Graciela Hierro |
La condición humana en la obra de
María Antonieta Dorantes Gómez Datos biográficos Graciela Hierro nació en la ciudad de México en el año de 1928 y murió en esta misma ciudad en octubre del 2003. Realizó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras obteniendo el grado de Doctora en Filosofía. Su labor académica la desarrolló en los campos de la docencia y la investigación de la filosofía feminista. Fue fundadora y directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM. A lo largo de su vida académica participó en múltiples eventos nacionales e internacionales en los cuales presentó diversas investigaciones sobre filosofía feminista. Hierro dedicó la mayor parte de su vida académica a apoyar el desarrollo de investigaciones feministas. En su labor como filósofa creó las condiciones necesarias para impulsar el desarrollo de la filosofía feminista dentro de los espacios universitarios. Su trabajo trascendió los ámbitos académicos y cobró importancia en las esferas política y cultural mexicanas. Los libros que publicó fueron: Ética y feminismo, De la domesticación a la educación de las mexicanas, Naturaleza y fines de la educación superior y Ética del placer. Panteamientos sobre la condición humana La propuesta de Graciela Hierro acerca de la naturaleza humana parte de una posición humanista que afirma que no existen esencias que determinen el quehacer de los seres humanos. Somos seres que a través del ejercicio de nuestra libertad vamos construyendo nuestra existencia. Una de las primeras evidencias que aparecen en la obra de Hierro es el hecho de que tenemos un carácter sexuado. Esta condición nos revela que la diferencia fundamental entre los seres humanos es de carácter sexual. La diferencia sexual no es una cuestión intrínseca de los seres humanos, como el paradigma patriarcal ha pretendido mostrar. Esta diferencia es de carácter cultural y proviene del hecho de que dentro de la sociedad se les asignan significados que los definen como varones o mujeres. La sociedad impone diferentes prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores a partir de la diferencia sexual entre hombres y mujeres. A esta significación social de la diferencia sexual Hierro, siguiendo el camino recorrido por otras feministas, la denomina género. Estas sociedades establecen dicha diferencia por cuanto a género, ligada a una jerarquización en la cual el lugar más valioso es ocupado por los varones en tanto que el menos valorado es asignado a las mujeres. La reflexión filosófica de Hierro sobre la diferencia sexual constituye una importante ruptura respecto de los presupuestos epistémicos que han fundamentado el desarrollo de muchos saberes. Estos saberes han partido de la idea de un sujeto que tiene un carácter neutro asexuado. En estas teorizaciones se parte de la presuposición de un modelo único de humanidad, modelo en el que no cabe la diferencia sexual. Esta situación es cuestionada por nuestra autora, quien construye su teorización sobre la categoría de la diferencia sexual. Uno de los puntos claves de la teoría de Hierro es su rechazo a la idea que establece que la diferencia sexual tiene su sustento en esencias, en naturalezas femeninas o masculinas. La introducción del concepto de género entendido como la semántica que la cultura impone y elabora sobre los cuerpos sexuados [Hierro, 2001: 45], significa una ruptura respecto de los paradigmas de explicación patriarcales. Dentro de estas concepciones se ha señalado que los varones son naturalmente superiores a las mujeres en virtud de que son más racionales y más fuertes. Por lo que se refiere a las mujeres se ha afirmado que éstas son naturalmente más débiles e inferiores en intelecto [Gómez, 2001: 218]. La afirmación de esta diferencia sexual entre varones y mujeres ha justificado la exclusión de las mujeres de los asuntos públicos. Bajo este paradigma patriarcal se ha otorgado significado a lo femenino y lo masculino a partir de la postulación de esencias inmutables dadas por cuestiones biológicas, que por esta misma naturaleza, resulta imposible transformar. En lugar de esta explicación biologicista y discriminatoria de la diferencia sexual, Hierro señala el carácter construido de la diferencia sexual. En su obra se propone la deconstrucción de los mecanismos que han constituido estas identidades femeninas y masculinas. Su interés se centra en el análisis del universo simbólico patriarcal que ha construido la diferencia sexual, con el objetivo de identificar sus problemáticas y contribuir a la creación de una nueva cultura feminista que rescate la diferencia sexual. En este rescate ocupa un lugar muy importante la resignificación de lo femenino. Dentro del análisis de la manera en que se ha otorgado significado a la diferencia sexual, Hierro ubica que lo masculino ha sido considerado como el parámetro de referencia, en tanto que lo femenino tiene el significado de carencia. Esta concepción ha asociado lo universal con lo masculino a fin de representar a lo humano, confinando a lo femenino a una posición secundaria. Al respecto nuestra autora comenta: “En las teorías que se estructuran bajo esta perspectiva, la diferencia o diferencias entre los sexos se visualiza como derivada del supuesto hecho de que la mujer carece completamente, o tiene en menor cantidad, algún ingrediente importante en la constitución masculina” [Hierro, 1998: 5]. Lo femenino se ha relacionado con esquemas de valoración jerárquicos que muestran a las mujeres como seres carentes de aseidad (ser) por no tener identidad, por no estar simbolizadas [Hierro, 2001: 88]. Hierro identifica que la diferencia sexual dentro del paradigma patriarcal ha sido representada a través de oposiciones binarias en las que al término masculino se le otorga mayor valor. La oposición masculino-femenino tiene su correlato en muchas otras oposiciones que este pensamiento patriarcal ha establecido tales como las de Cultura/Naturaleza, Mente/Cuerpo, Igualdad/Diferencia, Razón/Emoción, Actividad/Pasividad, Día/Noche, Bien/Mal, Padre/Madre, Hombre/Mujer, Público/Privado. Este pensamiento presupone la existencia de una jerarquía en la cual uno de los términos (el masculino) tiene más valor que el otro. Ante esta situación la vía que elige Hierro es la de comenzar a nombrar lo femenino bajo nuevos paradigmas que recuperen la diferencia. Lo femenino ya no es analizado como la carencia respecto de un parámetro masculino, sino que adquiere significado por su propio valor. El nuevo orden simbólico que es necesario crear busca nombrar el principio femenino darle un nuevo sentido a partir del rescate de la palabra, del deseo y del saber de las mujeres. El modelo androcéntrico propuso como valor universal al principio masculino. Hierro propone la revaloración del principio femenino y la afirmación de su diferencia respecto del masculino. El desarrollo de esta nueva cultura feminista supone una ruptura con la lógica patriarcal. La conciencia patriarcal en su afán androcéntrico ha estado inmersa en la lógica del Uno. Ha propuesto el modelo masculino como hegemónico y ha negado la diferencia, significando a lo femenino como lo no-masculino. La propuesta de Hierro propone romper con esta lógica, recuperando el carácter de sujeto para las mujeres. En la constitución de este orden simbólico feminista es importante el rescate de la experiencia femenina, a través de la recuperación del modo de producción del saber y del conocer, característicos de las mujeres. Al respecto Hierro plantea la necesidad de recuperar la palabra femenina. En un mundo patriarcal en el que la palabra la tienen los varones, las mujeres han satisfecho su necesidad de expresión a través de escribir sus diarios, sus memorias y otros escritos que crean para satisfacer su necesidad de expresarse [Hierro, 2001: 128]. En estos escritos se ha mostrado que las mujeres han encontrado dentro de las esferas domésticas, formas de expresar sus experiencias, deseos y saberes. En esta búsqueda las mujeres necesitan el apoyo, la compañía de otras mujeres que han recorrido las vías propuestas por esta nueva cultura feminista. El apoyo, la amistad, la solidaridad entres mujeres, son elementos importantes en este tránsito. Una de las consecuencias de la imposición de valores patriarcales ha sido la fractura de la posibilidad de las mujeres de establecer relaciones auténticas en las cuales se experimente apoyo. El seguimiento de estas imposiciones patriarcales aleja a las mujeres de la posibilidad de establecer relaciones gratificantes con otras mujeres. Relaciones en las cuales se reconozcan los obstáculos que significa la negación de su libertad. Cuando se cambian los valores de cuerpo para gustar o cuerpo para procrear por los de respeto, empatía y autonomía, las temáticas de este tipo de relaciones se transforman. Es necesario dar significado, exaltar y representar en palabras e imágenes la relación de una mujer con otra. La idea es la construcción de genealogías femeninas. La palabra “genealogía” usualmente designa la descendencia legítima, por parentesco social o intelectual de los varones individuales libres [Hierro,1995]. Las tradiciones intelectuales y sociales de la cultura occidental son genealogías varoniles donde, como en lo simbólico de Lacan, las mujeres no tienen lugar. El propósito que persigue el pensamiento feminista de Hierro es el de crear un espacio cultural y discursivo donde tengan presencia las genealogías femeninas. La recuperación de las genealogías femeninas permite que las mujeres establezcan lazos de solidaridad con otras mujeres. Esta solidaridad implica la constitución de espacios de apoyo para fomentar el encuentro de las mujeres. En este encuentro se descubre a otras mujeres esforzándose por distanciarse de estos patrones de dominación. Mujeres que ejercen un pensamiento crítico que pone en entredicho los mismos cimientos de la sociedad patriarcal. Mujeres que utilizan su pasión y sus sentimientos, los cuales aunados a su razón les permiten establecer distancia respecto de estos estereotipos patriarcales que han introyectado desde su más lejana infancia. Este cuestionamiento implica la toma de decisiones y el encarar riesgos. Esto es menos difícil de lograr cuando se cuenta con redes de apoyo de mujeres que, con esta nueva perspectiva, comparten sus experiencias y facilitan los procesos de toma de conciencia y de búsqueda de una identidad propia. En la construcción de este nuevo orden simbólico feminista ocupa un lugar muy importante la relectura de las grandes figuras femeninas. Es preciso recuperar las genealogías femeninas, reestructurar los vínculos con las antecesoras reales, históricas, mitológicas o literarias. Esto implica la revalorización de las grandes figuras míticas. Eva, Lilith o Antígona son resignificadas en tanto que mujeres que se atrevieron a romper con el orden establecido por la lógica patriarcal. Ellas constituyen las nuevas heroínas que perfilan los caminos de la subversión de los órdenes represores patriarcales. Dentro de la tradición patriarcal las figuras de Eva o Pandora han sido asociadas con el mal. Se les ha otorgado una carga negativa a todas estas figuras femeninas que representan la subversión de los órdenes establecidos, como ha sido el caso de las mujeres estigmatizadas bajo las categorías de brujas, prostitutas o locas. Dentro de la mitología patriarcal, estas mujeres están asociadas a lo demoníaco, se han convertido en el origen del mal, constituyen la fuente de las tentaciones y los obstáculos para que el hombre se una a la divinidad [Hierro, 2001: 87]. Eva es la mujer que representa la tentación a la que sucumbe Adán y por esto la humanidad es expulsada del paraíso. Pandora es la mujer que por su malsana curiosidad acarrea todos los males a la humanidad. Por otra parte aunado a esta imagen de la mujer mala, se ha sobrevalorado la figura de la virgen, de la mujer abnegada que se consagra al sacrificio de su propio ser. La creación de estos mitos lleva la consigna de abolir los intentos femeninos de subvertir los órdenes establecidos y afianza la introyección de los valores morales patriarcales. Por esto, para lograr que las mujeres establezcan distancia respecto de estos estereotipos es fundamental la revaloración de estas figuras femeninas que constituyen los antecedentes de una nueva cultura feminista. Es preciso analizar críticamente cómo las sociedades patriarcales han estigmatizado los esfuerzos de las mujeres por romper con las condiciones que pretenden negarles su carácter de seres libres. Asimismo debe replantearse la manera de concebir a estas figuras. En su reflexión filosófica Hierro nos presenta bajo una nueva imagen a estas dos figuras. Al respecto señala: “De Pandora y Eva surge la curiosidad como fuente del conocimiento, el deseo, origen del placer, se abre en la mirada de las mujeres una vez que se han apoderado de su cuerpo y adquieren la capacidad de desarrollar una visión de la madurez que ofrece la existencia” [Hierro, 2001: 22]. Eva, Pandora y otras muchas más figuras simbólicas que la cultura feminista revalora, constituyen los puntales de una nueva identidad femenina que nos muestra a seres humanos autónomos que se han arriesgado a subvertir los valores patriarcales. Esta recuperación conlleva una nueva concepción de la educación. La construcción de esta cultura feminista implica una concepción nueva de la educación femenina. Hierro nos habla de la educación matrilineal. Una educación en la que se transmiten enseñanzas de mujeres para otras mujeres. También esta nueva educación se relaciona con el estrechar los vínculos con nuestras madres, abuelas y todas aquellas mujeres reales o simbólicas que nos permiten adentrarnos en el mundo femenino. Esto permitirá la formación de una identidad femenina valiosa y asertiva [Hierro, 1995: 37]. La revaloración del principio femenino tiene implicaciones en el terreno ético. La constitución de una nueva cultura feminista lleva consigo el establecer distancia respecto de los valores y de los imperativos morales que la sociedad patriarcal ha pretendido imponer a las mujeres. La sociedad patriarcal ha impuesto una doble moral. Esta doble moral establece normas, derechos y obligaciones, dependiendo de si se es mujer o varón. A las mujeres se les pretende inscribir dentro de la esfera de lo doméstico que es el espacio privado en el que se desarrollan labores de cuidado y atención a los demás. A este espacio se le confiere un menor valor que al espacio público, espacio en el cual se desenvuelven los varones. El espacio público es el espacio del poder, a éste se le asigna más valor. El imperativo moral que se ha impuesto a las mujeres las ha llevado a alejarse de sus propios deseos, de sus cuerpos y de ahí la necesidad de una ética feminista que proclame el rescate de las mujeres en tanto seres humanos libres, dotados de una autoconciencia que les permite decidir sobre los códigos morales que guíen sus vidas. Los deberes morales que la sociedad patriarcal impone a las mujeres tienen un carácter restrictivo. Las circunscriben dentro de cuerpos ajenos a ellas mismas, regulan y legislan sobre el ejercicio de la maternidad y de la sexualidad. Cuerpo para procrear y cuerpo para gustar, son dos de los estereotipos que esta sociedad impone a las mujeres. Esto es lo que se espera que constituya su identidad. Una identidad que en realidad es domesticación, señala Hierro [Hierro, 1990]. La propuesta de Hierro, la ética del placer, representa la subversión de los órdenes morales que la sociedad patriarcal ha establecido para las mujeres. Implica la reapropiación del cuerpo por parte de las mujeres. Esto se logra a través de la vía del placer. Hierro considera que el liberar el placer de las mujeres es una condición necesaria para que se acceda a la plataforma ética [Hierro, 1997: 179]. La ética del placer implica la recuperación de las necesidades, deseos, intereses e inclinaciones de las mujeres, en tanto seres autónomos. En este sentido significa una profunda ruptura con los estereotipos patriarcales que han pretendido imponer modelos femeninos en los cuales se han negado estas posibilidades. La expresión de las mujeres como seres autónomos es la condición de posibilidad de un ejercicio ético. La ética del placer plantea la necesidad de las mujeres de plantearse una moral autónoma. La ética del placer no constituye otra imposición, implica el resurgimiento de las mujeres como seres humanos, con el derecho a experimentar una sexualidad propia, como personas que cuentan con la libertad para decidir quiénes quieren ser y qué quieren hacer. La ética del placer implica establecer una distancia respecto de esos deberes que consideran egoísmo el contar con un criterio propio para tomar decisiones morales. El anteponer su propio bienestar al de los demás, el luchar por su dignidad en tanto personas, son rasgos característicos de esta ética [Hierro, 2001: 82]. Dentro de la ética del placer ocupa un lugar muy importante la reflexión sobre la sexualidad femenina. Esta propuesta significa el derecho a alcanzar el placer sexual, a expandir el erotismo femenino. Este ejercicio de la autonomía sexual es una cuestión fundamental dentro de estas sociedades patriarcales que han instrumentado diferentes mecanismos para controlar el cuerpo femenino, reprimiendo el goce sexual en aras de la procreación. Por esta razón la vía que Hierro propone es la recuperación de sus cuerpos por parte de las mujeres. En conclusión, a partir de lo expuesto podemos señalar que la concepción de Hierro sobre la condición humana nos muestra a los seres humanos marcados por una significación social que les confiere el carácter de varones o mujeres. El interés de nuestra autora se centró en el análisis de la manera en que estas sociedades patriarcales han otorgado significado a lo femenino. Este ejercicio crítico fue la condición de posibilidad que le permitió a Hierro proponer nuevas formas de concebir a lo femenino bajo un parámetro que le otorga un valor propio. La obra de Hierro se ubica en una etapa del pensamiento feminista que a partir del cuestionamiento de la conciencia patriarcal propone la construcción de un nuevo orden simbólico feminista. En esta etapa se pone en crisis la idea del sujeto universal, racional y masculino. En su lugar se concibe a un sujeto marcado por el principio femenino y masculino, un sujeto conformado por la razón y la pasión, un sujeto cuya identidad no se agota en la construcción ideal que se tenga de él. En lugar de que impere la lógica de lo mismo, que ha negado la diferencia, Hierro propone liberar a la diferencia. Con esta noción se rompe con la concepción de universalidad del neutro asexuado que en realidad sólo corresponde con una visión limitada de lo masculino. La diferencia sexual se concibe a través de la revaloración de lo femenino.
Bibliografía Directa
Indirecta
María Antonieta Dorantes Gómez |
© 2003 Coordinador General para México,
Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan. |