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C. Chr. F. Krause
Julián Sanz del Río

 

Ideal de la Humanidad para la vida

89.

Segundo género de sociedades fundamentales
Sociedades reales.

La plenitud histórica de la humanidad pide de parte de sus individuos y sociedades interiores una realización de todas las obras que debe aquélla cumplir según su naturaleza y bajo leyes superiores del mundo, a saber: las obras reales de ciencia y arte, en forma de moralidad, de derecho, de religión, esto es, con carácter personal, bajo condiciones, en subordinación a Dios.

Para el cumplimiento de estas obras reales humanas y su forma, se requieren dos condiciones: que la obra en sí considerada, sin mirar al autor ni al modo de obrar, sea buena y corresponda a su idea; además, que las obras sean hechas conforme a la naturaleza del autor, esto es, de modo humano, y en sí bueno. La conformidad de la obra con la naturaleza del sugeto es esencial, siendo las obras humanas obras sociales y debiendo ser realizadas socialmente. Por lo tanto pide cada una de las obras reales humanas una sociedad interior activa, en la que se reúnan los colaboradores por motivo del fin común, y obren según las leyes contenidas en este fin, y según la naturaleza de la humanidad, y las leyes del espíritu y del cuerpo fundadas en ella. De aquí resultan dos géneros de sociedades, además de las sociedades personales ya explicadas; sociedades reales constituidas en razón de las obras reales humanas: ciencia y arte; sociedades formales constituidas en razón de las formas de obrar: en forma de mérito moral, de condición jurídica, de subordinación a Dios, y todo esto hecho con bella expresión: sociedad moral, sociedad política, sociedad religiosa (Virtud, Estado, Iglesia).

90.

Sociedad fundamental científica

Aplicando esto a la ciencia y la obra científica en la humanidad, debe la ciencia mostrar su carácter y vida propia en una sociedad y sociabilidad interior, de grado en grado (conforme a la naturaleza del fin), que cultive la ciencia como objeto real y fundamental humano, y como tal la enseñe, la propague y la aplique a los hechos. Cada ciencia en sí, como obra real humana, funda su valor y perfección orgánica, no en que abrace en forma de conocimiento todas las cosas, en que todo lo que hay que saber sea en efecto sabido, fin irrealizable por el espíritu finito; y aun por infinitos espíritus finitos; sino en que la ciencia se aplique a todos los objetos cognoscibles, al conocimiento de Dios, al del espíritu y la naturaleza, y al hombre, con igual interés y ley, según la razón del fundamento, y de concierto con el orden del mundo y de la historia, desenvolviéndose en toda su obra como una edificación progresiva y orgánica: en que, además, el conocimiento científico sea tomado igualmente de todas las fuentes de conocer; en que la ciencia fundamental y la ciencia ideal sean construidas en relación con la ciencia experimental; por último, en que el conocimiento sabido sea expresado y propagado bajo todas las formas posibles, claras y verdaderas.

Porque Dios es uno y unidad absoluta, y en la unidad de Dios se demuestra el mundo como un organismo interiormente ordenado, inteligible para el espíritu, y realizable en la esfera de la libertad conforme a la ley de su idea eterna. Este organismo del mundo y del hombre debe ser demostrado y representado ante el espíritu para hacerlo efectivo también en la vida y libertad humana. Y, cuando la ciencia se halle en la posesión de todas sus fuerzas, y su forma de obrar (el método) sea digna de la humanidad; cuando el espíritu científico se despierte con igual movimiento en relación con los climas y los pueblos sobre toda la tierra, entonces será la ciencia humana semejante a un niño recién-nacido y bien formado, que crecerá de día en día proporcionalmente en todos sus miembros, y cuya vida penetrará y animará todas sus obras, y enriqueciéndose cada día con nuevas adquisiciones, llegará a su madurez y complemento humanamente posible. A este florecimiento se acercarán la ciencia y la sociedad científica en la tierra, cuando nuestra humanidad, como el sugeto de esta obra, toque a la plenitud de su vida en los demás fines y sociedades fundamentales para ellos.

91.

Caracteres científicos. -El individuo: el pueblo

La ciencia humana sólo en forma de una sociedad real para su fin puede ser cultivada útilmente. Mas por esto mismo y para ello debe cada hombre y cada persona social mostrar y desenvolver un propio carácter científico; y este carácter no consiste tanto en que el sugeto sepa esto o aquello, más o menos cosas, sino ante todo en que conozca lo que conoce bajo un modo propio y libre; que haya alcanzado su ciencia mediante una indagación racional y metódica, que pueda comunicarla y la comunique efectivamente a otros en una exposición peculiar, clara y bella. Análoga esfera y carácter científico, aunque más comprensivo, se debe formar en la sociedad doméstica, en la de amigos, en las libres sociedades científicas, en los pueblos bajo su cultura nacional, y en los pueblos unidos de partes mayores de la tierra. Por ejemplo, en la ciencia europea el alemán, el francés, el español, el italiano, el inglés, poseen caracteres científicos diferentes unos de otros; pero cada cual de ellos, donde se manifiesta puro y bien determinado, es verdadero y bello y concurre útilmente a la edificación social científica. Asimismo, el indio, el tibetano, el chino, el persa, el árabe, encierran en sí, como científicos, caracteres opuestos. Y todavía sobre estas oposiciones particulares expresan los pueblos europeos en su ciencia el común carácter de la humanidad y cultura europea, y los asiáticos llevan todos el común carácter de la cultura y la ciencia asiática.

Esta variedad de los caracteres científicos es una peculiar excelencia del espíritu: ella nos reconcilia con la limitación de nuestro conocimiento, puesto que la verdad es una y la misma en medio de estas diferentes expresiones; pero en ellas se manifiesta la verdad, digámoslo así, bajo todas sus perspectivas, en sus libres e infinitos rayos. La idea de la humanidad, en su sociabilidad y sociedades interiores, exige que esta variedad de los caracteres científicos sea estimada debidamente y desarrollada de grado en grado, que se contraponga simple y doblemente en sus extremos, y luego se componga en caracteres armónicos, para que la humanidad realice dentro de su historia, y su historia científica, las leyes del mundo: unidad simple, oposición interior, armonía.

92.

Cultura científica. -Conservación, indagación, exposición

Siendo la ciencia una obra interior e histórica mediante la colaboración de todos los pueblos y siglos, nacen de la idea de la sociedad humana para la sociedad científica, las siguientes leyes fundamentales. -Lo primero, exige esta idea conservar y ofrecer el tesoro científico (la Biblioteca) al conocimiento de las generaciones presentes y sucesivas; ordenar bajo clasificaciones literarias, y géneros científicos, el tesoro existente del conocimiento humano; anudar con esto existente, según los géneros y las ciencias particulares, las nuevas adquisiciones en cada género, señalar los lugares y cuestiones que piden en el presente estado literario nueva indagación, si la ciencia humana ha de cultivarse en forma de una edificación orgánica, con uniformidad y con medida entre sus partes y con el todo. Igualmente exige aquella idea estimar y utilizar todas las formas de exposición y propagación del conocimiento, para que la ciencia se realice como una obra social, bella y útil a todos (arte científico).

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Además, exige la idea de la sociedad científica en la humanidad, que para hacer efectivas estas leyes, se forme de grado en grado una sociedad real para la ciencia y el fin científico, con tendencia a abrazar toda la humanidad bajo Institutos relativamente subordinados y coordinados para la cultura igual de todos. Para hacer posible un día este Instituto científico-terreno, deben desde hoy, en la previsión de esta definitiva unión, comunicarse todos los científicos como una grande y libre familia, como consocios de una sociedad fundamental, y en su género absoluta. A semejanza de las demás sociedades humanas, y según su fin, deben ya desde ahora los científicos, y salva la respectiva dependencia de las demás sociedades fundamentales (patria, estado, iglesia) entrar de todos lados y modos en efectiva y recíproca comunicación, y debe cada uno encontrar fácil y grata acogida en todas partes de la tierra.

De aquí, además, toda localidad que encierra una sociedad permanente humana, toda ciudad, funda naturalmente una sociedad local para el fin científico, la cual mediante concurso común, y bajo plan concertado se consagra a la conservación, a la indagación y a la exposición científica con relación al lugar en que vive y obra, y juntamente preside a la educación de la juventud ciudadana en la ciencia. Sobre estos Institutos locales nacidos en la vida de la ciudad misma, vienen en orden inmediato y bajo semejante forma los institutos provinciales o de círculos geográficos para la ciencia; y todos vuelven otra vez a reunirse en sociedad compuesta superior en el Instituto del Pueblo para la ciencia, el instituto nacional científico (la Universidad) (1).

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(1) Ante esta idea de la Ciencia como obra real e interior humana resalta vivamente, cuán lejos está hoy la sociedad científica de un estado orgánico en sí y con las demás instituciones y fines sociales, y de dar los frutos que todos esperamos de ella, como una luz central de la vida. Hasta hoy se ha cultivado la ciencia de un hombre o a lo más de una escuela; pero no se ha cultivado como la ciencia de sociedades superiores humanas, y mucho menos como la ciencia de la humanidad en sociedad sistemáticamente organizada y activa para el fin científico. Y no habiendo tratado la ciencia bajo esta idea social, como vida y obra del todo sobre cada parte, no hemos indagado las condiciones que la humanidad en este su fin común exige de los científicos como miembros dignos de esta sociedad y cooperadores en esta parte de nuestro destino. Tampoco hemos observado, por atender sólo al fin temporal de la ciencia, los gérmenes latentes sanos de una ciencia real, los presentimientos inmediatos de la verdad que como suelo virgen lleva en sí nuestra humanidad y los comunica secretamente como una tradición espontánea y viva del espíritu. No habiendo conocido hasta hoy los científicos toda la idea y el plan de su obra, no habiéndose formado un carácter y vínculo interior permanente (una conciencia y una libertad científica), interrumpida su acción a cada nuevo esfuerzo y renacimiento por accidentes exteriores políticos, obligado el científico a servir a los fines temporales de la vida o descaracterizado por poderes exteriores que han autorizado a veces fines egoístas y antihumanos, vendiendo cara a la ciencia una pasajera tutoría; aguarda hace siglos esta Institución fundamental el día de obtener todas las condiciones y medios legítimos para su fin, en justa relación con los demás fines y sus sociedades respectivas, y en una vida interior igual de todos lados y fecunda en los frutos de su idea propia.

Las consecuencias de no haberse cultivado la ciencia como fin y obra no meramente buena, sino obra fundamental y condicional para nuestro destino, de no habernos aplicado a ella como a una construcción individual y social juntamente, han caído de lleno sobre la ciencia misma. No han aspirado los científicos a buscar el fundamento real (absoluto) de la ciencia, ni el fin real a que conduce como guía, a su modo, de toda la historia humana. Se han contentado con fundamentos segundos presuntivos (suposiciones) dentro de la ciencia misma, sin esperar a que el fundamento real de la verdad se muestre, mediante una indagación metódica, en su verdad objetiva. Igualmente, en su historia propia y en sus relaciones con las demás sociedades fundamentales, ha adolecido la sociedad científica de enfermedades que paralizan sus mejores fuerzas, la presunción de ciencia que apaga el único estímulo legítimo de la indagación; la particularidad del fin que a cada paso vincula la ciencia a intereses de casta, de clase o de la gloria personal. Hoy mismo, las dos direcciones fundamentales científicas, la dirección inductiva a conocer el principio real, y la deductiva a determinar, exponer y aplicar el conocimiento adquirido, estas dos direcciones están sólo ensayadas y parcialmente realizadas, no con igualdad y plan sistemático, no como condición y camino a la vida social y a la realización del destino total humano, ni bajo la acción orgánica de una sociedad fundamental autorizada según la naturaleza del fin y en fuerza de una propia y libre constitución.

Estos caracteres no los tienen los ensayos hasta hoy realizados para enlazar la vida científica con la social. En la ciencia, como obra social humana y luego descendiendo, popular, individual, sólo existe hoy el lejano presentimiento de una sociedad fundamental científica, en la que reuniendo nuestra humanidad, y nosotros en ella, todas las condiciones y medios de conocer la verdad de las cosas y de la vida (fuentes de conocimiento), y organizados en sociedad activa libre y omnilateral para este fin, emprendamos la obra de la ciencia en indagación y deducción (analítica y sintética) como una edificación interior de todo el hombre. La humanidad ha obrado hasta hoy más para realizar las condiciones exteriores (estado y economía social) que las interiores de su humanización. Por esto la historia ha sido política ante todo y sólo en segundo término y en individuos privilegiados ha sido científica o artística; aunque la idea del derecho y su forma, el Estado, no es más fundamental que la idea y sociedad para la ciencia o para el arte, y sólo en la limitación histórica se cumple antes aquella idea y fin condicional, para que en su tiempo se realicen las demás ideas y fines fundamentales, la ciencia, el arte, y demás.

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Hay en la institución científica (Universidad), llamando así la sociedad humana para la ciencia, una relación continua entre sus funciones particulares y las instituciones correspondientes, relación no por cierto arbitraria, sino nacida de la idea misma de la ciencia como obra y edificación total de su género. Estas funciones e instituciones interiores de la ciencia se reducen a tres: la Biblioteca, la Academia, la Cátedra. La Biblioteca y el bibliotecario, en la colección, conservación y clasificación del tesoro científico, busca con exquisita diligencia lo nuevo y lo antiguo que ofrece la historia literaria, con el solo fin de completar su colección (según el género literario predilecto). Poseído de un espíritu bibliófilo, no perdona pesquisas, gastos ni viajes para enriquecer su tesoro. El interés apasionado, los sacrificios que hace de otros bienes y goces al fin de la busca y conservación de libros, aun sin conocer a fondo su mérito científico, se comunica a sus compañeros de profesión, y forma el espíritu común de la institución. -Pero el libro o escrito salido de las manos del autor, no debe quedar en la biblioteca como cuerpo muerto destinado al simple depósito y conservación, sino que, aparte del contenido científico y de su utilidad en esta razón, forma en la historia literaria (en la que su aparición es un verdadero suceso) una parte viva y muy relacionada con la cultura total del pueblo; y estas relaciones que expresan el valor literario (bibliográfico) del libro, toca al bibliotecario, en sus funciones siguientes a la de colección, conocerlas y aplicarlas a los libros atesorados, en otros tantos juicios histórico-bibliográficos, que continúan la vida del libro como cuerpo literario.

Estos datos y juicios, no internos ni científicos todavía sino sólo literarios, que prestan al libro un aumento de vida latente, pero que realza su mérito tanto más, cuanto más antiguo es (y de que los llamados Índices son un imperfecto principio), se ejecutan por otras tantas funciones bibliográficas, cada una de las cuales pide la aplicación de funcionarios y profesores especiales y tiene su teoría y su práctica correspondiente. Desde luego se distinguen tres aspectos principales en el libro como producción y cuerpo literario, y que el bibliotecario debe determinar en otros tantos capítulos de la estadística y juicio bibliográfico: la relación del libro con las producciones literarias contemporáneas, con el autor como su padre, y con el estado literario del pueblo y del siglo. Estas relaciones, determinadas en la historia bibliográfica del libro (con la aproximación posible) dan al lector y al pueblo otros tantos datos para apreciar el valor relativo literario de la obra y mueven vivamente al estudio y juicio científico.

La tercera y más principal función bibliográfica es la clasificación del libro en órdenes y géneros científicos según la idea que en él se deduce y expone como parte de la edificación científica humana. Este juicio de clasificación, sin ser un juicio interno ni definitivo doctrinal, mira sólo a estimar la obra según el fin que se propuso el autor y el modo del desempeño (el método, la claridad de exposición, el estilo literario), pero refiriéndolo todo con la determinación posible a los géneros correspondientes en doctrina, en método, estilo y demás. Y aunque estos juicios literarios se acercan mucho a la doctrina misma, nace esto de la íntima relación que hay entre la forma y el fondo de toda obra humana, entre el cuerpo y el espíritu; cuanto más que el bibliotecario, decimos otra vez, no juzga directamente ni aun del valor literario del libro, sino que verifica sólo su relación histórica, y la clasifica en géneros conocidos (en lo cual cabe sin duda verdad y error) sin ocuparse de más.

Continuando el libro una vida ulterior en la colección, la determinación y la clasificación bibliográfica, su valor literario crece y renace con el tiempo en vez de menguar y caer en el olvido; adquiere una especie de inmortalidad en la historia de su género; al mismo tiempo facilitan estos antecedentes al lector el juicio científico de la doctrina, lo que ésta adelanta o completa o reforma en la ciencia respectiva, y de todo resulta cada año y siglo más claro lo que en la vida científica o literaria y en la cultura general del pueblo falta cada vez o pide reforma.

En esto último hallamos la relación de la biblioteca y el bibliotecario como institución particular científica con las demás instituciones de la Universidad (en el sentido lato). Esta relación señala el bien real e insustituible que presta la biblioteca en la Institución científica. No juzgamos aquí si la biblioteca (privada o pública, local, provincial o nacional) en sus fines de colección, juicio y clasificación de los cuerpos literarios, corresponde hoy a su idea aun en los pueblos más cultos; queremos sólo determinar esta idea con la distinción que aquí cabe, para que sea reconocida y en tiempo y circunstancias realizada. Ciertamente, el interés mismo en la colección y conservación de los tesoros literarios encierra el presentimiento de su valor real y trascendental para el porvenir; pero no ha de acabar este interés en el mero depósito de cuerpos mudos que abruman la fantasía del estudioso; debemos darles vida para el provecho de las generaciones venideras y por motivo del fin mismo. Hasta el aspecto exterior de los museos bibliográficos debe interesar al estudioso mediante títulos genéricos (fundados en clasificaciones por tiempos o géneros literarios o por pueblos) comunes a muchos cuerpos de libros sobre el título particular de cada uno. Este fin y función preciosa, que encierra muchos grados intermedios, y en algunos es profunda, es la de la biblioteca en la sociedad científica.

El resultado, pues, de esta primera institución universitaria se resume en determinar y continuar sin interrupción los antecedentes históricos para conocer el estado literario del pueblo o siglo en un tiempo dado; acercar a los científicos y al pueblo el conocimiento del límite entre la ciencia sabida (el tesoro científico) y la ciencia por saber. Estos antecedentes son además un patrimonio del pueblo y de la ciencia nacional, y bajo esta ley deben ser comunicados por todos los modos posibles al pueblo. Este es el fin de los llamados: catálogos, índices, manuales bibliográficos; y ya se entiende cuánto distan de su idea los ensayos hechos hoy en este género. Los más suelen publicarse por comerciantes de libros para llamar compradores, no por hombres de profesión para despertar e ilustrar el interés científico. De los llamados catálogos o índices de las bibliotecas públicas; de los reglamentos prohibitivos (que tal nombre merecen), de las condiciones hasta hoy exigidas a estos funcionarios y verdaderos profesores, no queremos hablar, puesto que el estado de esta institución entre nosotros tiende, aunque lentamente, a mejorarse.

Otra forma de la actividad científica y una institución, correspondiente llama después de sí y por sus resultados la biblioteca. Esta función es la de la indagación, discusión y juicio científico, funciones particulares comprendidas bajo el nombre común de: Academia. La Academia es el centro activo, el Foco ardiente de la vida científica. En el encuentro animado y a la vez respetuoso de caracteres intelectuales y modos de ver diferentes, en el interés vivo y actual de las cuestiones que el siglo y el pueblo debe tratar cada año y día, se despierta poderosamente el espíritu crítico, se interesa el ánimo, se engendra un calor vivo y fecundo de donde nacen las inspiraciones del genio, los arranques de la fantasía, que exaltan en nosotros el presentimiento de la verdad amortecido o lejano, y que estimulan las resoluciones elevadas, las tareas tenaces y heroicas para el progreso científico-humano.

Este movimiento de la vida académica, regularizado por la unidad del fin común, es el que anima y extiende la esfera de la indagación y da alimento al estudio privado. Pero la Academia no es, como tampoco la Biblioteca, una institución para el fin simple de la discusión, y estacionaria en este fin; antes encierra en sí fines muy varios, y cada cual propio, pidiendo en consecuencia modos de obrar (instituciones académicas) diferentes. Aparte de la división de la Academia, como sociedad personal científica según el pueblo, o ciudad, o localidad, o según el género científico (el objeto), contiene esta función principal en su forma de obrar divisiones y fines segundos que piden funciones relativas, si aquélla ha de ser una institución orgánica en su género. Así, el fin de la proposición (la cuestión) para la indagación constituye un primer modo de la actividad académica y que es de distinta naturaleza que el de la discusión viva, el del resumen y juicio definitivo (consulta, definición). Cada fin de estos pide cualidades y aun preparaciones diferentes, y la vida científica, organizándose conforme a su objeto, no para ganar a toda costa resultados prematuros, debe sujetarse en la organización académica a estas condiciones. La Academia no entrará en su acción legítima y útil, como institución particular y relativa en la Universidad, ni dará resultados permanentes, sino cuando viva en efectiva relación con la vida del pueblo, o mejor, cuando el pueblo goce una cultura bastante elevada, para producir espontáneamente este fruto interior y precioso de su vida intelectual, de toda su civilización.

El resultado efectivo de la Academia y su actividad como función interior universitaria se puede resumir en el conocimiento junto con la convicción de una verdad o verdades que faltaban por saber, halladas mediante una cuestión oportuna, una indagación libre, una discusión contradictoria y un juicio definitivo sobre la cuestión (una definición científica).

Pero la verdad y cada verdad hallada debe ser puesta en relación, como parte de una deducción sistemática, bajo un principio particular y supremamente bajo el principio fundamental (el conocimiento de Dios y del mundo y el hombre en Dios). En consecuencia, debe ser expuesta en forma de doctrina científica, y esto hecho, debe la doctrina tomar forma exterior en su relación con la vida del pueblo, y la contemporánea; debe dar luz y guía para la conducta práctica. La exposición de la verdad conocida en forma de doctrina tiene además de este fin exterior, el interior de la tradición y continuación de la historia científica como una vida de su género en el todo.

Para ambos fines, el de la tradición interna científica y el de la comunicación exterior social, contiene la Universidad una función de diferente naturaleza que la de la Biblioteca y la Academia. Fundan, pues, estos fines una tercera institución científica, a la que, a falta de otro nombre, se puede dar el nombre de Cátedra, y al funcionario de este fin, Catedrático (Expositor-Profesor).

La ciencia en el Catedrático toma el carácter predominante de arte científico, esto es: exposición mediante el lenguaje, y por los modos más claros y bellos, de la verdad conocida y sistematizada. Una vez que la Biblioteca y la Academia han llenado su fin respectivo y dan sus naturales resultados como instituciones preparatorias de la Cátedra, el fin de ésta aparece claro y bien determinado. El Catedrático concierta en parte la doctrina científica con el estado del pueblo, sobre el que debe ejercer influencia efectiva intelectual. Busca, pues, con diligencia y ensaya todos los medios de exposición clara, animada, con que despierte en el auditorio (según el género y cultura de éste) la atención, el interés serio, y en cuanto cabe la convicción. El Catedrático sabe que su influencia se limita a breves momentos, que la doctrina hace en él y en su palabra sólo una aparición momentánea ante el público, y aplica todo su esfuerzo a que esta aparición sea viva y bien caracterizada en su forma (el lenguaje, la expresión), y si vale decir, solemne. Sólo con estas condiciones, la Cátedra y la exposición del Catedrático dejarán impresiones durables, que el oyente puede confirmar y madurar en los demás centros de la vida científica.

Por lo demás, la Cátedra, como una función orgánica de la Universidad, admite en su idea, además de los dos fines indicados, otros muchos segundos que modifican el método y la forma de exposición; y esta determinación del fin es tanto más importante en la Cátedra, porque la enseñanza debe estar en relación continua con el auditorio a que se dirige; el Catedrático se constituye en un artista científico.

En todo lo dicho se observa, que el libro y el carácter del autor acompañan como condición inseparable y órgano de las funciones correspondientes de la Universidad. Sólo en esta relación viva y continua tiene el libro su pleno sentido y su fin útil como medio científico y caminará siempre al lado del fin actual que debe cumplir en general y cada vez. El libro y el autor aislado están fuera del espíritu del Instituto científico-humano, porque no viven en correspondencia activa con las funciones restantes ni en el conocimiento de sus necesidades presentes, para hacer su parte de obra útil al fin. Sin embargo, los libros científicos en la forma que han tenido hasta el día, y mientras la Universidad no tiene vida libre y orgánica en sí como el pueblo, han sido necesarios a la conservación de la tradición intelectual. En adelante y según que esta Institución fundamental adquiera su estado orgánico, el libro acompañará al bibliotecario en la forma de manual bibliográfico con sus diferentes géneros de Índice, estadística, clasificación; al Académico acompañará en la forma de Diario, Revista, Anales, y bajo la relación interna en la forma de Cuestionario-meditatorio, diálogo y definitorio; al catedrático acompañará en la forma de Manual, Doctrinal, pero empleando en todos el Arte como medio de exposición y propagación de la verdad conocida: Ejemplos, Analogías...

Tales son las relaciones internas que ligan unas a otras y motivan de unas en otras las funciones de la sociedad científica como una institución fundamental para su fin (Universidad) en el pueblo y en la humanidad. Realizando aproximadamente estas relaciones, ha adquirido la ciencia en Alemania carácter orgánico, fuerza de vida y aquella correspondencia con la cultura del pueblo, que es fundamento firme y fuente riquísima de progreso. Nosotros también, reconociendo estas relaciones, procurando hacerlas verdaderas en nuestro pueblo, veremos un día juntarse los miembros de este cuerpo hoy mutilado, recobrar una vida superior, en justas pero libres relaciones con las demás Instituciones fundamentales y con nuestro pueblo todo, y capacitarse para dejar la tutela que hoy comienza a serle embarazosa y dañar al libre desarrollo de sus fuerzas. Esta vitalidad interior y la consiguiente Mayoría debe ganarla la ciencia por sus esfuerzos y en una actividad latente, bajo la cual la tutela exterior política se convierta algún día en otra relación más igual y más eficaz para ambos fines y sociedades, la del concurso libre de ambas y sus miembros, cada cual a su modo, para el fin común del pueblo. No prevemos, pues, un estado de oposición entre la sociedad científica y la política (la Universidad y el Estado), sino un orden de relaciones superiores más sanas y más bienhechoras que hasta aquí. Por lo demás, el Instituto científico seguirá la misma ley histórica que las demás Instituciones fundamentales que han vivido y viven en parte todavía bajo tutela semejante: la vida y sociedad moral, la vida y sociedad artística, la vida y sociedad económica humana.

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Todos estos institutos se encuentran según sus grados con la institución del Estado, con la de la Iglesia y con todo instituto fundamental en relación de concurso útil para la edificación humana. En estos institutos consagrados sólo a la ciencia y al fin científico, puede luego cada individuo, cada sociedad de amigos, cada familia depositar los frutos de su ingenio. Mediante estas sociedades orgánicas y coordenadas de grado en grado, puede el individuo, pueden los amigos y familias hacerse propio el tesoro científico de su pueblo, hasta donde lo necesitan para sus fines históricos; mediante estas sociedades puede asimismo cada hombre realizar según su talento y su cultura científica, lo oportuno, lo que interesa en el momento para el fin de todos. En estos institutos, ligados inmediatamente con las sociedades (la ciudad, el pueblo), en que nacen y viven, se formará un más alto sentido científico, a manera de un entendimiento común del pueblo, y desde el pueblo descendiendo hasta el individuo. En ellos y por medio de ellos ganará también el Estado, ganará la Iglesia y toda sociedad fundamental aumento de fuerzas, ley de relación y claridad de fin propio, hasta donde la ciencia a su modo como una fuente de vida y de humanización es capaz de prestar.

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Y pues cada pueblo tiene su peculiar carácter científico con el que se aplica mejor a una u otra ciencia, están por esta misma limitación llamados los pueblos en su inteligencia respectiva a fundar entre sí una superior sociedad de pueblos unidos para el fin científico. En primer grado, los pueblos de un mismo continente, que en su oposición con los de otras partes de la tierra tienen semejante carácter intelectual; los pueblos de Europa entre sí, los pueblos de Asia, de África, de América, de Australia. Por lo tanto, cada sociedad nacional científica funda una sociedad superior con las coordenadas sociedades de otros pueblos, que deben ser representadas por miembros activos, para que los institutos nacionales y los pueblos respectivos mantengan de todos lados un comercio efectivo y regular literario recibiendo y comunicando los nuevos conocimientos y los nuevos medios y métodos de exposición y propagación, proponiendo en común las cuestiones oportunas para la indagación, discusión y juicio científico. Bajo esta superior asociación de los pueblos se formará en la cultura de todos una nueva potencia intelectual y mediante ella un carácter superior científico de pueblos unidos en partes mayores de la tierra.

Y cumplido algún día este fin, llegará el tiempo de fundar también en una parte mayor de la tierra una sociedad superior para la ciencia, en la cual se reúnan por miembros intermedios todos los institutos nacionales bajo un instituto común en comercio con ellos, y que represente en su lugar el entendimiento y la ciencia común de los pueblos de una parte de la tierra. Consideremos aquí y con independencia de dichos institutos parciales, todas las sociedades científicas reunidas libremente en grado superior mediante intermedios orgánicos, y, sobre las sociedades de partes mayores de la tierra, un instituto compuesto de todos para el fin científico, y tendremos la idea de la sociedad total científica en la sociedad humana.

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El Arte como obra real humana; su estado orgánico

Coordenada a la idea de la ciencia encontramos la idea del Arte y la sociedad artística en la humanidad. Aquí hallamos en virtud de la armonía anticipada de la ciencia con el arte, una ley análoga a la precedente. El complemento del arte como obra real humana no consiste en que la invención artística haya agotado todos los modos de la creación y expresión ideal, porque esta plenitud ideal la realiza sólo el eterno artista, Dios en el mundo como el poema eterno de la vida. Ni aun todas las formas bellas posibles a nuestra humanidad puede apurarlas en un tiempo histórico el arte humano, porque cada forma original y única del bello ideal excluye por el hecho mismo un infinito número de formas, igualmente posibles y realizables: -así el poeta, el pintor sienten en el momento de acabar su poema o su cuadro, que en aquel punto pudieran producir otros poemas y cuadros igualmente bellos y todos originales, si la limitación del tiempo y de los medios exteriores, se lo permitieran. Este es el mundo interior del poeta, del pintor, y en general del artista humano. Toda obra artística, ya mire al arte de la vida o al arte del bello ideal o al compuesto, se muestra en cada hombre y cada vez como la última y única según su idea, como una imagen del mundo, y siendo en sí original y libre, pide ser estimada por su idea misma. Si ella bajo esta ley no es viva o bella, no puede formar parte de un todo artístico superior, ni aun la perfección de una obra artística cualquiera puede suplir la imperfección, la fealdad o la falta de vida de las partes. Del arte humano sólo se debe exigir, que cada obra artística sea en sí original y acabada según su idea; que pueda armonizarse con las obras de su género y de grado en grado en obras artísticas superiores; que la aplicación del artista se extienda sobre todos los reinos de la vida al alcance de su contemplación y sus medios, reanimándolos y embelleciéndolos con la idea del espíritu; que todas las facultades artísticas (la impresionabilidad, la espontaneidad, la habilidad técnica) se eduquen y ejerciten en relación, apoyándose unas en otras y ayudándose unas por otras; que todas las esferas del arte humano y las fuentes de la invención poética sean cultivadas igualmente, el arte fundamental tanto como el bello arte y el armónico, y cada género en sus esferas subordinadas; que todas las artes se junten con todas, en artes y en obras compuestas, las cuales se extiendan con igualdad a toda la vida terrena, en conformidad con el clima, las costumbres y el genio peculiar de los pueblos. Y, cuando un día el arte humano llegue a esta igualdad de cultivo en sus fuentes, a esta relación en sus géneros y a este progreso igual en todos los pueblos, entonces se mostrará como la sociedad fundamental para el bello ideal creciendo proporcionalmente en sus géneros subordinados, hasta que llegando en la historia a su edad plena nuestra humanidad, pueda el arte también realizar su plenitud humanamente posible, como parte del destino total. Porque, así como la invención y el arte divino no se agota en la vida del mundo, así como el reino de la experiencia renace cada día nuevo y más rico a nuestros ojos, así puede el arte humano desenvolver en su inventiva y libre acción una vida siempre nueva, una originalidad antes no vista, inagotable riqueza de invención y de expresión, sin temer que retroceda su genio en formas ya usadas y agotadas por los antiguos.

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Caracteres artísticos

Puede, pues, el arte humano y debe ser cultivado en forma social, y esto no sólo porque cada arte supone para su perfección la idea y el cultivo de las otras artes, sino por la naturaleza del arte mismo, y de cada género artístico. Todo hombre tiene como artista su carácter original (genio), en el cual es el único y sin semejante, y esta originalidad se anuncia desde los primeros años en aquel determinado arte a que se inclina el niño sin motivo ni ejemplo anterior, y en la manera de ejecutarlo; manera que presta a todas sus obras, cuanto más culto es el hombre, una expresión tan decidida que el observador halla que salen todas de una mano. Una superior esfera y sociedad del arte humano forman las familias, las amistades, los pueblos y las uniones de pueblos en partes mayores de la tierra. La cualidad natural de un continente, el influjo de su cielo y el estado de cultura de sus pueblos, prestan a las obras de estos pueblos un carácter común que comprende libremente y sin confusión todos los caracteres particulares de los individuos, de los amigos y de las familias artistas dentro de aquéllos... ¡Con qué marcado carácter no se opone el arte europeo al asiático, tanto el arte interno como el arte del bollo ideal y el armónico, así en el todo como en los géneros particulares! Y, ¡qué constante se sostiene esta oposición en todas las sociedades e individuos dentro de estas mayores sociedades, en todos los tiempos y géneros, en la arquitectura, en la pintura, música, dramática, y en las artes de educación! Dentro de esta oposición mayor de caracteres y modos artísticos en partes mayores de la tierra se determinan en grado descendente caracteres opuestos artísticos entre los pueblos, en los cuales además de la disposición interior (genio) influye el clima y todas las circunstancias naturales. Una correspondiente oposición de carácter muestran luego las artes particulares y sus respectivos procedimientos. La italiana, la española, la francesa, la inglesa, la alemana poesía, pintura, escultura, música dramaturgia, como igualmente las artes internas y las armónicas de estos pueblos, aunque unos aman más éstas, otros las otras artes, se muestran en todos tiempos y bajo un carácter común opuestas, y cada cual es, sin embargo, libre y original. Nacen luego a la verdad, y por la comunicación de unos pueblos con otros, estilos y obras compuestas, cuando dos caracteres originales engendran en fuerza de un comercio sostenido un tercer carácter y estilo; pero una supresión de los caracteres opuestos no es posible ni deseable, mientras los pueblos conserven su originalidad poética.

98.

Escuelas artísticas

Y, aunque se oponen decididamente los pueblos entre sí en el genio artístico y poético, siendo cada cual el único en su lugar, caben todavía dentro de un pueblo caracteres opuestos entre familias y amigos, hasta el individuo artista, en una inagotable escala interior, y en cada grado original y libre; y la última chispa en esta escala de genios y de posibles creaciones poéticas sale del individuo. Estas oposiciones contenidas unas en otras presentan aquella forma exterior que se ha expresado, no con propiedad, bajo el nombre de Escuela en las diferentes artes. ¡Cuánto se eleva a nuestros ojos el arte humano cuando lo contemplamos de una vez en esta riqueza de sus fuentes y en una escala ascendente de invención y creación por toda la tierra, hallando en esta plenitud cada genio y cada estilo su opuesto correspondiente y su relativo superior e inferior! ¡Cuando observamos que en todos tiempos los pueblos han sido en sus obras poéticas artistas originales, notamos que han estado entre sí en efectiva correspondencia, de manera que, aun sin saberlo, han producido en cada tiempo y pueblo obras geniales y siempre nuevas, construyendo el poema vivo y continuo de nuestra humanidad en la tierra! ¡Cuando observamos hoy que al paso con la cultura de los pueblos se forma su sentido para el arte, manifestándose con un interés vivo cada vez más delicado y más general! ¡Cuando se nos abre delante la esperanza de que el porvenir del arte humano será cada vez más lleno, más igual en sus géneros particulares y más relativo con la vida del todo! ¡Cuando de esta observación histórica nos elevamos a la idea de la humanidad como el cantor de su propia historia, que habiendo anunciado desde sus primeros años (las epopeyas primitivas en todos los pueblos) la fuerza de su genio, señala cada día de su carrera con la producción de obras más perfectas, más conformes a la verdad, más regulares y acabadas, caminando en gradual crecimiento al cumplimiento de su destino artístico en la tierra; la expresión de la idea del espíritu en la naturaleza!

99.

Leyes del arte y de la vida artística

En esta contemplación del todo hallamos lo que la idea de la humanidad exige hoy en el interés del arte humano. Lo primero; que a todo genio original que Dios envía a la tierra, le esté expedito su camino; que la educación popular haga posible que todo poeta original conozca su propio genio; que el artista reciba donde quiera las condiciones exteriores para educarse con bellas esperanzas mediante una aplicación sostenida y exenta de extraños cuidados. Que el Estado por su parte, la Iglesia y las restantes esferas sociales ofrezcan al artista asuntos vivos y actuales de invención y de efecto, para que en esta actividad y al lado de los grandes maestros puedan formarse escuelas artísticas, como se formaron entre los griegos y los italianos en los bellos tiempos del florecimiento. Esto último es condición principal para el cultivo de las artes y de cada una en particular, porque el genio poético sólo se comunica mediante el amor, sólo en la diaria familiaridad, y en la viva participación de la manera del maestro: a medida que el espíritu se asimila libremente el estilo del maestro, se despierta en él su propio estilo, anudándose tan naturalmente al de aquél, que ambos forman una superior persona en su género; una escuela.

100.

Conservatorios, museos, academias

Las llamadas academias de artes, necesarias y laudables como son bajo otros respectos, nunca suplen la falta de escuelas libres, que en la inmediata comunicación y como con natural calor animadas, se forman alrededor de maestros hábiles. Porque en las academias se atiende más a aprender de teoría, que a trabajar bajo modelo vivo; el discípulo es atraído o repelido por las diferentes maneras de los profesores y por un mundo de tesoros artísticos que se le ofrecen a la vez: su originalidad se embota o se ahoga al nacer, y suele acabar el discípulo en copista o embrollón, sin que el genio propio se haya dado a luz. Sólo el educado en el trato familiar del maestro que ha elegido y al que ama, porque su estilo congenia con el suyo propio, puede sacar, visitando con él las academias y museos, el fruto esencial y por otros medios inasequible que prestan estos institutos. Hablamos aquí no sólo de los museos de artes de perspectiva, sino igualmente de los conservatorios de poesía, de música y de todas las artes, aun en aquellos géneros que no tienen todavía escuelas y academias.

101.

Sociedad real para el arte, según las personas

Así como la idea de la ciencia relativamente al sugeto nos llevó a la idea de una sociedad real científica en la humanidad, por igual ley pide el arte, si ha de crecer como una vida orgánica y progresiva en el hombre, una sociedad semejante. También los artistas deben mirarse desde luego y con el presentimiento del porvenir como miembros de una familia humana, de una sociedad fundamental que camina al cumplimiento de esta parte del destino social, el arte como edificación de la belleza. Los artistas deben para este fin (según la idea de cada arte) franquear los límites que el diferente estado, o pueblo, o escuela opongan a su comunicación libre y fraternal: de todos lados deben entrar en asociación y constitución como artistas, y para ello ha de ser libre al artista elegir y vivir, como en el suyo propio, en el país donde florece el arte su predilecto, y florece según se adapta a su genio; por cuyo medio también los pueblos respectivos enriquezcan y fecunden su peculiar carácter artístico. Los artistas deben poder viajar y comunicar entre sí libremente, según los medios establecidos, para educarse unos con otros y por otros como una familia humana que camina a su constitución definitiva. ¡Cuántas veces no es hoy el artesano más beneficiado bajo este respecto que el poeta y el artista genial! Ni aun el arte más elemental puede hoy progresar en su género, sin conocer lo opuesto y lo semejante en otros pueblos. Los artistas han de tener dentro de su pueblo materia viva de invención y ejecución junto con una consideración social correspondiente a sus funciones, y han de exponer sus obras en períodos regulares ante el público para la reanimación y edificación de la vida común y la artística. Además, así como la ciencia, para fijar en un presente la tradición científica de las edades pasadas, reúne el tesoro histórico bajo clasificaciones sistemáticas, el arte también exige esto mismo, y tanto más, cuanto que el mérito de la obra artística consiste en su individualidad.

No podemos aquí seguir por menor esta idea de la conservación, clasificación y exposición de las obras del arte humano; basta determinar algunas leyes principales. Débese, pues, ordenar el tesoro artístico (conservatorios) según la relación natural de las artes entre sí, bajo sus géneros, según las escuelas, los pueblos, los siglos y según estos capítulos combinados. En segundo lugar, se han de exponer con tal sucesión las obras históricas, que las artes y los artistas sean conocidos en su natural sucesión de una en otra escuela, que despierten gradualmente el interés del observador, y con ello ofrezcan al pueblo una guía para formarse un sentido común artístico, y sobre esta base reconozca el individuo y cultive su genio propio, formando su carácter estético y aplicándolo a su educación y sus obras humanas en general. -Así, por ejemplo, un conservatorio de música debería guardar, no simplemente y sin relación motivada, las obras musicales de diferentes naciones; no sólo exponer de cuando en cuando y sin plan una parte de estas obras al público, sino que todas las obras musicales de alguna importancia deberían mostrarse ordenadas en el conservatorio, según las bases de la clasificación general y la musical, según los tiempos, según los pueblos y las escuelas, según los instrumentos y acompañadas de una apreciación de su mérito relativo, franqueándolas luego al estudio de los profesores. Además, este tesoro del mundo musical debe exponerse en épocas regulares y constantes para que cada cual del pueblo pueda despertar y cultivar su genio musical, y en general se gane este arte un público amador. Semejante ley debería guardarse para las demás artes y sus exposiciones respectivas según la naturaleza de cada una. El sistema de la conservación, clasificación y exposición de las artes no debe quedar hoy en un piadoso deseo; en parte está realizado, y basta observar lo que París, Roma, Londres, Florencia, Nápoles, Madrid, Viena, Dresde ofrecen en sus museos y conservatorios, para convencerse de que la Europa despierta en todos sus pueblos a una más libre y más igual cultura artística.

102.

Continuación

Pero lo importante para el arte como fin y sociedad fundamental humana es la constitución gradual de los artistas mismos; constitución, que comenzando desde la sociedad de amigos, se extiende y eleva a círculos compuestos, respectivamente coordenados y subordinados, hasta los Institutos artistas de la ciudad, del pueblo, de una parte mayor de la tierra, hasta la sociedad fundamental de este género en un Instituto artístico humano (1). Sobre esto nos remitimos a lo dicho de una unión semejante de los científicos en un Instituto científico humano, puesto que lo allí expuesto vale con igual razón respecto del arte. Las sociedades artistas, como fundamentales para el cumplimiento de su fin real, se aplican a representar la belleza como obra y parte viva del destino humano, a abrazar con sentido y en enlace con el presente el arte histórico y sus obras, a despertar y cultivar el genio poético del individuo, de las escuelas, de los pueblos, a interesar a los artistas hacia los asuntos nuevos y sucesivos que les ofrece la historia. El instituto social para el arte está asimismo llamado a conocer y determinar la idea precisa de los nuevos géneros que en el desarrollo de la civilización nacen de todos lados. Juntamente y entre tanto, de grado en grado, constituye el instituto artístico una autoridad competente, ante la que deba ser presentada toda obra de este género, como ante el legítimo juez, y por el cual sea estimada y conservada a la posteridad en honor y durable memoria (2).

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(1).- ¡Observad las producciones del artista moderno, que concibe y da a luz su obra aislado las más veces de su familia y sociedad natural, movido por estímulos exteriores, la gloria del día, la riqueza, la profesión mirada como fin económico, la necesidad del momento... trabajando las más veces para un juez incompetente, distraído, o para el juicio pasajero del público, y comparad lo que este mismo artista haría en el comercio continuo con sus iguales dentro de esta gran familia a que pertenece, obrando por motivos generosos y para jueces atentos, competentes y definitivos! En fe de nuestra naturaleza podemos asegurar que el artista y el poeta, obrando bajo estas condiciones, se elevarían pronto al nivel de sus jueces. El individuo y las familias o amigos artistas se propondrían representar en bello ideal, según el género predilecto, su carácter propio (su genio) ante su ciudad o su pueblo; y el carácter poético de su pueblo delante y en competencia con otros pueblos en una no menos bella, ni menos fecunda sociedad nacional artística. Nosotros vemos esto en un lejano porvenir, y antes de ello restan que vencer no pocas limitaciones y preocupaciones individuales, locales, nacionales y más adelante en esta gran familia humana, la sociedad para el arte; pero la historia de la humanidad y la historia particular poética hasta hoy nos aseguran este porvenir. Ni el asiático, ni el americano, una vez educados en el sentido universal humano, querrían desdecir del culto alemán o inglés, ni querrían quedar atrás en la concepción y expresión del bello ideal según su carácter propio en otras tantas obras geniales. La educación acortará las distancias: lo demás lo hará la libertad y el progreso de la vida.

(2).- El artista y el científico no deben comunicar en razón de su fin como individuos aislados con el Estado y sociedad política, sino mediante su respectiva sociedad, y representados por ella, según las relaciones recíprocas lo exijan para los fines comunes. Esta es la ley orgánica de dichas sociedades, y en la que, bajo la libertad del Todo, conservan los individuos respectivos la libertad (la dignidad) de su fin para con la sociedad extraña. El Estado en su fin exterior, diferente del fin interior de la ciencia o el arte, mira y trata al artista o al científico bajo el fin exterior político, y con esto interrumpe frecuentemente el desarrollo espontáneo de la sociedad científica y artística, limita la independencia de estas profesiones y a veces descamina y pervierte el carácter de sus miembros (la conciencia científica y artística), distrayéndolos a fines e intereses ajenos. Nace de aquí, que estas dos sociedades fundamentales pierden su fuerza interior, y desestiman su libre constitución, que les impondría una más alta y grave responsabilidad ante el pueblo, que la dependencia en que hoy viven por cuenta en parte y responsabilidad ajena. La idea y la historia nos muestran aquí una enfermedad profunda en la constitución social-humana, cuyo remedio pide largo tiempo y duras pruebas.

El Estado no buscando, y no pudiendo buscar, en la ciencia y el arte más que la relación condicional y la temporal, seca de raíz la idealidad en estas sociedades, con lo cual además se daña el Estado a sí mismo, privándose de la fuerza interna que la ciencia y el arte, constituidos como sociedades fundamentales al lado del Derecho y el Estado, darían a éste en su fin propio: la sanción moral de las leyes. Diciendo el Estado, no pensamos el Estado político aquí o donde quiera, el de hoy o el de ayer; mucho menos pensamos el gobierno en el estrecho sentido, esto es, el Estado en acción, sino el Estado en su idea, como la sociedad para las condiciones libres y recíprocas del destino humano. El Estado en condiciones imperfectas históricas debe obrar como obra, y en edades anteriores ha obrado útilmente, sujetando a sí más o menos las demás sociedades fundamentales; pero su tendencia a hacer absoluto su fin y modo particular de obrar, puede alguna vez dañar al fin interno de las demás sociedades correlativas, y al fin del todo.

103.

Ciencia con arte en armonía, y las sociedades en su razón

La ciencia y el arte son entre sí coordenadas y relativas, como partes del destino total humano. Ambas se suponen la una a la otra, y se exigen una por otra; cada paso dado en la una no sólo facilita un progreso en la otra, sino que ambas están llamadas a reunirse en obra compuesta en forma de una ciencia artística y un arte científico; puesto que la ciencia se presta a una exposición individual y bella en forma sensible, y el arte es a su modo una expresión característica y verdadera de una idea racional. El amor a entrambas y la educación en ambas debe llenar todo espíritu que en la ciencia o en el arte mira a lo permanente, y fundamental humano y a la realización histórica de esta ley.

Deben, pues, vivir todas las sociedades activas para la ciencia y el arte, y sus obras, en un comercio superior recíproco. Los Institutos para el arte y la ciencia sólo florecen en sus institutos subordinados, cuando los unos realizan en los otros y por los otros una unión efectiva interior, una sociedad y sociedades compuestas. Entonces la ciencia y el arte, así como son inseparables en la idea, comunicarán históricamente entre sí y con la total historia humana, floreciendo ambas con vida sana, cada vez más íntima y más llena.

C. Chr. F. Krause y Julián Sanz del Río. Ideal de la Humanidad para la vida. Con introducción y comentarios de D. Julián Sanz del Río. Segunda edición. Madrid: Imprenta de F. Martínez García, 1871 [En esta segunda edición se incluye también el "Discurso pronunciado en la Universidad Central", 1857. La primera edición es de 1860].

 © José Luis Gómez-Martínez
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