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Arturo Andrés Roig |
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Los krausistas argentinos
CAPÍTULO I UBICACIÓN DEL KRAUSISMO ARGENTINO*
§ 1. El krausismo es una corriente de pensamiento típica de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX que se manifestó tanto en Europa como en Iberoamérica. Si bien su desarrollo europeo, en especial el español, ha sido objeto de numerosos estudios, no puede decirse lo mismo respecto de los países americanos. En lo que se refiere a la República Argentina no existen nada más que ciertas referencias muy vagas sobre nuestros escritores, pedagogos o políticos krausistas y nadie ha intentado hasta la fecha investigar el volumen e importancia de su acción social y de su producción escrita. Debe el krausismo argentino ser colocado dentro de un movimiento mucho más amplio que en sus comienzos fue denominado "espiritualismo" por Juan Bautista Alberdi (IV, 461-462) y que ha dado lugar, además, a que se hable de un “período espiritualista" en el Río de la Plata, tal como lo llama Arturo Ardao (1950). Este movimiento tiene sus raíces en la Generación de 1837, pero recién a partir de 1852 se instaura con fuerza perdurando de modo casi exclusivo hasta 1890. Después de esta fecha, por obra principalmente del positivismo, entra en declinación, si bien algunas de sus líneas alcanzan la tercera década del siglo XX. Este espiritualismo era, además, "romanticismo" en su más amplio sentido; tanto en su versión racionalista como en la que no se apartó del teísmo tradicional. § 2. Decíamos que el llamado "período espiritualista” comenzó abiertamente a partir de 1852. Los alumnos de Diego Alcorta, último profesor de filosofía que dictó "ideología" en la Universidad de Buenos Aires, aquellos que tradujeron a Victor Cousin en 1834; las enseñanzas de Luis José de la Peña, contemporáneas de las de Alcorta en las que se introdujo a Laromiguiére y las de José León Banegas entre 1841 y 1852, continuador del mismo Alcorta en las que se hizo ya decididamente filosofía ecléctica, fueron los comienzos de la formación de un clima espiritual que llevó a la instauración del "eclecticismo de cátedra" en el Río de la Plata. Este eclecticismo, más que la filosofía social de los combativos representantes de la Generación de 1837, habrá de determinar principalmente el ambiente filosófico de la segunda mitad del siglo XIX a través de universidades y colegios. Su época de mayor esplendor se produjo alrededor del 70 y sus últimos representantes los encontraremos casi al rayar el siglo. § 3. Como consecuencia de los acontecimientos políticos ocurridos en Francia en 1830 y, años más tarde, en 1851, numerosos franceses, muchos de ellos destacados hombres de letras, emigraron hacia el Río de la Plata. La mayoría se radicó primeramente en la ciudad de Montevideo, pero al caer en 1852 la dictadura de Rosas pasaron a la Confederación Argentina. Entre los principales, que habrían de jugar un importante papel en la marcha del pensamiento filosófico y educacional de los países del Plata, cabe citar a Albert Larroque, Amédée Jacques, Alexis Peyret, Jean Eugenie Labougle, Martin de Moussy y numerosos otros. La presencia de estos inmigrantes coincidió en Argentina con la estructuración definitiva de la enseñanza media y superior, descuidada por más de treinta años. El primer colegio de significación que abre toda una época floreciente de estudios, fue el de Concepción del Uruguay, en la provincia argentina de Entre Ríos. En 1854 tomó su dirección Albert Larroque, quien durante los diez años que lo tuvo a su cargo, impuso el "eclecticismo de cátedra". Se incorporó asimismo a este Colegio, Alexis Peyret, cuya docencia junto con la de Larroque determinó la orientación intelectual de las nuevas generaciones. Los egresados del Colegio de Concepción del Uruguay constituyeron más tarde uno de los más significativos grupos de la llamada "Generación de 1880" ; entre ellos cabe mencionar a Julio Argentino Roca, Eduardo Wilde, Onésimo Leguizamón, Olegario Andrade y Victorino de la Plaza, en cuyas manos quedó la dirección política y cultural del país hasta terminar el siglo. § 4. La reorganización de los colegios nacionales, llevada a cabo a partir de 1862 y en especial la dirección de los estudios del Colegio Nacional de Buenos Aires que estuvo a cargo del filósofo y educador Amédée Jacques entre 1863 y 1865, generalizó en el nivel de la enseñanza secundaria, el "eclecticismo de cátedra". Los manuales con los que se había enseñado esta filosofía, el de Patrice Larroque que había sido traducido en Buenos Aires y el de Géruzez, fueron desplazados además por el que había escrito Jacques en Francia en 1846 junto con sus colegas Emile Saisset y Jules Simon y que fue traducido al castellano dos años más tarde. Enseñaron filosofía también en este Colegio, siguiendo manuales eclécticos, Pedro Goyena y Victorino de la Plaza. La significación de Amédée Jacques dentro del movimiento de ideas de la segunda mitad del siglo XIX tiene elevada importancia. Discípulo de Cousin de quien se apartó luego para adherir al movimiento del "racionalismo" representado en Francia principalmente por Edgard Quinet y Jules Michelet, poseía una rigurosa formación filosófica a más de una brillante carrera universitaria. Sus planes educacionales sirvieron de base en Argentina para la reestructuración de la enseñanza secundaria y superior, fundada por éI sobre la base de la psicología y la pedagogía de tipo espiritualista ecléctico. § 5. En 1870, Domingo Faustino Sarmiento creó en la ciudad de Paraná, capital de la provincia argentina de Entre Ríos, la Escuela Normal Nacional de Profesores, que fue dirigida durante varios años por el pedagogo español José María Torres, colaborador de Jacques en Buenos Aires. Aquél, con sus obras, en especial su Curso de Pedagogía (1887-1888), impuso en el movimiento normalista de todo el país el espiritualismo de corte ecléctico dando sentido de este modo a la primera etapa de la famosa Escuela Normal de Paraná. La Escuela Normal Nacional de Profesoras de Buenos Aires, creada en 1874, jugó un papel semejante a la de aquélla, si bien con menores resonancias. En ella dictaron filosofía algunos de nuestros últimos eclécticos: Félix Martín y Herrera a partir de 1886 y Nicomedes Reynal O'Connor, desde 1890. En la Universidad de Buenos Aires, el eclecticismo que había sido difundido bajo la tiranía de Rosas por José León Banegas, al que ya mencionamos, continuó imperando ininterrumpidamente en la cátedra de filosofía aproximadamente hasta el 80. No cabe duda que el rectorado de Juan María Gutiérrez, tuvo en esto influencia decisiva. Pedro Ortiz Vélez, Manuel Villegas, Guillermo Rawson, Juan Eugenio Labougle, Luis José de la Peña y Nicanor Larrain fueron algunos de los que ocuparon la cátedra de filosofía en esos años, sin apartarse de aquella tendencia general. § 6. El “eclecticismo de cátedra" ha sido expresión fiel del espíritu reinante en los manuales impuestos en la enseñanza francesa de la época. Se encuentra documentado, además, a través de numerosas tesis y trabajos escritos en universidades y colegios. Podemos caracterizarlo como un tipo de saber oficial en el que se rechazan tanto el sensualismo como el panteísmo y se predica un racionalismo moderado que no pretende en ningún momento encontrarse en oposición con la religión positiva imperante. Desde el punto de vista de la estructura de las ciencias se parte de una psicología desde la cual se llega a una teodicea. Por primera vez en nuestras escuelas se hizo con el “eclecticismo de cátedra", historia de la filosofía, sin salirse por cierto de las conocidas características del método divulgado por Victor Cousin. A través del eclecticismo se introdujo en el Río de la Plata la filosofía escocesa del sentido común y la filosofía alemana romántica, moldeadas ambas por el espíritu francés. Entre los autores de la filosofía alemana citada, que tuvieron notable influencia, cabe mencionar, por ejemplo, a Herder, cuya presencia entre nosotros trató de determinar Coriolano Alberini. Las autoridades impuestas por la escuela ecléctica fueron, además: Platón, Aristóteles, Descartes, Fenelón, Leibniz, Kant, Maine de Biran, Cousin, Jouffroy, Royer-Collard, Reid, Stewart y otros. En cuanto a la perduración del "eclecticismo de cátedra" puede ella ser determinada a través de los programas oficiales de enseñanza de la filosofía en los colegios nacionales, que mantienen la estructura ecléctica aproximadamente hasta 1890, como asimismo a través del uso de los manuales eclécticos que se extiende hasta muy entrado el siglo XX. § 7. También el pensamiento católico tiene importante lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Sus antecedentes no se remontan, como podría creerse, a la filosofía escolástica que tuvo vigencia a la par del "ideologismo" ilustrado, sino que se trata de un pensamiento fuertemente relacionado, por lo menos en sus comienzos, con el espiritualismo ecléctico y con el cristianismo social de Lamennais. Más adelante variarán las influencias, imperando entonces Donoso Cortés y Balmes. Dos representantes de interés, de primera hora, han sido Facundo Zuviría y Félix Frías. El primero, en quien se notan aún materiales que provienen de la ilustración, concluyó en una posición ecléctica; el segundo, habiéndose declarado ecléctico en sus comienzos, terminó en un tradicionalismo sin dejar de ser, en el fondo, un doctrinario, bajo la inspiración de Guizot. Al promediar el siglo comienzan a destacarse las figuras de Fray Mamerto Esquiú, difusor de Balmes y lector de Santo Tomás y con una labor muy amplia de publicista, José Manuel Estrada. Este, bajo la influencia en un comienzo de Lamennais, continuará en adelante en cuanto escritor católico el rechazo del eclecticismo iniciado por la Generación de 1837, de la que se convierte en intérprete. Su labor al frente de la cátedra de derecho constitucional en la Universidad de Buenos Aires, llevada a cabo con amplitud y con verdadero espíritu de maestro, le permitirá sin embargo ejercer fuerte influencia sobre muchos de sus discípulos que se movían dentro de las diversas formas del racionalismo romántico y aún sobre otros que se habían pasado ya al naciente racionalismo positivista. Otros pensadores ubicados dentro de la filosofía de signo católico fueron Manuel Antonio Sáez, Manuel Demetrio Pizarro y Pedro Goyena. Los últimos representantes del pensamiento típico de la segunda mitad del siglo XIX, fueron Benjamín Sánchez, quien escribió una Filosofía de la historia y Faustino Arredondo con su libro La Verdad, obras aparecidas ambas en 1898. La mayoría de estos escritores no hacen propiamente filosofía sino apologética, dentro de un movimiento que podría llamarse del "liberalismo católico": una especie de doctrinarismo adecuado a las condiciones americanas. Románticos, como todos los escritores que militaron en el "espiritualismo" de la segunda mitad del siglo XIX mantuvieron vigente en Argentina, hasta terminar el siglo, las influencias de Chateaubriand, Lamartine, Schlegel, de Maistre, a más de las de Donoso Cortés y Balmes, ya mencionados. § 8. Para entender el sentido y alcance de lo que hemos denominado "eclecticismo de cátedra", como así también la posición de los pensadores católicos frente al mismo, es importante tener en cuenta la evolución que sufrió el espiritualismo de origen ecléctico. Ella nos explicará además la formación de una poderosa corriente de pensamiento que relegó lo ecléctico, en el mejor de los casos, a un simple método; que tuvo un fuerte sentido de lucha ideológica y que se llamó a sí misma expresamente "racionalismo". Este "racionalismo" por antonomasia pretendía distinguirse de las otras formas del racionalismo romántico, entre ellas de modo especial de la que incluía el eclecticismo, de la cual sin embargo derivaba en gran parte (Ardao, 1962). Ya hemos dicho que la evolución del pensamiento de Amédée Jacques consistió justamente en el paso del eclecticismo dentro del cual se había formado originariamente, hacia esta nueva tendencia. Quienes difunden sin embargo este "racionalismo" son fundamentalmente Francisco Bilbao y Alexis Peyret. Ambos recibieron la influencia directa del magisterio de Edgard Quinet, el discípulo descarriado de Cousin. Bilbao, quien además se encuentra bajo la inspiración de Lamennais y Renan, alcanza en sus escritos nivel filosófico. Su racionalismo místico ejerció una influencia de alcance americano. Alexis Peyret, no lejos de los intereses intelectuales de Bilbao nos ha dejado la primera Historia de las religiones (1886), elaborada siguiendo principalmente a Réville y Havet. Peyret es uno de los maestros de la Generación de 1880, egresada en parte del Colegio de Concepción del Uruguay. Bilbao que fuera llamado "el Lamennais americano”, es un exponente valioso de la conciencia religiosa típica del liberalismo romántico. La difusión de la obra de Ernest Renan llevada a cabo por él tuvo una larga resonancia y alcanzó hasta los primeros positivistas, iniciado ya el siglo XX. Si bien todo el racionalismo romántico hizo profesión de cristiano, dando lugar a lo que se ha llamado justamente el “racionalismo cristiano" este hecho cobró particular fuerza y significación dentro de este "racionalismo" por antonomasia en el que lo místico tenía tan importante papel. § 9. Los miembros de la Generación de 1837 que sobre la base de las lecturas de Pierre Leroux habían comenzado en una actitud de abierto rechazo del eclecticismo de Cousin, al promediar el siglo evolucionaron también hacia aquel "racionalismo". De este modo vinieron a coincidir pensadores de origen diverso, que provenían unos del eclecticismo y los otros del socialismo romántico. Tal es el caso concreto de Domingo Faustino Sarmiento, quien se hace también propagandista de Renan; de Vicente Fidel López y de Juan Bautista Alberdi. Por cierto que el "racionalismo" de todos ellos no habrá de revestir el carácter virulento de aquellos difusores ya citados y de sus discípulos, integrantes de la llamada Generación de 1880. Coinciden todos sin embargo en la lucha contra los pensadores y políticos católicos, en favor de la enseñanza "laica” y el matrimonio civil. Esta polémica, que no fue propiamente como se ha dicho de modo equivocado, entre "positivistas” y católicos, sino entre "racionalistas” y éstos últimos, llenó la parte final del siglo de modo resonante. El año 1882 en que se convocó nuestro primer Congreso Pedagógico y el año siguiente en el que se dictó la Ley 1420 de Educación Común, marcan posiblemente el momento de mayor influencia del pensamiento racionalista romántico del que venimos hablando (Alberini Problemas, 58). Tanto el eclecticismo que se instauró durante más de medio siglo en nuestras cátedras por cuyo dominio luchó principalmente contra el catolicismo, como el "racionalismo” -ideología de combate esgrimida por pensadores que se movieron de modo muy activo en la vida política- sostuvieron los dogmas del liberalismo individualista y se opusieron a toda forma posible de panteísmo en cuanto ponía en peligro aquellos principios. El trasfondo metafísico de todos ellos se lo encuentra en la noción de sustancia derivada de la tradición filosófica neo-cartesiana o neo-leibniciana, que resulta ser común denominador de la época. § 10. Por otra parte, si bien el "eclecticismo de cátedra" mantuvo una cierta unidad, dada en general por un esquema visible en los diversos manuales de enseñanza de la filosofía que se mantiene, casi sin variantes, desde el primitivo texto de Larroque, hasta el de Boirac que alcanzó diecinueve ediciones a partir de 1905, el "racionalismo" sufrió una diversificación en manos de la Generación de 1880. En líneas generales esta evolución interna del “racionalismo" que resulta ser uno de los fenómenos más interesantes dentro de la filosofía “espiritualista" argentina del siglo XIX, es claramente visible en Victorino de la Plaza y en Eduardo Wilde. Onésimo Leguizamón, lo mismo que Olegario Andrade, se mantienen sin embargo dentro de sus fórmulas típicas. El primero de estos últimos, asimila el método ecléctico en el estudio del derecho, rechaza el panteísmo al que confunde conceptualmente con la teocracia y el poder católico y afirma un deísmo sobre el que funda precisamente su defensa de la enseñanza neutra. Olegario Andrade, predica como poeta la liberación del hombre en su canto Prometeo (1878) y se convierte con ello en uno de los portavoces más influyentes del racionalismo; Victorino de la Plaza, por el contrario, se aparta del movimiento propiamente "racionalista" con el cual coincidía en las luchas políticas, hace "eclecticismo de cátedra" como profesor de filosofía del Colegio Nacional de Buenos Aires en donde dictaba su materia siguiendo el texto de Amadeo Jacques y en su intimidad se declara panteísta, entregándose a la lectura de Spinoza. Eduardo Wilde, en fin, derivando lo mismo que otros de un mismo tronco ideológico, concluye en un pesimismo metafísico. Sus escritos dependen todos ellos de una doctrina de la sustancia derivada claramente de Royer-Collard y a través de él de los escoceses, en particular de Thomas Reid. Digamos de paso que este pesimismo en que maduró el "racionalismo" implica una valiosa actitud crítica de los dogmatismos propios del pensar metafísico de la época. Los hombres que hemos citado constituyen la punta de lanza de la denominada "Generación de 1880" y ninguno se apartó, pues, del espiritualismo típico de la segunda mitad del siglo XIX. Dos discípulos de Victorino de la Plaza publicaron tal vez bajo la influencia de la enseñanza oficial de la filosofía, los últimos libros eclécticos: Aditardo Heredia, un Ensayo sobre la filosofía moral (1873) y Nicomedes Reynal O'Connor, sus tratados sobre Existencia de Dios (1890) y Filosofía a-priori. La vida (1894). Lo más importante que ha dejado este espiritualismo de primitivo origen ecléctico, ya sea en su forma "racionalista", como en la corriente derivada del "pesimismo metafísico", lo constituyen, sin embargo, los escritos de Bilbao y la psicología que se desprende de la obra literaria de Eduardo Wilde. § 11. La segunda parte del siglo XIX fue además una época de florecimiento de la ciencia natural, la que no se sale del marco general romántico. El año 1870 marcó, así como lo ha sido de otras corrientes del pensamiento "espiritualista", el comienzo de este despertar de la ciencia. En líneas generales se encuentran todos los escritores científicos bajo la influencia de Herder y de Humboldt. Se suma a esto un fuerte sentido del paisaje valorado desde un punto de vista estético y aún metafísico, no extraño en muchos casos a una visión vagamente panteísta. La polémica entre partidarios de Cuvier y de Darwin no es en un primer momento, como se ha creído, una pugna entre románticos y positivistas. La valoración "positivista" de Darwin toma cuerpo más adelante cuando su doctrina, despojada de lo teológico, es incorporada al "cientificismo positivista". La obra de mayor significación dentro de Ia ciencia natural romántica en Argentina es la Historia de la Creación de Germán Burmeister, director del Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires entre 1862 y 1892. § 12. Juntamente con la ciencia natural romántica se produjo en la segunda mitad del siglo XIX el florecimiento de las escuelas médicas de tendencia espiritualista, emparentadas todas ellas en mayor o menor grado con el eclecticismo. El centro principal de difusión de estas doctrinas ha sido la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Es curioso observar, por otro lado, que los profesores de aquella cátedra de filosofía de la Universidad de Buenos Aires en la que dominó el eclecticismo según hemos dicho antes, han sido en su mayoría médicos. Las tesis de medicina de contenido filosófico espiritualista aparecen entre 1852 y 1870. Entre ellas destacaremos únicamente la de Eduardo Wilde, El hipo, en la que se elaboran las nociones de "síntoma" y "enfermedad" sobre la doctrina de la ciencia de los escoceses, conocida a través de Royer-Collard tal como hemos dicho. El espiritualismo médico parece sin embargo haberse agotado bien pronto dando paso a la medicina experimental y a través de ella, más tarde, al positivismo médico. En contra pues de una historiografía de nuestras ideas filosóficas que ubicó los comienzos del positivismo argentino alrededor del año 1852, entendemos nosotros que las tendencias filosóficas de corte romántico imperaron a lo largo de casi toda la segunda mitad del siglo XIX y que el positivismo recién tuvo sus primeras manifestaciones aisladas, dentro de esos mismos años, a partir de la década del 70. Por otro lado, hecho altamente curioso, puede fijarse el año 1930 como límite tanto del positivismo, como de las últimas corrientes románticas sobrevivientes. § 13. Una presentación esquemática del desarrollo de nuestro positivismo nos ayudará sin duda a precisar aún más los márgenes dentro de los cuales discurrió el pensamiento romántico tan vasto como difuso. Si nos atenemos a las principales influencias es posible reconocer en aquél tres grandes líneas de desarrollo, una la más antigua, tiene sus fuentes en las doctrinas de Carlos Darwin y su principal difusor e intérprete en el sabio paleontólogo Florentino Ameghino; otras dos, casi simultáneas, se inspiran en las de Herbert Spencer y Augusto Comte. Contemporánea con la primera de estas dos grandes líneas se ha de colocar el "materialismo médico" que pronto se confundiría con las diversas formas del positivismo. En lo que respecta a las dos segundas, sus comienzos se ubican al finalizar la década del 80, en una época en la que había comenzado ya a declinar la fuerza de la conciencia romántica. Agustín Alvarez dice que las ideas de Spencer se generalizaron en Argentina alrededor del año 1887 (1918, 44-45). Pedro Scalabrini, por su parte, dice en 1888, que el positivismo en particular el de Comte "es el último venido" y que "no domina en ninguna parte" (1888, §2). El pensamiento de los filósofos europeos citados determinará la formación de las dos grandes corrientes del positivismo argentino, dividido de modo tradicional en "comtiano" y "spenceriano", líneas que asimilaron cada una a su manera el primitivo darwinismo (Romero 1952, 31). La filosofía de Spencer que era ya como ideología europea una formulación del transformismo, se vio reforzada además por la difusión de las obras de Haeckel. Dentro de este esquema sumamente general de influencias, se ubican otras muy fuertes en algunos escritores, tales como las de Hippolyte Taine, Théodule Ribot y después del 900 principalmente, las del positivismo italiano: Sergi, Ardigó, Ferri y numerosos otros. § 14. En cuanto a los focos geográficos de difusión del positivismo, sobresale la ciudad de Buenos Aires, puerta principal de acceso del evolucionismo transformista y la de Paraná, desde donde tuvo comienzo el vasto movimiento de la filosofía comtiana. Las instituciones educacionales que principalmente dieron vida al positivismo argentino. La Universidad de Buenos Aires y en particular sus facultades de derecho y medicina y la Escuela Normal de Profesores de Paraná, han dado origen por otro lado a una distinción entre positivistas “normalistas" y “universitarios" que tal vez sea más comprensiva y se preste menos a equívoco que la de "comtianos" y "spencerianos" (Korn, 173). La multiplicidad de las influencias y lo difuso del spencerismo así lo aconseja, como también la decidida actitud de todos nuestros positivistas de alcanzar una formulación doctrinal adecuada a las circunstancias y necesidades, más allá de un simple prurito ortodoxo. Como casi la mayoría de los intelectuales de los que venimos hablando, los positivistas en cuanto hombres de acción se preocuparon más por la efectividad de la doctrina, que de su dependencia de la formulación europea o aún de la propia originalidad alcanzada (Torchia 1961, 173-174). Mientras la ciencia natural constituyó dentro del “período espiritualista" tan sólo un episodio en el movimiento general de ideas, al producirse la floración del positivismo quedó ubicada en el centro de los intereses intelectuales de la época. Dentro de la ciencia natural, a su vez, tuvo la paleontología un papel de fundamentalísima importancia. La fundación del Museo de Ciencias Naturales de La Plata en 1884 marca una fecha importante y decisiva en todos estos procesos. Nuestro positivismo, como lo ha observado Ricaurte Soler, fue de acuerdo con la generalizada influencia darwiniana, marcadamente biológico (1959, 84). § 15. Todas las corrientes que hemos presentado avanzaron hacia una maduración y elaboración propias, de modo en algún sentido semejante a lo que sucedió con el racionalismo, si bien en este caso con una fuerza intelectual evidente y una producción literaria en un volumen no conocido antes en Argentina. Surge así en la etapa final del positivismo una actitud crítica visible en sus principales representantes. El intento de José Ingenieros de fundar su filosofía sobre un concepto elaborado de experiencia es una de sus manifestaciones. Otra es aquella en función de la cual se sostendrá la necesidad de leer las obras de Kant como antídoto contra los dogmatismos propios de la filosofía espiritualista anterior y aun contra aquéllos en los que habían caído muchos positivistas. Esta última forma del positivismo argentino, bajo la influencia muy vigorosa de Alfred Fouillée, constituirá nuestro "positivismo espiritualista" cuyo principal representante ha sido Rodolfo Rivarola y al cual no es ajena la posición filosófica de Alejandro Korn. § 16. Dentro de esta etapa que comienza a mediados del siglo XIX y concluye en la tercera década del XX, hemos de ubicar como una de las tantas formas del "espiritualismo" típico de esa época y al lado del positivismo, nuestro krausismo. Frente a otras tendencias ideológicas tales como la que hemos denominado "eclecticismo de cátedra", el "racionalismo" y las diversas formas del positivismo, no constituyó una fuerza predominante como sucedió en España. En este país, en efecto, el krausismo ocupó desde 1850 hasta 1875 el centro de la vida académica y luego de un breve período de ocaso resurge nuevamente vigoroso a partir de la fundación de la Institución Libre de Enseñanza en 1876 cuyo influjo decisivo dentro de la cultura española se prolongó hasta bien entrado el siglo XX. EI hecho de no haberse generalizado el krausismo en nuestras cátedras y de encontrarse su influencia diluida en muchos casos dentro de otras tendencias, hizo que no surgieran intelectuales que se denominaran "krausistas" con un sentido de escuela. Nuestro krausismo, como tendremos ocasión de verlo luego, fue obra de pedagogos y políticos que actuaron en forma más bien individual y aislada, si bien ejercieron indudable influencia y en algunos casos de vasto alcance. De todos modos, los años a lo largo de los cuales se produjo el hecho krausista argentino, coinciden con los del krausismo español. Si intentáramos determinar sus etapas podríamos distinguir una primera de introducción y difusión que corre aproximadamente entre 1850 y 1870; una segunda de asimilación que podría considerarse cerrada alrededor de 1900 y una tercera en la que el krausismo, en cuanto filosofía política y pedagógica, se lanza a la acción en vasta escala y que concluye en 1930. La primera etapa de las mencionadas se reduce principalmente al uso de manuales dentro de las facultades de derecho; en la segunda se da una formulación del krausismo en la que se lo aproxima al deísmo propio del “racionalismo", con el cual se confunde en muchos aspectos; en la tercera, toma el krausismo contacto con el positivismo dando lugar al nacimiento de nuestro "krauso-positivismo". Es además importante destacar que la influencia tan largamente sostenida por nuestro "eclecticismo de cátedra" determinó de modo muy especial la valoración y sentido de las doctrinas krausistas. En Argentina no puede estudiarse el krausismo si no se tienen en cuenta principalmente sus contactos con la filosofía ecléctica y con el "racionalismo" que deriva de ésta. Fue por otro lado nuestro krausismo un fenómeno generacional. Las fechas de nacimiento y muerte de sus principales representantes así lo prueban de modo manifiesto: Wenceslao Escalante e Hipólito Yrigoyen nacieron ambos en 1852; Julián Barraquero en 1856 y Carlos Vergara al año siguiente. Sus vidas se extendieron hasta la segunda y tercera décadas del siglo actual y algunos de ellos, como Barraquero e Yrigoyen, sobrepasaron aún esas fechas ya que el primero de los nombrados falleció en 1935 y el segundo dos años antes. Si nos atenemos al esquema generacional propuesto por Diego F. Pró para la historia del pensamiento argentino quedarían nuestros krausistas ubicados dentro de la generación del 96. § 17. Por otra parte, no fue nuestro krausismo un hecho pobre en cuanto contenido de ideas, ya que como podrá verse, desarrolló todos sus temas y posibilidades. Agréguese a esto la virtud de haberse adecuado a las necesidades intelectuales y sociales de la época y en particular a las exigencias de una burguesía liberal conservadora de carácter progresista. El hecho de haber sido el krausismo, dentro de las tendencias propias del "período espiritualista" iniciado en 1852, una de las pocas que se prolongó tan entrado nuestro siglo, se ha debido a una vitalidad que deriva en parte de su decidida vocación social. Esta nota característica que le llevó a postular la formulación de un liberalismo “solidarista", en contra del liberalismo clásico, es paralela a la vocación social del positivismo argentino que desembocó en el socialismo tal como lo ha hecho ver Leopoldo Zea. Otro hecho importante que muestra aquella vitalidad, en este caso en el terreno pedagógico, radica en la afirmación de la autonomía del educando en lo que vino a coincidir el krausismo con la pedagogía comtiana elaborada en Paraná, influida además por aquél. El racionalismo moderado de nuestro krausismo, en abierto contraste tanto con el racionalismo agresivo de muchos de los últimos espiritualistas románticos que integraban las élites gobernantes, como el no menos agresivo de los positivistas que les sucedieron luego, le llevó a un cierto entendimiento con los grupos católicos sin quebrar por eso la tradición liberal argentina. Vino de este modo a ser una especie de fórmula de transacción y pacificación dentro de la agitada polémica entre católicos y “racionalistas". De este hecho deriva también, probablemente, aquella fuerza de sobrevivencia que extendió la vigencia de la conciencia romántica casi hasta nuestros días. Aquella misma vitalidad que mencionábamos deriva también en nuestros krausistas de una visión de la realidad nacional que pretendía colocarse sobre lo verdaderamente propio de nuestras tradiciones. De este modo, en el terreno jurídico se intentó elaborar una "ciencia argentina" y se Ilevó a cabo la interpretación krausista de nuestra Constitución Nacional de 1852; en lo político se buscó con intensidad la realidad social e histórica originaria de la cual provenían nuestras instituciones y en lo pedagógico se afirmó con fuerza que la metodología krausista era escuela pedagógica nacional, no importada sino elaborada por nosotros mismos. Es indudable que la fuerza con que se realizó todo esto provenía de una exigencia de visión dialéctica que era esencial al racionalismo armónico. En abierto contraste con aquel "racionalismo moderado" que hizo del “cristianismo racional" krausista una ideología no combativa respecto de lo religioso, en lo político incitó a la más viva militancia. Un fuerte eticismo, del que deriva también su interna vitalidad, le impulsó a una lucha con la que se sintieron consustanciadas grandes masas de ciudadanos. § 18. De esta manera, mientras la mayoría de las tendencias del espiritualismo romántico características de la segunda mitad del siglo XIX se encontraban ya virtualmente agotadas alrededor del año 90, el krausismo se mantenía aún vigoroso y activo. El "eclecticismo de cátedra" fue cayendo en desuso dentro de la enseñanza oficial; la ciencia natural romántica y las escuelas médicas espiritualistas habían ya desaparecido hacía tiempo frente al empuje de la ciencia experimental; los "racionalistas" evolucionaron hacia formas diversas del positivismo, abandonando su deísmo primitivo. Quedaban en la lucha ideológica tan sólo tres grandes líneas, dos de ellas abiertamente en pugna: el pensamiento tradicional católico y el positivismo y una tercera, el krausismo, que prolongaría por varias décadas, como hemos dicho, la conciencia racionalista romántica. A partir del 900 la fuerza alcanzada por el positivismo en cuanto movimiento ideológico y la amplitud de la investigación científica promovida por él, hará que el racionalismo armónico agudamente vivido por nuestros principales krausistas no tenga una presencia manifiestamente visible y aún llegue a ser confundido con el positivismo. Se suma a esto el hecho de haber sido los positivistas los primeros en haber realizado en Argentina de modo sistemático la historia de las ideas, dentro de la cual asimilaron a los racionalistas románticos como antecedente de su propia doctrina declarándolos sin más “positivistas". Esto ocurrió con Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento y Juan María Gutiérrez, entre otros de nuestros representantes de la Generación de 1837; pasó lo mismo con los republicanos franceses del 51, Amédée Jacques y Alexis Peyret y con la totalidad de los miembros de la Generación del 80, entre ellos, Onésimo Leguizamón, Olegario Andrade o Eduardo Wilde. Ya hemos dicho que éstos últimos no fueron "positivistas" sino que integraron diversas líneas de desarrollo del vasto movimiento romántico. A pesar de haber sido el krausismo argentino hasta la fecha un movimiento casi desconocido, no tuvo por eso mismo menos fuerza tal como trataremos de mostrarlo en las páginas que siguen. Como fenómeno político y pedagógico, dejando de lado su influencia en las cátedras universitarias o secundarias, ha sido sin duda uno de los hechos de más envergadura dentro del desarrollo de las ideas argentinas. § 19. Una ubicación del krausismo argentino sería indudablemente imperfecta si no se tuviera en cuenta que forma parte de un fenómeno mucho más amplio desde el cual se deberían estudiar todos los movimientos de ideas entre nosotros. Se trata, en efecto, de un hecho rioplatense antes que exclusivamente argentino. Dentro del desarrollo de las ideas iberoamericanas lo rioplatense constituye una estructura historiográfica con sustantividad desde la cual debería reconstruirse toda la historia del pensamiento de esta zona de la América Austral. Se cuenta felizmente para el estudio de la ideología krausista con un libro de Arturo Ardao con el que inició estas investigaciones en el Río de la Plata y en el que se ha intentado un paralelo entre Hipólito Yrigoyen y Batlle y Ordóñez. § 20. Lo rioplatense no se escinde como es obvio de lo iberoamericano, estructura mayor en la que es visible de modo a veces realmente sorprendente una secuencia de tendencias paralelas y contemporáneas que muestran una unidad de cultura y de destino indudables (Frondizi). En tal sentido el krausismo ha sido también un hecho latinoamericano si bien todavía no suficientemente determinado en sus caracteres generales, en sus etapas y en su influencia sobre el desarrollo de nuestras agónicas democracias. En 1843 Ahrens decía en el prefacio a la segunda edición del Curso de derecho natural que esta obra había sido "adaptada en muchos países y hasta en América para la enseñanza universitaria" y Giner de los Ríos, años más tarde, en 1878, al hablar de la influencia ejercida por los representantes de la escuela krausista belga, decía que ellos habían contribuido "a difundir en los más de los pueblos latinos, un espíritu y sentido filosófico que a lo menos en Bélgica, en Italia, en España y en buena parte de la América Latina, ha sido de incalculable trascendencia en todos los órdenes". No ha de resultar extraño pues que el krausismo se encuentre presente en la historia intelectual de todos nuestros países hermanos y se manifieste ya sea a través del uso de textos, ya en un plano de mayor significación, en la obra misma de nuestros pensadores. En Brasil se hizo una edición del Curso de derecho natural al parecer en 1850; en Bolivia salió a luz en 1867 un Curso completo de derecho natural, editado en Sucre, que es un extracto de Ahrens, Jouffroy y Burlamaqui; según parece, más adelante tuvo lugar una reedición boliviana de la traducción del Curso de Ahrens hecha en París en 1853 (Francovich, 1945 y 1948), en México se hizo entre 1875 y 1878 una traducción de la Lógica de Tiberghien (Zea 1944, 187) y en Perú, en fecha que ignoramos, otra del Curso de Ahrens (Salazar Bondy 1954, 29). Sin que podamos avanzar conclusiones definitivas, las versiones mencionadas ya fueran tomadas de la españolas o realizadas por traductores americanos sobre los textos franceses, muestran en general que el krausismo se divulgó principalmente a través de la lectura de Ahrens, el más importante discípulo de Krause. Más tarde será visible una influencia semejante ejercida por Tiberghien. En cuanto a la presencia directa del krausismo español, será tardía y habrá de coincidir, como lo mostraremos al final de este trabajo, con el período de expansión de la Institución Libre de Enseñanza de Madrid. § 21. Se encuentra además el krausismo asimilado a la obra de muchos pensadores americanos entre los que figuran nombres de alta importancia. Se ha subrayado su presencia en José Martí y en Miguel Antonio Caro; Eugenio María Hostos, el portorriqueño discípulo de Sanz del Río, fue abiertamente krausista; también lo es, en Cuba, Antonio Bachiller y Morales; Bartolomé Herrera y más tarde Alejandro Deústua son pensadores peruanos influidos por el racionalismo armónico (Salazar Bondy 1954, 28-31, 36); en Uruguay hicieron krausismo Prudencio Vázquez, Pedro Mascaró y J. Batlle y Ordóñez; en Bolivia llevaron a cabo una tarea semejante el limeño José Silva Santisteban y luego el boliviano José R. Mas (Francovich 1945, 113-115); en Brasil, el sacerdote católico Patricio Muniz usó doctrinas de Krause en su polémica con el comtismo y fueron krausistas, además, Galvâo Bueno y Xavier Matos (Costa 1957, 32-33). Sin duda los ejemplos podrían ser multiplicados considerablemente. § 22. Habíamos intentado antes comparar las etapas del krausismo español con las del krausismo argentino. Cuando se pueda establecer la misma comparación con el desarrollo general del racionalismo armónico en América, se habrá alcanzado esa otra estructura cultural dentro de la que se inserta necesariamente todo lo nuestro. Lamentablemente, ya lo hemos dicho, tal visión de conjunto no es aún posible debido a que el krausismo americano no se encuentra historiográficamente sistematizado y valorado en la medida en que lo está el español. Carecemos sin duda de obras tales como las de Pierre Jobit, el libro clásico dentro del tema y de inevitable consulta; el de Joaquín Xirau que reabrió desde Iberoamérica el interés por el krausismo peninsular en nuestros días, junto con los de Martín Navarro, Fernando de los Ríos, Juan López Morillas, Lorenzo Luzuriaga y otros; o como las obras que se han agregado últimamente, siempre relativas al krausismo español, de Mlle. Yvonne Turin, Vicente Cacho Viu, Manuel de Rivacova y Rivacova y María Dolores Gómez Molleda. § 23. Para terminar ya, acotaremos algunas características que ofrece el krausismo argentino sin perjuicio de las que aparecerán más adelante, en el desarrollo de nuestra investigación y que explican, en parte, por qué no alcanzó en su momento la espectabilidad del krausismo español. La inteligencia argentina se ha caracterizado de modo permanente por una decidida y abierta voluntad de no separarse de las grandes fuentes europeas de pensamiento. Dentro de esta actitud fue pues en su ocasión "ecléctica", “racionalista", "krausista", "positivista" o "antipositivista", siguiendo siempre un proceso interno ininterrumpido y propio, a la vez que de contacto directo con aquellas fuentes bebidas de modo casi exclusivo para todo el siglo XIX a través del pensamiento de origen francés. Mientras en España el krausismo se presentó como una voluntad de reintegrarse en lo europeo o de "europeizar" España (Gómez Molleda, 128 y ss.), en Argentina no tuvo tal sentido en ningún momento. La tarea de "europeización" ya había sido impuesta por nuestra Generación de 1837, promotora entre otras cosas del imponente movimiento inmigratorio y por nuestros gobiernos nacionales que a partir de 1870 completaron el exterminio de los indígenas de la Patagonia. Cuando a nuestro krausismo le tocó cumplir su tarea, Argentina ya había dado forma a su manera a su ideal de vida europea. Tampoco apareció nuestro krausismo en una "situación de atraso y estancamiento" (Jobit, tomo I, 268-269), sino que entró en juego en un medio de fuerte crecimiento intelectual y económico, regido por nuestros "racionalistas" del 80 y más tarde por los positivistas, sus herederos. Dentro de la profunda crisis moral acarreada por la explosión de riquezas y la diversificación social derivada de la inmigración europea que cambió la faz humana de Argentina entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, el krausismo tomó en sus manos la tarea de prolongar una visión del mundo y de la vida de fondo romántico, sin que significara una novedad ni una ruptura con las tradiciones intelectuales y el medio cultural dentro del cual surgía. No realizó el krausismo, por otra parte, toda la tarea dentro del proceso de modernización que ha caracterizado con fuerza a la Argentina finisecular. El "racionalismo" en cuanto ideología de base de gran parte de los miembros del "Régimen", dio la estructura neutra al estado y a la educación que justamente exigía el krausismo en España y el positivismo, por su lado, hizo suya la tarea de dar forma a la ciencia argentina, reclamando para sí de modo exclusivo toda tarea científica. Al krausismo le quedó tan sólo un aspecto del quehacer ético pedagógico, dentro de un eticismo que fue tarea cumplida también y a su modo por aquellas tendencias antes señaladas. El krausismo argentino, digamos por último, desconoció la no violencia, así como había rechazado la neutralidad en materia política. Con Yrigoyen, en su etapa revolucionaria, sostuvo el uso de la fuerza; con Vergara, en su larga prédica pedagógica, impulsó a los docentes argentinos a la acción dentro de los partidos políticos. Se diferencia sin duda en todo esto de aquella posición de no-violencia y de neutralidad impuesta por Giner de los Ríos a su escuela y de la que se lamenta Luis Araquistain en su libro sobre el pensamiento español (39).
* La primera edición de este libro la hizo la Editorial José M. Cajica S. A. de la ciudad de Puebla, México, 1969. Se ha respetado el texto primitivo, salvo algunas modificaciones de estilo y se ha agregado al final una conferencia titulada “La cuestión de la ‘eticidad nacional’ y la ideología krausista”, dictada en Buenos Aires en 1989. El texto de esta nueva edición ha sido preparado por la Profesora Marisa Muñoz, del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del CONICET, Mendoza. |
© Arturo Andrés Roig. Los krausistas argentinos. La primera edición de este libro la hizo la Editorial José M. Cajica S. A. de la ciudad de Puebla, México, 1969. Se ha respetado el texto primitivo, salvo algunas modificaciones de estilo y se ha agregado al final una conferencia titulada “La cuestión de la ‘eticidad nacional’ y la ideología krausista”, dictada en Buenos Aires en 1989. El texto de esta nueva edición ha sido preparado por la Profesora Marisa Muñoz, del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del CONICET, Mendoza. Versión autorizada por el autor para Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez. Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes. Enero de 2005. |