Juan A. García González
"EL
ABANDONO DEL LÍMITE Y EL CONOCIMIENTO"
Juan A.
García González
I. La unidad de pensamiento y ser
a) Enfoque histórico: el
dilema entre pragmática del pensar y verdad objetiva.
1. Parménides frente a la sofística: la noción de universal.
2. Los universales y el nominalismo: la solución idealista.
3. La finitud cognoscitiva contra el idealismo absoluto: la intencionalidad.
b) La solución poliana del dilema: el límite mental.
1. La intencionalidad como solución y límite.
2. Ruptura del aforismo parmenídeo.
3. El conocimiento en cuanto humano: explicación del límite mental.
II. La doctrina
poliana sobre el límite mental y su abandono
a) Exposición de la
doctrina.
b) El abandono del límite mental.
1. La condición plural del saber: su alcance trascendental.
2. Axiomatización de la metafísica:
- la existencia mundana
- la esencia del universo
3. Una antropología trascendental:
- la existencia personal
- la esencia del hombre
Conclusión.
EL ABANDONO
DEL LIMITE Y EL CONOCIMIENTO
Constituye un honor para mí
intervenir aquí, y hacerlo sobre el tema que se me ha encargado, a todas luces central en
la filosofía de Polo: el del límite del conocimiento intelectual humano. Dividiré mi
exposición en dos apartados: en el primero examinaré el sentido de la propuesta poliana
acerca de un límite para la mente humana, y lo haré respecto de la cuestión a que me
parece responder: la de la unidad entre nuestro pensamiento y el ser de las cosas.
Después procuraré mostrar las consecuencias que el posible abandono de ese límite tiene
en el conocimiento, es decir, para el conjunto del saber humano, y en especial para su
alcance trascendental.
I. La unidad de
pensamiento y ser.
a) Enfoque histórico: el
dilema entre pragmática del pensar y verdad objetiva.
La unidad entre nuestro pensamiento y el ser es una convicción inicial de la
filosofía que se encuentra expresada en el fragmento tercero del poema de Parménides: lo
mismo es el pensar y el ser. Pero es una convicción inicial de la filosofía no sólo
en un sentido temporal, porque la enuncie uno de los padres de la metafísica, sino
también porque si nuestros pensamientos fueran diferentes de como son las cosas no nos
servirían para conocerlas. De manera que la unidad que expresa la sentencia parmenídea
es un requisito mínimo del conocimiento, porque marca, de entrada, la verdad de
nuestro pensamiento: la verdad, solemos decir, es cierta coincidencia o adecuación entre
nuestro pensamiento y el ser de las cosas.
Siendo esto evidente, sin embargo pero desde otro punto de vista, el aforismo
parmenídeo es obviamente falso. Pensar no puede ser lo mismo que ser, porque pensar es
algo que hacemos los hombres, y el ser no lo hemos hecho nosotros. El pensar permite una
consideración pragmática, en cuanto que es ejercido por cada uno de los hombres, según
la cual se distingue manifiestamente del ser.
A mi juicio, esta consideración pragmática es el quicio latente del pensamiento
moderno; el que permite la sospecha de que nuestro pensamiento no es uno con las cosas, y
en consecuencia no puede fundarse en ellas, ni justificar en ellas su verdad. Por eso, en
la modernidad la razón busca fundarse a sí misma o justificar la verdad en sus
estructuras a priori, es decir, con independencia del ser. Por su parte, la
hodierna exigencia de verificación para las teorías presupone a las claras esta
distinción de pensamiento y ser.
1. Parménides frente a la sofística: la noción de universal.
Pues bien, esta pequeña aporía acerca de si son uno el pensar y el ser parece fácil
de resolver con sólo distinguir dos sentidos: el pensar es lo mismo que el ser, digamos,
en cuanto a su contenido, que es la verdad conocida; pero es distinto que el ser en cuanto
a su ejercicio activo, que realizamos la pluralidad de los pensantes. Sin embargo, estos
dos sentidos de la proposición no fueron vinculados por Parménides, quien expulsó toda
pluralidad especialmente la de opiniones, que remite a los pensantes de la
vía de la verdad, y la contrapuso a ella.
Luego entonces, si es cierto que la unidad entre pensamiento y ser define la verdad de
nuestro conocimiento, como señaló Parménides, no es menos cierto que en la formulación
parmenídea se establece como algo único, con señalada renuncia de la consideración
pragmática del pensar, e incompatible con ella. Pero esta desconsideración del ejercicio
del pensar no es inocua, y por ella le vino la primera réplica a Parménides: la que le
formuló la sofística, sólo interesada precisamente en el carácter pragmático del
pensamiento.
En efecto, la sofística, para reivindicar contra Parménides el lado activo del
pensar, tiene que negar la verdad de lo pensado, su lado temático; y así, en una
discusión sofística, lo importante es que uno convenza, o sea, conseguir que la propia
opinión sea la del otro, con independencia justamente de su contenido temático. El
carácter pragmático del pensar se impone sobre su valor de verdad, y se termina diciendo
que no hay unidad entre el pensar y el ser; según lo expresó Gorgias: nada es, y si
algo fuera no podría ser pensado. En consecuencia, ahora el hombre el sujeto
que ejerce el pensamiento, y no el ser que marca la verdad de lo
pensado, es la medida de todas las cosas, como lo afirmó Protágoras.
La sofística no es un movimiento filosófico de gran significación metafísica, pero
la consideración pragmática del pensar que late en sus posiciones no es despreciable; y
sin atender a ella la propuesta parmenídea de unidad entre pensamiento y ser no está
completa. Por eso, en el período clásico de la filosofía griega Sócrates,
Platón y Aristóteles se tiene que buscar una solución al dilema planteado; dilema
entre Parménides y la sofística, que podría enunciarse así: en la medida en que el
pensamiento es uno con el ser, o en su dimensión temática, en esa medida el pensamiento
no es de nadie, no es un ejercicio humano (es una diosa la que habló a Parménides); en
cambio, si el pensamiento es mío, o tuyo, o de los hombres, entonces no es uno con el
ser, no hay verdad.
La primera solución a este problema, la propuesta por los grandes filósofos
atenienses, se centra, a mi juicio, en la noción de universal. En la universalidad del
concepto el ejercicio subjetivo del pensar alcanza un valor objetivo, es decir, la verdad
del ser conocido, su unión con él. Por tanto, con el universal se logra reponer cierta
unidad entre pensamiento y ser, pero asumiendo sobre Parménides que pensar es un
ejercicio activo del sujeto pensante. Luego ahora no se trata ya de que pensar y ser sean
exactamente lo mismo, porque la concepción del universal comporta el ejercicio de
la abstracción, que conlleva alguna independencia respecto de la materialidad individual
de lo existente.
2. Los universales y el nominalismo: la solución idealista.
La noción de universal es uno de los pilares de la filosofía clásica, también en su
renacer en la baja edad media con la denominada polémica de los universales; pero no es
una solución entera y satisfactoria. A simple vista ya se aprecia que la noción de
universal, al igual que la de mismidad sentada por Parménides, de entre los dos
sentidos antes distinguidos, se inclina por aquél que señala la verdad de lo pensado:
propiamente es la verdad concebida la que es universal, unum in, et de multis.
Aunque cierta solución, nuevamente la consideración pragmática del pensar queda de
algún modo relegada; como se aprecia en la siguiente sentencia de Boecio: los hombres
tienen los mismos conceptos universales, porque si alguien está en desacuerdo... ése no
entiende.
No es extraño por eso que, a fines de la edad media, el declive de la escolástica
tenga lugar precisamente mediante una crítica a los universales, que surge otra vez de la
consideración pragmática del pensamiento. El nominalismo es un ataque frontal, directo,
a la noción de universal; y justamente desplegado desde la consideración del pensar como
una actividad espontánea del sujeto pensante. Así concebido el pensar, los universales
son meros nombres para ponernos de acuerdo al referirnos a las cosas, aunque cada uno los
entienda de distinta manera; y así concebido el pensar, se vuelve a separar del ser, que
termina siendo incognoscible por individual y empírico.
Nicolás de Cusa dirá que nuestras teorías son meras conjeturas, y se
impondrá el carácter hipotético de nuestro pensamiento; la que Polo ha llamado índole especulativa
del pensar. Para la especulación moderna, ha observado Polo, "el estatuto que
en nuestra inteligencia tiene lo conocido es, relativamente a la realidad,
posibilidad" (1). A diferencia de Parménides, pensar y ser ya no son lo mismo, sino
que entre ellos media ahora una diferencia cuando menos modal.
Como ya dije, éste es el ambiente en que se genera la filosofía moderna.
Básicamente, la idea explícita por ejemplo en Kant de que pensar es una
actividad espontánea y particular del sujeto; y por ello, la idea de su separación del
ser, que es también individual y fáctico: la pura posición extramental. Entre
ambos, ¿tenemos la seguridad de que haya una adecuada correspondencia?, ¿o será
menester una duda metódica, o alguna crítica del conocimiento?
Si la consideración pragmática del pensar llevó a la sofística a negar la verdad de
nuestro pensamiento, no es mucho mejor la moderna separación de pensamiento y ser, desde
la que se reduce la verdad a mera verificación de subjetivas especulaciones. El
pensar entonces, en tanto ejercido espontáneamente por el hombre, no es de suyo
verdadero; a lo sumo, la verificación es extrínseca: su casual correspondencia con los
hechos. Realmente un modelo muy débil de unidad; pues tal vez acertara Schelling cuando
decía que una verdad casual..., sencillamente no es verdad.
Para mejorar ese modelo, la filosofía idealista de Alemania llevó a cabo un nuevo
intento de solucionar las aporías que plantea la consideración pragmática del pensar.
Esta vez, olvidada ya la universalidad, instrumentando una nueva noción sintética: la de
totalidad, o la de sistema; la de totalidad sistemática. Ciertamente el pensar y en
cuanto que ejercicio subjetivo se distingue del ser; ya no hay nada universal en lo
que podamos convenir; nuestras ideas son especulaciones particulares y subjetivas,
menesterosas de extrínseca verificación. Sí..., si nuestro pensamiento es finito; pero
en absoluto, en la totalidad del sistema, ello no es así. Como cuando se termina un puzzle,
en el saber absoluto y final, la verdad es lo mismo que el ser; ésta es la postura
hegeliana. Sólo para el espíritu absoluto, para un conocimiento infinito, hay verdad: lo
verdadero es el todo; en cambio, el conocimiento finito, es abstracto (separado) y
falso. Se apreciará, como dice Polo, que "el hegelianismo es una versión dinámica,
como totalidad englobante, de la mismidad" parmenídea (2).
3. La finitud cognoscitiva contra el idealismo absoluto: la intencionalidad.
Naturalmente que cabe pensar así, pero no se tarda mucho en comprobar que el saber
absoluto no es humano, y seguramente tampoco un adecuado modo de pensar el saber divino.
Saberlo todo, ni se ha logrado, ni se logrará; y ni siquiera tiene sentido aspirar a
ello, porque la culminación del humano saber no es el todo. En nuestro siglo, y frente a
la reposición idealista de la verdad en términos absolutos, se constata algo que tiene
que ver con la aportación poliana a la filosofía: la finitud del conocimiento humano.
Frente al ideal del saber absoluto, la finitud de nuestro conocer se descubre, ante
todo, en su parcialidad; pero además en su carácter respectivo, es decir, referencial; y
también en su índole contextual y aspectual; todo ello bien recogido con la noción de
intencionalidad cognoscitiva. La intencionalidad es, desde Brentano y especialmente con la
fenomenología husserliana y sus derivados, el alimento de la más conocida metafísica de
este siglo: la respuesta a las idealistas pretensiones de absoluto.
Sin embargo, la finitud señalada por la intencionalidad cognoscitiva no ha servido
sino para acentuar el subjetivismo del pensar, y así subrayar su separación del ser.
Desde la distinción de diversos mundos fenomenológicos, como el de la vida y el
de la ciencia, o la proposición de preestructuras de comprensión que nos sitúan en un
determinado mundo, hasta la hermenéutica de los contextos, o la calificación del
fenómeno ante-racional como antirracional de la postfenomenología francesa; toda la
filosofía actual viene a sacar a la luz los límites de la razón humana en su
aspiración de unidad con lo real. Pero se trata de unas imprecisas percepciones del
límite mental, que sólo consagran la imposibilidad de articular pragmática del pensar
con verdad objetiva.
Además, si Polo responde a nuestra situación con la sugerencia de detectar el límite
y la ambición de abandonarlo, inversamente, desde la fenomenología al pensamiento
débil, todo es, en palabras del propio Polo, "inhibición del pensamiento",
"frustración de la gran esperanza de curación ofrecida" (3). Y es que si no
cabe la verdad absoluta, entonces nuestros pensamientos son una pluralidad irreductible de
discursos parciales, juegos arbitrarios del lenguaje, etc. De nuevo el pensar en su
consideración pragmática, como un ejercicio subjetivo; y, en esa medida, de nuevo el
pensar al margen de la verdad, como en la sofística. Al respecto, Polo ha cifrado en la
discusión nominalismo/idealismo una de las más radicales claves de la filosofía
contemporánea (4).
b) La solución poliana del dilema: el límite mental.
En este orden de consideraciones, es de lo más característico, seguramente, de la
filosofía de Polo el señalar también una limitación en el conocimiento intelectual del
hombre. Sin embargo, como hemos visto, la constatación de los límites de la humana
razón ha movido al escepticismo, subjetivismo y relativismo, cuando no al irracionalismo
y voluntarismo, o a extrañas actitudes místicas; con todo lo cual se difuminan los
saberes superiores del hombre. En este sentido, la filosofía de Polo tiene de diferente
el no ser reductiva o finitista, sino que junto a la afirmación del límite de la mente
humana se propone otra que establece la infinitud operativa de nuestra inteligencia, y con
ella la posibilidad de superar, de abandonar el límite mental.
Por otro lado, no es nuevo el percatarse de la finitud de nuestros conocimientos; ni
tampoco el notar la limitación de determinados métodos o actitudes gnoseológicos. En
concreto, la usual crítica al objetivismo es citada por Polo, no sin alguna generosidad,
como precedente de su postura (5); y asímismo, Polo ha considerado la perplejidad
gnoseológica que caracteriza al pensamiento moderno como "una primera y confusa
aparición del límite teñida de tonalidad afectiva, vivencial" (6). Pero, la
aspiración poliana es detectar el límite mental no de una manera ambigua y confusa, sino
"en condiciones tales que quepa abandonarlo", es decir, "de manera que
entren en juego actos cognoscitivos superiores" (7). Detectar el límite mental en
condiciones de abandonarlo exige precisar en qué consiste exactamente la limitación del
conocimiento intelectual humano.
1. La intencionalidad como solución y límite.
A su vez ello requiere un atento estudio de la intencionalidad de nuestro conocimiento.
Porque la intencionalidad es, en primer lugar, la solución del dilema que venimos
planteando. En efecto, ante todo, la intencionalidad cognoscitiva implica una distinción
ontológica entre el conocer y lo conocido. El conocimiento humano es intencional por
cuanto operativo, pero la operación de un cognoscente finito es obviamente distinta de la
realidad de lo conocido por ella. En virtud de esta distinción, la intencionalidad asume
ya la dimensión pragmática del pensamiento, el hecho de ser ejercido por alguien
ontológicamente finito. Y es que, si conocer es establecer cierta unidad entre
cognoscente y conocido, cuando el conocimiento es finito, la unidad lograda es a su vez
restringida; porque entonces el conocer permanece realmente distinto de lo conocido.
Concretamente, en las operaciones cognoscitivas se dice que la unidad con lo conocido es
sólo intencional, no real, porque el conocimiento intencional se hace uno con lo conocido
sólo de algún modo, pero manteniéndose al tiempo distinto realmente de ello. Distinta
del ser, y sin embargo, capaz de hacerse lo mismo que él; ésta es, entonces, una
buena descripción de la operación cognoscitiva intelectual del hombre en cuanto que
intencional.
Ahora bien, en tanto que alcanza esa cierta unidad con lo conocido, la intencionalidad
cognoscitiva recoge también la dimensión veritativa o temática del pensamiento: el
conocimiento posee lo conocido, precisamente de modo intencional. La intencionalidad
integra, entonces, la citada dualidad de sentidos del aforismo parmenídeo; vale decir:
unidad según la verdad, de distintos según el ser. De acuerdo con ello, hay que decir
que la intencionalidad es una ganancia, la posesión de la verdad en el conocimiento; pero
el acto cognoscitivo que conoce la verdad intencionalmente es la operación de un ser
inteligente. Se resuelve así el dilema entre Parménides y la sofística.
Sin embargo la intencionalidad es una ganancia tanto como un límite, o una ganancia
limitada. Y es que, en segundo lugar, la intencionalidad constituye también el límite de
nuestro pensamiento. Por eso, Polo ha formulado el paralelismo límite mental/conocimiento
intencional, y ha sugerido el conocimiento habitual como superior al intencional, es
decir, al limitado (8).
¿En qué consiste, pues, la limitación del conocimiento intencional? Pues yo diría
enfocado desde el punto de vista que he querido plantear aquí que en el
ocultamiento o incomparecencia de la distinción ontológica que lo constituye; pues al
conocer intencionalmente lo que en acto se obtiene es lo conocido, no el conocerlo; la
operación cognoscitiva se oculta al conocer (9), impidiendo que se manifieste su
diferencia con lo conocido. El límite de la intencionalidad consiste, entonces, en que la
finitud ontológica que constituye la intencionalidad pasa desapercibida al conocer, y
justamente en tanto en cuanto se conoce; pues al conocer se posee, y como verdadero, sólo
lo conocido (no su distinción con el conocerlo).
En cuanto que el conocimiento se constituye como intencional, decíamos, se distingue
ontológicamente del ser de lo conocido; mas ello se ignora al conocer. En el conocimiento
intencional no se manifiesta tal distinción, porque el conocimiento, repito, se ajusta
con lo conocido. Lo poliano es aquí destacar esta limitación esa ignorada
distinción según el ser, y tomarla en consideración con intención de avanzar; o,
por así decirlo, de desocultarla.
En efecto, intencionalmente lo mismo son pensar y ser. Pero esta mismidad
no es lo único; además y junto a ella, el pensar se distingue del ser en
términos de realidad. Tomar en consideración esta última distinción es el modo de
hacerla manifiesta, adoptando una perspectiva más amplia. Se abandona de este modo
aquella unicidad (10), con lo que de limitado tiene. De tal manera que, ajustada en estos
términos, la noción de intencionalidad se resuelve en la de límite mental, y de un modo
apto para permitir su abandono. Esta ha sido entonces la tarea de Polo: proponer el
abandono del límite mental, es decir, "ir más allá de lo que permite la noción de
intencionalidad" (11).
Por lo demás, la noción de intencionalidad es, como las que nos aparecieron
anteriormente de mismidad, universalidad y sistema del saber, de carácter más
bien objetivo, es decir, inclinada hacia aquel sentido de la sentencia parmenídea que
mienta la verdad de lo conocido, pues es la verdad humana lo intencional. En cambio, la
noción de límite del pensamiento, que se superpone con la de intencionalidad, tiene un
sesgo más subjetivo; referido primariamente, en aquella dualidad de sentidos, al que
señala la consideración pragmática del pensamiento.
El límite se detecta, en efecto, en la consideración antropológica del pensar, es
decir, en la consideración del pensamiento como una acción humana que, como tal, se
distingue del ser. Incluso me atrevería a describir la noción de límite mental así:
como aquella consideración antropológica del pensar compatible con su verdad. El propio
Polo afirma expresamente: "la consideración de la operación mental, eso (...) es el
límite mental". Y asímismo Polo incardina su investigación "en la
consideración de la operación inmanente en tanto que operación: no de su objeto, sino
de la operación misma" (12). Si era la operación cognoscitiva lo oculto al conocer,
desocultarla permite manifestar su distinción con el ser.
2. Ruptura del aforismo parmenídeo.
Parménides, y en gran medida por la sentencia comentada, pasa por ser la primera
autoridad filosófica, el fundador de la metafísica: es decir, quien inició el saber
humano sobre el ser en toda su amplitud, en su universal conveniencia con la inteligencia
humana. Sin embargo, el descubrimiento poliano de los límites de la intencionalidad
invierte el juicio sobre Parménides hasta tomarlo, entiendo yo, como su enemigo
objetivamente hablando número uno (13). Lo que para Parménides era
expresión de altitud, esa unidad de pensamiento y ser que define la aspiración por la
verdad de quien filosofa, para Polo lo es de llaneza: como aquí hemos dicho, requisito
mínimo del saber, e incluso límite del conocimiento humano; y entonces algo que cabe
abandonar para lograr un saber más elevado. En suma, es intención poliana la ruptura sin
ambages del aforismo parmenídeo.
De manera explícita, contra la mismidad de pensamiento y ser que enunció
Parménides, Polo afirma que el pensar "se distingue en general del ser" (14), y
que esa supuesta mismidad con que nos deslumbró Parménides "es el límite
del pensamiento". "Por eso dice textualmente, es falsa la sentencia pensar
y ser son lo mismo" (15). Ello se propone desde la que hemos llamado
consideración antropológica del pensar, a mi juicio nervio de la meditación poliana:
pensar es una acción humana, y en cuanto tal enteramente distinta del ser (16); he aquí
la distinción que da lugar a la intencionalidad.
Para determinar esta antropológica consideración Polo concedió que una de las
aportaciones cartesianas y en general modernas a la filosofía fue la
atribución de cierta positividad al pensamiento (17), distinta de la positividad
extramental de las cosas; de acuerdo con ella o más bien eludiendo su
suficiencia, se puede proponer la distinción o exterioridad entre pensamiento y
ser: distinción general del pensamiento respecto del ser y plena exterioridad
del ser respecto del pensar (18). En esta distinción y exterioridad se aprecia la finitud
de nuestro conocimiento, base de su limitación. Intentaremos ahora encontrar una
explicación del límite mental.
3. El conocimiento en cuanto humano: explicación del límite mental.
Ante todo, es cierto que el conocimiento humano es creado; ello justifica la
distinción pensar/ser que constituye la intencionalidad del conocimiento; es, pues, ésta
la condición básica que permite hablar de una limitación en la mente humana. Y es que
por el contrario, dice Polo, "en términos de acto, ser y conocer son idénticos simpliciter"
(19). La afirmación del límite mental comporta, entonces, la distinción entre la
identidad ser/conocer y la mismidad intencional pensar/ser. La primera se entiende como
originaria e increada; a diferencia de ella "cualquier acto distinto de la simple
identidad ser/conocer es creado", y más concretamente el acto cognoscitivo del
hombre que logra hacerse lo mismo intencionalmente que el ser.
La distinción creado/increado es la más radical en filosofía, y aquí se ve de qué
importante modo juega en la filosofía poliana (20). Entiendo, por otro lado, que
precisamente esta distinción permite enlazar la doctrina poliana del límite mental con
la doctrina tomista acerca de la distinción real de essentia y esse en las
criaturas, que Polo considera solidaria de aquélla (21); en el centro está la noción de
creación, un ámbito temático común.
Pero en segundo lugar hay que señalar, además, que, si bien la distinción con el ser
es consecuencia del carácter creado del conocimiento, la limitación del conocimiento
intencional estriba propiamente en el hecho de que tal distinción sea ignorada al
conocer. Es decir, el límite mental alude a cierta finitud operativa de la inteligencia,
no a su finitud constitutiva, que es insuperable; y esto aunque dependa de ella. Por eso,
su explicación requiere algo más que apelar al carácter creado del hombre: otro tipo de
explicación complementaria, que también Polo ha sugerido.
Con alguna vaguedad, porque no quiero entrar mucho en este tema, la idea de Polo es que
el límite del pensamiento obedece a una insuficiente formalización del cuerpo humano por
el alma, en virtud de la cual el pensar se constituye según un criterio observacional
la presencia de los objetos que no formaliza el cuerpo, sino que lo muda en
hecho indescifrable (22). De manera que la limitación de la mente humana se debe más a
la conformación actual de su naturaleza que al carácter creado del ser humano. Tal vez
si el hombre tuviera una naturaleza perfectamente esencializada o libremente
dispuesta su conocimiento no ignoraría la distinción con el ser, sino que
directamente podría ser manifestativo de ella (como el conocimiento habitual), en lugar
de ceñirse exclusivamente a los objetos (como el conocimiento intencional operativo). La
tesis es, en suma, que el conocimiento humano se distingue del ser en cuanto conocimiento
creado; pero el que ignore tal distinción cuando conoce es debido a nuestro actual
estado. No parece una exageración atribuir una ignorancia de esta clase al efecto de una
caída, como afirma la fe católica; máxime tratándose del ocultamiento de nuestro ser
creado, y del ser creado de lo que conocemos.
En todo caso, por humano, y ello incluye también por creado, el conocimiento
intelectual está limitado, es intencional; su limitación implica su distinción con el
ser, precisamente su constituirse como distinto de él; en El acceso al ser
Polo denomina con frecuencia al límite "la diferencia pura con el ser" (23).
Repito y resumo que el límite del pensamiento humano viene dado primero por ser un
conocimiento finito, creado; razón por la cual nuestro pensamiento se distingue del ser.
Y actualmente por ser un conocimiento intencional, es decir, constituído a espaldas de
dicha distinción. A mi juicio, éste es el lugar más indicado para hablar de una
diferencia ontológica; la diferencia ontológica metodológicamente más fecunda es la
que distingue nuestro pensar del ser. En suma, en la distinción pensar/ser, contraria a
Parménides, estriba la noción poliana de límite mental (24).
II. La doctrina poliana
sobre el límite mental y su abandono.
a) Exposición de la
doctrina.
Polo ha expuesto dos veces, en dos épocas distintas, su doctrina sobre el límite
mental y su posible abandono. La primera exposición se recoge en sus tres primeros libros
publicados en los años 1963-66, especialmente en El acceso al ser (25). Lo
original y heterogéneo de esta primera presentación de su doctrina, así como una muy
notable dificultad terminológica, hicieron de esta exposición poliana algo poco
escuchado e incomprendido. Tal vez por eso, Polo calló desde entonces durante más de una
década, y lo poco que escribió no enlazaba directamente con su inspiración primitiva;
tan sólo el artículo "La cuestión de la esencia extramental" (26), de
1971, prosigue con la investigación incoada, como para significar que su silencio no
obedecía a una renuncia de sus planteamientos. La segunda gran exposición de la doctrina
poliana aparece principalmente en los tres volúmenes del Curso de teoría del
conocimiento publicados hasta la fecha (1984-88). Veinte años después de la edición
de sus primeros libros, y unos treinta de su redacción, cambia muy notablemente la
presentación poliana de su doctrina.
Sobre todo, en el lapso de esos veinte o treinta años, Polo ha encontrado el engarce
filosófico de sus ideas con la tradición (27); y ello representa una novedad no sólo en
cuanto a la presentación, sino incluso en cuanto a los contenidos de su filosofía. No
quiero decir que hayan cambiado en esos años, porque no creo que sea verdad; pero sí que
han ganado solidez con el hallazgo de una doctrina en la que apoyarse: se trata de la
doctrina aristotélica sobre las praxis cognoscitivas, el fundamento antropológico de la
intencionalidad.
Si Polo inició la investigación sobre el límite mental y su abandono considerándolo
en sí mismo como tema; o mejor, como método para acceder a temas y en
diálogo con el pensamiento moderno principalmente Descartes y Hegel, ahora
Polo encuentra en la filosofía clásica de Aristóteles el apoyo que necesitaba para
desplegar todas las posibilidades que sus ideas le ofrecían, y al tiempo hacerse más
inteligible y asequible. La clave es la noción aristotélica de praxis akineseos.
Explícitamente, en Presente y futuro del hombre cuyo capítulo 5 está
dedicado íntegramente a esa idea aristotélica, Polo afirma que constituye una
profundización en la noción de praxis intelectual el "detectar en la posesión de
objeto el carácter de límite" (28). También en el Curso de teoría del
conocimiento, Polo ha afirmado que "el abandono del límite mental es la
continuación obvia del estudio del conocimiento en el punto en que Aristóteles lo dejó.
Esto es lo que he intentado aclarar en los últimos años" (29).
Con todo, esta doctrina aristotélica no es asumida por Polo de modo ciego o acrítico,
pues si bien le sirve para manifestar la limitación cognoscitiva de la inteligencia
humana fijada en la conmensuración del acto cognoscitivo con su objeto que define
las praxis intelectuales, al margen de otras discrepancias menores, Polo necesita
asegurar la posibilidad de abandonar el límite mental; y ello afecta especialmente al
estatuto aristotélico del intelecto agente y a la génesis del conocimiento habitual,
como Polo mismo ha puntualizado (30).
Por el contrario, y a diferencia de esta segunda exposición, en El acceso al ser
la teoría del conocimiento se esboza sin ninguna alusión a la noción aristotélica de
praxis (31), y teniendo como principal interlocutor o más bien oponente a
Kant. Todavía en el curso 1974-75 me consta porque tengo los apuntes inéditos de
ese curso la teoría del conocimiento que expone Polo se estructura sobre la
crítica kantiana más que sobre la doctrina aristotélica del acto cognoscitivo. En
cambio, las lecciones del curso 1977-78, aunque de menor importancia respecto de esta
cuestión, sirven de base para confeccionar el tercer volumen del Curso de teoría del
conocimiento publicado en 1988 (32). Y con toda seguridad, pues fui alumno suyo, el
curso 1979-80 dictó ya un curso de esa materia basado en la idea de acto cognoscitivo de
Aristóteles. Con todo, la primera referencia a esta doctrina, publicada por Polo aparece
en Lo intelectual y lo inteligible del año 1982 (33); y a partir de esta fecha
justamente, Polo reemprende la publicación de su obra, especialmente prolífica en los
últimos años. El cambio puede fecharse, por tanto, a finales de los 70, comienzos de los
80.
b) El abandono del límite mental.
Hemos dicho que la tesis poliana del límite mental no es de ninguna manera finitista y
reductiva, como esas otras percepciones de los límites del conocer que aparecen en la
filosofía actual. La razón de ello es que dicha tesis es solidaria, como haz y envés,
de otra que sienta la infinitud operativa de la inteligencia humana; hasta tal punto que,
según creo, aquélla sin ésta no se entiende bien.
En efecto, la infinitud operativa de la inteligencia consiste nos dice Polo
en que "si la inteligencia nota que no puede conocer más, ese advertir 'el no
conocer más' es, a su vez, un conocer, y a través del notar que 'no conoce más' puede
ir más allá". O también: "la inteligencia no termina, sino que objetiva
cualquier obstáculo con que se encuentre y, con ello, lo supera: se entiende, se tiene lo
entendido y se sigue entendiendo. Si se posee como entendido que no se puede seguir
entendiendo, se sigue entendiendo a partir de eso precisamente" (34).
Por eso, una vez fijado que la distinción con el ser constituye por
ignorada un límite para el conocimiento intencional del hombre, la inteligencia no
se queda obturada por él. En esto se equivocan tanto el idealismo trascendental como el
idealismo absoluto. No sólo porque cuestionen la validez del conocimiento intencional,
sino porque además el uno se detiene ante la diferencia de nuestro pensamiento con el ser
declarando a éste noúmeno ignoto, y el otro se enreda en la
reducción de dicha diferencia en pro de una presunta identidad final, obviamente
imposible. Pero ya dijimos que el límite es operativo, no constitutivo; es decir, no
estriba tanto en la diferencia de nuestro pensamiento con el ser, cuanto en su ignorarla
al conocer; y una ignorancia sólo se vence con un incremento (35) cognoscitivo. A este
respecto, dice Polo que los hábitos intelectuales comportan un incremento de la propia
capacidad cognoscitiva de la inteligencia: "son perfecciones de la potencia
intelectual en cuanto tal" (36).
De aquí que la superación del límite mental no sea su negación (37), ya que Polo
admite expresamente la validez del conocimiento intencional, como no podía ser menos. La
superación del límite mental es su abandono; dicho abandono es exigido por la propia
noción de límite, de acuerdo con la infinitud operativa de la inteligencia, en la medida
en que consiste en la consideración misma del límite. Porque, como el límite es
cierto ignorar u ocultarse, en el momento en que es considerado por la inteligencia, en
ese mismo momento es superado; con palabras de Polo: "si se detecta el límite, se
abandona" (38). Y es que la consideración del límite en que consiste su abandono no
se agota en sí misma, sino que, por cuanto permite seguir entendiendo, tiene riguroso
carácter metódico; de tal manera que es el modo de acceder a nuevos temas: también con
palabras de Polo, "el límite, en cuanto tema, es estricta vía de acceso" (39).
1. La condición plural del saber: su alcance trascendental.
Como hemos dicho, la intencionalidad es cierta unidad entre pensamiento y ser que
incluye una limitación: la ignorancia de que es unidad de lo ónticamente distinto. En
consecuencia, abandonar el límite de la intencionalidad consistirá en hacer frente, en
tomar en consideración esa óntica distinción entre conocimiento y ser. Y así, la
distinción entre conocimiento y ser que da lugar al límite del pensamiento, lo primero
que plantea es su mutua, o mejor plural, referencia (40).
Cabría preguntar ¿qué tiene que ver el pensamiento humano con el ser? Ciertamente,
como afirmaron los clásicos, el ser es tema del pensar: nuestro conocimiento es
intencional. He ahí a Parménides; así empezamos este trabajo, y así empezó la
filosofía toda: lo mismo es el pensar y el ser. Pero hay otra respuesta posible,
si se toma en cuenta la diferencia ontológica que la intencionalidad cognoscitiva nos
oculta: el pensamiento tiene que ver con el ser también en cuanto que es distinto de él,
o en su realidad intrínsecamente finita. Se abre entonces una nueva multiplicidad de
referencias del pensar al ser, lugar en el que se inscribe ahora la meditación poliana.
Por una parte, el ser, en cuanto que distinto del pensar, es su fundamento; así
se abren las dos primeras dimensiones del abandono del límite, las que conforman la
metafísica. Por otra parte, el pensar, en cuanto distinto del ser, indica (41) que
alguien existe además del ente; y así se abren las otras dos dimensiones del
abandono del límite, las que conforman la antropología trascendental. En consecuencia,
el abandono del límite conduce a dos saberes heterogéneos: la metafísica (que se ocupa
de la esencia y existencia del mundo como fundamento de nuestro pensamiento) y la
antropología (cuyos temas son la esencia y existencia del hombre, ése ser cuya
existencia es además) (42).
En este sentido, la aportación poliana es primariamente metodológica, porque esos
temas se conocen en alguna medida, también de manera intencional; pero entiendo que,
justamente por ser metódica, la aportación poliana redunda en la congruencia y alcance
temáticos del saber. Cierto que Polo afirma modestamente que su aportación es
fundamentalmente metódica, y por ello que la tarea de abandonar el límite es más bien
oportuna y aconsejable que necesaria (43). Sin embargo, yo insisto en que la congruencia
de un saber no puede sino reportar beneficios temáticos, con otra metodología
inalcanzables; pues en otro caso vano sería el nuevo método. Es decir, entiendo que los
logros temáticos del abandono del límite son muy notables, y tornan la filosofía de
Polo lo suficientemente distinta de toda otra como para considerarla original y autónoma,
y no una mera asimilación, desde nuevos puntos de vista, de doctrinas más o menos
tradicionales, aunque ciertamente coincida con ellas en algo.
Y, en efecto, la denominación que con propiedad corresponde a los saberes logrados
abandonando el límite del pensamiento es la de trascendental. La metafísica y la
antropología se constituyen, abandonado el límite mental, como saberes estrictamente
trascendentales. A su vez, ese carácter trascendental responde a la índole existencial
de los temas que estudian: el mundo y el hombre. Además, la heterogeneidad entre ambos
saberes se corresponde con el distinto modo en que el hombre trasciende la limitación de
su pensamiento hacia esos existentes. De manera que, finalmente, hay que sentar la
condición plural del saber desde el abandono del límite mental: por un lado la
metafísica, por otro la antropología.
Su articulación estriba inicialmente en que son distintos "modos de abandonar el
límite mental" (44). Sin embargo, ello conlleva una crítica de la analogía del ser
(45), propuesta desde un preciso significado de lo que es existir, y en especial de su
sentido trascendental, que Polo ha expuesto en un apéndice de Hegel y el
posthegelianismo (46) al que debemos atender.
En él se establece una significativa distinción terminológica a partir de la
constatación de la insuficiencia de la presencia mental, dado que la presencia mental de
los objetos es el límite. Pues bien: por una parte, ser indica una "evasión
de la posesión cognoscitiva según la presencia"; y, por otra, "el cumplimiento
de tal evasión" es la existencia. Existir es así "independencia",
"el carácter real del ser más allá de la posesión según presencia" de
la posesión cognoscitiva, y por ello lo "objetivamente indisponible"
(47).
De acuerdo con esto, "trascendentalidad significa equivalencia de ser y
existir". Es decir: si del ser cabe un conocimiento intencional, de la existencia, en
la medida en que rebasa la posesión cognoscitiva, no; sólo con el abandono del límite
se logra formular esa equivalencia. Pero ella conlleva una nueva significación y una ampliación
del planteamiento trascendental respecto del sentido y alcance que tenía en la filosofía
precedente; ante todo porque dicha equivalencia es múltiple (48): se propone que son
varios los existentes, o varios los ámbitos en que descubrimos la existencia. A la
postre, la pluralidad de referencias entre el pensar y el ser antes mencionada se
corresponde con esta multiplicidad de trascendentales, y da lugar a la dualidad entre
metafísica y antropología, heterogeneidad primera de saberes trascendentales.
Ahora trascendental, en cuanto que convertible con existencial, viene a ser tanto
transobjetivo, como transoperativo; pues, si la operación cognoscitiva humana es limitada
y la existencia escapa a ella, el abandono de tal limitación en busca del existir se
ejerce tanto en un trascender el objeto hacia lo extramental la existencia
mundana, como en un trascender la operación hacia lo transinmanente: la libertad
trascendental, o existencia personal (49).
Por otro lado, si el límite mental se establecía en función del carácter creado del
conocimiento humano al cual oculta, la determinación de la existencia como
trascendente a éste la refiere inmediatamente al Creador. Y por tanto, la conjunción de
los existentes, o su coexistencia, exige un nuevo trascendental: "al nuevo
trascendental dice Polo corresponde la designación de Creador" (50).
2. Axiomatización de la metafísica:
Veamos ahora el planteamiento de la metafísica desde el abandono del límite mental.
El tema que trasciende la intencionalidad cognoscitiva es el fundamento: la existencia
mundana es fundamental. Aquí me interesa inicialmente que se entienda el preciso sentido
que tiene la noción de fundamento como tema de la metafísica, presente ya desde las
primeras obras de Polo (51). Y es que, en cuanto se distinguen pensar y ser, cabe
apreciar, siendo realistas, que éste es el fundamento de aquél.
- La existencia mundana.
La noción de fundamento es usada prioritariamente por la filosofía moderna, y en el
sentido de fundamento de la verdad. De una u otra manera, toda la filosofía moderna ha
entendido que es la razón el fundamento de la verdad; a diferencia de ella, la filosofía
clásica que apenas atiende, en cambio, al tema de la fundamentación
establece, sin embargo, con palabras de Tomás de Aquino, que veritas supra ens
fundatur (52), o que esse rei, et non veritas eius, causat veritatem intellectus
(53). La metafísica poliana afronta la moderna cuestión del fundamento con una
intención realista, es decir, con las soluciones que permite la filosofía clásica.
Y es que, como venimos diciendo, si en un sentido el conocimiento humano se hace uno
con el ser cuando lo conoce de verdad, aún entonces, y en otro sentido, el saber se
distingue existencialmente del ser, porque el saber es cierta cualidad del hombre, y el
ser no. De acuerdo con ello, el ser extramental de lo conocido, en cuanto distinto de la
verdad poseída al conocerlo, se entiende precisamente como fundamento de esa verdad
conocida.
El planteamiento poliano de la cuestión, a mi juicio, enmarcado en ciertas propuestas
tomistas del De veritate, puede exponerse en términos cuasi temporales: la
existencia extramental es previa al conocimiento humano; la verdad poseída por éste es
posterior a ella. Entre lo anterior y lo posterior hay una secuencia real, pues la verdad
es consecuencia del ser (54); esa secuencia real es la existencia como fundamento de la
verdad. Pero seguir realmente de lo anterior a lo posterior es persistir; y por eso, Polo
denomina a la existencia mundana persistencia (55).
Ahora bien, persistir es un acto: la actividad de existir de la naturaleza material.
Considero una genialidad metafísica de Polo advertir la actividad del ser en esa
secuencia antes propuesta. Ello exigió una concentrada atención (56), y supuso una
rectificación de la visión aristotélica del movimiento y de la acción, así como de
sus nociones de potencia y materia (57), que, con ser una cosa tan actual, ninguno de los
defensores de la metafísica clásica había sugerido hasta el momento. Pero es evidente
que, si hay una actividad, proceso o movimiento, entre la existencia y la verdad en
tanto que son una anterior, otra posterior, y se siguen, tal movimiento no puede
implicar cambio, ni exigir efectos en el cognoscente. La rectificación de Aristóteles
era, pues, oportuna.
- La esencia del universo.
Si la existencia extramental del mundo el fundamento es la persistencia, el
otro gran tema de la metafísica poliana es el de la esencia del universo. A él se dedica
el estudio La cuestión de la esencia extramental, que hemos citado; y aunque
allí Polo diseña ya los grandes trazos de su consideración de la esencia como analítica
causal, un desarrollo más extenso del tema nos ha sido prometido para el cuarto
volumen del curso de teoría del conocimiento de próxima aparición; lo que se justifica
porque Polo asigna una operación mental, la razón, al conocimiento de la esencia real.
Para acercarnos a esa cuestión hay que
decir que, aunque el fundamento es extramental, el hombre puede conocerlo también
intencionalmente. No todo lo que conoce intencionalmente el hombre es el fundamento, pero
uno de los asuntos que puede conocer así es ése, ya que el hombre puede notar la
diferencia mental/extramental que da lugar al límite de su conocimiento, e intentar
superarla con nuevas operaciones de su pensamiento.
Pues bien, el conocimiento intencional del fundamento, una vez constatada la índole
extramental de éste, no puede sino consistir en una devolución de lo pensado a su
realidad. A ese preciso cometido se dedica una de las operaciones intelectuales del
hombre: la razón (58). Por tratarse de una devolución a lo extramental que arranca desde
la finitud de nuestro conocimiento, es decir, desde la intencionalidad, Polo entiende ya
la razón como "un cierto abandono del límite mental" (59), que, con todo, se
distingue del abandono metódico en el juicio con el que se conoce la esencia extramental.
Polo denomina con frecuencia a la razón explicitación: el razonar es una
explicitación de implícitos. Esto quiere decir lo siguiente: la posesión cognoscitiva
de la verdad implica la existencia extramental de lo conocido, si es que se ha
conocido una verdad (lo que es tautológico). Si se toma en cuenta esa implicación y se
aspira a desvelarla, y tal es el caso de la razón, se procederá a una explicitación de
lo implícito, que es gradual, como afirma Polo: concepto, juicio y raciocinio. Con todo,
la diferencia ontológica entre nuestro pensamiento y el ser exige la "guarda
definitiva del implícito" (60), o que el proceso racional en su culminación siga
diferenciándose del ser extramental. Por eso cabe preguntarse por el estatuto extramental
de la esencia, a cuyo conocimiento se ordena la segunda dimensión del abandono del
límite.
Quiero advertir, antes que nada, que semejante interpretación de la razón humana, que
suscribo personalmente al ciento por cien y que encuentro compatible por entero con la
tradicional, es sin embargo, a mi juicio, realmente novedosa, en correspondencia con lo
peculiar de la trascendentalidad según la entiende Polo. Concretamente, la apertura de la
razón a lo extramental, para devolver, fragua la idea de una pugna (61) entre
principios: lo primero en el conocer y lo primero en el ser. Pero esta idea, que no es
ajena a la tradición, no ha sido sin embargo desarrollada por ella: desde el Organon
hasta El orden de los conceptos de Maritain, yo no encuentro precedente alguno.
Con todo, el conocimiento del fundamento que se logra con la razón es limitado por
intencional, y puede mejorarse en orden a su congruencia si se abandona el
límite del pensamiento, lo que constituye una segunda dimensión de su abandono, tras la
requerida para advertir la persistencia. Esta se ejercía en el intelecto, o hábito de
los primeros principios, mientras que aquélla propiamente en el juicio, que es el acto
central de la razón (62). Por otro lado, el conocimiento del fundamento, ya sea
intencional o no, se distingue de la advertencia de su fundar activo (como paralelamente,
el ejercicio activo del fundar no es idéntico con su verdad, que poseemos
cognoscitivamente, aunque tampoco contradictorio con ella).
Pues bien, lo que del ente se conoce al razonar es, finalmente, su esencia; y por eso,
con el abandono del límite en la explicitación devolutiva lo que se busca es el
estatuto extramental de la esencia. Sugeriré ahora un punto de vista, directo y brusco,
para acercarnos al tema de la esencia extramental. Si esse causat veritatem intellectus,
la verdad del conocimiento es el efecto propio del ser real; por eso, Polo afirma que la
inteligibilidad del ser "es su eficiencia, la eficacia del ser" (63). Ello
permite la consideración pasiva de la actividad de ser, es decir, el análisis de su
efecto: los distintos sentidos en que el ser puede tomarse como causa de la verdad
conocida. La esencia extramental se comprende entonces como la analítica causal pasiva
del acto de ser.
De entre los sentidos causales, el primario según la tradición es el fin,
pero la posesión del fin corre a cargo del conocer (64); por eso dice Polo que "la
esencia extramental se describe como la unidad de orden cumplida", es decir, la
concausalidad completa, "cuádruple"; "pero el orden no se cumple por
entero, porque ese cumplimiento corre a cargo de causas distintas. Por eso la esencia
extramental es potencia y se distingue del acto de ser" (65).
La distinción real de esencia y existencia, en el caso de la naturaleza material,
equivale a la afirmación de que el acto de ser fundamental, la persistencia, no siendo
idéntico con su verdad a la que, como posterioridad pura, nunca puede
actualizar, tampoco es contradictorio con ella, ya que la causa. Se dice entonces
que el fundamento es no contradictorio y causa: principio de no contradicción y principio
de causalidad en el plano trascendental. La conjunción de estos dos sentidos del
principio apela al principio de identidad la identidad originaria es Dios, como ya
se ha dicho, y de esta manera se axiomatiza la metafísica como estudio de tres
primeros principios.
Lo central en ella es la interpretación trascendental del principio de causalidad, el ligamen
de los primeros principios, como dice Polo (66); pero ¿cómo no va a ser así, si esse
causat veritatem? Toda la metafísica de Polo es, a mi juicio, una indagación
de esta causalidad (67).
Y así la metafísica poliana constituye una profundización muy notable en aquello que
desde antiguo se llama filosofía primera (68). Su mérito entiendo ser, básicamente, la
constatación del carácter activo del ser en orden a la fundamentación de la verdad; se
ingresa de ese modo en un nuevo ámbito: aquella dimensión activa del ser que rebasa o
trasciende el conocimiento humano en cuanto que intencional, es decir, en su limitación;
ésta es, como dijimos, su existencia. En el ámbito trascendental ser equivale a existir;
la primera equivalencia es el fundamento o persistencia.
3. Una antropología trascendental:
Pero si valiosa es la aportación poliana a la metafísica, es en la antropología
donde el hallazgo del límite mental y la subsiguiente metodología que lo abandona tienen
mayores efectos.
Es lógico que sea así, porque toda la filosofía poliana estriba en la consideración
de la operación mental humana, como ya vimos. Si al comienzo de este trabajo jugué con
la dualidad de sentidos del aforismo parmenídeo para sentar la consideración pragmática
del pensar como prioritaria respecto de su consideración temática, hay que notar que la
consideración antropológica del pensar y precisamente en cuanto que no es la
única debe remitir a una antropología primera o trascendental. Es, por así
decirlo, la culminación natural de la filosofía de Polo, su destino propio y
específico.
Por otro lado, esto permite una formulación teórico/histórica más radical; es la
siguiente. La rectificación aristotélica a Platón consistió esencialmente en rechazar
el estatuto en sí de las Ideas, para retrotraerlo al nous: el nous dice
Aristóteles es el lugar de las ideas (69); y así, en efecto, lo ha glosado
Polo: "he aquí (...) la crítica de Aristóteles a la idea platónica: no hay
entendido sin entender" (70). Pero habría que decir que si las ideas no se dan en
sí, sino en un inteligir, tampoco el inteligir se da en sí, sino que es el entender de
una persona. El progreso sobre Aristóteles exige llevar a su término final la
rectificación iniciada: el nous tampoco es lo radical, sino que la inteligencia
remite a la persona. A la postre, debe lograrse la reducción entera: desde la idea a la
persona; ello exige descubrir el carácter personal de la verdad: en último término, la
verdad o es persona o de la persona con genitivo subjetivo. Por
eso, la consideración de la operación mental, que es lo central en Polo, exige de suyo
una antropología trascendental. Aunque desde Boecio sea la persona la que se define por
su naturaleza racional, entiendo que más bien a la inversa es el conocimiento intelectual
el que debe referirse al ser personal.
A la temática humana Polo ha dedicado ya numerosos escritos, alguno de ellos muy
notable; sin embargo, en ellos no ha desarrollado sistemáticamente su antropología
trascendental. Lo más aproximado a tal desarrollo son las "tres tesis básicas"
recientemente publicadas (71). Por eso yo no puedo exponer aquí con garantías la
antropología poliana; me limitaré, entonces, y quizás aventurando un tanto, a mostrar
la génesis del saber antropológico en el abandono del límite mental.
- La existencia personal.
La sugerencia inicial que hemos hecho más arriba es la siguiente: el pensar, en cuanto
distinto del ser, indica que alguien existe además del ente. Además
es la designación específica de la existencia humana (72); y a ella le corresponde este
carácter propiamente respecto del límite, que es el ceñido ajuste entre la operación
mental y el objeto pensado.
Para mostrarlo, Polo se ha servido de la glosa a la expresión el yo pensado no
piensa. Ya desde el comienzo Polo notó que a la idea de sujeto del pensamiento, es
decir al yo pensado, "le falta precisamente lo que distingue al sujeto de la idea, a
saber: ver" (73); en consecuencia, negó desde el comienzo que cupiera
"pensar el yo". Lo pensado nunca es el yo, porque el yo es más bien aquello de
lo que depende lo pensado, o a lo que existencialmente se refiere. Ello no impide que
logremos un cierto autoconocimiento; pero sí muestra, respecto de él, el carácter de
además que caracteriza a la existencia cognoscente. Si "no puedo de ninguna manera
comunicar mi carácter pensante a lo que pienso, la realidad no está en lo pensado, y el
sujeto no es una operación" (74).
Y es que no cabe pensar el yo, no porque el yo pensado esté mal pensado el yo se
piensa como pensante, sino porque la existencia del cognoscente trasciende el
ámbito de lo pensado, es decir, rebasa la intencionalidad del propio conocimiento. Esto
lo que quiere decir es que hay una diferencia entre el pensar y el ser de la persona
humana; no que el hombre no pueda conocerse o pensarse adecuadamente, sino que, aún en
ese caso, pensarse no es el ser del hombre: su ser personal es además. La
diferencia entre el pensar y el ser de la persona humana es caso paradigmático de la
distinción real entre el ser y el obrar que define las criaturas. Se aprecia de nuevo la
vinculación del límite mental con el carácter creado del conocer humano.
Pues bien, la existencia personal parece ser, según Polo, un acto cognoscitivo: el
sentido del ser que se descubre como además es de índole cognoscitiva. Y así, en los
comienzos, Polo se refería a la existencia cognoscente, más que a la existencia libre o
personal; pero incluso en la segunda exposición de su doctrina, Polo parece afirmar que
el conocimiento es el ser del hombre (75), y señala que el intelecto agente debe situarse
en el orden del ser humano (76): es ese "núcleo posesorio del saber"
(77) al que con frecuencia alude.
Ahora bien, el existente humano en rigor no puede conocerse: el yo pensado no
piensa; conocer-se apunta a una identidad que no corresponde, por creado, al hombre. En
consecuencia, Polo propone que, cuando se abandona el límite mental en la consideración
de la persona, se alcanza la existencia personal. La existencia personal
propiamente no se conoce, sino que se acompaña, se "alcanza acompañándola"
(78). En ello se muestra su carácter de además, irreductible a una obtención terminal:
el yo pensado no piensa. A mi entender, alcanzar a ser acompañando es una
expresión que reza la vinculación del ser con el obrar humano. De esta manera se ubica
el propio conocimiento en su limitación y dependencia del ser personal.
Alcanzar la existencia personal como además conduce a entender el sentido último de
la libertad, que para Polo es una propiedad trascendental del ser humano, y no una
predicamental de su voluntad. Porque con el carácter de además se expresa la
insaturabilidad de la existencia cognoscente, signo de la irreductibilidad del ser al
obrar. "Además" señala así excedencia, sobreabundancia,
irrestricción: algo más incluso que la sola infinitud o la inmortalidad, como dice Polo
(79); y eso es la libertad trascendental. La metáfora poliana de ella es el fuego en la
figura del Exodo, la llama que "ni se consume, ni consume" (80). Como
trascendente a sus acciones, la libertad es la índole de la existencia cognoscente de la
persona humana. En el ámbito trascendental ser equivale a existir, dijimos; la segunda
equivalencia es la libertad personal.
Este carácter de además que corresponde a la existencia libre puede describirse como
un plus, o más, añadido. Y esto en un doble sentido: tanto porque se añade a
algo, como porque a ello se añade algo. Respecto a lo primero, corresponde a la
existencia personal la designación de co-existencia: el existir humano es
coexistir; es una existencia con..., desplegada o añadida junto a... ; inicialmente,
junto al universo. Polo ha rechazado el intento moderno de construir una antropología
sustitutiva de la metafísica, o simétrica respecto de ella. El ser del espíritu
no se reduce a la existencia de lo material, pero tampoco es incompatible con ella, ni la
subsume, ni la constituye como su alienación. La ampliación de lo trascendental tiene
que referirse a ella misma, sin mengua de lo ampliado; ello exige respeto hacia aquello
que se amplía: la trascendencia de la existencia mundana. Por esto la existencia humana
es coexistencia, ante todo, con el universo.
Aquí coexistencia no menciona una mera co-locación como dos yuxtapuestos en un
ámbito más general, porque el universo no coexiste; de nuevo hay que observar que
la ampliación corre a cargo de quien amplía: es el hombre quien coexiste. Por eso
coexistir significa más bien ratificación, o refrendo, de la existencia.
En este orden de consideraciones, la persona humana, dice Polo, "esencializa" el
ser del mundo (81), pues con el hábito de los primeros principios lo eleva al plano de la
esencia, del que in re se distingue; con otra óptica más cercana, es evidente que
el conocimiento expresa la realidad de la naturaleza, o que la cultura es cierta continuatio
naturae (82). En suma, la existencia personal tiene que ver con el universo en el modo
de una implementación: el hombre plenifica el cosmos, lo lleva a su perfección.
Respecto a lo segundo, hemos dicho que la existencia de la persona humana es además,
es decir, irreductible no ya al pensamiento, sino a cualquiera otra de sus acciones; y,
por lo mismo, éstas no son sino manifestaciones del ser personal. Si en la filosofía de
Polo las manifestaciones de la persona constituyen el ámbito de tematización de la
cultura, la sociedad y la historia humanas (83), esta irreductibilidad muestra nuevamente
la trascendencia espacio/temporal de la existencia personal. Técnicamente, Polo ha
consagrado estas observaciones con la idea de que la persona humana carece de réplica;
ello es congruente con su carácter de además.
- La esencia del hombre.
Accedemos así al tema de la esencia humana. Pues esta carencia de réplica es esencial
al hombre (84); más aún: en cuanto manifestativa del límite mismo (de la distinción
ser/obrar) constituye la esencia misma de la persona humana. Si el hombre no puede
replicarse en sus acciones, no se puede referir a ellas de un modo terminativo, sino que
éstas dependen de él en el modo de un disponer: el hombre dispone de sus
acciones.
Tal disposición se plasma en la interpretación poliana de los hábitos: ellos son la
disposición humana de la naturaleza. En cuanto trascendente a ella, el hombre dispone de
la naturaleza, lo cual exige su perfección mediante los hábitos: esa repotenciación de
sus facultades que hace que el hombre no tenga un principio de operaciones fijo; en los
hábitos, el lugar físico de la libertad, se aprecia, por tanto, la disposición personal
de la naturaleza: hasta ella, dice Polo, "se extiende la libertad" (85).
Y así la naturaleza es esencial al hombre, es humana, en cuanto perfeccionada por
hábitos.
Sin embargo, "la perfección de su naturaleza no es la perfección del ser
personal" (86); es decir, la persona humana no se agota en su disponer, que más bien
para ella supone una cierta detención, un detenerse. En ello se muestra que el
carácter de además se mantiene, es decir, no se ordena a la disposición, ni se satura
con ella. Nuevamente apreciamos aquí el carácter creado de la persona humana, la real
distinción entre su esencia dispositiva y su ser además.
La ausencia de réplica que caracteriza la persona humana es así indicativa de aquello
que, a mi juicio, es el logro más nítido de la antropología poliana: la
descalificación de la idea de persona única, es decir, la refutación del solipsismo.
Nótese lo sobresaliente de esta actitud en una filosofía que cabría tildar de
intelectualista, aunque no fuera más que por la centralidad en ella de la noción de
operación intelectual (87). Pero en la misma idea de coexistencia que define la libertad
va implícito ya que el existente humano no puede darse como ser único.
Y es que la ausencia de réplica pone a la persona humana en tal situación que se
condena a la soledad, manifiesta en la idea de degradación ontológica por la que el
hombre sólo pudiera habérselas con lo inferior a él; a esta soledad llama Polo
existencia trágica (88). Pero la existencia humana no es trágica si busca su destino no
en un plano inferior al suyo, sino en el orden de ese plus, que es el ámbito del
existir personal. Entonces, la coexistencia humana no es sólo con el universo, sino
principalmente con las demás personas (89), y especialmente con Dios, fuera del cual el
hombre no alcanza la plenitud de su conocer. Como ya dijimos, el conocimiento humano es
insaturable por sus operaciones y hábitos; la misma infinitud de la inteligencia,
solidaria de la propuesta del límite mental, es una muestra también de la irrestricción
terminal del ser personal; y con ello indicio singular de la referencia de la persona
humana a su Creador. Según Polo, ésta es la vía antropológica para el acceso a Dios
(90); sólo en la Verdad Personal el hombre encuentra adecuado reconocimiento.
En suma, la existencia humana la existencia personal es, como existencia
cognoscente, una existencia en la verdad que es persona, o, por el contrario,
una existencia en falso, aislada, trágica; como dice Polo: "la verdad no tiene
sustituto útil" (91). Si en cambio la existencia cognoscente se refiere
destinalmente a Dios, la vida humana se decide toda ella en su encuentro con la
verdad; y así dice Polo: "los implícitos de la verdad son tantos como mi vida, de
modo que existir es el procedimiento de sacarlos a la luz" (92).
Si el abandono de la unicidad mostraba la distinción ser/pensar, que en primera
instancia permitía advertir el carácter fundante del ser, la culminación de tal
abandono se realiza en la consideración del ser personal, que, con todo rigor, nunca es
único. Por eso, es fruto propio de la metodología poliana la tematización de la índole
existencial del orden interpersonal, incluso con el alcance destinal que tiene para el
hombre.
Conclusión.
En suma, creo que se puede decir lo siguiente. La distinción real de esencia y
existencia en las criaturas es la culminación de la filosofía clásica en el medievo. En
el ámbito temático que se corresponde con tal distinción, la diferencia entre el
Creador y la criatura, se instala Polo. Su aportación es aquí metodológica: nos
introducimos en el ámbito de esa diferencia mediante una vía de acceso común para los
múltiples existentes, la consideración del límite de la inteligencia humana.
Por otro lado, si la filosofía clásica, en su estudio de la realidad, culmina con el
descubrimiento de la creación, la filosofía moderna tiene su eje en el estudio del
conocimiento intelectual, como lo más propio del ser humano. La síntesis integradora de
ambas debe atender, por tanto, a los vínculos que unen el conocimiento humano y la
creación; en la propuesta poliana, se descubren asímismo en la consideración del
límite del pensamiento.
Y así, el límite mental, respecto de la existencia mundana, muestra la distinción
pensar/ser: como el conocimiento humano es creado, el ser mundano es extramental,
persistente fundamento de la verdad conocida. Respecto de la existencia personal, el
límite mental muestra la distinción ser/obrar: como el conocimiento humano es creado, es
una acción del ser humano operari sequitur esse, el cual, por lo
mismo, no se reduce a ella, sino que debe entenderse como además, como libertad
trascendental. La libertad del ser además y la persistencia del fundamento son los
existentes cuyo conocimiento en cuanto existentes y ello dice, en cuanto
creados exige el abandono del límite mental, es decir, de la ignorancia que
acompaña a la intencionalidad de nuestro conocimiento.
Se entiende que entonces la doctrina poliana sobre el límite mental sea una
aportación en el orden del planteamiento, de la génesis misma, del saber filosófico.
Notas:
-
Presente
y futuro del hombre (Rialp, Madrid 1993), p. 50. La mutación de la teoría a
la especulación es estudiada por Polo en el c. 2, pp. 40-61.
Curso de teoría del conocimiento,
v. III (Eunsa, Pamplona 1988), p. 302.
-
Presente
y futuro del hombre, pp. 73-4.
-
Cfr.
su libro Claves del nominalismo y del idealismo (Universidad de Navarra, Pamplona
1993), en base a un curso de filosofía contemporánea del año 1984-85.
-
Cfr.
Presente y futuro del hombre, pp. 178 ss.
-
El
acceso al ser (Univ. Navarra, Pamplona 1964), p. 17.
-
Presente
y futuro del hombre, p. 178.
-
Cfr.
Curso de teoría del conocimiento, v. II (Eunsa, Pamplona 1985), pp. 197-8; Lo
intelectual y lo inteligible. "Anuario filosófico" XV-2 (1982) 122-8.
-
Sobre
el "ocultamiento que se oculta" cfr. Curso de teoría del ..., v. II, pp.
130 ss.
-
La
unicidad es el límite mental, cfr. Presente y futuro del hombre, p. 162; El
acceso al ser, p. 19.
-
El
acceso al ser p. 16.
-
Presente
y futuro del hombre p. 162 y 154.
-
Polo
ha tratado de la superación de Parménides, que plantea como ampliación "por ambos
lados" de su modelo de unidad, en Lo intelectual y lo inteligible.
-
Evidencia
y realidad en Descartes (Rialp, Pamplona 1963), p. 292.
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. III, pp. 302 y 359.
-
Ya
Aristóteles denunció que la filosofía parmenídea suponía la existencia de una sola
cosa: Parménides "piensa que necesariamente existe una sola cosa, el ente, y
ninguna otra" Metafísica I, V; 986 b 29. Si el pensar se distingue del ser,
como dice Polo, alguien existe además del ente.
-
Cfr.
Evidencia y realidad en Descartes, pp. 272-4.
-
Cfr.
id, pp. 292 y 296.
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. I (Eunsa, Pamplona 1984), p. 46.
-
Cfr.
además, por ejemplo, Presente y futuro del hombre pp. 138-9
-
Cfr.
id, p. 179. Pero nótense también las diferencias entre Polo y Tomás de Aquino:
concretamente que "crear no siempre significa lo mismo" (id, p. 170), o
que "hay dos sentidos de la creación" (id, p. 179), la del mundo y la del
hombre. Es peculiar de Polo dotar de un sentido intelectual preciso a la especial
creación de las personas, que también Tomás de Aquino reconoce pero no desarrolla;
concretamente, "ser creador de la persona no significa ser causa de la persona"
(id, p. 170).
-
Ello
acontece porque deriva del alma como esencia humana y no como forma del cuerpo; cfr.
respecto de todo este asunto Curso de teoría del conocimiento, v. III, pp. 390-4 y
407 en adelante, especialmente 422 ss.
-
"La
presencia es la diferencia pura con el ser, y al revés: la diferencia entre conocimiento
y ser es exclusivamente la presencia mental", p. 112; "la diferencia pura con el
ser no es la nada, sino la presencia mental", p. 133.
-
"El
acto de conocer humano confiere la suposición: el acto creador confiere el ser (no la
suposición). Creación significa dar el ser; conocer significa dar el objeto. Dar el
objeto es menos que dar el ser. El objeto está dado en virtud del acto de conocer; la
criatura (...) en virtud del acto de crear": Curso de teoría del conocimiento,
v. II, p. 153.
-
Editado
en 1964, pero redactado en los años 1952-5, según se indica en la nt. de la p. 20.
-
"Anuario
filosófico" IV (1971) 275-308.
-
Polo
ha confesado que en sus primeros libros "no quedaba justificada (...) su relación
con la filosofía tradicional", Curso de teoría del conocimiento, v. I, p.
XI.
-
Presente
y futuro del hombre, p. 120.
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. I, p. XII.
-
Cfr.
id, v. III, p. XIII.
-
En
el libro en su conjunto, sólo hay una alusión indirecta a ella cuando Polo glosa los
sentidos de la verdad para Tomás de Aquino (pp. 170 ss.); es decir, no cuando esboza su
teoría del conocimiento, sino cuando examina la validez del aristotelismo tomista. En
ella se atiende a la potencialidad del concepto que exige su conversión a la fantasía;
el abandono del límite aspira a ir más allá de esta conversión.
-
Según
se indica en p. XII.
-
En
línea con lo dicho, aquí Polo asimila la conmensuración de la praxis cognoscitiva con
su objeto al límite mental, y su abandono al conocimiento habitual no operativo.
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. II, p. 206 y 209-10.
-
El
intelecto agente no sólo proporciona las especies impresas a la inteligencia, sino que
también ilumina sus operaciones; aquí está el incremento cognoscitivo requerido; cfr.
id, v. III, p. 26.
-
Lo
intelectual y lo inteligible, p. 129.
-
Este
es uno de los motivos de la discusión de Polo con Hegel en El acceso al ser; cfr.
p. 19 y todo el c. II.
-
Presente
y futuro del hombre p. 180.
-
El
acceso al ser, p. 14.
-
Esta
referencia es múltiple, no única, precisamente en salvaguarda de la distinción
pensar/ser; cfr. Evidencia y realidad en Descartes p. 289 ss.
-
Sobre
el conocimiento intelectual como conocimiento de alguien, es decir, como indicio
de la persona, cfr. Curso de teoría del conocimiento, v. II, p. 53.
-
Anunciados
al final de El acceso al ser (p. 383), Polo ha recuperado recientemente ese
programa de desarrollo de los saberes trascendentales; cfr. pp. 162-4 y 182-6 de Presente
y futuro del hombre.
-
Cfr.
Presente y futuro del hombre, p. 154.
-
Id,
p.164.
-
Formulada
ya en El acceso al ser pp. 174 ss.. Cfr. también Hegel y el posthegelianismo
(Univ. Piura, Piura 1985), pp. 404 ss.
-
"El
sentido integral de la metafísica": mundo y trascendencia, pp. 398-411.
-
Cfr.
id, pp. 403-7.
-
Me
interesa subrayar la objeción que aquí plantea Polo (id, p. 404) a la noción de actus
essendi: "es un postulado, un dar por lograda la evasión" que hemos
mencionado; pero ello "deja sin decidir" la posibilidad de esta heterogénea
multiplicidad de equivalencias.
-
Así
se plantea esta cuestión en Presente y futuro del hombre pp. 152-3.
-
Hegel
y el posthegelianismo, p. 405.
-
En
El acceso al ser se habla del principio ya desde la advertencia preliminar
(p. 15); igualmente, en El ser I: la existencia extramental (Univ. Navarra,
Pamplona 1966) se alude al ser principial ya desde la segunda página del texto (p.
14). Sin embargo, en el libro sobre Descartes, y aunque con el mismo sentido, se usa más
el término fundamento que el de principio.
-
De
veritate 10, 12 ad 3
-
Summa
theologiae, I, 16, 1 ad 3.
-
"Verum,
prout dicitur de intellectu, convertitur cum ente quod est extra animam per
consequentiam" Tomás de Aquino: De veritate 1, 2 ad 1.
-
Cfr.
El ser I: la existencia extramental c. III, pp. 155-200. También aquí, la
advertencia de la persistencia se sugiere desde el indicio que nos da el tiempo; con todo,
Polo señala que persistir no es noción temporal, y la distingue de otras que sí lo son,
como las de durar y permanecer.
-
Cfr.
la fenomenología de la atención que Polo apunta en El acceso al ser, pp. 292 ss.
-
Cfr.
El ser I: la existencia extramental, c. II, pp. 103-53.
-
La
primera exposición de este planteamiento poliano se encuentra ya en la importante nota
386 de Evidencia y realidad en Descartes pp. 256 ss.
-
Presente
y futuro del hombre p. 183.
-
El
acceso al ser p. 131.
-
Cfr.
la lección 8 del v. III del Curso de teoría del conocimiento.
-
Cfr.
La cuestión de la esencia extramental, pp. 285-91.
-
La
inteligencia y el conocimiento de Dios, CTF 4, p. 21.
-
Cfr.
Curso de teoría del conocimiento v. II, p. 171.
-
Presente
y futuro del hombre, p. 183.
-
Cfr.
El acceso al ser p. 58.
-
Acerca
de la metafísica de Polo como estudio de la causalidad trascendental he escrito Sobre
el realismo de Leonardo Polo (en "Philosophica" Valparaíso, Chile). Lo
allí dicho debe ser completado con lo que aquí digo más arriba, en el párrafo que
incluye la nota 21, o en la conclusión.
-
Sobre
la metafísica de Polo como filosofía primera, o de lo primero, he escrito Un nuevo
planteamiento del saber: la metafísica. "Anuario filosófico" 25 (1992)
125-43.
-
De
anima III, 429 a 25.
-
Lo
intelectual y lo inteligible p. 123.
-
Cfr.
Presente y futuro del hombre pp. 164-78. Las tesis son: 1) la antropología se
distingue de la metafísica como saber trascendental en la medida en que el ser humano se
distingue del ser de que trata la metafísica; 2) la existencia humana es coexistencia; 3)
no cabe persona única.
-
En
Presente y futuro del hombre Polo sugiere un doble sentido de este peculiar
adverbio (además): además de la operación cognoscitiva, y además de Dios; cfr.
p. 184.
-
Evidencia
y realidad en Descartes, p. 306 ss.
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. III, p. 306.
-
Presente
y futuro del hombre, p. 150: "el conocimiento operativo es el conocimiento
inferior. Por encima de él existen (...) otro tipo de actos cognoscitivos, de los cuales
podemos destacar (...) el conocimiento (...) como esse hominis".
-
Curso
de teoría del conocimiento, v. I, p. 234: "el intelecto agente puede asimilarse
al acto de ser"; Presente y futuro del hombre, p. 184: "... la luz del intellectus
ut actus (...). Justamente esa luz es la coexistencia humana".
-
El
acceso al ser, p. 48.
-
Presente
y futuro del hombre, p. 184.
-
Cfr.
id, p. 189.
-
Id,
p. 203.
-
Lo
intelectual y lo inteligible, p. 132; Presente y futuro del hombre, p. 191.
-
Cfr.
Quién es el hombre (Rialp, Madrid 1991), c. VIII, pp. 166 ss.
-
Cfr.,
al respecto, la segunda parte del estudio de Polo La sollicitudo rei socialis: una
encíclica sobre la situación actual de la humanidad. En, VV.AA.: "Estudios
sobre la encíclica 'sollicitudo rei socialis'". Unión editorial (AEDOS), Madrid
1990; pp. 79-119.
-
Cfr.
Presente y futuro del hombre, p. 189.
-
Id,
p. 171.
-
Id,
p. 189.
-
"De
Aristóteles tomo el intelectualismo radical" id, p. 195.
-
Véase
especialmente la glosa al dionisos nietzscheano en id, p. 176.
-
"El
aislamiento de la persona es trágico, y, al carecer de réplica, ha de apelar a la
mediación de las esencias que llamo convocatoria. La convocatoria es la sociedad"
id, p. 192, nt 7.
-
Cfr.
id, p. 170; también Quién es el hombre, pp. 224-5.
-
Quién
es el hombre, p. 252.
-
Id,
p. 250.
[Fuente: Juan A. García González.
"El abandono del límite y el conocimiento". En: Falgueras, García, Yepes.
El pensamiento de Leonardo Polo. Pamplona: Universidad de Navarra 1994; pp. 27-60].
© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier
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