Leopoldo Zea

 

América como conciencia. México: UNAM, 1972. 133 pp.
(Primera edición: México: Cuadernos Americanos, 1953)

VI
El mundo colonial americano

29. América, fruto demoníaco

Descubierta y conquistada América, se ofrece a los ojos del europeo un mundo extraño, ajeno a sus puntos de vista. Ante él aparecían hombres y pueblos con otras costumbres y otra concepción del mundo y de la vida. Éstas no cabían dentro de los cuadros de comprensión que le eran familiares. Al no poder comprenderlos de acuerdo con sus puntos de vista empezó por negar a estos pueblos y a estos hombres la calidad de humanos. La medida para esta calificación lo fueron los propios puntos de vista teñidos por su manera de concebir el mundo y la vida que eran distintos a los del mundo indígena. La cultura de estos pueblos será vista, ante sus cristianos ojos, como fruto "demoníaco". Dios no parecía haber podido crear un mundo cuyos hábitos y costumbres venían a ser como negación permanente de una moral que él mismo había dictado. Este mundo debería ser obra del "demonio". Una gran masa de hombres, toda una cultura, es rebajada y negada como humanidad. (1).

Una vez vencidos estos pueblos su conquistador no se preocupó tanto por comprenderlos como por absorberlos, poniéndolos a su servicio. Es cierto que los misioneros cristianos se entregaron al estudio de la vida, costumbres y cultura indígenas; son numerosos los libros que se escriben en este sentido; pero en todos ellos lo que se hace patente es la intención evangelizadora. Se estudia todo eso, no para comprender los puntos de vista del indígena, sino para cambiarlos, para imponerles la concepción del mundo y de la vida propio de sus conquistadores. Se quiere occidentalizar, cristianizar, el mundo conquistado, mediante un supuesto conocimiento de lo que sea esa falsa cultura que sólo pudo haber inspirado el "diablo". Algunos misioneros más misericordiosos, buscan en esta cultura algún índice de que el cristianismo ha llegado a ella en alguna forma. Pero todo lo que no cabe dentro de la concepción cristiana de la vida tiene que ser destruido y arrasado.

Se destruyen y arrasan todos los templos e ídolos aztecas e incas; todo ese mundo en el cual pueda esconderse el "demonio" que lo ha inspirado. Sobre el mundo arrasado se superponen templos e imágenes cristianos. Sobre cada teocalli azteca se levanta una iglesia cristiana. Y sobre pueblos enteros, como el del Cuzco en Perú, se levantan otros pueblos; apoyándose en las piedras incaicas los palacios de los nuevos señores de occidente. Dos mundos parecen unirse, pero sólo quedan superpuestos.

El hombre occidental no puede comprender la existencia de una cultura que escape a sus puntos de vista que considera universales. No cabe en su mente que pueblo alguno haya escapado a la moral y modo de vida de su providencia. El "demonio", otras de sus creaciones, deberá estar detrás de este supuesto desvío. Sólo el "demonio" y un designio secreto de la providencia puede justificar la existencia de mundos como el americano. Ella, por así convenir a sus ocultos fines, ha entregado a estos pueblos al "demonio". Se trata de pueblos en "pecado", dejados de la mano de Dios, destinados a ser un día rescatados por los cristianos paladines de occidente.

América se presenta, ante los ojos europeos que lo han descubierto y conquistado, como "reo" ante Dios. Pero más que reo ante Dios, lo es ante una cultura con una concepción del mundo y de la vida que le es ajena. Ante esta cultura tendrá que responder del delito o "pecado" de tener otros puntos de vista, otra concepción del mundo y de la vida. Su pecado es haber escapado, por quién sabe cuántos siglos a la acción cosificadora del mundo occidental. Ahora este mundo le enjuicia y condena. En adelante, si ha de salvarse, si ha de justificarse como trozo de humanidad, tendrá que serlo de acuerdo con los juicios de su vencedor.

En este enjuiciamiento no cabrá apelación. El hombre que se encuentra en esta América, el indígena, no habla, carece de una voz que pueda ser comprendida. Su voz, cuando la tiene, pasa a través de la parcial interpretación que hace de ella el europeo, a través de categorías de comprensión que no son ya las propias. Las historias y relaciones, que sobre la vida y costumbres de este hombre se escriben, van cubriendo su auténtica realidad en vez de explicarla. El sentido que se da a estas historias y relaciones es un sentido siempre subordinado a la interpretación que de su propia cultura tiene el hombre occidental. En esta interpretación la cultura indígena de América pasa a ocupar un papel subordinado a la marcha de la cultura europea. La historia de América se inicia con su descubrimiento y conquista, todo lo anterior no cuenta, es algo "exótico", sin sentido para la interpretación que le da existencia. La cultura indígena al ser analizada e interpretada con categorías que no le corresponden, pierde su fuerza expresiva y se oculta detrás de ese mundo que le ha sido superpuesto. Detrás de cada cruz, símbolo del dominio occidental, se ocultará el "demonio" de esos pueblos haciéndose reconocer por sus hijos e influyendo secreta, pero poderosamente, en sus conquistadores. Una fuerza muda y sorda, pero terriblemente influyente, se dejará sentir llenando de inquietud al hombre que en ella va a seguir como síntesis de dos mundos superpuestos.

30. América, conquista conquistadora

La interpretación europea sobre la cultura indígena americana justificaba el segundo paso una vez hecho el descubrimiento, el de la Conquista. El Descubrimiento de América tenía un carácter providencial. Era Dios, la providencia, el que, de acuerdo con sus secretos fines, había permitido el descubrimiento de una tierra que había sido abandonada al "demonio" por espacio de varios siglos. Los motivos que habían movido a la providencia a ocultar este mundo habían cesado al permitir su descubrimiento. Ahora Europa tenía que cumplir su parte: someter a estos pueblos para cristianizarlos; hacerlos entrar en el redil de la cultura universal. Ahora iniciaba América su historia, su conquista era su punto de partida. Todo lo anterior no era historia, había sido una simple pausa de espera. Una espera de redención.

El primer paso de la Conquista sería un enjuiciamiento sobre el hombre conquistado. ¿Quién era este hombre que había permanecido fuera de los lineamientos de la cultura universal? ¿Era un hombre? ¿Era un bruto? ¿Qué clase de hombre es? Con estas preguntas surgen las grandes polémicas en torno a la naturaleza de los indígenas. Allí estaba, americano, en torno a la naturaleza de los indígenas. Allí estaba, entre otros el Padre Las Casas luchando por la humanidad de estos indígenas y Sepúlveda negándoles tal humanidad. En este enjuiciamiento el indígena quedará absuelto al sometérsele a las condiciones del mundo occidental; pero todo su pasado, su cultura, será condenado. En el pasado sólo estaba el pecado, su presente y su futuro deberían quedar subordinados a los módulos de la cultura de sus conquistadores. El americano quedó, a partir de este momento, amputado en una de las dimensiones de lo humano.

Sin embargo, este hombre con todo un mundo a cuestas del que no podría arrancar condena alguna, actuará secretamente. Su cultura se dejará sentir ocultamente, por debajo de ese mundo que sobre sus ruinas empieza a ser construido. Sus conquistadores empiezan a sentirse en falso, la seguridad de que hacían gala empiezan a fallarles; ya no le satisface sentirse representantes herederos de una cultura que consideraban ecuménica. Algo hay en la tierra conquistada que les arraiga y les hace ver ese mundo que les era propio como algo que se va convirtiendo en extraño. Se inicia en ellos esa lucha que habrá de continuarse y caracterizar el ser del hombre de este Nuevo Mundo. Ya no se sienten europeos, pero se resisten a ser semejantes a los hombres de estas tierras. Se sienten alejados del hombre de la metrópoli sin sentirse semejantes al de la Colonia. Hay en esta tierra algo que les seduce, un demonio interior que empieza a dominarlos; pera algo que no aciertan a explicar ni comprender con sus categorías. Desde un punto de vista objetivo han conquistado a estos pueblos imponiéndoles su lengua, religión y todas las formas de su cultura; pero en su interior sienten que todo esto, lejos de imponerse, va siendo transformado, se puede decir, conquistado; al tocar estas tierras se transforma, ya no semeja a lo que es equivalente en el mundo de que provienen. El mundo cultural europeo se va cambiando al tocar el mundo que parece haber conquistado; más que imponerse se va transformando y semejando a ese mundo que ha tratado vanamente de cubrir. Lo americano va imponiendo su sello subterráneamente. Desde un punto de vista formal sigue siendo expresión de la cultura dominante; pero su contenido es ya otro.

El europeo que ha conquistado a América, que ha impuesto a sus indígenas sus hábitos y costumbres, siente ya que todo esto se encuentra simplemente superpuesto. Frente a él desfilan otros hombres que sabe y siente distintos. Estos hombres no tienen ya voz alguna, permanecen frente a él mudos y callados; pero en sus ojos parece, a veces, asomarse ese "demonio" que se creía vencido. A veces estos hombres hablan, pero lo hacen en la lengua que les ha sido impuesta o interpretados por ella. Sin embargo ya las palabras van tomando otro sentido; no dicen lo mismo que dicen en su lugar de origen. Estos hombres practican también una religión que ya no es la de sus mayores; sin embargo, la devoción que ponen es esta religión que les ha sido impuesta y sus ritos parecen más bien propios de ese mundo enterrado que no del mundo que creía haberlos conquistado. El cristiano difícilmente podrá reconocer como propia la interpretación que dan a esa religión los indígenas.

El mundo indígena que había sido arrasado y destruido empieza a surgir subterráneamente. Los ídolos e idolillos que, junto con los templos, habían sido enterrados, surgen sonrientes y burlones en los adornos de los nuevos templos cristianos. En los frisos, columnas y cornisas dejan ver sus diabólicas carillas. Penetran en los templos disfrazados con las figuras angelicales que adornan sus cúpulas y techos. Sus muecas se dejan sentir debajo del oro de los extraños retablos. Aparecen en los cristos y santos a los cuales se rinde una no menos extraña devoción. En las fiestas religiosas, el mundo "demoníaco" condenado por el europeo, vuelve a resurgir. La misma muerte cambia de signo: ya no es la muerte del cristiano en cuya preparación debe entregar toda su vida. Ahora la muerte toma caracteres, como lo toma especialmente en el mexicano, incomprensibles para el europeo. La muerte no es ya la vencedora, la vencida parece ser ella al convertirse en algo cotidiano, tan cotidiano como la juguetería con la cual los niños pueden divertirse sin temer a sus descarnadas muecas. Todo esto lo ve y siente el europeo que ha conquistado un mundo que siente empieza a conquistarle. Se siente atraído por este mundo, envuelto, como hipnotizado por él. Al sentir esto, siente también que se pierde; siente que abandona o es abandonado por esa cultura que hasta ayer consideraba como la única y a nombre de la cual condenaba a otras que no se le semejaban. Se inicia con el conquistador ese forcejeo que habrán de heredar sus hijos y los hijos de sus hijos.

El conquistador, como más tarde sus hijos, empieza a sentirse inferior por sentirse distinto del mundo en cuyas formas había sido formado. Se siente inferior porque teme quedar fuera del mundo que hasta ahora ha considerado como lo universal por excelencia. Su obra no es ya semejante a la realizada por esta cultura, algo interno e inevitable hace que sea distinta. Pero no se atreve a intentar una auténtica comprensión de este hecho, sino que enjuicia estos hechos de acuerdo con los módulos de comprensión que trae consigo y hace que tomen sus hijos. En estos juicios esa cultura propia del nuevo hombre americano es siempre reducida y negada por encontrársela inferior a lo que se empeñe sea siempre su modelo.

31. Conquista de llanura y conquista de altiplano

Las formas de colonización en América van a derivarse, en una buena parte, de las formas de contacto entre los conquistadores y los pueblos conquistados. En este aspecto cabe hacer una distinción entre las formas de dominación realizadas por el europeo que conquistó el Norte de América y una parte del Sur y el que conquistó la parte que forma el altiplano americano. Tanto el europeo que conquistó Norteamérica como el que conquistó las llanuras de la América del Sur, tropezaron con pueblos indígenas nómadas y, por lo mismo, con una cultura rudimentaria. En cambio el que conquistó la altiplanicie americana, formada en la actualidad por naciones como México, Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia, se encontró con grupos indígenas sedentarios con un alto grado de cultura. Los pueblos con los cuales se encontró el europeo en las alturas americanas eran dueños de una cultura muy avanzada. Su organización social alcanzaba un grado tan elevado que causó no poca sorpresa a sus conquistadores.

La diversa situación de dos pueblos indígenas con los cuales se tropezó el europeo originó también una diversa forma de dominio sobre estos pueblos. El conquistador de las llanuras, de los territorios que ahora forman los Estados Unidos de Norteamérica y parte de la Argentina y el Uruguay, tuvieron que ir desalojando a sus nómadas pobladores indígenas palmo a palmo, hasta su casi completo exterminio. Mientras los conquistadores del altiplano no hicieron otra cosa que adaptar su dominio a las formas culturales y sociales con las cuales se encontraron. Estas formas sociales no fueron destruidas como lo fueron otras expresiones de la cultura indígena, todo lo contrario, se adaptaron a ellas poniéndolas al servicio de sus intereses. Simplemente cambiaron los signos de estas formas. Los señores indígenas fueron cambiados por señores blancos. Se realizó la superposición de que aquí se ha hablado. Sobre el indígena se colocó el español estableciendo servidumbre. No necesitó exterminarlo, lo puso a su servicio. Una gran masa de hombres quedó así convertida en instrumento de explotación.

En la llanura no sucedió lo mismo, aquí el europeo se vio obligado a valerse de sus propias fuerzas, de sus propias manos, para explotar su medio. En el altiplano el trabajo físico, material, se convirtió en trabajo para siervos; lo realizó el indígena. En la llanura no, en ella su conquistador se vio obligado, al faltarle brazos ajenos, a servirse de los propios. En una parte de América el trabajo material se convirtió en motivo de afrenta, "cosa de indios"; mientras en otra fue motivo de orgullo; un símbolo de ésta lo fue el self made man norteamericano, así como los altivos forjadores de la nación Argentina que, en nombre de la "civilización" se enfrentaron a la "barbarie" en la que se expresaban esas formas de organización propias del conquistador del altiplano. De estas dos formas de enfrentarse al mundo conquistado habrán de derivarse dos modos de ser y de sentir la vida en el americano.

32. La América como baluarte del mundo en ocaso

América, se ha dicho ya, fue descubierta en el momento en que la cultura occidental sufría una de sus más grandes crisis. Un nuevo tipo de hombre se enfrenta a viejas concepciones del mundo y de la vida, las que hemos simbolizado con el nombre de Cristiandad (2). Modernidad contra Cristiandad, son los contendientes. A la América que se ha llamado hispana llegarán los representantes de ese mundo que en Europa se encuentra en retirada. Algo hay en ellos de cruzados, además de aventureros. En el Norte, por el contrario, irán llegando los perseguidos por sus nuevas ideas, los representantes del Mundo Moderno que terminará por triunfar. Surgen así dos Américas, una de las cuales, la nuestra, la hispana encerrará en su conciencia toda serie de conflictos de que ya hemos hablado, y que no podrían ser igualmente señalados en el americano del Norte.

El pueblo europeo encargado de colonizar esta parte de América fue España. Pero una España que había llegado a su máximo apogeo como campeona de una causa y que empezaba su decadencia. En Europa era el pueblo paladín de la causa que está siendo vencida en todos los campos de la lucha que se ha entablado entre la Cristiandad y la Modernidad. España, que tiene en sus manos un inmenso imperio por colonizar, ha perdido la batalla en Europa. Otra nación, Inglaterra, campeona de la nueva causa de Europa, la ha vencido. Nuevas formas de vida y concepción del mundo conquistan toda Europa. España, no pudiendo reconquistar a Europa para la causa católica cerrará sus fronteras culturales y, dentro de ellas, queda encerrada la América que el destino le ha deparado para su colonización.

La América hispana queda así convertida en uno de los últimos baluartes del mundo que en Europa ha entrado en el ocaso. España hace de ella un baluarte bien cerrado y defendido para que no entre en él la semilla destructora del Modernismo que ha invadido y corrompido el Viejo Mundo. La construcción de este baluarte es obra de la Colonia. España impone a la América un cerco político y social y la Iglesia católica un cerco mental. Lógica será la correlación entre ambos cercos. España y la Iglesia católica saben que todo orden social que se establezca en la América dependerá, en todo caso, de la mentalidad de sus asociados. Para que un orden social y político pueda ser estable será menester educar, ante todo, a sus individuos en el respeto de este orden. El orden de la Colonia depende, así, de un orden mental previo.

En el campo cultural España impone a la América una filosofía que es propia del mundo que ha sido puesto en crisis: la escolástica. Pero no es ya la filosofía escolástica creadora de un Tomás de Aquino, ni tan siquiera la renovada filosofía de un Suárez. La filosofía que se impone oficialmente en estas tierras de América es una filosofía anquilosada, endurecida en la defensa de los intereses y fines del Mundo Medieval en pugna con el Modernismo. Ya no es la filosofía creadora de un orden ecuménico, sino la defensora de un orden que se derrumba en torno suyo. Ya no afirma creando, simplemente se conforma con decir "no" a todo lo contrario al orden de que es una expresión.

La idea de orden medieval creada por la escolástica será impuesta en la mente de los americanos de esta parte de América bajo su dominio. Con esta idea se impuso también el respeto y sumisión al orden teocrático representado por España. Se estableció un modo de pensar de acuerdo con el cual se formaron súbditos fieles de la teocracia española y creyentes, no menos fieles, del credo que la justificaba. El Santo Oficio cuidaba muy bien de que el orden mental impuesto no fuese alterado. De esta tutela habrán de surgir también muchos de los complejos que aquejarán al americano.

33. El mundo colonial de la América Hispana

Debido a estas circunstancias muchas de las fuerzas creadoras del americano quedaron inéditas, subordinándoselas a los intereses defendidos por la metrópoli española y a los intereses personales que dentro de la Colonia fueron creados. El cerco mental, establecido en defensa de la concepción católica del mundo representada por España, frustrará todo esfuerzo creador en el campo de la alta cultura, anulando todo lo que pudiera parecer audacia por salirse de los cuadros de la ortodoxia impuesta por la Iglesia. La pintura, la poesía, la literatura y todas las formas de las llamadas bellas artes, así como la filosofía, permanecen dentro de las fronteras marcadas por la ortodoxia establecida.

El barroquismo vino a ser la única salida del espíritu creador de esta América. Mediante el barroco, el espíritu creador del americano de estas latitudes, escapó a una realidad que le había sido impuesta. El barroco le permitió negar este mundo impuesto burlándose de él y despreciándolo. Creó, pero negando, eludiendo. No podía afirmar porque sabía que toda afirmación era inmediatamente sometida a la prueba de la ortodoxia.

Pero también la escolástica impidió al americano la salida creadora de la ciencia. La de esa ciencia que había triunfado en el campo de lo experimental. Este tipo de ciencia era ajeno a la escolástica que seguía sosteniendo la idea aristotélica y tomista sobre la misma. La nueva ciencia se encuentra en contradicción con la religión, tal es lo que establecerán los escolásticos de la Colonia. La revelación predomina siempre sobre la explicación. La fe sobre la razón. Es más, la misma situación social de la Colonia hace innecesario este tipo de ciencia. El individuo no tiene por qué esforzarse en arrancar a la naturaleza sus secretos. No tiene necesidad de técnicas que hagan más productivo su trabajo. Este tipo de trabajo es realizado por el indígena. Para vivir como gran señor bastan los frutos de la tierra y el oro y la plata que los brazos del indígena pueden hacer brotar. Cualquier otra ambición será caer en la soberbia incontenible y satánica que contamina a los pueblos de Europa corrompidos por la nueva filosofía.

El hombre de esta América, que se forma dentro de esta situación, lo encuentra, así, todo hecho: religión, política, sociedad, arte, filosofía, etcétera. Sus impulsos creadores tendrán que buscar otra salida. Tendrán que desviarse por el campo de la imaginación, por el campo de la utopía. El futuro, el mañana, le sirve para escapar a una realidad en la que nada tiene que ser, esa realidad de la cual, más tarde, no estará dispuesto a responder. El mundo cultural con el cual se encuentra lo siente superpuesto, como una gruesa capa que algún día tendrá que romper, como un muro que será menester taladrar. La oportunidad para realizar esto se le dará el futuro. Español, hasta los huesos, sentirá la cultura española como algo ajeno y buscará la mejor oportunidad para poder negarla. Todo ese mundo en el cual se ha formado se le presentará como lo accidental por excelencia. Como lo que no puede ser porque nunca ha querido serlo; como algo accidental y, por lo mismo, innecesario e insubstancial.

NOTAS

  • (1) Véase el libro de Luis Villoro, en que se hace esta interpretación, Los grandes momentos del indigenismo en México. México: El Colegio de México, 1950.
  • (2) Ver mi libro titulado La conciencia del hombre en la filosofía. México: Imprenta Universitaria, 1952.

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

Home Repertorio Antología Teoría y Crítica Cursos Enlaces