Francisco Giner
de los Ríos
(Dos cartas: de la Fuente y
Giner)
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Carta del Ilustrísimo
señor don Vicente de la Fuente a don Francisco Giner Sr. D. Francisco Giner de los Ríos. Muy señor mío y querido amigo y compañero: Recibo la comunicación de Vd. con fecha[1] del actual, a la que no debo contestar de oficio. Pero como no responder a Vd. de algún modo podría ofenderle más y ser interpretado de un modo que no cabe en mis sentimientos, prefiero contestar privadamente. Me acusa Vd. desde el punto de vista de sus opiniones, que yo respeto, pero no acepto; de ahí que no podamos convenir en ver del mismo modo la cuestión de conciencia y la de decoro. Para Vd., es legal lo hecho por la revolución de septiembre; para mí, sólo fue un acto de rebelión inicua que constituyó un Gobierno de hecho, pero no de derecho. El entrar a discutir sobre esto sería impertinente; ni Vd. aceptaría mis razones, ni yo las de V.; pero una sedición militar que nos ha traído en seis años tres guerras: una colonial, otra social, y otra religiosa y dinástica, ésta ya juzgada por los hombres y por la historia. Para evitar la ruina del país y hacer la paz, aun a costa de grandes sacrificios, el Gobierno tuvo que dar la circular de 26 de febrero a fin de calmar pasiones sobreexcitadas. Así lo comprendió todo el Profesorado; el Profesorado español que no ha creído se lastimase su decoro volviendo a la legalidad de 1859[2], siendo escasamente unos cuarenta los que han visto la cuestión de otro modo que los restantes mil cuatrocientos, que descansamos en la tranquilidad de nuestra conciencia. En cuanto a la aplicación de las penas del Reglamento, yo también la deploro; pero no puedo menos de extrañar la extrañeza de Vd. El que quiere los antecedentes, quiere las consecuencias, y al ponerse en desobediencia con el Gobierno no podía ignorar los resultados. La conducta de los funcionarios públicos en sus desacuerdos con el Gobierno es bien sencilla; renuncian sus puestos y esperan el triunfo de sus ideas o de su partido. Obrando así, hubiera Vd. ahorrado a sus compañeros las amarguras que pasan al juzgar su conducta y tener que aplicar el Reglamento, como ha hecho el Claustro Universitario de Santiago con su digno Rector al frente. Así que me forma usted una acusación de lo que es un cargo contra Vd. y sus compañeros, cargo que han formulado contra todos ustedes la prensa periódica, la opinión pública y los demás compañeros que nos quejamos del compromiso en que ustedes nos han puesto. Al aceptar el Rectorado hace un mes, a disgusto mío y para evitar los males que amenazaban a la Universidad y al orden público, con mengua de ésta, he arriesgado y perdido mi tranquilidad y mi reputación; pero he cumplido con un deber imperioso y acepto sus consecuencias, acerca de las cuales nunca me hice ilusiones. No extrañe Vd. que haya contestado a sus agresiones con otras; no acostumbro a ponerme a la defensiva. Yo no me las hubiera permitido, si Vd. no me las dirigiese primero. Mas por mi parte no tienen más carácter ni más intención que el de una disputa entre amigos que mutuamente se respetan. Cualesquiera que sean los acontecimientos, tendrá siempre para Vd. la estima que le ha profesado y profesa su afectísimo amigo y compañero Q.B.S.M., Vicente de la Fuente. * * *
Contestación de don Francisco Giner a don Vicente de la Fuente Illmo. Sr. D. Vicente de la Fuente. Muy señor mío y respetable amigo y compañero: Procuraré contestar a su carta del 10 del actual, cumpliendo obligaciones de cortesía, que siento no puedan, sin embargo, hacerme modificar mi juicio sobre la conducta oficial de Vd., juicio que toma usted de un modo impropio como agresión a su persona, la cual he respetado y respeto, guardándome de atribuirle móviles que desdigan de su honradez. Permítame Vd. tenga por inoportuna la discusión política a que se sirve invitarme. ¿Cuándo acabarán Vdes. de entender que en la cuestión universitaria no hay de político, sino la intención del Gobierno, confirmada por Vd. con toda franqueza en su carta, de querer convertir al Profesorado en instrumento de sus fines particulares? Contra este propósito, al cual, por bien intencionado que fuera, jamás me prestaré, he representado ahora, como en 1868, siendo Ministro de Fomento la misma persona que lo es hoy, y en 1869, en que lo era el Sr. Ruiz Zorrilla, contra cuyo injusto arreglo del Profesorado de Medicina protestamos muchos de los que lo hemos hecho hoy. Los que no procedieron así en ninguna de estas ocasiones, están en su derecho callando; mas no, atribuyendo motivos políticos a los que obran de otra suerte. ¿No basta a ustedes la heterogeneidad de opiniones de los Profesores que hemos censurado el decreto y la circular, alguno de los cuales, y de los más perseguidos por cierto, se declara en su protesta decidido alfonsino? Por fortuna, todo empeño, más o menos bien intencionado, de atribuir a nuestras manifestaciones carácter político, o religioso, o de escuela filosófica, se ha frustrado desde el primer momento. No tengo porqué defender a la Revolución de Septiembre. Aun a riesgo de incurrir en nota de presunción, diré a Vd. que en mis Principios de derecho natural está consignado que tengo por injusta a toda insurrección; lo mismo, pues, a la que nos libró de la reina Isabel, que a la que nos ha traído a su hijo. Aplaudo sí algunos resultados de aquel movimiento (que podrían haberse logrado más tarde por medios de paz); y sobre todo aplaudo la libertad del pensamiento y de la conciencia religiosa, irrevocablemente establecida ya en España, para que dejemos algún día de ser el servum pecus del mundo civilizado. Esto, por lo que toca a la Revolución, a ninguno de cuyos Gobiernos debo un solo favor, empleo, protección o ventaja directa ni indirecta, dentro ni fuera de mi carrera; ni siquiera he gozado de las que desde 1870 se han concedido a los jueces de oposiciones. Soy lo que en 1867, cuando ingresé en el Profesorado; sin haber obtenido ascenso alguno, desde entonces, lo cual no por esto habría considerado como favor ministerial, ni mucho menos. Ahora, ¿a qué discutir una legalidad que Vd. ha aceptado, no ya tácitamente, conservando su Cátedra, como sus justos ascensos, y prestando obediencia a las nuevas disposiciones y autoridades académicas, sino expresamente, jurando (con o sin salvedades) acatamiento y fidelidad a la Constitución de 1869? Debo, pues, atribuir a una alucinación extraña las declaraciones que tan ex abundantia cordis hace Vd. en esta ocasión, así sobre la legislación creada por los poderes revolucionarios y consagrada por la representación del país en Cortes, como sobre las relaciones del Profesor con el Gobierno, a cuyas oscilaciones y variable criterio de partido debe, según Vd., irse aquel ajustando y plegando, so pena de renunciar a su puesto de honor: en vez de mantenerlo en una esfera neutral, apartada de todo influjo político para atender sólo a la verdad y la ciencia, que, créame Vd., distan harto de mudar a compás, no digo de los ministerios, más ni aún de las dinastías ni de las formas del Estado. Si Vd., como dice, profesa otro criterio; si cree que el Profesor es un “funcionario público”, cuya enseñanza debe consonar con los principios del régimen y Gobierno establecido, dimitiendo en caso contrario y esperando el “triunfo de sus ideas” (al modo, pongo por caso, de los Gobernadores de provincia), lugar ha tenido Vd. antes, y espero lo tendrá también después, para aplicar lecciones que, en esta ocasión, debo rechazar severamente. Respecto de si somos pocos los que hemos repugnado las últimas disposiciones, no sé si será exacto; tengo motivos para ponerlo en duda, aunque seamos “escasamente unos cuarenta” los que hemos manifestado nuestra repugnancia; y todavía dudaba llegásemos a tantos. Pero ¿es este criterio razonable? Lo aceptará V., v. gr., para juzgar la actual situación de la Iglesia católica, de tal modo perseguida por casi todos los Gobiernos europeos? Y en cuanto a lo de que la prensa nos haya censurado, francamente aunque descontemos a los diarios extranjeros que, según La Correspondencia, nos han dado razón, si usted sabe las advertencias, recogidas, y hasta suspensiones con que se ha impedido nuestra defensa a los periódicos, creo yo que es argumento de que podría haber prescindido sin que desmereciese por ello en la defensa de su causa. Si hay Catedráticos que se quejan “del compromiso en que los hemos puesto” (cosa siempre mal sonante y que los deja en cierta falsa posición), nadie podría colocar a Vd. entre ellos. Que un Profesor desapruebe nuestra conducta y la siga no obstante, o que, por el contrario, pensando como nosotros, haya creído deber guardar silencio, serán cuentas que ellos arreglarán allá con su conciencia; mas para quien reprueba nuestro proceder y, de acuerdo con esta censura, acepta elevadas posiciones para perseguirlo, convendrá Vd., si bien lo piensa, que es éste singular género de compromiso. En cuanto a mi extrañeza (que tanto “extraña” a Vd.) por su conducta oficial, cuya gravedad crece desgraciadamente de día en día, es harto fácil de concebir. Ya me extrañó que aceptase Vd. un cargo que su predecesor creyó no deber desempeñar en estas circunstancias, después de haberlo declinado también otra respetable persona, convencida de la imposibilidad de transigir la cuestión universitaria. Me ha extrañado luego que, viendo confinados por actos académicos (y contra lo que el Código penal preceptúa para el caso de hallarse en suspenso las garantías constitucionales), a tres Profesores de esta Universidad, V., Profesor también y hombre de ley, se haya prestado a instruirnos expediente, antes de que se nos haya devuelto la libertad. Me ha extrañado que tuviese V. valor para trasmitirnos la torpe injuria que, al citar el célebre art. 23, nos dirigía de real orden el Ministro de Fomento. Me ha extrañado que accediese a formar un expediente ilegal, y un Pliego de cargos en que, con asombro de cuantos compañeros aquí lo han visto, se aducen hechos y textos legales completamente inexactos. Y dejando otros pormenores, me extraña ahora que, después de haberse creído dispensado de contestar a mi cordial carta de 13 de abril y a mi deferente comunicación de 12 del mismo, se haya Vd. servido romper ahora un silencio, perfectamente explicable en su estado de intranquilidad, para dirigirme, -Vd. lo dice- agresiones, impropias de nuestra respectiva situación y que, cuando todo esto se publique, causarán universal extrañeza. Que el Gobierno nos separe, contra ley, de nuestras Cátedras ni me sorprende, ni me afecta; más sí que haya encontrado en Santiago y en el Consejo de Instrucción pública Profesores capaces de secundar sus miras y abdicar su representación ante las exigencias de un partido político. Vd. comprenderá que harto más dolorosa ha de ser mi sorpresa al ver que ya se propaga el contagio hasta la Institución a que es notorio he servido con todas mis fuerzas, con profundo amor y con un desinterés que deseo halle mayor número de imitadores que lo ha tenido de maestros. Me he dirigido a Vd. siempre con el respeto y hasta con la indulgencia que estimo debidos a su persona, a sus merecimientos, a su carácter sincero, a su autoridad, aun a nuestras relaciones de amistad y compañerismo, sin poner jamás en duda bajó hipócritas reservas la honradez de sus móviles, sino la justicia y la legalidad de su conducta. Si el Gobierno, y Vd., y el Consejo Universitario de Santiago, y el de Madrid ahora, y el de Instrucción Pública, creen servir a la patria, a la ciencia, a la religión, al orden social, a los intereses conservadores, al Rey en suma, a la Iglesia, a la Sociedad y al Estado, con apartarnos de nuestro ministerio, al cual hemos llegado al amparo exclusivo de la ley, invoquen en buen hora todos esos principios, y hasta la defensa “del orden público” que, sin sorpresa y sin ira, mas no sin profundo dolor, veo también invocado en su carta. Pero querer revestir este acto de despojo de formas legales, esto jamás lo consentiré por mi parte, fundado, no en “mis opiniones”, sino en mi derecho y en la ley. Pongamos punto a esta larga carta, y aún, si no lo lleva a mal, a esta correspondencia; a menos de que convenga Vd. conmigo en la necesidad de enmendar la acritud con que Vd. tan inmotivadamente se produce y que deseo vivamente no llegue a revestir formas quizá de todo punto inadmisibles. Perdemos a más en esto un tiempo precioso, de que ambos hemos menester; Vd., para instruir y reformar sus expedientes; yo, para continuar mis estudios. Soy de Vd. respetuoso amigo servidor y compañero Q.B.S.M.,
Francisco Giner
Notas [1] En blanco en el original. Cree Ruiz de Quevedo que se trata de la comunicación en que Giner rogaba al Rector hiciera llegar su exposición dirigida al Presidente del Consejo de Ministros a manos del destinatario [nota de Jiménez Landi]. [2] Debe querer decir 1857, según la oportuna observación de Ruiz de Quevedo [nota de Jiménez Landi].
[Fuente: Francisco Giner de los Ríos. “correspondencia”. Texto incluido como apéndice en Antonio Jiménez-Landi, La Institución Libre de Enseñanza. Madrid: Taurus, 1973, pp. 697-702. Este excelente libro, fundamental para el estudio de la Institución Libre de Enseñanza, contiene una sección con treinta apéndices] Actualizado: marzo de 2005 |
© José Luis Gómez-Martínez Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan. |