Pedro J. Chamizo
Domínguez
La metáfora
(semántica y pragmática)
Capítulo III
Metáfora viva y metáfora muerta
3.1.
Metáfora e intimidad
Se cuenta que Napoleón
Bonaparte, al ver acercarse en cierta ocasión a Taillerand apoyado
en el hombro de Fouché, comentó
[1]
“Ahí viene la astucia
apoyada en la maldad”.
Es obvio que [1] será
significativa para nosotros en la medida en que estemos
familiarizados con la historia de Francia de finales del siglo XVIII
y principios del siglo XIX, que sepamos que la astucia de Taillerand
le permitió sobrevivir a las convulsiones políticas y sociales que
se produjeron en Francia desde 1789 hasta el Congreso de Viena
(1815) y que Fouché era el jefe del aparato represivo francés, lo
mismo durante la revolución que en el imperio. Este conocimiento
histórico es el que nos permite comprender que astucia y
maldad son, en este contexto, alusiones por antonomasia a
Taillerand y Fouché, respectivamente. Y es obvio también que [1] era
mucho más significativa para los oyentes de Napoleón en la medida en
que ellos tenían experiencia directa de la astucia de Taillerand
–que le permitió sobrevivir incluso al Terror– y de la maldad de
Fouché –quien, al igual que Taillerand, también sobrevivió a todos
las convulsiones de la Francia de la época. De modo que la metáfora
por antonomasia que usó Napoleón fue comprendida inmediatamente por
sus oyentes en la medida en que hablante y oyentes compartían
ciertos conocimientos sobre los dos personajes aludidos. Sin esos
conocimientos compartidos entre hablante y oyentes es probable que
la malicia de la aseveración napoleónica no hubiera sido
correctamente comprendida y [1] hubiera sido asignificativa o
malinterpretada. Ahora bien, Napoleón pudo proferir [1] ante
terceras personas –y probablemente no lo hubiese proferido ante las
personas aludidas– porque una de las implicaturas de [1] para los
oyentes de Napoleón era que éste estaba compartiendo con ellos una
intimidad y, por el mero hecho de compartirla, la estaba reforzando.
Estas reflexiones sobre la
anécdota atribuida a Napoleón me permiten plantear la cuestión de la
relación entre metáfora e intimidad y proponer la tesis de que una
metáfora se origina allí donde existe una situación de intimidad y
que, a su vez, el uso de esa metáfora sirve para fomentar la
intimidad entre los hablantes. Y precisamente el éxito de una
metáfora consistirá justamente en que abandone el ámbito de
intimidad en que se ha originado y pase a ser compartida y
comprendida por el mayor número posible de hablantes. Y una metáfora
tiene que nacer en un ámbito de intimidad compartido por un número
no excesivamente grande de hablantes para que sea posible su
correcta comprensión en función de los saberes, creencias, opiniones
y usos sociales que comparte ese grupo de hablantes. Y el hecho de
que esa metáfora se extienda a grupos cada vez más amplios de
hablantes hasta ser comprendida, aceptada y usada por la mayoría de
los hablantes de una lengua será precisamente la mejor prueba de que
el grupo inicial de hablantes entre los que se acuñó la metáfora ha
conseguido extender al resto de los hablantes sus saberes,
creencias, opiniones o usos sociales.
Una metáfora nace de una
necesidad comunicativa de un hablante, que puede recurrir al arsenal
establecido de metáforas de una lengua, si lo que tiene que
comunicar cuenta con un repertorio suficiente de metáforas
establecidas y tipificadas en la lengua en cuestión. En este caso,
los términos usados metafóricamente funcionan prácticamente igual
que los términos usados en su sentido más literal. Los errores de
interpretación que pueden originarse en estas proferencias
metafóricas no son muy distintos de los que pueden originarse cuando
hablamos literalmente. Pero, cuando se proponen metáforas novedosas,
no se puede pensar razonablemente que éstas vayan a ser
interpretadas unívocamente por la comunidad de los hablantes. Del
mismo modo, hay metáforas, muy corrientes y bien delimitadas en una
lengua o en una cultura, cuyo significado sería difícilmente
aprehensible por oyentes que no participen del mismo tipo de
creencias o saberes que los hablantes. Así, una metáfora del dominio
académico aplicada al dominio taurino como
[2] “El Niño de la Dehesa
recibió su doctorado en la Plaza de Las Ventas”,
difícilmente podría ser bien
interpretada por quien desconociese el funcionamiento de la
tauromaquia y el mecanismo de acceso a los títulos académicos.
Igualmente hay metáforas que tienen un sentido determinado en el
ámbito de un grupo profesional, por ejemplo, pero que cambiarían
radicalmente de sentido para un oyente que no perteneciese al grupo
en que esas metáforas sean usuales. En este sentido, un médico puede
informar a un colega de que está tratando un precioso
infarto, pero se cuidará mucho de calificar con ese adjetivo a la
enfermedad ante el paciente, quien, con toda probabilidad, no
interpretaría las palabras del médico en el mismo sentido en que las
interpreta su colega. Precisamente por ello, las metáforas propias
de un determinado sociolecto científico tienen que ser adaptadas
muchas veces para que sean comprendidas por la mayoría de los
hablantes (Knudsen, 2003). Toda la serie de casos como éstos es la
que da pie a plantear la relación existente entre metáfora e
intimidad, tema que propuso T. Cohen (1979: 1-10) y que ha sido
tratado posteriormente por D. E. Cooper (1986: 153-178).
La tesis básica, que relaciona
metáfora e intimidad, se puede sintetizar en la afirmación de que,
mientras que las metáforas ya lexicalizadas o semilexicalizadas se
pueden proponer normalmente por los hablantes y, habitualmente, son
correctamente entendidas por los oyentes, las metáforas novedosas
deben nacer en el ámbito de una comunidad restringida de hablantes
en la que se mantenga algún tipo de intimidad. El hecho de que estas
metáforas surjan en situaciones de intimidad tiene, además, tres
consecuencias importantes que conviene reseñar:
-
Sirven para cohesionar
al grupo y aumentar o reconocer la intimidad.
-
El tipo de metáforas
que se usan sirve para definir o identificar al grupo.
-
El éxito de una
metáfora surgida en situaciones de intimidad y en un grupo
restringido radica en que se extienda también el uso de esa
metáfora fuera del grupo en que se ha originado.
Si, como hemos visto en el
capítulo anterior, una estrategia pragmática para interpretar
correctamente el significado de proferencias metafóricas requiere
tener en cuenta los saberes y creencias de los hablantes, nada más
natural que pensar que las metáforas novedosas surjan allí donde
esos saberes y creencias son más íntimamente compartidos. Así, en el
ejemplo que propone el mismo Cooper de un hombre que se ha casado
con una cantante de ópera e informa a un amigo
[3] ”Me
he casado con un abono para la ópera”
(Cooper, 1986: 153),
no sólo se requiere un cierto
grado de intimidad entre el hablante y el oyente, según el cual se
sepa que el primero es tan aficionado a la ópera como para hacer
cualquier cosa –incluso casarse– con tal de poder acceder gratis a
las representaciones. Además de esta intimidad previa a la
proferencia de la información de [3] hay también, en la misma
información, una especie de guiño al oyente, según el cual se pueden
estar comunicando cosas como “no me importa que sea fea y obesa” o
“no tiene más valor para mí que el de servirme de entrada gratis a
la ópera”, confidencias que quizás no se confesasen nunca a aquellas
personas con las que el hablante no quisiera compartir su intimidad
ni profundizar en ella.
Ahora bien, que las metáforas
nazcan allí donde hay una cierta intimidad entre los hablantes y
sirvan también para cohesionar la intimidad en un círculo
determinado de hablantes no implica que el uso de las metáforas, que
han nacido en esas circunstancias, tenga que quedar reducido al
grupo en que se han originado, ni que los hablantes ajenos a ese
grupo no puedan tener acceso a ellas. Muy al contrario, salvo que se
trate de grupos clandestinos o esotéricos, en los que se prohibiese
expresamente el acceso a sus metáforas por parte de los no iniciados
y en los que, además, se consiguiese hacer cumplir esa prohibición,
el destino de las metáforas originadas en ámbitos reducidos de
intimidad es ir conquistando paulatinamente círculos cada vez más
amplios de personas que las utilicen. Es más, el éxito social,
político, cultural o religioso de un grupo de hablantes se puede
medir bastante razonablemente considerando el número de metáforas
propias que ha conseguido imponer a la comunidad general de los
hablantes. Hasta tal punto es esto así que, incluso aquellas
personas que no compartan o nieguen explícitamente las creencias o
saberes del grupo en que una metáfora se haya originado, se pueden
servir de esa misma metáfora, incluso cuando ignoren sus orígenes y
sus implicaciones. Y esto acontece lo mismo en los ámbitos de los
saberes más comunes como en los ámbitos de saberes más
especializados de la ciencia o de la filosofía. Probablemente, si
reflexionamos sobre unidades fraseológicas como “es una obra de
moros”, “es un trabajo de negros”, “se ha despedido a la
francesa” o “se ha hecho el sueco”, diremos que no
coinciden con nuestros verdaderos saberes o creencias sobre los
moros, los negros, los franceses o los suecos y que esas expresiones
son síntoma de un racismo o de una xenofobia detestables. Y, sin
embargo, las seguimos utilizando y nos siguen cohesionando como
grupo frente a los otros grupos humanos a los que nos referimos con
ellas. Del mismo modo, incluso los descreídos más recalcitrantes no
tendrán empacho en decir de una situación placentera que es una
gloria, de una persona agradable y bondadosa que es un ángel
o de una persona malvada y fea que es un demonio. Y ello
porque el grupo o los grupos en que estas metáforas, ahora
semilexicalizadas, se originaron han conseguido imponerlas incluso a
los hablantes que no comparten sus creencias. Igualmente, no creo
que exista ningún astrónomo –y con toda probabilidad que existan muy
pocos no astrónomos– que crea que el sol gira alrededor de la
tierra, y, sin embargo, seguimos diciendo que el sol nace o
se levanta por el este y que se pone o se acuesta
por el oeste.
3.2.
Los tres estadios en la vida de una metáfora
Acabo de mantener que, para que
una metáfora novedosa sea correctamente comprendida, se requiere que
sea propuesta entre hablantes que comparten un cierto grado de
intimidad y que el éxito de esa metáfora nacida en el ámbito de la
intimidad consistirá precisamente en que abandone el ámbito en el
que nació y se generalice entre los hablantes de una lengua, incluso
hasta el punto de que los hablantes pierdan conciencia de que alguna
vez fue una metáfora. Lo que haré en el resto de este capítulo será
analizar los tres estadios en los que puede encontrarse una metáfora
desde el momento en que es propuesta por primera vez hasta que se
lexicaliza y, en muchos casos, ya no es entendida como tal metáfora.
Estos tres estadios en la vida de una metáfora serían los de
metáfora novedosa o creativa, metáfora semilexicalizada y metáfora
lexicalizada o muerta.
3.2.1. Metáfora novedosa
Una metáfora creativa nace
normalmente a causa de una necesidad comunicativa del hablante que
cree tener algo nuevo que decir, sea porque se trate de una realidad
nueva o porque se crea haber entendido una realidad ya conocida de
manera distinta a como se venía haciendo habitualmente. Puesto que
el hablante no tiene términos usaderos para referirse a esa
realidad, tiene que echar mano de términos que ya tienen un
significado literal perfectamente delimitado para, cambiando
metafóricamente ese significado, poder hablar del objeto nuevo o de
la realidad nueva. A partir del cambio metafórico de significado de
este término nuclear, los términos que se relacionan con el que ha
cambiado de significado, por parecido o por oposición, deberán
cambiar también de significado para poder conformar una nueva forma
de entender y hablar de la realidad de que se trate, hasta construir
una completa red de metáforas novedosas. Por su parte, si hubiese ya
algún otro sistema de metáforas semilexicalizadas que no fuese
compatible con el nuevo sistema, ese otro sistema antiguo deberá ir
desapareciendo para referirse al objeto de que se trate en cuanto
que se comenzará a considerar por los hablantes como inadecuado.
Esto hace que el proceso de aparición y de aceptación por parte de
la comunidad de los hablantes de las metáforas creativas tenga una
cierta dosis de paradoja, puesto que las metáforas creativas son
incongruentes con las redes de metáforas semilexicalizadas ya
existentes y con las creencias y asociaciones que conllevan esas
redes vigentes en un momento dado. Y, sin embargo, si tienen éxito
–lo que sucede normalmente cuando su creación obedece a razones
cognoscitivas– su destino será el de pasar, con el tiempo, a generar
otros sistemas metafóricos que rivalizarán y, en su caso,
sustituirán a los anteriormente existentes para hablar del objeto de
que se trate.
Quizás sea en los ámbitos de la
ciencia y de la filosofía en los que resulte más ilustrativo un
análisis del proceso de rivalidad y sustitución entre dos redes de
metáforas, una red semilexicalizada y aceptada comúnmente por la
comunidad de los hablantes y otra que se propone para completar o
para refutar a la anterior. En estos ámbitos teoréticos la aparición
de una nueva teoría científica o filosófica suele tener en su base,
o generar como resultado, una nueva metáfora creativa y una red de
metáforas subsidiarias de ella con, al menos, tres consecuencias
importantes:
-
Proponer un nuevo
modelo o un nuevo marco de referencia para conocer la
realidad.
-
Crear una red de
metáforas subsidiarias que permita generar un número
indefinido de aseveraciones sobre esa realidad congruentes
con la metáfora básica.
-
Entrar en colisión y
sustituir, si tiene éxito, a las teorías rivales anteriores
y/o contemporáneas cuyas redes de metáforas se muestren
incompatibles con la nueva.
Veamos cómo ha sucedido esto en
el caso concreto en que una metáfora novedosa ha ido a la par que un
cambio teórico en la concepción de la propia disciplina en la que ha
aparecido. Me refiero a la metáfora relativamente reciente –al menos
es lo suficientemente reciente como para que esté poco generalizada
fuera del ámbito académico– puesta en circulación por Th. S. Kuhn en
su ya clásica obra The Structure of Scientific Revolutions y
que ha conllevado todo un cambio en la forma de entender la ciencia,
su historia y su filosofía. Hasta la aparición de la obra de Kuhn la
sustitución de una teoría científica por otra se entendía en
términos de un proceso lógico –¿cómo no habrían de ser “lógicos” los
científicos?– que se podría sintetizar en la aseveración básica:
[4] “La sustitución de una
teoría científica por otra es un proceso lógico”.
Y, de acuerdo con [4], los
términos habituales para referirse a la actividad del científico
eran justamente términos procedentes o emparentados con el
vocabulario técnico de la lógica, términos tales como deducción,
inferencia, cálculo, probabilidad, verdad,
falsedad, objetividad, refutación, falsación
o contrastabilidad. Pero el uso de estos términos –por muy
técnicos que sean– no es un uso semánticamente inocente, pues
conlleva asociada toda una imagen no sólo de la actividad
científica, sino incluso de los propios científicos que la llevan a
cabo, los cuales son vistos y se ven a sí mismos como hombres
objetivos, veraces, lógicos y coherentes. Incluso el científico
loco, tan al gusto de ciertas novelas y de ciertas películas, goza
del privilegio de poseer una lógica y una objetividad intachables en
sus investigaciones; y por ello le salen bien sus experimentos. Lo
que diferencia al científico loco de las novelas y de las películas
de su colega cuerdo no suele ser la metodología o el proceso lógico
de sus investigaciones, sino el fin al que destina el resultado de
sus investigaciones. El funcionar en todo momento de acuerdo con las
prescripciones de la lógica de más estricta observancia aparece tan
unido a la imagen del científico como la bata o el cuaderno de
laboratorio, sin los que tampoco podríamos imaginarnos a ningún
científico que se precie.
Pues bien, esta imagen de la
ciencia y de los propios científicos es la que comenzará a cambiar
cuando Kuhn proponga sustituir [4] por
[5] “La sustitución de una
teoría científica por otra es una revolución”.
La propuesta kuhniana de
entender en términos de revolución la sustitución de una teoría
científica por otra tiene, en mi opinión, varias consecuencias
importantes:
-
Permite generar una red
de metáforas subsidiarias, que expresan verdades u opiniones
sobre la ciencia, su historia y su filosofía, que no había
sido posible anteriormente.
-
Cambia también la
imagen que teníamos del científico.
-
Nos permite ver las
propias revoluciones políticas desde una perspectiva nueva.
-
Ha creado un nuevo
significado para el significante revolución.
Con respecto a la primera
consecuencia, una vez aceptada y asumida [5] como verdadera, se
puede aplicar un número indefinido de términos, cuyo significado
literal pertenece al ámbito de los cambios políticos, al ámbito de
la ciencia con un significado metafórico de segundo orden. Y,
además, de acuerdo con el nuevo significado metafórico de
revolución, los oyentes podrán decidir si son verdaderas o
falsas las aseveraciones metafóricas en que entren a formar parte
esos términos cuyo significado literal pertenece al ámbito político.
Ejemplos de una red de metáforas generada por [5] serían
aseveraciones como:
[5.1] “Copérnico derrocó
la dictadura astronómica de Ptolomeo”,
[5.2] “El físico X ha dado un
golpe de estado a la teoría de su colega Z”,
[5.3] “Las barricadas de
la argumentación de X no fueron suficientes para detener la carga
de los antidisturbios de los argumentos de Z”,
[5.4] “No es verdad que aquel
cambio de teoría fuese realmente una revolución, fue más bien
un pronunciamiento”, y,
[5.5] “La física cuántica ha
conquistado el poder”.
Si, al oír las aseveraciones
anteriores, mostramos nuestro acuerdo o desacuerdo con ellas, esto
lo haremos en la medida en que previamente hayamos aceptado la
metáfora básica de [5] en la medida en que esa aceptación nos
permite usar términos del dominio de las revoluciones políticas en
el dominio de la ciencia y de su historia. Para una filosofía de la
ciencia anterior a la propuesta kuhniana las aseveraciones
[5.1]-[5.5] probablemente no serían más que meros sinsentidos. No es
fácil imaginar a un neopositivista o a un popperiano de estricta
observancia, por ejemplo, haciendo aseveraciones como las
anteriores. Y, en caso de que las hiciesen, probablemente no
tendrían el mismo significado que pueden tener en boca de alguien
que comparta la propuesta kuhniana.
La segunda consecuencia parece
bastante obvia en relación con lo dicho hasta ahora. Si cambia
nuestra imagen de la ciencia, también deberá cambiar nuestra imagen
de los hombres que la hacen. Los científicos ya no aparecerán como
hombres que asienten y son convencidos por la evidencia de los
argumentos o de los experimentos de sus colegas, sino como hombres
que luchan por el poder y que vencen o son derrotados en esa lucha
en la que, quizás, el objetivo no sea tanto la verdad como el poder
mismo.
La tercera consecuencia lleva a
que la aceptación del término revolución en el ámbito de la
teoría de la ciencia como una metáfora con respecto a revolución
aplicado al ámbito de la política puede significar también un cambio
en la propia forma de entender las revoluciones políticas. A esto es
a lo que M. Black (1981: 72-77) hacía referencia cuando insistió en
la función interactiva de las metáforas. Efectivamente, antes de que
Th. Kuhn popularizase el término revolución aplicado
metafóricamente al ámbito de la ciencia ese término significaba,
según el diccionario de referencia que estoy utilizando, dos cosas
en el ámbito de la política: “cambio
violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de
una nación” e
inquietud, alboroto, sedición. Ahora bien, parece que no
podemos decir razonablemente que un cambio en ciencia signifique
literalmente una “sedición”
o que deba conllevar aparejado algún tipo de violencia. Esto hace
que el nuevo significado de revolución no tenga que llevar
asociadas las mismas connotaciones violentas y que, a su vez, ya no
sea imprescindible definir las revoluciones políticas en términos de
violencia, sino que ahora éstas pueden consistir en “cambios de
paradigmas” políticos de forma incruenta, como suele pasar en la
ciencia.
Finalmente, la cuarta
consecuencia está íntimamente unida a las dos anteriores y consiste
en que, con la propuesta de Kuhn, se está creando un significado
nuevo para el término revolución, significado que, con el
transcurso del tiempo, pudiera llegar a ser una de las acepciones
literales del término. De hecho, el proceso de lexicalización del
significado metafórico último de revolución está avanzando y
popularizándose con la suficiente rapidez como para que, además del
ámbito de las ciencias naturales para el que nació, se esté
empleando incluso en el ámbito de la teología (Küng, 1979: 161-178).
Si la metáfora kuhniana consigue dejar de serlo, al lexicalizarse el
nuevo significado, los diccionarios no definirán ya revolución
sólo como “cambio
violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de
una nación” o
como “inquietud,
alboroto, sedición” (DRAE),
sino que deberán incluir entre las acepciones del término algo así
como “proceso en el que se sustituye una teoría científica o
filosófica por otra”.
En resumen, la segunda función
de la metáfora creativa, la función consistente en construir modelos
para comprender una realidad y poder hablar de ella, asume y amplía
la función anterior de nombrar o denominar. Comoquiera que los
términos no suelen cambiar metafóricamente de significado de forma
aislada, sino que un cambio metafórico en un término suele llevar
aparejados cambios en los significados de los términos relacionados
con el que ha cambiado de significado en primer lugar, se facilita
con ello la creación de redes conceptuales, que conforman un modelo
o patrón desde el que poder hablar y comprender un objeto o un grupo
de ellos. En el marco de estas redes conceptuales es donde un
término cualquiera va perfilando y concretando su significado
metafórico hasta el momento en que sea entendido como el significado
literal o técnico del término en cuestión. La adecuación o
inadecuación del uso de ese término será uno de los criterios que
permitan adjudicar a las aseveraciones en que entre a formar parte
los valores de verdad y también permitirá al oyente inferir si el
hablante ha comprendido bien la actividad o ciencia de las que dice
estar hablando. Y ello porque las metáforas suelen surgir allí donde
una comunidad de hablantes comparte ciertas creencias, que modelan
su forma de ver el mundo. Por ello la lexicalización de los
significados metafóricos suele ser un buen índice para saber si
alguien está bien adiestrado en determinadas creencias, sean éstas
generales en la comunidad de los hablantes o particulares de una
ciencia o de una escuela o colegio más reducido en alguna actividad.
3.2.2. Metáfora
semilexicalizada
De más interés y más
significativo que el estudio sobre las metáforas lexicalizadas
quizás sea, para la reflexión filosófica sobre el lenguaje y para
indagar sus implicaciones gnoseológicas, el estudio de las metáforas
semilexicalizadas. Y ello es así porque en esta situación de
semilexicalización es cuando, partiendo de una metáfora básica, que
permite denominar, entender y conceptualizar a un objeto con
términos que literalmente se aplican a otro objeto, podemos generar
todo un complejo sistema de conexiones conceptuales usando metáforas
subsidiarias y congruentes con la metáfora básica central. Y esto no
se queda circunscrito meramente a la función de nombrar o denominar,
sino que estas conexiones metafóricas, que establecemos al hablar de
un objeto con términos que literalmente sirven para hablar de otro
distinto, conllevan sistemas diferentes de entender la realidad y
conceptualizarla. De este tipo de metáforas es, por decirlo con
palabras de G. Lakoff y M. Johnson (1980),
“de las que vivimos”,
porque conformamos mentalmente los objetos en relación a la metáfora
(o metáforas) de este tipo que utilizamos para hablar de ellos.
La traducción española del título de
esta obra (Lakoff y Johnson, 1986) es Metáforas de la vida
cotidiana. No obstante creo que hubiera sido más acertado
traducir ese título como Las metáforas de las que vivimos, lo
cual recogería mejor, en mi opinión, lo mismo la literalidad del
título que su contenido doctrinal; amén de ser una colocación
análoga a las de “vivir del propio trabajo”, “vivir de ilusiones”,
“vivir del cuento”, “vivir del aire”, “vivir de quimeras”, etc.
En estas metáforas
semilexicalizadas partimos de la aceptación de que un término T, que
tiene un significado de primer orden S en un dominio D, puede ser
usado para significar metafóricamente S' en un dominio D'. Hecha
esta aceptación por parte del hablante y del oyente, el paso
siguiente consistirá en la posibilidad que se abre de utilizar otros
muchos términos (T1, T2, T3...) relacionados con S, por parecido o
por diferencia, para referirnos a situaciones o entidades que tienen
que ver con S'. Esto es, tras el establecimiento, tácito o
explícito, de una metáfora básica o nuclear que nos permita, por
ejemplo, hablar –como lo estoy haciendo en este capítulo al
calificar las metáforas de “vivas” o “muertas”– de la propia
metáfora en términos biológicos, podemos decir congruentemente con
ello que las metáforas nacen, crecen, tienen
descendencia, mueren, que unas son más
prolíficas que otras o que su vida es más o menos
larga. Es decir, podemos generar un número indefinido de metáforas
subsidiarias a partir de la aceptación como verdadera de una
metáfora básica o nuclear, y con ellas podemos establecer redes
conceptuales para comprender el objeto de que se trate.
Estamos, pues, ante una
situación análoga a la que concebía Wittgenstein para los juegos de
lenguaje en sus Investigaciones filosóficas. Cuando escogemos
una metáfora básica para referirnos a un objeto, escogemos un juego
de lenguaje que hay que jugar de acuerdo con ciertas reglas. Y
quizás la regla principal, una vez escogida la metáfora básica o
nuclear, sea la de que, desde ese preciso momento, los términos
relacionados semánticamente con el que sirve de foco a la metáfora
básica son también pertinentes para hablar del objeto de que se
trate, si se aplican a ese objeto como se aplicaban al objeto al que
los términos en cuestión se aplicaban literalmente.
Por otra parte, sobre un mismo
objeto se pueden establecer muy diversos sistemas metafóricos; esto
es, podemos hablar de y conceptualizar a un dominio término no sólo
usando términos extraídos de un único dominio origen, sino usando
términos procedentes de varios dominios origen, y el resultado de
ello será que, según el dominio origen que escojamos, resaltaremos
–y a su vez ocultaremos– facetas distintas del objeto, que nos
pueden llevar a cambiar radicalmente nuestra conceptualización del
objeto y a descubrir cosas nuevas en él. Tomemos, por ejemplo, para
su análisis algunas de las formas como podemos y solemos hablar
metafóricamente de una discusión académica y veamos cómo, según la
metáfora básica que escojamos para hablar de ese objeto, nuestra
forma de entender qué sea una discusión académica puede ir variando
de manera sustancial. Aunque sería posible multiplicar
indefinidamente las metáforas básicas de las que podemos servirnos
para referirnos al origen, desarrollo y objeto de una discusión
académica, creo que será suficiente para mis propósitos con
centrarme en cuatro de ellas, que son muy corrientes, por lo demás,
en nuestras expresiones habituales. Éstas pueden ser las siguientes:
[6] “Una discusión académica es
una guerra”, (Metáfora bélica);
[7] “Una discusión académica es
una corrida”, (Metáfora taurina);
[8] “Una discusión académica es
un juego”, (Metáfora lúdica); y,
[9] “Una discusión académica es
un comercio”, (Metáfora comercial).
La aceptación por parte de los
hablantes de la metáfora bélica, que hay en [6] y que se ha
convertido en un lugar común entre los estudiosos de la metáfora
desde que fue propuesta por Lakoff y Johnson (1980), nos permite
conceptualizar el objeto discusión académica de manera tal que hace
pertinente aplicarle a ese objeto los términos que literalmente se
emplean para hablar de las actividades bélicas. Ello hace que nos
podamos referir al desarrollo de una discusión sobre física cuántica
o sobre la función del artículo en los poemas homéricos, por
ejemplo, utilizando palabras que literalmente sirven para hablar de
la guerra. Y todo ello mediante una serie indefinida de
aseveraciones metafóricas, subsidiarias y congruentes con [6], de
las que podrían ser ejemplos las siguientes:
[6.1] “Las críticas de X
rompieron las hostilidades”,
[6.2] “X fue atacando uno por
uno todos los argumentos de Z hasta que éste se rindió”,
[6.3] “X disparó su
artillería pesada hasta pulverizar las defensas de Z”,
[10.4] “No obstante, Z había
minado antes los argumentos de X”, y,
[6.5] “A pesar de todo, la
victoria de X fue pírrica, porque su estrategia no había
sido la adecuada”.
Una descripción del proceso
racional de una discusión académica en estos términos no se limita a
transmitir al oyente una información verdadera o falsa sobre la
discusión académica en cuestión, sino que conlleva asociado todo un
complejo sistema conceptual que condiciona la forma de ver el objeto
discusión académica, según el cual las teorías, las ideas, los
argumentos y los hombres que los mantienen luchan entre sí,
vencen o son derrotados. Y el oyente, probablemente, no
será consciente de que no sólo lo estamos informando sobre el
acontecimiento de la discusión académica, sino que, con nuestra
información, le estamos formando también un juicio o le estamos
proporcionando una conceptualización determinada de qué sea eso que
se llama una discusión académica.
De acuerdo con la metáfora
básica de [6], que pone en relación discusión académica y guerra,
podemos construir un juego de lenguaje autoconsistente en el que
sólo nos refiramos al proceso de comunicación racional, que se
supone que debe ser una discusión científica, en términos bélicos.
Este juego de lenguaje que, por lo demás, no es demasiado rebuscado,
pone de relieve determinados aspectos de la discusión y oculta otros
de no menor importancia. Precisamente, los aspectos de lucha y
hostilidad en una discusión académica, que destaca la metáfora
básica de [6], y el hecho de que se oculten con ella otros aspectos
no menos significativos y relevantes para hacerse una idea cabal de
ese objeto es lo que posibilita, e incluso exige, la existencia de
otras redes metafóricas para referirse a ese mismo objeto. En estas
otras se ocultarán sistemáticamente los aspectos destacados en [6] y
se destacarán, también sistemáticamente, otros distintos.
Un grado menor de agresividad,
aunque aún no se renuncie al “derramamiento de sangre”, puede ser el
que se observa si sustituimos el juego de lenguaje en el que nos
introduce la metáfora bélica de [6] por el que nos posibilita la
metáfora taurina de [7], cuyo uso tampoco resulta chocante en el
ámbito cultural del español. En congruencia con la metáfora básica
de [7] obtendríamos un juego en el que tendrían sentido y serían
susceptibles de ser calificadas como verdaderas o como falsas
aseveraciones como:
[7.1] “X lidió muy bien
los argumentos de Z”,
[7.2] “Lo atrajo con el
engaño de una falacia”,
[7.3] “Z embistió a la
falacia de X”,
[7.4] “X entró a matar
con una estocada demoledora para las tesis de Z”, y,
[7.5] “Los asistentes a la
corrida sacaron a hombros por la puerta grande al diestro
X”.
Aunque siga siendo una metáfora
sangrienta, la propuesta de [7] en lugar de [6] como punto de
referencia para hablar del objeto discusión académica, permite
también introducir importantes matices que ponen de manifiesto
aspectos no asociados a la metáfora bélica. Quizás el matiz más
significativo que se introduce en este nuevo juego con respecto al
anterior sea el de los aspectos lúdicos y rituales que hay en una
corrida y que no hay en una guerra. En la medida en que concebimos
la actividad taurina con ciertas connotaciones lúdicas, festivas y
rituales, que están ausentes en la actividad bélica, nuestra forma
de entender el objeto discusión académica, que hemos intentado
describir con la metáfora taurina, variará con respecto a como
entendíamos y conceptualizábamos esa misma discusión académica de
acuerdo con la metáfora bélica. Por el contrario, otras
connotaciones, como la de ser una actividad sangrienta o la de
consistir en una rivalidad, se mantienen y sirven de punto de
contacto entre ambos sistemas de metáforas. Esto es lo que haría que
términos como matar o vencer perteneciesen a ambos
sistemas.
Si, por el contrario, lo que
queremos resaltar son los aspectos de rivalidad no sangrienta o de
entretenimiento en una discusión académica, entonces no serán los
más adecuados los juegos de lenguaje a que nos llevan la metáfora
bélica de [6] y la metáfora taurina de [7], sino que veríamos como
más adecuada la metáfora lúdica de [8]. En congruencia con ella, las
informaciones que daríamos a nuestro oyente sobre el acto académico
podrían ser del siguiente tipo:
[8.1] “X tenía guardada en
la manga la carta de la falacia naturalista”,
[8.2] “Con ella se marcó
un buen tanto”,
[8.3] “Después se marcó el
farol de un argumento de autoridad”,
[8.4] “Tras eso, arrastró
con otra falacia”, y,
[8.5] “Finalmente, X ganó la
partida con una demostración lógicamente impecable”.
Como se ve, todos los términos
metafóricos, que he utilizado en mis últimas aseveraciones sobre la
discusión académica, son los que literalmente se utilizan para
describir un juego de cartas, y con ellos he conseguido que
desaparezcan de mi descripción del desarrollo de la discusión
académica las connotaciones de hostilidad que había en [6] y en [7],
para resaltar ahora únicamente las connotaciones de entretenimiento
y rivalidad lúdica. Justamente ideas como la de rivalidad, lucha,
triunfo o derrota son las que van asociadas a las tres redes
metafóricas descritas hasta ahora, pero en cada una de ellas se
entienden estas ideas de modo diferente. El hecho de que las ideas
reseñadas sean comunes a las tres redes hace que la
conceptualización del objeto discusión racional, que podemos hacer
con ellas, siga estando escorada hacia un cierto lado en la medida
en que continuamos ocultando aspectos importantes de una discusión
académica como pueden ser los aspectos de cooperación o de
intercambio de ideas. Pero si, por ejemplo, nuestro informe sobre la
discusión académica lo hacemos tomando como modelo la metáfora
básica de [8], entonces nuestro interlocutor no conceptualizará la
discusión académica como un proceso de lucha entre los
participantes, sino como un proceso de cooperación en el que las
ideas son compartidas y comunicadas. Por ello, de acuerdo con la
metáfora básica de [9], nuestro informe sobre aquella memorable
discusión académica puede discurrir por los siguientes derroteros:
[9.1] “X confesó que sus ideas
estaban almacenadas en sus publicaciones”,
[9.2] “X y Z intercambiaron
sus argumentos”,
[9.3] “X supo vender muy
bien su teoría a Z”,
[9.4] “X confesó que le
había costado muy caro adquirir su teoría”,
[9.5] “También afirmó que
había tomado prestadas algunas de las ideas de Y”,
[9.6) “Pero por ellas había
tenido que pagar un alto precio”,
[9.7] “Por su parte, Z confesó
que la teoría de X no tenía precio y que en la discusión
había adquirido muchas ideas nuevas”, y,
[9.8] “Finalmente, todos
salimos convencidos de haber hecho una buena compra
asistiendo a aquella sesión del Congreso”.
De acuerdo con el juego de
lenguaje en el que nos introduce esta metáfora comercial, las ideas,
las teorías o los argumentos ya no son entendidos como objetos por
los que se lucha o se rivaliza. Por el contrario, son objetos
susceptibles de trueque, donación, alquiler,
préstamo o compraventa. Desde el punto de
vista que genera la metáfora comercial ya no es necesario que una
discusión quede en tablas o que haya en ella un vencedor
y un vencido, sino que en toda discusión todos podemos salir
enriquecidos, lo mismo los participantes activos en ella que
los oyentes, esto es, todos podemos salir ganando con ella.
Las metáforas analizadas hasta
aquí en esta sección participan de la característica común de ser
metáforas habituales en nuestro ámbito cultural, con un uso bastante
frecuente, bien delimitado y suficientemente tipificado. Por
tratarse de unas metáforas semilexicalizadas y ser de uso habitual
por parte de los hablantes es por lo que se ha dicho que vivimos de
ellas y que conformamos los objetos de acuerdo con ellas, pero su
función cognoscitiva parece que queda reducida a señalar relaciones
o características de los objetos ya conocidas y comúnmente aceptadas
por la comunidad de los hablantes. En este sentido es en el que se
puede decir que su función cognoscitiva queda reducida a la de
transmitir conocimientos que ya poseemos. Por el contrario, parece
que su utilidad es menor si de lo que se trata es de entender las
mismas realidades con nuevas formas. Esto es, no ayudan a cambiar de
forma novedosa nuestra conceptualización de los objetos a los que
hacen referencia. Esta última función es la que llevan a cabo las
metáforas creativas o novedosas que hemos visto y analizado en la
sección anterior.
3.2.3. Metáfora muerta
Finalmente, y aunque parezca
una obviedad de la que se podría prescindir, conviene terminar este
capítulo con la consideración de que una metáfora lexicalizada o
muerta es una metáfora que, en su día, estuvo viva y fue creativa.
Es más, fue lo suficientemente creativa como para que el significado
originalmente literal de la palabra en cuestión fuese sustituido por
el nuevo significado metafórico, llegándose a olvidar en la
conciencia lingüística de los hablantes el significado original de
primer orden o, en su caso, permaneciendo operativos los dos
significados, entendiéndose ahora los dos significados como un caso
de polisemia.
Justamente esta condición de
lexicalizada de una metáfora muerta es la que ha llevado a algunos
estudiosos del tema a mantener que su consideración carece de
relevancia para una teoría de la metáfora. Incluso un estudioso del
tema tan autorizado como M. Black ha llegado a mantener que la
distinción entre metáfora viva y metáfora muerta no es nada útil,
porque llamar metáfora a la metáfora muerta sería como
“treating a corpse as a
special case of a person”
y ello porque “a
so-called dead metaphor is not a metaphor at all, but merely an
expression that no longer has a pregnant metaphorical use”
(Black, 1979: 26). Ahora bien, sacando todo su jugo al propio
ejemplo del cadáver que ha utilizado M. Black, e incluso concediendo
la concepción dualista y cartesiana que parece subyacer a la idea de
hombre sugerida por Black, no porque un cadáver haya dejado de ser
una persona su estudio carece de utilidad. El estudio de cadáveres
es imprescindible para la formación de los médicos, para sus
prácticas de anatomía, para conocer y evitar en lo posible y en el
futuro, en otros sujetos, las causas por las que ese cadáver alcanzó
la condición de tal y para otros muchos fines. Es más, incluso el
estudio de un fósil, que sería un caso equiparable al del estudio de
una metáfora lo suficientemente lexicalizada como para que los
hablantes hubiesen olvidado completamente el significado literal
original de la palabra en cuestión, puede proporcionar informaciones
valiosísimas sobre sus condiciones de vida y sobre las causas de su
muerte, informaciones que pueden servir para iluminar el estudio de
los seres aún vivos.
Analicemos, por medio de un
ejemplo clásico, cómo ha podido llegar una metáfora a su último
grado de lexicalización o fosilización. Se trata de la palabra
testa, que en español actual, aunque con un cierto matiz
peyorativo en algunos casos, significa literalmente cabeza.
Sabido es que, en latín clásico, el término que literalmente
significaba lo que significa el español cabeza era caput,
de donde procede la palabra española. Por su parte testa
significaba literalmente puchero o vasija de barro, de
donde procede la palabra española tiesto. Pues bien, mediante
una metáfora del latín vulgar, que tenía bastante de humorística, se
comenzó a llamar testa a lo que en latín clásico se
denominaba con la palabra caput. Esta metáfora jocosa llegó a
lexicalizarse hasta tal punto que testa ha pasado al
italiano, al español, al portugués y al catalán con la misma grafía,
y, como tête, al francés. Por su parte, caput pasó al
español con su significado literal clásico de cabeza, al
catalán (cap) y
al portugués (cabeça). Sin embargo, caput pasó al
francés (chef) con un nuevo significado metafórico como
sinónimo de gobernante, director o superior; y
con ese significado, ahora ya como significado literal, ha pasado
del francés al español (jefe), al inglés (chief), al
alemán (Chef), al portugués (chefe) y a otras lenguas.
Con ello estamos ante casos de metáforas que, por haber cumplido
perfectamente su proceso de lexicalización, los hablantes toman ya
sus significados como literales y, a partir de ellos, pueden
recomenzar el proceso y reconstruir nuevas metáforas con
significantes cuyos significados actuales, aunque metafóricos en su
origen, ya no se entienden como tales.
Quizás el mejor modo de
reconocer una metáfora completamente lexicalizada sea el hecho de
que la lengua ha debido recurrir a una nueva palabra para designar
al objeto que se significaba anteriormente con el término metafórico
ahora lexicalizado. Y ello es lo que hace que nos encontremos ante
sinónimos, que permiten explicar el significado de un término
utilizando únicamente otro término, sin necesidad de recurrir a una
paráfrasis.
Con testa estamos, pues,
ante el caso de una metáfora perfectamente fosilizada cuya génesis y
evolución sólo pueden ser rastreadas con un pertinente saber
filológico. Por otra parte, este caso extremo, que hace adecuado el
adjetivo calificativo “fosilizada” aplicado a esta metáfora, se ha
dado en el tránsito de una lengua –el latín vulgar– a otras lenguas
distintas como son el italiano, el español, el catalán o el
portugués. Pero este último fenómeno se da también en el seno de una
misma lengua, llegándose también a sustituir el significado literal
de una palabra por su nuevo significado metafórico; proceso que se
cumple tan completamente como para que se olvide el antiguo
significado literal o sigan conviviendo pacíficamente los dos
significados en el mismo significante, ahora como ejemplos de
homonimia. Veamos dos casos de esto.
Consideremos cómo la palabra
francesa grève ha llegado a significar huelga en la
actualidad. Grève significaba originalmente lo mismo que la
palabra española grava y, en la Edad Media, pasó a significar
orilla (rive, en la actualidad) mediante una metonimia
originada en el hecho de la existencia de grava en las orillas de
los ríos y del mar. Hora bien, dado que los obreros parisinos, que
buscaban trabajo, se situaban en las orillas del Sena para ser
contratados, la colocación être en grève pasó a significar
metafóricamente en un primer momento estar buscando trabajo o
estar parado y, en un segundo momento, cesar de trabajar
como protesta por las condiciones laborales o como reivindicación de
mejores condiciones laborales y/o salariales. Y este último
significado es el que se ha lexicalizado hasta tal punto que en la
actualidad el significado de primer orden de grève no es otro
que el de huelga, mientras que los significados de grava
u orilla suenan ya en francés actual como arcaizantes o están
reducidos al ámbito de dialectos muy concretos. Con ello estamos
ante un caso que añade al de testa el matiz de que se
conservan los dos significados alternativos para el mismo
significante, aunque ahora la primacía pertenezca al que, en su
momento, fue un significado metafórico de segundo orden.
Un caso análogo al de grève
es el del término español policía. El término policía
–y sus cognados en las lenguas modernas– deriva de la palabra griega
pólis, que significa ciudad. Y el primer significado
que tuvo policía y sus cognados estaba relacionado con la
cortesía, la urbanidad, la buena crianza y la limpieza, que se
creían más propias de los habitantes de la ciudad que de los
habitantes del campo. Una vez lexicalizado el significado de
limpieza para el significante policía es cuando este
significante se pudo usar metafóricamente para designar a los
agentes de la autoridad, en la medida en que se entendió su función
represiva como una especie de limpieza moral de la vida pública. Y
este significado metafórico de tercer orden es justamente el que se
ha hecho el más habitual en la actualidad para el significante
policía, hasta el punto de que muchos hablantes han olvidado los
otros significados cronológicamente anteriores o, todo lo más, los
consideran como arcaicos y obsoletos.
Y lo relevante de esto es que,
una vez completado este proceso, ahora podemos añadirle nuevos
significados metafóricos al significante policía,
significados que ya no estarían relacionados ni con el dominio de la
ciudad ni con el dominio de la limpieza, sino con el dominio de los
cuerpos represivos. Así si afirmamos
[10] “Los glóbulos blancos son
la policía del cuerpo”,
para un hablante español medio
en la actualidad, el significado de policía es algo que tiene
que ver primeramente con los agentes de la autoridad, y no con el
“buen orden que
se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las
leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno”,
ni con la “limpieza,
aseo”, ni con la
“cortesía, buena
crianza y urbanidad en el trato y costumbres”,
sino con “cuerpo
encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la
seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades
políticas” (DRAE).
Precisamente porque para el
hablante común policía significa ya casi exclusivamente
agente de la autoridad, las metáforas que podemos construir
ahora con ese término tienen que ver más con los aspectos represivos
de la policía que con los aspectos relacionados con la limpieza. Por
ello es por lo que un caso como [10] nos llevará normalmente a
conceptualizar los glóbulos blancos como ejerciendo una cierta
actividad represora de los microorganismos hostiles al cuerpo. Por
su parte, si quisiéramos conceptualizar la actividad de los
leucocitos como una actividad de limpieza, quizás consideraríamos
más apropiada una aseveración metafórica del tipo de
[11] “Los glóbulos blancos son
el servicio municipal de limpieza de la sangre”.
Estos ejemplos creo que
muestran suficientemente que, aunque un significado metafórico
lexicalizado haya dejado de ser una metáfora en sentido estricto, no
obstante su análisis no es un mero pasatiempo erudito. Y no es un
mero pasatiempo erudito porque este análisis nos descubre cuál es la
función y el destino de las metáforas. La función de la metáfora –y
por ello su estudio es imprescindible para cualquier reflexión sobre
el lenguaje– no es otra que la de crear nuevos significados sin
multiplicar los significantes. Y el destino de una metáfora se
cumple cuando estos significados nuevos dejan de ser entendidos por
los hablantes como metafóricos para pasar a ser entendidos como
literales y, en el caso de las actividades intelectuales, incluso
como “significados técnicos”. Que sea mayor o menor el número de
metáforas que consigan alcanzar su objetivo y lexicalizarse es una
cuestión meramente cuantitativa que en nada afecta a la función
cualitativa de la metáfora. Y, finalmente, conviene insistir en que
el proceso de lexicalización de las metáforas es normalmente muy
lento en la historia de una lengua y que no todas las metáforas se
lexicalizan al mismo ritmo, ni de forma uniforme en todos los
dialectos y sociolectos de una lengua. Durante mucho tiempo las
metáforas permanecen en un estado de semilexicalización en el que
tienen otras características además de la característica de
denominar o nombrar los objetos, que parece básica en las metáforas
lexicalizadas o muertas.
©
Pedro J. Chamizo Domínguez. La metáfora (semántica y pragmática).
Primera edición en español, 2005.
Versión
autorizada por el autor para
Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez.
Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción
destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.
Enero de 2005.