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Romanticismo

Los años finales del siglo XVIII se caracterizan por una rápida transformación en las convicciones que habían distinguido el siglo llamado de “las luces” (la Ilustración, gusto neoclásico) y que había llevado a un dominio absoluto de la razón. Comienza a surgir ahora una posición radicalmente diferente: se empieza a sentir que la naturaleza esencial del ser humano no es la razón, a la vez que surge una obsesión por lo irracional, los instintos, los hábitos, los sentimientos… El conocimiento, se cree ahora, no viene tanto de la universalidad de un proceso racional, como de la proyección creadora de nuestro propio yo. El contraste entre la Ilustración y el Romanticismo se puede ejemplificar a través de cómo se percibe la naturaleza: en la Ilustración se ve como un mecanismo perfecto (representado metafóricamente por el reloj), la renovación romántica concibe la naturaleza como un organismo (cuya representación metafórica pasa a ser el árbol); es decir, de una totalidad hecha, perfecta, que poco a poco vamos descubriendo (descorriendo cortinas de ignorancia), a un estar siendo, a un hacerse.

La realidad en el Romanticismo se presenta, pues, en función de la subjetividad del yo en un mundo en constante transformación. Se pide que la filosofía recupere algo de la poesía y se insiste en la subjetividad como creación.

El paso del “deseo de la inmovilidad a la esperanza del cambio” que parece caracterizar la transición de la Ilustración al Romanticismo, no significa el rechazo absoluto del pensamiento de la Ilustración, implica más bien un proceso de asumir la racionalidad como un factor más en el devenir humano. Se rechaza, es cierto, que la verdad posea una estructura objetiva, independiente del yo que la busca; el énfasis pasa, por tanto, del deseo de encontrarla, al deseo de crearla: la religión, la política, la filosofía, el arte, … como actos de creación.

El Romanticismo responde igualmente a las marcadas transformaciones sociales que caracterizan e inspiran el proceso revolucionario de la Revolución Francesa y de la Constitución de Estados Unidos. Si el pensamiento de la Ilustración responde a una visión aristocrática del mundo, en el que la cultura era patrimonio de una minoría, el Romanticismo va a encarnar las preocupaciones burguesas y el nuevo orden socioeconómico, tanto en su talante liberal (utopismo, cosmopolitismo, optimismo) como en el conservador (nostalgia por el pasado, regionalismo, insatisfacción). En realidad, el Romanticismo es multifacético, con numerosas perspectivas, a veces contradictorias, propias del relativismo que lo nutre. Se valora el universo con la medida de un yo espiritual, subjetivo, emotivo. Y al chocar en el romántico su mundo interno con la realidad que le circunda, se resuelve bien en el escapismo, bien en la desesperación (y en sus creaciones en el suicidio). La exaltación del yo lo lleva a la soledad, su egocentrismo a la voluntad de gloria, de triunfo.

En la literatura y en las artes en general la originalidad pasa a ser una parte central del proceso creador. El concepto artístico de la Ilustración que buscaba reglas universales, eternamente válidas, con el objetivo de que al aplicarlas se conseguiría también la obra perfecta, da ahora paso a la libertad artística. Como símbolo de esta nueva actitud nos ha quedado la situación extrema que se aplicaba a la obra de teatro al exigir el rigor de las tres unidades (espacio, tiempo y acción) en la construcción de una obra teatral. El Don Juan Tenorio de Zorrilla es un buen ejemplo del rechazo de las reglas impuestas. En la obra artística, sobre todo, se revalúa la naturaleza para hacerla coincidir con la perspectiva anímica de quien la observa.

Además del esquema citado anteriormente que contrasta la Ilustración con el Romanticismo, podemos también representar de un modo más gráfico ambos periodos a través de la pintura y dentro del contexto español de la pintura de Goya.

(Gomez-Martínez)

Proyecto Ensayo Hispánico