Germán Marquínez Argote
 
 

EL HOMBRE Y SU OBRA

 

Santiago Castro-Gómez
Tübingen, Alemania

Datos Biográficos

Germán Marquínez Argote fue la figura central del llamado "Grupo de Bogotá", nombre con el que era conocido aquel grupo de profesores de la Universidad Santo Tomás que introdujo en Colombia el pensamiento filosófico de la liberación a mediados de los años setenta. Marquínez se sumó así a la gran lista de "transterrados" españoles que apoyaron vitalmente el proyecto de una "filosofía latinoamericana" durante el siglo XX.

Nacido en 1930 en el país vasco español, Germán Marquínez realizó estudios de filosofía a partir de 1947 en el seminario de Logroño, capital de La Rioja, a los que siguieron cuatro años de teología en Burgos. A mediados de 1954 viajó a Roma y obtuvo la licenciatura en filosofía en 1956 por la Universidad Gregoriana. Eran los años en que el franquismo fortalecía la escolástica como filosofía oficial en las universidades españolas. No obstante, la escolástica que interesaba en aquellos días a Marquínez no era el tomismo cerrado que dominaba en los seminarios teológicos, sino el tomismo abierto, orientado hacia problemas de caracter político-social en la línea de Jacques Maritain.

En 1960, cumplidos los 30 años, Germán Marquínez llega a Colombia y se establece inicialmente en la ciudad de Barranquilla, muy cerca del mar caribe. Esto supuso un choque violento entre dos mundos: el que quedaba atrás, la tradicional y vieja Castilla, y el bullicioso y vital mundo del caribe colombiano. Recordando su experiencia, escribe Marquínez: "en esta región la realidad supera a la imaginación y por ello pudo nacer allí el realismo mágico como cosa natural. El haber vivido de entrada en Colombia en un medio tan fantástico como real y vital me ha ayudado a degustar y comprender la obra de García Márquez, de la cual he sido asiduo lector y estudioso".

Con todo, el clima húmedo del tropico colombiano afecta su salud y se ve obligado a partir hacia Bogotá, donde termina su doctorado en filosofía en la Universidad Javeriana. A mediados de 1963 se produce una experiencia intelectual que afectaría definitivamente sus intereses filosóficos: la lectura del tratado Sobre la esencia del filósofo español Xavier Zubiri. Desde ese momento, Marquínez se sintió más zubiriano que escolástico. La escolástica le parece ahora un conjunto de esquemas conceptuales tejidos por la mente humana, un conceptismo ontológico que oculta y enmascara la realidad. Zubiri, en cambio, le muestra la necesidad de estudiar la realidad en sí, en su concreta y palpitante actualidad. Como veremos, este giro epistemologico será definitivo para la interpretación que hará Marquínez de la filosofía latinoamericana de la liberación.

En 1969 Marquínez regresa temporalmente a España, llevando bajo el brazo el manuscrito de su libro En torno a Zubiri. En Madrid asistió a los cursos dictados por Zubiri sobre la "estructura dinámica de la realidad" y entabló una gran amistad con el maestro. De regreso a Colombia se incorpora a la Universidad Santo Tomás como profesor de la recientemente inaugurada facultad de filosofía. El clima ideológico-político empezaba entonces a cambiar en toda Latinoamérica: el impacto de la revolución cubana, la teoría de la dependencia, el "boom" de la literatura latinoamericana, los levantamientos armados de la guerrilla, la teología de la liberación. En este ambiente de agitación ideológica, los estudiantes de la Universidad Santo Tomás empezaron a reclamar un cambio inmediato de los programas de filosofía, orientados hasta entonces hacia una recepción acrítica del pensamiento europeo, sin referencia ninguna a los problemas de la realidad colombiana. En plena sintonía con el momento histórico, Marquínez se dió cuenta que su filosofía se movía en los límites de un universalismo abstracto y apoyó decididamente la orientación latinoamericanista que la universidad Santo Tomás hizo suya y oficializó en sus reglamentos.

En 1975 se formó el "Grupo de Bogotá", en el que, además de Marquínez, participaron tres pensadores españoles radicados en Colombia, Joaquín Zabalza Iriarte, Luis José González Alvarez y Juan José Sanz Andrados, así como los colombianos Eudoro Rodríguez y Jaime Rubio Angulo, todos ellos profesores de la facultad de filosofía de la universidad Santo Tomás. A excepción de Rubio Angulo, los miembros del "Grupo de Bogotá" se inspiraban en el compromiso cristiano con la eliminación de la injusticia social, tal como venía siendo defendido por ciertos sectores progresistas de la iglesia católica desde el Concilio Vaticano II, y particularmente desde la conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín (1968). No existía en Colombia hasta ese momento ninguna tradición latinomericanista comparable a la de Perú, México y Argentina, lo cual hizo que el grupo se concentrara inicialmente en el estudio de la historia de las ideas latinomericanas, por un lado, y en la recepción del debate en torno a la posibilidad de una filosofía latinoamericana (A. Salazar Bondy, L. Zea, E. Dussel, F. Miró Quesada), por el otro. Pero al cabo de poco tiempo, el grupo logró integrar la idea de América Latina como horizonte situado y concreto de las reflexiones filosóficas en un marco interpretativo fundamentalmente cristiano de la realidad, dominado por pensadores como Ricoeur, Mounier, Levinas, Freire, Dussel, Scannone y Zubiri.

En este contexto discursivo, Marquínez publica en 1977 su obra fundamental Metafísica desde Latinoamérica, en donde se apropia de los supuestos básicos del pensamiento de Zubiri para desarrollar la idea de una filosofía de la liberación para América Latina. A este trabajo le siguieron estudios menores de gran interés como El hombre latinoamericano: Ensayo de interpretación analéctica (1977), Una lectura latinoamericana de Descartes (1979), Fenomenología de nuestra cultura en "Cien años de Soledad" (1979) y Reflexiones en torno al realismo fantástico latinoamericano visto desde las ideas estéticas de Xavier Zubiri (1986).

En 1982 la Universidad Santo Tomás crea el Centro de Investigaciones de Filosofía Colombiana, como programa de apoyo al postgrado en filosofía latinoamericana. Nombrado como su primer director, Germán Marquínez inicia una importante labor de traducción y transcripción de manuscritos filosóficos del tiempo de la colonia, así como una serie de estudios sobre el pensamiento filosófico colombiano del siglo XIX. Fruto de este trabajo son sus libros Filosofía de la ilustración en Colombia (1982) y Benthamismo y Antibenthamismo en Colombia (1983), así como su rescate de pensadores coloniales sepultados en el olvido, como el filósofo jesuita Juan Martínez de Ripalda (1642-1707). Bajo su dirección, el Centro de Investigaciones comenzó la publicación de la Biblioteca Colombiana de Filosofía, un proyecto editorial sin precedentes en la historia del país. En 1992 y 1993 participó activamente, junto con Daniel Herrera, Leonardo Tovar, Eudoro Rodríguez y Roberto Salazar Ramos, en los que serían las dos últimas publicaciones conjuntas del "Grupo de Bogotá": La filosofía en Colombia. Historia de las ideas y La filosofía en América Latina. Historia de las ideas. Desde entonces ha proseguido sus estudios de filosofía escolástica colonial en América Latina, que han gozado del reconocimiento internacional entre los especialistas.

Germán Marquínez o la Metafísica desde Latinoamérica

La preocupación de Marquínez por reflexionar filosóficamente desde la realidad latinoamericana echa sus raíces teóricas en la metafísica de Xavier Zubiri. En su empeño de aprovechar a Zubiri para elaborar una filosofía de la liberación en perspectiva latinoamericana, el pensador vasco-colombiano no estaba solo: también el teólogo español Ignacio Ellacuría, discípulo de Zubiri y amigo personal de Marquínez, valoraba positivamente el potencial de la filosofía zubiriana para un pensamiento de la liberación. Mientras preparaba el manuscrito de lo que sería su obra gran póstuma Filosofía de la realidad histórica, Ellacuría escribe a Marquínez: "Estoy trabajando en una filosofía de la historia que tengo muy avanzada y que es posible esté preparada para la imprenta en diciembre de este año [1977]. Será un libro grande en que también pongo el pensamiento de Zubiri al servicio de un filosofar latinoamericano". Así, pues, hacia mediados de los años setenta, ambos pensadores españoles, el uno desde Colombia, el otro desde Centroamérica, se encontraban embarcados en una misma tarea: enraizar el pensamiento de Zubiri en la realidad latinoamericana, de tal modo que sus categorías analíticas sirvieran para orientar un proyecto socio-político de caracter liberador.

Pero mientras que Ellacuría se inspira en Zubiri para la elaboración de una filosofía de la historia, Marquínez dirige su atención hacia una historia de la filosofía y, concretamente, hacia una reinterpretación de la historia de la metafísica. En su libro Metafísica desde Latinoamérica, Marquínez desarrolla su tesis sobre los horizontes históricos de la metafísica occidental. Desde el momento de su aparición en Grecia, nos dice Marquínez, la filosofía ha sido articulada al interior de cuatro marcos diferentes de compresión de la realidad: el horizonte de la physis, el horizonte de la creación, el horizonte de la subjetividad y el horizonte posmoderno. El concepto de "horizonte" tiene cierta similitud con la nociones de "paradigma" (T.S. Kuhn) y de "episteme" (M. Foucault): se trata de condiciones a priori del saber teórico compartidas por una comunidad filosófica en una época determinada. Los horizontes no guardan entre sí una relación de continuidad, sino que el paso de un horizonte a otro supone una "crisis", una revolución epistemológica.

En el horizonte de la physis, la filosofía se entiende a sí misma como un saber fisiológico. Buscar la verdad significaba referir las cosas al modo de ser de la naturaleza, pues cada cosa imita, en cierta manera, a la physis. También la ética y la política encuentran su fundamentación en ella: hay hombres que por naturaleza son libres y otros que son esclavos, hay acciones que se acercan o se alejan del orden natural de las cosas. Este horizonte, que predominó en el mundo greco-latino hasta el siglo V, entra en crisis con el advenimiento del cristianismo como religión oficial del imperio romano. Los filósofos cristianos introducen una visión completamente nueva del mundo y de la ciencia. El "mundo" (cosmos) es entendido ahora como ente creado, con lo que la metafísica se transforma en teoría de la creación. Como para los pensadores critianos todas las cosas salen y retornan a Dios, la pregunta por el "ser" no se plantea de la misma forma que lo hicieron los metafísicos griegos. Dios es el Ser mismo (est Iptum Esse), mientras que las cosas, en cambio, tienen el ser (habent esse) por participación. Todas las cosas son valoradas de acuerdo a su mayor o menor participación en la plenitud divina. De ahí el sentido vertical y fuertemente jerárquico de la vida, típicamente medieval, que consolidó el regimen feudal de servidumbre.

Con Descartes se instaura no solo una nueva edad histórica, sino también un nuevo horizonte de comprensión filosófica. El teocentrismo medieval entra en crisis y se impone un modelo antropocéntrico que coincide con la expansión colonial europea en el siglo XVI. El "cogito, ergo sum" de Descartes se convierte en fundamento del nuevo horizonte de la subjetividad. Ser objeto en relación a un sujeto convertido en demiurgo es el nuevo status de lo real. Ego cogito significa, por ello, yo pienso, yo proyecto, yo quiero, yo decido, yo conquisto. Siguiendo la interpretación de Heidegger, Marquínez afirma que Kant fundamentó el nuevo proyecto de la metafísica sobre la base de una teoría del conocimiento. Kant es, entonces, el primer gran metafísico que tiene conciencia clara del "giro copernicano", es decir, del cambio radical de horizonte que se había operado en la metafísica después de Descartes. Este proyecto culmina en la obra de Hegel, quien subsume la metafísica en una "ciencia de la lógica", elevando a ésta al rango de conocimiento absoluto. Sólo a partir de las ideas es comprensible la realidad natural y humana, como momentos de la misma, en su devenir dialéctico. La idea se convierte en principio y fín de todas las cosas, en el círculo totalizador e identificante que lo engloba todo. La metafísica deviene así en ideología, en un saber sobre ideas y conceptos desde los cuales se emprende la conquista de la realidad.

De acuerdo a la interpretación de Marquínez, la metafísica moderna hace crisis con la muerte de Hegel en 1831. Los filósofos poshegelianos rechazan el largo y profundo sueño metafísico de la filosofía, pero lo hacen todavía desde los presupuestos de la episteme moderna. Todos ellos adoptan una actitud "especular", pues creen que la realidad se encuentra reflejada en el "sistema", en el universo conceptual de la sabiduría filosófica. Marx, Kierkegaard, Nietzsche, Comte, e incluso Heidegger y Sartre, son pensadores que, en opinión de Marquínez, deben ser inscritos en el largo período de crisis del horizonte de la subjetividad. Apenas a mediados del siglo XX, una vez consolidada la ruina de la modernidad con la segunda guerra mundial, aparece un nuevo horizonte metafísico, inaugurado por dos pensadores de la "periferia" europea: Levinas y Zubiri. Se trata de un horizonte posmoderno, que rompe con el imperialismo de las ideas y entiende la filosofía como metafísica de la realidad. Levinas, un judío que vivió la historia doliente de la barbarie nazi, se opone a la primacía del ser sobre el ente y a la totalización de lo Otro por el Mismo. El Otro, para Levinas, es inapresable porque es otredad radical. Frente a él solo puede establecerse una relación cara-a-cara, personalizada, de apertura dialógica hacia su alteridad. Zubiri por su parte, un vasco residente en los confines del imperio europeo, plantea el primado de la realidad sobre las ideas. Lo primero y más importante no es la ontología o teoría del ser, el conocimiento de las ideas, sino el encargarnos metafísicamente de la realidad que nos ha tocado en suerte, el "habérnoslas" con ella.

En base a esta lectura de la historia de la metafísica occidental, Marquínez procura avanzar hacia un discurso filosófico que, situado en América Latina, sea capaz de superar la modernidad en su fundamentación ideológica, cuya expresión es la ontología imperial. Para ello sostiene la tesis de que el horizonte posmoderno de la metafísica nace ciertamente en la periferia europea, pero es radicalizado en Latinoamérica, una región sometida tradicionalmente a los embates imperialistas de la modernidad. Es en América Latina donde echa sus raíces la metafísica posmoderna, el pensamiento crítico de la Totalidad dialéctica, cerrada y excluyente de la modernidad. Principalmente a partir de la década de los sesenta, América Latina comienza a tomar conciencia de su caracter dependiente, periférico y subdesarrollado. Frente a esta situación, la filosofía latinoamericana comienza a articularse como un "pensamiento de la habitud", como un saber que busca habérselas con su propia realidad, hacerse cargo de ella. Marquínez cree ver realizado este proyecto posmoderno en filósofos como Augusto Salazar Bondy, Leopoldo Zea, Enrique Dussel, Juan Carlos Scanonne, Ignacio Ellacuría y Rodolfo Kusch, quienes comprenden perfectamente la anterioridad del "estar" con respecto al "ser" y procuran apropiarse de su propio mundo latinoamericano. Filosofar posmodernamente en Latinoamérica significa dar cuenta de una realidad marcada por la opresión, la injusticia y la violencia. En opinión de Marquínez, la generación de filósofos latinoamericanos surgida en los sesenta procura librar la "realidad" del imperio del "ser" y de subordinar éste a aquella.

La metafísica del "haber" es, para Marquínez, el modo liberador de señalar nuestra realidad latinoamericana. "La realidad, como haber, se relaciona con lo nuestro originario, con el subsuelo limpio de maleza ontológica opresora, liberado de los discursos a priori del ontologismo imperial". Pero este descubrimiento de la propia realidad no se da solamente en la filosofía sino, con más intensidad aún, en el ámbito de la literatura. Aquí Marquínez se apropia nuevamente de Zubiri para lanzar una interpretación filosófica del realismo mágico, y concretamente de la obra de Gabriel García Márquez. Tal interpretación se halla contenida fundamentalmente en su ensayo "Reflexiones en torno al realismo fantástico latinoamericano visto desde las ideas estéticas de Zubiri", publicado en 1987.

Marquínez echa mano de las reflexiones estéticas avanzadas por el joven Zubiri desde 1934 y que alcanzaron su madurez en la famosa trilogía sobre la inteligencia humana. En esta obra, el pensador vasco sostiene la tesis de que la aprehensión de la realidad es un acto unitario en el que participan simultáneamente los sentidos y la inteligencia. Los sentidos son inteligentes y la inteligencia es sentiente, lo cual significa que la realidad no es conocida únicamente por la razón teórica, como enseña la visión racionalista, sino también por mediación de los sentidos. La organización inteligente de los datos sensibles, denominada por Zubiri la "razón poética", se manifiesta fundamentalmente en la obra de arte, en los productos artísticos de la imaginación humana. De todo esto concluirá Marquínez que la literatura fantástica es una mediación necesaria, al lado de la filosofía y de las ciencias empíricas, para aprehender lo real. La ficción y la conceptualización no se contraponen ni se ordenan jerárquicamente una frente a la otra, sino que son caminos distintos y complementarios. Sin literatura, grandes zonas de la realidad, que no pueden apresar la ciencia y la filosofía, quedarían inéditas e inexpresadas. El logos poético no es más ni menos logos que el logos teórico.

Ahora bien, para Zubiri la razón humana es concreta e histórica, lo cual significa que la aprehensión de la realidad está siempre coloreada por una determinada "mentalidad", por un modo específico de comprender y sentir la vida. Una obra como Cien años de soledad no pudo haber sido escrita jamás por un europeo, sencillamente porque en ella se da la intelección poética de una realidad que no es europea. Lo cual no quiere decir que exista una razón específicamente latinoamericana, diferente a la europea, sino que la imaginación poética (una facultad humana) se nutre con los colores de la realidad que quiere expresar. Retomando las tesis de Alejo Carpentier, Marquínez afirma que lo real-maravilloso es una cualidad de la realidad latinoamericana. El nuestro es un mundo insólito y fantastico, que solo puede ser expresado por alguien que participa vitalmente de esa misma realidad. Lo mágico y lo maravilloso no están, pues, en los recursos técnicos de la escritura, sino en la realidad misma. Esta realidad no es homogénea en todos los casos y en todas las latitudes, como pretendía el pensamiento racionalista de la modernidad, lo cual explica por qué el realismo mágico es un producto de la inteligencia específicamente latinoamericano, como lo son también la teología y la filosofía de la liberación.

Santiago Castro-Gómez
Stoecklestr. 22-A
72070 Tübinguen
Alemania

 

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