Arturo Andrés Roig
 
 
Ética del poder y moralidad de la protesta:
La moral latinoamericana de la emergencia*

 

"EL IMPERATIVO MORAL EN EL GRAL. JOSÉ DE SAN MARTÍN"

Sr Presidente (de La Rosa) - En nombre de los galardonados, harán uso de la palabra el doctor Roig y el profesor Santángelo.
Invito al doctor Roig a ocupar un lugar en el estrado, para hacer uso de la palabra.
Así se hace.

Sr Presidente (de La Rosa) — Está en el uso de la palabra el doctor Arturo Roig.

A. ROIG: Señor vicegobernador de la Provincia y presidente de la Honorable Legislatura de Mendoza; señores miembros de la Comisión Bicameral para la distinción legislativa anual General Don José de San Martín; señores miembros del jurado; señores legisladores; señoras y señores.

Voy a ser muy breve porque el tiempo apremia, y estamos suficientemente emocionados como para poder extendernos mucho en la palabra. Pero yo quisiera simplemente hacer un brevísimo aporte, que podríamos interpretar como el homenaje que los que acabamos de ser premiados, hacemos a la figura del General José de San Martín.

Quisiera centrar mi brevísima exposición en algunas consideraciones sobre una máxima, sobre un dicho del General San Martín, que todos ustedes conocen: "Serás lo que hay que ser, si no, no eres nada".

Sobre este imperativo, bajo el que debería ordenar su conducta todo ciudadano, quisiera decir dos palabras. Conocida es la ocasión en la San Martín escribió esta sentencia. Lo hizo en carta al General Tomás Guido, escrita desde Bruselas, el 18 de diciembre de 1827, cuando ya había iniciado su largo exilio. El amigo le reprochaba el haberse retirado de las campañas militares en América diciéndole que jamás perdonaría —ahora cito— "su retirada del Perú, y la historia se verá en trabajos para cohonestar este paso", es decir, para darle visos de acción prudente a este paso. La respuesta de San Martín centraba su justificación en el cumplimiento de un "deber ser", en el que se jugaba toda su vida moral.

Carlos Astrada, uno de nuestros más fecundos filósofos se ocupó por descifrar las raíces del imperativo moral sanmartiniano. Creía verlas —descuidando las raíces ilustradas del pensamiento de San Martín— en el viejo lema de Píndaro: "Deviene el que eres", así como en la máxima socrática: "Conócete a ti mismo", que está implicada en aquél. Por cierto que esas fuentes podrían ser señaladas por lo mismo que el pensar sanmartiniano no fue ajeno a las grandes tradiciones de la cultura occidental. Mas el clima dentro del que organizó San Martín sus ideas morales, y desde el cual recibió, como buen ilustrado y neoclásico, a aquellos antiguos griegos, era sin duda el de su época.
 

Hay en las palabras de nuestro héroe un cierto "deberismo", que a más de uno ha despertado resonancias del imperativo categórico kantiano. Nosotros nos preguntamos: ¿Lecturas de un autor alemán desconocido en el mundo hispanoamericano de la época? Imposible y hasta absurdo pensarlo. Mas, sí por obra de esas ideas que flotan saturando una época y que traspasan fronteras y lenguajes. De todos modos, aun así, sería un kantismo difundido no desde lo más duro y formalista de su doctrina, sino desde ese momento en el que el filósofo del Königsberg ablandó su imperativo incorporándole la exigencia de usar de la humanidad, tanto en sí mismo, como en los demás "siempre con un fin y nunca como un medio". ¿Qué estaba por detrás de todo esto? Pues nada menos que la dignidad humana. Mantenerse en Lima, con todo el esplendor de la gloria y del poder, tomando como medios de esa gloria y de ese poder, a los demás, era desconocerlos en su dignidad. Y eso es lo que nos quiso decir San Martín cuando ante la requisitoria amargada del amigo, le constestaba con su conocido axioma.

No nos cabe duda pues, que el "serás lo que hay que ser, si no, eres nada", es un imperativo moral que responde de modo claro a esos ideales humanos que le impulsaron al mismo San Martín, en sus manifiestos a los pueblos del Perú, a ponerse más allá de los derechos del ciudadano y anticipar los actuales derechos humanos, a los que en su proclama del 13 de noviembre de 1818, denomina "derechos de la especie humana".

Mas, el imperativo sanmartiniano, no es solamente moral, es también un imperativo cultural. Sabemos que la cultura en general puede ser definida como un acto permanente y hasta necesario de objetivación de nosotros mismos. Para hacer lo que cada uno puede llegar a ser, los humanos debemos salirnos de nosotros mismos. El alfarero no sería alfarero si no se expresara en sus cacharros. El pintor no sería tal, si no pintara; el investigador en ciencias biológicas, tampoco podríamos definirlo, sino en función de sus hallazgos y descubrimientos en ese mundo en ese mundo siempre asombroso de la vida y de la muerte; los filósofos, somos tales en la medida en que filosofamos y, en fin, el ser mismo de los escritores se realiza en el libro y es por y gracias a él, que las generaciones venideras podrán entablar con ellos infinitos diálogos. La cultura pues, desde sus manifestaciones más primarias, hasta las más elevadas —si por tales entendemos a las de la ciencia, el arte y la filosofía— es fruto de una imprescindible e inevitable objetivación.

Por cierto que no todos nos expresamos individualmente con la misma suerte, eficacia, expresividad, creatividad, profundidad o delicadeza, así como no todos los pueblos muestran un mismo estilo en su larga, penosa e interminable labor de objetivación y de construcción de su cultura. Tema este de primordial importancia si nos preguntáramos acerca de cual podría ser uno de los objetos principales de nuestra filosofía. Diríamos que ella ha de ocuparse, precisamente, de los modos de objetivación y desde allí adentrarse luego en lo que es o ha sido ese ser humano que quedó expresado en su obra. ¿De qué manera dio forma al conjunto de valores que pretendió poner en juego? Porque esa tarea de objetivación, cuando alcanza un grado elevado de conciencia social, no es ajena a un deber ser, que más allá de su dinamicidad y conflictividad se encuentra siempre presente.

En función de esto aquel "Serás lo que hay que ser, si no, eres nada", vale tanto para reglar nuestra conducta moral, como nuestra práctica en función de la cual somos obreros de la cultura. Se trata, pues, también —como habíamos dicho— de un imperativo cultural. "Ser lo que hay que ser" en la plástica, en la danza, en la música, en la investigación científica, en la filosofía, en las letras, en la educación, menta no ya valores éticos, sino en este caso, valores estéticos, de conocimiento, de formación (Bildung, como gustan decir los alemanes). Y por cierto que lo ideal es que en la fórmula entendida como imperativo ético y como imperativo de cultura, estos no marchen divorciados.

Por cierto que más de una vez, formas estrechas de moralidad han impedido el desarrollo de lo estético, pero también es cierto que en nuestros días en los que la biogenética ha llegado a riesgosas formas de manipulación de la vida, vuelve a sentirse la necesidad de imperativos morales. En manos de nosotros está no alienarnos ni en lo moral, ni en el universo de la cultura y establecer sobre esta difícil fórmula nuestra tabla de derechos humanos.

Pues bien, con todos los riesgos que tiene asumir lo que ahora voy a decir, entre ellos el de la inmodestia, pero que me anima sí a declararlo por el respeto que me merecen todos los distinguidos amigos y amigas que han sido objeto de este homenaje, cada uno de nosotros en su mundo ha dado cumplimiento al imperativo cultural que surge de la máxima sanmartiniana. Y valga sobre todo, en lo que ese cumplimiento se refiere, ese aspecto subjetivo, el de la vocación, la entrega, la pasión, la constancia, el desvelo, la ilusión y tantos otros factores, que más de una vez justifican una obra y, sobre todo, una vida de entrega.

Me queda tan sólo, en nombre de todos, expresar nuestra congratulación por lo que este acto significa para la vida cultural de nuestra provincia. Es, sin dudas, un modo de afirmación regional que viene a subsanar, siquiera en parte, una lejana injusticia con nuestra propia cultura. Porque tenemos una cultura regional, aun cuando sea bastante difícil definirla y aun cuando no hay región que no se defina por su interrelación con lo que la excede en cuanto región. No estoy proponiendo un "ismo" más, sino que estoy señalando que para ser universales no podemos dejar de lado nuestro pequeño mundo. Hegel, a quien alguna vez hemos recordado en esto, dijo que "los mismos afanes y esfuerzos se producen en una pequeña ciudad que en el gran teatro del mundo", y León Tolstoi, el inolvidable Tolstoi, dijo "Pinta tu aldea y serás universal".

A todos ustedes, pues, sumándome a las palabras de agradecimiento que pronunciará el amigo Santángelo, muchas gracias. (Aplausos prolongados).
 

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*[Primera edición de Ética del poder y moralidad de la protesta. La moral latinoamericana de la emergencia, autorizada por Arturo Andrés Roig para el Proyecto Ensayo Hispánico. El libro está fechado en Mendoza (Argentina) en 1998. Edición preparada por José Luis Gómez-Martínez]
  

© José Luis Gómez-Martínez
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