Daniel Omar De Lucía
  

 

"ARTIGAS EN LA SOCIOLOGIA POSITIVISTA ARGENTINA"

A Sonia la ¨uruguaya¨

Los sociólogos escriben su historia de las masas criollas

La versión de la historia argentina por la sociología positivista es la historia de la construcción de un poder hegemónico durante todo el periodo de vida independiente del país. Fue también un intento de interpretar el inquietante papel del pueblo en los conflictos que precedieron a la organización de la nación. Interrogante planteado frente al conflictivo panorama de la Argentina finisecular en el que el debilitamiento de la hegemonía del bloque dominante hacía prever que el pueblo volvería a jugar un rol difícil de evaluar a priori. Los sociólogos positivistas emprendieron esta tarea armados con los esquemas divulgados por los popes europeos de su corriente. Primando la influencia de Spencer, cuya obra ofrecía vetas más ricas para analizar las relaciones entre estado y sociedad civil, sobre la de Augusto Comte, cuya huella en el pensamiento argentino ha sido más acotada. También ejercieron alguna influencia Hipólito Taine y Gustave Le Bon, cuyos análisis sobre las multitudes modernas (la turba) -desde la Revolución Francesa hasta la Comuna- se proyectan en la imagen del pueblo elaborada por los positivistas criollos finiseculares.

Las montoneras como imaginario de la barbarie

Los constructores de la sociología positivista utilizaron los escombros de las generaciones precedentes. Su obra tuvo como antecedente a los pensadores del romanticismo: Alberdi, Sarmiento, Echeverría de quienes tomaron categorías y esquemas para readaptarlas al arsenal teórico del positivismo (Castellán en Biagini 1985: 79). La labor de los sociólogos remite a los dos intentos mas orgánicos de escribir la historia argentina desde el poder: la Historia de Belgrano y la Independencia Argentina y la Historia de San Martín y la emancipación Sudamericana de Bartolomé Mitre y el Manual de Historia Argentina de Vicente Fidel López. Distintos análisis señalaron curiosas afinidades entre el liberalismo fáctico de Mitre y el relato moralista de López con la obra de estos "científicos sociales".(Castellán en Biagini 1985: 83-84 y H. Donghi 1954: 56-64). Queremos llamar la atención sobre toda una imagen del pasado nacional que hunde sus raíces en los orígenes de nuestra vida independiente y se proyecta en la producción de los positivistas. Las montoneras formaban parte de un imaginario de la barbarie que atravesaba toda la cultura rioplatense. Este imaginario empezó a tomar forma en el decenio revolucionario. Proclamas, diarios y panfletos, viajeros y memorialistas formaron un montón de cuadros superpuestos cuya resultante era una imagen de fuerte vigencia: la montonera representaba la campaña imponiendo su fuerza sobre la ciudad; el indio y el mestizo doblegando al blanco; la anarquía separatista despedazando la unión; las formas de la guerra irregular venciendo a los ejércitos regulares, el oscurantismo triunfando sobre las luces. Esta imagen del pasado argentino proyectó su sombra sobre el corpus positivista. En 1954 el joven Halperin Donghi al analizar el libro de José M. Ramos Mejía constataba la presencia del imaginario de la barbarie en el libro de mayores pretensiones teóricas de los sociólogos de fin de siglo:

“También en esa fría ciencia a la que pedía cimiento seguro para sus construcciones históricas conservaba más de un elemento en que se reflejaban ingenuamente los puntos de vista que sobre el pasado y el presente sustentaba toda una época y un grupo social” (H. Donghi 1954: 56).

Positivismo e historiografía en Uruguay y Argentina

“Los orientales buscan en la sastrería los medios de prestigiar a Artigas y lo visten con una toilette, irreprochable de general francés. Les repugna el poncho, aunque sea más lógico. Esta vez como otras el hábito no hace al monje, y toda la originalidad del tipo genuino desaparece para dar lugar al maquillaje de la historia patriótica falsificada.” (J. M. Ramos Mejía, Las Multitudes Argentinas)

Ese imaginario de la barbarie, muy vigente a fines del siglo XIX, abarcaba la memoria del movimiento artiguista. La lucha de las masas orientales durante el decenio de la emancipación generó una rara unanimidad en su contra de parte de los distintos poderes hegemónicos que se sucedieron a ambas orillas del Plata durante los setenta años siguientes. Es insoslayable referirnos al tardío proceso de elaboración de una versión de la historia nacional desde el estado en el Uruguay, ya que el inicio de este proceso tiene mucho que decirnos sobre el fresco del movimiento artiguista que luego plasmarán los sociólogos argentinos. La vida política e intelectual del Uruguay hasta el último cuarto del siglo XIX es inseparable de la vida política e intelectual de la Argentina. La existencia de vínculos entre las fuerzas políticas que actuaban a ambas orillas del Río de La Plata se proyectó en una fuerte influencia del medio cultural bonaerense sobre la intelectualidad uruguaya. La dependencia cultural nacida durante la colonia se continuó en las décadas en las cuales la pequeña república al norte del río buscó afianzar una identidad propia. Muchos militares uruguayos continuaron su carrera en la Argentina luego de Pavón. Dos generaciones de intelectuales uruguayos desarrollaron su vida pública entre Montevideo y Buenos Aires (Andrés Lamas, Juan Carlos Gómez, Ángel Costa, etc). Las distintas aproximaciones a la historia del Uruguay en el periodo independiente reflejaban la influencia de los historiadores del liberalismo argentino (Mitre y López). La emancipación de la Banda Oriental era vista como un reflejo de la revolución de Mayo, que llevó la libertad al otro lado del río al desalojar a los godos de Montevideo. El artiguismo había sido un movimiento bárbaro, encerrado en su estrecho localismo que favoreció la invasión portuguesa. La independencia se situaba al fin de la guerra con el Brasil en el tratado de paz luso-bonaerense (1828).(Devoto 1981: 48).

En 1879, durante la inauguración de un monumento a la independencia nacional en La Florida, estalló la polémica al negarse Juan Carlos Gómez a participar de los festejos. Gómez era un liberal uruguayo que vivía en Buenos Aires desde hacía años. Se había desempeñado como redactor de La Tribuna en la década del 50. Fue "pandillero" durante el cisma y "crudo" después de Pavón. Durante la guerra del Paraguay fue propagandista de la causa aliada, a raíz de lo cual se trenzó en una polémica con el Gral. Mitre en la cual Gómez intentó demostrar que a liberal y a civilizador no le ganaba nadie (Rosa 1974: 278-279). El curriculum de Gómez representa la radiografía de toda una corriente de la intelectualidad oriental aporteñada que descreía de la viabilidad del Uruguay como país independiente y que luego del triunfo del liberalismo en la Argentina había acariciado la posibilidad de reunificar las repúblicas del Plata con la punta de las bayonetas. En su carta, Gómez negaba significado al 25 de agosto como fecha de la independencia oriental, exponía sus ideas de reunificación con la Argentina y arremetía contra la figura de Artigas y su movimiento (Ardao 1971: 192- 193). Un grupo de intelectuales uruguayos comprometidos con la reivindicación del 25 de agosto y el Congreso de La Florida le contestaron a los aporteñados. Varios procedían de una tradición antiartiguista pero la necesidad de socavar los argumentos de sus rivales los llevó a revisar el periodo de la patria vieja y el rol de Artigas. El más importante de estos polemistas fue José Pedro Ramírez que polemizó con Gómez rescatando el papel de Artigas y las masas rurales de la Banda Oriental en el proceso emancipador:

“Sé bien que esta avanzada proposición va a arrancar una sonrisa de los labios de los que sin estudio de las tradiciones patrias o con un criterio iniciado por las influencias argentinas á que hemos vivido supeditados, ven todavía en Artigas un bandolero vulgar, y en su actitud al frente del gobierno uruguayo una tradición de federalismo montonero, á que se deben todos los infortunios de estos paises; pero ha sonado ya la hora de que todos esos errores se disipen, de que todas esas preocupaciones se extingan, de que se examinen los hechos históricos con espíritu imparcial y desprevenido, desmontando muchas altas personalidades de su pedestal usurpado, y levantando las que han permanecido olvidadas o escarnecidas con injusticia e ingratitud. No hay duda de que el federalismo montonero preparo el advenimiento de Rosas, y ha perpetuado la tradición del caudillaje en estos países, y muy particularmente en el nuestro; pero el federalismo montonero fue un hecho social que se produjo por antagonismo a las veleidades monárquicas de los prohombres de Mayo, y a sus tendencias oligárquicas y aristocráticas” (Ramírez en Devoto 1981: 51).

Rompiendo con la historia aporteñada un sector de la intelectualidad uruguaya comenzó a esbozar su propia versión del proceso revolucionario. Su tarea se vio atravesada por la tensión entre el imaginario de la barbarie y la búsqueda de reivindicar la acción del pueblo en el decenio de la emancipación. La inteligencia uruguaya empezó a forjar una imagen del artiguismo, a la medida del universo del liberalismo decimonónico. El Artigas del liberalismo uruguayo era el caudillo que luchó contra el colonialismo y contra el centralismo porteño; el constitucionalista que difundió las ideas democráticas en Sudamérica con las Instrucciones; el adalid del republicanismo frente al monarquismo porteño y el líder del pueblo movilizado que expresaba la voluntad de constituir una nación. Por esa misma época los sociólogos argentinos eligen otro camino. Este problema excede la imagen de Artigas y su movimiento. El debate giraba alrededor del rol de las masas en la historia de las repúblicas del Plata. En la Argentina finisecular, más conflictiva que el Uruguay contemporáneo, los intelectuales del bloque dominante impugnaron el papel del pueblo en el pasado criollo y concibieron al artiguismo como un hecho maldito que había que exorcizar. El punto a partir de la cual se bifurcan los caminos de los historiadores uruguayos y argentinos puede medirse en las siguientes líneas que un outsider de la sociología criolla, Juan Agustín García, escribía en 1911: “La historia sudamericana se presta a todas las fantasías. Así, los uruguayos fundan su patria sobre Artigas, con la misma documentación que les sirvió a Mitre y a López” (García 1955: 1252).

La barbarie al asalto de la civilización

“Pero el hombre de la multitud montaraz no concebía el contrato, porque su concepto de la libertad y del derecho era puramente animal y trunco. (J. M. Ramos Mejía, Las Multitudes Argentinas)

El libro de Ramos Mejía; Las Multitudes Argentinas (1893), lleva hasta las últimas consecuencias los esquemas de interpretación con que el positivismo vernáculo intentó impugnar el papel de las masas en la historia independiente de la Argentina. Dentro de la lógica de esta obra el análisis del movimiento artiguista y la sociedad del litoral es una pieza clave para dar coherencia a la interpretación que hace el autor del periodo de las guerras civiles. Partiendo de la oposición campo / ciudad, tal cual se encuentra en la obra de Sarmiento, Ramos Mejía sostiene que la lucha por la independencia fue obra de las ciudades. Tanto en la dirección militar como en el aporte de la plebe urbana en los ejércitos patriotas. La guerra agotó política y militarmente a las ciudades. Hecho que produjo la irrupción de las muchedumbres rurales en la vida del ex-virreinato:

“Las multitudes de donde salieron Artigas, Ramírez, Rosas, Quiroga y todos los demás caudillos difieren antropológicamente de las que se forman en las ciudades y en la campiña circunvecina o suburbana, diremos así, para distinguirla de aquélla, mucho más alejada de los centros poblados, y por consiguiente más bárbara y montaraz. La de las capitales fue la autora de la emancipación. Mientras sus recursos y sus fuerzas se agotan en esa guerra, las cerriles bandadas de la pampa y soledades del litoral se reproducen silenciosamente, como los lepóridos, en el medio fecundo de su vida sin leyes” (Ramos Mejía 1934: 183).

Esta irrupción de la barbarie rural comenzó con el levantamiento artiguista, y en este movimiento y en la sociedad que lo vio nacer, Ramos Mejía encontraba el origen de todo lo destructivo de la montonera y el desarrollo de sus peores tendencias. Para Ramos Mejía, como para Sarmiento, el montonero era el indio a caballo. Pero en el litoral este predominio de las "razas inferiores" era más marcado. Durante el periodo colonial no se logró consolidar en las provincias orientales del virreinato una sociedad hegemonizada por la población blanca y su cultura. La campaña mesopotámica y la Banda Oriental eran el reducto de la barbarie india y ejercían un papel disolvente sobre el orden social de las demás zonas del virreinato. Durante mucho tiempo habían sido el lugar donde se refugiaban elementos asociales criollos que eran engullidos por la masa india. En esta sociedad bárbara se producía la selección natural inversa a la que se verificaba en las sociedades urbanas: “El más diestro en el caballo, el más guapo y atrevido en la pelea singular, el más gaucho, como se decía entonces, siendo el que mejores mozas conquistaba, era el que aseguraba mejor la perpetuidad y el vigor de su raza: la selección tenía un doble efecto, porque los individuos defectuosos desaparecían sin haberse reproducido; y los mejores eran colocados en condiciones que les aseguraban una posteridad tanto más abundante cuanto que sus propias cualidades materiales los elevaban por cima (sic) de las contingencias nutritivas” (Ramos Mejía 1934: 191).

Esta sociedad indígena y bárbara era incapaz de elevarse a formas superiores de cultura; pero era de una eficacia implacable cuando se trataba de destruir a las estructuras básicas de las sociedades mas avanzadas. La montonera con su espejismo de la libertad y el goce del saqueo y el libertinaje ejerció un poder disolvente sobre los ejércitos regulares (Ramos Mejía 1934: 208-209).

Está presente en Las Multitudes... una fuerte idea del mestizaje como proceso regresivo en donde las razas inferiores reducían a su nivel a los aventureros y matreros blancos que se le sumaban. En esta línea encontramos el retrato del irlandés Pedro Campbell, lugarteniente artiguista de Corrientes. Este desertor del ejército de Beresford, representa el caso de un anglosajón de pura cepa engullido por la horda guaraní. El gringo "colorado" había adquirido la habilidad de los "tapes" y a través de ellos el instinto de las bestias salvajes mimetizadas con la selva (Ramos Mejía 1934: 191). Esta interpretación de la génesis del artiguismo reúne los principales factores con que el positivismo analizaba los fenómenos sociales:

Predominio indígena Sociedad rural y pastoril
RAZA MEDIO
MOMENTO
Agotamiento de las masas urbanas

La conjunción de los dos primeros factores son la clave mayor de cualquier interpretación del rol de las masas criollas. Ramos Mejía incluso intenta relacionar la forma que adquirió el predominio de la montonera en cada rincón del litoral con las características de cada región. Así, la sociedad un poco mas sólida y estratificada de Corrientes hubo de ser invadida y dominada por la horda guaraní; la sociedad más fronteriza y menos consolidada de Santa Fe conoció una dominación cesárica disfrazada de autonomismo municipalista y la sociedad bárbara y tribal de las cuchillas entrerrianas estuvo sometida a infinidad de pequeños "Régulos" en lucha entre sí (Ramos Mejía 1934: 207-208). Ramos Mejía es muy preciso al señalar que el federalismo del noroeste fue fruto de un proceso más largo y solo pudo triunfar cuando el despotismo caudillero logró sojuzgar a una elite más sólidamente asentada y desbaratar las estructuras sociales más sólidas que los conquistadores habían logrado establecer en esa parte del virreinato (Ramos Mejía 1934: 208).

Una vez establecidas las bases sociales y étnicas de las que nació el artiguismo, Ramos Mejía resume en una serie de imágenes desordenadas el desarrollo de este movimiento y la estructura de poder que produjo. Para el sociólogo la insurrección campesina de la Banda Oriental nació de una gran vaquería. Lo que la historiografía posterior evaluara como uno de los hechos de más indudable protagonismo popular en el proceso emancipatorio rioplatense (El éxodo o Redota) es reducido al nivel de una corambre clandestina, inicio de una serie de saqueos que se perpetuaron por una década:

“Las cuereadas asolan más adelante las estancias, que el Pacto de Octubre había dejado bajo la jurisdicción del gobernador militar de Montevideo, dando abundante cosecha a la vagabunda turba, que va, cada vez más, acercándose al caserío o a la chocería fronteriza, medio abandonados. Comienzan allí su codicia y sus sórdidos apetitos a percibir las fruiciones anticipadas del saqueo; despiértanse luego en el cerebro embotado nuevas sensaciones y necesidades en presencia de los vinos y de los licores violentamente estimulantes para aquellas sensibilidades poco ejercitadas; los trapos con exceso coloreados, los sombreros pintorescos, las camisetas y chiripáes novedosos, y la variada orfebrería, que llena de metales falaces el cuerpo, puebla la imaginación del campesino de imágenes de poderío y de riquezas magníficas, que acaban por despertar en su atolondrada mente, la tendencia impulsiva que los precipita sobre las ciudades” (Ramos Mejía 1934: 194- 195).

Por este camino Ramos Mejía avanza hacia la fundamentación de su tesis sobre el papel completamente regresivo y destructor de las masas en todo este proceso. Ramos Mejía insiste en negar cualquier tipo de conciencia política y social, por elemental que fuera, a las masas que formaron las montoneras del litoral. Los montoneros eran incapaces de comprender las ideas de democracia y gobierno representativo; no tenían ni el menor sentimiento de nacionalidad; solo conocían una vaga identidad localista y comprendían confusamente que la independencia significaba expulsar a los godos (Ramos Mejía 1934: 193- 194). Sin embargo estas masas impusieron su voluntad sobre buena parte del ex virreinato derrotando a los ejércitos que el poder urbano les enviaba. Existió un "poder de la multitud" que Ramos Mejía intenta desmenuzar.

La superestructura política de la multitud montonera se reduce a dos fenómenos: a) el compadrazgo, alrededor del cual se va formando de manera piramidal la horda guerrera y b) el caudillaje, o elevación del mejor guerrero a un poder despótico, en sus aspectos instrumentales, pero que en última instancia no es autónomo de la masa (Ramos Mejía 1934: 195-196). La masa es como un Leviatán que devora todo a su paso, incluyendo a su líder. Los caudillos del litoral, más que ningunos, son hechuras de las masas y sin ellas no existen. Artigas resume las condiciones del caudillo colocado a la cabeza de la multitud (coraje, crueldad, ambición); su liderazgo se apoya en otra figura que completa la arquitectura del poder bárbaro: el secretario de los caudillos, que cubre la corta cuota de trabajo intelectual que el caudillo analfabeto no puede hacer por sí solo. En el padre Monterroso, secretario de Artigas, se resumen los rasgos salientes (semianalfabeto, borracho, demagogo) del "intelectual orgánico" de la barbarie (Ramos Mejía 1934: 205- 206). Esta es la expresión del poder de la multitud, incapaz de elevarse a estructuras mas sólidas y estables. La versión litoraleña del caudillo fue incapaz de construir un despotismo sólido. Ramos Mejía encuentra un caso testigo en Hereñu y los demás capitanejos entrerrianos que, asustados por las consecuencias que el poder de las hordas tenía para su provincia, intentaron convertirse en restauradores del orden fracasando estrepitosamente (Ramos Mejía 1934: 206- 207).

“Fuera de la multitud que es su madre, y todo su medio familiar, Artigas, Ramirez, Rozas, etc; son inexplicables tanto como lo sería Coroliano en medio de la sociedad movediza del directorio o del primer imperio” (Ramos Mejía 1934: 209).

Ramos Mejía busca en el fin del artiguismo un fenómeno semejante al que lo había hecho nacer. Si la guerra de la independencia había producido una selección natural regresiva diezmando a las multitudes urbanas, el estado de guerra permanente, único que la montonera era capaz de producir, significó el agotamiento de la horda guerrera, usina de la barbarie (Ramos Mejía 1934: 192- 193). Pero el atraso racial y mesográfico de la Argentina la llevo a conocer otros despotismos. El Rosismo representa la etapa superior de la barbarie a la que el artiguismo era incapaz de acceder. El Restaurador, en su doble carácter de caudillo rural y urbano, cimentó un tipo de despotismo que atemperó el predominio de "la multitud" en la vida del país (Ramos Mejía 1934: 231- 238). Las Multitudes Argentinas fue el intento más tenaz y vigoroso por impugnar el protagonismo del pueblo en el pasado y en el presente del país. El revulsivo movimiento artiguista ocupa un espacio nada desdeñable en su esquema de interpretación de las guerras civiles. También ocupó un espacio importante en los positivistas que elaboraron una visión distinta a la de J. R. Ramos Mejía sobre el rol del pueblo en la historia Argentina.

El artiguismo como anomalía

“Comprendo el luteranismo en relígión, el bonapartismo en política, el byronismo en literatura; pero el artiguismo como sintesis del federalismo argentino...bah!, es demasiado grotesca la superchería para engañar a los que no necesitamos crearnos una tradición nacional” (F. Ramos Mejía, El Federalismo Argentino)

Vamos a confrontar la imagen de Artigas y el artiguismo trazada por José María Ramos Mejía con la de otro autor que armó un esquema diametralmente opuesto sobre el rol de las masas en la historia Argentina. Francisco Ramos Mejía, hermano de José María, desarrolló una tesis sobre la evolución del sistema político nacional titulada El Federalismo Argentino (1887). Para ubicar mejor a este autor en los debates de su época señalemos que al igual que su hermano era un hombre formado en el universo de ideas positivista. Pero su positivismo se orientaba más hacia una veta jurídica presente en su obra historiográfica. Al igual que su hermano fue un hombre público pero su relación con la cima del poder político liberal resultó más periférica e incluyó ciertos matices críticos. El libro de F. Ramos Mejía fue un intento de resignificar el papel del pueblo en la formación del estado argentino en el momento en que la República conservadora se acercaba a una seria crisis que pondría en primer plano el problema de la democracia política. Para F. Ramos Mejía el pueblo jugó un papel protagónico en el proceso que se abrió con la quiebra del orden colonial. El sujeto de este proceso fueron las ciudades-cabildos, embriones de una democracia comunal, que entronca con el municipalismo español del medioevo:

“La federación argentina no es sino el desenvolvimiento natural del comunalismo colonial; las catorce provincias no son sino las catorce ciudades cabildos de la parte del virreinato de Buenos Aires que hoy ocupa la República Argentina, que desde principios de la Revolución asumieron la representación del pueblo y fueron admitidas a las asambleas nacionales en su capacidad colectiva” (Ramos Mejía 1915: 221).

La población de las distintas regiones del virreinato asumió la tarea de suplantar la estructura del poder colonial construyendo una nueva organización política fruto del consenso. El federalismo y los movimientos disidentes al centralismo porteño expresaron la voluntad del pueblo por constituir una nación en pie de igualdad:

“El federalismo argentino, aunque ha querido personificarse en Ramírez, López y sobre todo en Artigas, fue la obra anónima y colectiva del pueblo argentino todo y no el resultado de la acción política de un malvado sin altura, y fue por esto que después de luchar contra fuerzas poderosas que trataban de contrarrestarlo, triunfó al fin y se convirtió en hecho definitivo y constante” (Ramos Mejía 1915: 219).

Lo original de Francisco Ramos Mejía y su versión del periodo de las guerras civiles es que la identificación del pueblo federal como sujeto constructor de la nación argentina coexiste con elementos que remiten al imaginario de la barbarie. Y es en este punto donde el autor de El Federalismo... se enfrenta al problema del artiguismo debiendo resolver la tensión entre el esquema general sobre el que se apoya su tesis y el cúmulo de imágenes que recibe de sus fuentes históricas. La siguiente reflexión sobre la figura de Artigas es bastante representativa al respecto:

“Sin altura moral, sin inteligencia amplia y vigorosa, sin el hábito de la meditación y del estudio que disciplinan y vigorizan el espíritu y enriquecen la imaginación, sin calidades personales que lo hicieran atractivo, ¿cómo podía haber determinado un movimiento político tan estupendo la repugnante personalidad de Artigas?” (Ramos Mejía 1915: 39).

Artigas y el movimiento de las masas rurales uruguayas no tuvieron ninguna relación con el federalismo de Entre Ríos y Santa Fe. Las montoneras del oeste del Río Uruguay encarnaron el ideal de una democracia federal pactada entre distintas unidades políticas. El triunfo de Ramírez y López en Cepeda no fue el triunfo de la barbarie sino la posibilidad de organizar a la nación desde abajo hacia arriba. Posibilidad que quedó trunca por la estrechez de miras de las dirigencias de todo el país (Ramos Mejía 1915: 318). Esta miopía había posibilitado el crecimiento de un movimiento como el de Artigas. La Liga Federal había sido producto de la impericia de los Directoriales que llevó a amplias zonas del país a una alianza con el gobierno despótico de Artigas en la Banda Oriental. Mientras López y Ramírez expresaban la defensa de los derechos de su región dentro de una común voluntad nacional, Artigas fue el motor de un artero intento de destruir la unidad de la nación. Tanto para su defensa de López y Ramírez como para su condena a Artigas, el autor de El Federalismo... recurre a la obra de Mitre y V. F. López. Para lo primero utiliza los párrafos en donde los dos historiadores reconocen algunos méritos a los caudillos en Entre Ríos y Santa Fe, y para lo segundo reproduce la "Leyenda Negra" sin muchos aditamentos:

“Los mismos autores que han prodigado el estigma del artiguismo a los movimientos federalistas argentinos no han podido menos que reconocer el carácter popular y nativo de éstos, demostrando así con estas pequeñas inconsecuencias la evidencia de su carácter verdadero, que se ha impuesto aun a aquellos que han pretendido desconocerlo” (Ramos Mejía 1915: 323).

Este encasillamiento del artiguismo como un proceso meramente uruguayo y su adjudicación como el origen del despotismo muestran la vigencia de una imagen que era patrimonio de toda la cultura rioplatense decimonónica compartida aún por aquellos intelectuales que intentaban impugnar la versión del papel regresivo del pueblo en la historia argentina.

Revisión de la imagen sobre Artigas.

A lo largo de su obra, José Ingenieros intentó realizar un proceso de revisión del corpus de los sociólogos buscando incorporar sus aportes en un paradigma mas integrador y recuperar su potencial crítico en el análisis de la realidad. Evolución de las ideas argentinas (1918) y Sociología Argentina (1920) representan en nuestro país el último intento de realizar una gran síntesis basada en los esquemas positivistas. En la atmósfera intelectual del mundo de entreguerras no tardó en ponerse en evidencia que el positivismo con su pesada herencia racista y su concepción elitista de los sujetos políticos y sociales era una vía muerta para el análisis crítico de la realidad. El joven Ingenieros comenzó su tarea de revisión en una serie de artículos publicados entre 1899 y 1903 en la Revista de Derecho, Historia y Letras analizando la obra de J. M. Ramos Mejía, Juan A. García, Lucas Ayarragaray, Carlos O. Bunge y Agustín Álvarez (Ingenieros 1957: 64- 213). En La evolución de las ideas argentinas (1918) Ingenieros buscó realizar un análisis de la emancipación y las guerras civiles superador al de los sociólogos del noventa y el novecientos. Para Ingenieros la emancipación fue obra de la minoría jacobina de Buenos Aires enfrentada con las oligarquías capitulares del interior que arrastraron detrás de sí a las masas rurales que vivían en una atmósfera intelectual oscurantista y feudal. De esta conjunción nació el caudillo federal, hacendado y comandante de campaña ensalzado a la categoría de señor de horca y cuchillo por obra y gracia de la plebe mestiza bárbara e ignorante. Ingenieros mantiene su fidelidad a las líneas generales del esquema de Sarmiento en Facundo (Ingenieros 1957: 264- 304). Pero este socialista de cátedra, que leía a Marx desde el prisma positivista, intentó agregar el conflicto de clases a su estudio de las guerras civiles. Para Ingenieros la lucha de tendencias en el campo patriota durante el decenio emancipador reflejaba la confrontación de dos proyectos políticos que se sustentaban en fuerzas sociales en pugna. El proyecto revolucionario del morenismo ("jacobinismo político y religioso") fue vencido por el reagrupamiento de las fuerzas conservadoras en 1811. Los gobiernos porteños iniciaron una política promonárquica y conciliadora frente al poder colonial. La organización del Congreso de Tucumán fue la culminación de esta política y las reacciones que produjo en todo el virreinato trazaron las líneas del enfrentamiento entre las fuerzas "jacobinas" y "feudales". La oposición al proyecto directorial por parte de las provincias artiguistas es reconocida por Ingenieros como una pieza clave para la derrota de los planes conservadores:

“Las provincias del Litoral convocadas a un Congreso informalizado y ausentes del de Tucumán eran federales por aspiración a la autonomía propia, exactamente como la de Buenos Aires, acentuó su color republicano y democrático por contraste con las vacilaciones monárquicas de las oligarquías conservadoras de Buenos Aires y del interior” (Ingenieros 1959: 52).

Ingenieros creía que el artiguismo expresaba una tendencia de democracia inorgánica y bárbara de las masas del litoral. Incluso intentaba encontrar la génesis de las tendencias democráticas litoraleñas en el tipo de sociedad que existía en esa parte del virreinato en el momento de la revolución:

“Formaban una sociedad relativamente homogénea las regiones llamadas del Litoral, convergentes al Río de la Plata Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Uruguay, que estaban en contacto directo con el continente civilizador, ocupando una zona cuyo círculo virtual tenía su centro sobre el eje del estuario, en el punto donde confluyen sus dos grandes afluentes: el Paraná y el Uruguay (...) El alto litoral compuesto por el Paraguay, Corrientes y Misiones por su distancia del estuario permanecía ajeno a la sociedad colonial rioplatense, y persistía en el la población indígena, casi sin mestizar” (Ingenieros 1959: 50).

Sin abandonar el esquema racista, Ingenieros propone un análisis de parte de la sociedad litoraleña que revalorice su igualitarismo instintivo y su aproximación intuitiva a las nuevas ideas nacidas con la revolución. Ingenieros explica estos rasgos originales por la homogeneidad social y cultural de estas regiones y su mayor cercanía con la civilización europea por mediación de la capital virreinal y su influjo. Esta es la inversión del esquema de J. M. Ramos Mejía sobre la influencia del medio en el origen de la experiencia artiguista. El espacio que Ingenieros le dedica al federalismo litoraleño parece demasiado escueto para la importancia que le atribuye a este movimiento en una coyuntura clave de la historia nacional ("Los federales del litoral disuelven el congreso monarquista"). Los silencios y omisiones de Ingenieros nos vuelven a llevar al punto en donde el peso de una serie de esquemas de interpretación indiscutidos y del imaginario de la barbarie genera una tensión que impide avanzar en el análisis del pueblo como sujeto social y político capaz de asumir conscientemente una identidad, luchar sus propios conflictos y encarnar un proyecto distinto de sociedad. Tal vez el siguiente párrafo resuma los dilemas y puntos oscuros que la "sociología" no podía resolver a la hora de analizar el rol del pueblo en el pasado nacional:

“¿Por qué fatalidad la Junta Conservadora, la Asamblea Constituyente y el Congreso de Tucumán fracasaban en cuanto a fundar la nacionalidad y darle un estatuto constitucional aceptable? Era verdad que los pueblos no querían unirse? No era, mas bien, que el autonomismo feudal de los que más, implicaba la incapacidad para la asociación federal? La guerra civil sobrevino entre el gobierno conservador y los caudillos del Litoral, que apoyaban a los jacobinos de Buenos Aires. Fue de saludables consecuencias a pesar de sus excesos” (Ingenieros 1959: 52- 53).

A manera de balance

Proponemos descomponer en dos planos la imagen de Artigas y el movimiento artiguista contenida en el corpus positivista. En el primer plano, una imagen armada con el cúmulo de representaciones que la cultura rioplatenses había retenido de los movimientos rurales de la época de la emancipación y las guerras civiles. Este es el boceto que los distintos autores toman como punto de partida para organizar su esquema de interpretación de las montoneras. La figura de Artigas y el artiguismo presentaban un perfil recortado en el cúmulo de imágenes de los años de las guerras civiles. Directamente extraída de las fuentes históricas se recortaba la representación de la lucha entre el artiguismo y los directoriales como un titánico combate entre la barbarie rural y la civilización urbana:

indio / mestizo
sociedad tribal
Inorgánica

CAMPO / CIUDAD

blanco / criollo
sociedad estratificada
organizada

 

ARTIGUISMO

Montonera
+
caudillismo
=
PODER DE LA MULTITUD
Anarquía
Separatismo
Localismo
Oscurantismo
Despotismo

DIRECTORIALES

Ejército regular
+
autoridades legales
=
PODER DEL PATRICIADO
Orden
Unidad
Patriotismo
Luces
Democracia

Un segundo nivel de análisis lo constituye la operación por la cual se interrogaba a este boceto, legado del imaginario de la barbarie, para elaborar un esquema de comprensión de la historia independiente del país. En este plano la imagen del artiguismo es punto de partida para evaluaciones divergentes sobre el rol de las masas rurales en la emancipación y las guerras civiles. Evaluando el peso de los tres "factores" con que la sociología interpelaba a la realidad (medio, raza, momento) podemos hacer el siguiente balance. Los tres sociólogos que se ocupan en detalle del artiguismo contemplan la oposición campo / ciudad tomada del esquema sarmientino. El sujeto que impulsa el proceso de construcción de la nación argentina pertenece al medio urbano: "aristocracia y plebe de las ciudades" (José M. Ramos Mejía), "minoría jacobina porteña" (José Ingenieros), o integra una relación de poder asimétrica ciudad / campo: "ciudades-cabildos" (F. Ramos Mejía). En cambio, la importancia del factor racial difiere mucho, siendo directamente proporcional al grado de impugnación del papel del pueblo en el proceso abierto con la emancipación. De esta manera la interpretación racista es la clave mayor en el libro de José M. Ramos Mejía, más mediatizada en el análisis de Ingenieros y no ocupa ningún rol relevante en la tesis de Francisco Ramos Mejía. De la misma manera, la definición del momento histórico remite a distintas interpretaciones generales del proceso iniciado con la ruptura de la emancipación. Para José Ramos Mejía es el agotamiento de las ciudades en la guerra de la independencia la que permite la irrupción de la turba, que comienza con una "cuereada" y le pone cerco a la ciudadela de la civilización. Para el autor de El Federalismo... la coyuntura es la crisis del estado colonial que permite el resurgimiento de una línea democrático-comunalista que hunde su raíz en el pasado hispanocriollo y que no podrá galvanizar la vida del nuevo país por la miopía de las distintas conducciones regionales. Para Ingenieros es el enfrentamiento entre los "jacobinos" y las oligarquías capitulares que imponen su proyecto conservador en la Junta Grande y luego provocan la reacción democrática y federalista contra los planes monárquicos.

A la hora de ensayar una lectura de las imágenes de la montonera y el artiguismo desde la relación entre historia y política queremos resaltar algunos elementos que dibujan a grandes rasgos el contexto en que fueron producidas estas obras. Las Multitudes Argentinas y El Federalismo Argentino son balances de la historia nacional escritas desde las dos veredas en la que se dividió el bloque dominante y sus expresiones políticas en los años que van desde el cuestionamiento al unicato roquista hasta la superación de la crisis del 90. La primera es la obra de un intelectual que reivindica todo lo actuado por la oligarquía y su estado, impugna el papel del pueblo en el pasado / presente del país y encuentra en el proceso artiguista el origen y el compendio de las peores tendencias del poder de la "multitud" amorfa, antítesis del pueblo soberano, y fuerza destructiva del orden y progreso. La segunda es un intento de escribir la historia de una democracia que no fue. La acción del movimiento artiguista quedo excluida de la revisión que el autor de El Federalismo hace del rol de las montoneras federales. Esta resignificación de la historia del país desde un ángulo distinto paga su tributo al imaginario de la barbarie aislando al pueblo patriota y republicano de un movimiento que era sinónimo de separatismo, traición y caudillismo inescrupuloso.

La obra de Ingenieros forma parte de un intento de resignificación de la figura de Artigas y el artiguismo. Tanto en su ajuste de cuentas con las distintas tradiciones de que era tributaria como del contexto político en que fue concebida, Ingenieros marca un punto de inflexión en el pensamiento argentino. El análisis de los movimientos rurales de los años de la emancipación y las guerras civiles hecho por Ingenieros nace de una revisión de la obra de los "sociólogos" y de un replanteo de las categorías de análisis con que los pensadores del romanticismo habían leído la realidad argentina. En el terreno del uso de las fuentes históricas constituye un ajuste de cuentas con la obra de Mitre y López y el Imaginario de la barbarie proceso del que no es ajeno la resignificación de la experiencia artiguista iniciada por los historiadores uruguayos. En las relaciones entre Historia y Política, Ingenieros acusa el impacto de los primeros intentos de leer la historia argentina desde un es quema marxistizante, la incorporación del análisis de la lucha de clases y la búsqueda de constituir al pueblo como sujeto de la historia. Tensión que se hace extensiva a la interpelación del pasa do en busca de la definición del rol del pueblo en la historia Argentina.

Ingenieros concibió la ruptura de la emancipación como la lucha entre la minoría revolucionaria porteña y las oligarquías capitulares del interior apoyadas en las masas incultas que vivían en una atmósfera feudal y oscurantista.[i] Exponiendo un esquema que tendrá larga vigencia en la historiografía argentina el autor de La Evolución... ponía sobre el tapete el divorcio entre masas / pensamiento avanzado en la historia Argentina. Y es en su revisión del proceso artiguista; en el descubrimiento de su espíritu de democracia inorgánica y su rol en la derrota del plan monárquico donde el socialista de cátedra vislumbro un momento en la que el pueblo y las ideas del progreso se dieron la mano.

Daniel Omar De Lucía
Consejo de Investigaciones
Argentina

Referencias bibliográficas

  • Ardao, Arturo. Etapas de la inteligencia uruguaya. Montevideo: Universidad de la República, 1971.

  • Castellán, A. "Accesos historiográficos". En H. Biagini (comp.), El Movimiento Positivista Argentino; Buenos Aires.: Editorial Belgrano, 1985.

  • García, J. A. "La enseñanza de la historia en las universidades alemanas, por Ernesto Quesada". Anales de la Facultad.

  • Halperin Donghi, T. "Positivismo historiográfico de José María Ramos Mejía" en Imago Mundi 5 (1954).

  • Ingenieros, J. La Sociología Argentina. Buenos Aires: Elmer, 1957 (1a. 1920).

  • Ingenieros, J. La Evolución de las Ideas en la Argentina. Buenos Aires: Elmer, 1959 (1 edición, 1918); Tomo II.

  • Pivel Devoto, Francisco. "Advertencia" en Archivo Artigas. Montevideo: imprenta Monteverde, 1981; Tomo X.

  • Ramírez, J. P. "La anexión y su apóstol". Montevideo: Ateneo de la República, 1879.

  • Rosa, J. M. Historia Argentina. Buenos Aires: Oriente, 1974; Tomo VII. De Derecho. Tomo I, Serie 21, 1911 y en Obras Completas. Buenos Aires: Antonio Zamora, 1955.

  • Ramos Mejía, J. M. Las Multitudes Argentinas. Buenos Aires: La Cultura Popular, 1934 (primera edición, 1893).

  • Ramos Mejía, F. El Federalismo Argentino. Buenos Aires: Cultura Popular, 1915 (primera edición 1887).

[i] D. O. De Lucia, "Historia y política. Los socialistas y el problema de la emancipación nacional (1890-1920)" en Texto y Discurso. VII Jornadas del Instituto deHistoria de la Ciudad de Buenos Aires; 273-303 y del mismo autor, "Artigas y la historiografía de izquierda en la Argentina. En búsqueda del pasado de las masas criollas." (inédito) 

 

 

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Hugo E. Biagini, Compilador. Arturo Ardao y Arturo Andrés Roig. Filósofos de la autenticidad. Jornada en homenaje a Arturo Andrés Roig y Arturo Ardao, patrocinada por el Corredor de las Ideas y celebrada en Buenos Aires, el 15 de junio de 2000. Edición digital de José Luis Gómez-Martínez y autorizada para Proyecto Ensayo Hispánico, Marzo 2001.
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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