Teoría, Crítica e Historia

 

Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus

Steven Casadont

 

Cardinal Joseph Ratzinger:
Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”

El movimiento de la teología de la liberación ha tenido sus opositores dentro de la Iglesia desde sus comienzos en los años sesenta. En los años después del Concilio Vaticano II, el sector conservador opinaba que la nueva teología seguía un camino demasiado radical y que la Iglesia corría el riesgo de perder su misión y su autoridad como institución religiosa. El proponente más visible de la facción conservadora de la Iglesia ha sido el Cardinal Joseph Ratzinger. En 1984, mediante la publicación de la Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”, Ratzinger presentó sus críticas contra los teólogos que, en su opinión, habían puesto demasiado énfasis en lo terrenal y lo temporal, tomando prestado “de modo insuficientemente crítico, conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista” (introducción).

En la introducción, Ratzinger sugiere que “liberación” significa “liberación de la esclavitud radical del pecado”, señalando que las injusticias culturales, económicas, sociales y políticas no son en sí mismos pecados, sino consecuencias del pecado. Al escribir: “Discernir claramente lo que es fundamental y lo que pertenece a las consecuencias es una condición indispensable para una reflexión teológica sobre la liberación”, Ratzinger establece una base teórica para construir su argumento. Advierte sobre el peligro de enfatizar lo terrenal al hablar de la liberación, indicando que, al hacerlo, la liberación del pecado pierde la importancia que merece. Su preocupación con el marxismo y su incompatibilidad con la vida cristiana, que es el tema central de la “Instrucción”, aparece en el tercer párrafo de la introducción:

Con la intención de adquirir un conocimiento más exacto de las causas de las esclavitudes que quieren suprimir, se sirven, sin suficiente precaución crítica, de instrumentos de pensamiento que es difícil, e incluso imposible, purificar de una inspiración ideológica incompatible con la fe cristiana y con las exigencias éticas que de ella derivan.

Los teólogos de la liberación, opina Ratzinger, han incorporado elementos marxistas sin examinarlos críticamente. Phillip Berryman, responde a esta acusación diciendo que lo que usan del marxismo es en una forma consciente y crítica, añadiendo: “eso es mejor que absorber inconscientemente los elementos ideológicos de la cultura capitalista occidental dominante, e imaginar que uno está por encima de la ideología” (cap. 12).

Ratzinger intenta clarificar su posición hacia la opción preferencial por los pobres, algo ya establecido en las doctrinas eclesiales del Vaticano II, Medellín y Puebla. Quiere clarificar que la Iglesia se ha situado en contra de las condiciones de pobreza de las masas. Sin embargo, la lucha contra los abusos y la injusticia en el mundo, por parte de la Iglesia, será “con sus propios medios”, dejando al lector deducir cuáles exactamente son estos medios.

En la primera parte, “Una Aspiración”, Ratzinger escribe sobre las condiciones deplorables existentes en un mundo donde tantos padecen de la pobreza y otros nadan en abundancias:

Por una parte, se ha alcanzado una abundancia, jamás conocida hasta ahora, que favorece el despilfarro; por otra, se vive todavía en un estado de indigencia marcado por la privación de los bienes de estricta necesidad, de suerte que no es posible contar el número de las víctimas de la mala alimentación.

Emplea el diálogo de los teólogos de la liberación no solamente en el uso de su terminología (“liberación”, “solidaridad”), sino también en la temática:

La ausencia de equidad y de sentido de la solidaridad en los intercambios internacionales se vuelve ventajosa para los países industrializados, de modo que la distancia entre ricos y pobres no deja de crecer. De ahí, el sentimiento de frustración en los pueblos del Tercer Mundo, y la acusación de explotación y de colonialismo dirigida contra los países industrializados.

La segunda parte, “Expresiones de esta aspiración”, indica que el anhelo a la justicia exige una clarificación, con una consideración de las manifestaciones teóricas y prácticas. Algunos movimientos sociales y políticos (el marxismo), que se presentan como representantes de los pobres, esconden o pervierten su significado actual en su ideología y llevan a sus seguidores por un camino a la violencia.

La tercera parte, “La liberación, tema cristiano”, presenta la teología de la liberación como tema muy apropiado para ser discutido dentro de la Iglesia, pero indica que este encuentro entre la teología y la liberación sólo puede ser interpretado correctamente por los oficiales eclesiales en Roma (su interpretación por el “movimiento” ha resultado en “teologías de la liberación” con fronteras doctrinales “mal definidas”):

El encuentro de la aspiración a la liberación y de las teologías de la liberación no es pues fortuito. La significación de este encuentro no puede ser comprendida correctamente sino a la luz de la especificidad del mensaje de la Revelación, auténticamente interpretado por el Magisterio de la Iglesia.

En la cuarta parte, “Fundamentos Bíblicos”, Ratzinger nos da su interpretación de las historias bíblicas favorecidas por los teólogos de la liberación. El libro de Éxodo ha sido citado por los teólogos de la liberación como ejemplo bíblico de una acción social liberadora para los oprimidos:

Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues tengo conocidas sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel... (Éx. 3:7-8).

Ratzinger intenta eliminar cualquier significado político inherente en Éxodo al decir que “esta liberación está ordenada a la fundación del pueblo de Dios y al culto de la Alianza celebrado en el Monte Sinaí”, y que “en esta experiencia, Dios es reconocido como el Liberador”. El acto de la liberación, en el pensamiento de Ratzinger, es algo exclusivo a Dios y no pertenece a los hombres: “Dios, y no el hombre, tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia”. Contrario al trabajo influyente de Paulo Freire en la teología de la liberación, Ratzinger no distingue entre los opresores y los oprimidos, escribiendo que “no hay discriminaciones o límites que puedan oponerse al reconocimiento de todo hombre como el prójimo”. De hecho, me parece que él halla un significado positivo en la pobreza material, algo refutado por los teólogos de la liberación: “Los que sufren o están perseguidos son identificados con Cristo” escribe, sin calificar esta pobreza como “pobreza espiritual”, un estado deseable según los teólogos de la liberación. Con la frase “la perfección que Jesús pide a sus discípulos consiste en el deber de ser misericordioso como vuestro Padre es misericordioso”, Ratzinger rechaza la idea de una solidaridad con los pobres, propuesta por los teólogos de la liberación. “Compartir con el hermano que está en la necesidad” no significa, para Ratzinger, compartir sus esfuerzos en la lucha contra el orden establecido, sino ofrecer lo que Paulo Freire llama “la falsa generosidad de los opresores”. Ratzinger también cuestiona el advenimiento del “hombre nuevo” como resultado de derrotar un sistema injusto:

No se puede tampoco localizar el mal principal y únicamente en las “estructuras” económicas, sociales o políticas malas, como si todos los otros males se derivasen, como de su causa, de estas estructuras, de suerte que la creación de un “hombre nuevo” dependiera de la instauración de estructuras económicas y sociopolíticas diferentes.

El mal, según Ratzinger, no se encuentra en las estructuras; está en el hombre, quien tiene que convertirse, por la gracia de Jesús Cristo, y vivir de una manera más amorosa hacia sus vecinos.

La quinta parte, “La voz del magisterio”, sirve como una justificación de la Iglesia y lo que ha hecho para expresar su preocupación con la situación de los pobres, del Concilio Vaticano II hasta la Conferencia de Puebla.

“Una nueva interpretación del cristianismo”, la sexta parte, advierte del peligro de enfocarse en los asuntos terrenales inmediatos, perdiendo el enfoque en el mensaje de Dios: “para estos, el Evangelio se reduce a un evangelio puramente terrestre”. Los teólogos de la liberación han corrompido el compromiso de la Iglesia hacia los pobres al incorporar “préstamos no criticados de la ideología marxista y el recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el racionalismo”.

En la séptima parte, “El análisis marxista”, es su ataque más directo contra el marxismo. Sus deficiencias son numerosas: su simplicidad y visión limitada; su negación a la persona humana de sus derechos, y la imposibilidad de implementar una parte individual del marxismo sin aceptarlo en su totalidad. Según Berryman, sin embargo, los teólogos de la liberación proponían un marxismo que perteneciera a sus propias circunstancias:

En realidad se puede concluir que los teólogos latinoamericanos, lejos de haber hecho una adaptación sistemática y coherente del marxismo, han hecho más bien un uso ecléctico de sus elementos, con poca atención para un sistema total coherente. Con pocas excepciones, no se han comprometido en una confrontación explícita y frontal con el marxismo. Afirmando uno puede escoger y rechazar, que aun usando el análisis marxista quedará uno cautivo de un sistema total con todas las consecuencias que enumera, Ratzinger está diciendo que él entiende mejor que ellos lo que están haciendo. (capítulo 12)

La octava parte, “Subversión del sentido de la verdad y violencia”, presenta el marxismo como incompatible con la visión cristiana de la humanidad. Por su visión limitada de la historia (una lucha de clases fundada en la violencia), el marxismo pierde su objetividad. “La conciencia verdadera es así una conciencia partidaria”, escribe Ratzinger, añadiendo: “el carácter trascendente de la distinción entre el bien y el mal, principio de la moralidad, se encuentra implícitamente negado en la óptica de la lucha de clases”.

La novena parte, “Traducción teológica de este núcleo”, critica esta “perversión del mensaje cristiano” por haber dividido hermanos cristianos según sus clases sociales: “la universalidad del amor al prójimo y la fraternidad llegan a ser un principio escatológico, válido sólo para el ‘hombre nuevo’ que surgirá de la revolución victoriosa”. Escribiendo sobre el concepto de una Iglesia de los pobres, Ratzinger señala que el concepto propuesto por los teólogos de la liberación amenaza la fundación de la Iglesia: “se trata de poner en duda la estructura sacramental y jerarquía de la Iglesia, tal como la ha querido el Señor”. Berryman, señalando el trabajo de Hans Kung, rechaza este concepto:

Por los escritos del Nuevo Testamento podemos ver que Jesús mismo no fundó una Iglesia, sino que más bien su vida y muerte (y por la fe, su resurrección) pusieron en marcha un movimiento que con el correr del tiempo adoptó formas cada vez más institucionales. Si las actuales formas del cargo eclesiástico, como los obispos y los sacerdotes, no derivan de Jesús mismo, hay lugar para otras variedades.

La décima parte, “Una nueva hermenéutica”, condena a los teólogos de la liberación por intentar cambiar el significado de la Escritura en su lectura política de ella:

Privilegiando de esta manera la dimensión política, se ha llegado a negar la radical novedad del Nuevo Testamento y, ante todo, a desconocer la persona de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, al igual que el carácter específico de la liberación que nos aporta, y que es ante todo liberación del pecado, el cual es la fuente de todos los males.

La nueva hermenéutica, señala Ratzinger, hace imposible entender el valor redentor de la muerte de Cristo o de la Eucaristía, por su énfasis en los aspectos políticos: “Se convierte en celebración del pueblo que lucha”. También, su infatuación con el marxismo previene la posibilidad de un diálogo eclesial:

Estos teólogos parten, más o menos conscientemente, del presupuesto de que el punto de vista de la clase oprimida y revolucionaria, que sería la suya, constituye el único punto de vista de la verdad.

La última parte, “Orientaciones”, pide que los cristianos sigan en su compromiso a los pobres, pero no en una manera violenta: “la verdad del hombre exige que este combate se lleve a cabo por medios conformes a la dignidad humana”. Ratzinger opina que es por medio de las “capacidades éticas” que los seres humanos crearán un mundo más justo. La fuente de la injusticia reside en los corazones de todos los hombres, y la esperanza de un mundo mejor está ligada a la idea de ser más cristiana cada persona; los pecados sociales no son inherentes en las estructuras sociales, sino son frutos del pecado. En vez de atacar estas estructuras, hay que mejorarse como persona. El socialismo, según Ratzinger, es un “mito” que “impide las reformas y agrava la miseria y las injusticias”. Las comunidades de base “carecen de preparación catequética y teológica. Son así aceptadas, sin que resulte posible un juicio crítico, por hombres y mujeres generosos. Ratzinger prefiere el sistema tradicional, lo que Paulo Freire llama la educación bancaria, en vez de permitir al pueblo desarrollar sus propios planes de acción.

En este trabajo, Ratzinger, escribe desde el punto de vista del defensor oficial de la doctrina eclesial. Teme al movimiento de la teología de la liberación no solamente por su conexión al marxismo, sino, también, por cuestionar la estructura jerárquica de la Iglesia. Aunque expresa una preocupación por los oprimidos, opina que ellos no son capaces de pensar en una forma crítica y son susceptibles a los teólogos e intelectuales radicales que proponen teorías sociales que no tienen lugar en la Iglesia. Su forma de pensar es un buen ejemplo del sistema vertical de la pedagogía criticada por Freire: es mejor permitir a Roma solucionar los problemas de Latinoamérica, porque son ellos quienes poseen el conocimiento y las respuestas al problema de la pobreza.

Su insistencia en mejorarse como individuos cristianos para mejorar el mundo, no parece tan distante de lo que Freire escribe en su concepto de un hombre nuevo. Sin embargo, al eliminar cualquier aspecto de una lucha entre clases, Ratzinger espera más de lo que debiera de los opresores. Freire señaló que los oprimidos son los únicos con una comprensión verdadera de las consecuencias de un sistema injusto, y, por ende, ellos son los únicos capaces de cambiar tal sistema. Ratzinger, con su énfasis en la “capacidad ética”, propone una teoría con semejanzas a la teoría económica propuesta por Ronald Reagan, el presidente de los Estados Unidos en el año de la publicación de este ensayo. La teoría económica “Trickle-down”, que suponía que los beneficios que recibían los ricos se convertirían en ganancias económicas para los pobres. Ratzinger sugiere que al convertirse en cristianos piadosos, los ricos solucionarán cualquier problema existente en las estructuras sociales, políticas y económicas. La distancia económica entre los ricos y los pobres creció más que nunca en los años de Reagan. Se podría decir lo mismo acerca de la situación latinoamericana.

 

Bibliografía citada

 

© Steven Casadont,
Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus. 2005.

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