1.
Eugenio María de Hostos y su idea dominante:
Esbozo biográfico
Roberto
Gutiérrez Laboy
Universidad
de Puerto Rico
Sin
lugar a dudas, Eugenio María de Hostos fue un “peregrino del ideal”
como tantas veces se le ha llamado. Su vida transcurre en la mayor parte
de las repúblicas iberoamericanas así como en España, Francia y Estados
Unidos. Cabe señalar que en cada una de esas naciones imprimió su huella
al realizar actividades literarias y políticas en pos de su “idea
dominante”: la consecución de la independencia de las últimas
posesiones ultramarinas españolas, Puerto Rico y Cuba. Más aún, su vida
fue un “vivir peregrinante en confesión” como acertadamente la ha
catalogado el historiador de las letras puertorriqueñas Francisco
Manrique Cabrera. En su obra, que cubre casi todas las ramas del saber
humano, se puede observar, como una constante, ese ideal que he señalado.
El propio Hostos es consciente de ello cuando apunta en su diario: “Yo
que me he ufanado de las derrotas que he sufrido en mi vida, pues una vida
no es fuerte sino cuando se ha consagrado a conquistar su ideal por
sencillo que sea.” No obstante, tal vez sean más reveladoras sus
expresiones al respecto cuando en uno de sus escritos más celebrados,
“En la tumba de Segundo Ruiz Belvis”, consigna:
Estoy
solo con mi idea dominante. Ella es la que me sostiene en mis
postraciones, la que me empuja hacia delante, la que apaga en su fuego
inextinguible mis lágrimas secretas, la que me hace superior a la
soledad, a la tristeza, a la pobreza, a las calumnias, a las emulaciones,
al desdén y al olvido de los míos, al rencor y a los insultos de
nuestros enemigos. Ella es mi patria, mi familia, mi desposada, mi único
amigo, mi único auxiliar, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor,
mi fortaleza. Ella es la que me señala en Puerto Rico mi deber; la que me
indica en Cuba mi estímulo, la que me muestra la gran patria del porvenir
en toda la América Latina… (Obras Completas, XIV, 7,
énfasis mío)
Eugenio
María de Hostos nació el 11 de enero de 1839 en el barrio Río Cañas de
Mayagüez, ciudad ubicada en la costa suroeste de Puerto Rico. Realizó
sus estudios primarios en el Liceo de San Juan de esa ciudad.
Posteriormente, en 1852, es enviado por sus padres a Bilbao, España, en
cuyo Instituto de Segunda Enseñanza obtuvo el bachillerato. Luego se
traslada a Madrid (1858) e ingresa a la Universidad Central –hoy
Complutense- en donde se matricula en las facultades de Derecho y Filosofía
y Letras. Allí tendrá como uno de sus más queridos profesores a don
Julián Sanz del Río, ilustre filósofo que introduce y promueve el
krausismo en España. Sus compañeros serán los que eventualmente
descollaran como los máximos dirigentes intelectuales y políticos de la
España decimonónica.
Sobre
esta etapa de la vida de Hostos recuerda su más importante biógrafo:
Eugenio
María de Hostos, compañero y amigo de aquella brillante juventud española
que contaba entre sus hijos más preclaros a Giner de los Ríos, Salmerón,
Azcárate, Castelar, Pi y Margall, Ruiz Zorrilla, Valera, Leopoldo Alas,
etcétera, sostuvo con tesonero entusiasmo las ideas liberales de esa época,
y con su pluma y su palabra ayudó eficazmente al triunfo de los
principios republicanos. (Pedreira, Hostos, ciudadano de América,
8)
Sin
embargo, Hostos no concluye su carrera, puesto que, como él mismo
confiesa, se desilusiona con los métodos pedagógicos de la época (se ha
señalado también que no terminó sus estudios universitarios por no
querer recibir un título de un gobierno monárquico); época de
desasosiego político y social que desembocará en el derrocamiento de la
reina Isabel II. Hostos aprovecha ese suceso para, junto a otros
compatriotas, luchar en la prensa y en el Ateneo de Madrid por la autonomía
política y la liberación de los esclavos de Puerto Rico y Cuba y por la
instauración de la República en España.
El
prócer puertorriqueño colabora con numerosos artículos en periódicos
catalanes y madrileños, además de escribir su primera obra, La
peregrinación de Bayoán (1863). Sugestiva novela romántica de fondo
socio-político en la que se perfila al futuro combatiente.
A
partir de entonces, Hostos, se da a conocer por su gran liderazgo y
potencia intelectual. El filósofo caribeño había decidido participar en
la campaña republicana española porque había acordado con los
dirigentes políticos peninsulares que una vez se estableciera ésta se le
otorgaría la autonomía a Puerto Rico y Cuba. Sin embargo, cuando por fin
triunfa la causa republicana las promesas no se cumplen, aunque se le
ofrece la gobernación de Barcelona. Hostos comprende que en esas tierras
no lograría su anhelado sueño y decide salir de España.
En
1869 se marcha a París con el firme propósito de consagrarse a luchar
por el bien económico, político, social y, sobre todo, educativo de la
América Latina. Esa será su meta por el resto de su vida, no obstante
sobresalir brillantemente como pensador, escritor, educador y sociólogo.
Facetas que se pueden apreciar en obras tales como: Moral social, Lecciones
de derecho constitucional, Tratado de lógica, Geografía
evolutiva y Tratado de sociología.
Hostos
inicia en Nueva York (1870) su propaganda por la emancipación de Puerto
Rico y Cuba, y por la unión y progreso latinoamericano. “Odisea”, según
el decir de Pedreira, que lo lleva desde España a París, Nueva York,
Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, Brasil, Venezuela, Saint
Thomas, República Dominicana, Cuba y Puerto Rico.
El
sentir patriótico de Hostos por la América nuestra lo visualiza Pedreira
de la siguiente manera, “ciudadano de América, su patriotismo no tenía
fronteras ni limitaciones nacionales que pudieran empequeñecerlo” (14).
Hostos mismo solía decir que “cosmopolita es el patriota en toda
patria”. Como deseaba Simón Bolívar, Hostos buscaba la unificación de
Latinoamérica, esto es, el panamericanismo. Idea que seguirán predicando
prohombres de la talla del uruguayo José Enrique Rodó y los mexicanos
José Vasconcelos y Alfonso Reyes, entre otros muchos. Sin lugar a dudas,
el puertorriqueño buscaba forjar un pensamiento común latinoamericano.
Al
visitar cualquier país latinoamericano se identificaba con los problemas
locales y luchaba por resolverlos. Además, sostenía que el porvenir de
América estaba en la fusión de razas y que el mestizo era la esperanza
del progreso. Atribuía el fracaso de España en América al olvido del
indígena, a la malversación de las riquezas, a la injusta división de
clases, al despotismo y a la desproporción excesiva entre ricos y pobres.
Ahora
bien, no obstante la obra continental hostosiana, su sueño primordial
consistía en la Confederación Antillana, una vez éstas alcanzaran su
libertad política. Es por ello que el gran pensador dominicano Pedro Henríquez
Ureña señaló que Hostos:
…prefirió,
a un porvenir seguro de triunfos y de universal renombre, el obscuro pero
redentor trabajo en pro de la tierra americana, y se lanzó a laborar por
la independencia de Cuba, por la dignificación de Puerto Rico, por la
educación de Santo Domingo. (“La sociología de Hostos”, 149)
Indiscutiblemente,
Hostos fue ante todo un antillano. Su idea de la Confederación Antillana
comprendía la creación de estrechos lazos entre las antillas hispanas
–Cuba, República Dominicana y Puerto Rico- con el propósito de
fortalecerlas y luchar por el bien común y poder salir de su condición
colonial. Estas ideas eran compartidas con otros puertorriqueños como Ramón
Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis.
El
método que empleará Hostos para alcanzar su ideal será la educación,
puesto que él era esencialmente un maestro y pensaba que solamente a través
de la pedagogía se podría redimir a los pueblos latinoamericanos. Lo que
realizará ya fuera desde las aulas, ya fuera con su pluma. Hostos se
expresaba sobre el particular de la siguiente manera:
Todos
nuestros pueblos de origen latino en el continente americano, arrastrados
por la corriente tradicional que seguían las viejas nacionalidades, se
han imbuido en un sistema de pensamiento que, como prestado, no sirve al
cuerpo de nuestras sociedades juveniles.
Han
ellos menester un orden intelectual que corresponda a la fuerza de su
edad, a la elasticidad de su régimen jurídico, a la extensión de
horizontes que tienen por delante, a la potencia del ideal que los
dirige…(OC, XII, 164-165)
Camila
Henríquez Ureña, estudiosa y discípula de Hostos, señaló al respecto
que:
Para
condensar en breves palabras los resultados de la labor pedagógica de
Hostos, diremos que la medida de su importancia la da el alcance social
que tuvo. En el tiempo realmente breve que pasó el educador en los países
en que ejerció el magisterio su obra dejó huellas indelebles, sembró
simientes fecundas. En Chile su recuerdo es venerado como el de un
reformador de la enseñanza. A la República Dominicana la puso en el
camino del progreso no sólo haciendo disminuir la ignorancia, sino
elevando las condiciones morales y sociales, exponiendo al pueblo el
significado de sus derechos y sus deberes. (Las ideas pedagógicas,
172)
De
allí ese peregrinar hostosiano al que me referí antes y por eso lo vemos
en Nueva York cuando ofrece sus servicios a la Junta Patriótica Cubana,
ya que pensaba que la liberación de la hermana república cubana sería
la salvación de Puerto Rico. Fue, entonces, nombrado director de La
Revolución, periódico que servía de órgano a la Junta. Empero, al
comprender que en la Junta, en el momento que Hostos llegó a ella, no había
verdaderos revolucionarios sino colonos disgustados con más odios que
principios morales, que más que la independencia de Cuba buscaban su
anexión a Estados Unidos, decide apartarse de ellos. Mas, cuando la Junta
Patriótica Cubana rechaza la anexión como posible solución al problema
político cubano, se integra nuevamente a laborar con ellos.
El
4 de octubre de 1870, embarca, en Nueva York, con rumbo hacia Lima, Perú.
Antes llega a Cartagena, Colombia en donde funda la Sociedad de Inmigración
Antillana. En 1871, estando en Lima, funda las sociedades de Auxilio a
Cuba y la de Amantes del Saber. Ésta última con el fin de cooperar en el
desarrollo de la instrucción primaria y secundaria de su país huésped.
También allí levantó su voz contra la explotación que sufrían los
numerosos trabajadores chinos.
En
diciembre de ese mismo año, se dirige a Chile y permanece allí hasta el
1873. Primero trabaja en la redacción del periódico La Patria de
Valparaíso. Luego se traslada a la capital, Santiago, en donde escribe
sus obras: La reseña histórica de Puerto Rico, la biografía Plácido,
sobre el gran poeta cubano, su importante ensayo Hamlet, que fue
traducido al inglés bajo el patrocinio de la Universidad de Harvard, y da
allí su aclamado discurso sobre La enseñanza científica de la mujer,
en el cual propone una innovación al sistema educativo chileno que hasta
entonces no permitía el ingreso de mujeres a las aulas universitarias, lo
que valió que las primeras chilenas egresadas de la Universidad le
dedicaran sus tesis de grado en agradecimiento a sus gestiones.
El
29 de septiembre de 1873 marcha a Buenos Aires, hasta donde su prestigio
se había extendido. Es recibido con gran entusiasmo. Abundan las ofertas
de empleo y trabaja en uno de sus diarios. En diciembre de 1874, el rector
de la Universidad de Buenos Aires, don Vicente F. López, le ofrece la cátedra
de filosofía o la de literatura. Sin embargo, Hostos en respuesta le envía
una carta rechazando tan tentadora oferta porque “yo he venido –le decía-
a la América Latina con el fin de trabajar con una idea. Todo lo que de
ella me separe, me separa del objeto de mi vida” (OC, II,
85). Durante ese período de tiempo publica una serie de artículos en la
prensa en los que se exponía la importancia de unir a Chile y a la
Argentina por medio de un ferrocarril trans-andino. Esto se hará una
realidad. Por ese motivo la primera locomotora transandina de la Argentina
llevó su nombre.
Poco
después, sale con rumbo a Brasil. Allí se entera de que en Nueva York se
preparaba una expedición cuyo objetivo sería iniciar la revolución en
Cuba. Decide, entonces, regresar a la urbe neoyorquina. Llega allá en
abril de 1874, después de permanecer varios días en Saint Thomas. En
Nueva York, se enfrenta nuevamente a las desavenencias entre los patriotas
cubanos, no obstante ponerse a la disposición de ellos.
En
esa metrópoli, Hostos sufre gran miseria al punto que, según propia
confesión, pasó muchos días sin otro alimento que agua de tamarindo.
Por fin consigue trabajo. Da clases de francés a la vez que hace
traducciones para la editorial Appleton.
El
30 de abril de 1875 ya estaba lista la expedición armada que se dirigiría
a Cuba bajo el mando del general Francisco Vicente Aguilera. Hostos va en
ella lleno de ilusiones, puesto que finalmente podrá luchar por la
libertad. Mas, el “Charles Miller” era un barco tan viejo e inservible
que dos días después se ven forzados a anclar en Newport, Rhode Island.
La decepción fue tan grande que Hostos decide regresar a tierras
latinoamericanas.
Entre
1875 a 1876 lo encontramos en Puerto Plata, República Dominicana. Junto a
algunos dominicanos solía reunirse en la casa del general Gregorio Luperón
y es allí donde, por vez primera, comenta la necesidad de organizar una
Escuela Normal.
Regresa
a Nueva York en 1876 para, poco después, dirigirse hacia Venezuela. Era
la época del régimen de Antonio Guzmán Blanco. Trabaja, primero, como
subdirector del Colegio de la Paz, luego como rector del Colegio Nacional
de Asunción, y más tarde como profesor en el Instituto Comercial. En
Caracas, contrae matrimonio con la cubana Belinda Otilia de Ayala. La
madrina de la boda, oficiada por el arzobispo Ponte, fue la patriota y
poeta puertorriqueña Lola Rodríguez de Tio.
En
1879, va a Santo Domingo y al año siguiente inaugura la Escuela Normal,
la cual dirigirá hasta el 1888. También se desempeña como catedrático
de derecho constitucional, internacional y penal, de economía política y
de moral social en el Instituto Profesional de la Universidad de la ciudad
primada. En 1881, funda otra Escuela Normal en Santiago de los Caballeros.
Justamente en 1888, el presidente de Chile, José Manuel Balmaceda, le
solicita a Hostos su ayuda en la reforma de la enseñanza de aquel país.
El filósofo puertorriqueño no puede negarse ante semejante
reconocimiento y embarca hacia Chile ha realizar la encomienda que se le
pedía. Además, realiza otras funciones: rector del Liceo de Chillán
(1889), rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui de Santiago (1890-1898) y
profesor en la Universidad de Santiago.
Después
de realizada su fecunda labor educativa en Chile y previendo la guerra
hispano-norteamericana, Hostos renuncia al rectorado y regresa a Nueva
York con el objetivo de velar por los derechos de las Antillas y ofrecer
sus servicios al Partido Revolucionario Cubano, del cual era delegado en
Chile. Llegó a Nueva York el 16 de julio de 1898. Dos días después la
marina de guerra norteamericana sale de Santiago de Cuba con el propósito
de invadir a Puerto Rico. Ese suceso alarma a Hostos, puesto que aunque
hacía muchos años que había salido de su patria sus esfuerzos siempre
estuvieron encaminados en pos de su liberación.
Ante
la inminente invasión, una delegación puertorriqueña, que creía en la
buena voluntad del gobierno de Washington, le pide a las autoridades
norteamericanas que le permitiera aompañar a lo que se creyó, erróneamente,
que sería un ejército libertador, como lo había sido en Cuba. La petición
fue denegada. El 25 de julio, mientras un grupo de patriotas puertorriqueños
integrados por Hostos, Manuel Zeno Gandía, Julio J. Henna y Roberto H.
Todd se dirigían a la capital estadounidense para entrevistarse con el
Secretario de Estado y el presidente McKinley, el general Nelson R. Miles
ocupa militarmente a Puerto Rico.
A
partir de entonces, las circunstancias políticas tomarán un nuevo giro
para Hostos. Como gran conocedor del derecho internacional se ampara en él
como único medio para conseguir justicia. En un manifiesto que se publica
en la época escribe Hostos:
Ejerciendo
nuestro derecho natural de hombres, que no podemos ser tratados como
cosas; ejerciendo nuestro derecho de ciudadanos accidentales de la Unión
Americana, que no pueden ser compelidos contra su voluntad a ser o no ser
lo que no quieren ser, iremos al plebiscito. En los Estados Unidos no hay
autoridad, ni fuerza, ni poder, ni voluntad que sea capaz de imponer a un
pueblo la vergüenza de una anexión llevada a cabo por la violencia de
las armas, sin que maquine contra la civilización más completa que hay
actualmente entre los hombres, la ignominia de emplear la conquista para
domeñar las almas. (OC, V, 8-9)
Haciendo
hincapié en una frase del presidente Mckinley de que “una anexión
forzada es una agresión criminal”, convocó a los miembros dispersos
del disuelto Partido Revolucionario Cubano, sección de Puerto Rico y
organizó en Nueva York la Liga de Patriotas Puertorriqueños. Su objetivo
era que trabajasen en conjunto para salvar a Puerto Rico de la catástrofe
que preveía.
Poco
después regresa a su Isla de donde había estado ausente por más de 35 años,
pero a quien amaba y conocía como pocos. Inició, entonces, una intensa
labor con el fin de despertar el espíritu de sus compatriotas para que
reclamaran en aquel momento histórico su independencia nacional. Sin
embargo, sus intentos fueron vanos. El gobierno estadounidense había
decidido retener el territorio que había obtenido de España como botín
de guerra por virtud del Tratado de París. Además, el pueblo borincano
no respondió al pedido hostosiano, ya que creía que a partir de entonces
podría desfrutar de libertades que no había tenido con los españoles.
Decepcionado
y triste y alegando que no podría vivir en un territorio prisionero, se
marcha de su patria para nunca más volver. Se establece en Santo Domingo
en donde perece cuatro años después, el 8 de noviembre de 1903. Pedro
Henríquez Ureña nos narra los últimos años de Hostos en los siguientes
términos, “Volvió a Santo Domingo en 1900, a reanimar su obra. Lo
conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente
triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron
trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de
enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral”
(“Ciudadano de América”, 265). En 1938, en homenaje póstumo y
reconociendo su obra monumental por América, la Octava Conferencia
Internacional Americana celebrada en Lima, Perú lo consagró como
“ciudadano eminente de América y maestro de la juventud”.
2.
Pensamiento filosófico y literario
de Eugenio María de Hostos
2.1
Introducción
Cuando
nos acercamos propiamente a la producción intelectual hostosiana, lo
primero que observamos un tanto asombrados es que el pensador puertorriqueño
poseía una mente privilegiada con unos conocimientos enciclopédicos que
abordó prácticamente cada aspecto del saber humano. Aspectos tales como
la geografía, la gramática y su historia, el derecho (penal y
constitucional), la biografía, la historia (occidental y oriental), la
psicología, la sociología, la pedagogía, la filosofía (principalmente
lógica y ética), la crítica literaria, la literatura (poesía, teatro,
novela, cuento, ensayo, oratoria) son algunos de los temas a los que le
dedicó profunda reflexión. Y en cada uno de ellos hizo importantes
aportaciones que le valieron el reconocimiento de sus contemporáneos. Más
aún, si hoy los leemos con atención encontraremos elementos de valor
actual.
Su
agudeza de pensamiento imbricado por su labor política y, sobre todo,
pedagógica arrojó portentosa luz a sus más mínimas preocupaciones
epistémicas. Sin embargo, precisamente su interés en pos de la consecución
de la emancipación política y económica de Puerto Rico y Cuba, además
de sus luchas en contra de la injusticia social que encontraba en cada una
de las naciones latinoamericanas que visitó le apartaron del tiempo
necesario para ampliar esos intereses intelectuales. Situación paradigmática
de casi todos los intelectuales decimonónicos latinoamericanos. ¡Hostos
fue un reformador de sociedades! Aún así, ese ser humano cuyos ideales
eran más de praxis que de teoría produjo una vasta obra que en la
primera edición de sus Obras completas (1939) alcanzó los veinte
volúmenes y que en la nueva edición crítica que trabaja el Instituto de
Estudios Hostosianos de la Universidad de Puerto Rico se proyecta en cerca
de treinta tomos. No obstante, a los fines de la presente exposición habré
de concentrarme en comentar su obra filosófica y literaria.
2.2
Valoración filosófica
Al
campo propiamente filosófico, Hostos dedica dos importantes obras: Tratado
de lógica y sus libros sobre la moral recogidas en sus Obras
completas bajo el título de Tratado de moral. Y tenía que ser
así, ya que sus preocupaciones políticas y sociales lo conducían
inevitablemente por el sendero de la filosofía práctica, aunque sin
dejar de abordar en algunos momentos la filosofía especulativa. Sus
“circunstancias”, como diría Ortega, no le dejaban otra alternativa,
a fin de cuentas él buscaba la creación de un “nuevo mundo moral e
intelectual.”
Ahora
bien, Hostos no se limita a exponer sus ideas solamente en esas dos obras
citadas, puesto que todos sus escritos están impregnados de agudas
reflexiones filosóficas. Reflexiones que reciben las influencias directas
del krausismo y del positivismo, tan en boga en la época de Hostos, e
indirectamente del estoicismo, Kant, Fichte y otros. De esta manera,
Hostos propone importantes acotaciones en las áreas de la filosofía política,
social y educativa entre otras. Por eso el lector avisado al aproximarse a
sus obras se percatará de esa profunda dimensión filosófica que permea
todo su pensamiento, independientemente del tema sobre el que se haya
propuesto acometer. Sirva de ejemplo su aclamado discurso “El propósito
de la Normal” (OC, XII, 128-143).
“El
propósito de la Normal” es una de las piezas hostosianas más
importantes por su contenido filosófico-educativo. A más de ser un
excelente ejemplo de su dominio de la oratoria. El mismo es el discurso leído
en la investidura de los primeros maestros normalistas dominicanos en
1884. En él, Hostos expone las ideas filosóficas que sustentaban su visión
pedagógica.
Como
señalé antes, Hostos fundó la Escuela Normal en la República
Dominicana en 1879, después de haber acariciado la idea desde mucho antes
y luego de haber realizado una importante labor docente en varios países
del continente americano. Su interés era despojar a los educandos de las
reminiscencias del escolasticismo que todavía estaban entroncadas en los
sistemas educativos de América y exponer sus nuevas ideas. Su propósito
era contribuir a “la emancipación mental” de la América nuestra. De
esta manera, se ubica dentro del grupo de pensadores que como Bello,
Sarmiento, Alberti, Martí y Varona quienes, después de la conquista de
la independencia política (1790-1824) y la descolonización (1824-1853)
de América, luchan por un “nuevo mundo moral e intelectual”, según
la expresión del propio Hostos, y así obtener la verdadera emancipación
de la conciencia política y social.
Sobre
el antiescolasticismo hostosiano ha escrito Francisco Elías de Tejada
que:
En
ello no hay novedad mayor si se considera que Hostos fue un hombre muy de
su siglo, enamorado de los adelantos científicos y preocupado por superar
las que él estimaba causas del atraso de los pueblos de las Españas.
Aquel sentido realista, prendado de los adelantos mecánicos y despectivo
hacia las disputas teológicas, que informa tantas mentalidades del siglo
XIX, es también su gusto en cuestiones de filosofía; de allí su tajante
desprecio hacia las fórmulas escolásticas, unidas inseparablemente a
aquel pasado cuya carga constituía su obsesión constante de luchador político
y de cogitador ideológico. (Las doctrinas políticas, 44)
En
este discurso, Hostos quiere responderle a quienes se oponen a su teoría
educativa y la critican e incluso se burlan por no entenderla. Mas, él
está consciente que ha triunfado y se siente satisfecho por ello. No sin
antes manifestar los sinsabores y contratiempos a los que ha tenido que
enfrentarse. Para ejemplificarlo nos cuenta la “alegoría de la alpaca
andina” como la ha denominado el pensador colombiano Carlos Rojas
Osorio. Por lo ilustrativa de la misma y por ser un fino ejemplo de la
fuerza creativa de Hostos que nos recuerda lo mejor de Platón debo
reproducirla en su totalidad:
Una
vez, en los Andes soberanos, por no se sabe qué extraordinaria sucesión
de esfuerzos, había logrado subir al penúltimo pico de la cúspide misma
del desolado ventisquero del Planchón, una alpaca de color tan puro como
la no medida plancha de hielo que le servía de pedestal. Descendiendo por
la vertiginosa pendiente del ventisquero, y hundiéndose en los cóncavos
senos de la tierra con todo el fragor de dos truenos repetidos mil veces
por los ecos subterráneos, dos torrentes furiosos azotaban la mole en que
el alpaca se asilaba. Las oleadas la sacudían, las espumas la salpicaban,
los horrísonos truenos la amenazaban, y la tímida alpaca no temía.
Muy
por debajo de la cumbre, al pie del ventisquero, una turba de enfermos que
habían ido a buscar la curación de sus dolencias o de sus pasiones en
aquella salutífera desolación, se entretenía contemplando la angustiosa
lucha entre el débil andícola y los fuertes Andes; y como siempre que
los hombres se entretienen, los unos se mofaban del débil, los otros
celebraban con risotadas las irracionales mofas, éstos tiraban piedras
que no podían alcanzar al inaccesible animalito, aquéllos trataban de
acosarlo con sus vociferaciones, alguno que otro lo compadecía, sólo
unos tomaban para sí el ejemplo que él le daba, y todos deseaban que
llegara el desenlace cualquiera que esperaban.
Mientras
tanto, el alpaca solitario, indiferente a los gritos y las risas de los
hombres, impasible ante el estruendo y el peligro, buscaba un punto de
apoyo en la saliente del hielo petrificado que coronaba el ventisquero, y
después de caer una y más veces, logró por fin encaramarse en el único
seguro de aquel desierto de hielo desolado. Entonces, conociendo por
primera vez el peligro de muerte que había corrido, y oyendo por primera
vez las vociferaciones que lo habían acosado, dirigió una mirada plácida
a los hombres, a los torrentes desenfrenados y al abismo que habían
tratado de precipitarlo, fijó la vista en el espacio inmenso, y
percibiendo sin duda cuán invisible punto son los seres mortales en la
extensión inmortal de la naturaleza, transmitió a sus ojos expresivos la
centelleante expresión de gratitud que a todo ser viviente conmueve en el
instante de su salvación, y dirigiendo otra mirada sin encono a las
fuerzas naturales y a los hombres que lo habían acosado, por invisibles
senderos se encaminó tranquilamente a su destino. (OC, XII,
129-130)
Para
finalizar la defensa que hace de su propia labor pedagógico-administrativa
concluye diciendo que, “En el alma de todo ser racional que ha logrado
salvar las dificultades de una obra trascendental, se manifiesta el mismo
fenómeno que observé en el alpaca descarriado de los Andes. Por encima
de toda pasión odiosa, se levanta en el fondo el sentimiento de la
gratitud. Yo la siento profunda, y la proclamo en voz alta ante
vosotros” (131).
La
obra filosófico-educativa de Hostos se encuentra dispersa en varias obras
y, ante todo, en sus ejecutorias didácticas, pero en este discurso hace
una apretada síntesis de las ideas que lo sustentan. Las mismas parten de
los principios científicos y morales que él preconizaba. Principios que
se basaban fundamentalmente en la razón. De aquí que para justificar su
sistema exprese que:
Para
que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer
un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza,
la influencia de un principio armonizador en el profesorado, y el ideal de
un sistema, superior a todo otro, en el propósito mismo de la educación
común.
Era
indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República,
militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el
cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que esos soldados
de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en sus
mentes una noción tan clara, y en la voluntad una resolución tan firme,
que, cuanto más combatieran, tanto más los iluminara la noción, tanto más
estoica resolución los impulsara. (132-133)
La
intención didáctica hostosiana es la formación del ser humano completo
y la obtención de su libertad. Para lograrlo, la razón tiene que
prevalecer sobre la voluntad. La razón es fundamental para Hostos, ya que
solamente a través de ella el ser humano puede conseguir el trinomio:
bien, verdad, libertad. Pero, ¿cómo lograrlo? Hostos contesta:
…Sólo
de un modo; el único, el que ha querido Naturaleza que sea medio
universal de formación moral del ser humano: desarrollando la razón; diré
mucho mejor, diciendo la racionalidad; es decir, la capacidad de razonar y
de relacionar, de idear y de pensar, de juzgar y conocer que sólo el
hombre, entre todos los seres que pueblan el Planeta, ha recibido como carácter
distintivo, eminente, exepcional y trascendente. (133-134)
Al
pensar que se ha mutilado la capacidad de razonar libremente, Hostos se
opone tanto a la enseñanza empírica como a la clásica. “La una –nos
dice- prescinde de la razón. ¿Cómo ha de poder dirigir la razón? La
otra la amputa. ¿Cómo ha de completarla?” (137). De esa manera, se
refiere al escolasticismo como “mostruoso”; y como “eunuco” al
clasicismo. Y en un párrafo en que sintetiza lo que para él es la enseñanza
verdadera explica que es la que atiende “exclusivamente al sujeto del
conocimiento, que es la razón humana y al objeto del conocimiento, que es
la naturaleza” (137-138). A fin de cuentas el verdadero conocimiento es
la busca de la verdad. Por eso en uno de sus más elocuentes pensamientos
manifiesta:
Dadme
la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozareis el
mundo, y yo, con la verdad, con sólo la verdad, tantas veces reconstruiré
el mundo cuantas veces lo hayáis vosotros destrozado. Y no os daré
solamente el mundo de las organizaciones materiales: os daré el mundo orgánico,
junto con el mundo de las ideas, junto con el mundo de los afectos, junto
con el mundo del trabajo, junto con el mundo de la libertad, junto con el
mundo del progreso, junto –para disparar el pensamiento entero- con el
mundo que la razón fabrica perdurablemente por encima del mundo natural.
(138)
Tal
vez, por la profundidad de ideas contenidas en ese discurso es que el célebre
filósofo mexicano Antonio Caso se haya referido a él como “la obra
maestra del pensamiento moral independiente en la América española”
(“La filosofía moral”, 216).
Como
había señalado previamente, Eugenio María de Hostos se ocupará más
sistemáticamente de dos áreas de la filosofía práctica: la lógica y
la ética. De éstas, ocupará más atención a la ética, como veremos más
adelante. Veamos, sin embargo, primeramente su lógica.
2.3.
Tratado de lógica
Fue
en Santo Domingo, en 1901, cuando Hostos da a la luz pública su Tratado
de lógica. Según confiesa en el prólogo, no estaba muy satisfecho
con el resultado de su obra debido a que se publicaba como había sido
dictada a sus discípulos y no era “tan metódico cuanto reclama la enseñanza.”
Necesitaba de un aparato más pedagógico que en ese momento él no podía
proveerle y pensando que quizás no tendría el tiempo para llevarlo a
cabo –como en efecto fue- advierte que “este Tratado va a enseñar la
Lógica como ella y toda otra ciencia ha sido enseñada hasta ahora, y no
como debe enseñarse y yo aconsejo que se enseñe.” (OC, XIX,
7) Es por ello que el filósofo puertorriqueño no reclama ninguna
originalidad en cuanto a esta disciplina se refiere, a diferencia de su Moral
como observaremos más adelante. Por esta razón solamente expondré
someramente las líneas generales de la lógica hostosiana.
Es
de interés destacar que Hostos antepone a su Lógica, unas
“Breves nociones de filosofía” en las que expone su idea de este
campo del saber y en la que observamos que la misma está matizada por el
positivismo comteano. Después de establecer la definición de filosofía
como “el estudio de las causas en virtud de las cuales las cosas todas
son como son” (10), explica que la división tradicional de la filosofía
que comprendía la física y la metafísica en la que ésta última se
subdividía en psicología, lógica, estética y ética ha cambiado desde
que Francis Bacon eliminó de la misma a la física y la metafísica.
Pasa, entonces, a detallar la división actual –según él- de la
filosofía en psicología, lógica, estética y ética. Hostos justifica
esa división porque “ahora la Filosofía se funda en el estudio de las ciencias
positivas” (13, énfasis mío). Además, defiende que no se estudie
la metafísica o la teodicea, que parece equiparar, porque “el hombre va
creyendo que su entendimiento no está constituido para alcanzar a conocer
ninguna causa original o causa primera de ninguna cosa” (13). Nótese la
influencia del agnosticismo spenceriano. Finalmente, especifica que la
filosofía “ya no estudia las causas primeras, sino las correlaciones de
las causas y los efectos” (13).
Hostos
considera a la psicología como la ciencia fundamental mientras que la lógica,
la estética y la ética son ciencias aplicadas supeditadas a los
principios generales establecidos por aquélla. Carlos Rojas Osorio
destaca esta aseveración para sostener que:
Hostos
difiere del positivismo de Comte en el hecho de reconocer la psicología
como ciencia. Comte la rechaza y, en cambio, defiende la sociología como
la verdadera ciencia del hombre. Esto tiene su base filosófica, por
cuanto el positivista francés sólo consideraba al hombre como un ser
social, sujeto de deberes, pero no de derechos. Esto no sucede con el filósofo
puertorriqueño, pues para él el hombre es tanto un ser social como una
personalidad, sujeto de deberes y de derechos. (“Ideas filosóficas”,
64)
Recordemos
que nuestro pensador reconocía lo poco original de su Lógica por
lo que él mismo apunta que sus lecciones siguen las pautas establecidas
por Francis Bacon y, sobre todo, por el filósofo y psicólogo escocés
Alexander Bain. Este último –A. Bain- desarrolló su Lógica
estrechamente vinculada con su psicología. Por lo que no es nada de extrañar
que el puertorriqueño lo haya emulado. Particularidad que no advierte
Rojas Osorio. Más aún, Bain aplica la lógica a las ciencias naturales.
Además, de adoptar un riguroso acercamiento científico a la psicología.
También es necesario recordar que el escocés fue un gran admirador del
positivista John Stuart Mill, a quien reconocía como su maestro.
Hostos
establece el objetivo de la lógica y su definición como “encaminar,
dirigir a la razón en la busca de la verdad” (25). Hostos mismo,
entonces, se pregunta qué es la verdad y nos ofrece tres alternativas: 1.
verdad es lo que hay en el fondo de la realidad, 2. es la causa de la
realidad y 3. es la razón o explicación de la realidad. Como
consecuencia de las influencias antes mencionadas, Hostos relaciona la lógica
con las ciencias naturales, por ello declara que “la Lógica será una
ciencia natural, concreta y experimental. Será una especie de Física del
alma” (23).
Por
último, cabe destacar que Hostos divide el estudio de la lógica en
cuatro partes: intuitiva, inductiva, deductiva y sistemática. Entendiendo
éstas como las funciones particulares del entendimiento y que se van
desarrollando gradualmente, el filósofo les aplica a cada una de ellas
sus operaciones propias: a la intuición, la sensación, atención,
memoria, imaginación, comparación y percepción; a la inducción, la
observación, comparación, distinción, experimentación, análisis y
clasificación; a la deducción, la observación, analogía y síntesis; y
a la sistematización, la generalización, especificación, ordenación de
las partes y coordinación del todo de conocimiento (21).
Al
final de su Tratado de lógica, Hostos añade un “Apéndice” en
el que expone unas interesantes reflexiones sobre la palabra y en el que
aborda, aunque sin mucha profundidad la filosofía del lenguaje. Otra vez
podemos observar la influencia de Bain quien escribió varios libros sobre
gramática y retórica. Con la intención de justificar su inclusión,
Hostos explica que:
Aun
cuando toda la Lógica, empezando por su nombre y acabando por el tratado
de las proposiciones, explica con toda claridad que esta ciencia tiene por
objeto, tanto las funciones de la razón cuanto la correspondencia de la
palabra con la razón, es conveniente consagrar en ella un estudio
particular al fenómeno de la palabra…
Como
la palabra es una condición esencial del pensar y razonar; y como las
varias evoluciones y ejercicios de la razón se manifiestan necesariamente
por medio de la palabra, hay necesidad de indagar en qué relación
natural están las formas o expresiones (palabras) con el fondo o función
de razonar. (145)
Hostos
observa con claridad que sin la palabra la razón no podría funcionar.
Deja claro, además, que no es “un beneficio directo de la divinidad”,
sino “un mero instrumento de expresión orgánica, relacionado con el
fin del organismo; es un resultado natural de la constitución orgánica
de la razón y es un efecto natural de su propia organización” (146).
El
desarrollo de la expresión será, entonces, connatural al desarrollo
intelectual del individuo. Hostos considera que a cada parte del período
lógico le corresponde una función especial de la palabra. Durante la
intuición la palabra se forma, durante la inducción se transforma. Una
vez se ha llegado al período de la deducción se alcanza el estado más
diáfano de la verdad. “He aquí –afirma Hostos- por qué los espíritus
acostumbrados al ejercicio de la deducción y de las ciencias
eminentemente deductivas, poseen una lengua más clara, más diáfana y
precisa que otros cualesquiera” (148). No obstante, en el período de la
sistematización la palabra se torna oscura. Ello responde a que el
pensamiento se ha hecho muy profundo y “la palabra toma también ese carácter
que ha concluido por sustituir al juicio mismo” (149). Hostos llega a la
conclusión de que:
Por
eso se puede considerar bien hecha la sustitución de juicios con proposiciones,
cuando se habla de inducción; como está bien la sustitución de juicio
inductivo por concepto; la de razonamiento con raciocinio; la de
sistematización con elocución. Siempre que se vale de representar el
resultado mental de cada una de esas funciones con la representación oral
que se tiene. (énfasis del autor, 149)
2.4
Tratado de moral
De
toda la producción filosófica de Hostos la que mayor atención llama y
reclama es su Tratado de moral. No existe duda que es a esa área
del saber humano a la que el filósofo puertorriqueño dedica principal
empeño. Es a esa área del saber humano a la que los latinoamericanos le
deben prestar mayor atención, puesto que Hostos estaba muy consciente de
la importancia de la moral en el proceso regenerador de las noveles
naciones de la América nuestra y en ello pone todo su esfuerzo
intelectual. Tan es así que Hostos lo reconoce como obsesión y lo aplica
a su propia vida. Sobre el particular, ha expresado la estudiosa chilena
Gabriela Mora que:
En
Hostos, el moralista se revela en una manifestación característica de su
modo de ser…
La
persecución de un elevado ideal forma un solo concepto con el
cumplimiento de lo que Hostos considera sus deberes. Más de una vez el
escritor nos dice que el ideal de su vida ha sido hacer todo lo que él
concebía como deber, y con la misma frecuencia expresa que su deber es
“hacer todo el bien posible sin la menor mezcla de mal. (Hostos
intimista, 31)
Rufino
Blanco-Fombona piensa de igual manera cuando sostiene que “su mejor enseñanza
la dio viviendo una vida pura, austera, de deposición, de sabiduría, de
bondad, de utilidad, de amor” (“Hostos”, 103)
En
otro lugar he señalado que Hostos es un pensador esencialmente moralista
(véase mi Hostos y su filosofía moral) y Francisco Larroyo cuando
se refiere al filósofo moralizador latinoamericano, en su libro La
filosofía americana, su razón y su sin razón de ser, señala que
“Hostos lo representa de lúcida manera” porque en su obra “se
patentiza su vocación de moralista” (101-102). De esta manera, Hostos
se coloca en un lugar previligiado en el contexto del discurrir filosófico-moral
latinoamericano junto a personalidades como Félix Varela, Miguel Antonio
Caro, Andrés Bello, Francisco Bilbao y Enrique José Varona por solo
mencionar algunos de los que más se ocuparon de este hacer filosófico.
Hacer
filosófico, que junto a la educación, es de vital importancia en la toma
de conciencia de la realidad social latinoamericana cuando han concluido
las luchas por la independencia. Una vez la América nuestra ha logrado su
emancipación se enfrenta a un proceso de descolonización y organización
político y social. Durante ese proceso, sobre todo el de organización
(1853-1885), los latinoamericanos comprenden que si bien se habían
librado de las cadenas políticas y económicas que los sujetaban a
Europa, todavía era necesario liberarse de sus ideas, según el decir del
chileno Francisco Bilbao. Es en ese preciso momento cuando surge el
pensamiento filosófico-moral latinoamericano cuya intención será la
regeneración social y política de nuestros pueblos. Consciente de esa
realidad, la importancia que Hostos le otorga a la moral en el plano
personal la traslada a su labor educadora y política a través de todo el
continente. En su ensayo “El problema de Cuba”, sostiene que “Del
Nuevo Continente sólo eran dignos los seres humanos que buscaran en él
un medio nuevo para un nuevo mundo moral e intelectual” (OC, IX,
205). Con el Tratado de moral aspira a contribuir con ese propósito.
Con claras influencias principalmente del krausismo y del positivismo, y
en menor grado de Kant, Fichte, Hegel y Séneca, Hostos aborda la filosofía
moral con admirable maestría.
Esta
obra se compone de cuatro libros. A saber, Moral natural, Moral
individual, Moral social y Moral social objetiva. Frente
a ellos, Hostos, incorpora unos “Prolegómenos” que como implica el
mismo concepto sirve para establecer los fundamentos de los temas sobre
los que va a tratar. Allí establece que la moral, por estar cimentada en
relaciones y deberes, debe dividirse en tres partes:
Primera:
Moral natural, que comprende el estudio analítico de nuestras relaciones
con la naturales física y la enumeración de los deberes del hombre como
hecho cosmológico.
Segunda:
Moral individual, que comprende el análisis de nuestras relaciones con el
mundo moral y la exposición de los deberes del hombre como hecho biológico;
y
Tercera:
Moral social, que comprende el estudio de nuestras relaciones con la
sociedad y la enumeración de nuestros deberes como asociados. (OC,
XVI, 54)
El
libro primero, Moral natural, trata sobre las relaciones del ser
humano con la naturaleza física y de sus deberes con ella. Para Hostos,
estos deberes son limitación y abstención, así como sus derivados: los
deberes especiales de gratitud, tolerancia, benevolencia, resistencia y
propaganda.
En
el segundo libro, Moral individual, Hostos reflexiona sobre las
relaciones del ser humano consigo mismo y hace un análisis de las partes
integrantes del ser individual. Éstas son: el organismo corporal (nutrición,
respiración, locomoción y reproducción), el organismo de la afectividad
o sensibilidad moral, el organismo de las actividades fisicomorales o
voluntad y el organismo de la actividad intelectual. Hostos considera éste
último como el resultado de los otros y “la consecuencia necesaria de
la mayor perfección que tienen en el ser racional” (81). De allí,
entonces, pasa a explorar lo que designa como las dependencias del ser
humano. A lo que se refería es que el ser humano depende de su cuerpo, de
su voluntad, de su sensibilidad y de su razón. Hostos estaba convencido
que estas dependencias engendraban, como consecuencia, deberes del ser
humano consigo mismo. Los deberes que tiene el ser humano con su cuerpo
son conservarlo y desarrollarlo con alimentación a horas regulares, con
ejercicios sanos, trabajos sanos, etc. Los deberes para con la voluntad
son dos, la “ejecución resuelta” que se refiere a su educación para
“que nunca falle cuando una necesidad física, o moral, o intelectual,
la solicita” (89) y la “conducta meditada” o reflexiva. Los deberes
con la sensibilidad radican, de acuerdo con Hostos, en evitar las
agitaciones físicas, morales e intelectuales que la “afecten
penosamente, o la desarrollen monstruosamente o le den una fuerza superior
a la de las demás facultades” (88). Por último, expone los deberes del
ser humano con la razón. Éstos son el deber de la educación de nuestras
facultades racionales (desarrollarla plenamente) y el deber de dirección
(dominarla y subordinarla y no ella a nosotros).
En
el cuarto libro, Moral social objetiva, Hostos demuestra cómo sus
ideas sobre la moral social se pueden encontrar en las ejecutorias de
personajes conocidos así como en obras que se han realizado a través de
la historia. Su intención es “presentar las pruebas experimentales de
la verdad reducida antes a doctrina” (306). De esta manera, comenta la
vida de personas y el deber que representan como Benjamin Franklin
(trabajo), Benjamín Vicuña Mackenna (fomento), Simón Bolívar
(patriotismo), Confucio (confraternidad), Cayo Marcio Coriolano
(obediencia), Peter Cooper (sumisión), Francisco de Miranda (adhesión),
Arístides (acatamiento a la ley), Bartolomé de las Casas (filantropía),
Sócrates (sacrificio), Rochedale (cooperación), José de San Martín
(abnegación), Giuseppe Garibaldi (cosmopolitismo), Friedrich Froebel
(educación doméstica), J. H. Pestalozzi (educación fundamental), A. H.
Francke (educación profesional) y Cristóbal Colón (civilización),
entre otros. Así como la fundación de pueblos y obras que según él son
modelos de deberes puestos en práctica. Ejemplos de éstos últimos serían
la ciudad puertorriqueña de Ponce (contribución) y Estados Unidos de América
(unión).
He
dejado a su tercer libro, Moral social, para comentarlo al final,
puesto que estoy convencido de que ésta es su obra más importante desde
el punto de vista filosófico y de su producción intelectual en general.
Por cierto, la mayoría de los estudiosos que se han ocupado de la obra
del filósofo borincano coinciden al afirmar que su mayor logro tanto
literario como filosófico es su Moral social. Así piensan, entre
otros, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, el venezolano Rufino
Blanco-Fombona, la puertorriqueña Josefina Rivera de Álvarez y el
italiano Guiseppe Bellini. Esta obra muestra al formidable ensayista que
había en Hostos, así como al original pensador que si bien recibió las
influencias de las ideas filosóficas de su época no se conformó con
reproducirlas sino que las asimiló, las transformó y aportó
significativos conceptos a la historia del pensamiento filosófico-moral.
Esta
obra está dividida en dos partes. En la primera, el autor expone las
bases teóricas sobre las que están sustentadas sus ideas, por lo que
podemos clasificarlo como un filósofo moral. En la segunda, aplica esas
ideas a casos concretos y hace recomendaciones morales, por lo que allí
tenemos que catalogarlo como un moralista.
La
edición príncipe de Moral social se publica en 1888 en Santo
Domingo como resultado de los cursos que sobre el mismo tema dictara entre
1880 y 1888 en la universidad primada de América. En el prólogo, Hostos
explica que solamente por la insistencia de sus discípulos es que accedió
a que se publicara este libro porque “no hay que publicar la moral en
libros, sino en obras” (OC, XVI, 94). No obstante, el prólogo
funciona como recurso retórico para inducir a la lectura del libro. Yo he
anotado en otro lugar que esa alegada “insistencia” de sus alumnos
podría ser una estrategia persuasiva a la que el autor recurre para
constituirse en una autoridad confiable que le fortaleciera como moralista
y que le facilitara la aceptación de sus ideas por parte del lector, como
ocurre en innumerables obras de filosofía moral (véase mi “Análisis
metaético”).
En
la “Introducción”, el filósofo explica que Moral social
responde a su preocupación de los rumbos que, hasta entonces, había
tomado la civilización. De esta manera, se plantea la dicotomía
“civilización-barbarie” que tanto le había inquietado al pensador
argentino Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, su aproximación al
tema llevará otra dirección. Hostos dice estar convencido de que a la
altura de su época (1888) el ser humano es “adulto de razón” e
inclusive “adulto de conciencia” debido a que la razón, la conciencia
y el trabajo han sido emancipados. Le sorprende, entonces, que todavía
los instintos y las pasiones afloren sobre los principios y deberes:
…en
suma –dice- después de la conquista de todas las fuerzas patentes de la
naturaleza, y cuando nos creemos, y efectivamente estamos, en el primer
florecimiento de la civilización más completa que ha alcanzado en la
Tierra el ser que dispone del destino de la Tierra, la divergencia
entre el llamado progreso material y el progreso moral es tan manifiesta,
que tiene motivos la razón para dudar de la realidad de la civilización
contemporánea. (95, énfasis mío)
Hostos
está convencido de que la hipotética civilización del ser humano es, en
todo caso, a medias. Lo dice claramente cuando afirma que “ Debajo de
cada epidermis social late una barbarie” (98). Con el desarrollo de una
moral social esperaba subsanar esa “divergencia”. Pensaba que las teorías
formuladas hasta el momento no habían sido eficaces, puesto que “la
crisis moral continua patentiza la insuficiencia de los motivos que teólogos,
metafísicos y moralistas han atribuido a todas y cada una de las ramas de
la moral” (115 ). Civilización, para él, es “racionalización”.
Esto es, debe hacerse cada vez más racional. Más aún, civilización es
“conscifacción” (que él define como el conjunto de actos voluntarios
para hacerse más consciente) porque:
Todo
proceder de la razón de menos a más es proceder de menos conciencia a más
conciencia, y en vez de hacerse más consciente a medida que se hace más
racional, el hombre de nuestra civilización se hace más malo cuanto más
conoce el mal. (97 )
Hostos
llega a la conclusión de que “ser civilizado y ser moral es lo mismo”
(106) De aquí que con su Moral social aspire a adelantar el grado
de civilización que se tenía.
Con
frecuencia se ha señalado que el método que Hostos utiliza para crear
una moral social es el método racionalista (así Rojas Osorio, entre
otros). No obstante, esa afirmación es parcialmente cierta. Si bien es
cierto que la razón desempeña un lugar importante en el método que habrá
de aplicar nuestro filósofo a la moral, y que dice, en su Tratado de
moral, que “importa insistir en la idea de que la razón es el medio
de conocer la realidad o naturaleza moral” (17), es de igual manera
cierto que le da, además, similar importancia a otros dos “órganos”
como él los denomina, para el conocimiento de las ideas morales. Estos
son: el sentido común y la conciencia. Para él, el sentido común
“consiste en percibir directamente cierto orden de fenómenos que no son
perceptibles a los sentido corporales” (16). De esta manera, con el
sentido común –que no es tan común, dice él- podemos percibir las
realidades morales. Por otra parte la conciencia es para Hostos “El órgano
supremo de la personalidad, en el cual se reunen, como órganos
subalternos, todos los organismos inmateriales de la naturaleza humana y
por cuyo medio se refleja y representa íntima y continuamente la
individualidad.” Así entendida y definida, la conciencia sirve para
darnos el conocimiento inmediato de la naturaleza moral en todo cuanto
afecta a cada individuo en la naturaleza. Hostos añade que “la
conciencia es la común representación de todas las actividades morales
en una sola capacidad de reproducir” (19).
Visto
de esta manera, podemos concluir que el método que usará se compone de
una triple dimensión: sentido común, razón y conciencia. De estas tres,
la conciencia tiene la primacía en cuanto a la moral social se refiere.
Está
claro que la médula central del pensamiento filosófico-moral hostosiano
se encuentra en su concepto de conciencia, órgano supremo de nuestra
constitución moral, según Hostos. Éste constantemente apela a la
conciencia cuando analiza las diferentes actividades de la vida humana. Al
respecto señala Francisco Elías de Tejada:
Hostos
ha puesto de relieve cómo la conciencia, que no es otra cosa que la
autoafirmación interna de la personalidad como núcleo aparte dentro del
complejo cósmico, sirve de base a la fijación de las ideas morales. No
sería ya posible hablar de una moral racionalista cuando nos refiramos a
Eugenio María de Hostos; es la suya teoría de una moral que afecta al
ser humano total, condenado en la conciencia con su íntegra totalidad, no
al sector más estricto de la razón. Desde que la conciencia arguye sobre
la razón en el plano filosófico de Hostos, su moral no es racionalista,
antes acepta sin reservas todo el cúmulo de influjos que vienen de la
esfera de los sentimientos. (Las doctrinas políticas, 80-81)
¿Qué
es, entonces, la moral social? ¿Cuál es su objeto y por qué teorizar en
torno a ella? Hostos nos contesta estas interrogantes en los siguientes términos:
Por
lo tanto, si la moral por sí misma es una ciencia, y si la sociedad es el
sujeto de otra ciencia, es indudable que la moral social será también
una ciencia, y que su objeto no puede ser otro que el de aplicar de un
modo concreto las verdades abstractas de las dos ciencias en que está
fundada.
…el
objeto de la moral social no es otro que la aplicación de las leyes
morales a la producción y conservación del bien social. En otros términos:
el objeto de la moral social es aplicar al bien de las sociedades todas
aquellas leyes naturales que han producido el orden moral.
(113-114, énfasis del autor)
Como
consecuencia, entonces, la moral social es claramente el enlace de dos
ciencias: la ética y la sociología. Es evidente la influencia del
positivismo en el fundamento de esta aseveración. Hostos, al igual que
Comte, aduce que la moral –entiéndase moral social- debe ser reconocida
como “la última ciencia”, “la ciencia final”.
Para
el puertorriqueño, todo acto que se lleve a cabo tiene que pasar por el
tamiz del deber. De esta manera fundamenta la moral en las relaciones y
deberes del ser humano en la sociedad cuando afirma que:
El
fundamento de los deberes que la moral impone está en el conocimiento de
las relaciones que ligan al hombre con la naturaleza general o con algunos
aspectos particulares de la naturaleza. Y como la sociedad es un aspecto
particular de la naturaleza, el conocimiento de los deberes sociales se
funda en el conocimiento de las relaciones del individuo con la sociedad.
(109)
La
sociedad, que sirve para satisfacer las necesidades de los individuos en
grupo, se desglosa en el individuo, la familia, el municipio, la región,
la nación o sociedad particular y la familia de naciones o sociedad
internacional.
Como
podemos ver, la moral social establece las relaciones y deberes que el
individuo debe tener con cada uno de los órganos constitutivos de la
sociedad. Hostos trata de “demostrar que no hay moral social, sino en
cuanto hay relaciones necesarias entre individuo y sociedad” (115). Por
eso hace una estricta clasificación “científica” de las relaciones y
deberes. Este aspecto llevó al filósofo mexicano Antonio Caso a afirmar
que:
La
base lógica de la moral de Hostos es el concepto de la euritmia universal
construido sobre la noción de la ley natural. Para Hostos como para
Montesquieu, toda ley es “expresión necesaria de las relaciones de las
cosas”; y la ley moral, expresión, necesaria también, de la naturaleza
física con el mundo social y moral. (“La filosofía moral”, 218)
Las
relaciones que ligan al individuo con la sociedad son: la necesidad, la
gratitud, la utilidad, el derecho y el deber.
Hostos
le otorga gran peso a los deberes en cuanto a la moral social se refiere,
exponiendo así una interesante y original deontología. “El deber y el
bien son las fuerzas motrices de la filosofía moralista de Hostos”
escribió Antonio S. Pedreira (Hostos, ciudadano, 190). Por una
parte, Hostos dice que el freno de la conciencia es el deber; por la otra,
le da tanta importancia al deber que llega a concluir que:
Sin
moral no hay orden y sin deber no hay moral. Todos los preceptos de los
moralistas, todos los dogmas morales de las religiones positivas y filosóficas,
todas las persuasiones del ejemplo del bien, todas las virtudes, nada son
sin expresiones concretas de deberes cumplidos concienzudamente; de nada
sirven en la guía de la conciencia individual y colectiva, si no tienen
la virtualidad ordenadora, si, por lo tanto, no tienen la potencia
moralizadora del deber. Cuando él se apodera de una conciencia, la hace
buena; cuando la domina, vence con ello todo mal; cuando la encamina, crea
un poder incontrastable; cuando la posee, posee el imperio de la vida.
Otros imperarán sobre intereses y egoísmos, ella imperará sobre sí
misma. La vida, para ella, será el cumplimiento de un deber, y cumplirá
imperturbablemente con el deber de subordinar los medios a los fines de la
vida racional para dar hombres completos. (134-135)
Por
tanto, los deberes son derivados de nuestras relaciones con la sociedad.
Hostos los divide en dos grupos: los deberes genéricos y los deberes
secundarios. Podemos ver la correspondencia de relaciones y deberes en la
siguiente gráfica:
RELACIÓN |
DEBER |
Necesidad
Gratitud
Utilidad
Derecho |
Trabajo
Obediencia
Sacrificio
Educación |
Los
deberes secundarios están subordinados y a la vez originan y modifican a
los genéricos por “la influencia del medio social en que actúa”
(143). Al deber genérico del trabajo se subordina los deberes de
contribución al trabajo, el de fomento, el de patriotismo y el de
subordinación. El deber de obediencia tiene como deberes secundarios a la
sumisión, la adhesión y el acatamiento a la ley, la civilización, la
razón y la conciencia. El deber de sacrificio conlleva deberes
secundarios como la cooperación, unión, abnegación, conciliación y
coordinación. Por último, el deber de educación lleva a los deberes de
instrucción fundamental y de educación profesional.
De
todos los deberes que Hostos señala en su obra es el deber de los
deberes, de clara inspiración kantiana, el que sobresale ante todos los
demás. Dejemos que sea Hostos el que lo explique:
Hay
un deber que abarca a todos los demás; es el deber de los deberes.
Consiste en cumplirlos todos, cualquiera que sea su carácter, cualquiera
el momento que se presente a activar nuestros impulsos o a despertar
nuestra pereza o a convencer nuestra razón o a pedir su fallo a la
conciencia. (176)
Hostos
no se detiene aquí en su exposición de los deberes, puesto que a los ya
mencionados añade los deberes del ser humano con la humanidad
(confraternidad, filantropía, cosmopolitismo y civilización) y unos
deberes complementarios que divide en primarios y secundarios. En un
cuadro sinóptico que Hostos incluye en Moral social (194-195) se
perfilan de la siguiente manera:
Primarios |
Secundarios |
Trabajo
Contribución
Fomento
Patriotismo
Confraternidad
Obediencia
Sumisión
Adhesión
Acatamiento
Filantropía
Sacrificio
Unión
Cooperación
Abnegación
Cosmopolitismo
Educación doméstica
Educación
fundamental
Educación
profesional
Educación
universitaria
Civilización |
Ahorro
Previsión
Constancia
Dignidad
Beneficencia
Veneración
Benedicencia
Reverencia
Resignación
Benevolencia
Solidaridad
Legalidad
Integridad
Magnanimidad
Tolerancia
Prudencia
Equidad
Firmeza
Justificación
Imparcialidad |
SINOPSIS
N°
2
Virtudes
o deberes secundarios |
Sociales |
Tolerancia
Benevolencia
Beneficencia
Benedicencia
Imparcialidad
Discreción
Justificación
Solidaridad
Resignación
Veneración
Reverencia |
Políticos |
Dignidad
Solidaridad
Legalidad
Integridad
Constancia
Firmeza
Prudencia
Equidad |
Económicos |
Ahorro
Sobriedad
Previsión
Frugalidad |
En la segunda parte de Moral social,
Eugenio María de Hostos analiza cómo es y cómo debe ser el enlace y la
función de la moral en las distintas actividades de la vida. Así, la
moral y el derecho positivo, la política, las profesiones, la escuela, la
iglesia católica, el protestantismo, las religiones filosóficas, la
ciencia, el arte, la literatura (novela y dramática), la historia, el
periodismo, la industria y el tiempo. En esta parte, Hostos pronuncia
agudas reflexiones filosófico-morales sobre cada uno de estos temas.
Comentaremos solamente algunos de ellos que nos puedan servir de ejemplo
para ilustrar lo antes dicho.
La
importancia de la moral en la política tiene en Hostos a un acérrimo
defensor. Le preocupa, y en gran medida le horroriza, cómo, con la
excepción de algunos pocos países de Europa y sobre todo de Estados
Unidos –en lo que pienso que se equivocó-, “la ineficacia de la moral
en la política se ha convertido en regla de conducta universal” (214).
Hostos pensaba que el Estado unitario, por lo personalista, tenía como
base de la moralidad pública el egoísmo. Esto se sintetiza en la frase
“El estado es el jefe del Estado” (215), que parafrasea en clara alusión
al alto concepto de lo personal en la autoridad que tenía el monarca
francés Luis XIV al decir, “L’ Etat c’est moi”.
Estos
fenómenos, según Hostos, traían como consecuencia la desorganización y
la corrupción. Además, Hostos pretendía superar la divulgación que
sobre el mundo occidental tenían todavía las ideas de Nicolás
Maquiavelo cuando propuso, en el Príncipe, la absoluta separación
de la moral y la política. El puertorriqueño rechaza las ideas del
italiano cuando con voz sentenciosa afirma: “Política sin moral es
indignidad” (217).
Hostos
consideraba al científico como el mejor ejemplo de moral práctica cuando
sostiene que “es la ciencia probablemente la actividad humana en que se
despliega mayor fuerza conscia (sic) y en que los individuos viven de un
modo más conforme al orden moral” (247). Para apoyar su tesis da tres
razones. Primero, por la misma naturaleza de la ciencia, cuyos ejercicios
ayudan a fomentar las buenas costumbres tanto fisiológicas como psicológicamente.
Segundo, por la continua búsqueda de la verdad científica que depara en
una necesidad de verdad tanto objetiva como subjetiva. Y, tercero, porque
el científico usa incesantemente los dos órganos de la personalidad
humana, la razón y la conciencia. La admiración de Hostos por la ciencia
y el científico es evidente, lo que se explica si recordamos que,
impregnado del espíritu positivista de su época, él se consideraba a sí
mismo como un hombre de ciencias y que veía a la moral como una ciencia.
La
historia –o más bien los estudios históricos– le preocupa porque se
enfatiza en ella los hechos del mal y no los del bien. Lo peor es que esos
acontecimientos del pasado “son tan adulados por la historia narrativa y
por la historia crítica que es imposible que se olvide la lección”
(278). Para Hostos, la historia estará cumpliendo con su deber moral
cuando se ocupe del bien humano a través de las épocas. Como puede
observarse, nuestro filósofo muestra una concepción crítica sobre los
“hechos del mal” que se destacan en los textos de historia
tradicionales y asume una actitud bastante cercana al concepto contemporáneo
de historia. Sobre el particular, el historiador Héctor R. Feliciano
Ramos anota que Hostos se ubica “a la altura de las corrientes más
progresistas del pensamiento de fines del siglo XIX, o de lo que hoy día
se da por llamar “nueva” historiografía” (“E.M. de Hostos: sus
ideas”, 86).
El
último problema que Hostos aborda en Moral social es el tiempo, lo
que hará con clara influencia de Séneca y su obra De la brevedad de
la vida. Cuando sentencia que “El tiempo, para el trabajo, es aire;
para el ocio, plomo” (299), lo que nos quiere decir es que el tiempo se
desperdicia miserablemente, lo que de por sí es inmoral. Para él, la
“civilización moral ha de llevar el orden al descanso del trabajo”
(300). Censura las diversiones que no conlleven un fin educativo, así
como a los vicios (difamación, maledicencia y calumnia) que engendra, por
lo que recomienda que se utilicen como “distracciones civilizadoras”
la escuela nocturna, las conferencias, la patinación artificial, los
gimnasios, los ateneos, los liceos, los casinos, los paseos públicos,
etc.
Como
ya he dejado establecido, la mayor aportación de Hostos a la filosofía
hispánica, desde el punto de vista práctico y teórico, es su Moral
social. Lo que ha sido reconocido por importantes historiadores de la
filosofía y del pensamiento latinoamericano. En lo que fue uno de los
primeros estudios sobre la filosofía en América, Latin America: Its
rise and progress (1913), Francisco García Calderón apuntó que:
After
Bello, the most remarkable of South American philosophers was Eugenio
de Hostos (sic), who was born in 1839. He did not merely expound
European ideas, he had his own system, which he developed in a
series of remarkable works; he was a moralist rather than a
metaphysician, and whether in Santo Domingo or Lima or Santiago he
never ceased his endeavours to reform education and the law. Problems,
social and moral, gave him no rest: he sought to found a new morality
and sociology. (272, énfasis mío)
En
esa misma línea de pensamiento se expresa Rufino Blanco-Fombona cuando
sostiene que “Hostos no es repetidor vulgar, ni acomodador hábil de lo
ajeno, ni abrillantador de piedras opacas, ni chalán que engorda con arsénico
el cuartago que va a vender. No. Hostos es pensador original y auténtico”
(“Hostos”, 104, énfasis mío)
Lo
cierto es que Hostos propone su teoría ética desde y para la América
nuestra. Yo considero que el filósofo puertorriqueño no tiene parangón
hasta su época en la historia de la filosofía moral nuestra, puesto que
fue un pensador con clara conciencia latinoamericana. Hostos, siempre
pensando en el ser latinoamericano, y contra el escolasticismo imperante,
se da a la tarea de formular y desarrollar una teoría ética y moral, a más
de educativa, que comprende, como he mostrado, una moral social, una moral
natural y una moral individual. Tal vez por eso consignó el colombiano
Carlos Arturo Torres que:
La
concepción sociológica de Hostos es de una originalidad poderosa:
el pequeño libro en que la expone –se refiere a Moral social-
con exclusivo propósito pedagógico, es tan intenso, que cada página
sugiere y comporta un desarrollo de volúmenes; tiene para nosotros el
interés de su vigilante finalidad hispanoamericana. (“Hostos, héroe
moral”, 140, énfasis mío)
Allí
está la obra para que la leamos, la analicemos y comprobemos el valor que
todavía posee.
2.2.
Valoración literaria
2.2.1.
Ideas hostosianas sobre la literatura
Al
aproximarnos a la obra propiamente literaria de Eugenio María de Hostos
tenemos que recordar, una vez más, que sus intereses políticos y
sociales dirigidos a la consecución de la independencia de la últimas
colonias españolas (Puerto Rico y Cuba) y las luchas por la justicia
social que hizo suyas le restaron tiempo al “ocioso creador” necesario
en la creación artístico-literaria. Además, debemos recordar que casi
todos sus escritos tenían como objetivo un fin didáctico-moral que nos
hace pensar en la mayor parte de los Ilustrados dieciochescos de Europa y
decimononos de América. Por ser ésas sus circunstancias, se hace de
rigor que exponga algunas nociones de las ideas hostosianas sobre la
literatura con la esperanza de poder comprender su obra a la luz de sus
propias aseveraciones.
“Por
temperamento, Hostos no fue un verdadero literato, en el sentido estético
de la palabra” afirmó convencido uno de sus más agudos estudiosos,
Antonio S. Pedreira (Hostos, ciudadano de América, 192). De hecho,
el propio Hostos se encargó de explicar su poca vocación literaria
cuando en el prólogo de la segunda edición de su novela La
peregrinación de Bayoán escribió que:
El
problema de la patria y de su libertad, el problema de la gloria y del
amor, el ideal del matrimonio y de la familia, el ideal del progreso
humano y del perfeccionamiento individual, la noción de la verdad y la
justicia, la noción de la virtud personal y del bien universal, no eran
para mí meros estímulos intelectuales o afectivos; eran el resultado de
toda la actividad de mi razón, de mi corazón y de mi voluntad; eran mi
vida.
………………………………………………………………………………
Yo no había vuelto a España para conquistar una gloria literaria que
desde los albores de mi adolescencia hubiera podido conseguir. Yo no iba
tras la gloria literaria. Si aquel libro me la daba, sería el último; y
si me la negaba por lo que él representaba, sería también el último. Las
letras son el oficio de los ociosos o de los que han terminado ya el
trabajo de su vida, y yo tenía mucho que trabajar. (OC, VII,
6, 13-14 , énfasis mío)
De
mayor importancia, por lo reveladoras, son las ideas que sobre la
literatura manifiesta en sus escritos, sobre todo en Moral social.
En esa obra, Hostos arremete contra las letras, principalmente contra la
novela y el teatro, cuyo fin fuera únicamente el arte por el arte.
Hostos
pensaba que la novela ejercía efectos nocivos a la moralidad pública
cuando sostiene que:
La
novela es necesariamente malsana. Lo es dos veces; una para los que la
cultivan: otra, para los que la leen. En sus cultivadores vicia funciones
intelectuales, o para ser puntualmente exacto, operaciones capitales del
funcionar intelectual. En los lectores vicia, a veces de una manera
profunda, irremediable, mortal, la percepción de la realidad. En unos y
otros determina un estado enfermizo, que se caracteriza por un apetito
desarreglado de sensaciones y por una actividad aislada y solitaria de la
fantasía. El hacedor de novelas, víctima inconsciente de su estado
psicológico, hace al mundo a imagen y semejanza de su propio estado de
razón y sentimiento; por su parte, el lector de novelas busca y pide un
mundo semejante al mal imaginado y mal sentido por el novelista. (OC,
XVI, 260-261)
De
esta manera critica la novela romántica por falsear la realidad histórica
y por ser “el florecimiento de lo bello monstruoso”; la realista por
dar “la fisiología de cuantas pasiones, crímenes y morbosas
exhalaciones de la sociedad encontró en el triste medio social”; la
naturalista por tratar de “hacer bellas y amables las groserías y las
bestialidades de la naturaleza humana y de la realidad social” (261-262)
Hostos
considera que tanto la escritura como la lectura de novelas es una pérdida
de fuerza moral y de tiempo:
Ese
malogro de potencia intelectiva adicionado al de potencia afectiva que
noveladores y lectores disipan en los argumentos pasionales de todas las
novelas, sería bastante para desconceptuar ante la moral ese género de
literatura, si otra más grande disipación, por ser más universal, la de
tiempo, no hiciera de la lectura de novelas un formidable auxiliar de
inmoralidad. (266)
Una
sola muestra de esperanzas otorga Hostos al porvenir de la novela cuando
dice que si este género literario se atiene al precepto neoclásico
expuesto por Nicolás Boileau, en su Art Poétique (1674), “nada
es bello sino lo verdadero” y se combina con el aforismo estético “sólo
es bello lo que es bueno”, entonces, la novela estaría cumpliendo con
su deber debido a que:
La
novela, género que aún dispone de vida, porque aún dispone de
contrastes entre lo que es y lo que debe ser la sociedad humana, puede
contribuir a que el arte, siendo verdadero y siendo bueno, sea completo.
Entonces será un elemento de moral social. Cumpla con su deber y lo será.
Mientras tanto, no lo es, entre otros, por ese motivo final: porque no
cumple con su deber. (267-268)
El
género dramático no corre mejor suerte que la novela en las reflexiones
estético-morales hostosianas. Acusa a la dramática de su época de
inmoral por no ocuparse de otra cosa que de producir efectos morales vanos
y de hacer “por egoísmo o interés lo contrario de lo que conoce que es
su deber” (269). Al pasar revista sobre este género dice que:
La
influencia de la dramática francesa (con más exactitud, de la dramática
parisiense), no ha podido, al trasplantarse, ser más perniciosa. Cuando
menos, y por lo que dice en relación al solo fin del arte como arte, ha
corrompido la inspiración nacional de los dramaturgos del Norte y ha
empobrecido la vis dramática del teatro español. (272)
Obviamente,
Hostos demuestra su preferencia por la didáctica de los Ilustrados del
siglo XVII cuyo principal exponente fue Boileau. No obstante, para
comprender las ideas de Hostos sobre la literatura es, asimismo, necesario
reconocer la influencia del krausismo español sobre el puertorriqueño y
prestar particular atención a las ideas que poseía su condiscípulo
Francisco Giner de los Ríos sobre el mismo tema.
Los
krausistas españoles asumieron una actitud crítica ante la literatura de
su tiempo tal como hemos visto en Hostos, aunque sin llegar a los extremos
de éste. Esta actitud crítica puede observarse en el pensamiento de
Giner sobre la literatura de su época y en la que se nota coincidencias
con las ideas hostosianas:
…ora
ese naturalismo realista, perpetua calumnia de la realidad y de la
naturaleza, impropia del sentido humano de una filosofía que pone su
anhelo en mostrar la conformidad íntima del mundo con el pensamiento de
Dios, y que sintiendo latir la verdad esencial de las cosas bajo la
aparente corteza del accidente…
…ora
ese individualismo grosero, para el cual es tanto más grande el hombre
cuanto menos espíritu desenvuelve y más se absorbe en una vulgaridad
estrecha e insignificante; ora esa idolatría de la expresión, que, en
odio al antiguo formulario de argumentos prescrito al artista y poniendo
el secreto de la belleza en la ejecución y el estilo, todo lo envuelve en
su nivelador desdén…
A
esa generación, que se agolpa ya alrededor nuestro y llama impaciente a
nuestras puertas, ¿qué le responderemos, cuando fatigada de escudriñar
inútilmente la historia literaria de esta época, abra nuestros sepulcros
y nos pregunte por el ideal de nuestros días? (Estudios de literatura
y arte, 110-112)
Sin
embargo, no empece al criterio de Hostos sobre la literatura, fue él un
escritor de sorprendente maestría en cuanto a la creación literaria se
refiere. Autor de novelas sugestivas –como La pregrinación de Bayoán
y La tela de araña-, de cuentos, unos pocos poemas, obras menores
de teatro, de crítica literaria y del arte y, sobre todo de una enorme
cantidad de ensayos publicados en libros, revistas y periódicos nos
parece ciertamente lamentable su juicio, un tanto prejuiciado por su época
y su decidida intención didáctico-moralizadora que rechazaba firmemente
“el arte por el arte”. No obstante, a pesar de ello se le reconoce
como un importante literato. Al igual que se ha dicho sobre la obra de
Sarmiento –con quien tantas veces se le ha comparado- en su obra se
encuentran inolvidables páginas de inmenso valor literario y quien de
acuerdo con William Rex Crawford, en Pensamiento latinoamericano de un
siglo, “nos legó dos o tres libros fundamentales” (253). Más aún,
Otto Schoenrich y Américo Lugo le atribuyen el origen de la literatura
nacional dominicana.
Además,
si bien Hostos nunca se preocupó por crear, por lo menos conscientemente,
una obra de fino valor literario, todos los críticos que se han ocupado
de sus escritos lo consideran como uno de los máximos exponentes de las
letras en Latinoamérica. Sirva como ejemplo el que Rufino Blanco-Fombona
lo haya incluido en su importante obra Grandes escritores de América.
Del
estilo literario en su obra general, José A. Balseiro ha sostenido que:
…es
lección de sobriedad y eficacia. Es jugoso, sin ser amplio; es armónico,
sin ser retórico. Tiene ritmo propio. Se mueve a un compás sin
artificio; pero bien ordenado en la exactitud de los giros y en la
euritmia de su elocución. (“Crítica y estilos literarios”, 63)
Y
Adelaida Lugo Guernelli observa que su prosa es:
…tan
rica y compleja como su personalidad: una prosa que se plasma en un estilo
elocuente principalmente y que manifiesta la constante lucha del ser
consigo mismo, con la sociedad a la que desea reconstruir y con el resto
del mundo y de las cosas. (E.M. de Hostos: Ensayista y crítico
literario, 175)
El
género literario que Hostos cultivó más, y en el que mayor logros se le
reconoce, fue el ensayo. Lo que no es de extrañar, puesto que su opinión
sobre los demás géneros no le dejaban otra alternativa que expresar sus
ideas e inquietudes literarias a través de éste. De aquí, que dedique
mis próximos comentarios a mostrar algunos rasgos que distinguen su obra
ensayística.
2.2.2
. Hostos, ensayista
Adelaida
Lugo Guernelli considera que Hostos fue uno de los primeros ensayistas, en
el sentido formal, latinoamericanos, junto a Juan Montalvo y José Martí.
De igual manera se habían expresado mucho antes Pedro Henríquez Ureña,
Medardo Vitier y Robert G. Mead, Jr., entre otros. Sin duda, Hostos fue un
ensayista de envergadura y un fino ejemplo de la mejor filigrana entre los
primeros cultivadores de este género en la América Latina. A través de
toda su obra se encuentran excelentes muestras de su “arte ensayístico”.
Así en sus diarios, artículos periodísticos, critica literaria y del
arte, tratados e incluso sus novelas, encontramos pasajes de valor ensayístico.
Considérese, sobre todo, su Moral social y mis apuntes previos
sobre la misma. Un dato curioso es que Hostos apenas empleó el término
ensayo para referirse a sus escritos que por lo general clasificaba como
“artículos”. Por lo menos eso es lo que se desprende cuando leemos el
inventario que hace de sus manuscritos inéditos y publicaciones en su Diario,
fechado la noche del miércoles, 22 de abril de 1875 Allí solamente
clasifica “ensayo” a su estudio crítico sobre Hamlet.
En
otro lugar he intentado demostrar que, principalmente en sus ensayos, su
lenguaje es sobrio y diáfano y que la construcción de los párrafos es
cuidadosa y las ideas fluyen ordenadamente. Además, que por ser muy
consciente del arte de escribir emplea estrategias escriturales muy
cuidadosamente y con una clara intención persuasiva como son la anáfora,
la enumeración, la gradación, las preguntas retóricas, las formas
dialogadas y la exclamación. Algunas de estos recursos retóricos se
notaran en los ejemplos que citaré. (Véase mi “Análisis metaético)
No
obstante, a los fines de este trabajo me circunscribiré a aquellas obras
a las que podemos considerar propiamente “ensayos”, toda vez que dicho
término se ha manejado tanto en el pasado como en el presente con tal
ligereza que casi cualquier obra podría ser considerada dentro de los
lindes de este género literario. Sobre el particular ha expresado José
Luis Gómez-Martínez que:
En
nuestro siglo, y con especial énfasis en los últimos años, tanto los
escritores como los editores han dado en denominar “ensayo” a todo
aquello difícil de agrupar en las tradicionales agrupaciones de los géneros
literarios. Si a esto unimos la vaguedad del término y la variedad de las
obras a las que pretende dar cobijo, no debe extrañarnos que las
definiciones propuestas se expresen sólo en planos generales. (Teoría
del ensayo, 2da. Edición, México: UNAM, 1992, 17)
Por
mi parte, tomaré como punto de partida el marco teórico que con
magistral precisión establece Gómez-Martínez para los comentarios que
siguen a continuación. (Vale señalar que éste considera a Hostos como
un destacado cultivador del género en América.) Tomaré en cuenta, sobre
todo, las siguientes características que nos indica el autor de
referencia y que considero que muy bien pueden aplicarse a la obra ensayística
de Eugenio María de Hostos. Éstas son primordialmente:
1.
El carácter dialógico del ensayo, sobre todo lo que atañe a
“la comunicación humanística” queriendo con ello significar la
“sinceridad” o “autenticidad” del autor y a la vez el
“cuestionar” y “problematizar” del lector como consecuencia del
acto de la lectura.
2.
La necesidad de la contemporaneidad en el tiempo y el ambiente en
ese diálogo entre el ensayista y el lector. Se reflexiona siempre sobre
el presente aunque se apoye en el pasado.
3.
El valor del ensayo depende “del poder de las intuiciones que se
vislumbren y de las sugerencias capaces de despertar en el lector”.
4.
El subjetivismo del autor. Esto es, las notas autobiográficas , el
carácter confesional, el diálogo íntimo del autor.
5.
Carencia de estructura rígida.
6.
Libertad de los temas sobre los que se propone tratar: “de
cualquier pretexto puede nacer un ensayo.”
Establecido
lo anterior veamos algunos ejemplos de los que considero que son las
mejores muestras de la prosa ensayística hostosiana.
Uno
de los ensayos en los que Hostos despliega su mayor habilidad como
constructor de ensayos es “En la tumba de Segundo Ruiz Belvis” (1873).
Es éste un ensayo que podríamos clasificar como intimista y en el
encontramos reunidas la mayor parte de las características que señalé más
arriba. En él, Hostos hace un acto de introspección en el que penetra
dentro de lo más recóndito de su ser para revelar el significado de la
vida, o mejor de su vida, haciéndonos recordar, en cuanto al mérito
literario y filosófico, al ensayo “Adentro” de Miguel de Unamuno. El
autor reflexiona aquí sobre el sacrificio que conllevan las acciones en
pos del ideal que profesan aquellos que como Ruiz Belvis (1829-1867)
-patriota y abolicionista puertorriqueño muerto misteriosamente en Chile-
y él mismo se han esforzados ante el clamor de la justicia política y
social. Y por eso arguye desalentado, “Dicen que por esta colina se sube
al cementerio. Un esfuerzo más, y estaré en la cumbre. ¡Ah!, yo siempre
estoy haciendo esfuerzos y jamás llego a la cumbre” (OC, XIV,
7). Observamos que el ensayo nos menciona a Ruiz Belvis casi como
pretexto, ya que la intención de Hostos es justipreciar su propia vida y
expresar su cansancio existencial, espiritual y, quizás, su decepción.
En un tono confesional, o en diálogo consigo mismo declara que “Toda
eminencia es fatigosa, y la que voy trepando me fatiga. Trepo dos a la
vez. ¿Cuál de las dos es la que más me fatiga: la de mi idea dominante
o la del cerro? La cumbre del cerro allí está. ¿En dónde está la cima
de la idea? ¡Ah! ¡bienaventurados los que trepan y llegan hasta el
fin!” (8).
El
sensible ser humano que Hostos fue prefirió la acción a las letras -según
él repetía constantemente- mas, recurre a ellas para expresar sus
frustraciones con la intención de provocarnos evaluar el resultado de
nuestras acciones. En una nota de desolador pesimismo existencial exclama:
Pero
¿qué saben del tiempo los ahogados en la eternidad, ni qué se ocupan de
las revoluciones de las sociedades los ocupados en las evoluciones de la
vida universal de la materia, ni qué conocen de patria estos pobres ricos
cuya patria fue el dinero, o esos pobres miserables cuya patria fue el
dolor? Si aquí estuviera la tumba de los Cabrera, de Camilo Henríquez,
de Freire, de Infante, de Francisco Bilbao, seguro estoy de que entre
ellos viviría Segundo Ruiz: los hombres buenos viven juntos. (9)
Hostos
concluye su introspección reconociendo el estado superior del fallecido,
puesto que hizo bien al “descansar de la existencia.” De esa manera no
tendría que vivir y sufrir la triste realidad de injusticia y crueldad
que se le presentaba, por eso exclama “¡Ruiz, Segundo Ruiz! ¡La patria
está en peligro de perpetua esclavitud! ¡La patria está pactando con
España¡” (10). Y expresa en una nota en la que pasa revista de su época
en un tono filosófico-social y político lo siguiente:
Descansaste
a tiempo. Ni viste a Cuba martirizada, ni a Puerto Rico escarnecida, ni a
los héroes clamando en vano por auxilios, ni a los esclavos bailando al
son de las cadenas.
…………………………………………………………………………………
No viste a los pueblos hermanos olvidando en su fortuna al hermano
infortunado. No viste un pueblo entero levantando al cielo sus brazos
descarnados, en tanto que otro pueblo, aspirante a la misma forma de
gobierno y al mismo goce de la libertad y la justicia, descargaba sobre él
los golpes más alevosos y más crueles, ni viste entre los dos, impasible
a los gritos del hermano y disimulando las atrocidades del verdugo, al
pueblo que nosotros preparábamos para el amor de la justicia.
…………………………………………………………………………………
No viste pisoteada la lógica. No viste repudiada la justicia. No viste
encarnecido cuanto es bueno. No viste renegado cuanto es cierto. No viste
fementidas las promesas de la razón universal, muertas las esperanzas más
concienzudas, hechas cenizas las aspiraciones más puras del alma humana,
reducidas a fangosas realidades las verdades más queridas. No viste la
bacanal de la injusticia, el carnaval de la indignidad, la orgía de todos
los errores, el galope infernal de todas las debilidades, la edad de oro
de todos los egoísmos más repugnantes, la edad de hierro de todas las
abnegaciones, la omnipotencia universal del oro, la impotencia absoluta
del deber, la canonización de las pasiones más abyectas, el
endiosamiento de todas las barbaries, el juicio final del sentido común
en nuestra especie. (OC, 11-12)
Otro
buen ejemplo del arte ensayístico de Hostos lo encontramos en
“Meditando” (1881). Allí Hostos se comporta como un espectador que
observa a la gente que se dirige a la iglesia en un viernes santo y que le
provoca un estado de honda meditación. Empero, no sólo lo lleva a
reflexionar el asunto de la religiosidad propio de un día así, sino que
cualquier detalle capta su atención. Por eso apunta aparentes nimiedades
como “Las nunca silenciosas campanas están mudas”; al pasar una niña
exclama “¡Pobrecita! ¡Mil, cien mil veces pobrecita la precoz
adolescente! Allí va, contrastando los desnudos brazos blancos, la
flotante cabellera rubia, con el profundo color negro de su traje. Va tan
resuelta que parece que va conquistando el porvenir…”; además observa
que “Vestidas de hojas secas van aquellas. Ese color concluyen por tomar
en nuestros climas morales la mayor parte de las mujeres…” (OC,
XIV, 268-269).
Sin
embargo, esos comentarios no son sino un pretexto para expresar el motivo
de su “meditación” porque nos confiesa que “malhumorado por la lógica
de la muchedumbre” se puso a leer cuando alguien lo interrumpe y le
pregunta qué lee. La vida de Jesús de Renán, le contesta nuestro
autor. El ensayista intercala en el fluir de su exposición un diálogo
lleno de sugerencias. Cuando el interlocutor se entera de que el hablante
del texto está meditando le sugiere la iglesia como lugar más adecuado
que la casa donde está, a lo que éste le responde que tiene todo lo que
se necesita para meditar como:
Una
conciencia encaminada al bien, un corazón contrito, una razón que se baña
con deleite en la luz perpetua de la verdad y la justicia. Aquí, en la
oscuridad de esta conciencia, en los abismos de este corazón, en la
soledad de esta razón aislada, se tiene para la fe de todos los hombres,
la misma benévola indulgencia… Aquí, mansión de una conciencia cada
vez más solitaria, donde nadie se posterga, donde a nadie se deja
postergar, aquí se rinde culto a lo mismo que confesaba el Crucificado…
Así como él estaba místicamente en su Padre y su Padre en él, así
todos los verdaderos personificadores de la humanidad están en él y él
está en ellos. Jesús es el símbolo más vivo de la naturaleza moral del
ser humano. (272)
De
pronto –leemos– el pensador es interrumpido
por un lamento proveniente del templo. Es el clérigo que reprobaba a los
fieles. El ensayo finaliza con una serie de interrogantes que nos incita a
meditar:
¿Cuál
de las dos, Jesús, es tu doctrina? ¿la que enseña a meditar o la que
induce a maldecir? ¿Cuál de los dos es tu viernes santo? ¿el de esa
buena gente o el de este solitario? (272)
En extremo curioso es el ensayo “Siglo
XX” (1900). Con una rara intuición profética, Hostos anuncia lo que
habrá de acontecer en el siglo que se iniciaba y que para nosotros acaba
de concluir. Su visión del mismo es pesimista. Profetiza que “los
climas van a continuar modificándose de un modo cada vez más
perceptible” (OC, XIV, 421), que la pérdida de la fauna y la
flora será más evidente y que las costas disminuirán, tal y como científicos
y ecologistas levantan su voz de alarma en nuestros días.
De
mayor interés son sus comentarios sobre “el predominio de la familia
eslava”, cuando afirma que “ella es la que está en mejor aptitud de
pensamiento y tradición para empezar a resolver el problema moderno de la
Industria: propiedad para todos; trabajo para todos; producción y
consumo para todos.” (423, énfasis mío). ¿Se refería al
comunismo ruso?
Presiente,
además, que la lucha por la libertad será más cruenta en el siglo XX y
que habrá, entre los pueblos anglosajones, una “lucha íntima por la
libertad humana” porque “habiéndola entendido bien para sí, la
entendieron para otros mal” (423). ¿Se refería al imperialismo
norteamericano y británico y a sus “alianzas”? Se preocupa también
por los “negros que van a pedir armados su derecho al goce del derecho
civil”. ¿Se refería a Suráfrica? No estoy seguro de las
contestaciones a estas interrogantes, mas es muy probable que a ellos se
refiriera. Claro que además se equivoca en otras previsiones como la
concerniente al comtismo. De todas formas este ensayo, y los anteriores,
evidencia que el pensador puertorriqueño Eugenio María de Hostos fue uno
de los máximos exponentes del ensayismo latinoamericano decimonónico.
Obras
citadas
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Gutiérrez Laboy
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de Puerto Rico,
Recinto de Río Piedras
Actualizado: abril 2001
© José Luis Gómez-Martínez
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