Leopoldo Zea Aguilar |
Humanismo pleno de Leopoldo Zea Aguilar
Alberto Saladino García Datos biográficos Leopoldo Zea Aguilar, hijo de Leopoldo Zea y Luz Aguilar, nació el 30 de junio de 1912 en la Ciudad de México y murió en ella misma el 8 de junio de 2004. En la UNAM conoció a José Gaos, que lo inclinaría a los estudios filosóficos y por cuya intervención obtuvo una beca de La Casa de España en México para dedicarse exclusivamente a los estudios filosóficos. Al terminar sus cursos profesionales de filosofía, continuó sus estudios de maestría y de doctorado en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM entre 1942 y 1943. Durante los años de becario en El Colegio de México se abocó a preparar sus tesis de maestría y de doctorado: en 1943 con el trabajo El positivismo en México obtuvo el grado de maestro en filosofía y en 1944 el de doctor en filosofía con la tesis Apogeo y decadencia del positivismo en México. Leopoldo Zea se ha desempeñado como catedrático, investigador, analista, difusor, funcionario e inspirador de múltiples empresas culturales. Los logros obtenidos por los diferentes roles sociales cumplidos soportaron los múltiples reconocimientos recibidos en vida. Naturaleza humana La principal motivación del quehacer filosófico de Leopoldo Zea fue la comprensión del hombre en tanto ser social, lo cual refleja, por una parte, la continuidad de la tradición filosófica mexicana que a principios del siglo XX dosificaron los intelectuales promotores de la universalización de nuestras creaciones -quienes se habían aglutinado en el Ateneo de la Juventud- y, por otra parte, sus trabajos orientados a la recuperación de la tarea esencial de la filosofía como reflexión en torno al hombre puesto que para él constituye tanto su origen como su fin. Para sustentar el primer planteamiento reproduzco sus propias palabras:
De modo que el programa humanista legado por este grupo de intelectuales le servirá de guía en su filosofar por cuanto focaliza dos aspectos medulares en la reflexión sobre el hombre: sus circunstancias históricas, mismas que lo individualizan, y el reconocimiento de las bases constitutivas de todo ser humano, las cuales le permitieron sustenta la promoción de su universalización. Con relación a la idea de que la filosofía inicia con las inquietudes propias del hombre Leopoldo Zea expone que toda actividad filosófica: “Siempre e ineludiblemente habrá que partir del hombre en sus múltiples contradictorias expresiones” [Zea, 1993: 18], puesto que representa el eje articulador de toda labor intelectual. Más aún, recuerda: “La auténtica filosofía ha sido siempre a lo largo de su historia filosofía comprometida con los problemas de los hombres en su obligada relación con el mundo y la sociedad de su tiempo” [Zea, 1993: 383]. Así pues todo quehacer reflexivo tiene como centro, punto de partida y fin último, al ser humano, por cuanto la explicación de su existencia sólo se esclarece en relación consigo mismo y con sus semejantes, todo ello como manifestaciones de la realidad en la que vive, la cual interpreta de múltiples manera con el propósito de comprenderla. Si otorga esa función a la filosofía en general, no será de otro modo que le asigne a la filosofía latinoamericana el mismo rol, simplemente porque para él la circunstancia histórica es un rasgo constitutivo del reflexionar, que lo marca; interpreta que la filosofía occidental inició en América por la discusión sobre la identidad de los aborígenes. Entonces, históricamente, le es connatural al quehacer filosófico latinoamericano toda preocupación por la condición humana. Por lo demás, Leopoldo Zea exhibe el vínculo entre filosofía y hombre al revisar el carácter instrumental de la filosofía cuando suscribe:
Consecuentemente, la filosofía viene a ser el mecanismo mediante el cual el hombre conscientiza su lugar en el mundo, pues mediante su racionalización se ha situado sobre el resto de los seres vivos. Para él la condición humana fue producto histórico al ejercitar la racionalidad, al desarrollar la creatividad, que no es más que la práctica de la libertad. Por ello acotará: “... la palabra hombre no significa nada si no se relaciona con una situación determinada...” [Zea, 1974: 54], lo cual le permite extender tal identificación a los habitantes de cualquier parte del planeta. Dentro de esa ruta concibe y usa la filosofía como instrumento para explicar la génesis y constitución de la condición humana y por el carácter de discurso liberador que le asigna cuestionará las interpretaciones interesadas y limitantes del llamado humanismo occidental, cuya retórica vino a degenerar en actitudes y acciones contrarias a sus principios. Entonces, la práctica del nuevo humanismo permitirá que “... El deshumanizado occidental podrá, por esta vía, volver a humanizarse, alcanzar su más auténtica humanidad... La filosofía occidental tropieza con el hombre, y al reconocerlo reconoce, también, su propia humanidad” [Zea, 1974: 114-115]. De modo que la filosofía latinoamericana viene a cuestionar, corregir, revolucionar y enriquecer el quehacer filosófico occidental. Su humanismo pleno lo sustenta Zea en la comprensión de la existencia de distintas concepciones acerca del ser humano al apuntar:
La praxis comprometida del quehacer filosófico de Leopoldo Zea le permite radiografiar el exclusionismo del humanismo occidental que pone en tela de juicio la humanidad de los habitantes de las regiones periféricas, pero al mismo tiempo proclama otra forma inclusiva y desenajenante, la de su humanismo pleno que toma como base la recuperación del pasado, alineándolo en la tradición labrada a lo largo del siglo XX. Como rasgos del humanismo pleno pueden enumerarse los siguientes: 1. De carácter liberador. Filosofar a la altura del hombre significa destacar el compromiso de quien lo hace con su tiempo y sus circunstancias. Esa es la tarea de Leopoldo Zea que le permite sustentar la apreciación de que todos los hombres tienen la misma capacidad para constituirse como tales sin necesidad de esperar reconocimiento de otros. Patentizar esa capacidad es lo que lo lleva a cuestionar y responder: “... ¿Qué hace del hombre Hombre? Y, por ende, del latinoamericano un hombre sin más... la libertad creadora. Un modo de ser que todos los hombres poseen por el hecho de ser hombres...” [Zea, 1974: 27]. En efecto, la capacidad de pensar es el respaldo principal para superar toda enajenación. Así sentencia: “... los hombres de razón, los intelectuales, han de luchar por hacer prevalecer la única posible: la propia del hombre. La del hombre concreto: la razón capaz de comprender y hacerse comprender y a través de esta comprensión hacer patente la igualdad que entre sí guardan todos los hombres de la tierra sin discriminación alguna...” [Zea, 1993: 236]. 2. Reconocimiento a las diferencias. La exposición de las peculiaridades de los seres humanos no la acepta en el plano de los discursos hegemónicos, sean de carácter racista, clasista o colonialista, sino sólo las que se refieren a las individualidades forjadas por las circunstancias imperantes. Al efecto afirma:
El reconocimiento de las peculiaridades individuales resulta elemento clave para explicar la perspectiva humanista de Leopoldo Zea, pero también como argumento para enfrentar las interpretaciones interesadas que se amparan en las diferencias de tipo social, e incluso étnicas. Las diferencias humanas son innatas, modeladas por las circunstancias históricas y deben ser consideradas con el afán de enfatizarlas dentro del conjunto de relaciones sociales existentes para ser comprendidas y así coadyuvar al fortalecimiento de esas relaciones, como suma de diferencias, propias de la naturaleza humana. 3. Resemantizar los valores éticos. La necesidad de sustanciar el nuevo humanismo parte de la agudeza analítica de Leopoldo Zea al observar que los valores pregonados por el mundo occidental han servido para justificar su hegemonismo, por lo que se requiere recuperar su semántica original y extender su aplicación a todos los seres humanos. Pero también concibe como necesario ir más allá de la resemantización por lo que propone adicionar otros valores, que son propios de sociedades no occidentales con los cuales incluso se enriquece la comprensión del género humano. Sobre el particular ha escrito:
La producción intelectual de Leopoldo Zea da cuenta de su inquietud por renovar el humanismo, mediante tópicos de la ética. 4. Fomentar la igualdad en las relaciones humanas. En la dialéctica del pensamiento de Leopoldo Zea se palpa la pretensión liberadora del sojuzgamiento padecido por el oprimido, no para convertirlo en opresor, sino para conscientizarlo de la necesidad de su liberación e igualarlo con los demás. Obviamente, en esta interpretación revela, de paso, su compromiso con las circunstancias que le ha tocado vivir, por lo que concluye: “... Ser hombre es ser, simplemente, lo que se es, latinoamericano, como el yanqui es yanqui, el francés, francés y el inglés, inglés...” [Zea, 1974: 25]. Este aspecto de su humanismo permite mostrar la innegable igualdad de la naturaleza humana, cuyo accidente radica en haber nacido en circunstancias específicas. De modo que la capacidad racional de los seres humanos debe tener como horizonte la comprensión de las diferencias patentizando la igualdad, así dirá Leopoldo Zea: “... Igualdad en la ineludible desigualdad de los hombres entre sí como individuos concretos que son. Ineludible diversidad que al ser comprendida y respetada puede posibilitar la auténtica paz que ha de prevalecer entre los hombres” [Zea, 1993: 236]. O como gusta resumir, los seres humanos son iguales al comprender sus diferencias. 5. De profunda actitud solidaria. En efecto, el humanismo de Leopoldo Zea exhibe una veta de solidaridad manifiesta tanto en su vida cotidiana como lo testimonia sus apoyos a las actividades de los estudiantes cuando fungió como director de la Facultad de Filosofía y Letras, el acercamiento con estudiantes y la incorporación de profesores procedentes de países latinoamericanos donde las azonadas militares estaban a la orden del día [Santana, 1992: 190], o la legitimación al proceso revolucionario cubano, pero también en su obra teórica en particular cuando propone que la dependencia debe ser trastocada por relaciones de solidaridad: “Son los hombres los que al reconocerse en otros hombres, como seres iguales, semejantes, los asimilan, los hacen su prolongación y se convierten en prolongación de ellos, en otra relación que no puede seguir siendo la de la reificación de dependencia, sino una relación de solidaridad” [Zea, 1977: 45-46]. Convierte la solidaridad en fundamento y fin del humanismo por posibilitar la concreción de relaciones de igualdad entre los humanos, al saberse semejantes, iguales, pares entre pares:
Erige la solidaridad en uno de los más altos valores que el hombre debe propugnar: “La nueva solidaridad... deberá ser ajena a los circunstanciales éxitos materiales... El hombre concreto, al que es también esencial ser de un lugar o de otro, tener una determinada piel u otra, una religión u otra, unas opiniones u otras, pero sin que por esto deje de ser un hombre, sin que tal cosa haga de él algo más, algo menos que un hombre” [Cazañas Díaz, 1993: 203]. Incluso mediante la solidaridad recoge parte de la veta humanista de la vida comunitaria ancestral y vigente de las sociedades latinoamericanas. 6. De carácter universal. Con fundamento en lo señalado, puede destacarse que su humanismo aspira a ser verdaderamente universal, porque sus reflexiones tienen un horizonte omniabarcante al perfilar una idea de hombre en la que todos los seres humanos puedan reconocerse. Lo importante estriba en que su praxis intelectual lo hace asumiendo sus circunstancias sin que ello le obnubile enriquecer el quehacer de la filosofía en general. Tal interpretación es factible demostrarla con sus propias palabras:
De modo que el norte de sus reflexiones sobre el hombre consistirían en forjar una comprensión más humana de las relaciones entre los individuos, las sociedades y las naciones: “Todo hombre ha de ser centro y, como tal, ampliarse mediante la comprensión de otros hombres” [Zea, 1990: 24]. El humanismo pleno lo codificó Leopoldo Zea asumiendo los aportes de los más preclaros humanistas que lo generaron desde el mismo siglo de la conquista y, sobre todo, de los humanistas latinoamericanos que le marcaron su derrotero a principios del siglo XX. En la construcción de su humanismo pleno, por concreto, liberacionista y universal, ha dialogado, con los distintos tipos de humanismo occidental: el cristiano, el marxista, el burgués, el existencialista, etcétera. En su pensamiento se reconoce una multiplicidad de fuentes y ha tenido como saldo contribuir al esclarecimiento de los derechos humanos en América Latina y en el mundo. Postura gnoseológica En la abultada obra de Leopoldo Zea se encuentra implícito el optimismo epistemológico toda vez que para él el hombre no sólo es capaz de conocer sino que el ejercicio del saber es una necesidad vital, que para el caso de la realidad latinoamericana representa la condición sine qua non para trascender las añejas condiciones de dependencia e injusticias sociales persistentes. Por ejemplo ha escrito en referencia a los planteamientos de José Martí que por desconocimiento de nuestras circunstancias: “... han fracasado los proyectos que en América han tratado de eludir su propia realidad. No es la levita, ni la chistera lo que cambia a un pueblo, sino el saber qué es este pueblo conociendo, así, sus más altas virtudes y valores para que ellos sirvan de estímulo y desarrollo” [Zea, 1978: 291]. Así adjudica a la propia naturaleza humana su capacidad para racionalizar cualquier situación y piensa que el desafío del conocimiento lo constituye la realidad en sus múltiples manifestaciones. Límites del hombre Para Leopoldo Zea la naturaleza es el espacio preexistente y la condición misma de la vida, en consecuencia el ser humano, como producto de la naturaleza y de la historia, es el principal responsable para propugnar su equilibrio por cuanto es el único ser que la ha racionalizado. Por ello plantea, ante las acciones humanas que ha venido minando el equilibrio de los ecosistemas como desafío su conservación y restitución. Un tópico controvertible en los planteamientos de Leopoldo Zea lo constituye el asunto racial, realidad ineludible en América Latina. Naturalmente su postura al respecto consistió en combatir todo tipo de discriminación, y a la vez rescatar el significado de la pervivencia del indio al apuntar: “... el indio ha sido objeto de explotación y exterminio... Pero ahora, en ese buscar sobre sí mismo, el pensamiento de esta América encuentra la mitad de su ser. Como la otra parte de su propio ser” [Zea, 1976: 451]. Así rescata el significado de la existencia del indio y lo reconoce como un hombre sin más, por ello al conjuntar las interpretaciones del indigenismo y la negritud suscribirá que:
Con lo cual reconoce la igualdad humana más allá de las situaciones circunstanciales, rechazando así todo intento de promover la autonomía étnica por representar otra forma de exclusión. “Para Zea el indígena debe ser incorporado y participar del desarrollo como el resto de los mexicanos. Los indígenas son mexicanos sin calificativos de ninguna clase” [Rodríguez Ozán, 2003: 195]. Más aún, al abordar el problema racial Leopoldo Zea lo ubica más allá de las diferencias somáticas lo cual le permite resemantizar su contenido al precisar, en referencia al lema vasconceliano “Por mi raza hablará el espíritu” de la Universidad Nacional de México: “Raza que no es raza, sino actitud de respeto para todas las expresiones de lo humano, y a partir de este respeto, la posibilidad de una Cultura de culturas y de la Nación de naciones con que soñaron nuestros mayores” [Zea, 1993: 422]. Significado de los valores Para Leopoldo Zea la cuestión de los valores resulta fundamental dentro del conjunto de su obra y, por ende, no puede reducirse su concepción a una mera exposición academicista o teorizante, al margen de las condiciones históricas; todo lo contrario, deben explicarse a partir de esa vinculación puesto que así podrá mostrarse de mejor manera su posición al respecto. En efecto, destacan dos aspectos interconectados. Por una parte, el carácter liberador y comprometido de su quehacer filosófico que lo lleva a exhibir el relativismo axiológico de la cultura occidental, cuya moral patentiza la justificación de su expansionismo mediante el colonialismo, el imperialismo y cualquier otra manifestación de sojuzgamiento. Por otra parte, su rechazo a todo tipo de discriminación y dominación con lo cual promueve una nueva moral sustentada en los valores de reconocimiento a las diferencias, en el diálogo como producto de la igualdad y la solidaridad. De modo que sus planteamientos sustancian la exigencia de una nueva ética, humanista, de verdad universal. Propuestas sociopolíticas La labor intelectual de Leopoldo Zea puede tomarse como una propuesta ideológica y él mismo lo suscribe al apuntar que toda filosofía, además de rigurosa en su lógica, de contemplar una ética, es también ideología. Aplicándole tal perspectiva resulta comprensible su crítica a las condiciones existentes de dominación y sujeción. Por su praxis filosófica se entiende su propuesta de liberación que si bien trasluce los aspectos económico-social, se reduce básicamente a su carácter cultural. Su convicción de que la filosofía se ha practicado como ideología lo lleva a justificar su compromiso y propuesta política evidenciada tanto en respaldar el nacionalismo revolucionario que dominó la escena pública del siglo XX como por su participación en actividades partidarias y públicas tanto en el seno del Partido Revolucionario Institucional donde propició la creación del Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, como en la Secretaría de Relaciones Exteriores en cuyo seno estableció la dependencia encargada de los asuntos culturales. Con base en su participación pública como por su obra escrita, Leopoldo Zea critica al capitalismo al señalarlo como responsable de las injusticias tanto por la dependencia creada por los países centrales sobre los periféricos, como las existentes en cada sociedad. De este modo justifica su vocación antiimperialista. Al mismo tiempo explica el carácter enajenante de tal sistema de producción, por lo que la filosofía resulta un instrumento indispensable para esclarecer la realidad y en consecuencia promover la liberación, de ahí que proponga como solución la necesidad de la unidad de acción de los pueblos. Con la finalidad de matizar su crítica al imperialismo hay que señalar que no toda iniciativa estadounidense la visualiza como negativa:
Así retrata el comportamiento de la potencia hegemónica de nuestros días cuyos gobernantes persisten en su providencialismo para justificar sus políticas intervencionistas para apropiarse de más recursos naturales. Sus opiniones sobre el socialismo son benévolas. Por ejemplo explica que el derrumbe del llamado socialismo real no equivale a rechazar los valores de construir sociedades democráticas, libres y justas, pues los países que fuera de Occidente vieron al socialismo como meta para anular el colonialismo y si bien lo hicieron al margen de las interpretaciones ortodoxas de Marx y Engels, no puede ser ese heterodoxismo justificación para desestimar sus procesos. Para respaldar lo anterior reproduzco su propuesta societaria:
Respecto de sus puntos de vista sobre la guerra y la paz sólo hay que decir que ha sido un incansable promotor del pacifismo y por tanto crítico de la violencia, en particular de las guerras de intervención como los casos de la segunda guerra mundial, las guerras contra Corea, Vietnam, Irak y las invasiones a varios países latinoamericanos. Debe añadirse el cuestionamiento al uso de la tecnología como mecanismo de los países capitalistas poderosos para prolongar la dependencia de las sociedades periféricas, esclareciendo: “El hombre, para amenazar, amedrentar y someter al hombre no usa la cachiporra, pero enarbola, como tal amenaza, o golpeando cuando es posible, atómicas y otras armas igualmente destructivas... una técnica siempre al servicio de los más poderosos...” [Zea, 1976: 60-61]. De paso aprovecho para resumir sus opiniones sobre la ciencia, la técnica y la modernización. Para Leopoldo Zea los avances de la ciencia y de la tecnología son creaciones sublimes de la inteligencia humana, cuyas manifestaciones contemporáneas convocan a la reflexión por la exaltación que de ellas se hace de meros saberes útiles, sin importar que para el efecto se les haya erigido en manipuladores de la naturaleza. Ciertamente la concepción positiva que tiene de la ciencia y de la técnica la finca en el hecho de comprender que son productos del esfuerzo cultural de toda la humanidad, de lo cual deriva que ninguna sociedad puede estar excluida de la posibilidad de colaborar en esos campos para bien de ellas como de los seres humanos en su conjunto. Aunado a lo anterior, las conceptúa como instrumentos o medios que deben ser utilizados para provecho del bienestar humano. Por ende, no percibe estos tipos de actividades como fines en sí mismos ni plantea que deban ser vistas como fundamento del sentido de vida de los hombres:
Tal concepción de la tecnociencia, término que por cierto no utiliza, la respalda en su amplia obra y su praxis filosófica, por lo cual somete a severa radiografía su pretendido rol hegemónico y pragmatista. De modo que la hegemonía de la tecnología resulta una real amenaza al propugnar la desnaturalización tanto de la razón de ser de la ciencia como de la filosofía. Por ello alerta:
Así para Leopoldo Zea, lo virtuoso de la ciencia como de la técnica consiste en ser herramienta para explicar la realidad y coadyuvar a aminorar la problemática social. El cultivo de la ciencia y de la técnica, en su perspectiva, se hará imperioso por ser instrumentos indispensables para mejorar las condiciones de vida y el desenvolvimiento de los pueblos de América Latina, pues no se puede renunciar al progreso material, por el contrario, debe hacerse parte del propio modo de ser [Zea, 1976: 82]. Concepciones sobre el papel de la educación y las artes Por lo que se refiere a la educación, ésta es apreciada por Leopoldo Zea como una función social básica, formadora de seres humanos, de individuos comprometidos con su comunidad, por lo cual le asigna, entre otras tareas, coadyuvar a la integración regional, al demandar: "La integración [...] se haga expresa en la conciencia del educando y, a partir de lo cual éste pueda actuar para el logro de su realización" [Zea, 1986: 13]. La visión iluminista de Leopoldo Zea queda esbozada con el planteamiento de que sólo la educación permitirá consumar la emancipación por ser portadora de las luces intelectuales, esclarecedora y concientizadora de la realidad, la dependencia cultural de Latinoamérica. La interpretación de que la educación es herramienta de emancipación intelectual la ha propugnado durante toda su vida pero con la acotación de que su fin último es el conocimiento del hombre: "El hombre es algo concreto, algo que se hace y perfila dentro de una realidad determinada. Conocer esta realidad era así una de las más urgentes tareas, pues de ella dependía la educación de ese hombre al que trataba de independizar por el más seguro de los medios, el de su emancipación mental" [Zea, 1972: 89]. Para otorgarle eficacia a la educación plantea la necesidad de identificar la herencia colonial y promover el conocimiento de las distintas manifestaciones culturales: las artes, las humanidades, las ciencias, los avances tecnológicos, al contextualizarlos históricamente, y recurriendo a las funciones con las que ha de concretarse una educación sólida y vinculada con la realidad. La educación será, así, el soporte para garantizar el desenvolvimiento de la cultura latinoamericana como parte de la cultura occidental y mundial, de una nueva relación donde desaparezca la subordinación o menosprecio, por lo que fomentará su misión humanística de ser eminentemente liberadora, coadyuvando a sepultar la cultura encubridora y excluyente. Cultura latinoamericana Leopoldo Zea asigna carácter liberador a la cultura latinoamericana, pero también exige el reconocimiento a la existencia otros pueblos con manifestaciones propias. Que tanto unos como otros poseen y generan cultura del mismo valor, ni superiores ni inferiores. Para que la cultura latinoamericana contribuya a exhibir su originalidad y función liberadora, Leopoldo Zea se echó a cuestas el establecimiento de instituciones y organización de eventos que la promuevan, con una clara misión integradora entre regiones como entre pueblos:
Así pugna por una integración plural, abierta a todos los hombres y pueblos en un plano horizontal, de igualdad. Para adicionar elementos que confirman tal vocación reproduzco los adjetivos e interpretaciones con los cuales se puede enfatizar que la integración debe empezar por los pueblos de América, al ser empleados como sinónimos: América Latina, Latinoamérica, Iberoamérica, América Ibérica, América Hispánica, Lusoamérica, Indoamérica, América India, Nuestra América. Incluso va más allá de su sola enunciación al hacer eco de calificaciones otorgadas a esta región o promoviendo propias como los casos de contexto geográfico, dimensión histórica, continente fuera de la historia, ínsula gigantesca, utopía permanente, realidad nuestra, etc. Lugar de la filosofía De lo expuesto, y como epílogo, se precisa señalar el lugar que le otorga a la filosofía. Siguiendo el programa intelectual que le trazó José Gaos, Leopoldo Zea ha promovido conocimientos y reflexiones para la liberación mental de Latinoamérica y no sólo. El texto que puede tomarse como puente entre sus preocupaciones de historiador de las ideas y filósofo de nuestra circunstancia lo constituye La filosofía americana como filosofía sin más aparecido en 1969 como respuesta al libro de Augusto Salazar Bondy, ¿Existe una filosofía de nuestra América? (1968), donde recupera la veta de que la filosofía en América inició con el problema del hombre, al señalar su originalidad y clarificar que la filosofía es más que ciencia rigurosa e ideología, por ser saber ético, y concluir que su autenticidad consiste en pensar desde nuestra circunstancia, lo cual significa hacer filosofía sin más, cuya función será conscientizar la condición de subordinación y a partir de tal autognosis promover los mecanismos para superar dicha situación [Zea, 1974: 160]. Tal manera de concebir su praxis filosófica proviene del conocimiento y comprensión de los planteamientos de los más preclaros expositores del pensamiento latinoamericano. Así en 1980 la sustancia al decir que Simón Bolívar planteó los principales problemas que debe y había venido atendiendo nuestra filosofía:
La conceptuación que ha cultivado de la filosofía resulta punto de partida ineludible para comprender las implicaciones de su quehacer intelectual. En principio hay que señalar que para Leopoldo Zea el ejercicio de la filosofía es actividad intelectual comprometida, por ser saber útil, orientador y esclarecedor de la realidad para atender los problemas existentes al ubicarlos dentro de las propias circunstancias con el propósito de buscar soluciones convincentes. Para el efecto establece una clara diferenciación entre la problemática que le es propia y el instrumental para operar. En el primer caso la filosofía es verdad histórica circunstancial, y en el segundo es concreción o empleo de la racionalidad porque en occidente, apunta, nació con el principio dual del logos: razón y palabra. De forma que la concepción filosófica desarrollada por Leopoldo Zea exhibe las múltiples singularidades de todo quehacer filosófico al entender a la filosofía como saber reflexivo y problematizador. Ese rol le es inherente a la filosofía, y él mismo lo reconoce al suscribir: “La historia de la filosofía... es... la historia de un aspecto de la cultura... [que nos] muestra la aventura del hombre en este permanente preguntar...” [Zea, 1974: 10]. En consecuencia ubica a la filosofía como una parte más de la cultura, con la función específica de catalizar las interrogantes e inquietudes genuinas de los seres humanos. En fin, la filosofía, según Leopoldo Zea es actividad humana por antonomasia, cuya mecánica inicia con la determinación racional de las cuestiones caras al ser humano, de permitir radiografiar la realidad a partir de la búsqueda de problemas esenciales, al ubicarla como saber positivo, fundamentada en el rigor gnoseológico, de implicaciones éticas e ideológicas, y siendo la expresión más acabada de las diversas circunstancias de cada sociedad, con la cual abonó la existencia de la filosofía en América Latina, y le otorgó carta de naturalización al aportar nuevos enfoques a los temas tradicionales como el de identidad y del humanismo.
Bibliografía Directa
Indirecta
Alberto Saladino
García |
© 2003 Coordinador General para México,
Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX
ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de
2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez. Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan. |