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La voluntad de estilo en el ensayo

Denominamos voluntad de estilo al deseo consciente del ensayista de que su ensayo sea una obra literaria, que su contenido valga por el valor artístico con que está expresado: en el ensayo el cómo se dice y el qué se dice ocupan un mismo plano de valor. Si falta la intención artística se convierte en un texto académico o en un texto de divulgación; si falta un contenido que proyecte —sugiera— ideas en el lector, podrá ser prosa poética, pero no ensayo.

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La libertad del escritor de ensayos en cuanto a la elección del tema puede únicamente compararse a la del artista, y, al igual que éste, se guía en su producción literaria por inspiración. Ahora bien, como creador es libre en el elegir, pero como ensayista se diferencia de los que cultivan los otros géneros literarios en que no es libre ante los datos.

El hecho de que el ensayista por una parte goce de libertad y elija por inspiración, y que por otra deba mantenerse dentro de los estrechos límites de la "verdad", lógica o científica, proporciona al ensayo un carácter peculiar que le permite cabalgar al mismo tiempo a lomos de la literatura y de la ciencia. Esto hace que los límites del ensayo sean vagos y que con frecuencia se le confunda con los escritos eruditos.

Hay críticos, filósofos, historiadores, etc. que se acercan en sus escritos al ensayo, al intentar en ellos una superación estética; del mismo modo que por carecer de ella, hay pretendidos ensayistas que no pasan de simples divagadores. Del mismo modo que muchos escriben poemas, aun cuando el número de poetas sea escaso, también podemos decir que a pesar de lo popular del género ensayístico, muy pocos merecen ser aclamados como ensayistas. Ello se debe a que muy pocos también supieron proyectar, con voluntad de estilo, su personalidad en los ensayos, de modo que ésta estuviera presente no sólo en el contenido, sino también en el uso de cada una de sus palabras.

En una reducción, quizás excesiva, pero que nos sirve para comprender este aspecto, se pueden resumir en tres las características esenciales del ensayista: a) es un pensador; b) se nutre de la tradición, pero en lugar de enterrarse en ella, como el erudito, la usa para superarla; y c) escribe en un estilo personal y de elevado valor estético, que por sí sólo hace del ensayo una obra de arte, independiente del mérito de su contenido.

En el ensayo se reemplaza la ordenación científica por la estética, y, como género literario, se acerca a la poesía, pues se modela a través de la actitud del ensayista —sea ésta satírica, cómica, seria, etc.—, por lo que lo poético constituye el trasfondo del ensayo, aunque ésta sea poesía del intelecto. De ahí que el verdadero asunto del ensayo no sean los objetos o los hechos tratados, sino el punto de vista del autor, el modo como éstos son percibidos y presentados; por ello, cómo se dice una cosa es tan importante como qué se dice.

Pero en este punto toda explicación parece pobre; sólo el texto mismo puede proporcionarnos una guía, a modo de ejemplo, de cómo el ensayista crea y sostiene dicho equilibrio al mismo tiempo que encierra en la unidad del ensayo las tres características anteriores. Veamos el siguiente párrafo de "Nuestra América" de José Martí:

Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.

El lenguaje metafórico, el giro aforístico, la yuxtaposición de ideas, todo ello forma parte de un estilo literario, de un conjunto armónico. La preocupación de Martí por la causa cubana, su "tema de nuestro tiempo", se encuentra aquí fundida en una filosofía iberoamericanista, "nuestra América", que transciende lo inmediato y que si recoge el sueño bolivariano de la unidad/hermandad de los países hispánicos, no lo hace en el sentido anacrónico del pasado, sino en el contexto de la comunidad de intereses del presente y en la percepción de tener un contendiente común en el mundo anglosajón del norte, "el gigante de siete leguas".

 

[Fuente: José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayo. México: UNAM, 1992. La versión que incluimos aquí está resumida y la hemos modificado para ajustarla mejor a los objetivos de esta introducción a la literatura. Para un desarrollo más extenso de este tema véase "La voluntad de estilo en el ensayo"]

(Gómez-Martínez)

Proyecto Ensayo Hispánico