Teoría, Crítica e Historia

Pedro J. Chamizo Domínguez

La metáfora
(semántica y pragmática)

 

capítulo iv
Metáfora y verdad

 

4.1. Verdad literal y verdad metafórica

Si este trabajo tuviese la pretensión de ser meramente un estudio lingüístico o filológico de la metáfora podría terminarse con el análisis de los tres estadios en los que puede encontrarse una metáfora. Pero, en un trabajo de corte filosófico, parece inexcusable no indagar si a las aseveraciones metafóricas podemos aplicarles los valores de verdad y en qué sentido podemos hacerlo. Máxime cuando una voz tan autorizada como la de D. Davidson ha mantenido que la mayoría de las metáforas son falsas, donde la restricción, que hay en la cláusula “la mayoría”, parece obedecer más a una estrategia de prudencia que a la convicción de Davidson de que pudiese haber alguna metáfora verdadera. Y ello porque

Literal meaning and literal truth conditions can be assigned to words and sentences apart from particular contexts of use (Davidson, 1984: 247),

de modo que

the sentences in which metaphors occur are true or false in a normal, literal way, for if the words in them don’t have special meanings, sentences don’t have special truth (Davidson, 1984: 257).

Estas palabras de Davidson parecen implicar varias cuestiones que conviene explicitar antes de seguir adelante:

  • Que hay algo así como entidades a las que convienen ciertas palabras con independencia del proceso de aprendizaje que ha llevado a designar una determinada entidad con una palabra determinada.

  • Que esta relación entre una entidad y una palabra es intemporal.

  • Que el significado literal de las palabras y la verdad o falsedad de las oraciones los adjudicamos con independencia del contexto de uso.

Con respecto al primer punto, lo que llamamos “significado literal” de una palabra es una relación que establecemos entre una palabra y un objeto o, si se quiere en terminología saussuriana, entre un significante y un significado; relación a la que hemos llegado mediante un proceso de aprendizaje. Justamente, como hemos visto antes, una de las funciones de la metáfora radica en cambiar esta relación significativa entre la palabra y el objeto, de modo que, en un momento determinado, un significante puede tener un significado de primer orden (literal) y un significado de segundo orden (metafórico). El aprendizaje de ese significado de segundo orden, y su uso por parte de los hablantes, hará que la palabra en cuestión pueda tener más de un significado y convertirse en polisémica. El aprendizaje que hemos hecho en español de la palabra virtud y sus derivados en aseveraciones como

[1] “Juan tiene muchas virtudes”,

hace que digamos que [1] es verdadera si, y sólo si, Juan tiene reconocidas habilidades manuales y/o intelectuales (toca bien el piano, por ejemplo) y/o morales (es una persona honrada). Por decirlo con la añeja terminología escolástica, [1] es verdadera si, y sólo si, Juan tiene hábitos operativos buenos. Por el contrario, diremos que [1] es falsa si creemos que no se dan esas cualidades en Juan o si realmente no se dan.

Ahora bien, y con ello entro en el segundo punto, esta relación entre la palabra virtud y ciertos hábitos intelectuales, manuales o morales de Juan, que nosotros entendemos como una relación literal, es fruto del adiestramiento a que hemos sido sometidos en el aprendizaje del español y de la cultura occidental. Sin embargo, para un latino clásico, [1] sería falsa si entre las virtudes de Juan no figurara, primera y principalmente, la virilidad y aquellas características que el hablante latino cree propias de los varones, como el valor (Chamizo Domínguez, 1999).

Por su parte, en latín postclásico y en latín eclesiástico los valores de verdad de [1] serían justamente los inversos. Y, si estos valores de verdad han cambiado de signo, es porque ha cambiado, mediante una serie de transferencias metafóricas, el significado de virtus, de modo que, según el contexto histórico en que nos situemos, los valores de verdad de las aseveraciones cambiarán en sintonía con el cambio de significado de los términos que las componen.

En tercer lugar, este cambio en los valores de verdad no se da sólo en el eje diacrónico, sino que también se da en el eje sincrónico y no sólo con respecto a las palabras usadas metafóricamente, sino también con respecto a las palabras usadas en su sentido más literal. Esto hace que el significado de las palabras y el valor de verdad de las oraciones no sea posible establecerlo, en muchos casos, más que con el recurso al contexto en que esas oraciones hayan sido proferidas.

Consideremos esto recurriendo al famoso ejemplo del pollo comedor/comestible que Chomsky propuso para ilustrar la cuestión de la ambigüedad sintáctica:

[2] “El pollo está listo para comer”.

Este conocido ejemplo chomskiano puede ser entendido lo mismo

[2.1] “El pollo está listo para ingerir alimento”,

que como

[2.2] “El pollo está listo para ser ingerido como alimento”.

Ahora bien, en español pollo tiene, además de su significado literal de cría que nace de cada huevo de ave y en especial la de la gallina, los significados translaticios en el dominio humano de hombre astuto y sagaz y de hombre joven, aludido o invocado por persona de mayor edad” (DRAE). Con lo cual [2], además de las paráfrasis literales de [2.1] y [2.2], puede tener las paráfrasis metafóricas de

[2.3] “El hombre astuto y sagaz está listo para ingerir alimento”,

[2.4] “El hombre astuto y sagaz está listo para ser ingerido como alimento”,

[2.5] “El jovenzuelo está listo para ingerir alimento”, y,

[2.6] “El jovenzuelo está listo para ser ingerido como alimento”.

Y en cada caso las diferentes paráfrasis de [2] recibirían sus valores de verdad en función del contexto en que fuesen proferidas. Así, [2.4] y [2.6] podrían recibir el valor de verdad V en el contexto de una comida entre antropófagos en la que el plato del día fuese precisamente un hombre astuto y sagaz o un hombre joven, aludido o invocado por persona de mayor edad” (DRAE), mientras que recibirían el valor de verdad F si ése no fuese el caso.

Establecido que a una aseveración metafórica, como a una aseveración literal, podemos adjudicarle los valores de verdad, el paso siguiente que quiero dar consiste en intentar hacer ver en qué sentido son aplicables las teorías filosóficas más habituales sobre la verdad a las proferencias metafóricas. Hasta ahora, aunque no lo haya dicho expresamente, he venido manejando la noción de verdad como adecuación o correspondencia de una proferencia con nuestros saberes o creencias sobre el objeto del que hablamos en ella. Así, si decimos que la proposición

[3] “El sol es un astro que gira alrededor de la tierra”,

es falsa, lo hacemos porque lo significado en ella no se adecua o no se corresponde con nuestros actuales saberes o creencias sobre el sistema solar y su funcionamiento. Pero en filosofía se han manejado tradicionalmente, al menos, otras dos importantes teorías de la verdad: la teoría de la verdad como coherencia y la teoría de la verdad como descubrimiento/desvelamiento. De acuerdo con la teoría de la verdad como coherencia [3] sería verdadera para el sistema astronómico de Ptolomeo y falsa para el de Copérnico. Y, además, [3] puede significar una noticia novedosa o un descubrimiento para alguien; esto es, [3] puede encerrar el descubrimiento/develamiento de una verdad. Aunque nosotros consideremos a [3] falsa, por inadecuada o incoherente con nuestro estado actual de conocimientos sobre el sistema solar, [3] puede significar una información muy valiosa en el ámbito cognoscitivo para un niño que pregunte por primera vez por qué pueda ser el sol y, desde luego, debió significar un descubrimiento científico de primera magnitud cuando se propuso por primera vez a los que creían que el sol era un dios. Analicemos a continuación cómo casan las tres teorías clásicas de la verdad con los tres estadios en que puede encontrarse una metáfora.

4.2. Metáfora y verdad adecuación/correspondencia

La concepción de la verdad de acuerdo con la vieja y venerable fórmula de la adecuación entre el entendimiento y la cosa es un punto de partida idóneo para el análisis de la relación entre el significante y el significado en un término o en una oración. Cuando queremos nombrar o referirnos a un objeto cualquiera somos conscientes de que hay palabras adecuadas y palabras inadecuadas para conseguir nuestro objetivo. Incluso tenemos conciencia de que hay palabras que son sólo relativamente adecuadas o aproximadas para referirnos al objeto de que se trate. Decimos que sabemos el significado adecuado de una palabra, o su uso adecuado, cuando la utilizamos para nombrar o referirnos a un objeto de acuerdo con el uso estándar que hacen los hablantes de una lengua de esa palabra. Así, en la oración metafórica

[4] “La universidad es la almáciga de la ciencia”,

la palabra almáciga estará adecuadamente usada de acuerdo con su significado estándar en español si con ella queremos significar lugar en donde se siembran las semillas de las plantas que se han de transplantar después. Esto es, [4] será verdadera si almáciga significa seminario, vivero o semillero. Por el contrario, [4] será falsa o errónea –no será adecuada– si creemos que almáciga significa acémila por la similitud fonética entre ambos términos. He dicho que almáciga significa o es sinónimo de seminario o semillero, y ello implica semánticamente que en todos los contextos de uso se puede sustituir almáciga por seminario, semillero o vivero sin que sean afectados en absoluto los valores de verdad de la aseveración en que aparezcan. Y esto es completamente correcto para semillero y vivero, pero no lo es tanto para seminario. Efectivamente, el significado adecuado de semillero es exactamente el mismo que el de almáciga, pues semillero también significa sitio donde se siembran y crían los vegetales que después han de trasplantarse” (DRAE). Por ello estas dos palabras son susceptibles de ser sustituidas la una por la otra para referirse adecuadamente al mismo objeto sin que varíen los valores de verdad de la oración en que se realiza la sustitución aunque puedan varias sus registros. Pero, por el contrario, aunque seminario etimológicamente es sinónimo de semillero y las diferencias fonéticas entre esas dos palabras son sólo fruto de las formas distintas como fueron incorporadas al español, en la actualidad los significados adecuados para seminario son habitualmente distintos de los significados adecuados para semillero, lo que hace que sólo se pueda hablar, si se puede, de una sinonimia muy débil entre ambas palabras. Y ello porque los significados adecuados actuales de seminario serían, entre otras, algunas de estas tres acepciones: 1, clase en que se reúne el profesor con los discípulos para realizar trabajos de investigación; 2, organismo docente en que, mediante el trabajo en común de maestros y discípulos, se adiestran estos en la investigación o en la práctica de alguna disciplina; y 3, casa destinada para la educación de los jóvenes que se dedican al estado eclesiástico” (DRAE).

Por otra parte, es muy probable que alguno de los lectores de este trabajo sea justamente aquí donde se haya tropezado por primera vez en su vida con la palabra almáciga. En este supuesto, lo que he hecho indirectamente, al pretender ilustrar un caso de correcta adecuación entre el significado de almáciga y el de semillero, ha sido someter al lector a un proceso de adiestramiento o de enseñanza en el significado correcto y en el uso adecuado de almáciga. Con ello el lector ha aprendido la correspondencia del término almáciga con un determinado objeto. Esto es, la correspondencia o adecuación entre un objeto y la palabra que literalmente lo designa es fruto de un proceso de adiestramiento o aprendizaje, y el uso inadecuado, erróneo o falso de un término aparece como un defecto o carencia en el aprendizaje o adiestramiento en una lengua dada.

Por su parte, los tres significados adecuados de seminario los hemos adquirido los hablantes españoles actuales en nuestro proceso de aprendizaje como significados literales adecuados de ese término. Y, sin embargo, seminario ha llegado a significar colegio, lugar de enseñanza, organismo de enseñanza o, metafóricamente, fábrica de curas como fruto de un proceso de transferencias metafóricas desde su significado literal de primer orden, como sinónimo de semillero, a sus significados actuales. Dicho de otro modo, los significados de segundo orden de seminario se han lexicalizado lo suficiente como para que ya puedan ser entendidos como significados literalmente adecuados para referirse a los objetos colegio, lugar de enseñanza, organismo de enseñanza o fábrica de curas; de modo que es muy probable que un buen número de hablantes españoles actuales ya no relacionen el significado de seminario con el significado de semillero o almáciga en su parentesco etimológico. Y, por su parte, cuando alguien propuso por primera vez que la palabra seminario significase colegio debió de verse obligado a someter a sus oyentes a un proceso de aprendizaje o adiestramiento para que éstos aceptasen paulatinamente que esa palabra era adecuada para referirse al objeto en cuestión. En otras lenguas las transferencias metafóricas de seminario han podido ser muy distintas. Así, en inglés, seminary ha adquirido el significado de segundo orden de colegio de señoritas y, ha adquirido el significado eufemístico de burdel (como atestigua este fragmento de un rugby song: My aunt keeps a girls’ seminary,/Teaching young girls to begin,/She doesn’t say where they finish…), a la vez que no tiene el significado de clase en que se reúne el profesor con los discípulos para realizar trabajos de investigación, para el que se usa el término seminar. Como resultado de esto, el aprendizaje del significado del término seminario y sus cognados ingleses variará de una lengua a otra, a la vez que nos encontramos con un caso muy patente de falsos amigos semánticos parciales.

Si extrapolamos estos ejemplos, estamos en condiciones de conseguir una primera aproximación para entender cómo se puede aplicar la noción de verdad como adecuación/correspondencia a la metáfora en el sentido en que la he contextualizado aquí, como la relación entre una palabra y un objeto para el que anteriormente esa palabra se consideraba inadecuada y no como una relación entre una mente abstracta y difícilmente accesible y una realidad difícilmente definible. La noción de verdad como adecuación es especialmente idónea para analizar las metáforas lexicalizadas por cuanto que, al entender los hablantes el significado de segundo orden de los términos metafóricos como su significado literal o de primer orden, podemos emplear con ellas la misma estrategia que hemos empleado con los términos usados de acuerdo con su significado literal. Aunque ya no se trate de una adecuación entre el entendimiento y la cosa, sino entre una palabra y un objeto (o entre un significado y un significante, si se quiere), decimos que una proferencia en que aparece la palabra almáciga está correctamente usada, es adecuada o no es errónea, si en ella podemos sustituir almáciga por semillero sin que se produzca ninguna mutación en su significado, ni en sus valores de verdad. Y ello aunque, como en [4], la palabra almáciga esté usada metafóricamente; pues literalmente, ni la universidad es un vivero, ni los estudiantes son plantas, ni los profesores son hortelanos.

Pero la noción de verdad como adecuación no sólo es válida para las metáforas tan perfectamente lexicalizadas como para que los hablantes hayan perdido conciencia de su significado literal original, como es el caso anterior, sino que –y ello le confiere un valor añadido– es la noción que funciona también en el caso de los usos metafóricos de ciertos términos que, sin estar perfectamente lexicalizados, son habituales entre los hablantes de una lengua, de un determinado dialecto, de un determinado sociolecto o una determinada comunidad. Veamos cómo funciona la noción de verdad como adecuación en estos casos recurriendo a otro ejemplo. Una de las palabras con las que solemos referirnos a una persona cuya bondad o belleza son públicamente reconocidas es ángel. Por el contrario, a una persona cuya maldad o fealdad son también reconocidas la llamamos demonio. Ello hace que, si aceptamos como verdadera la adecuación

[5] “Melibea es un ángel”,

tengamos que considerar necesariamente falsa a

[6] “Melibea es un demonio”,

si con Melibea nos referimos en ambos casos a la misma persona y la consideramos bajo el mismo aspecto; y ello porque ángel y de demonio son antónimos lo mismo cuando se usan literalmente que cuando se usan translaticiamente. Los valores de verdad de [5] y [6] son incompatibles entre sí y se excluyen mutuamente porque, si consideramos adecuada o correspondiente a la realidad a una de esas aseveraciones, la otra tendrá que ser reputada necesariamente inadecuada o falsa.

Incluso cuando se propone por alguien una adecuación que no es corriente o usadera en un ámbito lingüístico o cultural, si esa adecuación se acepta aunque sólo sea hipotéticamente, es susceptible de recibir los valores de verdad y los hablantes están autorizados a inferir de ella toda una larga serie de implicaciones verdaderas o falsas sobre el objeto de la adecuación. Analicemos, para hacer ver esto, un texto de La Celestina en el que Calisto, cayendo en una clara heterodoxia, llama dios a Melibea:

Sempronio.- ¿Tú no eres cristiano?

Calisto.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo (...).

Semp.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca mujer.

Cal.- ¿Mujer? ¡Oh grosero! ¡Dios, dios!

Semp.- ¿Y así lo crees? ¿O burlas?

Cal.- ¿Que burlo? Por dios la creo, por dios la confieso y no creo que hay otro soberano en el cielo; aunque entre nosotros mora.

Semp.- (¡Ha, ha, ha! ¿Oístes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?).

Cal.- ¿De qué te ríes?

Semp.- Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.

Cal.- ¿Cómo?

Semp.- Porque aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el que confiesas ser dios” (Rojas, 1969: 49-51. Los subrayados con míos).

Aunque lo más probable es que la palabra dios, en boca de Calisto, deba ser interpretada literalmente dado lo explícito de su profesión de fe en Melibea, su criado la sigue entendiendo (una vez rechazada la posibilidad de una interpretación irónica) como una metáfora y por ello insiste en que literalmente Melibea no es más que una ““flaca mujer” (flaca, referido al ámbito moral, como parece ser aquí, sería ya una metáfora semilexicalizada con respecto al significado literal de delgada, pues parece menos razonable la hipótesis de que Melibea fuese también literalmente flaca) a la que sólo estaría permitido llamar dios de forma translaticia, sea metafórica o irónicamente. Pero, sea que Calisto califique a Melibea de dios translaticia o literalmente, la creencia de Calisto, que podemos sintetizar en la aseveración

[7] Melibea es dios,

hace que, una vez propuesta la adecuación de esta creencia y aceptada como verdadera, su negación deba ser considerada falsa. Por ello Calisto deberá negar la sugerencia de Sempronio de que Melibea no sea más que una flaca mujer, por inadecuada con la realidad tal como la entiende Calisto. Y aceptar como verdadera la adecuación propuesta por Calisto entre Melibea y la divinidad implica que lo creído, debido o indebido para con la divinidad deba ser también creído, debido o indebido para con Melibea. Por ello la profesión de fe de Calisto en Melibea debe ser un calco fiel de la profesión de fe de un creyente monoteísta para que la adecuación se siga manteniendo en sus implicaciones. Una vez aceptada la verdad de [7], la adecuación debe seguir manteniéndose y debe ser lícito aplicar a Melibea todos los términos que el creyente suele utilizar para referirse a la divinidad. Y ello para poder mantener la coherencia del discurso. Es más, no se trata solamente de una cuestión terminológica, sino que, con la aplicación a Melibea de palabras que ortodoxamente sólo son válidas para hablar (¿literalmente?) de la divinidad –adorar: reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina” y “reverenciar y honrar a Dios con el culto religioso que le es debido” (DRAE); creer: dar firme asenso a las verdades reveladas por Dios” (DRAE); y, aunque esta acepción no aparece en el DRAE, confesar: “reconocer a Dios y admitir las verdades por Él reveladas” (Casares, 1979)–, el objeto Melibea adquiere una entidad nueva y debe ser entendido de un modo nuevo. Por ello, la pretensión de Calisto consistente en querer mantener relaciones sexuales con Melibea –que sería una pretensión de lo más normal y nada criticable en cualquier otro contexto de una trama amorosa– adquiere características específicas y criticables por parte de Sempronio. Esto es, aunque Sempronio sabe que es falsa la adecuación establecida por su amo en [7], y quizás precisamente porque lo sabe, puede llevar hasta sus últimas consecuencias las implicaciones que hay en llamar dios a Melibea y acusar a Calisto de pretender cometer un pecado más nefando que el de los propios sodomitas cuando quisieron tener relaciones sexuales con unos ángeles alojados en la casa de Lot: Ríome, que no pensaba que había peor invención de pecado que en Sodoma.(…) Porque aquéllos procuraron abominable uso con los ángeles no conocidos y tú con el que confiesas ser dios. La inferencia que hace Sempronio de la aceptación de [7] como verdadera es fruto de una coherencia paradigmática y semánticamente impecable: si los sodomitas quisieron cometer un pecado de los reputados más nefandos porque Calisto quiere usar del único dios conocido, entonces el pecado de Calisto debe ser reputado más nefando aún que el pecado de los sodomitas.

Del análisis de este caso se pueden extraer dos importantes consecuencias para el tema objeto de estudio aquí:

  • Que, una vez establecida una determinada adecuación entre una palabra y un objeto como una adecuación verdadera, la negación de esa adecuación debe ser reputada falsa.

  • Que, establecida como verdadera una determinada adecuación, se dispara automáticamente todo un sistema de inferencias coherentes con la adecuación establecida cuya verdad o falsedad serán una función de esa adecuación. En este último caso, la verdad o falsedad de las inferencias ya no será juzgada por la adecuación entre esas inferencias y la realidad, sino por su coherencia con la verdad que se haya establecido en el punto de partida. De ahí que, desde ese momento, la verdad o la falsedad de lo que se diga ya no pueda ser juzgada en relación a la noción de verdad como adecuación/correspondencia, sino en relación a la noción de verdad como coherencia, como veremos a continuación.

4.3. Metáfora y verdad coherencia

Como hemos visto en la sección anterior, la aceptación como verdadera de una adecuación básica –sea metafórica o literal– entre un término y un objeto autoriza a hacer inferencias y a tejer redes conceptuales que serán reputadas verdaderas o falsas por los hablantes según que aparezcan como coherentes o incoherentes con la adecuación de partida. Esto es, en muchos casos adjudicamos los valores de verdad a una aseveración no directamente, mediante el contraste con la realidad que el contenido cognoscitivo que esa aseveración pueda tener, sino indirectamente, porque nos aparezca como coherente o no coherente con las creencias sobre la realidad que refleja la adecuación de partida en nuestro discurso. Lo que nos permitirá calificar de verdadera a una determinada aseveración será una función de su coherencia con otra aseveración anterior más básica o con un sistema más complejo de proposiciones o creencias sobre el mundo. Así, la proposición literal

[8] “El sol y la luna son planetas de la tierra”,

recibirá el valor de verdad V en la medida en que la consideremos coherente con (o deducible de) una proposición más básica, que podría ser algo así como

[9] “La tierra es el centro del universo y alrededor de ella giran todos los demás cuerpos celestes”.

La verdad de [8] es inferida por su coherencia con la verdad de [7], sin que sea necesario el recurso al contraste entre [8] y la realidad, realidad que, por lo demás, la valoramos según teorías como la que subyace a [9]. Por el contrario, si nuestras creencias sobre el sistema solar cambian lo suficiente como para que consideremos falsa a [9], entonces, en cuanto que la verdad de [8] la entendemos subsidiaria de la verdad de [9], deberá cambiar también el valor de verdad de [8].

La coherencia funciona como un presupuesto básico del discurso –análogo al Principio de Caridad– que hace que supongamos, de entrada, que todo discurso es racional y razonable. Pero también la coherencia es un presupuesto básico para relacionar discurso y acción, presupuesto que está en la base de la creencia expresada en el refrán que aconseja que hay que predicar con el ejemplo. Si un paciente con una alta tasa de colesterol en sangre, sabiendo que su médico también la tiene, oye a su médico toda una relación pormenorizada sobre los peligros para la salud de la ingesta de alimentos ricos en grasas polisaturadas a la vez que sabe el paciente que el propio médico no se priva en absoluto de ingerir alimentos ricos en grasas polisaturadas, el poder de convicción de los argumentos del médico es de esperar que sea muy bajo en el paciente. Y ello porque el discurso del galeno (el predicar) es incoherente con su acción (el ejemplo). Aunque el valor de verdad de las aseveraciones del médico no dependa lógicamente de sus actos, sino de la relación de esas aseveraciones con ciertas teorías y ciertos experimentos, el oyente tenderá a conferir un valor de verdad distinto a los consejos del médico, si éstos no van acompañados de un obrar coherente con ellos. Parece ser, pues, una condición ineludible por parte del hablante la de que éste acompañe su discurso con acciones coherentes con él para que el oyente considere verdadero tal discurso.

Esta subordinación de la verdad del discurso a su coherencia con la acción del hablante, que hace que el oyente juzgue de la verdad de lo que se le dice por su coherencia con lo que hace el hablante y que funciona en las aseveraciones en que todos sus términos están usados en su sentido más literal y técnico, se produce del mismo modo en el ámbito de las proferencias metafóricas. Cuando un dirigente de un partido político afirma, refiriéndose al partido en que milita,

[10] “El nuestro es el partido de los descamisados”,

mientras que va vestido con una camisa de seda y hecha a medida, parece razonable pensar que el oyente, una vez descartadas por el contexto las posibles interpretaciones literal e irónica que [10] es susceptible de tener, le confiera su valor de verdad en atención a la coherencia de [10] con la vestimenta de quien la profiere más que en atención a si se corresponde o no la actuación política de ese partido a las implicaciones semánticas de la metáfora focalizada en descamisados. Precisamente, para dar un cierto carácter de verosimilitud a [10], quien lo asevera debe revestirse del “uniforme de descamisado” una vez cada cuatro años, cuando necesita hacer ver a sus votantes que su acción y su discurso son coherentes.

Centrándonos ya en las metáforas, la noción de verdad como coherencia es especialmente relevante y operativa para el análisis del segundo nivel en el que podemos encontrar una metáfora: el nivel de la semilexicalización. Y ello es así porque la mayoría de las metáforas de una lengua están justamente incluidas entre las semilexicalizadas, porque estas metáforas son compartidas por la mayoría de los hablantes de la lengua en cuestión y porque, cuando las usan, los hablantes y los oyentes son conscientes de su carácter metafórico. Las metáforas semilexicalizadas tienen dos características fundamentales que las diferencian de las metáforas lexicalizadas y de las metáforas creativas:

Son compartidas y asumidas como adecuadamente verdaderas por la comunidad de los hablantes.

Entran a formar parte de redes más amplias, que conforman una forma determinada de conceptualizar y comprender la realidad.

Con respecto a la primera característica, es importante destacar que los hablantes no se detienen normalmente a pensar si lo aseverado en casos tales como

[11] “Juan es un león”,

[12] “Esto es una tarea de monos”, o,

[13] “Concha es una foca”,

es verdadero o falso en cuanto adecuado o inadecuado a la realidad del comportamiento o de las características de los leones, los monos o las focas. Pues, probablemente, el contraste con la realidad mostraría que lo afirmado de los leones, los monos o las focas en [11]-[13] es falso/inadecuado. Y ello porque, probablemente, los leones sean menos fieros de lo que los pintan y menos fieros que Juan, los monos no lleven a cabo tareas tan complicadas y las focas sean más gráciles y estén mejor adaptadas a su medio que la paradigmática Concha. Lo que hace que [11], [12] o [13] sean operativas y sean consideradas como verdaderas –probablemente incluso por los zoólogos cuando no hablan qua zoólogos– no es, pues, su adecuación a la realidad, sino su coherencia con ciertas creencias nuestras sobre los leones, los monos y las focas.

Justamente lo que permite que declaremos verdaderas o falsas muchas metáforas semilexicalizadas –y con ello entro en el punto segundo de los anunciados– es el que las entendamos como coherentes o incoherentes con una metáfora básica cuya adecuación hemos establecido nosotros o nos ha venido dada entre las creencias de nuestra cultura. Dejaré para la sección siguiente la consideración de para qué se establecen las metáforas novedosas y analizaré aquí básicamente algunas metáforas semilexicalizadas, cuya verdad nos ha venido dada en nuestro adiestramiento o proceso de socialización en nuestra lengua y en nuestra cultura. Como he señalado en el capítulo anterior, una de las notas destacables de estas metáforas semilexicalizadas consiste en que son ellas las que conforman nuestra manera de entender la realidad, de modo que “vivimos de ellas” y nos filtran nuestra experiencia de esa realidad. Estas metáforas son solidarias con creencias sobre la realidad y sobre la forma de comportarse los objetos, creencias del tipo de la que mantiene que las focas deben ser obesas por definición. De acuerdo con esta creencia, el oyente de [13] no pensará, prima facie, que el hablante quiere significar, al proferir [13], que Concha sea una persona ágil en un medio acuático, que viva en mares fríos, que esté adaptada a su medio y que se alimente exclusivamente de pescado; aunque todas éstas sean características bien conocidas de las focas. Lo que el oyente entenderá, al oír [13], es que el hablante le quiere significar exclusivamente que Concha es obesa; y ello porque foca está semilexicalizada en español para significar translaticiamente la obesidad, aunque el DRAE aún no haya recogido esta acepción.

Pero, además, una vez aceptada como verdadera una metáfora básica, se puede disparar un proceso de producción de toda una compleja red de metáforas subsidiarias de la metáfora nuclear para la que los valores de verdad no se adjudicarán en razón de su contraste directo con la realidad, sino en razón de la coherencia de estas metáforas subsidiarias con la metáfora básica.

Y lo mismo que acontece en el lenguaje ordinario, acontece también en las jergas técnicas o científicas más especializadas. Así, cuando nació la economía como ciencia en los siglos XVIII y XIX, el modelo de toda ciencia era la mecánica clásica y, de acuerdo con él, los sistemas económicos fueron entendidos en términos de sistemas mecánicos. De acuerdo con ello la metáfora nuclear que expresaba este modo de ver las cosas podría ser sintetizada como

[14] “La economía es un mecanismo”.

Y, en coherencia con ella, es como se pudieron aplicar metafóricamente a la economía los términos que ya tenían un significado literal perfectamente delimitado en el ámbito de la mecánica. Ello hizo posible que aseveraciones como

[14.1] “Es necesario un ajuste monetario”,

[14.2] “Las fuerzas económicas y sociales están desequilibradas”, o,

[14.3] “Es necesario enfriar la economía”,

fuesen susceptibles de recibir los valores de verdad en la medida en que eran coherentes con la metáfora básica de [14] y que términos como los que he subrayado en los ejemplos anteriores terminaran por convertirse en términos técnicos de la economía. Ahora bien, posteriormente se propuso otra metáfora básica alternativa a [14], que era la que entendía la economía no como un mecanismo sino como un ser vivo susceptible de estar sano, enfermar, alimentarse, crecer y sufrir todos los procesos que suelen sufrir los seres vivos. La propuesta de la metáfora biológica en sustitución de (o en competencia con) la metáfora mecánica hará que ya no nos imaginemos al economista revestido con el mono azul del mecánico ajustador, sino revestido con la bata blanca del médico o del biólogo. Y, más allá de la broma de los uniformes profesionales, la nueva metáfora permitirá todo un sistema de aseveraciones susceptibles de ser valoradas como verdaderas o como falsas, que serán coherentes con ella e incoherentes con la anterior. Si la nueva metáfora básica es:

[15] “La economía es un organismo vivo”,

entonces se podrán aseverar sobre la economía cosas como

[15.1] “La economía mundial goza de buena salud”,

[15.2] “La economía mundial ha sufrido una encefalitis causada por una fiebre altísima”, o,

[15.3] “El paro devora los recursos de la economía mundial”.

Pero este tipo de sustituciones de un sistema metafórico por otro no suele ser total ni uniforme, porque suele acontecer que muchos de los términos metafóricos coherentes con el sistema en desuso sigan siendo usados aun cuando los hablantes no los relacionen ya con la metáfora básica porque se hayan lexicalizado y se hayan convertido en términos técnicos. Un caso de este tipo puede ser el del término ajuste que, cuando es pronunciado por el Ministro de Economía de turno, probablemente no lo relacionemos ya de modo natural con la metáfora mecánica en economía. En estos casos lo que acontece es que esos términos (equilibrio, ajuste o balance, por ejemplo) permanecen como testigos o huellas de esa metáfora desaparecida o en trance de desaparición y ahora ya con su significado de segundo orden lexicalizado y entendido como un significado técnico en economía. Probablemente, si le preguntásemos a un economista qué es un balance, nos diría que un balance es confrontación del activo y el pasivo para averiguar el estado de los negocios o del caudal o estado demostrativo del resultado de dicha operación” (DRAE), que se trata de un término técnico en economía y que, cuando él hace un balance, en absoluto se le ocurre relacionar lo que él hace con el significado lexicalizado que tiene ese término en mecánica como movimiento que hace un cuerpo, inclinándose ya a un lado, ya a otro” (DRAE). Pero, para el lingüista o para el filósofo del lenguaje, el hecho de que el economista utilice ese término y no otro cualquiera le sirve para reconstruir un sistema metafórico, al modo como un trozo de esqueleto le sirve al paleontólogo para reconstruir un organismo desaparecido.

Hay también términos que pueden funcionar coherentemente en dos o más sistemas metafóricos, pero, en este caso, en cada uno de ellos adquirirán significados de segundo orden distintos, con valores de verdad distintos y con implicaciones semánticas y cognitivas diferentes. Así, en el ejemplo aludido de la economía, un grupo de términos compartidos por las metáforas mecánica y biológica es el grupo de los términos relacionados con la temperatura. Suponemos que, al igual que las máquinas y los organismos vivos, una economía tiene una temperatura ideal de funcionamiento, por encima o por debajo de la cual esa economía no funciona adecuadamente. Ahora bien, según el modelo metafórico y la metáfora básica a los que hagamos referencia cuando usamos esos términos en economía, los valores de verdad de las aseveraciones metafóricas deberán variar para que podamos mantener la coherencia entre la metáfora básica y las metáforas subsidiarias. Cuando el Ministro de Economía mantiene que la economía se ha calentado excesivamente y, a continuación, propone que se le aplique un antitérmico, sabemos que está hablando en coherencia con la metáfora biológica o que es la metáfora biológica el punto de referencia de su discurso. Pero si, por el contrario, propone que se le inyecte a la economía un fluido refrigerante, estará enmarcando su discurso de acuerdo con (o en relación a) la metáfora mecánica. De modo que, para un hablante para quien actualmente sólo fuese válida la metáfora biológica y oyese al Ministro proponer que a la economía hay que inyectarle un fluido refrigerante, lo más probable es que adjudicase a la proferencia del Ministro el valor de verdad F y pensase que el Ministro se había equivocado. Del mismo modo, lo que, según la metáfora mecánica sería una alta o baja temperatura de la economía, para la metáfora biológica debería ser fiebre o hipotermia, respectivamente.

Junto al hecho de que un término metafórico determinado pueda pertenecer a dos o más redes metafóricas y sea susceptible de recibir valores de verdad distintos la aseveración en que aparezca en cada caso, está también el hecho de que las metáforas tienen, en muchos casos, un significado abierto –con sus valores de verdad también abiertos– que sólo se podrá cerrar en función de las coordenadas cognoscitivas en que se sitúe el oyente y en función del contexto de la proferencia. Un caso paradigmático de esto es al que hace referencia J. Searle (1986: 95), cuando cita la afirmación de Romeo

[16] Julieta es el sol,

que, según la interpretación canónica en función del contexto de la proferencia, debe significar

[16.1] El día comienza con Julieta.

 Searle confiesa que esta lectura nunca se le hubiera ocurrido a él. Y aunque Searle no dice cuál sería el significado que a él se le hubiese ocurrido a primera vista para [16], podemos imaginar dos interpretaciones alternativas, según el tipo de oyente de [16], y ambas teniendo en cuenta características básicas del sol, conocidas por todos los hablantes y no demasiado incoherentes en el discurso de un enamorado, como sabemos que es el discurso de Romeo. Estas dos características básicas del sol son la de ser fuente de luz y la de ser fuente de calor. En función de ellas, [16] podría significar alternativamente

[16.2] “Julieta ilumina mi día”, o,

[16.3] “Julieta calienta mi día”.

Lo mismo [16.1] que [16.2] o [16.3] serían coherentes con [16], de modo que la decisión sobre cual de las tres interpretaciones es la más correcta para [16] tiene que venir de la mano de la clave interpretativa del oyente, si no está perfectamente definida por el contexto. Para un ciego de nacimiento, por ejemplo, lo más razonable es pensar que concederá el valor de verdad V a [16.3] y el valor F a [16.2], porque podemos presumir que, para él, lo más significativo del sol es su calor y no su luz. Lo que hace que una metáfora abierta (open-ended, la llama Searle) como [16] reciba un significado u otro, y con ello valores de verdad distintos, es su coherencia con los saberes y las creencias del oyente. Y, puesto que los oyentes tienen diversos niveles de creencias y diversos niveles de formación, en cada oyente o grupo de oyentes la metáfora abierta será susceptible de recibir valores de verdad distintos. El mismo Searle sugiere dos significados alternativos para [15], que podrían ser

[16.4] Julieta es en su mayor parte gaseosa, y,

[16.5] Julieta está a 90 millones de millas de la tierra.

Pero, aunque éstas sean características sobresalientes y bien conocidas del sol, son propiedades del sol que el hablante normal no suele tener en cuenta cuando habla del astro rey o piensa en él, aunque las conozca. Por el contrario, quizás sí serían propiedades en las que es más razonable esperar que pensase un astrónomo profesional cuando habla del sol. En ambos casos los valores de verdad de [16], puesto que no vienen sugeridos por el contexto, serían una función de los conocimientos del oyente.

Si las metáforas semilexicalizadas plantean problemas de interpretación, que se trasladan automáticamente a sus valores de verdad a la hora de adjudicarlos, problemas más serios deben plantear las metáforas creativas o novedosas cuando son propuestas por primera vez sin que haya un sistema de referencia en relación al cual poder interpretarlas y que garantice cuál sea la interpretación correcta.

4.4. Metáfora y verdad descubrimiento/desvelamiento

El hombre no suele darse por satisfecho con lo conocido en cada momento, sino que en cada momento lo sabido y lo establecido como verdadero le aparecen como insuficiente. Esta situación de insatisfacción con respecto a lo conocido es la que lo lleva a intentar continuamente saber cosas nuevas o a conocer más profunda y ampliamente las cosas que cree insuficientemente sabidas. Glosando la famosa aseveración aristotélica del comienzo del libro A de la Metafísica, se podría decir que el hombre desea por naturaleza conocer cada vez más cosas nuevas y más profundamente las cosas ya sabidas. En esta situación de insatisfacción para con lo sabido es donde tiene su lugar adecuado la noción de verdad como descubrimiento/desvelamiento y, en relación con la expresión de los conocimientos novedosos, es donde ejerce plenamente su papel la metáfora creativa. Las nociones de verdad como adecuación y de verdad como coherencia llevan asociadas una concepción estática del saber, mientras que la noción de verdad como descubrimiento/desvelamiento lleva asociada una concepción dinámica del saber. Quizás como mejor se haya expresado históricamente la concepción estática del conocer, que conllevan las nociones de verdad como adecuación y de verdad como coherencia, haya sido mediante la metáfora del espejo, metáfora que lleva a entender los procesos cognitivos como reflejo de lo que las cosas son. Para que la mente pueda reflejar o espejear la realidad ambos extremos de la reflexión, mente y realidad, deben estar en una situación de reposo, por lo que cualquier cambio en uno de los extremos aparece como un elemento perturbador para este ideal, como tematizaron abundantemente los escépticos en sus tópicos. En el ámbito semántico esta adecuación o correspondencia se debe dar entre el significado de una sentencia y los hechos. Un caso de una nueva versión de la noción de verdad como adecuación/correspondencia aplicado al ámbito del significado es el que parece subyacer en el siguiente texto:

A true statement is a statement that is true to the facts. This remark seems to embody the same sort of obvious and essential wisdom about truth as the following about motherhood: a mother is a person who is the mother of someone the property of being a mother is explained by the relation between a woman and her child; similarly, the suggestion runs, the property of being true is explained by a relation between a statement and something else. Without prejudice to the question what the something else might be, or what word or phrase best express the relation (of being true to, corresponding to, picturing), I shall take the licence of calling any view of this kind a correspondence theory of truth. (Davidson, 1984: 37. Los subrayados son del original).

Una teoría de la verdad como correspondencia/adecuación, como la reflejada en el texto de Davidson, presupone la existencia de significados inmutables para los términos, significados que describen o se refieren a unos hechos que hay que suponer también fijados. En el momento en que se produzca un cambio en uno de los dos extremos de la relación entre el significado de la sentencia o de la palabra y los hechos, la correspondencia deberá aparecer como inadecuada o falsa. Y precisamente esto es lo que ocurre muy a menudo con el propio ejemplo de Davidson. Justamente la palabra madre es el caso de una palabra usada muy a menudo metafóricamente, de modo que, al usarla translaticiamente, se rompe la relación de maternidad cuando se llama madre a muchos objetos que no pueden tener literalmente hijos. Cuando hablamos de madre patria, madre naturaleza, madre tierra, ser la madre del cordero, salirse de madre, sacar de madre, madre superiora, desmadrarse o enmadrarse, parece que la relación de maternidad no tiene mucho que ver, en estos casos, con el hecho biológico de dar a luz hijos.

Por su parte, la noción de verdad como coherencia también conlleva asociada la idea de una cierta estabilidad basada en una adecuación previa, explícita o implícitamente establecida. A partir de una adecuación establecida anteriormente la coherencia permite inferir lo que ya estaba establecido en la adecuación de partida. Pero todo aquello que no esté asumido en la adecuación de partida deberá ser entendido como falso o contradictorio con ella. Un caso típico y clásico de coherencia es el que se suele dar en las ciencias formales. Así, por ejemplo, a partir del postulado euclidiano de las paralelas sólo puede construirse una geometría que sea coherente con él, en cuanto que ese postulado es entendido y aceptado como una adecuación verdadera. Si, por el contrario, sustituimos la creencia de que por un punto exterior a una recta sólo puede pasar una paralela a esa recta por la creencia de que pueden pasar infinitas paralelas o de que no puede pasar ninguna, los sistemas coherentes con estos nuevos postulados deben llevar, y han llevado históricamente, a construir geometrías distintas de la euclidiana. Y este proceso tiene algo de mecánico.

Por el contrario, la noción de verdad como descubrimiento/desvelamiento conlleva asociada la idea de que el conocer es un proceso dinámico porque la adecuación entre lo conocido sobre los hechos y los hechos mismos es susceptible de no estar definitivamente clausurada. Así, por ejemplo, si decimos

[17] “Venus es un planeta”,

estaremos haciendo una afirmación más adecuada a los hechos, de acuerdo con nuestros actuales saberes astronómicos, que si decimos

[18] “Venus es un lucero”.

Y [18] será más adecuada a los hechos, de acuerdo con nuestros actuales saberes astronómicos y teológicos, que si decimos

[19] “Venus es una diosa”.

Y esta gradación de adecuaciones entre [19] y [17] es posible porque entre ellas ha mediado un proceso de descubrimiento que ha mostrado paulatinamente diversos niveles de verdad entre lo que nosotros conocemos o creemos conocer sobre el objeto Venus y el objeto o cosa a la que nos referimos con la palabra Venus. Aunque toda verdad fruto de un descubrimiento termine resolviéndose en una nueva adecuación, que acaba por falsar a otra u otras adecuaciones establecidas y entendidas anteriormente como verdaderas, en el momento en que se establece un descubrimiento o desvelamiento nuevos, éstos deben ser entendidos –para que puedan ser considerados como estrictamente novedosos– como incoherentes o inadecuados con lo sabido sobre el objeto. Y ello es lo que lleva a concebir el trabajo de la mente como una actividad dinámica, que continuamente está haciendo y deshaciendo adecuaciones.

En esta actividad de descubrir verdades, creencias u opiniones verosímiles sobre la realidad es donde la metáfora novedosa o creativa ejerce una función fundamental para conceptualizar y comunicar esos descubrimientos o desvelamientos de la realidad, sean estos descubrimientos de los que solemos entender como transcendentales para la humanidad o, más modestamente, descubrimientos cotidianos y considerados como menos dignos de atención. Ahora no se trata sólo de llamar de otra manera, por razones literarias o estéticas, a algo ya conocido, sino de conceptualizar algo que presumimos no conocido o que su conocimiento actual aparece como inadecuado o incoherente.

Pero esta función de nombrar o denominar a algo nuevo con palabras cuyo significado de primer orden se aplica a otra cosa no es una función neutral en la que la verdad descubierta y los pensamientos sobre ella puedan ser separados de los términos con que los expresamos. Los términos metafóricos novedosos con que nombramos eso que queremos comunicar como un descubrimiento terminarán por conformar el propio fenómeno descubierto, que no es nada para nosotros más que en la medida en que nos referimos a él de una determinada manera. En este sentido es en el que podemos decir que una metáfora novedosa crea o descubre la realidad en la medida en que

Some metaphors enable us to see aspects of reality that the metaphor’s production helps to constitute. But that is no longer surprising if one believes that the world is necessarily a world under a certain description –or a world seen from a certain perspective. Some metaphors can create such a perspective (Black, 1979: 39-40. El subrayado es del original).

 Y ello porque

The creative or productive aspects of generative metaphors, in virtue of which they can sometimes function as cognitive instruments through which their users can achieve novel views of a domain of reference (Black, 1979: 40).

M. Black no señala –por desgracia– cuáles sean esas metáforas que crean esas nuevas perspectivas, pero parece razonable pensar que no pueden serlo las metáforas lexicalizadas ni las semilexicalizadas. Las primeras porque en ellas el significado de segundo orden ha pasado ya a entenderse como el significado literal del término de que se trate, las segundas porque reflejan perspectivas asumidas por la comunidad de los hablantes, que, si bien debieron ser creativas –como también debieron serlo las perfectamente lexicalizadas– en algún momento, ahora ya no se entienden como tales.

Quedan, pues, como creadoras de perspectivas las que estoy llamando “metáforas creativas o poéticas”, que implican un descubrimiento o desvelamiento, si no de lo que las cosas sean en sí, sí, al menos, de lo que las cosas sean para el hablante. Y, en la medida en que una metáfora creativa descubre o constituye la realidad, en esa misma medida puede ofrecer una verdad nueva. Aunque el recurso a un ejemplo de una metáfora creativa es problemático, justamente porque, al ser nueva, se la mira con la prevención con la que se mira todo lo nuevo o desconocido, intentaré presentar y analizar un ejemplo, al que hacen referencia G. Lakoff y M. Johnson (1980: 185-187), y que, en mi opinión, refleja bastante bien cómo puede producirse un cambio de perspectiva con un caso concreto de una metáfora creativa.

Normalmente, cuando hemos terminado con bien un asunto que nos preocupaba o nos azoraba, solemos decir

[20] “He solucionado mi problema”.

Y, en esta metáfora, el foco (solucionar) suele ser entendido en relación a lo que podemos llamar “el modelo o la metáfora matemática”. Según esta metáfora básica, que es la que suele subyacer a aseveraciones como [20], un problema deja de ser tal cuando se le encuentra un resultado adecuado o, mejor dicho, cuando se da con el único resultado “verdadero”, porque cualesquiera otros resultados los reputaríamos falsos o pseudosoluciones. Los valores de verdad para [20] se adjudicarán en función de que el asunto que nos azoraba haya sido arreglado de una vez por todas, pues a un problema matemático sólo cabe dejarlo resuelto definitivamente o no resolverlo en absoluto. Si la solución de un problema matemático no es la adecuada, aunque su planteamiento sea el correcto, diremos que esa solución es errónea o falsa. Si es el caso de que el mismo asunto vuelve a aparecer al día siguiente, diremos que [20] era falsa, porque en un problema matemático no caben soluciones a medias que posibiliten su resurrección una vez resuelto “verdaderamente”. Esta metáfora ha hecho que la realidad de los asuntos humanos –sean éstos amorosos, monetarios o sanitarios, por ejemplo– sea conceptualizada en nuestra cultura siguiendo el modelo de la metáfora matemática; y por ello un filósofo con bastante sentido del humor pudo derrotarla al afirmar de sí mismo que él no era un problema porque no tenía solución. Comoquiera que esta metáfora matemática está bastante bien asumida culturalmente, a pesar del filósofo humorista, se pueden generar a partir de ella, toda una serie indefinida de aseveraciones sobre los asuntos humanos, aseveraciones susceptibles de recibir los valores de verdad por su coherencia con [20], utilizando para ello términos cuyo significado literal pertenece al ámbito matemático. Ejemplos de este tipo de aseveraciones subsidiarias y coherentes con [20] podrían ser:

[20.1] “He despejado la incógnita de mi enfermedad”,

[20.2] “He planteado muy bien el problema de mi relación amorosa con Paquita”, y,

[20.3] “He resuelto la angustiosa situación de liquidez que me acongojaba”.

Esta forma de ver y conceptualizar los asuntos humanos en función de la metáfora matemática, que está prácticamente semilexicalizada y por ello “vivimos de ella” y no solemos ponerla en cuestión ni preguntarnos por su conveniencia o idoneidad, puede ser sustituida por otra en la que el término solución no haga referencia a su significado en el ámbito de las matemáticas, sino a su significado en el ámbito de la química como mezcla que resulta de disolver cualquier sustancia en un líquido” (DRAE). A primera vista esta metáfora química puede parecer chocante, justamente porque es incoherente con la metáfora matemática desde la que ordenamos nuestra experiencia en los asuntos humanos, porque no pertenece a nuestros esquemas conceptuales habituales y porque es creativa o poética. Ahora bien, si nos paramos a considerarla detenidamente, quizás resulte más adecuada para hablar de los asuntos amorosos, económicos o sanitarios está metáfora química que la metáfora matemática semilexicalizada. Y ello porque, a diferencia de los problemas matemáticos, los problemas humanos son susceptibles de admitir varias soluciones y, sobre todo, son susceptibles de reaparecer, incluso cuando han sido o se han creído resueltos definitivamente. La misma enfermedad puede volver a aparecer, las relaciones con Paquita se pueden volver a deteriorar o la creencia en que la liquidez económica de uno es buena puede mostrarse falaz.

Hagamos el experimento mental de suponer que esta metáfora química funcionase normalmente para hablar de asuntos humanos tales como el de un problema de salud debido a una enfermedad. De acuerdo con la metáfora matemática, el problema o los problemas causados por una enfermedad deberían ser resueltos definitivamente. Pero nosotros sabemos que esto no suele ser así y que muchas enfermedades pueden ser paliadas en sus efectos, pero no curadas, o que otras enfermedades dejan secuelas aunque el paciente se crea curado y haya sido dado de alta. De acuerdo con estas consideraciones, quizás resultase más adecuado el marco de referencia que proporciona la metáfora química para hablar de asuntos mórbidos que la metáfora matemática, porque una enfermedad se puede curar definitivamente, sólo provisionalmente, puede sufrir metástasis, puede ser enmascarada mediante un tratamiento sintomático o se puede sugestionar al paciente de su curación mediante la administración de un placebo para que la crea erradicada. Toda esta riqueza y variedad de situaciones en que se puede encontrar un asunto mórbido difícilmente puede ser conceptualizada de acuerdo con lo que sugiere la metáfora matemática, donde sólo caben dos alternativas: solucionar o no solucionar el problema de la enfermedad. La aceptación de la metáfora química como adecuada para hablar de eso que, con un eufemismo, estoy llamando un “asunto mórbido” permitiría conceptualizarlo de otro modo –quizás más matizadamente– y permitiría, también, generar toda una serie de aseveraciones como:

[21] “Mi enfermedad está en estado coloidal”,

[22] “Mis dolores se han sedimentado”,

[23] “Mis dolores se han disuelto”, o,

[24] “El medicamento prescrito ha emulsionado mis fiebres”,

aseveraciones que serían susceptibles de recibir los valores de verdad por su coherencia o incoherencia con la metáfora química.

Una metáfora creativa o poética significa, pues, el descubrimiento de una cuestión nueva o el descubrimiento de que una vieja cuestión puede ser considerada desde una perspectiva distinta de aquella perspectiva desde la que se venía considerando tradicionalmente. En este sentido es en el que se puede hablar propiamente de que una metáfora creativa conlleva el descubrimiento o desvelamiento de una verdad sobre lo que las cosas sean, al menos, para el hablante. Y este descubrimiento, para que sea tal descubrimiento, debe comenzar por ser incoherente con los saberes o creencias admitidos y con las verdades establecidas por esos saberes o creencias. Por ello una metáfora creativa tiene que aparecer a los oyentes como chocante con los saberes o creencias en los que están firmemente instalados, al modo como resulta chocante el descubrimiento de un hecho científico no previsto por la teoría dominante en el momento en que ese descubrimiento se produce. Y, al igual que el descubrimiento de un hecho científico no previsto por la teoría obliga, tarde o temprano, a reformar la propia teoría o a sustituirla por otra y a reformar los sistemas de asertos sobre la realidad que la primera conlleva, la aparición de una metáfora creativa obliga a los hablantes a reformularse los esquemas de pensamiento con los que venían conceptualizando el objeto al que la metáfora creativa se refiere y los objetos relacionados con el primero.

Pero el destino de una metáfora creativa y de la verdad descubrimiento/desvelamiento que conlleva es –como el de un descubrimiento científico o geográfico– dejar de serlo y pasar a pertenecer al ámbito de lo sabido. Una vez aceptada por la comunidad de los hablantes la verdad como descubrimiento/desvelamiento de una metáfora creativa y asumido el esquema conceptual que conlleva o al que pertenece, esa verdad pasará a ser considerada como una adecuación verdadera susceptible de crear su propia red de metáforas subsidiarias y coherentes con ella. Esto hace que una metáfora creativa esté siempre en una situación de equilibrio inestable. Y ello porque, desde el mismo momento en que haya llevado a cabo su objetivo de crear un nuevo esquema conceptual, la adjudicación de los valores de verdad de lo aseverado con ella o con sus metáforas subsidiarias habrá que hacerla desde las nociones de verdad como adecuación/correspondencia o de verdad como coherencia. Pero a estos extremos no se habría podido llegar si no hubiese mediado antes un proceso de descubrimiento o desvelamiento novedoso de verdades sobre las cosas o, por decirlo con una fórmula más radical, si esa metáfora no hubiese creado antes una verdad sobre lo que las cosas sean.

En resumen, a las aseveraciones metafóricas se les pueden aplicar los valores de verdad del mismo modo a como se aplican a las aseveraciones literales. Y esto se puede hacer teniendo como marco de referencia las tres teorías filosóficas clásicas de la verdad, cuya aplicación sería especialmente pertinente para cada uno de los tres estadios en que se puede encontrar una metáfora: metáfora lexicalizada, metáfora semilexicalizada y metáfora creativa o novedosa.

 

 

© Pedro J. Chamizo Domínguez. La metáfora (semántica y pragmática) Primera edición en español, 2005. Versión  autorizada por el autor para Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez. Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes. Enero de 2005.

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