Pedro J. Chamizo
Domínguez
La metáfora
(semántica y pragmática)
Capítulo II
Pragmática de la metáfora
2.1.
De la semántica a la pragmática
Dado que una de las
características de la metáfora es su ambigüedad, desde el ámbito
meramente semántico resulta sumamente difícil desambiguar el
significado de muchas expresiones y distinguir cuándo hacemos un uso
literal de ellas y cuándo un uso translaticio. Ya había aludido M.
Black a esta cuestión cuando afirmó que
There is accordingly
a sense of ‘metaphor’ that belongs to ‘pragmatics’, rather
than to ‘semantics’ –and this sense may be the one most
deserving of attention (Black, 1981: 67).
La decisión sobre si una
palabra o una expresión están usadas literal, metafórica,
eufemística o irónicamente, por ejemplo, parece que no podemos
tomarla en muchos casos desde el ámbito estrictamente semántico. De
ahí que aparezca como imprescindible el plantear una estrategia
pragmática que dé razón de cómo y por qué cambian de significado los
términos y las expresiones que los contienen en función del contexto
en que son proferidas. Aunque la interpretación pragmática de las
metáforas se ha hecho de acuerdo con otros planteamientos, como el
de J. Searle (1986), para enmarcar teóricamente la cuestión de las
estrategias pragmáticas voy a aludir básicamente al planteamiento
clásico de H. P. Grice (1989: 22-40)
2.2.
La metáfora como burla o violación del significado literal
Grice encuadra la metáfora en
el contexto de su exposición de las máximas conversacionales,
concretamente en relación con la máxima de cualidad en la
conversación, máxima que ordena llevar a cabo la comunicación de tal
manera que sea verdadera: “Try
to make your contribution one that is true”
(Grice, 1989: 27).
En relación con este imperativo griceano, la
metáfora, en cuanto que conlleva un cambio en el significado
habitual o literal de un término, aparece como una violación de la
máxima de cualidad. Especialmente la metáfora aparece como una
patente violación de la primera de las submáximas griceanas de
cualidad; aquella que ordena no decir lo que se cree falso:
“Do not say what you believe to be false”
(Grice, 1989: 27).
Aunque cabría una
interpretación de tipo moral de estas máximas, en el contexto en que
las expone Grice tales máximas no aparecen como prescripciones
morales, sino como consejos o instrucciones de uso para que la
fluidez en la conversación no se vea obstaculizada por ningún tipo
de interferencias que hagan el intercambio verbal penoso o, en el
peor de los casos, imposible. De ahí que la violación de la primera
submáxima de cualidad no la entienda Grice como una mentira, sino
como una falsedad_categorial
“categorial falsity”
(Grice, 1989: 34), que puede inducir al error al oyente. Para dar
cumplimiento a la máxima que ordena no decir lo que se cree falso no
basta con que nuestras proferencias sobre el objeto del que hablemos
concuerden con lo que pensamos o creemos saber sobre ese objeto. Más
importante que esto es, en este contexto, el que utilicemos las
palabras de acuerdo con su significado de primer orden. Justamente
en la medida en que el uso metafórico de un término conlleva algún
tipo de cambio con respecto al significado de primer orden de ese
término, Grice entiende que la metáfora implica, además de una
falsedad categorial, una burla al imperativo de cualidad. Así, en el
caso del ejemplo que propone el propio Grice,
[1] “You are the cream in my
coffee” (Grice, 1989: 34),
–y en el supuesto de que you
se refiera a un ser humano y que no nos hallemos ante contextos
tales como el de una representación teatral en la que los objetos
estuviesen personificados– hay una violación del significado literal
de cream in my coffee, que puede inducir al error al oyente
de [1].
Y, sin embargo, el uso habitual
en nuestras conversaciones de metáforas como la del ejemplo no
induce al error a nuestros oyentes en circunstancias normales. Y
ello porque el oyente, al oír [1], la interpretará en relación con
el contexto en que es proferida y en relación, también, con los
conocimientos y creencias previos compartidos, tácita o
explícitamente, con el hablante. Para aclarar este extremo, veamos
cómo puede funcionar [1] en tres contextos distintos:
-
En el contexto de una
representación teatral.
-
En el transcurso de una
velada amorosa.
-
Ante una ventanilla
ministerial.
En el primer caso, proferido
[1] en el transcurso de la interpretación de una obra teatral en la
que los objetos estén personificados –como pudiera ser el caso de un
auto sacramental– y en la que diversos personajes representen
diversos alimentos, las palabras cream in my coffee pueden
ser interpretadas literalmente como nombrando a una persona o a una
cosa. Ello haría que [1] tuviese un significado literal en el
contexto aludido y, en este caso, se puede decir que la submáxima
griceana de veracidad en la conversación sería respetada
escrupulosamente, por lo que no habría ningún tipo de violación del
significado de los términos usados en [1].
En el segundo caso, proferido
[1] en el transcurso de una velada amorosa, el oyente no puede
interpretar literalmente que el hablante se refiera a él como la
cream in my coffee. Una vez descartada, por absurda o por
improcedente en tal contexto, esta interpretación literal, el oyente
deberá iniciar, explotando para ello un significado figurado, un
proceso interpretativo más complejo que lo lleve a conferir algún
sentido a lo que parece una proferencia absurda del hablante. Este
proceso interpretativo se dispara por el mero hecho de que una
interpretación literal de [1] no parezca razonablemente probable en
ese contexto. Ahora bien, el oyente, de acuerdo con sus saberes o
creencias sobre la función de la nata en el café, tenderá a buscar
una interpretación alternativa a la interpretación literal que lo
lleve a pensar que el hablante, al proferir [1], ha querido
significarle que él significa para el hablante algo análogo a lo que
suele significar habitualmente el añadir nata al café. Y digo
“habitualmente”, porque el significado de [1] sería para el oyente
otro muy distinto si, por ejemplo, el hablante padeciese –y el
oyente lo supiese– alguna disfunción del metabolismo que hiciese que
la ingestión de alimentos ricos en colesterol –como la nata– le
estuviese desaconsejada por serle perjudicial para la salud. Así
pues, en circunstancias normales y en el contexto de una velada
amorosa en la que ninguno de los participantes tiene problemas para
metabolizar la nata, en el oyente se disparará un proceso
interpretativo regido por el Principio de Cooperación, que contendrá
básicamente los siguientes pasos:
1) El hablante no puede
querer significar literalmente que yo sea la cream of his/her
coffee.
2) Sin embargo, su
enunciado parece una aseveración compuesta de acuerdo con
las normas de corrección sintáctica de nuestra lengua. Y no
hay razones para pensar que su proferencia no sea una
aseveración con la que pretende comunicarme algo sobre mi
persona y sobre mi relación con él o ella.
3) Cabe la posibilidad
de que el hablante no domine suficientemente nuestra lengua
y esté equivocado con respecto al significado habitual de
los términos que ha usado en su aseveración. Pero hasta
ahora se ha conducido en la conversación de tal modo que no
tengo ningún fundamento para avalar esa hipótesis.
4) Podría ser que haya
decidido proferir palabras sin sentido y que no quiera
cooperar conmigo. Pero tampoco tengo razones para pensar que
no esté cooperando conmigo, esto es, que quiera hacerme
objeto de alguna broma o que quiera engañarme.
5) Lo más razonable en
estas circunstancias es pensar, pues, que el hablante ha de
estar intentando decirme algo que debe tener sentido para
ambos en razón de nuestras creencias, convicciones, saberes,
usos lingüísticos y en razón del tipo de relación social
existente entre nosotros dos.
6) Como he descartado,
por sumamente improbable, el significado literal de su
aseveración, estoy obligado a pensar que el hablante debe
creer que yo tengo la suficiente capacidad como para
atribuir a su aseveración algún significado distinto del
literal.
7) Hay cosas y
circunstancias, como los sentimientos de las personas, a las
que no podemos o no solemos referirnos literalmente, sino
recurriendo a alguna figura del lenguaje.
8) Una figura del
lenguaje, que, por lo demás, es bastante frecuente que se
utilice en el ámbito de los sentimientos, es la metáfora.
Intentaré, pues, una interpretación metafórica de la
aseveración del hablante.
9) De acuerdo con la
hipótesis de que su aseveración sea metafórica, yo debo
significar para el hablante algo parecido a lo que significa
normalmente el añadir nata al café.
10) Dado el tipo de
relación existente entre nosotros en estos momentos, esa
interpretación metafórica parece la más razonable en este
contexto.
Todo este proceso
interpretativo está, obviamente, sujeto a las restricciones,
creencias, saberes y usos sociales de los participantes en el
intercambio lingüístico, de modo que muchos de los fallos en la
comunicación o muchas de las faltas de sintonía en la interpretación
correcta de las metáforas –análogos, por lo demás, a los que suelen
ocurrir cuando se emplean las palabras literalmente– son debidos a
que alguno de los interlocutores no está situado en las mismas
coordenadas de saberes y creencias que el otro. Por lo demás, para
que se inicie en el oyente la interpretación metafórica de un
enunciado cualquiera no es necesario que éste sea semánticamente
anómalo; para que el proceso se dispare es condición suficiente el
que la interpretación literal del enunciado sea poco probable en un
contexto dado.
En el tercer caso, proferido
[1] por un paciente ciudadano ante una ventanilla ministerial y tras
un buen rato de no menos paciente espera, el oyente –el burócrata de
turno en este caso– iniciará un proceso interpretativo similar al
anteriormente descrito en los pasos 1-6. Por el contrario, los
cuatro pasos últimos deberán variar del siguiente modo:
7') Hay situaciones,
como las de miedo o las de inferioridad ante el
interlocutor, a las que los hablantes no suelen o no pueden
referirse directa y literalmente, sino recurriendo a algún
tipo de figura del lenguaje.
8') Una figura del
lenguaje apropiada ante esta situación de inferioridad e
impotencia en la que se encuentra el hablante es la ironía.
Intentaré, pues, una interpretación irónica de la
aseveración del hablante.
9') De acuerdo con esta
interpretación irónica, yo debo significar en estos momentos
para su vida lo contrario de lo que significa normalmente el
añadir nata al café.
10') Dado el tipo de
relación existente entre nosotros en estos momentos, esa
interpretación irónica parece la más razonable en este
contexto.
La figura de la ironía permite
al hablante expresar sus verdaderos sentimientos hacia el oyente sin
necesidad de hacerlo literalmente, manteniendo una ambigüedad
calculada en sus proferencias. Y normalmente el oyente descubrirá
las verdaderas intenciones del hablante sin que sea necesario que
conozca de antemano al hablante y sin que sea necesario tampoco un
entrenamiento específico. Y también, como en las metáforas, las
ironías nos permiten expresar lo que sería difícilmente comunicable
mediante una proferencia literal. Obsérvese que una proferencia
literal y con análogo significado a [1], una aseveración tal como
[2] “Es Vd. muy desagradable
atendiendo a los ciudadanos”,
provocaría, con toda
probabilidad, una situación enojosa por parte del oyente que quizás
impediría llevar a buen fin el objetivo de la presencia del hablante
ante la ventanilla ministerial.
Pero, además, el uso de una
proferencia irónica en lugar de una literal tiene otra
característica importante que la hace imprescindible en muchas
situaciones. Se trata de la ambigüedad calculada que hay en la
ironía y en cuya clave interpretativa están el hablante y el oyente.
Si el hablante hubiese usado [2] en vez de [1], el burócrata oyente
podría haberle contestado que él se sentía molesto con la
apreciación del ciudadano, que a él se le pedía eficacia y no
encanto personal o cosas por el estilo. En cualquier caso, y puesto
que los términos de [2] tenían un alto grado de desambiguación, el
hablante tendría que responsabilizarse de la interpretación de su
proferencia, en la que, por lo demás, no caben muchas lecturas
alternativas y atenuantes. Por el contrario, al utilizar el hablante
[1], si el oyente interpreta [1] con el significado de [2], esa
interpretación siempre será susceptible de ser derrotada y el
hablante siempre podrá mantener que no era [2] el significado exacto
que él quería dar a [1], que no era su intención ofender al
burócrata o excusas por el estilo. Aunque el burócrata tenga la
certeza moral de que lo que quiso significar el hablante, al
proferir [1], era [2], habrá sido puesto aquél en una situación de
una “inferioridad semántica” de la que no podrá salir airoso más que
jugando el mismo juego de la ironía y utilizando, a su vez, otra
ironía. Aunque la mayor o menor probabilidad de una interpretación
irónica de una proferencia varíe en función del contexto en que se
use la proferencia, el hablante siempre tendrá en sus manos la
posibilidad de aclarar cuál de las interpretaciones posibles es la
más adecuada a sus intenciones, mientras que no sería ése
normalmente el caso en una proferencia literal. E incluso se puede
imaginar algún contexto en el que el hablante pretenda ser a la vez
metafórico e irónico como el propio Grice especifica:
It is possible to
combine metaphor and irony by imposing on the hearer two
stages of interpretation. I say You are the cream in my
coffee, intending the hearer to reach first the metaphor
interpretant ‘You are my pride and joy’ and then the
ironyinterpretant ‘You are my bane’.
(Grice, 1989: 34).
2.3.
Una sola proferencia y muchas posibles interpretaciones
Hemos visto que en el ejemplo
de Grice cabían varias interpretaciones diferentes y que,
precisamente, la interpretación literal era la más improbable de
todas ellas. En cualquier caso, cada una de estas interpretaciones
sería la más probable en función del contexto en que [1] hubiera
sido proferida. Analicemos ahora un caso en el que son posibles más
interpretaciones aún que en el caso de [1] y en el que, además, la
interpretación literal es tan probable como las translaticias, con
lo cual será el contexto el que tenga la última palabra a la hora de
decidir cuál sea la interpretación más adecuada en un momento dado.
Y el análisis que voy a hacer de este ejemplo concreto puede servir
de modelo a otros muchos casos. Consideremos el caso de dos personas
que están manteniendo una conversación en el transcurso de la cual
una de ellas, refiriéndose a una tercera persona, dice:
[3] “Esta mañana me he
encontrado con el doctor García”.
En el supuesto de que todos los
términos de [3] estén usados de acuerdo con sus más obvios
significados literales y que lo mismo el hablante que el oyente
sepan quién es la persona identificada con el nombre García,
[3] tiene, en principio, dos posibles interpretaciones: 1, que sea
verdad que García es doctor, esto es, que sea una persona que haya
recibido “el
último y preeminente grado académico que confiere una universidad u
otro establecimiento autorizado para ello”
(DRAE); y 2, que el hablante esté
equivocado y que García no haya recibido ese grado académico. En el
primer caso [3] recibirá el valor de verdad V, el proceso
comunicativo puede continuar de forma fluida y el hablante podrá
seguir añadiendo más información sobre el mismo asunto o cambiando
de asunto. En el segundo caso, el oyente, aplicando el principio de
caridad y asumiendo que el hablante no está tratando de engañarlo,
entenderá [3] como un error y probablemente le hará caer en la
cuenta al hablante de su error con una aseveración como
[4] “García no es doctor”,
o bien, mostrará su ignorancia
y aseverará algo así como
[5] “No sabía que García fuera
doctor”.
Con [4] el oyente ha afirmado
taxativamente que García no posee el grado académico de doctor y,
consecuentemente, informa a su interlocutor de ello. Si el hablante
no tiene ninguna prueba en contrario, tendrá que reconocer su error
y dar la razón a su interlocutor. Con [5] el oyente ha introducido
una cláusula restrictiva, “no sabía que”, que implica que podría ser
él quien estuviese equivocado sobre el doctorado de García. En ese
caso, el hablante puede confirmar lo que había afirmado en [3] y
subrayarlo con una información como la siguiente:
[6] “García defendió su tesis
justamente ayer”.
O bien reconocer que era él
quien estaba equivocado con respecto al grado académico de García.
En cualquier caso, el término doctor ha sido usado
literalmente en los ejemplo [3]-[6] y la decisión sobre si lo
afirmado en [3] es verdadera o falsa no requiere de ningún análisis
pragmático posterior, sino, en todo caso, de una verificación en la
universidad en la que García pudo graduarse de doctor.
Ahora bien, si suponemos que lo
mismo el hablante que el oyente saben expresamente que García no es
doctor, entonces se requieren ulteriores suposiciones por parte del
oyente para atribuir el significado exacto a lo que el hablante ha
querido decir con [3], dado que ambos saben que su significado
literal es patentemente falso. Dado, pues, que hablante y oyente
saben que García no es doctor –y que cada uno de ellos sabe que el
otro lo sabe– el oyente tendrá que iniciar un proceso interpretativo
que lo lleve a suponer lo que el hablante le quiso significar con
[3] más allá de su patente falsedad literal. En otras palabras, en
el oyente se disparará un proceso interpretativo que lo lleve a
atribuirle a [3] un significado translaticio en el que doctor
sea el foco de alguna de las siguientes figuras del lenguaje:
metáfora, eufemismo, ironía o disfemismo. Veamos los pasos que debe
dar el oyente en cada uno de estos casos para dilucidar los posibles
significados translaticios que el hablante haya podido querer dar a
[3] y para descubrir la verdad que hay oculta tras la patente
falsedad de su proferencia, si ésta se interpreta literalmente.
Cuando el oyente sabe que el
hablante sabe que [3] es literalmente falsa, se disparará en el
oyente un proceso interpretativo –una vez que ha asumido que el
hablante está cooperando con él y que no pretende mentirle– que lo
lleve a postular algún otro significado para [3] que sea distinto de
su significado literal y que esté de acuerdo con los saberes y
creencias que hablante y oyente comparten sobre García. En este
proceso será en el que el oyente adjudique algún significado
figurativo a doctor. Y el proceso de suposiciones que el
oyente deberá llevar a cabo deberá estar constituido por, al menos,
los siguientes pasos:
-
El hablante no puede
querer significar que García sea literalmente doctor, porque
ambos sabemos que no lo es y cada uno de nosotros sabe que
el otro lo sabe.
-
No obstante, su
aseveración es gramatical y está construida de acuerdo con
la sintaxis y la semántica de nuestra lengua y no hay razón
para pensar que su proferencia no sea una aseveración con la
que está intentando comunicarme alguna verdad sobre García.
-
Es posible que el
hablante no tenga un dominio suficiente de nuestra lengua y
se esté confundiendo con respecto a algunos de los
significados de las palabras que ha usado, pero hasta ahora
no hay ninguna razón que haga verosímil esa hipótesis.
-
Podría ser que el
hablante haya decidido usar palabras sin sentido y que no
quiera cooperar conmigo, pero tampoco tengo ninguna razón
para sostener que hasta ahora no haya cooperado conmigo o
que quiera mentirme o engañarme.
-
Lo más razonable en
estas circunstancias es pensar que el hablante está tratando
de decirme algo que debe tener sentido para ambos en función
de nuestras convicciones y usos lingüísticos, en función de
la relación social que existe entre nosotros y en función
del conocimiento previo que ambos tenemos sobre García.
-
Dado que he descartado
el significado literal de su proferencia como altamente
improbable, estoy obligado a pensar que el hablante debe
creer que tengo la suficiente capacidad como para atribuirle
algún significado a su proferencia que no sea su obvio
significado literal.
-
A veces, cuando
queremos referirnos a algún defecto o a alguna cualidad de
un objeto o de una persona, no nos referimos a ellos con los
términos que literalmente significan ese defecto o esa
cualidad, sino que recurrimos a alguna figura del lenguaje y
le conferimos un significado figurativo a uno o más
términos.
-
Una figura del lenguaje
que es muy común en todas las lenguas y en todas las
culturas es la metáfora.
-
Trataré de hacer una
interpretación metafórica de [3].
-
Puesto que el hablante
y yo sabemos que García es un torero y que al hecho de
alcanzar el más alto grado que se puede lograr en el arte de
la tauromaquia se le llama metafóricamente muy a menudo
“recibir el doctorado”, quizás el hablante quiera
comunicarme, al proferir [3], algo así como
[7] “Esta mañana me he
encontrado con el torero García”.
Obviamente, todo este proceso
interpretativo está sujeto a las restricciones, creencias, saberes,
opiniones y usos sociales de los participantes en el intercambio
lingüístico; de modo que los fallos o los malentendidos en la
correcta interpretación de las metáforas –análogos, por lo demás, a
los que se producen cuando las palabras son usadas literalmente– se
deben al hecho de que alguno de los participantes en el intercambio
lingüístico no comparte las mismas creencias o saberes que el otro.
Es más, para que se dispare en el oyente una interpretación
figurativa de una proferencia no es necesario que ésta sea
semánticamente anómala, basta con que su significado literal sea
poco probable en un contexto dado. Dicho de otro modo, como veremos
a continuación en los demás casos, cada contexto específico hace que
se dispare en primer lugar una de las posibles interpretaciones de
la misma proferencia, mientras que el resto de las demás
interpretaciones posibles pasa a un segundo plano.
Visto que [3] está abierta lo
mismo a una interpretación literal que a una interpretación
metafórica, pasemos ahora a ver en qué contexto la interpretación
eufemística de [3] es la más probable y cuál es la estrategia
pragmática que el oyente debe llevar a cabo para alcanzar esta
interpretación eufemística. Cuando hablante y oyente saben que
García no es literalmente doctor por ninguna universidad ni tampoco
torero, pero que, sin embargo, es médico, la interpretación más
plausible de [3] será aquélla en que el oyente la entienda como una
proferencia eufemística, aunque, en este caso, el significado de
médico para el significante doctor esté ya prácticamente
lexicalizado en muchas lenguas. No obstante, aunque esto sea así,
aún es posible jugar con los dos significados de doctor y afirmar
cosas como “Ni todos los doctores son médicos, ni todos los médicos
son doctores”. En cualquier caso, en español todavía no está lo
suficientemente lexicalizado el significado médico para el
significante doctor y, por ello, el diccionario de referencia
se ve obligado a aclarar que el significado de
“médico, aunque no tenga
el grado académico de doctor”
(el subrayado es del original) para el significante doctor es
“coloquial”
(DRAE). Sea esto como fuere, el
proceso interpretativo que deberá llevar a cabo el oyente será
prácticamente el mismo que en el caso anterior hasta el paso 7). A
partir de ahí, las suposiciones que deberá hacer el oyente serán las
siguientes:
8') Una figura del
lenguaje muy usadera para elevar la categoría de alguien es
el eufemismo.
9') Trataré de hacer
una interpretación eufemística de [3].
10') Un eufemismo muy
común para referirse a los médicos es el término doctor,
de modo que, cuando profirió [3], el hablante pudo querer
significar algo así como
[8] “Esta mañana me he
encontrado con el médico García”.
Por otra parte, si el hablante
y el oyente saben que García es un completo analfabeto, las
interpretaciones literal, metafórica y eufemística de [3] son
altamente improbables y, en este caso, la interpretación más
plausible y probable de [3] será una interpretación irónica. Para
alcanzar una interpretación irónica de [3] el proceso de la
estrategia pragmática será el mismo que en los casos anteriores
hasta el punto 7) inclusive. A partir de ahí las suposiciones que el
oyente tendrá que hacer serán básicamente las siguientes
8'') Una figura del
lenguaje muy usadera cuando se quiere decir algo despectivo
de alguien es la ironía.
9'') Intentaré una
interpretación irónica de [3].
10'') De acuerdo con
una interpretación irónica de [3], el hablante habrá querido
significar exactamente lo contrario de lo que su aseveración
significa literalmente, esto es, su aseveración debe
significar algo así como
[9] “Esta mañana me he
encontrado con el analfabeto García”.
Con el recurso a la ironía el
hablante puede expresar sus verdaderas creencias o sentimientos con
respecto a García sin tener que usar un término cuyo significado
literal pudiera ser ofensivo, pues [9] sería mucho más insultante
para García que la interpretación irónica de [3]. En cierto modo, la
ironía es el reverso de la metáfora por cuanto que, mientras que la
metáfora tiende a cumplir con una función de alabanza o de piropo
–aunque no exclusivamente–, la ironía cumple con una función crítica
o despectiva para con respecto al objeto de que se trate.
Finalmente, si el hablante y el
oyente saben que García no es ni un doctor, ni un torero, ni un
médico, ni un analfabeto, pero ambos saben que el hablante no suele
usar el término doctor porque, para él, ese término tiene
connotaciones desagradables –porque fuese candidato al doctorado y
no lo consiguiese, porque haya tenido una mala experiencia con algún
médico o por cualquier otra razón–, y por ello el término doctor
es un término tabú o vitando para él, entonces la interpretación más
plausible de [3] será una interpretación disfemística. Y, mediante
el uso de un disfemismo, el hablante estará mostrando su desprecio o
su aversión hacia García. Para alcanzar una interpretación
disfemística de [3], los pasos que deberá seguir la estrategia
pragmática serán básicamente los mismos que los anteriores hasta el
punto 7) inclusive. A partir de ahí las suposiciones que tendrá que
hacer el oyente serán básicamente las siguientes:
8''') Una figura del
lenguaje muy usadera cuando se quiere mostrar la aversión o
desprecio hacia alguien es el disfemismo.
9''') Intentaré una
interpretación disfemística de [3].
10''') De acuerdo con
una interpretación disfemística de [3], el hablante habrá
querido hacer patente su aversión o desprecio hacia García,
esto es, su aseveración debe significar algo así como
[10] “Esta mañana me he
encontrado con el malnacido de García”.
La línea divisoria entre
metáfora, ironía, eufemismo y disfemismo no siempre se puede
establecer con total nitidez. Por ello, como había señalado Grice,
el hablante puede pretender que el oyente “lea” más de un tropo a la
vez en la misma proferencia, justamente por el carácter
esencialmente ambiguo y polisémico de las proferencias en que se
utilizan los diversos tropos. No obstante, lo relevante para la
tesis que estoy manteniendo en este capítulo es que, al menos en el
caso de los tropos, el significado de un término en el marco de una
proferencia no es una cuestión semántica, sino una cuestión
pragmática cuya interpretación está sujeta al contexto convencional
y conversacional en que se encuadre la proferencia en cuestión y a
los saberes, creencias, opiniones, ideas y usos sociales de los
participantes en el intercambio lingüístico.
En resumen, aunque el uso de
cualquier tropo en una proferencia conlleva una burla o desvío con
respecto al significado literal del término que se usa
translaticiamente, el significado exacto de la proferencia será
recuperable en la medida en que el oyente lleve a cabo la estrategia
pragmática adecuada para desambiguar la proferencia en cada caso.
Los malentendidos surgirán allí donde el oyente no haya podido
llevar a cabo la estrategia pragmática adecuada o no haya querido
hacerlo porque no haya querido ser cooperativo.
©
Pedro J. Chamizo Domínguez. La metáfora (semántica y pragmática).
Primera edición en español, 2005.
Versión
autorizada por el autor para
Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez.
Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción
destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.
Enero de 2005.