Leopoldo Zea

El Nuevo Mundo
en los retos del nuevo milenio

"Darcy Ribeiro"

1. Darcy y la inmortalidad

Me preparaba a escribir mis impresiones sobre mi reciente encuentro con Darcy Ribeiro cuando me entero, con regocijo, que le ha sido otorgado el Premio Interamericano de Educación Andrés Bello 1995 de la Organización de Estados Americanos. Nadie como él podía ser merecedor de este galardón. Mi último encuentro con Darcy Ribeiro fue en el V Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Estudios sobre América Latina y el Caribe, la solar, como la bautizó el mismo Darcy como primer presidente de la misma en 1982. La reunión la auspiciaba ahora la Universidad de São Paulo en Brasil. Anhelaba encontrarme pronto con Darcy, preocupado por la noticia dada en 1994 de que un grave mal había puesto en peligro su vida; igualmente la noticia de que, burlando a los guardianes del sanatorio en que había sido internado, se había escapado para poder continuar la labor que se había impuesto. Mi esposa y yo lo buscamos de inmediato y lo localizamos en un refugio que tiene en la playa. Apenas nos vimos me dijo: “Hermanito, no te preocupes, tú sabes que soy inmortal”.

Recordé que hace algunos años Darcy había sufrido un mal semejante, el cual le originó la extirpación de un pulmón. Pero antes de operarse, desde Francia y Perú, donde estaba exiliado, Darcy obligó al gobierno golpista que lo había enviado al destierro a aceptar su regreso al Brasil. No quería ser operado fuera de su tierra y no lo fue. Poco tiempo después tuve oportunidad de ir al Brasil; en esos días pregunté por él al rector de la Universidad de São Paulo y me informó que Darcy había muerto. Sentí un gran dolor, no podía creerlo. Regresé a mi hotel y cerca de las nueve de la noche sonó el teléfono de la habitación y contesté. Me sorprendió la voz, era la de Darcy Ribeiro. Nos vimos de inmediato. Le conté lo que me habían dicho. “¡Cretinos!”, dijo, “Tú sabes que yo no puedo morir porque tengo aún muchas cosas que hacer”. Risueño me relató que cada mañana se veía ante el espejo y se decía: “¡Darcy, tú no puedes morir. Aquí me tienes!”. En realidad tenía ya un pulmón de repuesto. “Ahora vamos a platicar. ¿Qué planes tienes?”.

La nueva enfermedad de Darcy me acongojaba. Había quedado con él en que nos veríamos en el V Congreso de solar en São Paulo. En la reciente visita a México del presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso, amigo común en el campo de los estudios latinoamericanos, le pregunté: “¿Cómo está Darcy?”. “Darcy está haciendo maravillas”, contestó, “ha terminado un gran libro sobre el pueblo del Brasil, como senador hizo aprobar nuevas leyes de educación, ha creado una Fundación que lleva su nombre y muchas cosas más”. “Pero físicamente, de salud, ¿cómo está?”, volví a preguntarle. “Mal, muy mal, pero esa su capacidad de trabajo y esa creatividad suya tan vital le harán superar el mal. Darcy es inmortal”. Recordándole que Darcy había sido el primer presidente de la solar, le pedí al presidente que inaugurase el Congreso en São Paulo. “No sé, tengo mucho trabajo. ¡Pero si Darcy me presiona tendré que hacerlo!”. Hablé otro día con Darcy. “Lo presionaré: de cualquier manera quiero que nos veamos, tengo mucho que contarte, tengo muchos planes, entre ellos, hablar de nuestra inmortalidad”.

A Darcy Ribeiro lo conocí en México en febrero de 1972, en la Conferencia Latinoamericana de Difusión Cultural y Extensión Universitaria convocada por el rector de la unam, Pablo González Casanova, a través de la Dirección General de Difusión Cultural de la cual yo era titular, y por la Unión de Universidades de América Latina. Allí se inició algo más que una amistad, una fraternidad. Darcy hace patente esta relación fraternal. A María Elena, mi esposa, la llama siempre cuñada. En una ocasión, cuando Darcy era vicegobernador de Río de Janeiro, inauguró la Asamblea General del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Al terminar me vio y a grandes voces me gritó “¡hermano!” El presidente en turno de esta institución, un adusto general chileno que veía con malos ojos mi colaboración en esa institución, me dijo sonriente: “Doctor Zea, qué sorpresa, no sabía que el vicegobernador Darcy era hermano suyo”. No contesté nada. Me encontré con Darcy, que se moría de risa. “Esa gente —me dijo—, no comprende otra forma de hermandad”.

En Darcy Ribeiro encontré siempre un gran apoyo en los esfuerzos por ampliar, coordinar y difundir los estudios que en común hacíamos sobre América Latina, vistos como instrumento para la integración de la región en la libertad. Darcy se hacía llamar “latinoamericano del Brasil”. “Me hice latinoamericanista —decía— en el destierro; los militares no sabían que estaban dando origen a la integración de nuestros pueblos. En mi destierro por el Uruguay, Venezuela, Perú y Chile y mi paso por el resto de los pueblos que forman América Latina, mi visión de brasileño se transformó en latinoamericana”.

En 1976 la unesco recomendó la creación de un organismo que integrase y difundiese los estudios que se realizaban ya sobre América Latina, como un instrumento para la toma de conciencia de lo que de común tiene la región, y a partir de ella para su integración. Al finalizar 1978 la Universidad Nacional Autónoma de México aceptaba el reto y convocaba a una reunión de consulta para poner en marcha tal recomendación. De allí surgieron la Sociedad Latinoamericana de Estudios sobre América Latina y el Caribe, la Federación Internacional sobre los mismos estudios, y un organismo coordinador y difusor de tales estudios. La Universidad, a petición de su Asamblea, aceptó ser la sede permanente de este Organismo, dándole todo su apoyo. Empezaron las reuniones para institucionalizar y legalizar estos organismos. En 1982 Darcy Ribeiro organizó en Río de Janeiro la reunión final que establecería los estatutos de esas instituciones. Darcy fue designado primer presidente de la Sociedad Latinoamericana, a la que bautizó solar. Puso en marcha la actividad para que el Brasil, antes más inclinado a mirar hacia el otro lado del Atlántico, volviese los ojos a la región de la que era parte. Estos esfuerzos culminaron en la creación, en São Paulo, en 1989, del Memorial de América Latina. Allí tuve la satisfacción de recibir el Primer Premio otorgado por el Memorial al campo de las Humanidades. Darcy cumplía con creces su papel como promotor de América Latina en el Brasil y otras partes de la región.

Darcy Ribeiro tiene en su haber una larga y fecunda labor en el campo de la educación y en el conocimiento de la región de América de la que es parte su pueblo. En 1960, al fundarse Brasilia como capital del Brasil, Darcy Ribeiro creó la Universidad de la misma y fue designado su primer rector. Ahora esta universidad lleva, como homenaje, el nombre de su fundador. Bajo la presidencia de João Goulart se encargó del Ministerio de Educación y fungió como jefe de gabinete del mismo presidente. El golpe militar en 1964 hizo que fuera encarcelado y luego enviado al destierro, del que sólo regresó para ser operado por vez primera del mal que le aquejaba. Cuando Brasil recuperó la democracia, Darcy acompañó a Lionel Brizola en la planilla para gobernador de Río de Janeiro y triunfó como vicegobernador. Inició y desde su puesto extendió la acción educativa por su estado. Construyó el Sambódromo, que al término de los festejos del carnaval se convierte en conjunto de aulas para los niños más desamparados de la ciudad. Su preocupación por América Latina sigue firme.

Ahora llego con mi esposa al hotel donde están hospedados los participantes al Congreso. Me quiero encontrar pronto con Darcy, pregunto por él, confieso que tengo miedo. Me avisan que va a bajar y lo hace ayudado por una joven pareja que es parte de su gabinete como senador. Veo que necesita ayuda, pero él está sonriente y vital. Me abraza y abraza a su cuñada. Le encuentro algo nuevo, un mostacho. Juntos vamos al acto inaugural y a mi conferencia magistral. Darcy hace mi presentación. No puedo expresar la emoción que me embarga. Me satisface ver lo lleno de la sala en donde hace la inauguración de la conferencia. Me sorprende la cantidad de jóvenes que nos asedian y nos hacen sentir su satisfacción por vernos juntos. Al terminar hablamos algo, no mucho: la jornada ha sido fatigosa.

Al otro día toca a Darcy ofrecer su conferencia magistral, a la que lo acompaño. Dura más de una hora con extraordinaria lucidez. Al terminar nos dice que le fatiga hablar. “¿Te fatiga?”, le dice María Elena, “has hablado más de una hora, cualquiera se fatiga así”. Darcy sonríe pícaramente. “En la noche tenemos que cenar y hablar mucho”, me dice. Así fue, vamos a un hermoso restaurante italiano. Hay mucha gente haciendo cola. Darcy es reconocido. El joven que lo acompaña baja a ver si hay lugar. Todos le dicen que pase, que ellos esperan. Se embotellan algunos coches, le reconocen y le gritan “¡Darcy! ¡Darcy!”; desde un coche una mujer saca la cabeza y le grita: “Yo adoro a Darcy”. Siento emocionado a mi hermano. Durante la cena le sacan una fotografía para recordar nuestra visita.

Empezamos a hablar. Me cuenta de su enfermedad, que sólo siente como algo que puede impedir la realización de sus proyectos. Pero sabe que si trabaja como lo está haciendo tendrá más tiempo, no podrá morir, será necesariamente inmortal: “Si seguimos trabajando como lo estamos haciendo”, me dice, no moriremos, seremos inmortales. Pero claro que esto molesta a algunas gentes que en mi caso, como en el tuyo, insistirán en que descansemos y así esperemos la muerte. Pero seguiremos trabajando, seremos inmortales”. Me habla de la vejez, le digo que soy diez años mayor que él. “Lo sé, pero te alcanzaré, claro que al hacerlo tendrás diez años más y tendré que tratar de alcanzarte hasta el infinito. Esto es un buen estímulo”. Recuerdo que en 1982 Darcy escribió un libro que tituló Utopía salvaje, donde los protagonistas del libro y utopía son ancianos. Lo dedicó a los ochenta años de sus maestros Sérgio Buarque de Holanda, a los setenta de su hermano Leopoldo Zea y a los sesenta de Darcy Ribeiro. Me sigue hablando de su enfermedad, siempre como un obstáculo a su afán por crear infinitamente. “Supongo —le digo— que en esta ocasión tendrás también un repuesto”. Le da risa. “¡Claro que lo tengo! ¡Sigo completo!”.

Me habla de lo que ha hecho, lo que está haciendo y lo que planea hacer. Como senador nacional hizo apoyar un gran proyecto educativo; sus privilegios de senador los usa, entre otras cosas, para una publicación que titula Carta referida a América Latina. Además del libro sobre el pueblo del Brasil, que por cierto será publicado en español por el Fondo de Cultura Económica, me dice que tiene ya otro libro más. Me indica que nos van a invitar para un homenaje nacional que se le prepara al final del año. Por su parte me invita a la instalación de la Fundación Darcy Ribeiro, en Brasilia, para el próximo año. Me enseña la fotografía del edificio donde será instalada, diseñado por un discípulo de su amigo Oscar Niemeyer, quien también diseñó Brasilia, el Memorial de América Latina y ahora la Fundación. El edificio me hace recordar las tiendas de los mongoles de Gengis Khan. “Claro, me dice, el porvenir de nuestra América está ahora al otro lado del Pacífico”.

En el Memorial está instalado el Parlamento Latinoamericano que hará por esta región lo que el Parlamento Europeo ha hecho por la integración de la Comunidad Europea. La invitación para la instalación de la Fundación será el próximo 1997. “¡Tienes que venir, te espero!”. Me toma de la cara, la voltea y la contempla diciéndome, “Yo tengo ahora 74 años, tú no puedes tener 84. No es posible ¿No te han preguntado por el secreto de tu juventud y por el secreto de la inmortalidad que también llevas contigo? ¿Cómo hay que hacer para ser inmortal?”. “¡Claro que me lo han preguntado varias veces!”. “¿Y qué has contestado?”. “Lo mismo que tú: hay que trabajar sin descanso. ¡Negarse a descansar es negarse a morir!”.

(Cuadernos Americanos núm. 57, 1996)

2. Darcy el americano

Desde Escipión el africano, los hombres que se destacan en la historia llevan el nombre del campo de sus hazañas. El campo de las hazañas de Darcy Ribeiro ha sido este ignorado continente, después utilizado por gente extraña a él. Darcy, que se hizo latinoamericano y americano sin más en el destierro, al que han sido obligados tantos latinoamericanos. Darcy, que ha hecho emerger del olvido y vacío en que se encontraba esta región del mundo, captando su cultura y las diversidades que forman su identidad. Identidad por la que los nacidos en estas tierras se igualan al resto de los hombres. Darcy, que partiendo de la identidad de la región ha forjado el molde educativo en el que han de formarse los hombres de esta región para integrarse en la universalidad que posibilita el reconocimiento de los otros como prolongación de sí mismos.

Lamento mucho el adiós que ahora se hace a este americano ejemplar que me llamó su hermano y al que yo considero mi hermano. La hermandad en que se funden ideas e ideales, topías y utopías. Darcy se enfrentó, como todos los que anhelamos un futuro mejor para esta región de nuestra América, a la hechura de la misma. Un futuro que hay que forjar a través de la educación. La educación, campo de batalla en donde ha de forjarse el futuro. Un futuro de libertad y para serlo de un desarrollo que lo garantice. No ya una abstracción más sino una realidad. Nuestro difícil pasado es el que nos obliga a forjar con violencia, como se forja el hierro a golpes, para que así se endurezca y pueda vencer al pasado y remontar el futuro.

Para Darcy pueblos como los nuestros, golpeados sin piedad, al servicio de destinos que les son ajenos, han de golpearse para endurecerse a sí mismos y así garantizar el fruto positivo de este duro troquelaje. Educación espartana, sin descanso, que permita superar los residuos de la educación que el coloniaje nos impuso para afianzar la dependencia. El mismo hierro en que fuimos forjados en beneficio de otros ha de redundar en beneficio propio y habrá que hacerlo para vencer los coloniajes y sus residuos. Darcy, educador y conocedor de la propia historia y cultura y del sentido de las mismas, supo lo que habría que hacer para superarse a sí mismo. El hombre no es un animal que supere estadíos, de acuerdo con leyes naturales; por el contrario, es una criatura que ha de violentar lo que parece predeterminado. ¿Hasta cuándo? Hasta donde sea posible para alumbrar el camino.

Cerca de este lugar está el Memorial de América, símbolo de los viejos esfuerzos por rebasar y afirmar lo que debe ser afirmado. El Memorial de América, concebido por Darcy, donde una mano sangrante recuerda lo que no debe ser olvidado. Una mano que no puede ser puño porque ha de superar la violencia que a lo largo de la historia le fue impuesta. Y dentro de la palma abierta, penetrada por la sangre de Nuestra América, vemos muy al fondo la ciudad del futuro que es Brasilia, por donde Darcy deambuló y discutió. Allí caminé con el rector y luego el senador que fue el mismo Darcy, empeñado en educar y en legislar para un futuro mejor. Imaginó futuros y forjó caminos para llegar a ese futuro.

Y más adentro de esta maravillosa Metrópolis está la selva y el río Amazonas, donde el mismo Darcy se bañó de Humanidad. La humanidad propia de los pueblos que han de superarse dolorosamente para forjar el futuro de América, y no ya el de otros. El futuro que había de emerger en la humedad de la selva y el caliente sudor de los hombres de esa región que con otras regiones de América han servido de caldero, crisol de la raza con la que soñó mi compatriota José Vasconcelos: la Raza Cósmica. Esa raza que no es raza, sino capacidad de verse en los otros a sí mismo, en lo que la distingue y al mismo tiempo en lo que la iguala. El negro, el blanco, el cobrizo, el amarillo, todas las gamas del color humano como entresijo de colores que da sentido y perfil a esta región del mundo que es América. Nuestra América, la América de Darcy y la América mía. La América de la que emergen las imágenes surgidas de la cósmica cabeza de mi hermano Darcy y que envuelven esta región con algo más que utopía, o utopía de utopías: como la realidad que quiérase que no están construyendo los Darcy con su genio y corazón. Esto es lo que quiero hacer patente con todo mi cariño fraternal al amigo con el que quisiera haberme vuelto a encontrar. Conmigo está mi pequeña esposa y compañera, María Elena, que llora de emoción cuando recuerda a Darcy que le decía: “María Elena, adoro tu prólogo, tus palabras, lo que piensas y dices de mí”. ¡Hasta pronto, querido hermano!

(Cuadernos Americanos núm. 62, 1997)

© Leopoldo Zea. El Nuevo Mundo en los retos del nuevo milenio.  Edición a cargo de Liliana Jiménez Ramírez, Septiembre 2003. La edición digital fue autorizada por el autor para el Proyecto Ensayo Hispánico y fue preparada por José Luis Gómez-Martínez. Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.

 

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