Teoría, Crítica e Historia

Mario Roberto Morales

 

La articulación de las diferencias
o el síndrome de Maximón
(Los discursos literarios y políticos del debate interétnico en Guatemala
)

Capítulo I
"Cuestión étnica y debate interétnico:
¿qué ha pasado y qué pasa ahora en Guatemala?"
 

1. El paisaje interétnico

Cuando en la madrugada del 2 de diciembre de 1990 efectivos del Ejército de Guatemala abrieron fuego contra una multitud de unos 2000 habitantes de Santiago Atitlán y mataron a 15 de ellos, ya la cofradía de Maximón, la deidad local y una de las más poderosas del panteón de los indígenas de Guatemala, estaba en quiebra debido a la rápida captación de fieles llevada a cabo por las iglesias evangélicas fundamentalistas que se asentaron en el pueblo después de la fase más violenta de la guerra contrainsurgente (Morales, La quiebra), la cual había logrado, ya a mediados de 1982, pacificar a sangre y fuego el país. La masacre del 2 de diciembre parecía, pues, una incongruencia incluso desde el punto de vista de la lógica contrainsurgente. Inmediatamente después de los hechos, la población de Santiago se organizó y articuló una serie de protestas en contra del Ejército las cuales tuvieron inmediato apoyo nacional e internacional, y resultaron en la retirada de la guarnición militar del pueblo hacia las afueras de éste (Hale and Smith).

"El Compromiso de Santiago Atitlán" fue el documento que se dio a conocer en una especie de asamblea general del pueblo; en él se asentaba la neutralidad de la población respecto de la guerra que libraban Ejército y guerrillas, y sus habitantes urgían a ambos bandos a mantenerse alejados de Santiago. Durante la guerra contrainsurgente, entre 1000 y 1500 atitecos fueron asesinados o desaparecidos por la guarnición de 600 soldados asentada en el pueblo, pero aún durante este tiempo, Maximón, la extraña y poderosa deidad de la localidad, que se caracteriza porque viste como ladino (es decir, se disfraza de su enemigo) y tiene pares en otras comunidades del altiplano como San Juan La Laguna, Zunil y San Andrés Itzapa, fungía como el principal factor de cohesión social, legitimación religiosa y política, y afirmación identitaria de Santiago Atitlán (Mendelson). Después, con la llegada de las iglesias fundamentalistas, la cofradía de Maximón se vio en la quiebra económica, principalmente debido a que los hombres del pueblo dejaron abruptamente de consumir bebidas alcohólicas como resultado de su militancia evangélico-protestante. La libación de alcohol constituye un elemento central de los rituales de Maximón.

Pero no sólo la rebelión y la original neutralidad planteada por Santiago Atitlán constituyen rasgos únicos de este poblado de 38,000 habitantes tzutuhiles. También se trata de un pueblo único porque es quizá el más turistizado de todos los pueblos indígenas de Guatemala, y el más organizado políticamente en cuanto a la defensa de los derechos humanos se refiere. Por eso, resulta interesante la manera como la cofradía de Maximón se las arregló para seguir activa: lo logró vendiendo sus rituales a grupos turísticos que llegan a Santiago para las festividades de Semana Santa, abriendo la cofradía al turismo y exigiendo limosnas a cambio de tomarle fotos al santo; ésto, también porque si el turista no ofrenda la limosna, la fotografía -afirman los cofrades- saldrá velada.

Ya Maximón no funge como eje de cohesión, legitimación e identidad de los atitecos, puesto que este eje lo constituye ahora Jehová y, en menor medida, el viejo Cristo de la iglesia católica del pueblo, pero su cofradía sigue siendo próspera.

Refuncionalizaciones violentas de las tradiciones indígenas como la descrita, están ocurriendo en todo el altiplano guatemalteco, y tienen su raíz en la guerra contrainsurgente, en la consiguiente politización y autonomización de la conciencia étnica de los indígenas, y en la entrada a sus comunidades de una oferta de consumos simbólicos masificados, como la televisión por cable, los videojuegos, la música norteña estilo tex-mex y otros; es decir, en la entrada del mercado y el mercadeo globalizado en la vida de las comunidades rurales como parte de los procesos mundiales de homogeneización económica y cultural. La sobreviviencia pertinaz de las culturas tradicionales, aunque refuncionalizadas por efecto del evangelismo, el mercado y, como parte de él, el turismo, así como la conciencia etnocentrista de los indígenas y de sus intelectuales orgánicos después de la masacre de su población por parte de derechas e izquierdas ladinas, es parte del objeto de estudio de este libro, y el caso de Santiago Atitlán emblematiza el fenómeno, aunque no lo agota, como veremos adelante.

Cómo se llegó al autonomismo y al etnocentrismo indígenas que se observan hoy día es algo que tiene que rastrearse, en lo inmediato, en la guerra popular y en la guerra contrainsurgente como factores históricos que posibilitaron el dramático tránsito de las ideologías políticas modernas a las posmodernas, tanto entre la población ladina como entre la población indígena, en la cual el activismo culturalista de una élite de intelectuales marca el paso de su actividad política general, como mecanismo de reivindicación de su cultura, su identidad y sus derechos en general.

La vigorosa emergencia de un movimiento indígena autónomo es el principal legado de la guerra que devastó a Guatemala durante los últimos 36 años. El autollamado "movimiento maya" está compuesto por una miríada de pequeños grupos de diversas tendencias políticas e ideológicas, unidos por la compartida conciencia étnica de ser "mayas" en tanto que opuestos a los ladinos (o guatemaltecos occidentalizados). Nota 1 Es justamente la heterogeneidad ideológica del "movimiento maya" lo que lo hace el elemento social y político más dinámico en la actualidad guatemalteca, especialmente después de la firma de los acuerdos finales de paz el 29 de diciembre de 1996 entre Gobierno, Ejército y guerrilla. Lo que está de por medio en el actual debate político y étnico tiene que ver con el futuro del país y de la región centroamericana en relación al Tratado de Libre Comercio (TLC) y/o a cualquier otra forma posible de (pos)modernización y globalización que la región habrá de enfrentar en el nuevo milenio, así como con la utilización de los dos mil millones de dólares con los que la cooperación internacional está financiando la puesta en práctica de los acuerdos de paz.

Junto a la emergencia de este movimiento, un rico (por ambivalente) y contradictorio ensamble de discursos relativos a la etnicidad, la resistencia, la identidad y la cultura se ha estado desarrollando en los medios escritos, en la academia y en el ambiente de las ONGs y las agencias de financiamiento internacional. Este ensamble de discursos comprende narraciones testimoniales e informes de violaciones de derechos humanos, propuestas teóricas de autonomías políticas y regionales étnicas, debates de intelectuales indígenas y ladinos en la prensa y en la academia, así como representaciones literarias de lo étnico-popular por parte de escritores indígenas y ladinos. En los debates que actualmente tienen lugar, dos discursos fundamentales constituyen referentes obligados: las novelas del más célebre escritor moderno guatemalteco y Premio Nobel de Literatura, Miguel Angel Asturias, especialmente, Hombres de maíz, y el testimonio de Rigoberta Menchú, Me llamo Rigoberta Menchú, texto que fue decisivo en el otorgamiento que se le hiciera del Premio Nobel de la Paz y que ha devenido en importante punto de referencia del movimiento indígena.

Entre los asuntos que entran en conflicto en este encuentro de discursos, están: a) el problema de la genuina o falsa representatividad social y política, y el de la adecuada o inadecuada representación estética de la población indígena; b) el problema de las preconcepciones racistas y etnocentristas tanto de los discursos "mayas" de los intelectuales que yo llamo mayistas, como de los discursos ladinos cuando se trata de enfrentar los problemas de la interculturalidad, el multilingüismo, la interetnicidad y otros, en un pequeño país con por lo menos 22 grupos étnicos diferenciados que hablan sus respectivos idiomas. Esto tiene que ver también con la nueva terminología "maya"-mestizo que quiere reemplazar la vieja de indio-ladino. El problema de la pureza étnica implícita en el término "maya" como opuesto a mestizo, así como la pureza étnica implícita en el término "blanco" que la oligarquía local utiliza para su autoidentificación, colisionan en las discusiones acerca del espacio de la nación como un espacio intercultural, interétnico y multilingüe. Nota 2 Todo esto puede resumirse en el problema de la legitimidad o ilegitimidad de la específica representa(tividad)ción del sujeto subalterno indígena y "maya." Los textos de Asturias, Menchú, Luis de Lión y Humberto Ak’abal, así como los de algunos intelectuales indígenas como Demetrio Cojtí, deben analizarse para establecer quién (si es que alguien) representa de manera más adecuada la condición y la cosmovisión de los indígenas (o los "mayas"), y si esta cuestión es de suyo y del todo pertinente si viene planteada en términos binarios, o si una manera diferente de planteársela --en términos de transculturación, mestizaje intercultural, disglosias e hibridaciones culturales-- debiera proponerse.

Fuera de la esfera literaria, existe un ineludible fenómeno que debe plantearse de cara a las teorizaciones de los intelectuales "mayas" y ladinos. Me refiero a la dinámica de consumo de bienes simbólicos como la programación de la televisión por cable, los videojuegos, la ropa norteamericana usada ("de paca"), la música popular tropical, mexicana, tex-mex, etc., por parte de los indígenas en las comunidades del altiplano, los pueblos y las ciudades. Este consumo está generando formas identitarias híbridas que ya no responden a la fórmula binaria indio-ladino o "maya"-mestizo, y está creando asimismo nuevas formas de negociaciones identitarias alrededor del turismo, todo lo cual plantea la necesidad de analizar la relación entre culturas tradicionales-populares y modernidad, de una manera diferente: una manera en la que lo popular no es sinónimo de resistencia, ni "otredad" es sinónimo de "diferencia." Ambas realidades, por el contrario, están vinculadas a la homogeneización cultural vía globalización económica en forma tanto de consumo de bienes simbólicos globalizados como de producción de objetos de cultura popular según necesidades de mercados externos, todo lo cual produce nuevas formas ambivalentes de resistencia-aculturación.

Esta realidad social y cultural, evidente a simple vista, choca con los discursos esencialistas indígenas, ladinos y extranjeros sobre etnicidad, resistencia, identidad y cultura, y complica y enriquece el actual debate interétnico. Por eso, es en este punto en el que deseo insertar mi reflexión. Para ello, debo empezar por explicar los referentes inmediatos del movimiento indígena tal como lo conocemos en los años noventa.

La convivencia entre indios y ladinos ha sido particularmente conflictiva en Guatemala. Durante la colonia, los españoles dividieron la sociedad entre peninsulares e indios, confinando a éstos a la servidumbre campesina y, por contradicción, forzándolos a la rebelión sistemática (Martínez Peláez, Motines). La intensidad del mestizaje, posibilitado por españoles e indias, dio origen al ladino, apelativo que, primero, se adjudicó a los indios que sabían hablar español y que eran versados en las costumbres españolas, independientemente de que ya fueran biológicamente mestizos o no, y después se adjudicó a los mestizos que no quisieron ser indios porque no estuvieron dispuestos a trabajar la tierra en condiciones de servidumbre sino que se ubicaron en estamentos intermedios de servicios, originándose de esta manera a sí mismos como un nuevo sujeto social diferenciado de españoles e indios. Desde su origen, pues, los términos indio y ladino tuvieron un contenido más cultural que fenotípico, biológico o racial. Nota 3

Con el tiempo, los ladinos se ubicaron socialmente muy cerca de los criollos, cuyas élites ilustradas protagonizarían la Independencia (1821) y, posteriormente, habrían de ser los mismos ladinos quienes impulsaran la Revolución Liberal (1871), para luego hegemonizar étnica y políticamente en el país, fundar la nación y conducirla por los derroteros dictatoriales conocidos, hasta llegar a la revolución democrítico-burguesa de 1944, cuya política hacia la población indígena fue de asimilacionismo ladinizante. Como se sabe, las posibilidades de modernización de la sociedad guatemalteca se truncaron en 1954. Por ello, es hasta en los años noventa, después de finalizada la etapa revolucionaria con la derrota de la izquierda, que se plantea la democratización étnica del país como parte de su más amplia democratización económica, política y cultural. Esta democratización se propone dentro del marco de los procesos globalizadores en el mundo, a los cuales ni Guatemala ni Centroamérica son ajenas. Por ello, es en el ámbito de la refuncionalización de las culturas populares por parte de la globalización, y de la remitencia a la recién pasada guerra contrainsurgente, que un análisis de la cuestión étnica y del debate interétnico debe realizarse, para luego poder pasar a ubicar el problema en las coordenadas de las estrategia discursivas indioladinas, de la creación de identidades étnicas y de la turistización de las tradiciones populares, como parte de las variables a tomar en consideración para dar cuenta del estado actual de la cuestión étnica y del debate interétnico.

2. "Guerra popular y concientización indígena"

Una de las claves para explicarse la dinámica del activismo político-cultural indígena en Guatemala es el esclarecimiento del proceso de metamorfosis que los movimientos populares inspirados en la revolución socialista sufrieron en los años noventa, transformándose en "nuevos movimientos sociales." Esta transformación, que va desde la incorporación masiva de los indígenas al proyecto de guerra popular prolongada, hasta la reacción antiladina de los indígenas contra los revolucionarios, pasando por el horror de la guerra constrainsurgente y la posterior proliferación de ONGs "mayas," hizo que a fines de la década ochenta el capital social de la izquierda armada se viera de pronto convertido en una constelación de nuevos movimientos sociales de marcado perfil etnicista y culturalista, los cuales revestían, ya entonces, dos rasgos distintivos: eran discriminatoriamente indígenas y, por lo mismo, antiladinos; y hacían girar su organización antes que alrededor de reivindicaciones económicas, sociales y políticas, en torno a una esencia ideal: la de la identidad cultural "maya." Este desplazamiento de la política a la cultura, y de la centralidad del criterio clasista al de la relatividad de lo que hasta entonces se consideraron sus variables o epifenómenos (etnia-cultura), tuvo su raíz tanto en el desenlace militar de la lucha armada y la guerra popular que las vanguardias revolucionarias ladinas condujeron desde los años sesenta, como en el volcamiento de la cooperación internacional hacia los países centroamericanos que entraban en su era posrevolucionaria. El lapso que va de los primeros meses de 1982 (cuando se concreta la derrota militar de las guerrillas) hasta el 29 de diciembre de 1996 (día en que éstas capitulan ideológicamente por medio de la firma la paz), es el lapso de la conformación y florecimiento de esta miríada de nuevos movimientos sociales étnicamente esencialistas que ahora perfilan "lo popular étnico" de Guatemala ante la llamada comunidad internacional, proponiendo al "pueblo maya" como un conglomerado inmerso en un desarrollo ininterrumpido de carácter trans y suprahistórico, trans y supraclasista, que lo ha mantenido inalterado en el tiempo sobre todo en su cosmovisión. Esto, como parte de una lucha, iniciada en sus fases más organizadas desde la contraconmemoración del Quinto Centenario en 1992, por la obtención de fondos para el mejoramiento de la vida de los indígenas, lo cual, desde el 29 de diciembre de 1996, pasa por la puesta en práctica de los acuerdos de paz, ya que la cooperación internacional logró, mediante la promesa de una ya mencionada ayuda económica (2, 500 millones de dólares) para la puesta en práctica de estos acuerdos, que la paz se firmara sin que las causas que motivaran el llamado conflicto armado interno tuvieran siquiera visos lejanos de solución.

Actualmente, las demandas indígeno-populares al día tienen que ver, en lo cultural, con la restauración de una serie de esencias que, se arguye con sobrados casos históricos como ejemplos ilustrativos, han sido vejadas por colonialismos, neocolonialismos, racismos y otras fuerzas de dominación a lo largo de cinco siglos. Por todo, se denuncian innumerables cuanto sistemáticas exclusiones sufridas por la esencia cultural-étnica "maya" respecto de todo tipo de centralidades dominantes, y la responsabilidad de tal atrocidad histórica se hace recaer sobre otra esencia no menos compacta: la ladinidad, que aparece actuando como contraparte complementaria del binarismo que anima toda esta visión ideológica indianista. Las demandas, que parten de la pertinaz insistencia en el reconocimiento de la existencia de la diferencia cultural como denominador común de la subalternidad indígena (Acuerdo sobre identidad), van desde la reivindicación de la igual inclusión de los indígenas en la centralidad social, planteando con ello la lucha por la entronización de los imaginarios subalternos esencializados "mayas" en la centralidad ladina, hasta la construcción de espacios en los que las esencias perdidas puedan reconstruirse y actualizarse, es decir, construirse o hacerse. Estos espacios son también espacios sociales, políticos y geográficos, y no sólo estrictamente culturales o letrados, y a todo esto se aboca el Acuerdo sobre identidad y derechos de los pueblos indígenas, que forma parte de los acuerdos globales de paz mencionados. La "mayanidad," al funcionar como eje esencializador de las demandas étnico-culturales, a la vez sirve como punto de referencia, por parte de los activistas indígenas, de la reivindicación de la pluralidad étnica y el pluralismo político como parte de su agenda general, postulando que la diferencia no sólo opera entre indios y ladinos, sino también en el seno del pueblo "maya," el cual, en Guatemala, está (como se dijo) conformado por 22 grupos étnicos con otros tantos idiomas vivos, de los cuales los principales son cinco: el quiché, el cakchiquel, el tzutuhil, el mam y el kekchí. Se reivindica, pues, una esencia y, al mismo tiempo, una pluralidad, la cual depende del previo reconocimiento de aquella esencia otorgadora de sentido ideológico y político (Fisher-McKenna). En todo esto, la invención de tradiciones y de una religiosidad y espiritualidad "mayas" esenciales, juega un papel fundamental en el que los antropólogos norteamericanos han sido un elemento clave. Nota 4

Cómo se llegó a este estado de cosas, es algo que tiene que explicarse a partir, dijimos, del desenlace del esfuerzo de guerra popular desencadenando por las vanguardias ladinas marxistas-leninistas en los años setenta y ochenta, el cual, como se sabe, se caracterizó por la incorporación masiva de población indígena a la estrategia de guerra popular prolongada, y por la respuesta contrainsurgente del Ejército la cual logró neutralizar al apoyo popular-indígena de las guerrillas y aislarlas en el terreno para neutralizar su efectividad. Nota 5 La población sobreviviente de la táctica de "tierra arrasada" fue confinada en aldeas estratégicas llamadas polos de desarrollo, y organizada forzadamente en patrullas de autodefensa civil (PAC), contrainsurgentes. Se calcula que, entre 1982 y 1984, entre 100 y 150.000 indígenas fueron muertos por la contrinsurgencia, y un millón de ellos fueron desplazados de sus comunidades sin salir del país. Asimismo, unos 40,000 se refugiaron en México y otros países. La cauda de "desaparecidos" fue también de unos 40,000, contando a las víctimas ladinas (Jonas; McClintock; Frank and Wheaton; Black).

Este llamado "holocausto maya" constituyó una convulsión cultural y psicológica mucho mayor que la conquista española, y sus efectos políticos se expresan en el autonomismo étnico (antiladino) y en la autoafirmación identitaria de los indígenas posrevolucionarios, todo lo cual los llevó a buscar en la cooperación internacional y en la solidaridad de iglesias y universidades euronortemericanas, el apoyo para sus proyectos reivindicativos. Nota 6

Luego de la neutralización de la posibilidad de una victoria militar guerrillera, mediante el aniquilamiento del apoyo popular a la guerrilla, el Ejército dio inicio a las etapas civiles de su plan contrainsurgente, las cuales consistieron, primero, en mentalizar a las masas indígenas confinadas en los llamados polos de desarrollo (o aldeas estratégicas) y en las aldeas "pacificadas," por medio de la entronización de toda suerte de evangelismos cristiano-fundamentalistas, cuyas iglesias convirtieron de la noche a la mañana a amplias poblaciones indígenas del catolicismo sincrético que practicaban desde tiempos de la colonización, al puritanismo fundamentalista de toda suerte de súbditos de Jehová, dando al traste así con muchas tradiciones religiosas que servían de elemento de cohesión, legitimación e identidad a las comunidades. Un ejemplo notorio de esto es, como vimos, el caso de Santiago Atitlán y de su deidad, Maximón. Santiago Atitlán es también un pueblo emblemático por su rechazo indígena de guerrilla y Ejército como instituciones ladinas, y de afirmación de su indianidad por la vía del evangelismo fundamentalista. Por todo ello, nos sirve para ilustrar un fenómeno generalizado (aunque no siempre tan explícitamente) en los años ochenta en el altiplano occidental, que es la región más densamente poblada por indígenas en el país: el del antiladinismo indígena.

Después de culminadas las campañas militares, las etapas civiles de la contrainsurgencia recorrieron el camino de la democratización del juego político local, lo cual se tradujo en elecciones cercanamente vigiladas por los militares; en la delegación del poder del Estado en manos de civiles y, finalmente, en la firma misma de la paz entre guerrilla, Gobierno y Ejército. Los militares se retiraron, victoriosos, del control del Estado respondiendo así a una estrategia continental para las instituciones armadas, las cuales, mucho más tecnificadas, cualificadas y profesionalizadas, ejercen ahora su influencia y control sobre las democracias latinoamericanas de una manera oblicua y tras bambalinas, compartiendo las decisiones con la clase política local de que se trate. Así fue como se llegó a la firma de la paz en Guatemala. El mencionado lapso que va de 1982 a 1996, fue uno en el que el Ejército permitió la existencia y el accionar guerrillero para poder tener una carta de negociación que le permitiera el retiro airoso de la política. A su vez, la guerrilla vio este espacio concedido por su enemigo como la oportunidad de sobrevivir políticamente como élite de dirigentes apoyados por un puñado de jóvenes guerrilleros idealistas y por la cooperación internacional, las iglesias y organismos de derechos humanos. Esto resulta obvio si se tiene en cuenta que ya a mediados de 1982, las guerrillas estaban militarmente neutralizadas e incapacitadas para un accionar que no fuera circunscrito a los territorios que el Ejército tenía delimitados. La paz se firma por presiones internacionales y bajo la vigilancia de la cooperación internacional, alrededor de cuyos dineros el Gobierno ha hecho ahora girar su plan de desarrollo económico, y la guerrilla la formación de su partido político, equiparando el proceso de democratización y de desarrollo sostenible, que son obligados para el país, con la puesta en práctica de los acuerdos de paz. Los actores, pues, entrarán al nuevo milenio bailando al son de la cooperación internacional, en una tradición dependentista que dejó de ser moderna para pasar a ser posmoderna, sin pena ni gloria.

3. La "neutralidad" indígena

Santiago Atitlán también fue escenario de la influencia guerrillera y, posteriormente, de la contrainsurgencia. Como se dijo, un destacamento militar que había sido situado en las afueras del pueblo fue la causa de asesinatos, torturas y desapariciones forzadas de sus habitantes en los años de la guerra contrainsurgente. Pero el 20 de diciembre de 1990, luego de la masacre de 15 habitantes del pueblo el día 2 de ese mes, una protesta masiva en contra de los militares dio como resultado que el Ejército se viera forzado a retirar su destacamento y situarlo en un punto más distante, lo cual fue interpretado nacional e internacionalmente como una victoria civil y también étnica de los indígenas, sobre todo porque en el documento conocido como "El compromiso de Santiago Atitlán," sus habitantes asumieron la neutralidad en la guerra entre Ejército y guerrilla y se comprometieron a no apoyar ninguna ideología que afectara la paz, la seguridad y la libertad de la población. La actitud de los atitecos no fue repetida por otros pueblos indígenas pero sirve para comprender el autonomismo indígena antiladino que el desenlace de la guerra generó. Por un lado, las masacres del Ejército y de la guerrilla y, por el otro, el abandono de la base de apoyo por parte de éstas dan como resultado esta "neutralidad," que es una neutralidad respecto del eje binario izquierda-derecha. Sin embargo, es una "neutralidad" inspirada por las iglesias evangélicas fundamentalistas que habían llegado a consolar a la población aterrorizada después de las etapas militares de la contrainsurgencia, y por ello implica también la violenta refuncionalización de las tradiciones y de la religiosidad popular en Santiago y demás comunidades del altiplano.

El caso de Maximón emblematiza estos cambios y lo que está ocurriendo en las comunidades indígenas de Guatemala, en el plano cultural, como resultado de la guerra. Esto, sin embargo, será tratado con más detenimiento adelante. Ahora, revisemos los análisis teóricos que animaron las prácticas políticas de izquierda para la movilización de la población indígena, así como las versiones indígenas de su propia identidad y reivindicaciones, ya que sin ello no se explica el autonomismo indígena hoy conocido como "pensamiento maya."

4. Del indio al "maya": versiones y visiones del indio y el ladino

La visión y la versión del indio como opuesto a las ideologías eurocéntricas empieza y se consolida en el proceso de descubrimiento, conquista y colonización, y puede estudiarse en las cartas de relación de Colón y Alvarado, en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo y de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y, después, en literatos de la colonia como Rafael Landívar, y de la república conservadora y liberal como José Milla y Vidaurre. Las características prejuiciadas y estereotipadas del indio que se configuran en la Colonia, llegan a la época de la Revolución Liberal (1871) y configuran el imaginario de formación de la Nación y de la nacionalidad. Estos prejuicios, que se inscriben en la noción liberal e "iluminada" de "salvaje" y "primitivo," son interiorizados por la ladinidad republicana como parte de la moda positivista del siglo XIX, como puede constatarse en la tesis de abogado de Miguel Angel Asturias, Sociología guatemalteca: El problema social del indio, escrita en 1922, y se resumen en un listado de características atribuidas a los indígenas entre las que se cuentan las de haragán, sumiso, conformista, borracho, tonto, débil y genéticamente degradado por la explotación. Ya sea como rechazo frontal o como paternalismo proteccionista y asimilacionista, la visión y la versión criollas y ladinas del indio y del pueblo encuentran también cauce literario. Interesante es el caso de la novela María, historia de una mártir, de Felipe de Jesús, que podría sumarse, aunque tardíamente, a las novelas fundacionales de las nacionalidades latinoamericanas, como María, de Isaacs y Amalia, de José Mármol (Sommer, Foundational).

No es sino hasta 1944 que Guatemala inicia el proceso de modernización de la nación y, por tanto, es entonces que se empieza a poner en práctica la ideología del mestizaje asimilacionista que, en otros países (como México) se había echado a andar en los años veinte. Ideologías racistas como la de Sarmiento, en Argentina, que de hecho inspira a Asturias en su tesis de abogado, se convierten, suavizadas por la ideología del mestizaje mexicano, en políticas asimilacionistas puestas en práctica desde el Estado, con la ayuda de intelectuales orgánicos que propagandizan este clima ideológico en novelas como Entre la piedra y la cruz, de Mario Monteforte Toledo (Arias, Ideologías). Este proyecto nacional inclusionista se valió del Instituto Indigenista Nacional para ladinizar a los indios en una franca actitud eurocéntrica pero imbuida de nacionalismo ladino y mestizo. Un nacionalismo que, a la larga, habría de costarle a la revolución democrática del 44 su derrocamiento por parte de Estados Unidos (Gleijeses; Schlesinger-Kinzer). Pero para explicarse la función y la existencia misma del Instituto Indigenista Nacional, es necesario consignar el trabajo y la influencia de los antropólogos norteamericanos que trabajaron en Guatemala desde los años 30 hasta los 70, pues ellos dejaron asentados algunos criterios que no sólo determinaron la política gubernamental hacia los grupos indígenas, sino que configuraron criterios de identificación étnica y cultural entre los ladinos. Algunas de las ideas más importantes que estos antropólogos lograron asentar son las siguientes: Sol Tax observó, ya a principios de los años cincuenta (Heritage 43-75), que la mayoría de los indígenas orientaban sus actividades hacia el mercado y no hacia la economía campesina. Richard Adams acuñó el término "indio ladinizado" para referirse a los indígenas asentados en ciudades y que ya no usaban sus trajes típicos, se habían dedicado al comercio y/o eran incluso profesionales, y también caracterizó al ladino en toda su complejidad cultural, y habló de "procesos de ladinización" para referirse a la aculturación de los indígenas (Adams, Encuesta 17-63). La categoría "indio ladinizado" ha servido para pensar la multiplicidad de hibridaciones identitarias del mestizaje cultural guatemalteco, pero actualmente tiene la limitación de que ubica el concepto y la realidad que denota en medio de dos categorías binarias: indio-ladino, como si éstas fueran dos entidades contrapuestas, evocando sin querer la contradicción blanco-negro. Esta visión, reforzada por el carácter del racismo en Estados Unidos, dominó la antropología norteamericana en Guatemala hasta los años sesenta, Nota 7 aunque el carácter complejo y mestizo del país estuvo siempre muy claro en la mente de los antropólogos norteamericanos, como se evidencia en las lúcidas observaciones de Adams sobre la cultura de los ladinos (Encuesta 65-217). Por eso mismo, observaciones como las que afirman que la diferencia entre indios y ladinos no es racial sino cultural porque se puede devenir ladino siendo originalmente indígena, resultaron sorprendentes en medio del binarismo en que se operaba, y ese criterio cundió en Guatemala también, desterrando la idea de racismo a la hora de analizar y pensar la interculturalidad guatemalteca.

La noción de racismo emergió a principios de los setentas, con el libro de Guzmán Böckler y Herbert, Guatemala: una interpretación histórico-social, el cual tuvo y sigue teniendo una gran influencia en el pensamiento indianista por su magnificación de la contradicción étnico-cultural.

Dos antropólogos guatemaltecos se formaron aparentemente bajo la influencia de la antropología norteamericana: Antonio Gobaud Carrera y Juan de Dios Rosales. Gobaud dirigió el Instituto Indigenista Nacional durante el gobierno de Juan José Arévalo. La labor del Instituto fue promover la integración de los indígenas a la cultura ladina, en nombre del progreso y la civilización, inspirado en los indigenistas mexicanos y en la ideología mexicana del mestizaje. Claro que el caso de México y el de Guatemala no eran equiparables, ya que México tenía un conglomerado indígena minoritario, y ese no era el caso de Guatemala.

Durante todo el período revolucionario (44-54), los antropólogos norteamericanos apoyaron a los gobiernos guatemaltecos en la definición y tratamiento de los indios como minoría étnica, influyendo indirectamente en los resultados de los censos mediante los criterios de ladinización arriba esbozados, con el resultado involuntario de que la población indígena aparecía como menor que la ladina. Nota 8 El problema de la ladinización, y hasta qué punto la misma implicaba el abandono de la indianidad se estudió hasta los años ochenta por parte de antropólogos como Carol Smith y Brintnall, y en los noventa por Bastos y Camus. En los noventa, el término racismo volvió a emerger con fuerza por parte de antropólogos como Charles E. Hale y la misma Smith, referido siempre hacia y en contra de la población ladina. También adquirió relevancia en el estudio que sobre la élite criolla o "blanca" realizara Marta Elena Casaus (Linaje). Actualmente, lo que caracteriza el discurso de los antropólogos norteamericanos es la insistencia en el racismo de los ladinos, desde una perspectiva solidaria y "políticamente correcta" a favor de los indígenas, con toda la carga de conciencia norteamericana de izquierda académica que eso implica. Esta posición coincide casualmente con la de la izquierda revolucionaria (ahora oficial) y con estudios realizados por guatemaltecos, como los de Casaus y Héctor Rosada, sin que ello implique un vínculo de éstos o aquellos intelectuales con la URNG, con la cual acusan diferencias de enfoque.

Curiosamente, Asturias había ofrecido, como parte del desarrollo de las vanguardias literarias y artísticas de principios de siglo, una versión de la interculturalidad guatemalteca -y latinoamericana- que ya implicaba nociones intuidas de heterogeneidad (Cornejo), transculturación (Ortiz, Rama) e incluso hibridación (García Canclini) en obras como Leyendas de Guatemala, Arquitectura de la vida nueva, Hombres de maíz, El Alhajadito y El espejo de Lida Sal. Sin embargo, la discusión y el debate local sobre la cuestión étnica e intercultural en Guatemala empieza formalmente, como una discusión política, en 1970, aparejada al desarrollo de la lucha armada revolucionaria que había comenzado a gestarse después del derrocamiento de Arbenz y el cercenamiento de la posibilidad de modernización de la sociedad guatemalteca, y como continuidad de la ideología de la revolución cubana, la cual dotó a los primeros revolucionarios guatemaltecos de la teoría del foco y del foquismo como receta de la toma del poder; todo lo cual llevó al primer ciclo armado al fracaso ya a la altura de 1968. Al iniciarse la década de los años setenta, cuando la guerrilla había sufrido la derrota de su primer ciclo armado (Morales, La ideología), la aparición de tres libros vino a activar el debate crítico que en el seno de la izquierda se realizaba sobre el foquismo, así como sobre las teorías (Debray, el Che) que habían animado el ciclo armado que terminaba con una derrota. Los libros fueron: La patria del criollo, de Severo Martínez Peláez (1970); Guatemala: una interpretación histórico-social, de Carlos Guzmán-Böckler y Jean-Loup Herbert (1970), y Proletarización del campesino de Guatemala (1971), de Humberto Flores Alvarado. Aunque los tres textos privilegian la contradicción de clase por encima de las contradicciones étnico-culturales, acusan diferencias notables en su manera de percibir el papel de los indígenas en el desarrollo económico y, por ello, en el proceso revolucionario entonces en marcha.

Mientras, en el terreno de la organización popular, el contacto entre indios y ladinos comenzaba a modificar las visiones ladinas de lo indígena, Severo Martínez, fundamentando las teorías del Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) respecto de que el indio constituía un lastre para la revolución popular y que solamente en la etapa de industrialización socialista podría jugar un papel como proletario, no como indio (El camino), analiza el país como una estructura colonial partiendo de principios como los de "falsa conciencia" referido a la ideología y a la conciencia étnica, a las cuales diferenciaba de la "ciencia" como conciencia "objetiva" de lo real. El indio, pues, carecía de potencial revolucionario porque carecía de conciencia de clase (objetiva y científica, "para-sí") y poseía sólo conciencia étnica (falsa). Había, entonces, que proletarizarlo (es decir, desindianizarlo) y no cooptarlo (como indio) para la revolución. La cuestión indígena se reducía, así, a la cuestión agraria. Martínez, además, analizó la interetnicidad como la dicotomía entre indios y criollos, y dejó de lado al ladino, despojándolo así de cualquier posibilidad de protagonismo histórico. El PGT, por su parte, proponía abiertamente hacer avanzar el capitalismo mediante la lucha economicista para llegar al punto de la ansiada proletarización. Curiosamente, en estudios actuales sobre la cuestión étnica y el racismo es persistente la noción de la ideología como falsa conciencia (Casaus, 24-25), aunque usado para invalidar los prejuicios racistas de la oligarquía "blanca" o criolla, y considerando aún la noción de ideología como opuesta a la noción de ciencia, realidad ésta sobre la que se hace recaer la verdad objetiva (Casaus, 222). Como se sabe, los estudios que consideran la ideología como una realidad actuante y determinante, independiente del pendular falso-verdadero, y que no confían demasiado en los métodos cuantificadores de las ciencias sociales, han surgido como estudios multi y transdisciplinarios en el mismo ámbito de las ciencias sociales hace ya algún tiempo, pero el impacto que esto ha tenido en algunos científicos sociales guatemaltecos de izquierda ha sido casi nulo hasta mediados de los años noventa.

En el caso de Flores Alvarado, los puntos de partida son prácticamente iguales, a no ser por la consideración de que, para él, los indios ya están lo suficientemente proletarizados como para responder a estrategias de organización clasista proletaria. A este respecto, hubo intentos, también en el PGT, de fundamentar mediante el análisis leninista la incorporación del indio a la lucha reivindicativa como parte del proletariado rural, sobre todo en el espacio de las grandes plantaciones (Figueroa Ibarra).

La contradicción de clase como contradicción principal, y la contradicción étnica indio-ladino, como contradicción secundaria, siguió siendo el principio rector de la reflexión de Guzmán Böckler y Jean-Loup Herbert, sólo que ellos hicieron coincidir una contradicción con la otra, postulando que el ladino es patrón y el indio es trabajador en una economía que es capitalista, decían, desde el siglo XVI. Guzman Böckler definió al ladino como "un ser ficticio," partiendo de caracterizarlo como colonizado (al estilo fanoniano) y, por ello, importador de teorías e ideologías. Por contradicción, postuló al indio como un ser que sí tenía existencia real porque su cultura es "propia," genuina y no importada. Por su parte, Herbert entronizó el término racismo para nombrar la discriminación ladina hacia el indio, pero todos los argumentos que usó para fundamentar la existencia del racismo en Guatemala son culturalistas.

Con este operativo más ideológico que teórico, el libro tuvo el efecto de borrar el conflicto entre teoría y práctica (es decir, el de hacer coincidir el esquema clasista con el esquema étnico para así organizar a los indios sin traicionar el programa marxista-leninista), sobre todo entre los revolucionarios que ya entonces empezaban a organizar núcleos indígenas en el noroccidente del país, a saber: un remanente de las Fuerzas Armadas Rebeldes (casi destruidas ya en 1968) llamado Regional de Occidente, que luego daría lugar a dos organizaciones de fuerte contenido indianista: la Organización del Pueblo en Armas -ORPA- (1979) y el Movimiento Revolucionario del Pueblo Ixim -MRP-Ixim- (1982). Racismo I (1976) y Acerca del racismo (1979, publicado en 1982) (ALAI) fueron los documentos en borrador que sirvieron de base "teórica" a la Regional de Occidente y a las dos organizaciones que originó para justificar la incorporación indígena a la estrategia de guerra popular, y, al parecer, fueron escritos por Rodrigo Asturias. En realidad, aquellos documentos eran consideraciones descoyuntadas que ilustraban actitudes discriminatorias hacia los indígenas, las cuales fueron etiquetadas, gracias al libro de Guzmán y Herbert, como racistas. Racismo fue un término que desde entonces formó parte del léxico del debate sobre la cuestión étnica, hasta la fecha, siempre adjudicado, como actitud negativa, a la ladinidad popular y de clase media o a la oligarquía "blanca." Igualmente importantes fueron, para analizar la realidad étnica del país en el seno de la izquierda guerrillera, los libros de Frantz Fanon, especialmente, claro, Los condenados de la tierra. De aquí en adelante, se sedimenta en el seno de las izquierdas una conciencia ladina culposa, y se siembra el germen del indianismo antiladino que enarbolará la bandera del racismo en contra de la ladinidad, y que explica la actual ideología mayista.

A principios de los años ochenta, ya indios y ladinos convivían activamente en la militancia guerrillera impulsando la guerra popular prolongada, también por parte del Ejército Guerrillero de los Pobres -EGP-. Así lo ilustran los testimonios orquestados por su diligencia (como el de Payeras y el de Burgos-Debray), textos en los que ya comienza a intuirse una inversión de los términos de análisis, a saber: la variante cultural aparece como más importante que la variable de clase. En el terreno de la teorización ladina sobre la cuestión étnica, aunque fuera del ámbito de la izquierda, el libro de Héctor Rosada, Indios y ladinos, reivindica la primacía de la contradicción clasista y de la base sobre la cultura o supraestructura, aunque siempre "en última instancia," para seguir siendo fiel al marxismo.

A lo largo de los años ochenta, Mario Payeras escribió, tanto como miembro del EGP e igualmente como dirigente del grupo disidente Octubre Revolucionario -OR-, algunas consideraciones sobre la cuestión étnica, dándole al asunto una solución multinacional, con todos los problemas de separatismo indianista que eso implicaba. Sin embargo, esto ya supuso un cambio radical en la consideración ladina del indígena en el seno de la izquierda, Nota 9 pues ya le concedía un autonomismo del que después haría gala el movimiento indígena independiente y ya desligado de la izquierda. La contradicción de clase y la étnica se hacen coincidir, para así fundamentar la incorporación del indio a la guerra popular desde una perspectiva marxista. Nota 10

Efectivamente, y sobre todo con el desenlace de la guerra, los indígenas pasan paulatinamente de ser objetos de estudio a ser sujetos históricos autoconscientes. Antes habían sido sujetos históricos manipulados para proyectos políticos ladinos. El fracaso guerrillero y la crueldad contrainsurgente para con los indígenas produjeron un fervor nacionalista antiladino en los indígenas y un movimiento de solidaridad internacional indigenófilo muy acentuado, que el testimonio de Rigoberta Menchú había empezado a fomentar, ya que para cumplir funciones de solidaridad había sido ideado y confeccionado por el EGP, como veremos adelante. Este autonomismo fue particular y sonoramente visible en el caso ya mencionado de Santiago Atitlán y de sus habitantes en 1990, al rechazar tanto al Ejército como a la guerrilla, aunque abrazando el fundamentalismo protestante.

Gracias a una coyuntura internacional favorable, en los años noventa se desarrolla una teorización esencialista sobre la cuestión étnica, proveniente de académicos ya autollamados "mayas," de los cuales el de pensamiento más articulado es Demetrio Cojtí, y de instituciones como la gubernamental Academia de Lenguas Mayas, o la esotérica Confederación de Sabios Mayas. Nota 11 Ocurre también una especie de "destape maya" expresado por ejemplo en el caso del columnista Estuardo Zapeta y de sus coloridos y provocadores (cuanto mal redactados) artículos antiladinos en la prensa escrita. Por su parte, los columnistas ladinos intervienen en el debate periodístico sobre la etnicidad enarbolando diversas variantes de las propuestas de mestizaje, desde repeticiones del mestizaje asimilacionista, hasta discursos de hibridación democrática. Este último discurso ladino antiesencialista, dice Hale (Mestizaje), ataca tanto en contra de la élite de poder, como en contra del nacionalismo esencialista "maya". Nota 12

El debate entre indígenas y ladinos acusa a menudo perfiles de mutua incriminación violenta, llena de prejuicios etnicistas de parte de ambos bandos. Esta fase confrontativa expresa una necesidad de "catarsis étnica" que los guatemaltecos necesitan hacer y que debe transcurrir completamente hasta agotarse, para poder pasar a otra fase menos pasional del debate. Como dijimos, a partir de marzo de 1997 se comenzó a discutir el problema de la identidad ladina, tema que fue incluido ya en el Segundo Congreso de Estudios Mayas, en la Universidad Rafael Landívar de Guatemala, en agosto de 1997, y al cual le dedicamos el último capítulo de este libro.

Actualmente, y como parte de este debate, he planteado en la prensa la necesidad de investigar la relación que existe entre cooperación internacional, turismo e identidades "mayas" en Guatemala, asunto particularmente interesante sobre todo de cara a la aparentemente inevitable inserción del país y la región en el TLC, especialmente después de la firma del acuerdo definitivo de paz. Como parte de este acuerdo final, el 31 de marzo de 1995, se había firmado el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, basado en propuestas de organizaciones indígenas representadas en la Asamblea de la Sociedad Civil. Sus cuatro grandes apartados son: I. Identidad; el cual contiene definiciones esencialistas de identidad, cultura, Maya, Ladino (con mayúsculas), cosmovisión, espiritualidad, etc. II. Lucha contra la discriminación; que contiene similares consideraciones. III. Derechos culturales; que, partiendo de estos postulados, plantea una serie de reivindicaciones que se centran en el reconocimiento de la existencia de una identidad, una cosmovisión, una cultura, una espiritualidad, de los pueblos indígenas; en el reconocimiento de que las mismas han sido discriminadas; en la reivindicación del respeto, el valor, la pertenencia y la práctica libre y la dignificación de la cultura de los "mayas," xincas y garífunas como diferentes. Y IV. Derechos civiles, políticos, sociales y económicos; que contiene la petición de reforzar y hacer cumplir lo contemplado en la Constitución al respecto, dejando el candente asunto de la tenencia de la tierra a ser resuelto en el Acuerdo Agrario, el cual se firmó después sin modificar dicha tenencia en absolutamente nada (Acuerdos).

5. Los conceptos clave: sus usos y sus espacios

A la hora de estudiar el fenómeno de la interculturalidad guatemalteca, conceptos como nación, etnicidad, identidad, cultura, pueblo, hegemonía, subalternidad, género y clase entran a danzar en un espacio reflexivo que necesita ser a la vez local y global o "glocal," como dice García Canclini (Consumidores) cuando menciona el uso de este término en el Japón. Es necesario asentar que las nociones vividas de los conceptos apuntados tienen usos que varían dependiendo de las posicionalidades móviles de los sujetos que las viven y que, incluso, en el caso de su operacionalidad por parte de científicos sociales y humanistas, estos conceptos acusan una movilidad semántica que tiene que ver con los diferentes paisajes teóricos y críticos, construidos y/o desconstruidos, en los que opere el pensamiento analítico. No procede, por lo tanto, una fijación conceptual previa al análisis, sino más bien una adecuación de los conceptos y categorías al uso, al movimiento que se quiere captar mediante la operacionalización de los mismos. Por eso, es mejor partir de las nociones que se viven en el espacio de análisis para, de ahí, pasar a encajarlos o a relacionarlos con un sistema categorial en formación que quizá pueda encasillarse llamándolo posmoderno pero que, en todo caso, lo que lo caracteriza es que dialoga críticamente con los paradigmas rotos de la modernidad tanto en sus versiones globales como en sus versiones locales, y con un futuro que quiere mapear para facilitar la navegación teórica en el siglo XXI.

La posmodernidad ha dado en pensar la nación como el resultado de la imaginación ilustrada (Anderson) en el entendido de que, en el caso de América Latina, esa imaginación fue también, como se sabe, oligárquica y despótica; también se la piensa como el resultado de estrategias escriturales (Anderson, Sommer, Foundational; Bhabha, Nation) tendentes a realizar inmensos marginamientos y exclusiones de grupos humanos que, por contradicción, sirven de referente especular para definir y legitimar la ciudadanía de las élites dominantes y sus estamentos de servicios. La nación sigue siendo, en la jerga posmoderna, el resultado del ejercicio del poder político de los grupos dominantes con el objetivo de homogeneizar el espacio de su acción y explotación, creando así marginalidades concretas que son la base de sus comunidades imaginadas. En el caso de América Latina, esas marginalidades son específicamente étnicas, como es el caso de México, Guatemala, Ecuador, Paraguay, Bolivia, Perú y Brasil. En otros casos, como la Argentina, las marginalidades se convirtieron en comunidades exterminadas y el proyecto de nación fue exitoso para sus élites, las cuales necesitaron colocar su espejo otorgador de identidad en Europa para articular sus identidades. En el caso de las comunidades imaginadas basadas en comunidades marginadas, el espejo quedó colocado en lo cercano y, por contradicción, ayudó a articular las identidades dominantes y los sentidos de ciudadanía y de patriotismo como una negación afirmatoria.

El análisis de la multiculturalidad y de las luchas posmodernas basadas en la politización de construcciones identitarias fijas así como en la racialización y etnicización de esas identidades, ha debido recurrir al marco de la nación, tanto para sus elucidaciones teóricas como para sus propuestas políticas en vista de que no existe otro espacio político que pueda servir de alternativa al espacio nacional. En nuestro caso, el conflicto interracial, interétnico, intercultural sigue ubicándose dentro del espacio nacional (un espacio oligárquico y burgués por naturaleza), aunque visto ya como espacio ampliado y democratizado o en vías de ampliación y democratización. La lucha de la subalternidad étnica ha necesitado circunscribir su lucha a este espacio del imaginario burgués y oligárquico puesto que la alternativa -su fragmentación- no forma parte de la agenda reformista de los grupos subalternos del tercer mundo, como fácilmente puede constatarse en el discurso del zapatismo en México y en el del mayismo en Guatemala. Los grupos étnicos, con el arma teórica del esencialismo estratégico en la mano, reclaman no la destrucción de la nación burguesa y el cambio de estructuras económicas, sino su ingreso en un mundo de privilegios hasta ahora negado a ellos, con la divisa de su identidad cultural respetada y reconocida por las leyes y el imaginario hegemónicos. La subalternidad étnica quiere, pues, una tajada del pastel de la dominación y la hegemonía. Eso implica más una puesta al día que una vuelta al ayer, aunque en la construcción de sus identidades étnicas y culturales politizadas, la construcción-invención del ayer adecuado a sus fines políticos de hoy es básico e irrenunciable. Ningún rasgo utópico anima la lucha de la subalternidad étnica en el tercer mundo ni tampoco en el primero: se trata de una lucha por insertarse en el sistema establecido. Por eso, su caballo de batalla es la democratización, la cual, como el caballo de la nacionalidad, resulta ser una opción en un mundo en el que la dictadura del proletariado ha sido enterrada por sus propios ejecutores. Un planteamiento utópico podría pasar por la propuesta de la superación de la nación y, con ella, una superación de la burguesía, el liberalismo y las élites, pero la subalternidad posmoderna aún no da para tanto y por eso el espacio nacional aparece siempre como algo a ser reparado y remozado, y no destruido ni sustituido. En tal sentido, el pensamiento posmoderno es una continuación crítica de la modernidad, pues en ésta, la lucha de la subalternidad étnica planteaba también la liberación cultural, étnica y de clase en términos de liberación de la nación; un ejemplo sonoro para el tercer mundo es el de Frantz Fanon, quien planteó el espacio de la nación liberada como aquél que posibilita la construcción de una cultura. Nota 13 La crítica posmoderna al planteo moderno de izquierda de Fanon radicaría en que, ahora, la liberación de la nación no es ya posible sino sólo su ampliación democrática, y que el precio que la subalternidad pagó por haberse embarcado en el proyecto moderno y elitario de izquierda que propuso la liberación fue demasiado alto como para repetirlo. El área penumbrosa que sombrea la línea divisoria entre la resistencia y la aculturación no puede ya iluminarse con categorías binarias que identificaban al pueblo con la resistencia y a la cultura popular con el contradiscurso de la cultura burguesa. La cosa es más ambigua y siempre lo fue. Ahora se reconoce esa ambigüedad, se parte de ella, se opera en ella y en ella se plantean necesariamente las salidas posibles y reales. El espacio para la utopía y para la superación de la nación debe, pues, ser construido todavía, quizás mediante operativos analíticos y propositivos "glocales." La dudosa ausencia de utopía en el pensamiento y la acción étnico-culturales subalternas en América Latina, en donde los intelectuales indígenas han sustituido los planteos utópico-modernos de Mariátegui por los reivindicativos y denunciatorios de Bonfil Batalla, expresa no sólo un pragmatismo desencantado con izquierdas y derechas modernas, sino también la voluntad de las "otredades" étnicas y culturales de reproducir su capital cultural y étnico en el espacio de acción global en el que se han construido las naciones: el mercado. En tal sentido, la variable turismo entra a bailar también en el espacio de interacción de los conceptos mencionados antes, y no digamos la variable del consumo y del consumismo de bienes simbólicos globalizados por los medios masivos de comunicación.

Siguiendo la lógica de la construcción del espacio utópico en las nuevas coordenadas mundiales, mi planteo general en este libro, tanto la propuesta del mestizaje intercultural -que explicaré adelante- como la crítica desconstructiva del esencialismo etnicista (en el tercer capítulo) y la propuesta de la negociación interétnica (en el quinto), tiene que ver con contribuir a formar políticamente un sujeto popular interclasista e interétnico que sea capaz de protagonizar un proyecto político nacional-popular asimismo interclasista e interétnico. Este sujeto -argumentaré- se encuentra actuante en los espacios en los que las diferencias étnicas y culturales se articulan sin dejar de ser diferencias (capítulo cuarto). Su cohesión interclasista tendría como contrapunto aglutinante el amplio espectro de oposición que el neoliberalismo se crea al percibir como socialistas tanto a las izquierdas como a los centros y derechas políticas que todavía ven en el Estado un necesario ente regulador de la vida económica y social. Creo que en el proyecto de construcción de este sujeto, los planteos esencialistas de construccionismo identitario, ligados a la cooperación internacional que privilegia la organización dispersa de la llamada sociedad civil por encima de la organización política unificada para la obtención del poder del Estado, solamente pueden caber si se plantean como parte de un proyecto de interetnicidad e interculturalidad, y no como proyectos multiculturales; es decir, de separatidad mediante la magnificación y esencialización de las diferencias. El planteo que esencializa las diferencias se hermana con la agenda política de la globalización en clave neoliberal (y quizá no sea ésa la única forma de globalizarse), por eso, mi discusión con los intelectuales indígenas esencialistas y fundamentalistas pretende desconstruir los binarismos que animan su discurso reivindicativo culturalista, pero no para deslegitimar el movimiento indígena cuyas reivindicaciones son justas, ni tampoco para obviar el hecho de que el construccionismo identitario, el esencialismo y el fundamentalismo se usan estratégicamente para librar luchas justas, como piensan algunos académicos norteamericanos entre los que se cuenta a la antropóloga Kay B. Warren quien, después de afirmar que "one might agree at least in principle with the importance of interrogating the interests of foreign support for national development initiatives," dice que "Morales’s reductionism and polemicism become apparent when he argues that cultural resurgence is only playacting by ladinoized Mayan intellectuals serving as willing, if cynical, facilitators for those seeking to widen their markets" (Warren 176). Ella se refiere a las polémicas del debate interétnico en la prensa y a mis artículos periodísticos. Yo no he dicho que el resurgimiento cultural es sólo un playacting. He dicho que mucho de lo "maya" es -hoy por hoy- una puesta en escena para la cooperación internacional que financia proyectos culturalistas (criterio que mantengo). El "polemicismo" que me señala Warren tiene que ver con el lenguaje periodístico de una polémica particularmente apasionada por parte de todos los que participan en ella y, lejos de negarlo, me parece que ha sido una táctica discursiva que ha logrado "destapar" muchas calderas por largo tiempo cerradas a la fuerza. Finalmente, Warren argumenta que mi planteo obvia las luchas indígenas. Dice: "My problem with this argument is not that Morales wants to question the personal motivations of Pan-Mayanists but rather that his framing of the issue simply avoids engagement with the politics within Guatemala to which this movement is responding as it struggles for rights that have been denied much of the national populations" (176). Lejos de evadir la cuestión, mi planteo la aborda de frente, a menudo poniendo en duda que el culturalismo etnicista de cooperación internacional realmente responda a las luchas de los indígenas (como conglomerado popular) por sus derechos, y planteando la posibilidad de que se trate de un movimiento de élite nada más. Pienso, por ello, que los intelectuales indígenas esencialistas que son abiertamente neoliberales no pueden contribuir al proyecto político al que mi planteamiento quiere contribuir desde la ideología, pero también pienso que muchos de esos intelectuales -no alineados con el neoliberalismo- pueden, y en gran medida, contribuir a un proyecto nacional-popular interétnico si inscriben su esfuerzo no en la esencialización de las diferencias, sino en su articulación con otras diferencias, y si se ubican en el espacio del mestizaje intercultural propio del sujeto popular interétnico.

Mi debate con los intelectuales esencialistas "mayas" no tiene que ver con una conspiración de derecha para deslegitimar las justas reivindicaciones indígenas, como pretende hacer aparecer Warren, incurriendo incluso en consideraciones ad hominen. Nota 14 Tiene que ver con la posibilidad -debo insistir en esto- de crear el sujeto popular interclasista e interétnico capaz de articular un proyecto nacional popular que pueda arrebatarle la hegemonía al neoliberalismo. Este hecho define a mi modo de ver lo útil y lo inútil de los esencialismos -estratégicos o no- del etnicismo fomentado por la agenda homogeneizadora de la cooperación internacional (que -creo- busca turistizar las diferencias esencializadas) en un momento de la historia en que la nación está siendo reconstruida, como es el caso actual de Guatemala. Se trata, pues, de optar por una sociedad civil dispersamente organizada ("divide y vencerás") financiada por la cooperación internacional, o de levantar un proyecto nacional-popular interétnico mediante reivindicaciones que aboguen por una democracia radical (Laclau y Mouffe) que lleve a sus últimas consecuencias los principios y realidades que el liberalismo propone.

De aquí en adelante, entonces, tanto el concepto de democracia como el de nación, sujeto popular y mestizaje intercultural, se referirán al planteo anterior, todo lo cual ubica este libro en la perspectiva utópica de la consecución de una hegemonía popular interétnica en la que el mestizaje intercultural democrático, híbrido, disglósico (es decir, mantenedor de las diferencias articuladas según la clase social del sujeto en cuestión) sea el eje ideológico de la reconstitución del espacio de la nación como una nación interétnica.

6. Los "mayas" y los mayistas:
negociadores de identidades y encantadores de turistas

"Maya," entonces, es no sólo una palabra que designa una realidad social, económica, política y cultural del pasado, una realidad arqueológica; es también una palabra que designa una construcción identitaria del presente realizada con fines políticos contrahegemónicos. El carácter y la función actuales de la palabra se basan en una manipulación del pasado histórico que provee una versión del mismo que se pone al servicio de una acumulación de fuerzas y de poder. Nota 15 Es en este sentido que Friedman dice que "la deshegemonización del mundo dominado por Occidente es, simultáneamente, su deshomogeneización" (Friedman, 117). Claro que esta afirmación necesita ser matizada con las condiciones globalizadas en las que la deshegemonización puede darse, y por supuesto con el general carácter heterogéneo de las culturas latinoamericanas. La heterogeneidad latinoamericana opuesta a la homogeneidad occidental no es una relación binaria, al contrario, las intensas negociaciones de nuestra heterogeneidad con Occidente es lo que plantea pensar las identidades y las culturas nuestras desde la fractura del binarismo. Hacer (inventar, reescribir) historia para hacer identidades es, pues, un operativo que ha sido visto y practicado por los antropólogos y demás intelectuales solidarios con las luchas de la subalternidad, como una práctica del estrategismo esencialista subalterno y, por tanto, como resistencia. Esta teorización conlleva el peligro, ya hoy día convertido en lugar común, de ver resistencia hasta en el menor gesto, por inconsciente e inconsistente que sea, del subalterno. Es sin duda cierto que cualquier táctica de lucha basada en el construccionismo identitario que reivindica una identidad subalterna (identity politics) necesita echar mano del binarismo y del esencialismo (estratégicos o no) para poder construir su espacio de lucha y su sujeto. Pero también es cierto que esta necesidad constituye la mayor debilidad de esta táctica, entre otras cosas porque su estatuto de verdad colisiona con lo que ocurre en los espacios (mercado, etc.) en los que las diferencias culturales e identitarias se articulan (lo que no quiere decir que se mezclen o diluyan en mestizajes felices) sin dejar de existir como diferencias. Es decir, colisiona con lo real, lo cual nos lleva a preguntarnos sobre la efectividad de esta táctica para lograr emancipaciones subalternas respecto de los poderes centrales. Esto plantea, a mi modo de ver, dos tipos posibles de solidaridad prosubalterna: una solidaridad incondicional y principista (si es subalterno, es bueno), que yo veo como verticalista y pater(mater)nalista; y una solidaridad crítica (que implica el debate sobre el esencialismo), la cual yo veo como horizontal y democrática.

Para John Beverley (prólogo), las demandas identitarias, llevadas a sus últimas consecuencias, pueden tener un contenido popular que puede a su vez ser capitalizado por la izquierda (o lo que queda de ella). Precisamente es la capacidad de llegar a estas "últimas consecuencias" lo que yo pongo en duda cuando critico el contenido esencialista y fundamentalista de estas demandas, sobre todo cuando las mismas son esgrimidas por las élites intelectuales mayistas, que enmarcan sus discursos en los requisistos de la cooperación internacional. La discusión, pues, no es tanto doctrinaria (como la plantean los ladinos indigenófilos) en el sentido de quién es de izquierda o quién no, o de quién es moral y quién es inmoral en cuanto al tipo de solidaridad que se le brinde a la élite mayista y al movimiento indígena. La discusión consiste en elucidar seriamente el contenido popular o no de las demandas culturalistas e identitarias esencialistas de las élites que dicen representar a los subalternos. Este libro quiere contribuir a eso más que a fijar una postura "aceptable" del autor respecto de los cenáculos académicos "políticamente correctos" de Estados Unidos, como ocurre con algunos intelectuales ladinos indigenófilos. Por ello, la "ansiedad ladina" que me señala Beverley es algo que en todo caso asumo plenamente en lugar de abjurar de ella, ya que mi solidaridad crítica (no incondicional ni principista) con los indígenas no implica mi renuncia a la identidad cultural que me configura, independientemente de que yo también abogue por el desplazamiento de la hegemonía de mi grupo étnico en aras de la democratización étnica y cultural del país, ya que no abogo por ello de una manera seudo radical que implique simplemente darle vuelta a la conocida medalla del autoritarismo.

La variable del mercado (espacio donde las diferencias se articulan), no sólo en lo referido a la industrialización de las artesanías y otros objetos de cultura popular, sino también en lo relacionado al consumismo de bienes simbólicos globalizados y, sobre todo, a la turistización de las tradiciones religiosas, plantea al sujeto popular como un sujeto intercultural activo en la producción y el consumo material e ideológico transnacionalizados. Por esto es que su invención de la historia, de la tradición y de la identidad ocurren en el espacio de la puesta en escena de la historia, la tradición y la identidad construidas para el consumo de turistas; de modo que la identidad "maya" acusa rasgos de negociación que la hacen moverse con libertad entre la resistencia y la adhesión al mercado, al Estado y a la Nación, aunque todavía sin industrializar el operativo, como de hecho ocurre en Europa en donde la mercancía cultural heritage y sus formas concretas de existir se vende según precisas normas de mercadeo (Ashworth-Larkham). El estudio de las variables mercado y turismo puede dar cuenta, junto al de la cooperación internacional como fuente financiadora de invenciones de la historia, la tradición y la identidad, de la dinámica de la etnicidad subalterna guatemalteca y latinoamericana, sin recurrir oficiosamente al expediente solidario de la resistencia y a la idealización izquierdista del pueblo como sujeto esencialmente liberador.

En Guatemala, la izquierda ("vanguardia del pueblo") realizó un tratamiento discriminador hacia el indígena y el autonomismo de los indios y el de los "mayas" surgió justamente de la finalización de la alianza interétnica indígenas-izquierda, que dio lugar, por ejemplo, al fenómeno Menchú. En tal sentido, quizá la elucidación de la relación existente entre mercadeo turístico, cooperación internacional e invención de la historia, de la tradición y la identidad, resulte más útil para construir las bases de una política que reivindique lo nacional-popular por parte de un sujeto popular interétnico que se forma en estos espacios, que recaer en las demagogias de la utopía socialista o en las del neoliberalismo. Este operativo implica la desmitificación del carácter esencial de la historia, la tradición y la identidad, lo cual no es nada nuevo, pero como la desencialización del sujeto popular no se asume por parte de la intelectualidad subalterna, es necesario recordar que, como diría Friedman, partir del carácter históricamente construido de las esencias llevó a Marx a desmitificar el origen de la riqueza, a Freud a desmitificar la identidad individual, y a Lacan a desmitificar la identidad del ego (849). La desconstrucción, es, entonces, arma de dos filos y, por ello, también instrumento del ejercicio democrático del criterio, es decir, de la crítica. Pero como tampoco se puede desconstruirlo todo por principio ya que eso resulta en un acto suicida, no encuentro mejor argumento para fijar los límites de la desconstrucción que el de Viktor E. Frankl cuando afirma que la acción de desenmascarar debe llegar a un alto ante la autenticidad y genuinidad de la vida humana que busca un sentido, pues de lo contrario el desenmascarador se traicionaría a sí mismo tratando de frustrar las aspiraciones ajenas. Nota 16 El criterio es, pues, y a pesar de todo, moral, y en tal sentido puede aplicarse al análisis de los discursos subalternos o prosubalternos los cuales, después de todo, son antes que nada humanos.

Si, como vemos, la crisis del esencialismo implica un desplazamiento que va del "objeto universal" a las condiciones de su existencia, y si, por tanto, la identificación psicoanalítica (especular) ha sustituido a la identidad esencial (construcción que no respondía sino a la ausencia de identidad), el construccionismo identitario como base de las identidades políticas posmodernas hace que éstas no tengan base de sustentación alguna fuera de sí mismas (de su propia autoconstrucción, autodefinición y autoidentificación). Nota 17 Por lo tanto, este problema no debiera ocuparnos más, sino otro, de consecuencias inmediatas, a saber: que a las identidades políticas, al tener delante de sí su acción política como razón de ser de su creación y existencia, se les plantea la disyuntiva: ¿xenofobia o convivencia intercultural democrática? (Laclau, The Making). En tal sentido, la "maya" es la identidad política (construida) de los indígenas concientizados y politizados de Guatemala. Eso queda cerrado. Lo que queda abierto, y a lo que este libro quiere contribuir, es el asunto de lo que políticamente los "mayas" van a hacer con el arma de su identidad politizada, etnicizada y racializada. La posición asumida en este libro tiene que ver con la democratización intercultural de Guatemala por la vía de un mestizaje intercultural asumido como transculturación, hibridación, disglosia y negociación culturales, identitarias y políticas. No se trata de la vieja ideología del mestizaje como demagogia exclusionista de construcción "nacional" de élites oligárquicas (Stutzman), sino, básicamente, de la ampliación y negociación étnico-cultural en condiciones democráticas. Es decir, de respetar las diferencias, sí, pero consideradas como diferencias articuladas con otras diferencias, las cuales, precisamente por su articulación originan los espacios del mestizaje intercultural, realidad que -argumento- caracteriza más al país que las diferencias aisladas de su articulación mestiza y, por ello, puede ser el eje para pensar lo nacional democrático y multiétnico. De hecho, todos los espacios -tanto letrados como orales- aquí considerados son espacios de mestizaje (inter)(trans)cultural que esperan su democratización política.

7. Las ideologías movedizas del mestizaje

El justo desgaste ideológico del término mestizaje es constantemente señalado por quienes buscan una metodología para dar cuenta de las relaciones que hacen posible las negociaciones identitarias que caracterizan la transterritorialización ideológica, cultural y étnica de América Latina. Sin embargo, la crítica a la noción de mestizaje no rebasa la de sus acepciones decimononas y sus usos demagógicos en el siglo XX, que tienen que ver con la propuesta de una solución feliz de las diferencias étnicas y culturales mediante su desproblematizada fusión en un tercer producto más o menos homogéneo: el mestizo y su mestizaje cultural. Lo que ha ocurrido en la práctica ha sido distinto: los individuos se han mestizado de otra manera muy diferente a la propuesta por la ideología demagógica del mestizaje. Ellos han usado y negociado los códigos culturales a la disposición según la situación que les ha tocado enfrentar, sin que eso haya significado la fusión de los códigos en un mestizaje feliz. El mestizaje ha sido conflictivo y no ha implicado fusión sino, a menudo, simplemente manipulación y uso de códigos que se entremezclan sin diluirse uno en el otro. Ha sido un mestizaje de juntura y no de integración, pero ha sido mestizaje. A esto, y poniendo como ejemplo el conocido alegato de Arguedas acerca de que él no era un aculturado, Martin Liehnard (Of Mestizajes 194) ha llamado "disglosia cultural," un término que tiene la ventaja de reconocer que existen prácticas culturales disglósicas hegemónicas y subalternas, dominantes y dominadas. De hecho, un empresario guatemalteco criollo y un empresario guatemalteco indígena no utilizan del mismo modo los códigos que disglósicamente comparten y ejercen.

Por su parte, García Canclini (El debate), al insistir en que los binarismos no funcionan a la hora de explicar lo que ocurre en lo que él llama "las fronteras culturales," advierte que en la época de la globalización -a la que caracteriza como otra política hegemónica- todos vivimos en fronteras. Por tanto, añadimos, todos somos disglósicos culturales. Ante esta situación de apertura surgen reacciones esencialistas chovinistas y también "ecualizadoras," dice García Canclini, entendiendo por éstas las que tratan de aplicar una cierta "estética del equilibrio sonoro" a las culturas subalternas para mejor traducirlas al consumidor hegemónico. Es obvio que, por su parte, el productor cultural subalterno necesita controlar también el código ecualizador para mejor vender su producto en el espacio que posibilita estas relaciones, a saber: el mercado. García Canclini llama a todo esto, como se sabe, hibridación, recordando, con Bhabha, que puede haber hibridaciones dominadas y de resistencia. También, agregamos, dominantes.

Por su parte, Cornejo Polar (Una heterogeneidad) habla de un "discurso migrante" proveniente de un sujeto migrante, que puede llamarse también disglósico ya que se trata de un discurso "radicalmente descentrado, en cuanto se construye alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un modo no dialéctico" (841). Refiriéndose al capítulo inicial de Los ríos profundos, Cornejo dice que "el migrante adolescente que opera como narrador-personaje de la novela concentra pero no sintetiza en su discurso dos experiencias, una pasada y otra presente." Y añade: "En cualquier caso, lo que me interesa poner de relieve es la actuación de un sujeto que maneja una pluralidad de códigos que pese a ingresar en un solo rumbo discursivo no sólo no se confunden sino que preservan en buena parte su propia autonomía. El narrador-personaje habla sin duda desde dos espacios" (842). Uno no puede menos que pensar en Asturias y en Menchú, y en las diferencias con las que ambos manejan el menú de códigos culturales accesibles y a la vez imprescindibles que tienen que manipular para sus fines políticos (los cuales analizaremos adelante).

Disglosia, hibridación, heterogeneidad, discurso migrante... son todas variantes verbalizadas que pretenden dar cuenta de la multiplicidad de maneras posibles en que se articulan, al negociarse, las diferencias culturales en los espacios de relación intercultural o "fronteras culturales." A estas fronteras culturales y a la articulación negociada de las diferencias que se operan dentro de sus espacios móviles y porosos, yo las he llamado espacios del mestizaje intercultural democrático, con lo cual quiero proponer repensar la noción de mestizaje cultural, despojándola de su carga ideológica homogeneizante y desproblematizadora y, por ello, demagógica y autoritaria. Se trata entonces de democratizar la dislgosia, la hibridación, el discurso migrante por medio de la democratización de la convivencia en los espacios en los que las diferencias se articulan, a fin de que tal articulación se realice en condiciones democráticas. Con todo, se democratiza el mestizaje, se relativiza, convirtiéndolo en un mestizaje en cuya base se encuentra el respeto a la diferencia y no su disolución en una quimérica armonía "nacional." La noción de mestizaje (inter)cultural democrático que se usa en este libro, no se refiere a ninguna fusión feliz, a ninguna "raza cósmica" destinada a regir el mundo y a ninguna desaparición de las diferencias culturales. Se refiere más bien a la posibilidad política de construir un sujeto popular interétnico, articulándolo en los espacios culturales en los que las diferencias a su vez se articulan, y no ahondando en las diferencias que de hecho existen. Para empezar, hay que estimular una negociación interétnica de la hegemonía cultural, la cual se remite sin duda al problema de la hegemonía política puesto que el marco en el que se realiza todo esto es el de transformación democrática del Estado y de la nación frente a la globalización.

En todo caso, a lo largo de este libro, el lector encontrará un uso de las nociones mencionadas que apunta a iluminar diferentes aspectos de esta vasta problemática: las relaciones interculturales y la necesidad de democratizarlas. Además, la insistencia en el uso de la noción de mestizaje intercultural obedece a querer dar cuenta del tipo de mestizaje que ha ocurrido en la práctica (contrapuesto al que propone la ideología oligárquica), el cual ha sido disglósico, migrante, híbrido, negociado, conflictivo y nunca diluido felizmente, ni sintetizado o integrado. Nuestro interés reside en situarnos en el espacio en el que las diferencias se articulan para, desde allí, plantear su democratización negociada como elemento básico del ensanchamiento inclusivo de la nación, hasta ahora excluyente y discriminatoria. Por todo, semejante pretensión pasa por una crítica del esencialismo binario de los discursos autoritarios, ya sean éstos hegemónicos o subalternos.

En los años sesenta, la terminología antropológica que pretendía dar cuenta de la multiculturalidades giraba, sobre todo en Europa, alrededor de la noción de raza. Los procesos poscoloniales en Africa contribuyeron a forjar conceptos más móviles que pudieran dar cuenta de las interacciones étnicas, de modo que términos como etnicidad surgieron para ilustrar las negociaciones fronterizas entre los grupos sociales y para fijar criterios como el carácter procesal, situacional y transaccional de las identidades (Barth). Etnicidad sustituirá a raza a la hora de explicar los contactos fronterizos entre grupos sociales. A la fecha existe un espacio de movilidad situacional muy grande del concepto etnicidad, y eso se nota cuando los antropólogos elucidan el carácter negociable de las identidades y encuentran dificultad en discernir qué es lo que se negocia, si son los ethnic markers o algo más de las identidades étnicas a la hora de que los individuos y los grupos se encuentran en las fronteras culturales. Sin duda, los usos de conceptos como etnicidad, raza, género, clase, identidad, cultura, religión, etc., dependen de los contextos en los que se desplieguen y los propósitos a los que se subordinen. Por eso, estereotipos de uso corriente como el de judío para significar una raza religiosa de clase adinerada (aunque pueda haber judíos pobres) o el de negro para nombrar a una raza de clase pobre (aunque pueda haber negros ricos) e indio para significar una etnia de clase depauperada (aunque pueda haber indios ricos también) resultan inevitables de tomar en cuenta a la hora de pensar las interculturalidades. Todo esto para decir que los usos de los conceptos y nociones operativas en este libro tienen que ver con el contexto guatemalteco y con el momento actual que transita el país. Por lo tanto, ningún concepto tiene un significado fijo e inalterable y mucho menos esencial.

El concepto de mestizaje es especialmente móvil en sus usos estratégicos en la Centroamérica de los años noventa. Nota 18 Como se dijo, la noción política más vieja y criticada de mestizaje es la que lo entiende como una ideología de élites oligárquicas útil para homogeneizar el espacio nacional y construir una ciudadanía excluyente. Este mestizaje es el mismo que pretende asimilar al indígena a la cultura mestiza "superior." Esta fue la ideología de la revolución mexicana, y también la de la revolución guatemalteca de 1944-54. Pero también existen otros usos posibles de la noción de mestizaje. Por ejemplo, la noción de mestizaje intercultural para designar los espacios de articulación de las diferencia étnicas puede servir, por una parte, para quebrar nociones como la de etnicidad y raza cuando éstas se usan esencialistamente. También sirve para proponer la ampliación nacional democrática, entendiendo el mestizaje intercultural como conjunto de formas de relación democrática de las culturas mestizas que conforman el espacio nacional, lo cual no implica proponer la fusión armónica de etnias y culturas, sino la convivencia democrática de las mismas en un espacio compartido en el que se respeten las diferencias y también su articulación interdiferencial. Versiones oficiales y contrahegemónicas de metizaje Nota 19 se encuentran no sólo en el terreno concreto de la lucha política sino también en las dinámicas del mercado de bienes culturales actualmente en Centroamérica. Por todo, los mestizajes deben ser descritos en algún momento del operativo de descentrar la etnicidad hegemónica. Mi propuesta de mestizaje en este libro quiere participar de esa hibridación semántica y desconstruir autoritarismos tanto hegemónicos como subalternos para plantear no la xenofobia sino la convivencia pacífica en condiciones democráticas. Mi uso del concepto de mestizaje es estrictamente cultural. Nota 20 En tal sentido, pienso que Guatemala está articulada culturalmente por un ensamblaje de énfasis culturales indígenas y ladinos que tienen innumerables puntos de contacto en los cuales a veces privan énfasis ladinos y a veces énfasis indígenas, determinados por el ámbito de su articulación (etnia, clase, género). Estos contactos posibilitan la dinámica intercultural que caracteriza al país como una dinámica distinta de lo que podría ser una dinámica multicultural, la cual nos remitiría a compartimientos estancos de culturas diferenciadas. Los contactos interculturales se realizan en espacios en los que se opera la transculturación, el mestizaje intercultural, la hibridación, la disglosia. Si situamos allí nuestro punto de vista podremos ofrecer una mejor versión de la interetnicidad guatemalteca y una mejor propuesta de democratización étnica, que si nos atrincheramos en las diferencias y luchamos por resaltarlas y desvincularlas unas de otras. La reivindicación intransigente de la diferencia termina en donde empiezan los espacios del mestizaje intercultural (donde se articulan las diferencias), los cuales, ya lo dije, caracterizan mejor al país que las diferencias aisladas, pues es en esos espacios en donde la negociación identitaria se torna en el mestizaje intercultural que puede funcionar como denominador común y eje de la identidad nacional. Nota 21 Es en este sentido que adhiero a las reivindicaciones indígenas al mismo tiempo que desconstruyo el discurso esencialista de sus intelectuales y describo la hibridación de las identidades populares en el espacio del mercado. Es también en este sentido que propongo el mestizaje intercultural como eje articulatorio de los discursos de Asturias y Menchú.

El enfoque de género, que no es igual que el enfoque feminista, sino que se refiere a analizar de qué manera la masculinidad o feminidad influyen en la desesencialización de las nociones que entran en juego en la dinámica de las interculturalidades, puede ayudar a comprender en parte las dificultades del diálogo entre indios y ladinos, "mayas" y mestizos. Nota 22 El caso de Menchú es interesante precisamente porque significa un desafío al tradicional patriarcalismo indígena y "maya," y quizá así se explique por qué ella no ha logrado un liderazgo global del movimiento indígena, jefeado por hombres. Por otro lado, el enfoque de género puede ayudar a explicar la empecinada reticencia de la intelectualidad "maya" ante las posibilidades del mestizaje intercultural y democrático como ideología unificadora de lo nacional-popular, pues sin duda es cierto que el machismo indígena percibe el mestizaje como el resultado de la posesión del cuerpo sexual de la mujer india por parte del macho español, criollo y ladino, Nota 23 con lo que el patriarcalismo "maya" se ve lastimado.

8. Los hechos recientes que condicionan el curso del debate interétnico

Cuando la izquierda guatemalteca ideó y promovió la hechura de un testimonio por parte de una joven indígena desconocida, militante de la guerrilla, llamada Rigoberta Menchú, con el objetivo de que sirviera para promover la solidaridad internacional en sectores desafectos a la izquierda como las iglesias norteamericanas y los organismos internacionales para luego capitalizar, como izquierda, la defensa de los indígenas masacrados por el Ejército y erigirse así en una (la) fuerza política defensora de los derechos humanos, esa izquierda no pudo preveer que el discurso de Menchú habría de tomar un derrotero aparte de la izquierda y que las simpatías y lealtades de Menchú hacia la guerrilla tendrían que negarse sistemáticamente (y no sólo como táctica discursiva) para que la opinión pública internacional tuviera la ilusión de que la lucha por los derechos indígenas y los intereses de la izquierda guerrillera eran dos cosas distintas que sin embargo convergían en el espacio idealizado de lo popular-izquierdista. De hecho, eran dos cosas distintas, pero inicialmente, cuando el testimonio fue confeccionado, ni para Menchú ni para la guerrilla existía esa diferencia ya que todo se resumía en las necesidades de lucha de la izquierda, tal como veremos adelante. El discurso de Menchú muy pronto se tornó emblema de ideologías políticas posmodernas como el feminismo radical, la izquierda académica norteamericana, el multiculturalismo y la political correctness de izquierda, mientras que el discurso de la izquierda revolucionaria (que fue la matriz política e ideológica de Menchú, junto a la Teología de la Liberación) se agotó en la retórica de la lucha de clases. Aunque la hechura del testimonio de Menchú, como táctica de la izquierda guatemalteca, se inscribió en los preparativos cubanos para enfrentar una victoria revolucionaria en Centroamérica, ante la derrota de los movimientos revolucionarios su discurso se convirtió en la posibilidad de la lucha étnica frente al Quinto Centenario y en favor del Decenio de los Pueblos Indígenas como futuro capital ideológico de la izquierda. Esto último fue lo que motivó el apoyo político y la promoción de la candidatura de Menchú al Premio Nobel de la Paz 1992 por parte de la izquierda. Con razón, este premio ha sido considerado por los militares guatemaltecos como la única victoria política real de la insurgencia a todo lo largo de 36 años de guerra.

Cuando el 29 de diciembre de 1996 se firma la paz entre guerrilla, Gobierno y Ejército, por presión internacional combinada con el ofrecimiento de amplios financiamientos para poner en práctica los acuerdos y en medio de una absoluta falta de credibilidad por parte de la ciudadanía, Nota 24 el movimiento indígena se encuentra en un estado de fuerte emergencia e influencia gracias a los cuantiosos financiamientos internacionales. Por lo tanto, insistimos, el debate sobre la interculturalidad guatemalteca y su relación con la democratización y el desarrollo económico del país es el trasfondo contra el cual se debe realizar cualquier análisis cultural, político e ideológico acerca del futuro de Guatemala como país y como parte de la región centroamericana a punto de entrar en el TLC, en el siglo XXI, en la globalización.

Eso es justamente lo que intentamos hacer analizando las versiones que Asturias y Menchú ofrecen del indígena, desmontando los discursos de la intelectualidad "maya" para confrontarlos con la discursividad ladina en general, y describiendo las negociaciones identitarias en los espacios del consumismo y el mercadeo globalizados. Queremos proponer un mestizaje cultural (intercultural) democrático como eje de las identidades y de la nacionalidad, sin negar las especificidades culturales indígenas y ladinas ni mucho menos sus derechos y sus reivindicaciones específicas y generales; todo, desde una perspectiva inevitablemente ladina para quien escribe.

Existen en la discusión interétnica otros puntos de debate que, creemos, dependen de la solución del punto que prioritariamente ha sido tratado en este ensayo, a saber: el punto del esencialismo y el fundamentalismo. Sin duda, el esencialismo es un estrategia harto explicable e incluso justificable en el caso de la lucha de conglomerados marginados para obtener poder. El argumento en su contra en Guatemala es que no contribuye a la democratización sino más bien a la fragmentación étnica, debido al uso virulentamente antiladino que se hace de él. El gran peligro del esencialismo es su fundamentalismo excluyente y descalificante del "otro," ya que, dentro de sus lógicas, la propia autoafirmación se basa en la negación de la contraparte. Por eso es necesario preguntarse si es posible un esencialismo y un fundamentalismo respetuoso de las diferencias. La experiencia histórica de Estados Unidos, Sudáfrica, el Medio Oriente y los países interétnicos de América Latina pareciera negarlo. Esto deja abierta la posibilidad de llegar a su creación, y a que la misma constituiría un reto para las dirigencias indígenas.

Por todo, puntos de debate actuales como el problema de las autonomías regionales y las descentralizaciones gubernativas en favor de autogobiernos indígenas; el de la aplicación de la justicia y el derecho consuetudinario elevado al rango de "derecho maya;" el problema de la tierra (evadido por el acuerdo de paz correspondiente); el de la existencia o no de la lengua xinca; el de las reformas constitucionales; así como los problemas de género en el ámbito indígena, constituyen motivo de controversia, ya que se plantean desde perspectivas esencialistas y fundamentalistas por parte de las élites mayistas, y, además, por la razón de que se remiten invariablemente a la puesta en práctica de los acuerdos de paz, la cual se ha constituido en una especie de falso interés nacional, postulado por la comunidad internacional por medio de su cooperación económica y financiera a las partes que la negociaron y la firmaron. En efecto, el Gobierno ha hecho de la puesta en práctica de los acuerdos, su plan de desarrollo económico y su plataforma política; el movimiento indígena lo ha adoptado como su plan de acción reivindicativa; y la URNG, lo usa como planteamiento programático en su tarea de convertirse en partido político. El problema es que los acuerdos de paz no tienen el suficiente alcance como para convertirse en todo eso para lo cual están siendo instrumentalizados pues constituyen sólo puntos de referencia para la convivencia pacífica. El dinero de la cooperación internacional, sin embargo, tiene a todas las partes (Gobierno, guerrilla, mayistas) agitadas en torno a la consecución de fondos vía ONGs y toda suerte de proyectos de desarrollo en los que la jerga políticamente correcta de los organismos internacionales ha sustituido al análisis científico, los objetivos ideológicos y los liderazgos políticos.

Por todo, el punto básico de debate en la discusión interétnica es, a nuestro entender, el del esencialismo y el fundamentalismo. De cómo se solvente este punto depende el tratamiento de los demás. En todo caso, como la práctica rebasa siempre a la teoría, lo más probable es que los pactos interétnicos que se hagan de ahora en adelante complazcan a la cooperación internacional y que, por el contrario, la cotidianidad relacional de indígenas y ladinos vaya mejorando mucho más lentamente en la práctica que en la letra de esos pactos, que siguen la lírica de los acuerdos de paz. Esto, porque el diálogo actual se hace en términos binarios, y las concesiones, por tanto, se otorgan por parte del poder ladino con lujo de paternalismo. La superación de este estado dicotómico reside, pensamos, en la adopción de criterios remitidos a la transculturación, la hibridación, la disglosia y el mestizaje interculturales para negociar la democratización intercultural e interétnica. Todo lo cual implica reconquistar la autonomía nacional respecto de la ingerencia extranjera en su forma de cooperación internacional, para plantear soluciones nuestras a nuestros problemas

Empecemos, pues, tratando de hallar los fundamentos de semejante mestizaje, para luego descartar propuestas excluyentes, y terminar proponiendo soluciones para el futuro inmediato.

 

 

[Esta edición electrónica, autorizada por su autor, es una adaptación de la obra de Mario Roberto Morales, La articulación de las diferencias o el Síndrome de Maximón (Los discursos literarios y políticos del debate interétnico en Guatemala). Guatemala: FLACSO, 1998.]

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

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