Phillip Berryman |
Teología
de la Liberación Introducción La mañana del domingo 23 de marzo de 1980 me encontraba en San Salvador en la atestada iglesia donde predicaba el arzobispo Óscar: Romero. La gente pobre, hombro con hombro, desbordaba los pasillos en el calor de la avanzada mañana. Por cerca de una hora Romero entretejió un sermón basado en los pasajes de la Escritura para el día, el cuarto domingo de cuaresma, alrededor del tema de la liberación personal, dentro de la comunidad y con relación a Dios. Las palabras de Romero se transmitían al interior del país por primera vez desde hacía semanas, después de reparado el daño causado por una bomba a la estación de radio arquidiocesana. Durante la última parte del sermón, Romero comentó brevemente varios acontecimientos de la semana anterior, sobre los cuales no habían informado o sólo habían mencionado en versiones distorsionadas los medios informativos. La Guardia Nacional acusaba al padre Ricardo Ayala de estar involucrado con las guerrillas; la policía había registrado la casa parroquial de unos sacerdotes belgas; la arquidiócesis estaba proporcionando medios para acomodar refugiados que huían de la violencia en el campo; las tropas habían cercado la Universidad Nacional todo un día; otras tropas habían atacado la Universidad Católica y matado a un estudiante; durante toda la semana mucha gente había sido arrestada injustamente. Amnistía Internacional había encontrado que cerca de 83 personas habían sido asesinadas entre el 10 y 14 de marzo. (Aunque la guerra de guerrillas no estalló en muchos meses, la Iglesia comprobó después 588 asesinatos durante este mes, casi todos obra de las fuerzas del gobierno y de la derecha.) Romero concluyó con una súplica a los miembros del ejército y las fuerzas de seguridad para que no mataran a los campesinos.
Continuó rogándoles —y aun ordenándoles— que detuvieran la represión. Después de la misa estuve conversando con un teólogo cercano a Romero. Cuando le expresé mi preocupación por ese desafío tan directo a los militares me dijo que el asunto había sido discutido durante la acostumbrada reunión, los sábados por la tarde, de un grupo de sacerdotes, hermanas y laicos, con quienes Romero consultaba los sermones. El grupo había coincidido en que el nivel de las matanzas lo hacía necesario a pesar del riesgo. Me encontraba en El Salvador con un grupo eclesiástico ecuménico. Tras la misa acudimos a una conferencia de prensa y después nos encontramos con Romero y algunos de sus consejeros. Con su corte de pelo militar y sus anteojos, y con su aire clerical, Romero no encajaba en mi idea de un profeta. Luego, en la tarde, entrevistamos a algunos de los primeros refugiados del conflicto, a quienes había recibido en los terrenos del seminario donde también se encontraban las oficinas arquidiocesanas y esa noche, cuando caminaba por una desierta avenida de San Salvador, empecé a preguntarme si el sermón de Romero no sellaría su destino. Al día siguiente encontramos en la calle una detestable hoja mimeografiada en la que se comparaba a Romero con Jomeini. La mañana del lunes, mientras entrevistábamos a la Comisión Salvadoreña de Derechos Humanos, nos llegó la noticia de que Romero había sido balaceado mientras decía misa Pasamos los dos siguientes días en compañía de sus asombrados y acongojados colaboradores; el funeral mismo fue disuelto por una bomba y un ataque con armas automáticas. Esos momentos —el sermón, el asesinato de Romero y su funeral— se cuentan entre los más importantes de mi vida; y expresan también la esencia de la teología de la liberación. Lo que dijo el arzobispo tenía un innegable impacto político: llamaba a los soldados a desobedecer. Sin embargo tan sólo les recordaba el mandamiento de Dios “¡No matarás!” La finalidad de su prédica era señalar el auténtico sentido teológico del dolor y la lucha en El Salvador, y preparar a su pueblo para seguir esperando. Con un tipo similar de fe muchos latinoamericanos han arriesgado y sacrificado sus vidas. La teología de la liberación ha atraído considerable atención en años recientes. En cada uno de los principales viajes del papa Juan Pablo II a América La’tina (México, 1979; Brasil, 1980; Centroamérica, 1983; países andinos, de América del Sur, 1985) ha lanzado advertencias aparentemente dirigidas a los teólogos. En septiembre de 1984, el Vaticano publicó un importante documento señalando sus peligros, y en 1985 impuso silencio al sacerdote franciscano brasileño Leonardo Boff. En Nicaragua los sacerdotes prestan servicio en un gobierno revolucionario, mientras que los obispos católicos son figuras principales de la oposición. La controversia no es un mero asunto interno de la Iglesia; ha tenido un papel destacado en los esfuerzos de la administración Reagan para justificar su política en Centroamérica. Un documento de 1980 planeando una nueva política en América Latina, escrito por el Comité de Santa Fe, cuyos miembros formaban parte del círculo de Reagan, indicaba que la “política de Estados Unidos deberá empezar a contar con (no a reaccionar contra) la teología de la liberación como es utilizada en América Latina por el clero de ‘teología de la liberación’.” Las informaciones periodísticas refuerzan con demasiada facilidad los estereotipos simplistas que pintan a la teología de la liberación como una mezcla exótica de marxismo y cristianismo, o como un movimiento de sacerdotes rebeldes decididos a desafiar la autoridad de la Iglesia. La finalidad de este libro es simplemente ir más allá de los clichés y explicar qué es la teología de la liberación (principalmente en América Latina), cómo surgió, cómo funciona en la práctica y cuáles son sus implicaciones. Algunas observaciones iniciales pueden ser de utilidad para empezar el análisis. La teología de la liberación es teología —es decir, es una reflexión sistemática y disciplinada sobre la fe cristiana y sus implicaciones. Sus defensores fueron educados como teólogos, generalmente en Europa, y escriben sobre los mismos temas que han tratado siempre los teólogos cristianos: Dios, la creación, Jesucristo, la Iglesia, la gracia, etc. Este punto no siempre es evidente por sí mismo. El Comité de Santa Fe acusa a los teólogos de la liberación de usar a la Iglesia como “una arma política contra la propiedad privada y el capitalismo productivo, infiltrando en la comunidad religiosa ideas que son menos cristianas que comunistas”. Los lectores podrán juzgar por sí mismos si esta acusación es correcta y justa. En este punto yo simplemente puedo asegurar ‘que no se puede entender la teología de la liberación a menos que se la considere como teología. A diferencia de sus colegas de otras partes del mundo, estos teólogos por lo general no enseñan en universidades o en seminarios, al menos no por tiempo completo. Forman un grupo relativamente pequeño. Los que han publicado trabajos significativos no son más de dos o tres docenas. Casi todos son hombres, y la mayoría son clérigos católicos, aunque los protestantes han desempeñado papeles importantes en el movimiento. Estos teólogos a menudo sirven de consejeros a grupos populares y a sacerdotes, hermanas y pastores que trabajan con grupos campesinos. La mayoría de ellos dedican parte de su tiempo a trabajar directamente con los pobres. Los problemas a los que se enfrentan son los que surgen de su contacto con los pobres. De hecho, la teología de la liberación es una interpretación de la fe cristiana a través de la experiencia de los pobres. Es un intento de leer la Biblia y las doctrinas cristianas fundamentales con los ojos de los pobres. Al mismo tiempo es un intento por ayudar a los pobres a interpretar su propia fe de una forma nueva. Un ejemplo simple pero esencial es que en la religiosidad latinoamericana tradicional, Jesús es casi mudo, en realidad casi siempre se le representa muerto en la cruz. Quizás el hecho de que su sociedad los crucifica y los mantiene mudos hace que el latinoamericano común se identifique con ese Cristo. La teología de la liberación se concentra en la vida y el mensaje de Jesús. Por ejemplo, en su sermón inicial, una especie de manifiesto, Jesús cita a Isaías, “Él me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a proclamar la libertad de los cautivos...” y dice que el pasaje se ha cumplido en él. Los pobres aprenden a leer las Escrituras en una forma que afirma su dignidad y su valía, así como su derecho a luchar juntos por una vida más decorosa. No sólo la gente es pobre; su pobreza es con mucho el resultado de la forma como está organizada la sociedad. Por lo tanto, la teología de la liberación es una crítica de las estructuras sociales que permiten a algunos latinoamericanos volar a Miami o a Londres para ir de compras, mientras la mayoría de sus conciudadanos no tienen agua potable segura. En particular, los teólogos de la liberación han criticado las ideologías que justifican esa desigualdad, incluyendo su uso de símbolos religiosos. Las dictaduras militares han practicado a menudo la tortura para defender lo que gustan llamar “civilización ‘cristiana’ occidental”. Otra área de cuestionamiento ha sido la actividad de la Iglesia y de los cristianos. ¿Con qué criterio debe organizar la Iglesia su labor pastoral? Tómese, por ejemplo, la cuestión de la unidad eclesiástica. A medida que aumenta el nivel de conflicto social y las sociedades se vuelven polarizadas, los cristianos se descubren a sí mismos en lados opuestos. La unidad, sin embargo, se supone que es uno de los rasgos distintivos de la cristiandad. ¿Cuál debe ser el criterio de esa unidad? ¿La obediencia a los obispos y al papa? ¿Debe evitarse a cualquier costo la división dentro de la Iglesia? La teología de la liberación intenta responder a esos cuestionamientos y a los dilemas semejantes que parecen surgir de la experiencia de la Iglesia, frecuentemente en situaciones conflictivas. Como una descripción inicial podríamos decir que la teología de la liberación es
Al mismo tiempo es una nueva interpretación del significado de la cristiandad y la recuperación de una tradición profética presente en la Biblia misma, tradición que ha sido recurrente en la historia de la cristiandad a pesar de que por lo general ha sido prohibida como herejía. La teología de la liberación no es exclusiva de América Latina: existen nuevas teologías cristianas asiáticas y africanas, así como una teología feminista y una teología negra. Los pobres, los que no pertenecen a la raza blanca y las mujeres están buscando un nuevo significado en la fe cristiana así como revelando las deficiencias de las interpretaciones hechas por los varones occidentales blancos. El cambio en proceso puede volverse tan importante como la Reforma protestante, que se inició como una revuelta contra las prácticas corruptas de la Iglesia romana y muy pronto se convirtió en una teología basada en la Biblia y en un nuevo modelo de Iglesia. Con su insistencia en la conversión y en la convicción personal, las iglesias reformadas estuvieron más a tono con la era moderna que el catolicismo romano, y realmente ayudaron. a conformar esa época. Lo que empezó como un movimiento religioso tuvo un profundo impacto en la historia subsecuente. Es posible, que la teología de la liberación represente la fase inicial de un cambio semejante en la historia de la cristiandad y que su impacto vaya más allá de las iglesias. La teología de la liberación es también la manifestación de un movimiento mundial en favor de la emancipación humana. Esto puede sonar casi arcaico en Estados Unidos y en Europa occidental a mediados de los años ochenta, cuando los periodistas gustan de ver cualquier activismo político como un retorno a los años sesenta y en particular a insurrecciones en Estados Unidos. Sin embargo, seguramente el siglo XX se convertirá en algo más que el “siglo norteamericano”. Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo —quizá por una mano no blanca—, será tal vez el relato de la aparición en el escenario de la historia de la mayoría pobre de la familia humana. Se puede argumentar que no se puede comprender a América Latina actualmente sin entender lo que representa la teología de la liberación. Los destinos de Norteamérica y de América Latina están cada vez más interconectados; considérese tan sólo la deuda latinoamericana. Pocos han prestado atención al hecho de que de los mil doscientos delegados a una conferencia sobre la deuda realizada en La Habana en agosto de 1985, más de un centenar eran sacerdotes católicos. En su discurso de clausura, el primer ministro Fidel Castro leyó a la conferencia una carta del cardenal Paulo Evaristo Arns de São Paulo, Brasil, en la que afirmaba que la deuda no debía pagarse a costa de los pobres. Los delegados, puestos de pie, le dedicaron una prolongada ovación. A medida que se profundice la crisis de la deuda, ¿será la teología de la liberación un factor que lleve a la Iglesia a desempeñar un papel destacado? Una persona que busque entender la teología de la liberación puede ya encontrar muchas traducciones y estudios en inglés. Sin embargo, prácticamente todos ellos han sido publicados por editoriales relacionadas con la Iglesia y se dirigen principalmente al público religioso. Lo que he intentado aquí es hacer a este movimiento inteligible para el público en general, basándome en veinte años de mi propia experiencia. Durante mi desempeño como sacerdote católico en un barrio de la ciudad de Panamá en los años sesenta fui a Sudamérica en busca de teólogos latinoamericanos. Aunque renuncié al sacerdocio en 1973, mi labor, en especial como representante del American Friends Service Commitee en Centroamérica de 1976 a 1980, me ha mantenido cerca de la Iglesia latinoamericana. Lo que he aprendido ahí —las ideas de los teólogos así como los compromisos como el del arzobispo Romero— ha sido una especie de brújula para mi propia vida, no importa lo erráticamente que la haya seguido. Un lector que se encuentre casualmente con los escritos de los teólogos de la liberación podría sorprenderse de su tono aparentemente abstracto. Como muchos de los teólogos insisten en la primacía de la “praxis”, no le dedican mucha atención a experiencias y sucesos específicos. Parecen suponer que sus lectores —latinoamericanos— no necesitan que se les recuerden realidades locales y concretas. En esté libro he intentado enraizar la teología de la liberación en acontecimientos, y mostrar su impacto práctico en los pueblos y en los barrios. No obstante, mi propósito no es contar la historia de las iglesias en América Latina —que puede encontrarse en muchos libros recientes excelentes— sino explicar lo más claramente posible las ideas de los teólogos de la liberación. Me ha impresionado mucho la divergencia entre las suposiciones norteamericanas y las cuestiones latinoamericanas. Por ejemplo, casi cualquier disertación sobre la teología de la liberación en Estados Unidos o en Europa provocará preguntas sobre violencia y sobre marxismo. Sin embargo, los teólogos tienen muy poco —prácticamente nada— que decir de la violencia y es sorprendente la poca atención que prestan a la discusión del marxismo. Por otra parte, dedican muchísimo tiempo a cuestiones aparentemente etéreas como la relación, entre el Reino de Dios y los esfuerzos por alcanzar la dignidad humana aquí y ahora. He intentado concretar esta presentación en lo que los teólogos de la liberación consideran importante, permaneciendo al mismo tiempo sensible a las dudas del público en los países más desarrollados de Occidente. El capítulo uno describe el contexto global de los años sesenta y las propuestas iniciales de los teólogos. Los capítulos dos al cuatro se concentran en el funcionamiento de la teología de la liberación en los pueblos y en los barrios. En el capítulo cinco hago algunas observaciones sobre el proyecto general de los teólogos. El capítulo seis describe el cambiante contexto desde principios de los años setenta hasta el presente. Siguen después varios capítulos sobre temas particulares, especialmente aquellos relacionados con el impacto político de la teología de la liberación. El capítulo once estudia las teologías de Tercer Mundo, negra, hispana y feminista. El capítulo doce examina las principales objeciones planteadas por los críticos. El libro concluye con una evaluación tentativa de la teología de la liberación y su futuro |
© Phillip Berryman. Liberation Theology. The Essential Facts About the Revolutionary Movement in Latin America and Beyond. New York: Pantheon Books, 1987. Edición digital autorizada para el Proyecto Ensayo Hispánico de la versión en español: Teología de la liberación. México: Siglo Veintiuno Editores, 1989. Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes. Edición para Internet preparada por José Luis Gómez-Martínez con la colaboración de Béatrice de Thibault. Febrero 2003. |