Laura Febres
 

 

Pedro Henríquez Ureña
Crítico de América

9
La Historia: fuerza organizadora de la realidad

Henríquez Ureña cuando llega a su madurez, convierte a la Historia en verdadera savia nutriente de todas las demás investigaciones. Trabaja para la historia de Ricardo Levene donde ya no centra su descripción en la historia intelectual sino en los fenómenos políticos de Santo Domingo, Haití y Puerto Rico. En esos artículos, se basa mucho Henríquez Ureña en el análisis de las Constituciones como instrumento para conocer la realidad histórica de cada país ya que, para él, las leyes eran elementos revolucionarios, transformadores del acaecer americano, porque no mostraban la vida sino que la orientaban hacia un futuro mejor.

“Las formas políticas, en parte se han modificado, adaptándose a la realidad, y la realidad también se ha modificado, adaptándose al ideal de las constituciones y de otras leyes. La Ley, que se ha tachado de artificial, entre nosotros ha sido profética y creadora". (Obras Completas, VII, 365)

Anteriormente, sus artículos históricos estaban contenidos dentro de libros mayores, no organizados en bases estrictamente cronológicas. Sin embargo, ahora, Henríquez Ureña nos da obras cronológicas organizadas como “La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo” (1936) donde priva el criterio cronológico sobre cualquier otro en la organización y confección del texto.

El acento de los libros de esta etapa “La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo” y “Plenitud de España” está puesto aún sobre la parte humanística de la cultura y no en la totalidad de las manifestaciones culturales pero poco a poco los temas no humanísticos van tratando de ser incorporados con estas obras. Los matemáticos españoles de “Plenitud de España” es un ejemplo concreto de esto.

Pero la importancia que tiene la historia para Don Pedro va a estar representada en las dos realidades que preocupan fundamentalmente a Henríquez Ureña en este período: España y América. España era nuestro pasado y por lo tanto debía ser incorporada, junto con nuestra “Edad Media” (la Colonia), a nuestro presente (América) para que este pudiera tener validez cultural e histórica.

Hijo, nuestro autor, del pensamiento dialéctico le preocupaba enormemente que se aniquilara el pasado porque sabía que una verdadera síntesis, que para él estaba representada en América, tenía que utilizar el pasado como elemento constitutivo y fundamental:

“….para entrar en el mundo moderno, urgía deshacer el marco medieval que nos cohibía -nuestra época colonial es nuestra Edad Media-; pero acabamos destruyendo hasta la porción útil de nuestra herencia”. (Obra Crítica, 335)

Henríquez Ureña realiza en esta etapa sus más detallados estudios acerca de la época colonial en América. Muestra de ello son: “La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo” (1936), “El teatro de la América española en al época colonial” (1936), “Cosas de las Indias” (1940). La importancia del Barroco en América lo seduce tanto, que sería uno de los primeros que pensaría que este estilo en nuestro continente había adquirido verdadera originalidad y que “América persiste en el barroquismo cuando España lo abandona para adoptar las normas del clasicismo académico” (Obras Completas, VIII, 191). Hoy en día, escritores como Alejo Carpentier proclaman que una de las características más sobresalientes de nuestra literatura a través de su historia es su barroquismo. Si América quería alcanzar la modernidad, si quería ser apreciada intelectualmente, tenía un único camino que recorrer:

“Nuestra América se expresará plenamente en formas modernas cuando haya entre nosotros densidad de cultura moderna. Y cuando hayamos acertado a conservar la memoria de los esfuerzos del pasado, dándole solidez de tradición”. (Obras Completas, VII, 169)

Por eso inicia Henríquez Ureña un estudio sistemático de España, porque ésta representaba nuestro pasado y como tal había que recuperarla. Empieza a cumplir su objetivo en 1933 con su trabajo “Raza y cultura hispánica” donde expresa lo íntimamente unida que se halla Hispanoamérica no solamente a España sino también a la Romania Occidental. Realidad cultural totalmente opuesta a los pueblos germánicos que tienen un origen y desenvolvimiento totalmente distintos

“….vemos cómo se contraponen las dos culturas, cómo los pueblos de lenguas germánicas divergen de los pueblos de lenguas románicas en los modos de concebir y practicar la religión, la filosofía, las artes y las letras, el derecho, la vida familiar, la actividad económica, las actividades técnicas”. (Obras Completas, VI, 273)

El Positivismo, o los restos que de él quedaban en 1933, era el encargado de desprestigiar con una falsa teoría de superioridad de razas la cultura de los pueblos románicos, pero no lo hacía abiertamente sino de una forma solapada. Sólo muy pocos hombres de la cultura triunfante no excluyen a la totalidad de los seres y a los valores de la cultura dominada. Son hombres privilegiados que llegan a este convencimiento por medio de la fe y la razón.

Henríquez Ureña pensaba que España había amado demasiado a América y que por eso se había fundido con sus habitantes. Amor que le nacía de la confianza en la tradición latina que nunca se había perdido a pesar de haberse enfrentado a muchos pueblos. Nuestro autor era de los hombres cuya razón le impedía caer en la trampa de las ideologías que proclamaban la supuesta inferioridad o superioridad de los pueblos. Su lucidez llegó a tal grado que no lo hizo ni siquiera cuando los Estados Unidos atacaban sus propios intereses. Con más razón ahora se veía precisado a debilitar y a desenmascarar a aquellos que querían oprimirnos con la excusa de su supuesta superioridad cultural:

“… nunca se incubó en España ninguna doctrina de superioridad de razas ni de climas, como las que en nuestra era científica corren miméticamente disfrazadas de ciencia, como reptiles verdes entre hojas nuevas o insectos pardos entre hojas secas”. (Obras Completas, VI, 378)

La recuperación y defensa de España – que como ya dijimos representaba nuestro pasado – no es formulada solamente en “Raza y cultura hispánica” sino que continúa en artículos cortos como “Erasmistas en el nuevo mundo”, “Paisajes y retratos”, “Dos valores Hispanoamericanos” y “Chesterton” donde elogia al historiador inglés porque señala los valores que legó la latinidad a Inglaterra; pero la obra donde se cumple con más fuerza este objetivo de Henríquez Ureña es en “Plenitud de España” escrita para desbaratar los prejuicios que en ese momento tenían la mayoría de las personas con respecto al valor intelectual de España:

“Todo este caudal hizo de España uno de los hogares, a la par de los más fecundos, donde germinó la vida intelectual y artística del mundo moderno. Todo está escrito y valorado en obras de especialistas y monografías de investigadores: sólo falta que entre en circulación con los manuales, que la presentan sólo como patria de guerreros, teólogos, escritores, pintores y arquitectos”. (Obra Crítica, 452)

Siguiendo sus inclinaciones dialécticas simultáneamente al estudio de nuestro pasado, trata de encontrar nuestra originalidad, los rasgos que diferencian a nuestro presente de la tradición española. El trabajo fundamental de esta etapa, que va a contener esta preocupación, es “Vida espiritual en Hispanoamérica” donde explica muy sucintamente las características propias y originales de las formas de cultura hispanoamericanas que serán expresadas con más detalles posteriormente en Las corrientes literarias en la América Hispánica. Es necesario señalar que en “Vida espiritual en Hispanoamérica” por primera vez señala al Brasil como país que debía ser tomado en cuenta para llegar a una definición del fenómeno hispanoamericano.

Recordemos que en“Caminos de nuestra historia literaria” había excluido al Brasil de sus reflexiones diciendo: “Pero el Brasil no es América Española”. Sin embargo, en “Vida espiritual en Hispanoamérica” toma en cuenta al Brasil para sus reflexiones sobre arte y música, actitud que será extendida a la literatura y a todos los órdenes de vida brasileños en Las corrientes literarias en la América hispánica.

No ignoramos que al haber personificado a España como el pasado y América y su originalidad como una síntesis evolutiva del presente, podemos haber caído un poco en una simplificación. Ya que en la mente de Henríquez Ureña, como en la de todo buen dialéctico, pasado y presente eran una misma cosa. Sin embargo, consideramos que era indispensable aclarar lo que esas dos fuerzas, España y América, representaban en su mente; España la tesis que había sido negada pero que necesariamente tenía que ser incorporada a la presente y futura síntesis de América.

9.1. Las Corrientes Literarias en la América Hispánica y La Historia de la cultura en la América Hispánica.

Con estos dos libros, Henríquez Ureña refleja una de sus intenciones fundamentales, la de comunicar al mundo que Hispanoamérica tiene un desarrollo cultural propio y autónomo, que justifica el estudio detallado. Debemos señalar que la importancia de la cultura hispanoamericana era prácticamente ignorada por los extranjeros y a veces no debidamente apreciada por los hispanoamericanos. Para comprender esto citaremos dos casos de la forma como era vista Hispanoamérica por los ojos europeos.

Hegel, a quien Henríquez Ureña había estudiado mucho, consideraba que América era exclusivamente naturaleza y que el espíritu –la fuerza creadora de la cultura– no estaba todavía allí presente. Alfred Weber en su Historia de la Cultura, publicada en 1946, no toma en cuenta a Hispanoamérica, ni siquiera la menciona. De allí que Henríquez Ureña sienta la necesidad de demostrar nuestra singularidad cultural frente al resto del mundo.

Por supuesto que esta labor no era exclusiva de Las Corrientes y de la Historia y se había desarrollado con más vigor durante su estada en la Argentina; pero ya no se manifiesta en ensayos y trabajos cortos sino en dos obras que poseen un desarrollo más amplio y más complejo. Más amplio porque hasta ahora nunca había tomado en cuenta al Brasil (exceptuando “Vida espiritual en Hispanoamérica”) y más complejo porque no trata en ellos un solo aspecto como sucede a veces en sus ensayos, sino todos los aspectos que tienen que ser tomados en cuenta cuando se intenta describir una época.

9.1.1. La Historia no como Ontología sino como Epistemología

Sus dos últimas obras escritas con un paréntesis temporal de aproximadamente cinco años, van a demostrar también la variación a que está sometida la obra de Henríquez Ureña. Las corrientes literarias en la América Hispánica va a estar unida a la producción anterior por el gran optimismo y confianza con que se mira el futuro destino del pueblo hispanoamericano. Existe en ella cierto sabor de predicción que alentaba ensayos como “El descontento y la promesa” donde dice por ejemplo: “… para entonces habrá pasado a esas orillas del Atlántico el eje espiritual del mundo español” (HENRIQUEZ UREÑA, Obra Crítica, 253).

En cambio, en la Historia de la cultura en la América Hispánica, no habla tanto de predicciones como de hechos consumados, de objetos inmersos dentro de la realidad histórica cuya dirección el autor ya no expresa, ni deduce:

“El español derramado, sobre territorios vastísimos y poco comunicados entre sí, presenta menos uniformidad lingüística. Puede decirse que hasta 1936 Madrid era el centro, puramente cultural, en que se apoyaba la unidad del idioma español en América; ahora esta dirección cultural está repartida entre México y Buenos Aires, como centros principales de producción editorial”. (Obras Completas, X, 326)

El contraste entre la necesidad de predecir ciertos acontecimientos manifestada en Las corrientes literarias de la América Hispánica y la actitud más cautelosa frente al futuro del desarrollo de la circunstancia americana expresada en la Historia de la cultura en la América Hispánica, se aclaran aún más si tomamos en cuenta la opinión que expresa Henríquez Ureña acerca del papel que ha desempeñado la ley en las sociedades americanas. En Las corrientes literarias de la América Hispánica describe cómo cree él que la ley ha transformado nuestras sociedades porque ella ha modelado los hechos sociales:

“Por último, nuestra legislación tropezó repetidamente con los hechos sociales en nuestras sociedades anárquicas, pero a pesar de todos los escepticismos tuvo un papel profético y fue gradualmente configurando a la difícil masa de la realidad. En esto se mostraba conforme con la tradición romana, que según Lecky, en vez de ser un mero sistema empírico ajustado a las necesidades existentes, sentó principios abstractos de derechos a los que trató de plegarse”. (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 117)

En la Historia de la Cultura en la América Hispánica duda que la distancia entre la ley y el hecho social haya sido verdaderamente positiva para el desarrollo de nuestras sociedades: “La ley se adelantaba, a veces demasiado, a los hechos; representaba el ideal y no la realidad; de todos modos, a la larga ha impuesto formas a la convivencia política” (Obras Completas, X, 382).

Aunque “a la larga” haya “impuesto formas a la convivencia política” pareciera que el precio que se ha pagado a corto plazo por la distancia entre la ley y el hecho no es justificado por el estado social alcanzado por nosotros, relación que estaba muy lejos de considerar en las Corrientes.

Desde su llegada a Argentina, en el año 1924, Henríquez Ureña tendió a considerar la historia como una fuerza conformadora de la realidad, dirigida fundamentalmente por el método dialéctico. Sin embargo, pensamos que en estos últimos años su visión histórica se fue transformando. El movimiento pendular entre la tesis y la antítesis en la Historia de la cultura en la América Hispánica es prácticamente imperceptible.

En Las corrientes literarias de la América Hispánica, y menos aún en la Historia de la Cultura, la organización de los hechos no se rige por la dialéctica como fuerza estructuradora de lo real. La historia es utilizada como una ayuda para emprender y conocer los hechos pero no los crea, no los conforma.

En las Corrientes, Henríquez Ureña maneja bastante la oposición para poder llegar, mediante su descripción, a la conclusión acertada; sin embargo existe ya tanta variedad dentro de cada uno de los opuestos que se hace impracticable someterlos al juego de tesis, antítesis y síntesis. Por ejemplo, como el mismo Henríquez Ureña le acota a Enrique Anderson Imbert, el Romanticismo posee dos grandes generaciones diferentes entre sí y lo mismo ocurre dentro del modernismo. Creemos, entonces, que frente a esta diversidad, la dialéctica hegeliana como configuración histórica para Henríquez Ureña se empieza a derrumbar un tanto.

En la Historia parece prescindir aún más de la dialéctica y de pensar que la historia tiene un sentido que conforma todo lo real. El conocimiento del acontecer sólo nos sirve para poder comprender mejor las cosas, no para determinarlas. Pareciera, entonces, que el historicismo de Don Pedro cambia de signo al final de su vida, de una concepción prácticamente ontológica pasa a ser un método de conocimiento.

9.1.2. La Periodización de las Obras

Aunque la periodización histórica es fundamentalmente la misma, existen ciertos detalles y juicios de valor que son indicativos de la orientación que Henríquez Ureña siguió en estos últimos cinco años. Tenemos que anotar que nuestro autor describe con más detalle en la Historia, las circunstancias que no describió en Las Corrientes, en cambio, las que describió en Las Corrientes con detenimiento, las trata más superficialmente en la Historia.

De lo que deducimos que ambas obras se complementan, los capítulos “El descubrimiento del Nuevo Mundo en la imaginación de Europa” y “La creación de una sociedad nueva” contenidos en Las Corrientes, expresan con mayor detenimiento los fenómenos del descubrimiento y la conquista, que el titulado “El descubrimiento y la colonización” contenidos en la Historia.

Sin embargo, los capítulos “Prosperidad y renovación” y “El momento presente” en la Historia están tratados con más detalle que los capítulos “Literatura Pura” y “Problemas de hoy” de Las Corrientes, refiriéndose a los mismos períodos correspondientes. Podríamos considerar el acento puesto sobre los capítulos contemporáneos en la Historia de la cultura, como un indicativo de que el interés de Henríquez Ureña se desplaza del estudio del pasado hacia un mejor entendimiento de la historia contemporánea.

Sin embargo, la Historia y Las Corrientes son dos obras paralelas donde una ilumina los puntos que no trata la otra. Las Corrientes literarias en la América Hispánica comienza su recorrido histórico en el Descubrimiento a diferencia de la Historia de la Cultura en la América Hispánica que inicia su exposición en la descripción de las culturas indígenas.

A medida que fue madurando Henríquez Ureña fue comprendiendo más y más la urgencia que tenía Hispanoamérica de estudiar las culturas indígenas. Marcos Morínigo nos narra las conversaciones que mantenía con Henríquez Ureña acerca de la importancia del estudio de las lenguas indígenas en América.

Ambos autores sostenían que en las tierras americanas donde las lenguas indígenas están aún vigentes era deber de los intelectuales responsables aprenderlas bien para estudiarlas con autoridad. Y estimaba incongruentes con nuestras pretensiones de madurez cultural el que europeos y norteamericanos nos aventajasen en la calidad y en el número de los estudios sobre nuestras lenguas aborígenes

Continuando con el hilo narrativo de la periodización de las obras, en Las Corrientes se analiza cómo el Descubrimiento de América, contaminó a las manifestaciones artísticas europeas de tal forma que estas no pudieron ser nunca las mismas después de él. La literatura es utopista y llega a su máxima expresión con la Utopía de Tomás Moro, la pintura utiliza como elementos constructivos a los objetos importados del nuevo mundo:

“Alguien ha observado que, comparando el original de Ticiano con la copia de Rubens, vemos como el arte del Renacimiento se transforma en el barroco. Muy adecuadamente, el símbolo de ese cambio trascendental en la historia del arte es un pájaro de las fantásticas selvas de la América tropical”. (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 34)

El segundo capítulo “La creación de una sociedad nueva” tiene como fuente central un pensamiento de Ortega y Gasset que: “Sostenía que el español –y otro tanto puede decirse del portugués– se convirtió en un hombre nuevo tan pronto como se estableció en el Nuevo Mundo” (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 42). La tesis del “hombre nuevo” que tiene, en la cita de Ortega, un carácter histórico descriptivo de lo sucedido en América para el momento del Descubrimiento, se carga de connotaciones utópicas dentro del capítulo de Las Corrientes.

Sin embargo, para Henríquez Ureña, América no sólo era capaz de transformar al hombre que vino de España sino también de construir una nueva sociedad que serviría de ejemplo para el mundo entero. El mundo cambiaría, entonces, su destino gracias a la influencia benéfica de América y terminaría con sus males actuales.

Henríquez Ureña toma, entonces, el pensamiento de Ortega y Gasset y le da un significado más amplio en “Una sociedad nueva” que concuerda con el papel que para Don Pedro iba a jugar Hispanoamérica en la transformación de los destinos del mundo. Expresado éste en sus ensayos “La Utopía de América” y “Patria y Justicia”.

En el capítulo “El descubrimiento y la colonización de América” de la Historia de la Cultura la atmósfera optimista, representada por lo que significará América para el futuro del mundo, no se respira. Simplemente nuestro autor se limita a describir los hechos resaltantes del fenómeno de la transculturación.

Describe, también, Henríquez Ureña en el capítulo “Una Sociedad nueva” contenido en Las Corrientes, las bases sobre las cuales se creó la sociedad hispanoamericana y enuncia de manera terminante cuáles son nuestros principales males:

“La debilidad esencial de esa sociedad estribaba en su desorganización latente […]
El gran problema de la América Hispánica fue, y lo es todavía, el de su integración social”. (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 34)

Señala como un hecho importante en dicho capítulo, que todos los americanos tenían la posibilidad legal de ir a la escuela: “Pero no era, en modo alguno, aristocrática: prácticamente, aun cuando de modo nominal, los estudios estaban al alcance de todas las aspiraciones” (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 146).

En la Historia de la cultura tratará el mismo problema, pero en el capítulo que comprende la época colonial; no le importan tanto ya las posibilidades educativas como el hecho de que no hubo educación popular en América: “….pero no se intentó extender la cultura intelectual a todos los habitantes” (Las corrientes literarias en la América Hispánica. 352).

La actitud analítica diferente que asume en ambas obras frente a la educación corrobora la variación observada en Henríquez Ureña con respecto a la ley en nuestro punto anterior “La historia no como ontología sino como epistemología”. Creemos, por estos hechos señalados, que a Henríquez Ureña le preocupaba el deber ser de las cosas en Las Corrientes, mientras que en la Historia visualiza más que el deber ser del fenómeno, el fenómeno en sí. Los capítulos “El florecimiento del mundo colonial” de Las Corrientes y “La cultura colonial” de la Historia son bastante uniformes en cuanto a contenidos. Ambos están destinados a demostrar que América no solamente es capaz de impactar a Europa, sino que es capaz de tomar un modelo de arte europeo, como el Barroco, y superarlo, es decir, lograr que en ciertos campos sus manifestaciones sean mejores que las españolas.

En Las Corrientes señala que el virtuosismo técnico de Sor Juana Inés de la Cruz no fue superado por ninguno de sus contemporáneos, destaca también en ambas obras la importancia que durante el período colonial tuvo la arquitectura por encima de las demás artes:

“En opinión de un crítico europeo, cuatro de las ocho obras maestras de la arquitectura barroca en el mundo se hallan en América: el Sagrario de la Catedral de México, el Colegio de los Jesuitas en Tepotxotlán, el Convento de Santa Rosa en Querétaro y la Iglesia de San Sebastián y Santa Prisca en Taxco”. (Historia de la cultura en la América Hispánica, 363-364)

Describe en ambas obras –en Las Corrientes de una manera hermosísima– el ambiente de al Colonia en América –“Mundo barroco aquél, de riqueza fácil, de lujo y canciones– (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 67). Explica, también en ambas obras la vida intelectual de la Colonia destacando sus principales universidades y contrastando esta realidad con la del Brasil, donde las universidades no existieron. Indica igualmente cómo al final del período van germinando las ideas de la Ilustración, que propiciarían el desarrollo científico, ansia de investigación que desaparecería casi por completo debido a la lucha independentista. El período de la Independencia no tiene los mismos límites temporales en ambas obras; en Las Corrientes culmina en 1830, en la Historia termina en 1825. Nos parece que la última fecha es la más acertada ya que en 1824 se acaban, con la batalla de Ayacucho, las luchas armadas contra España para iniciar un período de otro orden en la constitución de las nacientes Repúblicas (esta era la situación de la generalidad del continente aunque quedaban algunas colonias españolas).

En la “Independencia Intelectual” contenido en Las Corrientes señala Henríquez Ureña cómo ya no sólo somos capaces de adaptar un modelo extranjero y superarlo, sino que empezamos a pensar por nosotros mismos, empezamos a crear nuestro propio modelo, actitud que es expresada en las Silvas americanas de Andrés Bello.

Destaca la influencia que tuvieron las circunstancias mundiales en la Independencia de América, pero también señala las distintas rebeliones organizadas por los mismos americanos contra el poder español. La literatura es la manifestación artística más abundante y que sigue más de cerca las guerras de independencia. En Las Corrientes describe los rasgos distintivos de las grandes figuras literarias de la época (Francisco de Miranda, Andrés Bello, José Joaquín de Olmedo y José María Heredia), en la Historia se centra más en nombrar la gran cantidad de periódicos que expresan el debate ideológico que se llevó a cabo junto con la lucha armada. Señala dentro de ellos tres diferentes clases: los pertenecientes al bando realista, los que expresaban las aspiraciones de los patriotas y por último los que, publicados en el extranjero, contribuían a hacer propaganda a los patriotas fuera de los países hispanoamericanos.

En los capítulos “Romanticismo y Anarquía” y “Después de la Independencia”, Henríquez Ureña analiza las vicisitudes que tuvimos al convertir la Independencia en una realidad no solamente en el campo político sino en todos los demás órdenes. Tratamos de seguir ensayando un arte propio y nos independizamos en los temas pero no alcanzamos la perfección de la forma, lo cual implicaría una disciplina de la cual el romántico careció.

La literatura, por la pobreza que no permite un desarrollo de las demás artes, sigue siendo la actividad artística fundamental. En este período brilla por encima de todas las demás figuras el argentino Domingo Faustino Sarmiento; se acercaba él como ningún otro a las condiciones ideales del líder que deseaba Henríquez Ureña para América. Un intelectual que tuviera el poder político para llevar a cabo sus ideas.

Maestros que reunían el saber y el dominio de la acción, como Sarmiento, llevaron a cabo en el Romanticismo la transformación de la sociedad colonial en una sociedad basada en la ley y los principios liberales.

Nunca antes, señala, se había cultivado con tanta dedicación la historia. Alamán y López no habían sido superados por nadie a excepción de Justo Sierra que los ha igualado en altura filosófica. Por último, destaca en la Historia, no así en Las Corrientes, el problema que empiezan a tener nuestras nacientes naciones con los acreedores extranjeros y nos dice:

“El progreso fue muy despacioso hasta después de 1860, a causa del desasosiego político, y los empréstitos sirvieron de poco, porque los capitalistas extranjeros eran no pocas veces deshonestos en el cumplimiento de sus tratos”. (Historia de la cultura en la América Hispánica, 386)

El lapso comprendido entre 1860 y 1890 titulado “El período de organización” y “Organización y estabilidad”, contiene una de las generaciones favoritas de escritores en prosa de Henríquez Ureña al final de su vida, como en el mismo expresa en La Historia:

“Junto con los poetas aparecen muchos escritores en prosa. No son comparables, como grupo, al que en el período anterior comprende a Justo Sierra, González Prada, Montalvo, Hostos, Varona, Ricardo Palma, Jorge Isaac, en la América Española, y Ruy Barbosa, Joaquín Nabuco Y machado de Assis, en el Brasil”. (Historia de la cultura en la América Hispánica, 426)

Había demasiados “maestros” juntos para no despertar la predilección de Henríquez Ureña. Se caracterizó este período porque las instituciones se hicieron estables, se le dio un gran empuje a la educación y en líneas generales se siguió el mismo programa ideológico de la generación anterior. Hubo en esta época un gran predominio de la filosofía positivista, contra la que Don Pedro había tenido que reaccionar en su juventud pero que ahora, con el paso del tiempo, no le importa estudiar a fondo e incluso prefiere a estos escritores, muchos de ellos con inclinaciones positivistas.

En los capítulos “Literatura pura” de Las Corrientes y “Prosperidad y renovación “de la Historia, Henríquez Ureña trata de demostrar cómo ya no sólo somos capaces de crear nuestro propio modelo literario sino que también lo exportamos. En Las Corrientes demuestra cómo la dinámica económica ha influido sobre la literatura que ha tenido que romper sus nexos con la política. El literato ya no es el “maestro” antiguo sino que se ha visto obligado a dejar de cumplir su función de orientador para dedicarse exclusivamente a la labor literaria.[1]

En la Historia señala los fenómenos más característicos de la época, tal es el caso de la existencia de poderosas clases medias en las grandes urbes como Buenos Aires y México; destaca también la presencia cada día más poderosa del Marxismo; principal derivado del Socialismo, que hacía mucho tiempo existía en la América Hispánica como consecuencia de la influencia del Socialismo francés. Destaca también el fenómeno del Imperialismo en el Caribe (no habla de la invasión a Santo Domingo en 1916, sino exclusivamente de los casos de Cuba y Puerto Rico).

En el último capítulo, “Problemas de Hoy” de Las corrientes literarias en la América Hispánica, expresa el carácter social que han adquirido las artes en Hispanoamérica; la intelectualidad ha tomado otro matiz, ya no ocupa cargos de gran importancia, pero sí conserva las antiguas funciones orientadoras “del maestro”, aunque ya no es depositaria del poder, sino una forma de oposición que constituye la conciencia crítica del mismo.

“En esta generación que he llamado intermedia, nuestros escritores fueron volviendo poco a poco, a su costumbre tradicional de intervenir en los negocios públicos…
Pero ahora sabían que no tenían probabilidades de ser elegidos como jefes: su principal función fue la discusión y difusión de las doctrinas políticas, y, con no poca frecuencia, el examen de sus fundamentos filosóficos”. (Las corrientes literarias en la América Hispánica, 191)

Pensamos que Henríquez Ureña expresa su propia situación (Obras Completas, X, 458) en esta descripción que hace del nuevo intelectual hispanoamericano, aunque veía con nostalgia hacia las épocas que habían sido gobernadas por los hombres ilustrados.

En el último capítulo destaca la importancia que ha adquirido América como centro de producción editorial, y señala el hecho de que la filosofía manifiesta una gran libertad en el modo y tratamiento de los problemas. Sin embargo, es la pintura la manifestación artística que se ha destacado con más empuje en esos últimos años.

“Esta amplia y persistente actividad ha colocado a la América hispánica a la vanguardia de la pintura actual, y, sin disputa, cuatro o cinco de sus artistas figuran entre los grandes del mundo contemporáneo. (Obras Completas, X, 448)

9.1.3. Estilo de las Obras

Una de las razones por la que más se elogia estos dos últimos libros de Henríquez Ureña es por la capacidad que tuvo de sintetizar en tan poco espacio un material muy extenso. Esto fue posible gracias a la concisión del estilo que persiguió Henríquez Ureña a lo largo de toda su vida de escritor. Pretendía expresar el mayor número de ideas en el menor número de palabras.

Ya en su libro Horas de Estudio nos encontramos con frases como estas: “No que esta actitud me parezca totalmente plausible” (Obra Crítica, 102). En ella revela la necesidad de eliminar palabras de contraer el estilo, no de hacerlo prolijo (se omite el verbo ser).

El mismo, Pedro Henríquez Ureña, le expresa a Alfonso Reyes (1927) su preocupación ante la dificultad que le producía el acto de escribir, “Cada día escribo peor, o por lo menos me cuesta más trabajo; creo pensar mejor, salvo cuando estoy aturdido, que es frecuente” (Obras Completas, VI, 407). Tal vez no era que escribía peor, sino que cada día le costaba más trabajo encontrar las palabras exactas para comunicar el gran número de datos e ideas que analizaba.

Para hablar de esa concisión del estilo, que llegó a su punto culminante en Las corrientes literarias en la América hispánica y en la Historia de la Cultura en la América Hispánica, podría ser un obstáculo encontrarse con una traducción no realizada por él (Las corrientes) y con una obra no preparada por el autor para enviarla a la imprenta (La Historia). Como sabemos la fidelidad de una traducción al texto original nunca es absoluta y la Historia al ser publicada, como obra póstuma, fue corregida por otras personas sin la supervisión del autor.

Sin embargo, los inconvenientes no parecen ser definitivos, ya que teniendo en cuenta la crítica rigurosa que le hace Susana Speratti Piñero (“Pedro Henríquez Ureña. Las corrientes literarias en la América Hispánica”. Filología 208-212) a la primera traducción de Joaquín Díez-Canedo, los defectos de ella no son insuperables para una buena apreciación del texto. Este temor es aún menor si intentamos trasladarlo a la Historia, ya que su corrección no implicaba la alteración de sus ideas fundamentales. Desde el punto de vista estilístico Las Corrientes y la Historia no presentan uniformidad completa.

En Las corrientes cuando trata épocas pasadas (“El descubrimiento del Nuevo Mundo en la imaginación de Europa”, “La creación de una sociedad nueva”, “El florecimiento del mundo colonial”) la retrospección no está exenta de poesía; lo mismo sucede cuando se trata individualmente a los distintos escritores, abundan las sabias comparaciones, las antítesis, porque parece que a través de ellas sus cualidades fueran expresadas de manera más fiel. Oigamos una de esas sabias comparaciones:

“Bello y Olmedo, el mexicano Andrés Quintana Roo (1787-1851) y el argentino Juan Cruz Valera (1794-1839) fueron, entre otros muchos, los poetas de la independencia consumada. José María Heredia (1803-1839), de Cuba, lo fue de la independencia frustrada”. (Las corrientes literarias en la América hispánica, 109)

En ambas obras, pero sobre todo en Las Corrientes, la adjetivación implica un gran acierto para poder lograr la concisión del lenguaje; con pocos adjetivos sabiamente seleccionados señala lo que tal vez hubiera tenido que ser descrito con un gran número de palabras.[2] (2) ( Las corrientes literarias en la América hispánica.). El adjetivo, el gran enemigo de una buena síntesis, se convierte en ambas obras en el mejor auxiliar para que ella pueda ser lograda.

En la Historia, la retrospección se hace de forma más científica, enumerando hechos y señalando la secuencia histórica de ellos; tal vez esto se debe al tipo de tema tratado que, al no ser literario, propiciaba un menor grado de comparaciones y antítesis con las que abundan en Las Corrientes.


Notas

[1] Recordemos que en su juventud Henríquez Ureña había dicho: “Desde que decidí salir de México pensé en escribir libros a lo Camino de perfección, y Motivos de Proteo, y Meditaciones del Quijote, y además otras clases de libros”. Hoy sus modelos no son los escritores de la primera generación Modernista, sino la segunda generación romántica porque había cumplido mejor con la función social del escritor que ahora tal vez le preocupaba más Henríquez Ureña que el mismo quehacer intelectual puro.

[2] Citaremos algunas frases donde la adjetivación desempeña el papel importantísimo que tiene en Las Corrientes:
“Para los misioneros fue éste trabajo de amor, que produjo extensa y maravillosa colección de gramáticas, diccionarios, libros de lectura y catecismo…” (44).
“Valbuena aún podría salvarse para una posteridad indiferente que, por falta de atención, pierde algunas de las notas más tiernas, las descripciones más brillantes y los versos más bellos que pueden encontrarse en el idioma” (77).
“De las dos formas típicas de la novela romántica, una, la truculenta y sombría, fue desapareciendo gradualmente, en tanto que la otra la idílica, se mantuvo y dio su fruto más sazonado en la María (1867)” (152).

 

Laura Febres
Universidad Metropolitana
Caracas, Venezuela

© Laura Febres. Pedro Henríquez Ureña, crítico de América. Edición digital autorizada para el Proyecto Ensayo Hispánico. Se trata de una versión modificada del libro del mismo título publicado en Caracas: Ediciones la Casa de Bello, 1989 y de la obra Transformación y firmeza. Estudio sobre Pedro Henríquez Ureña, presentada en 1984 en la OEA con motivo del centenario del nacimiento de Henríquez Ureña. Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes. Edición para Internet preparada por José Luis Gómez-Martínez. Actualizado: febrero de 2003.

 

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