Justo Sierra

 

Justo Sierra ante la condición humana*

 

Ma. del Carmen Rovira Gaspar

Justo Sierra nació en la ciudad de Campeche, el año de 1848. En dicha ciudad realizó sus primeros estudios y más tarde se trasladó al D. F. En el año de 1871 se recibió de abogado.

Desempeñó importantes puestos políticos, fue diputado al Congreso de la Unión, Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, Subsecretario de Instrucción Pública y Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de 1905 a 1911, años claves para la cultura y la filosofía en México, ya que en 1910 participó en la fundación de la Universidad Nacional. Nombrado Ministro plenipotenciario en España, falleció en Madrid en el año de 1912.

Literato, historiador y periodista así como poseedor de un pensamiento filosófico que llevó a la práctica, su obra es sumamente amplia. En ella se reúnen artículos de periodismo, ensayos literarios, estudios de historia así como también páginas en donde expone su orientación positivista y las distintas posiciones que adoptó en relación al pensamiento filosófico de Comte, Spencer y Stuart Mill. Darwinista convencido, Sierra terminó en una posición escéptica en relación al cientificismo positivista. Maestro de los ateneistas, fue promotor y guía de la inquietud innovadora que los caracterizó.

Entre sus obras, principalmente en relación con su pensamiento filosófico, cabe mencionar su Historia de la antigüedad, texto de historia en la Escuela Nacional Preparatoria, que recibió severas críticas de parte del periódico católico “La Voz de México”. Su ensayo México social y político (apuntes para un libro) y Evolución política del pueblo mexicano.

En el año de 1877 Justo Sierra fue nombrado profesor de historia y cronología de la Escuela Nacional Preparatoria.

A propósito de ello y llevado por su inquietud de dar a conocer a sus alumnos las nuevas teorías evolucionistas, Sierra, escribió una obra titulada Compendio de historia de la antigüedad que salió publicada, como era entonces costumbre generalizada, por “entregas”. Esta obra es un testimonio del pensamiento histórico de Sierra; la escribe orientado por la influencia de Spencer y de Darwin, lo cual dio origen a fuertes críticas de parte del grupo católico mexicano. La obra es un testimonio, muy valioso, del concepto de la historia y del método histórico seguido por Sierra. En el “Preámbulo” señala que:

...desde el momento en que se marca la preponderancia de una fracción de la especie humana sobre las otras, dar a aquella el primer papel y consagrar a éstas una atención proporcionada a su importancia... La ciencia de la historia consiste en la investigación de los hechos humanos que se han sucedido en el curso de los siglos y de las leyes generales que los rigen... La historia es una de las ciencias sociológicas en vía de formación... para construir el edificio de la ciencia, es indispensable la investigación constante de las causas de los hechos, es decir, buscar cuáles sean los hechos generales que comprendan las relaciones de los fenómenos entre sí. Esto es, llegando a ciertas generalizaciones superiores, lo que se ha llamado filosofía de las ciencias... En la historia estas generalizaciones superiores pueden reducirse a la ley del progreso y a la de la evolución (Sierra, 1977; Vol. X: 15).

El grupo católico mexicano al no aceptar los planteamientos de carácter darwinista y spenceriano, realizados por Sierra en sus primeros pliegos, ejerció tal presión que Sierra corrigió y suprimió, al parecer, algunas de sus afirmaciones, aunque siguió en su línea evolucionista.

En el apartado “1. La creación”, se refiere a “Las hipótesis científicas sobre el origen del universo, que respetables conocedores creen conciliables con el Génesis, se deben principalmente a Kant, a Herschel y, sobre todo a Laplace”, continúa afirmando, “Darwin y sus discípulos sostienen que la explicación científica del origen del hombre, estriba en lo que se llama la transformación de las especies”.

Sierra propuso siempre el laicismo en la enseñanza, advirtiendo que el concepto de “laicismo” debía entenderse como “neutralidad” ante cualquier credo religioso. Su crítica a la enseñanza religiosa-escolástica y al poder de la Iglesia está presente en su obra:

...ahora la Iglesia reclama lo que se ha perdido; este monopolio que quisiera para ella, cuando no lo puede obtener por entero, lo quiere partir con el Estado... los miembros del partido ultramontano... que quiere y lo está consiguiendo, deprimir la enseñanza científica para levantar sobre ella la enseñanza eclesiástica; en una palabra, quiere destruir el Estado laico y obtener en la escuela el campo que ha perdido en el mundo de la acción (Sierra, 1977; Vol. V: 31).

En el pensamiento de Sierra puede descubrirse a momentos una inquietud y un cierto romanticismo al relacionar la ciencia con la religión. En su Discurso “Apología de la ciencia”, pronunciado en la Escuela Nacional Preparatoria, el 8 de septiembre de 1877, después de realizar un panegírico de la ciencia y de su tarea precisa, lanza esta acusación:

Impíos los que la llamáis irreligiosa (a la ciencia) ¡no la habéis comprendido!. A medida que avanza, a medida que crece, se ensancha en torno suyo el misterio supremo de la vida, sustancia íntima de la religión... Allí, incognoscible, pero real lo absoluto, sin el cual lo relativo sería la nada... si lo llamáis Dios, convenid conmigo en que el cielo narra la gloria de Dios del salmista hebreo, jamás ha sido más solemne que cuando al salir de los labios de la ciencia, ha tenido por eco el infinito (Ibíd.: 19).

Atendiendo a otros aspectos de su pensamiento pasamos a referirnos a sus críticas a la Constitución de 1857. Si bien en el campo de la ciencia, como tal, admitía, a veces, cierta relación con lo “absoluto”, en el de la política como ciencia rechazaba lo “abstracto” y lo “absoluto”. Admitía que hacía tiempo estaba de vuelta “del mundo en que se vive de lo absoluto y de lo ideal”; afirmando que ignoraba los principios absolutos, concluye:

...para mi no hay nada sino lo esencialmente relativo; yo declaro que no entiendo lo que quisieron decir los diputados al Congreso Constituyente cuando en alguno de los artículos de la Constitución dijeron, por ejemplo: ‘Todo hombre es libre para abrazar la profesión que le acomode’...Yo creo que los derechos de la sociedad y los derechos del individuo son dos fases de la ley de la necesidad que precede al desenvolvimiento del organismo social...Yo creo que no es la libertad ese querube bíblico que baja de los cielos en medio de los truenos y de los rayos y sobre cuyas alas se para Jehová por en medio del firmamento estremecido (Ibíd.: 31).

Afirmaba ya en 1878 que “la Constitución de 57 es una generosa utopía liberal, pero destinada, por la prodigiosa dosis de lirismo político que encierra, a no poderse realizar sino lenta y dolorosamente” (Sierra, 1977; Vol. IV: 143). En ella se había actuado a ciegas aceptando “más o menos conscientemente la absurda teoría del contrato social”. Respondiendo a la acusación de reaccionarios que El Monitor había lanzado a su grupo, responde con cierta ironía “si quiere saber el colega por qué somos reaccionarios, se lo diremos... Porque habiendo el pueblo mexicano avanzado tanto en el camino de la democracia y de la libertad como la Constitución de 57 lo indica, nosotros queremos hacerlo retroceder a las ideas de orden. ¡Orden: como si eso no fuera mentar la soga en casa del ahorcado” (Ibíd.: 203).

Por otra parte, Sierra planteaba una renovación política, pero advertía que dicha renovación no debía tomar “por punto de partida la añeja preocupación de que la función del gobierno es hacer la felicidad del pueblo, resto de las antiguas concepciones antropomórficas de la divinidad, sino de que sólo está llamado a administrar justicia, es decir, en reconocer como límite de la acción social y de la acción individual el derecho del individuo” (Sierra, 1977; Vol. V: 23).

La oposición a la Constitución del 57 y en general al régimen liberal, la realiza desde una posición spenceriana. En un artículo que, junto con otros de la misma época, 1878-1879, se publicaron bajo el rubro “El Programa de La Libertad” (Sierra, 1977; Vol. IV: 238), advertía en relación al hombre y su evolución en la sociedad:

Si el hombre no puede tener derechos absolutos, sí tiene que conformarse y de hecho se conforma, a pesar de todas las declamaciones de los metafísicos, a las necesidades del medio social en que vive, en cambio, su evolución a través de la historia ha tenido estos dos caracteres: la tendencia de la sociedad a organizarse mejor, la tendencia del individuo a ensanchar su actividad: estos dos movimientos coinciden tan íntimamente que son como dos fases de uno solo. La una fase es lo que llamamos los evolucionistas la integración, la otra es la diferenciación (Ibíd.: 182).

La sociedad, que es un organismo, obedece a la ley que da lugar a la integración y a la diferenciación. La civilización, afirma,

...marcha en el sentido del individualismo en constante y creciente armonía con la sociedad... Es para mi fuera de duda que la sociedad es un organismo, que aunque distintos de los demás, por lo que Spencer le llama un superorganismo, tiene sus analogías innegables con todos los órganos vivos. Yo encuentro... que el sistema de Spencer, que equipara la industria, el comercio y el gobierno, a los órganos de nutrición, de circulación y de relación con los animales superiores, es verdadero... Lo que ya está fuera de debate... es que la sociedad, como todo organismo, está sujeta a las leyes necesarias de la evolución; que éstas en su parte esencial consisten en un doble movimiento de integración y de diferenciación, en una marcha de lo homogéneo a lo heterogéneo, de lo incoherente a lo coherente, de lo indefinido a lo definido. Es decir, que en todo cuerpo, que en todo organismo, a medida que se unifica o se integra más, sus partes más se diferencian, más se especializan, y en este doble movimiento consiste el perfeccionamiento del organismo, lo que en las sociedades se llama progreso (Ibíd.: 238-239).

Para esta tarea de integración de las partes, que dará lugar a la diferenciación se necesitaba el poder de un centro, gracias al cual se hiciera posible la cohesión. El pueblo mexicano por su incoherencia y heterogeneidad necesitaba de una fuerza de cohesión, “porque, concluye Sierra, de lo contrario la incoherencia se pronunciará cada día más, y el organismo no se integrará, y esta sociedad será un aborto” (Ibíd.: 239). Este centro de poder, de autoridad, absolutamente necesario para lograr el desarrollo de lo heterogéneo, de lo individual, no era otro sino el poder y el gobierno de Porfirio Díaz. Si no se alcanzaba ese centro de poder y con él la homogeneidad, “estamos expuestos, afirma Sierra, a ser una prueba de la teoría de Darwin, y en la lucha por la existencia tenemos contra nosotros todas las probabilidades” (Ibíd.: 240).

Así mismo juzgaba necesario unir la libertad y el orden, de esta forma se lograría el progreso.

El “Programa de La Libertad” puntualizaba: la necesidad de reforzar el centro de homogeneización para que se diera lo heterogéneo, lo definido; las revoluciones son totalmente negativas por lo mismo debía sostenerse “a todo trance, contra los avances revolucionarios, la actual administración”.

Sin embargo, no quiere esto decir que Sierra no defendiera los derechos del individuo, sobre todo los de la individualidad burguesa. Recordemos que en el positivismo comtiano el individuo quedaba subordinado a los intereses de la sociedad y del Estado; por el contrario Spencer y Stuart Mill defendían abiertamente y apoyaban el desarrollo económico de la clase burguesa. Por ello mismo y por el concepto de sociedad como organismo sujeto a la evolución, Sierra se inclinaba a la línea spenceriana.

Por otra parte Sierra en su proyecto social le concede al hombre un importante papel. El hombre es, por excelencia, un animal político y la educación tiene la tarea de orientarlo para que dé sus mejores frutos. En su obra Evolución política del pueblo mexicano después de un acertado análisis de la situación mexicana indica la necesidad de que el mexicano sea capaz de lograr una evolución social y política.

Sierra recurre al modelo de Estados Unidos, allí si había, según su opinión, una organización, una concentración: el partido republicano; logrado esto podía darse una evolución, tal como lo señalaba Spencer, dada esta circunstancia sí era posible “mermar la intrusión del centro en la esfera de acción de los individuos... que el Estado pierda todas sus funciones, ajenas a la protección de todos, es decir a la justicia, y que el orden resulte del consensus de todos; aquí hay ese consensus, pero es preciso que haya orden” (Ibíd.: 240).

Preocupado por la situación política y económica mexicana, ante el temor a revueltas, que ya se estaban dando, alteradoras del orden, defiende la necesidad de un gobierno fuerte y por lo mismo la continuidad de Díaz en el poder: “o nos damos un gobierno apto para gobernar y conservarse, o el orden no vendrá, ni tendremos más libertad que esta pobre libertad de papel... en los países no organizados, los gobiernos débiles no son más que síntomas de muerte... el orden es la suprema condición de nuestra existencia nacional”.

Llevado por su intuición en la política se dirigía a los liberales, “a los hombres de razón que forman parte del partido liberal”, aconsejándoles “la transformación de la libertad y del derecho verbales en el derecho y la libertad positiva”. Sin embargo, concluye, “¿seremos oídos?. Es seguro que no; nuestras palabras están completamente desautorizadas para los veteranos del liberalismo, empedernidos en el error, como pecadores viejos; pero ellos son los que se van; hay otros que vienen” (Ibíd.: 228 y ss.).

Diez años después en 1889 Sierra publica México social y político. En este estudio se advierte su desconfianza y su crítica inteligente, orientadas ambas hacia el régimen porfirista. Plantea ciertos lineamientos políticos que más tarde, en 1892, conformarían el programa político del nuevo partido “Unión Liberal”, al que más tarde se le llamaría, en un sentido burlón el “partido de los Científicos”.

Esta obra de Sierra es representativa de su pensamiento político-social. Comienza haciendo una descripción etnográfica y demográfica de la población mexicana.1 Analiza los problemas económicos de México, el “monopolio industrial, la pobreza de la agricultura, la carencia casi completa de empresas mexicanas” son los principales; concluye, “no nos hacemos ilusiones; nuestro estado económico es grave”. Según su opinión, “El remedio radical no es nuevo, no podía serlo... es un tópico, pero una verdad: la colonización... todo nuestro porvenir estriba en fomentar el crecimiento de esa familia, en activar la mezcla, en crear un pueblo. El único medio es la aclimatación de elementos de procedencia europea más o menos directa entre nosotros; es la colonización” (Ibíd., Vol. IX: 148).2

Advirtiendo un mal típico de su tiempo y también de tiempos posteriores, ironiza, que la gran industria, la industria mexicana por excelencia, es la que se designa con una palabra definitivamente aclimatada en los vocabularios hispanoamericanos: la burocracia. Era éste, hasta cierto punto, un mal latino; es hoy un mal universal, democrático.

La conclusión de carácter político a la que llega Sierra es la necesidad de que se forme:

Un partido conservador, dotado de bastante sentido histórico para aceptar serenamente las ideas que informan la sociedad moderna, emancipado suficientemente, de las aspiraciones teocráticas del clero, para obrar como grupo político plenamente dueño de sí mismo y no como grupo católico subordinado, aunque sus miembros todos o en gran mayoría profesasen el catolicismo; un partido conservador que, profesando sistemático respeto a las tradiciones y creencias, se propusiera aclimatar en un país las instituciones libres, producto de toda la civilización, transformando normalmente las instituciones históricas, es, sin duda, un factor de progreso eminentemente benéfico; personificar la doctrina que considera al progreso como la evolución del orden (Ibíd.: 155-156, cursivas de C.R).

Como reafirmación de su crítica al régimen porfirista, transcribimos, por su elocuencia, el siguiente texto de Sierra:

Es necesario, si queremos que el gobierno parlamentario sea un hecho, aumentar las atribuciones legales del Ejecutivo en la Constitución, para que no las busque en la práctica, aún fuera de la Constitución. Pero es preciso pensar en que este gobierno legalmente fuerte no se cambie en tiranía, y en que encuentre límites infranqueables. Uno de ellos debe ser el Poder Legislativo, si es éste un producto cada vez más genuino del sufragio... La instrucción obligatoria y el voto obligatorio son dos necesidades magnas de las democracias hispano-americanas (Ibíd.: 167).

Afirmando que en una esfera relativa la acción de cada poder (ejecutivo, legislativo y judicial) es independiente, planteaba la necesidad de que el Poder Judicial fuera independiente e inamovible, “para llenar su fin de garantir el derecho social o individual, de definirlo, de realizarlo” (Ibíd.: 168).

Confía en que un partido, tal como él lo pensaba, podría organizarse, afirmando optimistamente, “y alguna vez se organizará, o la vitalidad de la democracia mexicana habrá sido un mito”.

En su lucha por la democracia, tal y como él la entendía, procuró la independencia del Poder Judicial; años después sigue insistiendo en ello, “si logramos efectivamente que el Poder Judicial sea independiente y que ocupe el lugar majestuoso que le corresponde. Ese día, señores diputados, nuestra democracia estaría hecha, nuestra democracia tendría una garantía... no constituiríamos una dictadura togada, constituiríamos la única dictadura normal que la Constitución quiere, la dictadura de la ley y de la justicia” (Ibíd., Vol. V: 173).3

Porfirio Díaz no aceptó estos planteamientos presentados por el partido de “Unión Liberal” y representativos indudablemente, de reformas y de un nuevo programa político.

Entre 1900 y 1902 se publica la obra de Sierra Evolución política del pueblo mexicano. En sus páginas, por cierto admirables, como síntesis y análisis histórico, se nos presenta un Sierra desilusionado y escéptico ante los pocos logros alcanzados en lo político, social y económico. La evolución política de México, fin primordial de su pensamiento político-social no se había logrado. Díaz continuaba en el poder, el mismo Sierra lo apoyaba; la base principal de este apoyo era el temor a la rebelión que, por otra parte, llegaría indefectiblemente. La burguesía y Díaz se apoyaban mutuamente por diversos temores. Sierra se lamenta,

...la evolución política de México ha sido sacrificada a las otras fases de su evolución social; basta para demostrarlo este hecho primario, irrecusable: no existe un solo partido político, agrupación viviente organizada, no en derredor de un hombre, sino en torno de un programa. Cuantos pasos se han dado por estos derroteros, se han detenido al entrar en contacto con el recelo del gobierno y la apatía general: eran, pues, tentativas fácticas. El día que un partido llegara a mantenerse organizado, la evolución política reemprendería su marcha, y el hombre, necesario en las democracias más que en las aristocracias, vendría luego; la función crearía un órgano (Ibíd., Vol. XII: 396).

Desde 1881 Sierra había realizado y presentado un proyecto para la fundación de la Universidad de México. El 26 de abril de 1910, siendo Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, presenta de nuevo en la Cámara de Diputados la “iniciativa” para la fundación de la Universidad. En dicha “iniciativa” aparecen concretamente los siguientes puntos: El proyecto de creación de la Universidad no es popular, es gubernamental, “el gobierno se desprende, en una porción considerable de facultades... y las deposita en un cuerpo que se llamará Universidad Nacional... El Estado tiene una alta misión política, administrativa y social”; pero en esta misión hay límites, y si algo “no puede ni debe estar a su alcance, es la enseñanza superior, la enseñanza más alta. La enseñanza superior no puede tener, como no tiene la ciencia, otra ley que el método... es decir, los docentes que forman... esta agrupación que se llamará la Universidad Nacional... será la encargada de dictar las leyes propias, las reglas propias de su dirección científica...” será “una Universidad de Estado... un cuerpo autonómico dentro del campo científico... pero al mismo tiempo una Universidad oficial, un órgano del Estado”; se funda la Universidad según Sierra cuando la educación nacional está “suficientemente organizada y desarrollada”; la Universidad estará separada de la instrucción primaria; las escuelas de administración, mercantiles, escuelas de adultos quedarán separadas de la Universidad. La Universidad Nacional será todo lo contrario, en cuanto a método y a materias, de la Universidad Pontificia, fundada por los españoles en la época colonial, “No puede haber ningún punto de comparación posible entre este órgano creador y la antigua Universidad mexicana que en buena hora murió porque ya de hecho había muerto”. La Universidad, que se fundaba, debía de ser un centro creador y propagador de ciencia y la ciencia, concluye Sierra, es laica; la Escuela Nacional Preparatoria se unirá a la Universidad; los estudiantes formarán parte del Consejo Universitario sin voto solo “con voz informativa”.

Unos meses después, en el “Discurso en el acto de inauguración de la Universidad Nacional de México, el 22 de septiembre de 1910”, afirma que, la tarea de la Universidad no debe consistir, solamente, en producir ciencia sino que debe atender y estar unida con los problemas que se presenten en su contexto social y en relación a esto reitera la diferencia entre esta Universidad que se formaba y la Pontificia de la colonia.

Pronuncia significativas palabras en relación a la filosofía, en ellas puede advertirse, ya, la evolución de su pensamiento, la lejanía en relación a los postulados ortodoxos comtianos y la influencia spenceriana: “Una figura de implorante vaga hace tiempo en derredor de los templa serena de nuestra enseñanza oficial: la filosofía; nada más respetable ni más bello... La verdad es que en el plano de la enseñanza positiva la serie científica constituye una filosofía fundamental... Las lucubraciones metafísicas que responden a un invencible anhelo del espíritu una suerte de religión en el orden ideal, no pueden ser materia de ciencia; son supremas síntesis que se ciernen sobre ella y que frecuentemente pierden con ella el contacto...” (Ibíd., Vol. V: 459); añade que en la Escuela de Altos Estudios una sección tratará de la filosofía, de la historia, “empezando por las doctrinas modernas... hasta los días de Bergson y William James. Y dejaremos libre, completamente libre el campo de la metafísica... al monismo por manera igual que el pluralismo... mientras perseguimos la visión pura de esas ideas eternas que aparecen y reaparecen sin cesar en la corriente de la vida mental: un Dios distinto del universo, un Dios inmanente en el universo, un universo sin Dios”. Sin embargo, afirma que no se desea que en la Universidad “se adore a una Atenea sin ojos para la humanidad y sin corazón para el pueblo... queremos... adorar a Atenea promakos, a la ciencia que defienda a la patria” (Loc. cit.).

Ya desde 1889, en México social y político puede advertirse en Sierra ciertas tonalidades eclécticas al interior de su pensamiento. El liberal, que nunca murió en él, resurge a momentos, ¿acaso no vuelve, a veces, al concepto “abstracto” de justicia y de derechos del hombre?. La influencia de Spencer, S. Mill y del liberalismo tradicional aparecen en su discurso político en una sabia combinación ecléctica, discurso, por otra parte, pleno de sinceridad en el que a momentos se hace patente una angustiosa autoacusación en el plano político. Recordemos la alocución presentada en la Cámara de Diputados el 12 de diciembre de 1893. En ella, recordando la frase evangélica afirma:

...el pueblo mexicano tiene hambre y sed de justicia... todo aquel que tenga el honor de disponer de una pluma, de una tribuna o de una cátedra, tiene la obligación de consultar la salud de la sociedad en que vive; y yo cumpliendo con este deber, en esta sociedad que tiene en su base una masa pasiva, que tiene en su cima un grupo de ambiciosos y de inquietos en el bueno y en el mal sentido de la palabra, he creído que podría resumirse su mal íntimo en estas palabras tomadas del predicador de la montaña hambre y sed de justicia... la maravillosa máquina preparada con tantos años de labor y de lágrimas y de sacrificios, si ha podido producir el progreso, no ha podido producir la felicidad... Pertenezco señores, a un grupo que no sabe, que no puede, que no debe eludir responsabilidades (Ibíd.: 169-170).

La condición humana, lo esencialmente humano fue siempre un imperativo en el pensamiento de Sierra; nos lo confirman, una vez más, sus anteriores palabras.

Bibliografía

Directa

  • Sierra, J. (1977). Obras completas, Vol. IV. UNAM. México.

  • ________. (1977). Obras completas. Vol. V. UNAM. México.

  • ________. (1977). Obras completas. Vol. VI. UNAM. México.

  • ________. (1977). Obras completas. Vol. IX. UNAM. México.

  • ________. (1977). Obras completas. Vol. XII. UNAM. México.

Indirectas

  • Zea, L. (1975). El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia. Fondo de Cultura Económica. México.

*La versión impresa apareció en el libro: Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 121-134.

 

Notas

1 La preferencia de Sierra recae sobre el grupo mestizo; se refiere a él como el que “ha constituido el factor dinámico en nuestra historia”.

2 Podría ser un tema de estudio, interesante, esta desconfianza en la vitalidad del pueblo mexicano; desconfianza que se presentó también, en relación al indígena, en algunos liberales, por ejemplo, en Mora.

3 El Dr. Leopoldo Zea en su obra (1975: 426)), guía inmejorable de investigación para estudios posteriores, nos dice en relación a lo expuesto: “Díaz no podía permitir se estableciese frente a él otro poder, tal como pretendía establecerlo nuestra burguesía independizando el poder judicial, controlando el poder legislativo y la opinión pública. Estaba dispuesto a concederle todo género de ventajas económicas y materiales... pero no a dividir el poder... La única libertad que Porfirio Díaz estaba dispuesto a conceder a la burguesía era... la libertad para el enriquecimiento... Una vez reelegido por tercera vez, Porfirio Díaz se negaría a realizar el programa propuesto por ‘Unión Liberal’”.

Ma. del Carmen Rovira Gaspar
Facultad de Filosofía y Letras/UNAM
Julio 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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