de la construcción de los hombres y de los
pueblos. Concibe a la Nación como un organismo complejo, constituido por
elementos y valores “ideales”: su historia, sus tradiciones, sus
tendencias ideológicas, y sobre todo, sus instituciones. Es una
categoría sustantivamente histórica, que solo puede ser definida
históricamente, con atención especial a sus características sociales y a
las instituciones que se ha ido dando.
La Nación es una entidad
integradora, en lo interno y en lo externo, con todas las demás
naciones, una articulación con la Humanidad. Es el ámbito donde se
realiza la marcha emancipadora del hombre-ciudadano. Y se expresa
jurídicamente en el Estado Nacional, que es integrador y participativo:
pero el Estado no es más que una forma de la Nación, cuya personería ha
de manifestarse en una hermandad de libres soberanías. La soberanía de
la Nación no puede ser hostil, sino armoniosa con todas las demás
entidades emancipadoras: el individuo, las familias, los municipios, las
provincias y toda forma asociativa natural, cuyo juego y suma se
integran en la Nación.
En su conjunción armonizadora,
finalmente, se conforma la comunidad de naciones, una suerte de
confederación internacional de libres e iguales soberanías. En esa red
asociativa, que parte del hombre, como individuo, medio y fin en sí
mismo, sagrado para los demás hombres, su inclusión colectiva se
sacraliza en los pueblos. La sacralidad se despliega, en lo social y
espiritual, en los pueblos-naciones, no en los gobiernos ni en los
Estados, cuya ontología es derivada y secundaria, puramente
instrumental. La democracia, consecuencia inevitable de la armonía
emancipadora del individuo, es la forma única e irremplazable con que se
reviste la Nación: “Los principios democráticos incorporados a las
constituciones de nuestros pueblos, fueron conquistas de la filosofía
política traducida en la realidad del derecho público, que renovaron los
fundamentos de la ciencia del gobierno, haciendo reposar la autoridad
del Estado sobre el consentimiento espontáneo de las entidades
organizadas bajo los auspicios de la Igualdad” (Discurso de Despedida al
Presidente electo de Estados Unidos, del 22 de diciembre de 1928; DHY,
pág.205).
VIII
Como ya ha quedado dicho, los
rasgos singulares de la concepción política de Yrigoyen no tienen
expresión en un “programa escrito” de propuestas y proyectos de gobierno.
Esa peculiaridad sería objeto de fuertes críticas, especialmente desde
el socialismo y aun desde el liberalismo positivista dentro de su propio
partido. Ernesto Laclau, jurista y sociólogo, y prestigioso intelectual
que venía de dictar conferencias sobre la ciencia política en La Sorbona,
justificaría esta posición del Yrigoyenismo, al que se adhería con
entusiasmo en 1928: “El ideal de los partidos políticos es sin duda
alguna alcanzar un programa de ideas. Pero estas no deben ser el fruto
de una arbitraria actitud mental sino de un proceso sociológico. Es la
única manera de que las ideas aprisionen conceptos vivos. Por eso el
radicalismo no ha querido concretar propósitos intelectuales antes de
que la masa partidaria adquiriera unidad de conciencia y comprensión
de su destino social. Anticiparse a esto habría sido penetrar ideas
por la fe supersticiosa en el partido y no por entendimiento popular. La
primera etapa de esta pedagogía social democrática se cumple cuando el
pueblo, incapaz aun de ideas concretas, despierta su alma a un sentido
espiritual. La fe le revela el secreto de su destino. Ya tiene una
preferencia, un rumbo. No se puede desconocer la necesidad pedagógica ni
la eficacia política de crear corrientes morales en la sociedad. Es
menester dotarla de una pujanza mística que la capacite a grandes
empresas” (Ernesto Laclau, La Formación Política de la Sociedad
Argentina, Buenos Aires, Talleres Gráficos Araujo Hnos. 1928, pág.
77).
Por eso, el mensaje de
Yrigoyen se asimila más a un conjunto de premisas ideológicas, a una
doctrina general, que en la acción de Gobierno va a ir mostrando su
aplicación a la realidad. Este sistema de abstracciones principistas,
sin embargo, no carece de profundidad filosófica: guarda relación
directa con el idealismo romántico alemán, tanto como con el iluminismo
francés del Siglo XVIII.
IX
Puesto en aplicación desde el
Gobierno, a partir de 1916 el diseño de estos presupuestos doctrinarios
adquiere resonancia realizadora en las “efectividades conducentes”, para
utilizar, una vez más, el peculiar lenguaje yrigoyeneano.
En el plano internacional esa
consistencia ideológica con la praxis política determinó la base de una
tradición, que con el tiempo marcó las líneas de una verdadera Política
de Estado. Los episodios más importantes de la escena mundial fueron
teniendo una replica por el Gobierno argentino: La Neutralidad en la
Primera Guerra Mundial, las advertencias sobre las consecuencias
negativas del Tratado de Versailles, respecto del cual la Argentina se
declaró “res ínter allias acta”; las posiciones sobre la Igualdad de las
Naciones ante la constitución de la Liga de las Naciones; la dignidad
idealista que implicó el retiro de la Delegación Argentina de esa
organización, las iniciativas para la integración de Sudamérica, sin
pretensiones hegemónicas; los planteos antiimperialistas defendiendo el
principio de no Intervención, con relación a la Política Norteamericana
en el caso de la República Dominicana y en Nicaragua, son algunos de los
actos que caracterizaron la visión de Yrigoyen sobre “la función
Argentina en el Mundo”. Es de notar ese criterio de “misión y función de
la Argentina en el concierto de las Naciones”, que se distingue del
actual criterio, de menor e irrelevante contenido y pretensión, de una
Argentina “que se acomode al Mundo”.
En el orden económico, tanto
como en el campo de lo social y lo cultural, por primera vez en la
Historia argentina, el Gobierno de Yrigoyen asume un rol decididamente
intervencionista, dejando a un lado el liberalismo hasta entonces
imperante del “laissez faire, aissez passer”.
En la economía es esencial y
novedosa la defensa y promoción del patrimonio nacional. Esto es, de los
bienes estratégicos que hacen a la capacidad de decisión soberana del
país para su desenvolvimiento: el suelo y el subsuelo. El primero,
mediante la recuperación de tierra pública mal concedida por el régimen
anterior, los nuevos planes de colonización y la defensa del productor
agropecuario contra los monopolios exportadores. El segundo, por la
política nacionalista en materia de hidrocarburos, que se materializa
con la creación de YPF y su incidencia directa en el desarrollo autónomo
y equilibrado de todo el territorio nacional.
Habría que mencionar el
intervencionismo directo del estado en la fijación de precios y tarifas
que protejan y beneficien al consumidor y al productor; la regulación y
control de los precios al consumo popular, durante la crisis de la
primera posguerra mundial; y la recuperación para el Estado de más del
treinta por ciento de las redes ferroviarias, los más importantes
factores estratégicos para el desarrollo del país en su tiempo.
En el orden de la política
social, la consideración de los intereses del capital y del trabajo, en
busca de la paz social, tuvo, quizá más que en otros campos, las
características de enérgica intervención a favor del trabajador. El
concepto de “democracia social” aparece precursoramente ya en la primera
Presidencia de Hipólito Yrigoyen: “Tras grandes esfuerzos el país ha
conseguido establecer su vida constitucional en todos los ordenes de su
actividad democrática. Pero le falta fijar las bases primordiales de su
constitución social” afirmaría en el Mensaje al Congreso Nacional del 31
de agosto de 1921. DHY, pág. 191) Y en el mismo mensaje: “La democracia
no consiste sólo en la garantía de la libertad política; entraña a la
vez la posibilidad para todos de poder alcanzar un mínimo de felicidad
siquiera”.
Ninguna huelga obrera fue
declarada ilegal. La mayor parte de los conflictos se resolvieron con
esa dirección protectora, incluyendo las huelgas más violentas y los
episodios de represión, como los hechos de la llamada semana trágica en
enero de 1919, o en las huelgas patagónicas de 1921. Transformó
sustancialmente el Departamento Nacional del Trabajo, que comenzó a
intervenir de manera directa en el arbitraje de los conflictos, y en la
inspección para el cumplimiento de las leyes laborales. Cajas de
Previsión Social, jubilaciones, Código de Trabajo Rural, fomento de las
organizaciones sindicales y su reconocimiento legal, salario mínimo y
jornada de trabajo, pago de remuneraciones en moneda nacional, leyes de
procedimientos para penalizar el incumplimiento de las leyes del Trabajo.
Aunque no pudo sancionar sus
proyectos de ley de Código Nacional del Trabajo, de Convenios Laborales
Colectivos y de Asociaciones Profesionales, es considerable el avance en
materia de justicia social y de organización obrera, mediante el dictado
de decretos y la acción concreta de los organismos del Gobierno.
X
La acción gubernamental
respecto de la Educación Popular culminó y al propio tiempo transformó
el original programa sarmientino. La creación de nuevas escuelas y
bibliotecas populares en todos los rincones del país, y la idea de una
pedagogía social para la plena realización de la persona, la
conformación de una conciencia cívica nacional y el igualitarismo,
marcan la política educativa yrigoyeneana.
Merece un análisis, al
respecto, el Decreto de Exaltación del Sentimiento Nacional, dictado el
4 de mayo de 1919, claramente inspirado en el pensamiento de Louis
Bourgeois, cuando fue Ministro de Instrucción Pública en la III
República Francesa. En el referido decreto y en sus fundamentos, en los
que se nota la intervención directa de la pluma de Yrigoyen, se señala,
“que los nuevos y amplios horizontes abiertos a la democracia, en esta
hora de renovaciones, exige que las instituciones docentes realicen su
alta misión educadora, con fervorosos estímulos, para mantener siempre
vivos los ideales y las normas de nuestra nacionalidad, perpetuando el
culto sacrosanto de la tradición gloriosa que nos ha sido legada por
nuestros mayores” Y, por lo tanto, “procurarán inculcar como base
indispensable de la acción ciudadana, al par que un espíritu de
veneración a las tradiciones argentinas, nobles y elevados pensamiento
de bien público, y anhelos de verdad, de justicia y de progreso...” (Decreto
de Exaltación del Sentimiento Nacional, DHY, pág.163). Compárese con
estas palabras de Bourgeois, en 1897: “Una Nación no sabría vivir en paz
y seguridad, si los hombres que la componen no están unidos y
voluntariamente disciplinados por una misma concepción de la vida, de su
objetivo y de sus deberes. La educación laica deberá formar el espíritu
patriótico, lo que no será otra cosa que el cimiento de la comunidad
nacional en la República y la Democracia” ( Bourgeois, L: L´Education
de la Democratie Française, EF, París, 1897, pág. 78).
Y esa idea sobre la función de
la Educación en la Democracia, culmina con el espíritu nuevo
que se expande hacia y desde la Reforma Universitaria, el más importante
movimiento político cultural de Latinoamérica en la primera mitad del
siglo XIX. Allí se expresó “la febril y apasionada participación de la
juventud Argentina, en el noble afán reconstructivo de la Reforma, que
alarma a los retardatarios del progreso moral de la República. Pero la
Reforma no es sino la realidad de la democracia universitaria, por ella
misma consagrada como uno de sus postulados fundamentales. Es que la
quietud de antes, que significa la muerte, ha sido reemplazada ahora por
el movimiento, que es la vida”, afirma en el Discurso del Centenario de
la Universidad de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1921 (Citado en
Manuel A Claps, Yrigoyen, pág. 124).
Y efectivamente, los cambios
que Yrigoyen introdujo en la vida argentina tienen una envergadura y una
profundidad con poco precedentes en la historia de las luchas populares.
Una personalidad tan potente como la de Hipólito Yrigoyen, que bordea e
incursiona en el mito, la intransigencia con la que revistió una
actuación tan decisiva en la Argentina del siglo XX ha originado,
durante mucho tiempo, las más contradictorias opiniones y las polémicas
más enfrentadas. En su momento, despertó odios y rencores, desde la
derecha como desde la izquierda marxista ilustrada, así como la
idolatría de sus seguidores y de buena parte de las mayorías populares.
Marcelo Sánchez Sorondo, desde
un ángulo aristocratizante, alegaba: “si ahondamos el análisis,
encontraremos que esa fuerza de cohesión (el yrigoyenismo y la Unión
Cívica Radical), proviene de dos elementos: el éxito alcanzado, y que
quiere consolidarse, elemento material; y el odio metódicamente atizado
contra los sistemas y los hombres que detentaron antes el poder, el
elemento moral, o inmoral” (Historia de seis años, por Marcelo
Sánchez Sorondo, Agencia General de Librería, Buenos Aires, 1925, pág.
23). Y desde el órgano oficial del Partido Socialista “La Vanguardia”,
del 12 de octubre de 1916, en su Editorial de primera pagina, la
diatriba es igualmente dura, aunque desde otro ángulo: “El triunfo de
Yrigoyen es la consecuencia de la ignorancia de las masas analfabetas,
incapaces de comprender las ideas sociales y económicas que contribuirán
a obtener su bienestar material, su progreso intelectual y su
emancipación política [...] Yrigoyen no se presentó una sola vez a sus
partidarios y no se dignó exponerse, ni por escrito ni de palabra, ante
los electores, sus vistas políticas, sus aspiraciones sociales, sus
principios económicos, en una palabra, su plataforma de gobierno”.
Quizá sea el joven Jorge Luis
Borges quien haya penetrado con mayor perspicacia en la naturaleza del
“misterio” de Yrigoyen: “Yrigoyen es la continuidad argentina. El
caballero porteño que supo de las vehemencias del alsinismo y de la
patriada grande del Parque y que persiste en una casita del sur (lugar
que tiene clima de Patria, hasta para los que no somos de él pero que
mejor se acuerda con profética y esperanzada memoria de nuestro porvenir).
Es el caudillo que con
autoridad de caudillo ha decretado la muerte inapelable de todo
caudillismo; es el presidente que sin desmemoriarse del pasado y
honrándose con el se hace provenir. Esa voluntad de heroísmo, esa
vocación cívica de Yrigoyen, ha sido administrada (válganos aquí la
palabra) por una conducta que es lícito calificar de genial” (Carta de
Borges dirigida a Enrique y Raúl González Tuñón en 1928. Citada y
transcripta en Goñi Demarchi, Scala y Berraondo, Yrigoyen y la Gran
Guerra, pág.275).
Hoy, en general, Hipólito
Yrigoyen esta considerado un prócer, padre de la democracia argentina.
Tiene calles y monumentos, los homenajes se suceden, y sus máximas más
famosas suelen citarse en el discurso político. Aun resta el examen de
muchos aspectos de su pensamiento, que han sido relegados, mal
estudiados o ignorados; y, sobre todo, de sus influencias en varias
generaciones de políticos argentinos notables, protagonistas en la
historia política argentina del siglo XX.
BIBLIOGRAFIA GENERAL
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Todas las citas de textos de Hipólito Yrigoyen, corresponden a la
publicación ordenada por la ley 12.839: Documentos de Hipólito
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Osvaldo
Álvarez Guerrero
Actualizado: agosto de 2005
© 2003 Coordinador General Pablo
Guadarrama González. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Coordinador General para Argentina, Hugo Biagini. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. |
© José Luis Gómez-Martínez
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