Dos caminos ante la pobreza:
Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus
Steven Casadont
CAPÍTULO III
NÉSTOR
El padre
Gabriel pudiera haber sido la figura literaria más interesante entre los
dos curas, pero Canal Ramírez nos deja con pocas dudas en cuanto a cuál
de estos dos sacerdotes radicales escogió la senda más apropiada y
efectiva en su opción por la pobreza. Gabriel
no consigue plasmar su visión de solidaridad con el pueblo pobre dentro
de una Iglesia atrapada en el pasado por una jerarquía conservadora.
Vergara Delgado describe a Néstor, inspirado en el
Monseñor Ramón Bogarín, como “la salida cristiana al dilema
revolución cruenta o complicidad con el sistema” (Nicodemus 12).
Es Néstor quien llega a representar la amenaza más grande contra el
gobierno de Vivas Cristancho, mientras Gabriel se resigna a su destino
como mártir o “bandera”. Néstor y los miembros del
grupo Nicodemus ponen sus esperanzas en una
revolución cristiana hecha posible por una renovación eclesial, poniendo
en acción el espíritu de Juan XXIII y su llamada para una Iglesia de los
pobres. Los Documentos de Medellín y
Gustavo Gutiérrez también favorecen la
manera en que Néstor interpreta el nuevo enfoque de la Iglesia propuesto
en el Vaticano II.
El personaje
del padre Néstor no atrae la atención del lector por su dinamismo; es
casi tan perfecto que nos irrita por la ausencia de imperfecciones
humanas. Sin embargo, su madurez, reflexión profunda, paciencia y
rechazo de la publicidad hace que el lector lo vea como el más razonable
de los dos curas revolucionarios. Canal Ramírez nos sugiere que
Gabriel permite que sus propias debilidades
personales distorsionen su percepción de su oficio, a la vez que Néstor
siempre demuestra una claridad en su manera de pensar que viene de una
seguridad en su propia identidad. Mientras Gabriel representa la vanidad
y el hambre por la publicidad, Néstor huye de la fama y ni siquiera
permite que los directivos de Acción Católica
pongan su retrato en el pasillo de su oficina central (47).
Para Néstor,
el énfasis siempre está en el sacerdote en el concepto del
sacerdote revolucionario. Su situación como cura rebelde y su visión
de una sociedad más justa no difiere de la de Gabriel: “estamos en las
mismas, los dos” le dice a Gabriel (32). Sin embargo, a pesar de
quejarse sobre su estado de “huérfano”
de la Madre Iglesia, su compromiso con ella no le deja pensar en
renunciar su posición de sacerdote. Para Néstor el mundo socio-político
siempre es secundario al mundo espiritual y religioso: “Esos dos mundos
no me importarían. El mundo sacramental sí. Es el mundo de Dios” (138).
Las responsabilidades del clero son enlazadas al Evangelio, y Néstor no
se siente cómodo en distanciarse de ello. Néstor entiende que el regreso
a los valores y las enseñanzas del Evangelio propuesto por los teólogos
de la liberación era el punto clave en una renovación de la Iglesia:
Sólo la
renovación conciliar en Cristo nos salvará. Es una crisis de
historia. No de doctrina, porque nuestra doctrina es el Evangelio,
la palabra de Dios, que no pasa, aunque algunas de nuestras
interpretaciones de hombres la desfiguren a veces. Precisamente, lo
que produce la crisis es que procuramos volvernos a configurar según
el Evangelio. El traumatismo es precisamente producido por el
proceso de desfiguración a configuración. (230)
En el grupo
Nicodemus también se habla de la seriedad del compromiso que el clero
hace al asumir su puesto dentro de la Iglesia; un compromiso que Gabriel
rompe al hacerse laico. El padre Saúl señala las obligaciones del clero,
de quienes fueron ordenados por su propia voluntad, reflejando la
actitud de Néstor:
Antes de
ordenarnos,
la Iglesia nos instruyó ampliamente sobre el estado clerical y sobre
sus obligaciones, y, antes del subdiaconado, la Iglesia nos enseñó
que éramos libres y que podíamos usar esa libertad para seguir, o
para abandonar. Para el paso adelante o para el paso atrás. Nos
ordenamos libremente el orden clerical y sus obligaciones ante Dios,
ante la Iglesia, ante la sociedad, ante nosotros mismos…Y tenemos
que ser fieles a la Iglesia y a la sociedad. Es una obligación de
lealtad divina y humana…No podemos dispensarnos de nuestras
obligaciones, mientras la Iglesia no nos dispense, pues ante ella la
contrajimos, mediante un pacto que no puede violarse unilateralmente.
(118)
La senda en
que Néstor y Gabriel viajaban juntos se divide en lo político, con
Gabriel involucrándose en los movimientos de estudiantes universitarios,
y Néstor advirtiéndole del peligro de meterse tan profundo en aguas
desconocidas y del riesgo de perder su enfoque como sacerdote. El grupo
Nicodemus se preocupa de la manipulación de Gabriel por los grupos
políticos:
El
fenómeno de Gabriel revolucionario, me parece que abrirá mucho
camino en nuestra Iglesia retardataria y la ayudará a ponerse en
órbita conciliar, aún por la vía del escándalo. Gabriel
revolucionario, como laico, será distinto. Tarde o temprano, va a
caer como herramienta en las manos de los comunistas. (119-20)
En cuanto a
las actividades políticas de Gabriel, Canal Ramírez le hace parecer como
el menos pensativo de los dos, y el abandono de sus responsabilidades de
ser clero nos parece estar basado más en sus emociones que en un
análisis bien pensado de su situación: “No soy un cerebral de la
revolución como tú,” le dice a Néstor. “Soy un sentimental de la
revolución, como Cristo” (204). En contraste, Néstor aparece como el más
educado de los dos en la doctrina marxista que atrae a Gabriel. Aunque
sus grupos de Acción Católica se reúnen con grupos marxistas “para
dialogar” y “aprender a respetarse mutuamente” (210), Néstor advierte a
Gabriel que sus esperanzas no tienen mérito en cuanto a acelerar la
revolución social a través de una alianza con los grupos izquierdistas:
Marx, el
gran revolucionario, pone condiciones para la Revolución: debe
propagarse la doctrina, pero simultáneamente crear el hecho
revolucionario y esperar que se produzca su clima, su circunstancias
favorables, el partido revolucionario que ha de ejecutarlo. En ese
sentido Lenín decía que la revolución no se hace, se organiza.
(200-01)
Néstor también
hace referencia a Marx para condenar el uso de la violencia: “La
violencia necesita ser bien y oportunamente usada, y si no es
contraproducente. Eso lo sabía Marx muy bien cuando se oponía al uso de
cierta clase de violencia por algunos grupos obreros de su tiempo”
(201). Conciente del hecho de que el grupo de guerrilleros con quien se
alió Gabriel no compartían el compromiso revolucionario de él, sino un
gusto por la violencia, Néstor le pregunta a Gabriel si “una revolución
puede hacerse abriendo las puertas de la cárcel” (202).
Los miembros
del grupo Nicodemus critican la laicización de Gabriel no sólo por
haberse metido demasiado en lo político, de lo cual posee un
conocimiento superficial, sino también por haber perdido su valor como
revolucionario al renunciar a su afiliación con la Iglesia. Su análisis
de la laicización sirve como argumento contra los curas revolucionarios
que optan por salir de la Iglesia para solidarizarse con el pueblo
oprimido. El padre Saúl sugiere que su decisión de hacerse laico le va a
costar su credibilidad pública por aparecer ya no como cura radical,
sino simplemente como “un revoltoso civil” (119). Él continúa diciendo
que algunos, no acostumbrados a ver la laicización de un cura por
razones políticas, considerarían al Gabriel como “un cura con las
hormonas sin control, que se seculariza tras de una mujer” (119).
La serie de
problemas que Gabriel encuentra como revolucionario, subraya el hecho de
que este cura hubiera sido un revolucionario más eficaz si se hubiera
quedado dentro de la Iglesia. El fracaso de su periódico, Unión
Revolucionaria, insinúa que el público no está dispuesto a
simpatizar con un cura reaccionario que le parece poner lo político en
frente de lo divino. En vez de presentar una amenaza al estado, Gabriel
sirve como una herramienta publicitaria para el gobierno de Vivas
Cristancho. Al tomar una posición demasiado radical en su Unión
Revolucionaria, Gabriel se distancia del pueblo y, por la falta de
lectores y dinero, tiene que cerrar la publicación sin ninguna
intervención del gobierno. Por consiguiente, el gobierno puede parecer
más democrático por haber permitido una publicación de sus opositores y,
en este sentido, Gabriel le ayuda al gobierno. La prensa del estado
destruye su credibilidad y su imagen pública más todavía, después de la
clausura de la Unión Revolucionaria, con su titular: “Después de
indicar donde está la verdadera subversión, fracasa Unión
Revolucionaria y con ella el cura Gabriel” (227). Gabriel está
forzado a pedir la ayuda de Néstor y su poderosa Acción Católica, pero
Néstor lo rechaza por su afiliación con grupos políticos (209).
Las esperanzas
de padre Néstor y el grupo Nicodemus radican en el concepto de una
revolución cristiana: una renovación de la Iglesia prepararía el camino
para una renovación de la sociedad. Al optar hacerse laico, los curas
como Gabriel pierden su voz dentro de la institución social más poderosa
en la sociedad latinoamericana. La resistencia del orden establecido
eclesial, personificado en Nicodemus
por el Monseñor Becchini, es obligado a entrar en diálogo con un cura
como Néstor con sus 70,000 seguidores de Acción Católica, pero un cura
que opta hacerse laico ya pierde su voz representativa dentro de la
poderosa Iglesia. Carlos, un miembro laico del grupo Nicodemus comparte
las esperanzas de Néstor de una renovación eclesial, sabiendo que este
orden conservador no iba a ceder sus privilegios de un día al otro:
“sería cuestión de tener un poquito de paciencia” (107).
Sabemos
los laicos que hay unos obispos que no entienden y no entenderán
nunca el concilio. No lo entendieron en las mismas sesiones a que
asistieron. Pero sabemos también que otros, desde el comienzo,
fueron sus devotos y que otros se han ido convirtiendo a él con
aquella conversión del hombre nuevo de San Pablo hacia la nueva
historia, que pedía Pablo VI ante la ONU. Nosotros los laicos vemos
con temor la ‘desacralización’ del sacerdote. (123) Esperar el
cambio de gobierno eclesiástico de la arquidiócesis y aguardar a que
el Papa se pronuncie en materias sociales como es lógico que tendrá
que pronunciarse después del Concilio […] El postconcilio está
pidiendo a gritos una encíclica sobre la justicia social (107).
Canal Ramírez
señala las raíces revolucionarias históricas de la Iglesia para subrayar
su potencial como una potente fuerza revolucionaria. A los que duden la
habilidad de la Iglesia a ser un participante activo en una revolución,
Carlos responde que ellos “olvidan que la revolución cristiana es 19
siglos anterior a la marxista, que el cristianismo siempre fue
revolucionario, que hoy, como siempre, hay revolucionarios en él”
(123-24). Este “complejo de inferioridad” de los cristianos ante la
revolución les hace creer que los marxistas son “los dueños de la
técnica revolucionaria” (106), pero Néstor cree que “el cristianismo es
plenamente capaz de hacer esa revolución” (210):
Esa
revolución tiene que ser de teoría y de práctica, de pensamiento y
de conducta a través de todas las escalas: personal, familiar,
colectiva, comunitaria, social...Yo sé que Acción Católica aquí está
haciendo, en sus propios cuadros esa revolución, aunque le duela a
algunos personajes eclesiásticos. (210)
Por haber
asumido una posición enraizada en el Evangelio y de acuerdo con los
valores cristianos, Néstor no es visto por el pueblo como un cura fuera
de su campo, como es el caso de Gabriel. Mientras Gabriel pierde su
credibilidad pública como revolucionario laico, el padre Néstor crece en
poder a través de su trabajo con la Acción Católica,
y representa la mayor amenaza al estado. Néstor se opone al gobierno
cristianamente, y sus trabajos, siempre con una base en el Evangelio,
causan grandes preocupaciones al gobierno de Vivas Cristancho:
Mi último
artículo sobre “El cristianismo sólo es testigo de Cristo” le irritó
mucho porque, al analizar el testimonio cristiano, hacía énfasis en
aquello de que el Dios Creador y Redentor que atestiguamos no se
puede confundir con el dictador de la tierra que quiere ponernos a
su servicio. (18-19)
Sus charlas a
los miembros de Acción Católica son libres de la retórica política, pero
coloca conceptos cristianos en el contexto actual para resaltar su
contraste con la sociedad opresiva en que viven. Néstor planea una
charla sobre “la necesidad de ser responsables, de fortalecer la
responsabilidad como defensa de la libertad, tomando pie en la parábola
evangélica del mayordomo” (154). Su lectura del “hijo pródigo” es una
crítica a la decisión de Gabriel, y los revolucionarios cristianos como
él, por abandonar la madre Iglesia en su búsqueda de una sociedad más
justa (155).
A través de su
éxito encabezando Acción Católica, Néstor llega a ser la mayor amenaza a
la dictadura militar. Cristancho habla de “ese cura come-cardenales y
come-presidentes” (192) en referencia a Néstor, e Irene le dice a Néstor
que “tú eres un hombre más poderoso de lo que crees […] el poder moral
es, a veces, más eficaz y cuesta menos mantenerlo” (137). Al hablar de
la Acción Católica ella le dice que “ellos son […] el más grande freno
del gobierno actual. Vivas Cristancho, más que odio, te tiene celos. Te
juzga poderoso. Tú tienes setenta mil soldados. Él apenas cincuenta mil”
(136).
Mientras
Gustavo Gutiérrez por un lado condenaría al
padre Gabriel por involucrarse demasiado en lo político y por su uso de
la violencia, su visión de una renovación eclesial y una revolución
social; por otro lado concordaría con las esperanzas de Néstor y el
grupo Nicodemus. La resistencia pacífica de
Néstor y Acción Católica contra el gobierno de Vivas Cristancho en
defensa del pueblo pobre, representa lo que Gutiérrez espera de una
Iglesia tradicionalmente ligada al orden establecido. Aunque Gutiérrez
rechaza la opción violenta de Gabriel, nos reitera con bastante claridad
la urgencia de que la Iglesia tome acción decisiva para distanciarse de
su historia de acomodación con los poderes del estado:
¿No
debería la Iglesia […] intervenir más directamente y abandonar el
terreno de la declaraciones líricas? (85) ¿La mejor manera para la
Iglesia de romper sus lazos con el orden presente […] no sería,
precisamente, denunciar la injusticia fundamental en que está basado?
(173)
Gutiérrez
reconoce que la revolución social es la única esperanza para el pueblo
latinoamericano (115), y subraya la urgencia de una “renovación profunda”
de las estructuras eclesiales para que la Iglesia sea un participante
activo en esta deseada transformación social (162):
Las
exigencias de denuncia profética, evangelización concientizadora de
los oprimidos y pobreza, conducen a una fuerte comprobación de la
inadecuación de la estructuras de la Iglesia al mundo en que
vive. (161)
La lucha por
la liberación del hombre significa que tal lucha sea, según Gutiérrez,
“contra todo lo que oprime al hombre”, implicando “un cambio radical de
estructuras” (53). La liberación de las personas, clases y los
países sometidos “se presenta como la gran tarea de nuestra época” (68).
Sin embargo, no es el trabajo del sacerdote distanciarse de la Iglesia y
meterse demasiado en lo político, sino “evangelizar y animar lo
temporal. Intervenir directamente en la acción política es traicionar su
función” (78).
Gutiérrez
apoya el esfuerzo que hace Néstor para quedarse centrado en lo
espiritual de su lucha contra la sociedad injusta. Los sacerdotes que
responden a la llamada de una Iglesia en solidaridad con los pobres
hacen posible que la Iglesia practique “una renovada fidelidad al Señor
que la convoca y al evangelio que ella predica, comprometa su suerte con
la de aquellos que sufren miseria y despojo” (132).
Al señalar que
la opción por el sector oprimido y su liberación “lleva a
replanteamientos profundos y una nueva visión de la fecundidad y
originalidad del cristianismo” (131), Gutiérrez establece que el enfoque
debe estar situado en la espiritualidad que está ausente en la opción
violenta de Gabriel:
Una
espiritualidad de la liberación estará centrada en una conversión
al prójimo, al hombre oprimido, a la clase social expoliada, a la
raza despreciada, al país dominado […] La conversión evangélica es,
en efecto, la piedra de toque de toda espiritualidad. (255)
Gutiérrez
señala la necesidad del clero para mantener sus pies plantados en la
tierra en su manera de solidarizarse con el pueblo oprimido, pidiendo
que se comprometan en una forma “lúcida” y “realista” (255). Queda claro
que la decisión impulsiva de Gabriel de hacerse laico / guerrillero no
es lo que Gutiérrez tiene en mente. El grupo de la Acción Católica de
Néstor está más en concordancia con lo que Gutiérrez esperaba del clero
en cuanto a su forma de organizar a los laicos:
En el
campo de lo temporal, al laico le corresponderá principalmente crear
esa nueva cristiandad. Para eso conviene agruparse en organizaciones
de inspiración –y etiqueta– cristiana. Esta posición representa un
primer esfuerzo por valorar la tarea terrestre a los ojos de la fe;
así como por situar mejor a la Iglesia en el mundo moderno […] El
cristiano se comporta como miembro de la Iglesia y su acción tiene
una representatividad que compromete a la comunidad eclesial (es lo
que ocurría con el dirigente de las organizaciones llamadas “Acción
Católica”). (Teología 75).
El hecho de
que estos grupos “parecen haber agotado sus posibilidades” (83) no
significa que no tenían validez en su función, según Gutiérrez. El
problema reside en el orden establecido dentro de la Iglesia que no
estaba preparada para involucrarse en lo temporal:
Al tomar
ellas [grupos como Acción Católica] posición en el plano
temporal, la Iglesia (en particular los obispos) quedaba
comprometida en un campo considerado ajeno a ella, y eso aparecía
como inaceptable. Pero, simultáneamente, la dinámica misma de un
movimiento a cuyos miembros la situación les ponía compromisos cada
vez más definidos, llevaba necesariamente una radicalización
política, incompatible con una posición oficial en una
Iglesia que postulaba una cierta asepsia en materia temporal. Las
fricciones e incluso las rupturas se hacían, por consiguiente,
inevitables. Las crisis se han sucedido y extendido. (Gutiérrez
82-83)
El concepto de
una Iglesia de los pobres abogado por Néstor y el grupo Nicodemus
aparece desarrollado extensamente, por primera vez, en un documento
eclesial, en los Documentos de Medellín:
“Una primera idea, persistente en esos documentos, y que refleja una
actitud general de la Iglesia, es el reconocimiento de la solidaridad
de la Iglesia con la realidad latinoamericana” (Gutiérrez 139). Medellín
establece la urgencia de que la Iglesia esté en mayor contacto con los
pobres, proveyendo un sostén eclesial para que los curas radicalizados,
como los del grupo Nicodemus, puedan seguir
en su solidaridad con los oprimidos con el apoyo de la Iglesia.
Los
Documentos reconocen, en parte, el rol que desempeña la Iglesia en
la crisis sacerdotal; la misa de la que se quejan los curas de
Nicodemus: “En el ministerio presbiteral es fácil advertir hoy una
tensión entre las nuevas exigencias de la misión y cierto modo de
ejercer la autoridad, que puede implicar una crisis de obediencia” (11).
Las “deficiencias” y “fallas” de la Iglesia contribuían a esta crisis
entre su clero, cuya situación era “fruto, a veces y en parte, de
sinceridad y autenticidad” (11).
Medellín
resalta el nuevo énfasis en los hechos terrenales, en contraste con la
dualidad tradicional de la Iglesia que hizo distinción entre lo terrenal
y lo divino:
Sin caer
en confusiones o en identificaciones simplistas, se debe manifestar
siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de
Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre; entre la
historia de la salvación y la historia humana; entre la Iglesia,
Pueblo de Dios, y las comunidades temporales; entre la acción
reveladora de Dios y la experiencia del hombre; entre los dones y
carismas sobrenaturales y los valores humanos. (8)
Estas tareas
temporales, ahora valorizadas y dadas “autonomía legítima” (14), deben
ser una continuación del trabajo de Cristo, “quien se hizo pobre por
nosotros siendo rico, para enriquecernos con su pobreza” (14). Los
Documentos añaden que “la superación de la dicotomía entre la
Iglesia y el mundo y la necesidad de una mayor presencia de la fe en los
valores temporales exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad
según las orientaciones del Vaticano II” (11).
La idea de que
la Iglesia se declare a sí misma aliada con el pueblo pobre, algo que
Gabriel pensaba nunca iba a suceder y que influyó en su decisión de
hacerse laico, recibe un gran apoyo en los Documentos de Medellín.
Estos denuncian, “enérgicamente”, las consecuencias de la gran
desigualdad económica entre los ricos y los pobres y piden una
integración social (2). Empleando la palabra “solidaridad”, optan por
una defensa de los derechos de los pobres y los oprimidos, y una
eliminación de “todo cuanto destruya la paz social” (2). Para sus
obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, esta nueva orientación
requiere de ellos que las acomodaciones personales estén en concordancia
con el “espíritu de pobreza”, y que ellos rompan “las ataduras de la
posesión egoísta de los bienes temporales” para demostrar su “compromiso
de solidaridad con los que sufren” (14). Las acciones de los asociados
con la Iglesia deben proveer “un signo más lúcido y auténtico de su
Señor” (14).
El grupo
Nicodemus vio la necesidad de una reforma eclesial para hacer posible
una Iglesia que incluya una verdadera solidaridad con los pobres, que
pavimentaría el camino hacia una revolución cristiana. Según ellos, el
clero, quien estaba en más contacto directo con los pobres, necesitaba
una voz más fuerte dentro de las estructuras eclesiales. Medellín hace
varias referencias a una renovación de sus estructuras antiguas,
indicando que la formación del clero “debe ser instrumento fundamental
de renovación de nuestra Iglesia y respuesta a las exigencias religiosas
y humanas de nuestro continente” (13). Y se añade que “el Movimiento
Catequístico siente la necesidad de una profunda renovación” (8), y que
la reforma de las estructuras eclesiales debe estar en acuerdo con las
circunstancias reales de su tiempo histórico:
Toda
revisión de las estructuras eclesiales en lo que tienen de
reformable, debe hacerse, por cierto, para satisfacer las exigencias
de situaciones históricas concretas, pero también con los ojos
puestos en la naturaleza de la Iglesia. La revisión que debe
llevarse a cabo hoy en nuestra situación continental, ha de estar
inspirada y orientada por dos ideas directrices muy subrayadas en el
Concilio: la de comunión y la de catolicidad. (15)
Las quejas del
grupo Nicodemus sobre las estrechas relaciones entre el gobierno de
Vivas Cristancho y la Iglesia reciben preciso tratamiento en Medellín.
Los Documentos hacen un llamado a un diálogo entre la Iglesia y
el estado, pero piden “donde fuere necesario, la denuncia a la vez
enérgica y prudente de las injusticias y de los excesos del poder” (7).
Es claro que Medellín le pide a su clero que desempeñe lo que se
considera el papel tradicional del cura: “educar las conciencias,
inspirar, estimular y ayudar a orientar todas las iniciativas que
contribuyen a la formación del hombre” (2). Pero Medellín resalta que su
trabajo también incluye la denuncia de todo lo que vaya “contra la
justicia” y que “destruye la paz” (2). Una Iglesia de los pobres y la
continuación del trabajo de Cristo no sería posible sin tomar un rol
activo en la defensa del pueblo pobre: “La pobreza de tantos hermanos
clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y
superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada
por Cristo” (14).
Hemos señalado
que Medellín impugna el uso de la violencia, que en esta novela
representa el caso del padre Gabriel. Un grupo como la Juventud
Universitaria Libre dirigido por el padre Gabriel se distingue por su
peligro a caer en posiciones demasiado radicales: “Es un hecho
comprobable que el excesivo idealismo de los jóvenes los expone
fácilmente a la acción de grupos de diversas tendencias extremistas” (Documentos
5). Los Documentos llegan a perdonar a los curas como Gabriel,
señalando que a ellos “los respetamos como hermanos, amándolos como
hijos” y que a ellos la Iglesia siempre les prestaría ayuda (11). No
obstante, Medellín nos define que el compromiso con los pobres, que pide
de su clero,
está basado en el Evangelio, algo siempre presente en el
sacerdocio de Néstor pero ausente en la opción radical de Gabriel.
Hablando de la catequesis, Medellín declara que ella debe “asumir
totalmente las angustias y esperanzas del hombre de hoy”, pero pide que
sea “fiel a la transmisión del Mensaje bíblico” (8). La defensa de los
derechos de los pobres y oprimidos se debe hacer “según el mandato
evangélico” (2).
Medellín apoya
a los grupos de jóvenes cristianos, como la Acción Católica de Néstor,
que se mantienen basados en el Evangelio. Al establecer el hecho de que
el trabajo pastoril debe ser “según el mandato evangélico” (2), Medellín
dedica una sección de sus Documentos a la juventud que “es un
símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o
sea un incesante rejuvenecimiento” (5), y que “se tenga muy en cuenta la
importancia de las organizaciones y movimientos católicos de juventud”
(5). Los Documentos aportan un “estímulo especial” a los grupos
“que tienen como mira la promoción humana y la aplicación de la justicia”,
haciendo referencia a la “fuerza moral” de estos grupos (1).
Bibliografía citada
-
Canal
Ramírez, Gonzalo. Nicodemus. Bogotá: Congreso Eucarísto
Internacional, 1968.
-
Documentos
finales de Medellín.
Teología de la liberación en hipertexto. Proyecto Ensayo Hispánico.
13 de junio de 2004. <http://www.ensayistas.org/critica/liberacion/TL/>
-
Gutiérrez,
Gustavo. Teología de la liberación-perspectivas. Lima: Centro
de Estudios y Publicaciones, 1971.
-
Vergara
Delgado, Hernán. “Prologo”, Nicodemus por Gonzalo Canal
Ramírez, Bogotá: Congreso Eucarístico Internacional, 1968.
© Steven Casadont,
Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y
Néstor en la novela Nicodemus. 2005.