Teoría, Crítica e Historia

 

Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus

Steven Casadont

 

CAPÍTULO II
GABRIEL

Las condiciones descritas en el capítulo anterior dejaban a los curas inspirados por el Vaticano II en una situación de desamparo pastoral, pues tenían ellos mismos que hacer su propia interpretación de una opción por la pobreza. En vez de seguir con elaboraciones de “una ideología justificadora de posturas ya tomadas” (Gutiérrez Liberación 9), buscaban una teología que respondiera a la situación latinoamericana actual. Con una Iglesia “ligada al orden actual” (Gutiérrez Liberación 165), y “obispos mal preparados para cumplir su función” (Gutiérrez Liberación 136), los teólogos latinoamericanos miraron hacia el pasado para establecer las raíces históricas de su nueva teología, y al libro más antiguo en la historia de su Iglesia: la Biblia.

Aunque la historia era, con frecuencia, presentada como dos historias distintas y desconectadas, los teólogos de la liberación las veían como una sola historia: la historia del hombre: “No hay dos historias, una profana y otra sagrada ‘yuxtapuestas’ o estrechamente ligadas, sino un sólo devenir humano asumido irreversiblemente por Cristo, Señor de la historia” (Gutiérrez Teología 189). Surgen así voces que problematizan tal separación, en una franca oposición a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia acerca de la historia:

Debe ser abandonado definitivamente todo estrechamiento religioso que condena la historia a la irrelevancia en nombre de una visión de la salvación fuera de la historia, reducida a la pura interioridad, más propia de las religiones gnósticas o de misterio, que de la Biblia. En la historia están presentes las fuerzas del pecado personal y social; la historia humana es historia de gracia y de pecado; las estructuras de opresión y anti-vida son signos y efectos del mal que toma cuerpo en alienaciones concretas. (Araya 215)

Araya subraya el hecho de que es precisamente en la historia donde Dios “revela su Misterio como Dios de los pobres. Es en la historia el lugar específico donde buscamos la presencia (historia de gracia y de acogida) o la ausencia (historia de pecado o de rechazo) de la revelación de Dios” (195). Los teólogos empezaban igualmente a establecer la conexión entre los hechos terrenales y la salvación.

La salvación no es algo “ultramundo”, frente a lo cual la vida presente sería sólo una prueba. La salvación –comunión de los hombres con Dios y comunión de los hombres entre ellos– es algo que se da, también, real y concretamente desde ahora, que asume toda la realidad humana, la transforma, y la lleva a su plenitud en Cristo. (Gutiérrez Liberación 187).

Ellos desarrollaron el concepto de una Iglesia de los pobres a través de una lectura de la Biblia desde la perspectiva del pobre:

La Biblia es el testamento que registra y revela el lugar y la manera de la venida de Dios para formar su pueblo. De ahí, que la interpretación consista en el discernimiento del sentido del texto bíblico a partir de la memoria de la liberación de los pobres y de la promesa de la venida del reino de Dios. (Gorgulho 173)

“Toda la Biblia, desde el relato de Caín y Abel, está marcada por el amor de predilección de Dios por los débiles y maltratados de la historia humana” (Gutiérrez Opción 309). La nueva interpretación del Antiguo Testamento revela un Dios preocupado por el bienestar del hombre creado en su imagen, y en el Nuevo Testamento, un Jesús que encarna una solidaridad con el pueblo oprimido contra los poderes del estado. Esta relectura proveyó a los teólogos de la liberación con precedentes históricos sobre los cuales podían establecer una teología liberadora que llamara hacia una participación activa, por parte de la Iglesia, en la acción social en defensa de los oprimidos. “La teología de la liberación descubre y desarrolla las raíces bíblicas de la justicia” (Aguirre y Vitoria 540).

En el Antiguo Testamento, los teólogos de la liberación encuentran un “Dios cercano, de comunión y de compromiso con el hombre” (Gutiérrez Teología 232). “El antiguo testamento es claro sobre la estrecha relación que existe entre el Dios y el prójimo. Esa relación es lo propio del Dios de la Biblia. Despreciar al prójimo (Prov. 14,21), explotar al jornalero humilde y pobre, no pagar el salario a tiempo es ofender a Dios” (Gutiérrez Liberación 238).

Quizás los dos textos del Antiguo Testamento más citados por los teólogos de la liberación son los de Génesis y Éxodo. Del libro de Génesis, Berryman escribe:

Lo que se destaca es la bondad de la creación. Esto se opone al dualismo tradicional de materia y espíritu inculcado por cuatro siglos de catecismo católico. A los seres humanos se les considera como verdadera imagen y semejanza de Dios. El camino al conocimiento de Dios, pasa a través de otros seres humanos. Una reflexión sobre el relato del Génesis puede fácilmente llevarse a la discusión sobre si Dios quiere que unos cuantos individuos posean la mayor parte de la tierra mientras otros tengan poca o nada. Por lo tanto el Génesis proporciona un poderoso grupo de símbolos para la dignidad y la responsabilidad humanas en el mundo […] el pecado se trata no sólo como una trasgresión o falla individual, sino como una realidad que afecta las estructuras sociales. (3)

Gutiérrez indica que “dominar la tierra, como lo prescribe el Génesis, prolongar la creación, no tiene valor si no es hecho a favor del hombre” (Teología 199). Aguirre y Vitoria señalan la preocupación de Dios por Abel en la historia de Caín y Abel (542), donde Dios le pregunta a Caín: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gén 4, 10).

Es el Éxodo, sin embargo, el que incorpora el tema de la liberación de los oprimidos, que más favorecen los teólogos de la liberación. “El acto creador es ligado, casi hasta la identidad, con el gesto que liberó a Israel de la esclavitud en Egipto” (Gutiérrez Teología 193).

En una lectura latinoamericana, el punto principal es la preocupación de Dios por liberar a su pueblo. Este un Dios que puede escuchar el clamor del oprimido, que baja, y que lo conduce a la liberación […] se enfoca en el opresivo gobierno del faraón y en la dinámica del liderazgo de Moisés, tanto hacia el opresor como al oprimido. (Berryman 3)

Los temas de la pobreza, la opresión y la liberación, componentes claves al desarrollo de la teología de la liberación, se encuentran en el libro de Éxodo; además de un Dios con preocupaciones por el bienestar de los oprimidos.

El libro del Éxodo describe todos los mecanismos clásicos de opresión cuando presenta la situación de los hebreos como proletarios al servicio de las obras imperiales del faraón: les imponen trabajos cada vez más pesados, intentan controlar su peligroso crecimiento demográfico, interpretan como vagancia sus ansias de libertad y les aumentan frenéticamente el ritmo de producción (Ex 1-5). (Aguirre-Vitoria 541)

Se señalan lo político inherente en el Éxodo: “La liberación de Egipto es un acto político. Es la ruptura con una situación de despojo y de miseria, y el inicio de la construcción de una sociedad justa y fraterna” (Gutiérrez Teología 194). La participación activa en la acción social, propuesta por los teólogos de la liberación, se encuentra en esta historia: “La liberación de Egipto […] añade en elemento de capital importancia: la necesidad y el lugar de una participación activa del hombre en la construcción de la sociedad” (Gutiérrez Teología 199). Del Dios de la Biblia, Gutiérrez concluye: “Conocer a Yahvé, lo que en el lenguaje bíblico quiere decir amar a Yahvé, es establecer relaciones justas entre los hombres, es reconocer el derecho de los pobres” (Teología 239).

En su reexaminación del Nuevo Testamento, los teólogos de la liberación desafiaban la imagen pasiva de Jesús Cristo tan conocida a la gente latinoamericana:

La figura de Cristo es una parte familiar del paisaje en América Latina. Sin embargo, para la gran mayoría Jesús es una presencia silenciosa […] La lectura habitual consideraba a Jesús como una “víctima” humana /divina en un drama cósmico —como si todos los personajes desempeñaran un papel ya predestinado. (Berryman 3)

Los teólogos y el clero radicalizados empezaron a cambiar esta representación del hijo de Dios, reemplazando la imagen del Cristo dócil, clavado al crucifijo y resignado a su muerte, por un Cristo que tomó medidas para salvar a su gente de una situación de injusticia y opresión.

Los teólogos resaltaron las condiciones socio-económicas durante la vida de Jesús Cristo en una reexaminación del “pretendido apoliticismo de Jesús” (Gutiérrez Teología 284). Huston Smith describe las condiciones socio-políticas de los judíos en el tiempo de Jesús: “Politically, the position of the Jews in Jesus’ time was desperate. They had been in servitude to Rome for the better part of a century and, along with their loss of freedom, were being taxed almost beyond endurance” (321). Jesús rechazó las divisiones sociales existentes:

Having concluded that Yahweh’s central attribute was compassion, Jesus saw social barriers as an affront to that compassion. So he parleyed with tax collectors, dined with outcasts and sinners, socialized with prostitutes, and healed on the sabbath when compassion prompted doing so. This made him a social prophet, challenging the boundaries of the existing order and advocating an alternate vision of the human community. (Smith 322)

En el intento de subrayar el contexto político de la vida de Jesús, los teólogos encuentran el hijo de Dios aliándose con las clases bajas contra el orden establecido del día, presentando una “frontal oposición a los ricos y poderosos y con una radical opción por los pobres: la actitud frente a ellos decide la validez de todo comportamiento religioso” (Gutiérrez Teología 289). “Jesús muere en manos del poder político, opresor del pueblo judío. Sobre la cruz el título –según la costumbre romana- indicaba la razón de la condena; en el caso de Jesús ese título indicaba una culpabilidad de tipo político: rey de los judíos” (Gutiérrez Teología 289).

Armados con pasajes bíblicos convincentes, los teólogos de la liberación presentaron un nuevo Jesús: un Jesús vivo quien se asoció con los marginados de la sociedad; que rechazó las divisiones sociales existentes en su época; que fue perseguido por los poderes del estado; un Jesús que se hizo pobre en un compromiso de solidaridad con el pueblo pobre. Gutiérrez concluye:

En la Biblia, Cristo nos es presentado como aportándonos la liberación. Cristo salvador libera al hombre del pecado, raíz última de toda ruptura de amistad, de toda injusticia y opresión, y lo hace auténticamente libre, es decir, vivir en comunión con él, fundamento de toda fraternidad humana. (Teología 60)

Al resaltar los pasajes bíblicos que muestran una imagen de un Dios de los oprimidos en el Antiguo Testamento, y de un Jesús que se solidariza con los marginados de la sociedad en el Nuevo Testamento, los teólogos señalaron las raíces históricas de una preferencia por los oprimidos, a la vez que establecían una precedencia para la acción social en las sociedades latinoamericanas vistas desde la perspectiva de opresores / oprimidos. “A prophetic ministry came to mean interpreting the gospel within a framework which posited social conflict and exploitation rather than social harmony and consensus” (Dodson 207). La separación histórica entre lo sagrado y lo profano estaba siendo borrada: “Radical clergy organized their followers for political action, guided by a vision of the Christian premise of redemption which directly linked the temporal sphere with the spiritual” (Dodson 208).

No obstante, como señalamos en el primer capítulo, mirando a las divisiones sociales existentes en la sociedad latinoamericana, la Iglesia mostraba más solidaridad con el orden opresor que con el pueblo oprimido: “The Church in Latin America has stood, to this time, as the most reliable support of the traditional order, by sanctifying its structures, thus fortifying the establishment against change” (Drekonja 53). Durante estos años, el orden tradicional estaba siendo atacado por no haber podido reproducir el éxito socio-económico gozado por los países occidentales.

As they witnessed their own countries return to a cycle of exporting raw goods and importing more expensive, finished goods, these Latin American intellectuals began to question the efficacy of the purely economic and technical development scenario touted by the developed countries (Dodson 205) […] Poverty was the inevitable by product of the socio-economic system, not the result of individual failure. As constituted, the system benefited foreign elites whose interests were not only inconsistent with but directly opposed to those of the Latin American masses. (Dodson 207)

Los teólogos llevaron su interpretación bíblica de la preferencia a los pobres al tiempo actual, y concluyeron que los países latinoamericanos no saldrían de esta situación de dependencia económica e injusticias sociales “sino mediante una transformación profunda, una revolución social” (Gutiérrez Teología 115). “Es evidente, en efecto, que sólo un rompimiento con el injusto orden actual y un franco compromiso por una nueva sociedad, hará creíble a los hombres de América latina el mensaje de amor del que la comunidad cristiana es portadora” (Gutiérrez Teología 172).

Propugnar la revolución social quiere decir abolir el presente estado de cosas e intentar reemplazarlo por otro cualitativamente distinto; quiere decir construir una sociedad justa basada en nuevas relaciones de producción; quiere decir intentar poner fin al sometimiento de unos países a otros, de unas clases sociales a otras, de unos hombres a otros. La liberación de estos países, clases sociales y hombres socava el basamento mismo del orden actual y se presenta como la gran tarea de nuestra época. (Gutiérrez Teología 67)

En Nicodemus, el padre Carlos declara: “El nuevo humanismo cristiano conciliar impone forzosamente un nuevo pronunciamiento oficial de la Iglesia, sobre las implicaciones y consecuencias socio-económicas del cristianismo” (107-108). Careciendo de un pronunciamiento oficial en los años antes de Medellín, tuvo lugar un debate polarizante sobre el papel de la Iglesia en una transformación de las sociedades latinoamericanas. El orden conservador eclesial, “defensor de la sociedad capitalista” (Gutiérrez Teología 330), no quería involucrarse con una revolución social:

The Church tended to see social problems –such as the working conditions of the urban laborer, land tenure problems, the economic plight of the peasant, high illiteracy rates and poor housing– as discrete problems, each unique and unrelated to the others as well as unrelated to the economic and political relationships between the Latin American nations an the first world. From such a perspective the Church could pursue its traditional strategy of charity toward the poor while awaiting the alleviating effects of the development process. (Dodson 205)

Los radicales dentro de la Iglesia no compartían la paciencia con el desarrollo capitalista que mostraba su jerarquía. El Padre Gabriel encarna esta impaciencia con la lentitud de los cambios eclesiales:

En lo social no encuentro sino antitestimonio y contra signo en nuestro pueblo. Por todas partes el espectáculo de la miseria, de la ignorancia, de la violencia […] como ciudadano me revoluciono contra esta condición infrahumana […] No puedo seguir bendiciendo la miseria, me duele mi mano de sacerdote por haber bendecido tantas veces la miseria y la ignorancia. Me duele mi mano de sacerdote por haber absuelto tantas veces la injusticia. (109)

Para los radicales, lo que estaba en cuestión era la credibilidad de la Iglesia como institución terrenal que supuestamente representa la palabra liberadora de Dios y la solidaridad que Jesús mostró al pueblo pobre. Desde su punto de vista la cuestión no era si la Iglesia debía participar en una revolución social, sino qué rol debía asumir:

En verdad, el asunto no es saber si la Iglesia debe o no hacer pesar su actual influencia en el proceso revolucionario latinoamericano, sino en que sentido y para que lo hará; por o contra el orden establecido, para conservar el prestigio social que le da su vinculación a los grupos dominantes, o para liberarse de él en una actitud de ruptura con esos grupos y de real servicio al oprimido. (Gutiérrez Teología 332)

No era solamente la obligación de la Iglesia compartir la lucha del pobre, los teólogos de la liberación lo ven como una lucha de todos los cristianos: “La participación en el proceso de liberación es un lugar obligado y privilegiado de la actual reflexión y vida cristiana” (Gutiérrez Teología 69).

La liberación de los oprimidos “becomes a struggle to break out of the cycle of political dependence, perpetual economic debility and social injustice which characterizes Latin America”’ (Dodson 210). Visto por muchos desde la perspectiva de una lucha de clases, “definida en términos de dominación y opresión” (Ellacuría 141), la naturaleza conflictiva de la situación socio-económica invitaba la influencia del marxismo como, hasta cierto punto, una guía para hacer la revolución social: “Es por una exigencia de reflexión teológica crítico-concreta desde los pobres y oprimidos que se hizo necesario el instrumental de las ciencias humanas, y particularmente el marxismo” (Dussel 159).

Así, los mismos hechos históricos que los oprimidos sienten como opresión injusta y que el marxismo interpreta desde la explotación del trabajo humano y desde las consecuencias que se derivan de esa explotación, la fe y la teología los interpretan desde la realidad del pecado y desde la injusticia que clama al cielo. (Ellacuría 142)

En la novela, Gabriel señala que la doctrina política izquierdista les ofrecía una alternativa al silencio eclesial: “¿Cómo vamos a quejarnos de que las muchedumbres engrosen las filas comunistas con su amenaza de la destrucción, si nosotros no les damos una solución?” (100).

Berryman explica la atracción al marxismo y los ideales compartidos por los que querían seguir la opción por la pobreza:

Creo que ven tal socialismo conteniendo tres características: 1] se cubrirán las necesidades básicas de la gente, 2] la misma gente común será agente activo en la construcción de una nueva sociedad y 3] lo que se cree no será copia del socialismo existente, sino una genuina creación latinoamericana. En una sociedad socialista terminará la explotación. Nadie vivirá con lujo monopolizando tierras y otras fábricas productivas, mientras otros, incluso los trabajadores cuya labor produce la riqueza, viven en la miseria. La economía será reestructurada de modo que las principales prioridades serán la creación de trabajo y la producción de alimentos básicos y artículos de consumo. La producción de exportación servirá para generar nuevas inversiones y no el consumo suntuario. (Berryman 5)

Camilo Torres halla semejanzas entre el marxismo y el cristianismo: “Creo sinceramente que entre el marxismo y el cristianismo hay una serie de puntos comunes, tanto desde el punto de vista económico, social y político, como aun desde el punto de vista filosófico, en su condición de ser dos humanismos” (Torres 413). Algunos llegaron a proclamar que “el auténtico socialismo es el cristianismo vivido plenamente, en igualdad básica y con una adecuada distribución de los bienes” (Berryman 1), y que “el marxismo-leninismo es un evangelio sin Cristo” (Canal Ramírez Unión 184).

Nicodemus hace referencia a la compatibilidad entre el marxismo y el cristianismo. El obispo Corinaldi, simpatizante a los curas radicales, concluye que:

La ideología social de Gabriel me parece cristiana. La función social de la propiedad, la igualdad de los hijos de Dios, el anatema a la injusticia, la necesidad de una transformación y cambio de estructuras […] todo eso es cristianismo. (63-64)

Cuando las hermanas en la Iglesia pobre del occidente se enteran que Gabriel y Néstor son supuestamente curas comunistas, no tienen problemas en aceptarlos: “¿Comunistas ustedes?” ¡Santo Dios! Si están dispuestos a compartir nuestra pobreza y dormir juntos en el único cuartito que queda fuera de clausura, encantada” (40). Añaden:

No creo que haya curas comunistas. También son hijos de Dios. Aquí tuvimos un cursillo sobre el Vaticano II. Las hermanas asimilaron bien la nueva orientación de la Iglesia. Ya no somos anti –somos pro– vivimos una vida positiva y hablamos de “nuestros hermanos separados”, de nuestros hermanos marxistas. (39)

La inspiración marxista entre los teólogos provocó reacciones fuertes por parte del orden establecido. Sus opositores criticaban a estos teólogos por haber reducido el cristianismo a una lucha de clases, debido a “suposiciones y análisis económicos y políticos erróneos y que lleva a la dictadura totalitaria marxista” y que “mina la autoridad de la Iglesia y desmiente el significado mismo del cristianismo” (Berryman 12). Los teólogos insistían, sin embargo, que sólo se interesaban en incorporar elementos del marxismo en la construcción de una teología que perteneciera a las circunstancias latinoamericanas; no les atraía la doctrina marxista en su totalidad.

O marxismo é uma questão segunda e periférica. Quando assumido, o é apenas parcialmente e instrumentalmente, como aliás o fazem os papas, os bispos e muitos cientistas sociais hoje. Assim, é a fé que ssimila ou subsume elementos do marxismo e não ao contrário. E assimila-os a partir de realidade dos pobres, portando transformando-os profundamente, de tal sorte que não se trata mais de marxismo, mas simplesmente de entendimento crítico da realidade.

É verdade: ás vezes essa difícil assunção não foi sempre feita com suficiente lucidez e maturidade. Mas avança-se com serenidade nesse caminho, com cautela evangélica, sim, mas também sem medo dad “patrulhas ideológicas”. (Boff 28)

En referencia a estas “patrulhas ideológicas”, Camilo Torres sarcásticamente sugirió que se reestableciera el tribunal de la Inquisición para poder detectar la infiltración comunista dentro de la Iglesia (Torres 368). El enfoque de la jerarquía eclesial, escribe Torres, está obsesionado con el comunismo mientras desatendía a sus feligreses más necesitados: “Desafortunadamente entre muchos católicos no se considera hoy como el peor enemigo de la humanidad la falta de amor al prójimo, sino el comunismo” (Torres 391).

Berryman observa que “intelectualmente, la teología de la liberación puede incorporar elementos de la ciencia social y del marxismo” pero que su “punto de partida al que continuamente regresa es el diálogo en curso con los pobres” (2). Él nota la ausencia del tema en los trabajos escritos de los teólogos de la liberación:

Contrariamente al estereotipo común, los teólogos de la liberación no dedican mucho espacio en sus escritos a discutir directamente al marxismo. Juan Luis Segundo afirma que algunos de los teólogos más conocidos tienen únicamente una “relación educada” con él. Nos viene a la mente Jon Sobrino: en las ochocientas páginas de sus dos obras principales, sobre Cristo y sobre la Iglesia, encuentro nueve referencias a Marx y ninguna a los otros marxistas. En Una teología de la liberación, Gutiérrez se refiere a una amplia gama de literatura marxista, pero hay pocas referencias así en sus otras obras. La estructura fundamental de su pensamiento es bíblica. (Berryman 9)

Los teólogos de la liberación entran “misionalmente” en diálogo con el marxismo (Dussel 159), pero hasta su clero más radicalizado reconoció las limitaciones del marxismo/comunismo dentro del mundo cristiano. Camilo Torres escribe que “el comunismo tiene un sistema filosófico incompatible con el cristianismo, aunque en sus aspiraciones socio-económicas la mayoría de sus postulados no riñen con la fe cristiana” (Torres 369). Añade que si la deseada revolución tiene una dirección marxista es porque la revolución cristiana ha fracasado: “En ese caso, nuestra tarea no es oponernos ciegamente, sino todo lo contrario, colaborar en los cambios revolucionarios y salvar en ellos los valores cristianos permanentes” (Torres 387).

En ciertos casos extremos, como los de Gabriel y Camilo Torres, la impaciencia con una revolución social pacífica resultó en la aceptación de recursos violentos para reemplazar una sociedad corrupta con una de fraternidad e igualdad. Gabriel dice que:

No hay tiempo que perder. Ni el hambre ni la ignorancia esperan. O hacemos nosotros la revolución con Cristo, o la harán contra Cristo y contra nosotros. Aquí se han vencido todos los plazos. No hay que esperar el cambio, sino provocarlo. No hay que esperar la maduración, sino madurarla. (124)

Para el padre Gabriel, la manera de “madurar” la revolución estaba ligada a la violencia:

He llegado a la conclusión de que este viciado e injusto orden que vivimos no se destruirá sino por la violencia física. Es verdad que la Iglesia y el cristianismo son, por principio, anti-violentos. Pero no siempre... la Iglesia usó la violencia de la Inquisición y la de las guerras de religión. La Iglesia usa todavía algunas penas canónicas que son de violencia moral. Algunos jerarcas de la Iglesia usan violencia con sus sacerdotes. Nuestro arzobispo por ejemplo, ha usado esa violencia contra todos nosotros, en una forma o en otra. (103-04)

El padre Gabriel en la novela, en un proceso paralelo al del sacerdote Camilo Torres, no ve como puede comprometerse a la liberación de los oprimidos mientras trabaje dentro de una Iglesia rica ligada al orden opresor, y por consiguiente, se hace laico para seguir su senda violenta. Camilo Torres, quién entró directamente en un lucha violenta contra las fuerzas del estado en Colombia, indica que él trató de seguir la doctrina de la Iglesia (Torres 403), pero al final decide hacerse laico porque así puede más eficazmente comprometerse a la revolución:

Cuando opté por el estado clerical lo hice principalmente pensando que en esa forma serviría mejor a la Iglesia y a los colombianos. Después de más de diez años de ministerio sacerdotal me doy cuenta de que, en las circunstancias históricas particulares de la Iglesia, de Colombia y mías propias, puedo lograr esos objetivos más eficazmente como laico. Es más, creo que las circunstancias a que me refiero, me obligan a tomar posiciones en el terreno temporal que no puedo rehuir sin lesionar mi fidelidad a Cristo, a la Iglesia y a Colombia. (Torres 359)

Las ideas de Torres pueden parecer un poco crédulas: creía que una revolución latinoamericana era muy probable, y al aliarse con los marxistas (quienes tenían más experiencia con la táctica revolucionaria), los cristianos serían parte del desarrollo de la nueva sociedad. Después de la revolución, “the love of the Christians will overcome the hate of the Marxists” (Drekonja 59). En la novela, Gabriel opina que “el Cristo mismo convertirá al marxismo en lo religioso, y el marxismo convertirá al cristianismo en lo socio-político” (358).

El padre Saúl del grupo Nicodemus resalta el peligro inherente en esta lógica:

Correrá el riesgo de ser envuelto por otros revolucionarios, con otras miras, de ser víctima de la simple avidez política que él no tiene, y de la maniobra maquiavélica que él desconoce. Caerá seguramente como instrumento para fines que él no pretende. Tarde o temprano, va a caer como herramienta en manos de los comunistas. (119-20)

Entre la gente con sólo un conocimiento superficial sobre la teología de la liberación, es común la percepción de que era un movimiento que proponía la violencia como una opción preferida en la transformación de la sociedad latinoamericana. Es cierto que existía entre círculos pequeños del clero radicalizado un debate sobre el uso de la violencia como medio de lograr una revolución social, en la década de los sesenta adquiere repercusión internacional el caso de Camilo Torres.

The early 1960’s saw a number of individual clerical rebels (besides Camilo, most notably Bolo Hidalgo en Perú, most of whom took up Marxist ideology and advocated violence. Even outside the rebel environment, violence was discussed. As early as 1962, the Catholic journal Mensaje, edited in Santiago de Chile, took up this topic. (Drekonja 60)

Sin embargo, una inspección de los trabajos acerca de la violencia no apoya esta creencia de que la teología de la liberación aboga por su uso. Es un tema evitado por muchos teólogos: si no dedican mucho espacio en sus escritos a discutir directamente el marxismo, dedican mucho menos todavía a elaborar sus pensamientos sobre la violencia. Los que se atreven a tratarlo pisan con mucho cuidado en este terreno. Entre los teólogos que reconocen su viabilidad, como Juan Hernández Pico y Pablo Richard, la reservan como el “recurso último” (Hernández Pico 620) y una “practica excepcional” (Richard 173).

Ya hemos señalado las maneras en que la publicación de Nicodemus, en la primera semana de agosto de 1968, se adelantó a su tiempo al exponer los temas que reflejan las preocupaciones de su época. Asimismo cabe señalar que la obra muestra estos temas antes de los tres trabajos que son considerados como claves en el desarrollo de la teología de la liberación. Aquí resaltamos el hecho de que la novela es pionera en su tratamiento del tema de la violencia: como más tarde Gustavo Gutiérrez lo señalará en Teología de la liberación. Perspectivas, y los Documentos de Medellín y Paulo Freire en Pedagogía del oprimido (tratado en el capítulo cuatro), Canal Ramírez claramente rechaza la opción violenta que toma su padre Gabriel.

Gustavo Gutiérrez, una figura tan clave en el desarrollo de la teología de la liberación, no llega a aprobar el uso de la violencia por los revolucionarios, pero su reprobación viene en un lenguaje tan indirecto que sería fácil perderse. En lo que se considera la “Biblia” de la teología de la liberación, Teología de la liberación. Perspectivas, Gutiérrez resalta el hecho de que el recurso a los métodos violentos por parte de los revolucionarios vendría como respuesta a la violencia ya practicada contra ellos. Él establece la distinción entre la violencia justa, usada por los oprimidos en la lucha por su liberación, y la violencia injusta practicada por los opresores. Al establecer el hecho de que los oprimidos son victimas de una violencia institucionalizada (140), Gutiérrez muestra una comprensión para los que optan salir del mundo eclesial para solidarizarse con el pueblo oprimido en una forma no aceptada por la Iglesia:

Desde una perspectiva de fe, lo que mueve, en última instancia, a los cristianos a participar en la liberación de los pueblos oprimidos y de las clases sociales explotadas es el convencimiento de la incompatibilidad radical de las exigencias evangélicas con una sociedad injusta y alienante. Sienten muy claramente que no pueden pretender ser cristianos sin asumir un compromiso libertador. (179)

Al señalar su “incompatibilidad radical de la exigencias evangélicas”, hay que asumir que esta manera de participar en la liberación de los pueblos oprimidos tendría que ser una referencia al uso de la violencia justa:

Pero la forma como se articula esta acción por un mundo más justo con una vida de fe, se halla en un nivel más intuitivo y de búsqueda, por momentos angustiosas. (Gutiérrez Teología 179)

Nos parece que Gutiérrez está surgiendo que por su frustración en no poder conseguir una transformación social más acelerada, los revolucionarios actúan en una manera “intuitiva” o quiere decir; no bien pensada. Su compasión por la posición del revolucionario violento parece obvia, pero al implicar que no están pensando más allá de un nivel puramente intuitivo, surgiere que no la ve como una opción bien desarrollada para el revolucionario cristiano.

Gutiérrez revisita el tema más adelante en el texto, esta vez empleando un lenguaje más directo:

Situarse en la perspectiva del reino es participar de la lucha por la liberación de los hombres oprimidos por otros hombres. Esto es lo que han comenzado a vivir muchos cristianos al comprometerse con el proceso revolucionario latinoamericano. Si esta opción parece alejarlos de la comunidad cristiana es porque muchos en ella, empeñados en domesticar la buena nueva, los ven como miembros díscolos y hasta peligrosos. Si no siempre saben expresar en términos apropiados las motivaciones profundas de su compromiso, es porque la teología que recibieron –y que comparten con otros cristianos– no ha forjado las categorías necesarias para traducir esa opción que busca situarse en forma creadora frente a las nuevas exigencias del evangelio y del pueblo expoliado y oprimido de este subcontinente. Pero en sus compromisos e incluso en sus intentos de explicación hay más inteligencia de la fe, más fe, más fidelidad al Señor que en la doctrina (así prefieren llamarla) “ortodoxa” de los círculos cristianos bien pensantes. (Gutiérrez Liberación 253)

En este pasaje es obvio que Gutiérrez está haciendo referencia a los que escogen una senda violenta en su compromiso con el pueblo oprimido. Su percepción de ser miembros “hasta peligros[o]s” no podría ser interpretado de otra manera que la de los cristianos que practicaban la violencia. Y si bien Gutiérrez implica que ésta no es la senda preferida para el cristiano (“si no siempre saben expresar en términos apropiados las motivaciones profundas de su compromiso […]”), sí llega a la defensa de los practicantes de la violencia por su alto nivel de compromiso, aunque su posición sea la de rechazo de la opción violenta.

Los Documentos de Medellín también reconoce la violencia institucionalizada practicada por los opresores:

No deja de ver que América Latina se encuentra, en muchas partes, en una situación de injusticia que puede llamarse de violencia institucionalizada cuando, por defecto de las estructuras de la empresa industrial y agrícola, de la economía nacional e internacional, de la vida cultural y política, "poblaciones enteras faltan de lo necesario, viven en una tal dependencia que les impide toda iniciativa y responsabilidad, lo mismo que toda posibilidad de promoción cultural y de participación en la vida social y política" (Enc. Populorum progressio, No. 30), violándose así derechos fundamentales. Tal situación exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras. No debe, pues, extrañarnos que nazca en América Latina "la tentación de la violencia". (2)

Medellín, como Gutiérrez haría unos tres años después, expresa una empatía por las frustraciones del pueblo oprimido: “No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que soporta durante años una condición que difícilmente aceptarían quienes tienen una mayor conciencia de los derechos humanos” (2). Los Documentos de Medellín citan al Pablo VI para reconocer las buenas intenciones que se encuentran detrás de las acciones de los cristianos más radicalizados:

Nos dirigimos finalmente a aquellos que, ante la gravedad de la injusticia y las resistencias ilegítimas al cambio, ponen su esperanza en la violencia. Con Pablo VI reconocemos que su actitud "encuentra frecuentemente su última motivación en nobles impulsos de justicia y solidaridad”. (2)

Los Documentos, adoptando los pensamientos de Camilo Torres, reconoce que la senda que tomaría una deseada transformación, violenta o no violenta, depende mucho en la reacción de la clase opresora a los cambios sociales:

Quisiéramos dirigir nuestro llamado, en primer lugar, a los que tienen una mayor participación en la riqueza, en la cultura o en el poder. Sabemos que hay en América Latina dirigentes que son sensibles a las necesidades y tratan de remediarlas. Estos mismos reconocen que los privilegiados en su conjunto, muchas veces, presionan a los gobernantes por todos los medios de que disponen, e impiden con ello los cambios necesarios. En algunas ocasiones, incluso, esta resistencia adopta formas drásticas con destrucción de vidas y bienes […] Por lo tanto les hacemos un llamamiento urgente a fin de que no se valgan de la posición pacífica de la Iglesia para oponerse, pasiva o activamente, a las transformaciones profundas que son necesarias. Si se retienen celosamente sus privilegios y, sobre todo, si los defienden empleando ellos mismos medios violentos, se hacen responsables ante la historia de provocar "las revoluciones explosivas de la desesperación". De su actitud depende, pues, en gran parte el porvenir pacífico de los países de América Latina. (2)

Al condenar el uso de la violencia institucionalizada, Medellín nos clarifica que rechaza la violencia justa por varias razones, lo primero siendo su tendencia de crear más violencia. “La violencia o "revolución armada" generalmente "engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas: no se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor" (Enc. Populorum progressio, No. 31). Los Documentos enumeran, también, otros problemas inherentes en el uso de la violencia, entre ellos:

La preferencia del cristiano por la paz, la enorme dificultad de la guerra civil, su lógica de violencia, los males atroces que engendra, el riesgo de provocar la intervención extranjera por legítima que sea, la dificultad de construir un régimen de justicia y de libertad partiendo de un proceso de violencia. (2)

Canal Ramírez también muestra compasión para los curas que adoptaron la violencia como el único recurso para asegurar la revolución social deseada para establecer una sociedad más justa. La situación del sacerdote “huérfano”, que carece de doctrina adecuada para realizar una preferencia por los pobres, es el tema central de la novela, dejando al lector aliarse emocionalmente con estos cleros radicalizados: nos da la impresión de una Iglesia que no se atreve a proveer una guía para los sacerdotes que tomaban en serio la llamada de Juan XXIII, y luego critica las decisiones individuales que fueron forzados a tomar. Al carecer de doctrina eclesial sobre el significado real de una Iglesia de los pobres, Gabriel dice que “la crisis sacerdotal es inmensa” (25), y se siente una sinceridad en la búsqueda de Gabriel para hallar su camino en una sociedad dominada por la jerarquía militar y la religiosa. A lo largo de la novela, se presenta el personaje de Gabriel en la imagen de un cura que tomó muy en serio la idea de la liberación de sus “hermanos miserables e indigentes” (25). Gabriel proclama: “Me ordené por amor a Dios y por amor al prójimo que es lo mismo. Me ordené para dar un testimonio sacerdotal de este amor al prójimo y de este servicio. He procurado que este testimonio sea auténtico en lo individual y en lo comunitario” (109). Los otros miembros del grupo Nicodemus reconocen en Gabriel lo que el padre Saúl considera “un gran amor al prójimo” (115). Gabriel llega a la decisión de hacerse guerrillero y dejar la Iglesia sólo tras el convencimiento de que los males de la sociedad “no tienen otro remedio” (108).

No obstante, le queda claro al lector que el autor está en contra de la decisión del clero radical que toma la senda violenta. Canal Ramírez emplea varias tácticas para indicar que no favorece el uso de la violencia: contrasta el lenguaje apasionado de Gabriel con las voces calmadas y pensativas de los otros miembros del grupo Nicodemus; resalta los “defectos” en la personalidad de Gabriel y muestra que las realidades de la vida revolucionaria chocaron con sus ideales románticos.

Al presentar dos protagonistas principales en la misma situación, con las mismas metas, el autor nos invita a comparar y contrastar los pensamientos y la lógica que los llevarían en caminos distintos. La meditación calmada de Néstor le hace parecer la voz de la razón en todas las situaciones. Cuando Gabriel se emociona demasiado al hablar de su situación compartida, Néstor le advierte: “Cristo fue vehemente muy pocas veces. Contra los fariseos, contra los mercaderes del templo. Tu necesitas equilibrarte” (93).

Se podría decir que los otros miembros del grupo Nicodemus, los personajes no desarrollados por el autor que aparecen en la novela solamente durante las reuniones del grupo, son extensiones del carácter Néstor por el reflejo de sus actitudes. Tenemos, entonces, un grupo de voces que presentan sus opiniones en una forma que nos parece tan bien pensada, en contraste con la personalidad emocional de Gabriel.

En cuanto a la disposición de Gabriel, aparecen varias veces en la novela referencias a su vanidad y su susceptibilidad a un pensamiento más romántico que racional. El padre Saúl dice: “Es verdad que había ingenuidades, impertinencias y demasías en Gabriel” (177), y Néstor añade que Gabriel es: “idealista, romántico, impetuoso” e “ingenuo” (272). Su ego “necesitaba el aura de la popularidad y del elogio para alimentarse” (313), dejándole “tan susceptible de vanidad publicitaria, de pedantería política” (66). Al enterarse de la decisión de Gabriel de hacerse laico, Saúl comenta que “Gabriel se ha dejado tentar ya de la sirena de la popularidad” (179). Y en efecto, su decisión de hacerse guerrillero conllevaba la visión de una muerte que le aseguraría inmortalidad:

¿Qué me van a matar? Es posible […] Me han conmovido siempre los cadáveres de quienes dan la vida por algo. Parece que la muerte se encargara de embellecer su rostro con la nobleza de su causa. Ustedes recuerdan la fotografía del rostro de Manuel, el revolucionario romántico e idealista que cayó en la montaña. Ráfagas de ametralladora en el pecho. En vida era feo. Que faz tan bella después de su muerte. Parecía una mascarilla del rostro de Cristo. La revolución, cuando es justa, también tiene valores estéticos transparentados hasta en la cara de sus mártires. (124-25)

Es como si estuviera ya terminada, en su mente, la pintura de la muerte del gran revolucionario: “Algún día, quizá, le matarían, pero sería sobre una cumbre. Sobre una de estas cumbres andinas que también tienen forma de calvario y que van resultando también ‘las montañas de redención’” (245).

Canal Ramírez desinfla la imagen del cura en combate al mostrar como la realidad de una vida guerrillera chocó con la visión romántica que Gabriel tenía de ella desde la distancia. Al entrar en el micro que le llevaría a la sierra, Gabriel ya se enfrentaba con un mundo previamente desconocido para él:

Aquellos horribles vehículos, tan detestados por él, por su olor, sus apretujones, su desaseo, su pasaje primitivo y rústico de ingrata y apestosa compañía, constituían, hasta ahora, el más grande sacrificio de su vida, al cual no se resignaba. (243)

Al llegar a su puesto, no podía soportar la dureza de su nueva vida como cosechador del café. Gabriel le pide al mayordomo: “¿usté no me puede cambiar de oficio? No sé coger café, las moscas me desesperan […] los otros cosecheros se burlan de mí porque no sé […] Las manos se me cuartean (262).

Los otros guerrilleros tampoco caben en la visión romántica que Gabriel tenía. La descripción que hace de ellos no coincide con la idealización de unos radicales comprometidos a una revolución social practicando la violencia justa, sino de gente que se conoció en la cárcel. La mayoría del grupo de guerrilleros está compuesto de “los restos de las antiguas bandas de salteadores, bandoleros, cuatreros, asesinos comunes, fugados de las cárceles, convertidos ya en profesionales del crimen” (283). Su objetivo no es subvertir el orden, sino matar y robar. Son profesionales del asesinato.

La escena más clara en la novela, en cuanto a la cara verdadera de la vida revolucionaria, aparece cuando le toca a Gabriel matar a unos soldados cuyas caras inocentes le hacen recordar de su tiempo como sacerdote capellán:

Gabriel miraba con horror el avance de las víctimas. Eran nueve soldaditos que iban a morir con fuego llovido del cielo. Gabriel conocía bien a los soldaditos porque, en cierta ocasión, durante unos meses, en los comienzos de su apostolado, había reemplazado a un amigo suyo, capellán militar. Y, ante aquellos nueve que cada vez avanzaban más, allá abajo, hacia la órbita del blanco, entrando ya en campo de tiro, recordaba bien…los soldaditos –un 99 por ciento de ellos campesinos– llegaban al cuartel como a otro mundo. De ordinario, allí aprendían las primeras letras, los primeros números, los primeros hábitos de higiene: lavarse la boca, calzarse, mudarse de ropa interior, comer con cubiertos, bañarse el cuerpo por la mañana, dormir en cama alta con colchón y sábana. Eran muchachos piadosos y devotos que en la misa y la comunión encontraban fuerzas para superar la pena de la ausencia de la parcela, del hogar y para aliviar el rigor de la disciplina. Al capellán se entregaban como niños y le contaban sus cuitas y sus nostalgias por la mamá lejana, por la novia distante, o simplemente por “aquella vida”. Ahora los tenía a los nueve ahí, a tiro de su metralleta. Distinguía en ellos las mismas facciones de aquellos campesinos con uniforme a quienes había absuelto y bendecido tantas veces durante su transitoria capellanía militar, cuando los llamaba hijos, les daba medallas y caramelos y les explicaba los mandamientos. “El quinto no matar…El quinto no matar…El quinto no matar”. (318-19)

Estos soldaditos eran víctimas de opresión también, pero, manipulados por este sistema de dominación, se encontraban en el otro lado de la batalla. El hecho de que Gabriel se quedó con los guerrilleros después de lo que pudiera haber sido un momento de revelación, sugiere que Gabriel había perdido su enfoque humanitario, perdiéndose en sus ideales revolucionarios.

La última manera de mostrar la desaprobación de la decisión de padre Gabriel de hacerse laico y practicar la violencia justa viene en el diálogo de El Estudiante; como su apodo sugiere, es el revolucionario más intelectual. Por su comportamiento sereno y pensativo, este marxista nos parece la voz radical de la razón: otro Néstor, pero esta vez llevando la ropa de guerrillero. El Estudiante refuta la idea de que los cristianos serán los beneficiarios de una alianza con los marxistas. “Se equivocan ustedes al pensar que una vez triunfante la revolución, ustedes se van a quedar con el poder echándonos por la borda. No ha habido un sólo caso” (359). Gabriel también se equivoca en estar tan impaciente por la revolución social: “No estamos ni siquiera haciendo la revolución” dice El Estudiante, “sino el camino de la revolución” (360). El Estudiante continúa insinuando que para Gabriel hubiera sido mejor el quedarse dentro de la Iglesia para luchar contra el orden eclesial: “Sólo la Iglesia y los militares podrían hacer aquí una revolución inmediata” (361).

No se le pierde al lector que la separación entre la Iglesia y el mundo y, específicamente entre su clero y su gente, no solamente previene a la Iglesia de realizar su mandato como una Iglesia de los pobres, pero en el caso de Gabriel, le hace ineficaz como guerrillero, costándole las vidas de sus camaradas. Por no poder asimilarse en una manera bastante discreta, un miembro de las fuerzas del gobierno se entera de su identidad verdadera y lo obliga a darle información sobre los planes de los guerrilleros, resultando en la matanza de algunas de sus tropas. Poco tiempo después, Gabriel realiza su destino de mártir. Canal Ramírez, a través de El Estudiante, reconoce que el único valor de los curas como guerreros revolucionarios se hallaría en sus muertes: “Nuestras muertes […] serán más importantes para la revolución que nuestras vidas. Seremos banderas” (363).

La esperanza de Gustavo Gutiérrez, Medellín y los curas del grupo Nicodemus tenía que ver con una revolución encabezada por la institución social latinoamericana más poderosa de todas: la Iglesia católica. Ellos sugieren que en una revolución cristiana es la vida y el trabajo terrenal del sacerdote, y no su muerte, lo que va a conseguir una transformación de una sociedad opresiva, corrupta y violenta, mediante la construcción de una sociedad en la que gobierne la libertad, la igualdad y la paz. El guerrillero 8 1/2, el más pensativo y humanitario entre el grupo de bandoleros, comenta lo que ellos más necesitaban de Gabriel: “Yo creo que usté no debe combatir, sino reservarse y educarnos, y darnos clases y hacernos escuela” (330). Néstor opina que Gabriel se equivocó en su decisión de hacerse laico para entrar en la batalla: “Gabriel ha cometido, como revolucionario, un error, porque como revolucionario era más eficaz como sacerdote, que como laico” (118). Su opción por la pobreza pondría sus esperanzas en una revolución cristiana.

 

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© Steven Casadont,
Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus. 2005.

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