Teoría, Crítica e Historia

Pedro J. Chamizo Domínguez

La metáfora
(semántica y pragmática)

 

Capítulo II
Pragmática de la metáfora

 

2.1. De la semántica a la pragmática

Dado que una de las características de la metáfora es su ambigüedad, desde el ámbito meramente semántico resulta sumamente difícil desambiguar el significado de muchas expresiones y distinguir cuándo hacemos un uso literal de ellas y cuándo un uso translaticio. Ya había aludido M. Black a esta cuestión cuando afirmó que

There is accordingly a sense of ‘metaphor’ that belongs to ‘pragmatics’, rather than to ‘semantics’ –and this sense may be the one most deserving of attention (Black, 1981: 67).

La decisión sobre si una palabra o una expresión están usadas literal, metafórica, eufemística o irónicamente, por ejemplo, parece que no podemos tomarla en muchos casos desde el ámbito estrictamente semántico. De ahí que aparezca como imprescindible el plantear una estrategia pragmática que dé razón de cómo y por qué cambian de significado los términos y las expresiones que los contienen en función del contexto en que son proferidas. Aunque la interpretación pragmática de las metáforas se ha hecho de acuerdo con otros planteamientos, como el de J. Searle (1986), para enmarcar teóricamente la cuestión de las estrategias pragmáticas voy a aludir básicamente al planteamiento clásico de H. P. Grice (1989: 22-40)

2.2. La metáfora como burla o violación del significado literal

Grice encuadra la metáfora en el contexto de su exposición de las máximas conversacionales, concretamente en relación con la máxima de cualidad en la conversación, máxima que ordena llevar a cabo la comunicación de tal manera que sea verdadera: Try to make your contribution one that is true (Grice, 1989: 27). En relación con este imperativo griceano, la metáfora, en cuanto que conlleva un cambio en el significado habitual o literal de un término, aparece como una violación de la máxima de cualidad. Especialmente la metáfora aparece como una patente violación de la primera de las submáximas griceanas de cualidad; aquella que ordena no decir lo que se cree falso: Do not say what you believe to be false (Grice, 1989: 27).

Aunque cabría una interpretación de tipo moral de estas máximas, en el contexto en que las expone Grice tales máximas no aparecen como prescripciones morales, sino como consejos o instrucciones de uso para que la fluidez en la conversación no se vea obstaculizada por ningún tipo de interferencias que hagan el intercambio verbal penoso o, en el peor de los casos, imposible. De ahí que la violación de la primera submáxima de cualidad no la entienda Grice como una mentira, sino como una  falsedad_categorial  “categorial falsity (Grice, 1989: 34), que puede inducir al error al oyente. Para dar cumplimiento a la máxima que ordena no decir lo que se cree falso no basta con que nuestras proferencias sobre el objeto del que hablemos concuerden con lo que pensamos o creemos saber sobre ese objeto. Más importante que esto es, en este contexto, el que utilicemos las palabras de acuerdo con su significado de primer orden. Justamente en la medida en que el uso metafórico de un término conlleva algún tipo de cambio con respecto al significado de primer orden de ese término, Grice entiende que la metáfora implica, además de una falsedad categorial, una burla al imperativo de cualidad. Así, en el caso del ejemplo que propone el propio Grice,

[1] “You are the cream in my coffee” (Grice, 1989: 34),

–y en el supuesto de que you se refiera a un ser humano y que no nos hallemos ante contextos tales como el de una representación teatral en la que los objetos estuviesen personificados– hay una violación del significado literal de cream in my coffee, que puede inducir al error al oyente de [1].

Y, sin embargo, el uso habitual en nuestras conversaciones de metáforas como la del ejemplo no induce al error a nuestros oyentes en circunstancias normales. Y ello porque el oyente, al oír [1], la interpretará en relación con el contexto en que es proferida y en relación, también, con los conocimientos y creencias previos compartidos, tácita o explícitamente, con el hablante. Para aclarar este extremo, veamos cómo puede funcionar [1] en tres contextos distintos:

  • En el contexto de una representación teatral.

  • En el transcurso de una velada amorosa.

  • Ante una ventanilla ministerial.

En el primer caso, proferido [1] en el transcurso de la interpretación de una obra teatral en la que los objetos estén personificados –como pudiera ser el caso de un auto sacramental– y en la que diversos personajes representen diversos alimentos, las palabras cream in my coffee pueden ser interpretadas literalmente como nombrando a una persona o a una cosa. Ello haría que [1] tuviese un significado literal en el contexto aludido y, en este caso, se puede decir que la submáxima griceana de veracidad en la conversación sería respetada escrupulosamente, por lo que no habría ningún tipo de violación del significado de los términos usados en [1].

En el segundo caso, proferido [1] en el transcurso de una velada amorosa, el oyente no puede interpretar literalmente que el hablante se refiera a él como la cream in my coffee. Una vez descartada, por absurda o por improcedente en tal contexto, esta interpretación literal, el oyente deberá iniciar, explotando para ello un significado figurado, un proceso interpretativo más complejo que lo lleve a conferir algún sentido a lo que parece una proferencia absurda del hablante. Este proceso interpretativo se dispara por el mero hecho de que una interpretación literal de [1] no parezca razonablemente probable en ese contexto. Ahora bien, el oyente, de acuerdo con sus saberes o creencias sobre la función de la nata en el café, tenderá a buscar una interpretación alternativa a la interpretación literal que lo lleve a pensar que el hablante, al proferir [1], ha querido significarle que él significa para el hablante algo análogo a lo que suele significar habitualmente el añadir nata al café. Y digo “habitualmente”, porque el significado de [1] sería para el oyente otro muy distinto si, por ejemplo, el hablante padeciese –y el oyente lo supiese– alguna disfunción del metabolismo que hiciese que la ingestión de alimentos ricos en colesterol –como la nata– le estuviese desaconsejada por serle perjudicial para la salud. Así pues, en circunstancias normales y en el contexto de una velada amorosa en la que ninguno de los participantes tiene problemas para metabolizar la nata, en el oyente se disparará un proceso interpretativo regido por el Principio de Cooperación, que contendrá básicamente los siguientes pasos:

1) El hablante no puede querer significar literalmente que yo sea la cream of his/her coffee.

2) Sin embargo, su enunciado parece una aseveración compuesta de acuerdo con las normas de corrección sintáctica de nuestra lengua. Y no hay razones para pensar que su proferencia no sea una aseveración con la que pretende comunicarme algo sobre mi persona y sobre mi relación con él o ella.

3) Cabe la posibilidad de que el hablante no domine suficientemente nuestra lengua y esté equivocado con respecto al significado habitual de los términos que ha usado en su aseveración. Pero hasta ahora se ha conducido en la conversación de tal modo que no tengo ningún fundamento para avalar esa hipótesis.

4) Podría ser que haya decidido proferir palabras sin sentido y que no quiera cooperar conmigo. Pero tampoco tengo razones para pensar que no esté cooperando conmigo, esto es, que quiera hacerme objeto de alguna broma o que quiera engañarme.

5) Lo más razonable en estas circunstancias es pensar, pues, que el hablante ha de estar intentando decirme algo que debe tener sentido para ambos en razón de nuestras creencias, convicciones, saberes, usos lingüísticos y en razón del tipo de relación social existente entre nosotros dos.

6) Como he descartado, por sumamente improbable, el significado literal de su aseveración, estoy obligado a pensar que el hablante debe creer que yo tengo la suficiente capacidad como para atribuir a su aseveración algún significado distinto del literal.

7) Hay cosas y circunstancias, como los sentimientos de las personas, a las que no podemos o no solemos referirnos literalmente, sino recurriendo a alguna figura del lenguaje.

8) Una figura del lenguaje, que, por lo demás, es bastante frecuente que se utilice en el ámbito de los sentimientos, es la metáfora. Intentaré, pues, una interpretación metafórica de la aseveración del hablante.

9) De acuerdo con la hipótesis de que su aseveración sea metafórica, yo debo significar para el hablante algo parecido a lo que significa normalmente el añadir nata al café.

10) Dado el tipo de relación existente entre nosotros en estos momentos, esa interpretación metafórica parece la más razonable en este contexto.

Todo este proceso interpretativo está, obviamente, sujeto a las restricciones, creencias, saberes y usos sociales de los participantes en el intercambio lingüístico, de modo que muchos de los fallos en la comunicación o muchas de las faltas de sintonía en la interpretación correcta de las metáforas –análogos, por lo demás, a los que suelen ocurrir cuando se emplean las palabras literalmente– son debidos a que alguno de los interlocutores no está situado en las mismas coordenadas de saberes y creencias que el otro. Por lo demás, para que se inicie en el oyente la interpretación metafórica de un enunciado cualquiera no es necesario que éste sea semánticamente anómalo; para que el proceso se dispare es condición suficiente el que la interpretación literal del enunciado sea poco probable en un contexto dado.

En el tercer caso, proferido [1] por un paciente ciudadano ante una ventanilla ministerial y tras un buen rato de no menos paciente espera, el oyente –el burócrata de turno en este caso– iniciará un proceso interpretativo similar al anteriormente descrito en los pasos 1-6. Por el contrario, los cuatro pasos últimos deberán variar del siguiente modo:

7') Hay situaciones, como las de miedo o las de inferioridad ante el interlocutor, a las que los hablantes no suelen o no pueden referirse directa y literalmente, sino recurriendo a algún tipo de figura del lenguaje.

8') Una figura del lenguaje apropiada ante esta situación de inferioridad e impotencia en la que se encuentra el hablante es la ironía. Intentaré, pues, una interpretación irónica de la aseveración del hablante.

9') De acuerdo con esta interpretación irónica, yo debo significar en estos momentos para su vida lo contrario de lo que significa normalmente el añadir nata al café.

10') Dado el tipo de relación existente entre nosotros en estos momentos, esa interpretación irónica parece la más razonable en este contexto.

La figura de la ironía permite al hablante expresar sus verdaderos sentimientos hacia el oyente sin necesidad de hacerlo literalmente, manteniendo una ambigüedad calculada en sus proferencias. Y normalmente el oyente descubrirá las verdaderas intenciones del hablante sin que sea necesario que conozca de antemano al hablante y sin que sea necesario tampoco un entrenamiento específico. Y también, como en las metáforas, las ironías nos permiten expresar lo que sería difícilmente comunicable mediante una proferencia literal. Obsérvese que una proferencia literal y con análogo significado a [1], una aseveración tal como

[2] “Es Vd. muy desagradable atendiendo a los ciudadanos”,

provocaría, con toda probabilidad, una situación enojosa por parte del oyente que quizás impediría llevar a buen fin el objetivo de la presencia del hablante ante la ventanilla ministerial.

Pero, además, el uso de una proferencia irónica en lugar de una literal tiene otra característica importante que la hace imprescindible en muchas situaciones. Se trata de la ambigüedad calculada que hay en la ironía y en cuya clave interpretativa están el hablante y el oyente. Si el hablante hubiese usado [2] en vez de [1], el burócrata oyente podría haberle contestado que él se sentía molesto con la apreciación del ciudadano, que a él se le pedía eficacia y no encanto personal o cosas por el estilo. En cualquier caso, y puesto que los términos de [2] tenían un alto grado de desambiguación, el hablante tendría que responsabilizarse de la interpretación de su proferencia, en la que, por lo demás, no caben muchas lecturas alternativas y atenuantes. Por el contrario, al utilizar el hablante [1], si el oyente interpreta [1] con el significado de [2], esa interpretación siempre será susceptible de ser derrotada y el hablante siempre podrá mantener que no era [2] el significado exacto que él quería dar a [1], que no era su intención ofender al burócrata o excusas por el estilo. Aunque el burócrata tenga la certeza moral de que lo que quiso significar el hablante, al proferir [1], era [2], habrá sido puesto aquél en una situación de una “inferioridad semántica” de la que no podrá salir airoso más que jugando el mismo juego de la ironía y utilizando, a su vez, otra ironía. Aunque la mayor o menor probabilidad de una interpretación irónica de una proferencia varíe en función del contexto en que se use la proferencia, el hablante siempre tendrá en sus manos la posibilidad de aclarar cuál de las interpretaciones posibles es la más adecuada a sus intenciones, mientras que no sería ése normalmente el caso en una proferencia literal. E incluso se puede imaginar algún contexto en el que el hablante pretenda ser a la vez metafórico e irónico como el propio Grice especifica:

It is possible to combine metaphor and irony by imposing on the hearer two stages of interpretation. I say You are the cream in my coffee, intending the hearer to reach first the metaphor interpretant ‘You are my pride and joy’ and then the ironyinterpretant ‘You are my bane’. (Grice, 1989: 34).

2.3. Una sola proferencia y muchas posibles interpretaciones

Hemos visto que en el ejemplo de Grice cabían varias interpretaciones diferentes y que, precisamente, la interpretación literal era la más improbable de todas ellas. En cualquier caso, cada una de estas interpretaciones sería la más probable en función del contexto en que [1] hubiera sido proferida. Analicemos ahora un caso en el que son posibles más interpretaciones aún que en el caso de [1] y en el que, además, la interpretación literal es tan probable como las translaticias, con lo cual será el contexto el que tenga la última palabra a la hora de decidir cuál sea la interpretación más adecuada en un momento dado. Y el análisis que voy a hacer de este ejemplo concreto puede servir de modelo a otros muchos casos. Consideremos el caso de dos personas que están manteniendo una conversación en el transcurso de la cual una de ellas, refiriéndose a una tercera persona, dice:

[3] “Esta mañana me he encontrado con el doctor García”.

En el supuesto de que todos los términos de [3] estén usados de acuerdo con sus más obvios significados literales y que lo mismo el hablante que el oyente sepan quién es la persona identificada con el nombre García, [3] tiene, en principio, dos posibles interpretaciones: 1, que sea verdad que García es doctor, esto es, que sea una persona que haya recibido el último y preeminente grado académico que confiere una universidad u otro establecimiento autorizado para ello” (DRAE); y 2, que el hablante esté equivocado y que García no haya recibido ese grado académico. En el primer caso [3] recibirá el valor de verdad V, el proceso comunicativo puede continuar de forma fluida y el hablante podrá seguir añadiendo más información sobre el mismo asunto o cambiando de asunto. En el segundo caso, el oyente, aplicando el principio de caridad y asumiendo que el hablante no está tratando de engañarlo, entenderá [3] como un error y probablemente le hará caer en la cuenta al hablante de su error con una aseveración como

[4] “García no es doctor”,

o bien, mostrará su ignorancia y aseverará algo así como

[5] “No sabía que García fuera doctor”.

Con [4] el oyente ha afirmado taxativamente que García no posee el grado académico de doctor y, consecuentemente, informa a su interlocutor de ello. Si el hablante no tiene ninguna prueba en contrario, tendrá que reconocer su error y dar la razón a su interlocutor. Con [5] el oyente ha introducido una cláusula restrictiva, “no sabía que”, que implica que podría ser él quien estuviese equivocado sobre el doctorado de García. En ese caso, el hablante puede confirmar lo que había afirmado en [3] y subrayarlo con una información como la siguiente:

[6] “García defendió su tesis justamente ayer”.

O bien reconocer que era él quien estaba equivocado con respecto al grado académico de García. En cualquier caso, el término doctor ha sido usado literalmente en los ejemplo [3]-[6] y la decisión sobre si lo afirmado en [3] es verdadera o falsa no requiere de ningún análisis pragmático posterior, sino, en todo caso, de una verificación en la universidad en la que García pudo graduarse de doctor.

Ahora bien, si suponemos que lo mismo el hablante que el oyente saben expresamente que García no es doctor, entonces se requieren ulteriores suposiciones por parte del oyente para atribuir el significado exacto a lo que el hablante ha querido decir con [3], dado que ambos saben que su significado literal es patentemente falso. Dado, pues, que hablante y oyente saben que García no es doctor –y que cada uno de ellos sabe que el otro lo sabe– el oyente tendrá que iniciar un proceso interpretativo que lo lleve a suponer lo que el hablante le quiso significar con [3] más allá de su patente falsedad literal. En otras palabras, en el oyente se disparará un proceso interpretativo que lo lleve a atribuirle a [3] un significado translaticio en el que doctor sea el foco de alguna de las siguientes figuras del lenguaje: metáfora, eufemismo, ironía o disfemismo. Veamos los pasos que debe dar el oyente en cada uno de estos casos para dilucidar los posibles significados translaticios que el hablante haya podido querer dar a [3] y para descubrir la verdad que hay oculta tras la patente falsedad de su proferencia, si ésta se interpreta literalmente.

Cuando el oyente sabe que el hablante sabe que [3] es literalmente falsa, se disparará en el oyente un proceso interpretativo –una vez que ha asumido que el hablante está cooperando con él y que no pretende mentirle– que lo lleve a postular algún otro significado para [3] que sea distinto de su significado literal y que esté de acuerdo con los saberes y creencias que hablante y oyente comparten sobre García. En este proceso será en el que el oyente adjudique algún significado figurativo a doctor. Y el proceso de suposiciones que el oyente deberá llevar a cabo deberá estar constituido por, al menos, los siguientes pasos:

  1. El hablante no puede querer significar que García sea literalmente doctor, porque ambos sabemos que no lo es y cada uno de nosotros sabe que el otro lo sabe.

  2. No obstante, su aseveración es gramatical y está construida de acuerdo con la sintaxis y la semántica de nuestra lengua y no hay razón para pensar que su proferencia no sea una aseveración con la que está intentando comunicarme alguna verdad sobre García.

  3. Es posible que el hablante no tenga un dominio suficiente de nuestra lengua y se esté confundiendo con respecto a algunos de los significados de las palabras que ha usado, pero hasta ahora no hay ninguna razón que haga verosímil esa hipótesis.

  4. Podría ser que el hablante haya decidido usar palabras sin sentido y que no quiera cooperar conmigo, pero tampoco tengo ninguna razón para sostener que hasta ahora no haya cooperado conmigo o que quiera mentirme o engañarme.

  5. Lo más razonable en estas circunstancias es pensar que el hablante está tratando de decirme algo que debe tener sentido para ambos en función de nuestras convicciones y usos lingüísticos, en función de la relación social que existe entre nosotros y en función del conocimiento previo que ambos tenemos sobre García.

  6. Dado que he descartado el significado literal de su proferencia como altamente improbable, estoy obligado a pensar que el hablante debe creer que tengo la suficiente capacidad como para atribuirle algún significado a su proferencia que no sea su obvio significado literal.

  7. A veces, cuando queremos referirnos a algún defecto o a alguna cualidad de un objeto o de una persona, no nos referimos a ellos con los términos que literalmente significan ese defecto o esa cualidad, sino que recurrimos a alguna figura del lenguaje y le conferimos un significado figurativo a uno o más términos.

  8. Una figura del lenguaje que es muy común en todas las lenguas y en todas las culturas es la metáfora.

  9. Trataré de hacer una interpretación metafórica de [3].

  10. Puesto que el hablante y yo sabemos que García es un torero y que al hecho de alcanzar el más alto grado que se puede lograr en el arte de la tauromaquia se le llama metafóricamente muy a menudo “recibir el doctorado”, quizás el hablante quiera comunicarme, al proferir [3], algo así como

[7] “Esta mañana me he encontrado con el torero García”.

Obviamente, todo este proceso interpretativo está sujeto a las restricciones, creencias, saberes, opiniones y usos sociales de los participantes en el intercambio lingüístico; de modo que los fallos o los malentendidos en la correcta interpretación de las metáforas –análogos, por lo demás, a los que se producen cuando las palabras son usadas literalmente– se deben al hecho de que alguno de los participantes en el intercambio lingüístico no comparte las mismas creencias o saberes que el otro. Es más, para que se dispare en el oyente una interpretación figurativa de una proferencia no es necesario que ésta sea semánticamente anómala, basta con que su significado literal sea poco probable en un contexto dado. Dicho de otro modo, como veremos a continuación en los demás casos, cada contexto específico hace que se dispare en primer lugar una de las posibles interpretaciones de la misma proferencia, mientras que el resto de las demás interpretaciones posibles pasa a un segundo plano.

Visto que [3] está abierta lo mismo a una interpretación literal que a una interpretación metafórica, pasemos ahora a ver en qué contexto la interpretación eufemística de [3] es la más probable y cuál es la estrategia pragmática que el oyente debe llevar a cabo para alcanzar esta interpretación eufemística. Cuando hablante y oyente saben que García no es literalmente doctor por ninguna universidad ni tampoco torero, pero que, sin embargo, es médico, la interpretación más plausible de [3] será aquélla en que el oyente la entienda como una proferencia eufemística, aunque, en este caso, el significado de médico para el significante doctor esté ya prácticamente lexicalizado en muchas lenguas. No obstante, aunque esto sea así, aún es posible jugar con los dos significados de doctor y afirmar cosas como “Ni todos los doctores son médicos, ni todos los médicos son doctores”. En cualquier caso, en español todavía no está lo suficientemente lexicalizado el significado médico para el significante doctor y, por ello, el diccionario de referencia se ve obligado a aclarar que el significado de médico, aunque no tenga el grado académico de doctor (el subrayado es del original) para el significante doctor es coloquial” (DRAE). Sea esto como fuere, el proceso interpretativo que deberá llevar a cabo el oyente será prácticamente el mismo que en el caso anterior hasta el paso 7). A partir de ahí, las suposiciones que deberá hacer el oyente serán las siguientes:

8') Una figura del lenguaje muy usadera para elevar la categoría de alguien es el eufemismo.

9') Trataré de hacer una interpretación eufemística de [3].

10') Un eufemismo muy común para referirse a los médicos es el término doctor, de modo que, cuando profirió [3], el hablante pudo querer significar algo así como

[8] “Esta mañana me he encontrado con el médico García”.

Por otra parte, si el hablante y el oyente saben que García es un completo analfabeto, las interpretaciones literal, metafórica y eufemística de [3] son altamente improbables y, en este caso, la interpretación más plausible y probable de [3] será una interpretación irónica. Para alcanzar una interpretación irónica de [3] el proceso de la estrategia pragmática será el mismo que en los casos anteriores hasta el punto 7) inclusive. A partir de ahí las suposiciones que el oyente tendrá que hacer serán básicamente las siguientes

8'') Una figura del lenguaje muy usadera cuando se quiere decir algo despectivo de alguien es la ironía.

9'') Intentaré una interpretación irónica de [3].

10'') De acuerdo con una interpretación irónica de [3], el hablante habrá querido significar exactamente lo contrario de lo que su aseveración significa literalmente, esto es, su aseveración debe significar algo así como

[9] “Esta mañana me he encontrado con el analfabeto García”.

Con el recurso a la ironía el hablante puede expresar sus verdaderas creencias o sentimientos con respecto a García sin tener que usar un término cuyo significado literal pudiera ser ofensivo, pues [9] sería mucho más insultante para García que la interpretación irónica de [3]. En cierto modo, la ironía es el reverso de la metáfora por cuanto que, mientras que la metáfora tiende a cumplir con una función de alabanza o de piropo –aunque no exclusivamente–, la ironía cumple con una función crítica o despectiva para con respecto al objeto de que se trate.

Finalmente, si el hablante y el oyente saben que García no es ni un doctor, ni un torero, ni un médico, ni un analfabeto, pero ambos saben que el hablante no suele usar el término doctor porque, para él, ese término tiene connotaciones desagradables –porque fuese candidato al doctorado y no lo consiguiese, porque haya tenido una mala experiencia con algún médico o por cualquier otra razón–, y por ello el término doctor es un término tabú o vitando para él, entonces la interpretación más plausible de [3] será una interpretación disfemística. Y, mediante el uso de un disfemismo, el hablante estará mostrando su desprecio o su aversión hacia García. Para alcanzar una interpretación disfemística de [3], los pasos que deberá seguir la estrategia pragmática serán básicamente los mismos que los anteriores hasta el punto 7) inclusive. A partir de ahí las suposiciones que tendrá que hacer el oyente serán básicamente las siguientes:

8''') Una figura del lenguaje muy usadera cuando se quiere mostrar la aversión o desprecio hacia alguien es el disfemismo.

9''') Intentaré una interpretación disfemística de [3].

10''') De acuerdo con una interpretación disfemística de [3], el hablante habrá querido hacer patente su aversión o desprecio hacia García, esto es, su aseveración debe significar algo así como

[10] “Esta mañana me he encontrado con el malnacido de García”.

La línea divisoria entre metáfora, ironía, eufemismo y disfemismo no siempre se puede establecer con total nitidez. Por ello, como había señalado Grice, el hablante puede pretender que el oyente “lea” más de un tropo a la vez en la misma proferencia, justamente por el carácter esencialmente ambiguo y polisémico de las proferencias en que se utilizan los diversos tropos. No obstante, lo relevante para la tesis que estoy manteniendo en este capítulo es que, al menos en el caso de los tropos, el significado de un término en el marco de una proferencia no es una cuestión semántica, sino una cuestión pragmática cuya interpretación está sujeta al contexto convencional y conversacional en que se encuadre la proferencia en cuestión y a los saberes, creencias, opiniones, ideas y usos sociales de los participantes en el intercambio lingüístico.

En resumen, aunque el uso de cualquier tropo en una proferencia conlleva una burla o desvío con respecto al significado literal del término que se usa translaticiamente, el significado exacto de la proferencia será recuperable en la medida en que el oyente lleve a cabo la estrategia pragmática adecuada para desambiguar la proferencia en cada caso. Los malentendidos surgirán allí donde el oyente no haya podido llevar a cabo la estrategia pragmática adecuada o no haya querido hacerlo porque no haya querido ser cooperativo.

 

 

© Pedro J. Chamizo Domínguez. La metáfora (semántica y pragmática) Primera edición en español, 2005. Versión  autorizada por el autor para Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez. Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes. Enero de 2005.

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