Teoría, Crítica e Historia

 

Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus

Steven Casadont

 

LATINOAMÉRICA EN LOS AÑOS SESENTA

A mediados de los años sesenta, Latinoamérica se hallaba en un estado de turbulencia social, política y económica. Tomando inspiración de la revolución cubana, los intelectuales querían liberarse de lo que se percibía como décadas de dominación extranjera a través del dominio absoluto de las oligarquías tradicionales; deseaban crear sus propias teorías sociales, filosofías y teológicas que pertenecieran a las circunstancias latinoamericanas. La segunda guerra mundial debilitó el impacto de la influencia europea, y los Estados Unidos pronto perdió su prestigio debido a sus propios problemas: la guerra en Vietnam y las protestas universitarias contra ella, y los desórdenes callejeros raciales, entre otros. El gran filósofo mexicano Leopoldo Zea había propuesto una independencia intelectual desde los años cuarenta, y sus pensamientos reflejan la caída de los Estados Unidos en los ojos latinoamericanos:

Hispanoamérica ha sentido y sentirá siempre admiración por la Norteamérica de Washington afirmando los derechos del hombre, la de un Lincoln aboliendo la esclavitud, la de un Roosevelt entendiendo la democracia en un sentido universal. Pero existe también otra Norteamérica expresada en ambiciones territoriales, la que habla de un “destino manifiesto”, la de discriminaciones raciales y todos los imperialismos. (cap. 9)

Económicamente, el estilo del capitalismo estadounidense era el modelo para seguir en las décadas de los años cuarenta y de los cincuenta, pero no proveía a los países latinoamericanos el éxito económico de que gozaba los Estados Unidos. “Estas economías estaban deformadas por una exagerada concentración en las exportaciones y no podían desarrollarse autónomamente de acuerdo con sus propias necesidades” escribe Berryman (cap.5). Él señala como tal sistema favoreció a los norteamericanos a costa de los latinoamericanos:

La industrialización de América Latina desde la segunda guerra mundial ha servido a las necesidades de corporaciones transnacionales que buscan mano de obra barata y modos de producir bienes de consumo para la élite, no necesariamente para atender a las necesidades de las mayorías pobres de América Latina. (cap.5)

En su biografía del cura colombiano Camilo Torres, Broderick escribe de los efectos de esta estructura económica en Colombia:

The majority of Colombians lived and worked like slaves in order that the Americans could live like princes and the Colombian upper class like kings. The kings had surrounded themselves over the years with an ever-widening circle of courtiers-what President Kennedy hopefully called “the new Latin American middle-class”: executives, technicians, bureaucrats, white-collar workers in general. They gave Colombia a superficial air of prosperity, which deceived the cursory glancer; the cities had grown, and visiting tourists or businessmen could drive from the international airports to their Hilton hotels on double-lane highways. (125)

“Sus élites son élites dependientes; esencialmente son aliados locales o intermediarios para los países dominantes del centro” (Berryman cap.5). Esta descripción de las élites latinoamericanas se ve en las obras literarias de la época; así, por ejemplo, el protagonista, un hombre de negocios de la clase alta, en la novela La muerte de Artemio Cruz, del mexicano Carlos Fuentes. Fuentes pinta un retrato de un hombre que se benefició del orden existente:

Préstamos a corto plazo y alto interés a los campesinos del Estado de Puebla [...] compra de acciones mineras y creación de empresas mixtas mexicano-norteamericanas en las que tú figuraste como hombre de paja para cumplir con la ley; hombre de confianza de los inversionistas norteamericanos; intermediario entre Chicago, Nueva York y el gobierno de México; manejo de la bolsa de valores para inflarlos, deprimirlos, vender, comprar a tu gusto y utilidad; jauja y consolidación definitivas con el presidente Alemán: adquisición de terrenos ejidales arrebatados a los campesinos para proyectar nuevos fraccionamientos en ciudades del interior, concesiones de explotación de madera. (23-24)

En la obra maestra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, la huelga de los bananeros, que culmina en el aplastamiento de los campesinos rebeldes por el ejército, ofrece otro ejemplo literario de la agitación social creada por la dominación extranjera.

Los Estados Unidos dominó a Latinoamérica no sólo en el campo económico, sino también políticamente. Aunque ya no existían tantas dictaduras como en los años cincuenta, el cambio de las caras en las casas gobernantes no significó, necesariamente, cambios en cómo actuaban los líderes del estado:

The fifties had been the decade of the generals; a rash of epaulettes had broken out all over the continent. Then, towards the end of the fifties, the generals fell like ninepins and were replaced in each country by almost identical pseudo-democracies whose leaders mouthed the same phrases, ran up the same debts and sank their people into the same ever-deepening misery. (Broderick 120)

Los pensadores latinoamericanos no se engañaron sobre quienes, en realidad, eran los que gobernaban en sus países: “The tin-pot presidents and dictators are only puppets. The bosses are the gringos, they are the real enemy” (Broderick 120).

La dominación del hemisferio occidental por los Estados Unidos y su posición contra el comunismo sufrió un golpe severo con el éxito de la revolución cubana y el fracaso de la invasión de la Bahía de los Cochinos. La misma existencia de gobiernos represivos y corruptos receptivos a los intereses estadounidenses, hacía que guerrilleros como Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Torres llegaran a ser figuras casi míticas por atreverse a luchar contra sistemas políticos que favorecían a la oligarquía y oprimían a los pobres.

Los latinoamericanos empezaron a proponer que sus problemas económicos y políticos eran estructurales, y el socialismo ofrecía una alternativa atractiva en la re-estructuralización del sistema existente.

El socialismo ganaba más y más popularidad como un sistema más viable y aplicable a la situación latinoamericana, con Cuba sirviendo como el modelo de cómo separarse de la dominación estadounidense. Broderick nota que los estudiantes colombianos “became more and more sympathetic toward the island revolution and came to look upon it as their own” (124).

En Cuba no hay el hambre que está tan extendida en Brasil. Algunos podrán admitir a regañadientes que quizás hay un intercambio entre la satisfacción de las necesidades materiales de la gente y el establecimiento de libertades democráticas. Lo que estos autores están diciendo, sin embargo, es que para la mayoría de la gente de Brasil, lo que la ideología dominante llama libertad es una ilusión. Cuba y otros países socialistas, aun cuando no tienen partidos políticos que compitan en las elecciones, pueden tener formas de participación que sean genuinas. Más aún, puede ocurrir que cambios revolucionarios auténticos se puedan lograr únicamente a través de lo que algunos llaman un régimen autoritario. (Berryman cap. 9)

En la manera que Zea hizo la llamada por una filosofía distintamente latinoamericana, en los años sesenta los teólogos procuraban una nueva teología para responder a los desafíos presentados por su propia situación. Si el Concilio Vaticano II abrió las puertas de la Iglesia al mundo, lo que vio afuera de ellas en Roma era muy diferente a la realidad latinoamericana:

El Vaticano II animó a la gente de la Iglesia a entablar diálogo con el mundo. Visto de manera optimista desde Europa, es mundo parecía ser de rápido cambio tecnológico y social. Sin embargo, el ángulo de visión del Tercer Mundo revelaba un mundo de vasta pobreza y opresión. (Berryman 1)

Como una institución ubicada en el centro de la sociedad latinoamericana, la Iglesia católica ejercía una voz potente, pero en los años anteriores al Concilio Vaticano II, se presentaba en su discurso público, principalmente como una organización religiosa y no política. Sectores pequeños de la Iglesia empezaron a radicalizarse debido a sus frustraciones con la Iglesia y sus programas inadecuados de acción social y desarrollo.

The first church radicals began to appear after they had experienced the frustration of engagement in social projects without ever seeing a convincing success of this slow, step-by-step strategy. (Drekonja 58)

En los países latinoamericanos con tanta desigualdad económica, los teólogos querían poner las ideas del Vaticano II en un contexto latinoamericano, enfocándose en la pobreza y sus raíces:        

No sólo la gente es pobre; su pobreza es con mucho el resultado de la forma como está organizada la sociedad. Por lo tanto, la teología de la liberación es una crítica de las estructuras sociales que permiten a algunos latinoamericanos volar a Miami o a Londres para ir de compras, mientras la mayoría de sus conciudadanos no tienen agua potable segura. (Berryman introducción)

Lois nota que entre los años 1965 y 1968:

Los pueblos latinoamericanos van tomando conciencia progresiva de su realidad de pobreza y dependencia a través de análisis cada vez más profundos realizados por las ciencias sociales y, en consecuencia, irrumpe con fuerza creciente el movimiento popular liberador, con participación destacada de cristianos. Son, precisamente, los años en que surge la teología de la liberación. (28)

Los cambios propuestos en el Concilio Vaticano II fueron hechos desde una perspectiva europea, pero su concepto de una Iglesia de los pobres resonó fuerte en Latinoamérica y provocó un debate sobre la aplicación de esta idea en su propia tierra. Los teólogos latinoamericanos empezaron a hacer sus propias declaraciones acerca de la misión de su Iglesia, donde la pobreza no era un concepto abstracto.

En 1966, en la décima reunión de CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) en Mar de Plata, Argentina, Helder Cámara, el arzobispo de Recife, Brasil, declaró que “el deber de la Iglesia” es “comprometerse en el proceso de concientización de las masas populares pobres en orden a conseguir su liberación” (Lois 33). Cámara hacía referencia al trabajo de su compatriota, el pedagogo Paulo Freire.

También en 1966, José María González hizo un estudio bíblico sobre la pobreza que influyó en los teólogos de la liberación latinoamericanos. En su investigación no encontró valor positivo en la pobreza, y concluye que es sólo por medio de un compromiso con los pobres que se podrá encontrar la solución. “La pobreza se cura por procedimientos de pobreza. Es una enfermedad que requiere un tratamiento homeopático [...] la riqueza incapacita incluso para comprender la realidad del prójimo pobre” (Lois 30). En este mismo año, el cura colombiano Camilo Torres, frustrado con las limitaciones eclesiales en su opción por los pobres, murió en las montañas de Colombia después de haberse transformado en guerrillero.

En 1967, el Arzobispo Cámara, junto con diecisiete “Obispos del Tercer Mundo” publicaron un mensaje que refleja el interés que iba creciendo en el socialismo por los teólogos latinoamericanos:

La opción necesaria por los pobres conduce a la búsqueda de un sistema alternativo de organización de la sociedad, que ellos ven en lo que llaman verdadero socialismo. Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental. Lejos de contrariarnos con él (el socialismo), sepamos adherirnos con alegría a una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio. Así evitaremos que algunos confundan Dios y la religión con los opresores del mundo de los pobres y trabajadores, que son, en efecto, el feudalismo, el capitalismo y el imperialismo (Lois 33)

La formación de grupos como “Obispos del Tercer Mundo” y el “Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo” señaló la división dentro de la Iglesia entre el sector conservador, que deseaba evitar posiciones abiertamente políticas, y los grupos a favor de un compromiso con los pobres de indudable cariz abiertamente política. Estos grupos radicalizados, claramente en la minoría en la Iglesia, cuestionaba si la Iglesia no fuera un “narcótico” para las masas y que si los sacerdotes no debieran hacerse pobres para mostrar una solidaridad con la gente (Berryman 1). Los documentos eclesiales de la Conferencia Episcopal de Medellín en 1968 reflejan la creciente influencia de la sección radicalizada de la Iglesia.

 

Fuentes citadas

  • Berryman, Phillip. Teología de la liberación. México: Siglo Veintiuno Editores, 1989. Edición digital autorizada para el Proyecto Ensayo Hispánico. Febrero 2003. 13 de junio de 2004. <http://www.ensayistas.org/critica/liberacion/berryman/introd.htm>

  • Broderick, Walter J.. Camilo Torres-A Biography of the Priest-Guerrillero. New York: Doubleday, 1975.

  • Drekonja, Gerhard. “Religion and Social Change in Latin America”. Latin American Research Review, 6.1 (Spring, 1971): 53-72.

  • Fuentes, Carlos. La muerte de Artemio Cruz. Madrid: Suma de Letras, 1962.

  • García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1967.

  • Lois, Julio. Teología de la liberación: Opción por los pobres. Madrid: Editorial Fundamentos, 1986.

  • Zea, Leopoldo. América como conciencia. México: UNAM, 1972. Edición digital de Hernán Taboada. 14 de junio de 2004. http://www.ensayistas.org/filosofos/mexico/zea/bibliografia/acc/index.htm

 

© Steven Casadont,
Dos caminos ante la pobreza: Los padres Gabriel y Néstor en la novela Nicodemus. 2005.

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