Miguel Vicente Pedraz

 

1. Delimitación conceptual.

La idea de la que hemos partido para la interpretación del imaginario corporal manuelino aparece determinada por la consideración ambivalente de lo mundano y lo material que significa el cuerpo en el medioevo cristiano (3); una consideración de la que Don Juan Manuel parece representativo en el contexto castellano en la medida en que su obra se constituye, al paso de las enseñanzas caballerescas, como una muy completa, aunque sintética y no técnica, recopilación de los saberes naturales y sociales vigentes que se muestra especialmente profusa en lo que respecta al universo simbólico del cuerpo bien adaptado ideológicamente a los saberes de su tiempo.

En efecto, habiendo sido calificado Don Juan Manuel como el vínculo entre la tesis grecolatina del Príncipe, en la fusión escolástica del Regimine principorum de santo Tomás, y la dicotomía de maquiavelismo y antimaquiavelismo que aparece en el Renacimiento (4), se muestra como un hombre cuya inquietud y producción enciclopédicas —amparadas, ambas, por su posición social— le sitúan en un lugar privilegiado como objeto de estudio historiográfico; un privilegio que se ve acrecentado en el terreno de la historia de las ideas pedagógicas como consecuencia del carácter didáctico-moral de la mayor parte de sus obras. En este sentido, su empeño por registrar el conocimiento existente, dentro de la más ortodoxa tradición según queda reflejado en un pequeño pasaje del Libro del cavallero et del escudero:

Porque dizen todos los sabios que la mejor cosa del mundo es saber... Et otrosí tienen[n] que una de las cosas que más lo más acresçenta, es meter en escripto las cosas que fallan, por que el saber et las buenas obras puedan seer guardadas et más levadas adelante (5).

Así como la pulcritud lingüística y literaria que tanto le preocuparon (6), le valieron para ganar el calificativo de hombre más representativo de su época (7). En la medida en que Don Juan Manuel es considerado también como el autor que marca la transición entre dos épocas —no sólo literarias sino sociopolíticas y culturales (8)— tiene que ser, si no el eje sobre el que giren todos los estudios de su época, como había señalado Castro y Calvo, al menos una referencia insoslayable de cualquier aproximación al medioevo castellano. En este caso, una referencia obligada en la definición de la representación del cuerpo en la Edad Media castellana sin cuya consideración quedaría incompleta. A este respecto, es preciso señalar que, si bien no se busca extrapolar el imaginario corporal manuelino a lo que genéricamente podríamos denominar imaginario corporal medieval, puesto que toda obra literaria es producto de su época, permite abstraer, no sin un importante esfuerzo de expurgación, el cuerpo doctrinal, la estructura o las formas paradigmáticas de comportamiento; asimismo, en cierto modo, permite abrir vías en el análisis de algunos de los mecanismos que subyacen a la transformación de la emotividad de los individuos y de los colectivos en lo que técnicamente se denomina evolución en el proceso de una civilización (9); un proceso en el que, sin lugar a dudas, el crítico siglo XIV, el siglo de Don Juan Manuel, constituye hito.

Dentro del conjunto de la amplia producción manuelina el Libro de los Estados no es, evidentemente, la única obra en la que los discursos moralizantes tan carácterísticos en la época orientan el punto de mira hacia los aspectos relacionados con el cuerpo y su gobierno y, por supuesto, no es la única en la que utiliza las metáforas organicistas o corporesistas como interpretación de la realidad; el propio Conde Lucanor, el ya mencionado Libro del cavallero et el escudero o el Libro Infinido constituyen muestras en las que, con diferente perspectiva, las abundantes y a veces extensas reflexiones a propósito del cuerpo ponen de relieve una preocupación más que esporádica por este tipo de asuntos; unas veces con intenciones enciclopédicas, otras con intenciones pedagógicas, el tema del cuerpo aparece como una constante en el escritor castellano. No obstante, el carácter explícitamente didáctico-moral (10) y político-social (11) del Libro de los Estados la hacen aparecer como una obra especialmente interesante para el análisis que pretendemos. En la medida en que la temática transciende la pura ficción, la abstracción de las ideas contenidas parece ofrecer bases más sólidas como recurso interpretativo (12).

En cualquier caso, se puede decir que el Libro de los Estados, elaborado de acuerdo con los modelos enciclopédicos y rasgos didácticos de la época, según se ha señalado más arriba, supone, por una parte, un desarrollo bastante exhaustivo de lo que se podría denominar los presupuestos filosóficos e ideológicos de Don Juan Manuel; unos presupuestos que representan perfectamente la coexistencia o la simbiósis de los discursos religiosos, políticos y éticos que con tanta frecuencia configuraron la literatura didáctica de la Edad Media y que son, se puede decir, una constante en el escritor castellano. Es, además, un fiel reflejo y en gran medida recopilación del saber natural sorprendentemente ilustrativa en el que las abundantes referencias a temas y lugares del cuerpo humano aparecen como algo más que un simple recurso de ejemplificación didáctica. Ya sea como elemento imprescindible en la interpretación de la naturaleza dualista del hombre o como objeto de preocupación en el análisis de las relaciones hombre-naturaleza y hombre-sociedad, el cuerpo se configura como un vector que atraviesa los discursos fundamentales de la obra de modo que permite descubrir una amplia parcela del imaginario corporal de una época a la que Don Juan Manuel, como hemos señalado, era un adaptado. En este sentido, las referencias a la composición humoral del cuerpo, a la organización funcional de sus distintos órganos, a las diferencias somatopsíquicas entre el género humano y los animales (psicofisiología comparada), a las distinciones sexuales entre el varón y la mujer, a la reproducción, a la maduración, a las costumbres higiénicas y alimenticias, etc. —la mayor parte de las ocasiones bajo una perspectiva moralizante—, son algunos de los aspectos sobre los que el Libro de los Estados va ofreciendo el estado del conocimiento natural y social del cuerpo, aun con las matizaciones propias que hay que hacer a quien no se ocupaba directamente de esta parcela del conocimiento. También, por otra parte, nos informa de cómo los distintos mediadores culturales de la sociedad jerárquica condicionaban la actividad práctica, la autopercepción y la experiencia corporal en cada uno de los estados, dando minuciosa cuenta de los patrones de sensibilidad y comportamiento físico; especialmente, los de la aristocracia laica cuyos intereses siempre protegió. Articulado en un discurso didáctico, una buena parte del Libro de los Estados parece participar de la norma que se observa en el entorno europeo del siglo XIV según la cual los modos de comportamiento y uso corporal se configuran como referentes fundamentales no ya del decoro sino, sobre todo, de la dignidad. Las normas sobre el trato distinguido, sobre las buenas maneras, sobre los gustos nobles o sobre las virtudes (corporales) excelentes, expresadas aún de forma muy general en comparación con lo que serían las recomendaciones de los siglos posteriores, ponen de manifiesto las peculiaridades sociales de un momento en el que la caballería ruda y violenta estaba siendo modelada por el proceso de acortesamiento. Un proceso cuya forma más singular de expresión era la exhibición de unos rasgos de comportamiento exclusivos y excluyentes: la ostentación de un modo peculiar y propio de escenografía corporal a la que Don Juan Manuel dedica no pocas páginas.

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© José Luis Gómez-Martínez
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